Índice
Prólogo
José Agustín y la nueva música clásica, por Alberto Blanco
1968
La onda
Flashback w/apologies to old Rabelais
Flashback inevitable
El jefe Dylan
Beatles forever
Sus satánicas majestades
Puertas que no se cierran
La invención
Los azules
Honoris causa
The Byrds do fly
Wear flowers in your hair
Far out
Loners
Groupies
Groovy
Move over & let England take over
Otra onda en la onda
La renovación en México (negro)
La renovación en México (blanco)
La única y verdadera cantante mexicana
Análisis (Etapa Musart)
Discografía elemental
1985
El que avisa no traiciona
Los primeros freudianos
El rey criollo
Ruedas de fuego
La tierra de las mil danzas
Quién ha caído y quién ha quedado atrás
El gordo y el flaco
Ay, Jonás, qué ballenota
Cómo que agarrando piedras
La nueva música clásica
Enciende mi fuego
Los viajes dentro del viaje
Cuidado con esa hacha
La piedra rueda en México
Woodstock/Altamont
Los cambios en los setenta
La muerte del rock
Los nuevos rucos
Otros príncipes charros
Que chingue a su madre el mundo
Venga la lana
Rock electrónico
La nueva-pero-después-de-todo-no-tan-nueva ola
La charrita del cuadrante
Los ochenta ladrones
La tierra de las mil transas
Discografía básica de rock
Sencillos
Discos de larga duración
Obras colectivas
Chimal y el bien son uno
¡Que viva Caicedo!
Coda
Por José Agustín Ramírez
Clásicos instantáneos
Al infinito y más allá…
Banquete en el cielo
Epílogo y posdata
Discografía básica de 1980 a la actualidad
1980
1990
2000
2010
2020
Fotografías
Sobre este libro
Sobre el autor
Créditos
Prólogo
José Agustín y la nueva música clásica
Alberto Blanco
Se están cumpliendo 55 años de la aparición de La nueva música clásica, un modesto libro —menos de 80 páginas impresas por el Injuve en los Cuadernos de la Juventud, que dirigía entonces René Avilés Fabila— de José Agustín. Aunque 16 años más tarde —en 1985— publicó una nueva, repensada, refinada y amplificada versión de este libro, la primera edición sigue siendo un tesoro para todos los amantes del rock en México, por más que el propio José Agustín en un arranque de muy severa autocrítica haya confesado en El rock de la cárcel, su libro de memorias de 1985, que esa primera versión le parecía más que insatisfactoria:
Como Abolición de la propiedad no me bastó, escribí la primera, excesivamente tierna, versión de mi libro sobre rock La nueva música clásica. […] El libro, por una serie de razones [que José Agustín no hace explícitas], me salió de la patada, y sólo sirvió para dar un panorama global y relativamente confiable, para enfatizar que el rock no era ni moda transitoria ni penetración-imperialista-chico; su única virtud consistió en presentar la idea de que el rock es una nueva música clásica, como también lo es el jazz; ambos constituyen auténticas formas artísticas y abarcan lo mismo el estrato popular, accesible, y el más culto y elaborado.
Más allá del discutible calificativo de “tierna” y de discrepar de la aseveración de que la obra le salió de la patada, lo que me interesa aquí rescatar es su declaración de que el libro “sólo sirvió” (como si en esos momentos —mayo del 68— esto fuera poca cosa) para dar un panorama global y confiable del rock (sin el “relativamente”), y para enfatizar que no se trataba de una moda transitoria, sino de una forma de arte.
Nadie, que yo sepa, se había ocupado en la literatura mexicana del rock en esa época, y mucho menos se había atrevido a ir tan lejos como José Agustín al calificar al rock como una nueva música clásica. Ninguno de sus contemporáneos hizo cosa semejante. Y tuvieron que pasar todavía algunos años —hasta el advenimiento de mi generación— para que el rock fuera visto como un potente vehículo para hacer arte. Muchos sentimos en aquellos momentos que se gestaba algo muy grande: una serie de músicos geniales estaba transfigurando un género de música popular en un vehículo de alto poder… pero en México, sólo José Agustín lo vio y lo dejó escrito con increíble claridad. Un adelantado.
Ha pasado ya más de medio siglo desde que se publicó La nueva música clásica, y no deja de sorprendernos la grata frescura que se desprende de sus páginas. Una visión al alcance de todos los adolescentes de aquellos tiempos y, tal vez, de estos tiempos también, por más que el rock, como género musical, sea considerado por muchos como polvo de la historia y no una realidad vibrante y vigente. Para mí, como para tantos otros chavos en 1968, La nueva música clásica se convirtió de inmediato en un mapa y una guía. No sólo desfilaban por sus divertidas páginas todos mis grupos favoritos, sino que allí se hablaba por primera vez en México de grupos que nadie —o casi nadie— conocía entonces.
¿Cuántos amantes del rock en México habían escuchado los discos del Captain Beefheart en 1968, cuando su valedor, Frank Zappa, apenas si aparecía en el radar de unos cuantos conocedores? ¿Quién había oído hablar entonces de The Fugs, la banda de los poetas Ed Sanders y Tuli Kupferberg, o de The Nice, la primera gran banda de Keith Emerson, anterior al muy famoso Emerson, Lake & Palmer? Y no se diga bandas mucho más raras y subterráneas como Rotary Connection, The Peanut Butter Conspiracy y Ultimate Spinach, o como el insigne H. P. Lovecraft, cuyo conocimiento y disfrute le debo a José Agustín.
Gratísimo me resultó leer en La nueva música clásica que su precoz autor consideraba Shine On Brightly y A Salty Dog, de Procol Harum, la cima del rock de aquellos años. Yo todavía sigo creyendo que los tres primeros discos de Procol Harum —el epónimo Procol Harum, de 1967; Shine On Brightly, de 1968, y, sobre todo, A Salty Dog, de 1969— deben ser considerados como parte de la cadena de los Himalayas del rock, entendido éste como un vehículo para hacer arte. El hecho de coincidir en esta apreciación con José Agustín desde un principio cimentó en buena medida nuestra amistad. En su libro ilustrado Los grandes discos de rock, 1951-1975, confiesa: “Si trato de ir hasta el fondo, pero de veras hasta el fondo (hasta el fondo) de mí mismo, debo reconocer (yo, Édgar Arturo Kerouac) que mi grupo favorito de todos los tiempos es Procol Harum. Me pega durísimo”.
El concierto que dio Procol Harum en 1975 en el viejo Auditorio Nacional de la Ciudad de México fue el primero que pude escuchar como Dios manda. Mi primer concierto de rock en toda forma. ¡Y vaya que Procol estaba aún en toda forma! Casi no se podía creer… Cuando el rock, por decreto presidencial, había dejado de existir… o casi; cuando sólo unos cuantos focos de resistencia como los —más que inenarrables, inerranables— hoyos fonquis mantenían de alguna forma la llama encendida en las cavernas; cuando, para acabar pronto, casi no había luz… frente al negro telón de fondo, ¡Procol Harum, uno de los más altos exponentes del rock en México! Y entre la banda sedienta y hambrienta de escuchar buen rock en México, José Agustín, claro, como todo el Auditorio a reventar, en éxtasis.
Para muchos chavos en México en la segunda mitad de los años sesenta los artículos que José Agustín y Juan Tovar escribían en el suplemento cultural de El Heraldo de México fueron recibidos como agua en el desierto. Se trataba de notas traducidas de revistas gringas acerca del rock y los grupos entonces en boga, algunas notas sobre cine y artículos y reseñas de la autoría de estos dos escritores. Como bien recuerda el gran conocedor de rock Pedro Moreno:
Juan Tovar, aunque después se desrocanrolizó, fue también uno de los críticos de rock más inteligentes que tuvimos. El par [José Agustín es el otro] sacó unas antologías fabulosas, donde aparecían las letras en inglés y en español, traducidas por ellos; una selección de canciones de los grupos y solistas de mayor fama; recuerdo, evidentemente, Beatles, Rolling, Dylan, Donovan, Hendrix, Janis, Incredible String Band, Leonard Cohen, Jefferson Airplane, et al. El Heraldo del Domingo llegaba casi en la noche a la ciudad de Monclova, donde un adolescente como yo vivía, y la verdad lo esperaba con ansia. Juan Tovar sacó una vez un artículo sensacional en dos partes llamado “El rock del reposo”.
Es muy difícil imaginar hoy, bien entrado el nuevo milenio, la atmósfera que privaba en el país en ese entonces, lo cuadrado y pacato que era todo. Conseguir en esos años un buen disco de rock era toda una aventura. Aún puedo recordar perfectamente la noche en que fui por mi disco de los Young Rascals (Groovin’) a El Gran Disco, de Balderas; o esa otra vez en que pude conseguir el primer disco de Pink Floyd, The Piper at the Gates of Dawn, en Yoko; o el Last Exit de Traffic en Hip 70. O el hallazgo punto menos que inverosímil de discos raros, como el segundo de H. P. Lovecraft o el primer acetato de Fever Tree. Difícil también se presentaba el panorama de la radio musical en México, salvo excepciones muy notables y, por ello, dignas de todo encomio, como el legendario programa de Radio Capital, Vibraciones, que se transmitía de lunes a viernes de 9:30 a 11:00 de la noche. Como escribió Hugo García Michel, jefe de redacción de la extinta revista La Mosca:
Gracias a Vibraciones, muchos conocimos a Janis Joplin and the Holding Company, a Jefferson Airplane, a Bob Dylan, a Canned Heat, a Jimi Hendrix, Doors, Pink Floyd, It’s a Beautiful Day… y un largo etcétera. Incluso un grupo que en los años siguientes se haría popularísimo en México. ¿Su nombre? Creedence Clearwater Revival. Los Cridens.
Pero para 1968 las cosas comenzaron a cambiar en México. Para todos, en todas partes, y para mí en lo personal. Mucho tuvo que ver en todo ello, por supuesto, el movimiento del 68 que, más que causa de las transformaciones, fue la culminación de éstas. Por muchas razones —entre otras, la edad y las económicas— comencé a tener acceso directo a muchos más discos, y a más y mejores propuestas musicales. Las canciones y los álbumes eran cada vez más sofisticados. Y en poco tiempo estaba ya conspirando con un grupo de amigos para formar nuestra primera banda: La Comuna. Al igual que nosotros, muchos otros chavos hartos ya de soportar el paupérrimo panorama musical de México, decidimos comenzar desde cero y empezamos a componer y a tocar nuestra propia música con mil limitaciones. Pero esa es otra historia.
Entre las muchas cosas excepcionales que sucedieron en México en 1968 y, particularmente, en lo que toca al rock, hay que hacer énfasis en la publicación de La nueva música clásica. Es bien poco lo que puedo insistir en el hecho de que el libro, sin antecedentes en México, era una joya en una piara. Es inexplicable cómo le hizo Pep Coke Gin (así le decía Parménides García Saldaña) para tener, escuchar y apreciar tantos discos que para la inmensa mayoría eran inaccesibles; punto menos que mitológicos. El hecho es que en este breve volumen su autor, de tan sólo 24 años, nos ofreció un rico y minucioso mapa —no sin algunas fallas, es cierto, como sucede con todos los primeros mapas— valiosísimo para orientarnos en el complejo panorama musical del rock de fines de los años sesenta.
Cito en extenso el inicio del libro de José Agustín porque es el inicio, porque es pertinente y porque se trata del trabajo de un pionero que tenemos que reconocer sin trabas. La nueva música clásica por sí sola colocó al rock en México en otro nivel y permitió captar lo que estaba sucediendo en la música popular en el momento en que estaba sucediendo —un logro verdaderamente asombroso— desde una perspectiva fresca, informada, divertida e inteligente:
El título de este libro es una exageración. En realidad debió ser una nueva forma de la música clásica, o algo así, más cercano a la objetividad. Sería ridículo afirmar que el rock (aunque incorrecto, utilizaré el término por razones de comprensión) es la nueva música clásica, pero creo que ya nadie negaría que el rock se ha convertido en una búsqueda musical digna, compleja y revolucionaria. Leonard Bernstein no titubeó en catalogar “She’s Leaving Home”, la canción de Beatles, a la altura de los mejores lieds de Schubert; y Kurt von Meier, especialista en música clásica, aseguró: “La música popular”, pop music, “es ya una forma artística. ‘Satisfaction’ es la canción más grande que se ha compuesto y yo exijo los discos de Rolling Stones y Beatles en mi curso de apreciación musical en la Universidad de California”.
Cabe hacer notar que en 1968 alguien tan enterado como José Agustín todavía utilizaba el término ‘rock’ con cierta reticencia. “Naturalmente, no todo el rock es arte”, asevera el autor de Se está haciendo tarde (final en laguna), tal vez la novela más pasada y psicotrópica de la literatura en nuestro idioma, pero “los avances del rock experimental no tienen paralelo en la historia de la música”. Y más adelante remataba de forma contundente: “El rock es ya una forma artística porque, simplemente, crea belleza”.
Por lo que toca a las cada vez más complejas letras de las mejores canciones del rock, José Agustín —y como escritor es comprensible que se interesara en ellas vivamente— dice: “los Doors, Jagger y Richards, Lennon y McCartney, Frank Zappa, Lou Reed […] dan su visión del mundo a través de metáforas e imágenes que son verdadera poesía. Esta cualidad de los mejores compositores jóvenes tiene su origen en Bob Dylan”. Ahora resulta evidente que desde sus inicios Dylan se había interesado en la poesía tanto como en la música, pero dudo mucho que hubiera mucha gente en México, o en cualquier otro país de habla hispana, que se diese cuenta entonces de algo que, al paso del tiempo, fue obvio aun para sus detractores: Bob Dylan era, y es, un poeta en toda forma.
El Premio Nobel de Dylan, por cuestionable que les pueda parecer a muchos, no se le dio sólo por oportunismo de la Academia o por una mera casualidad. Hay una obra. Y el hecho de haber llegado a esta revolución musical y literaria en tan poco tiempo es casi inconcebible. Precisamente de esto trata La nueva música clásica; este es el relato de lo que sucedió en unos cuantos años: “el largo [y sinuoso] camino de ‘I want to hold your hand’ a ‘I’d love to turn you on’”.
Esta nueva edición de La nueva música clásica nos invita a adentrarnos en los años mirabilis del rock. Hagámoslo con placer y con los oídos abiertos; y de paso celebremos con su lectura el ogro y el logro. Gracias al ogro y gracias por el logro. Gracias a dos bandas, José Agustín.
1968
La nueva música clásica es el primer intento serio que se realiza para crear una historia de los ritmos modernos y de sus principales exponentes; un intento valorativo para hacer notar su real importancia, su trascendencia. En menos de quince años, la nueva música iniciada por Elvis Presley, Chuck Berry, Buddy Holly, por citar algunos, ha adquirido un prestigio mundial que jamás se había visto. Y ahora los actuales intérpretes son dueños de fama increíble. Este tipo de música, que está hecho por jóvenes, indudablemente tiene la categoría de arte, aunque muchos se la regateen; existe como gran arte a pesar de los anquilosados y día a día se supera, se transforma positivamente. De la evolución que ha venido sufriendo el rock and roll (usando el término para totalizar) nos habla La nueva música clásica. De cómo se ha ido conformando hasta llegar a los altos niveles que ahora tiene. De cómo a los instrumentos tradicionales del conjunto moderno se le fueron añadiendo otros, clásicos o populares. De cómo aparecieron sonidos más audaces, más elaborados; matices siempre maravillosos. De cómo las letras de las canciones dejaron las boberías para cobrar un sentido poético, social, pero en todos los casos letras inteligentes, bellas, innovadoras. La breve secuencia que se inicia allá por 1955 y que llega a los Beatles, a los Rolling Stones, a los Bee Gees, a los Mothers of Invention, a Bob Dylan, es extraordinariamente enriquecedora para la música moderna en sus diferentes facetas, incluyendo lo que podríamos denominar música culta. Los Beatles, digamos, de un lp a otro corren con botas de siete leguas, obligando al escucha a seguirlos por su mágico y genial mundo de sonidos. Y en general saltan las sorpresas musicales que pasman, que le imprimen otro sentido a la vida. La importancia de este Cuaderno se magnifica cuando pensamos en que por vez primera tenemos a la mano un material de estudio abundante, inteligente y agudo que incluso recurre al análisis sociológico, aparte, claro está, del estrictamente musical. José Agustín es todo un experto en la materia, un investigador a conciencia y un estudioso de los clásicos y de los ritmos modernos. Siempre al día de lo que sucede en el mundo de la música, añade al final de su trabajo una discografía básica.
José Agustín nació en 1944. Es autor de La tumba y De perfil, dos novelas catalogadas entre lo más importante de la producción de los últimos años. Su autobiografía ha sido sumamente discutida. Multiplica sus actividades culturales, dándole preferencia a la literatura, al cine y a la música.
(Textos de la cuarta de forros original para la edición de La nueva música clásica en los Cuadernos de la Juventud del Instituto Mexicano de la Juventud, abril-mayo de 1968.)
La onda
El título de este libro es una exageración. En realidad debió ser una nueva forma de la música clásica, o algo así, más cercano a la objetividad. Sería ridículo afirmar que el rock (aunque incorrecto, utilizaré el término por razones de comprensión) es la nueva música clásica, pero creo que ya nadie negaría que el rock se ha convertido en una búsqueda musical digna, compleja y revolucionaria. Leonard Bernstein no titubeó en catalogar “She’s Leaving Home”, la canción de los Beatles, a la altura de los mejores lieds de Schubert; y Kurt von Meier, especialista en música clásica, aseguró: “La música popular [pop music] es ya una forma artística. ‘Satisfaction’ es la canción más grande que se ha compuesto y yo exijo los discos de Rolling Stones y Beatles en mi curso de apreciación musical en la Universidad de California”. Testimonios semejantes, de gente estudiosa, existen por montones y sociólogos, siquiatras, escritores, gurús, sacerdotes, hippies, esotéricos, críticos y compositores de música clásica han formulado opiniones y elaborados estudios sobre las formas musicales de la juventud de todo el mundo: el rock no puede circunscribirse a fronteras, sino que se desarrolla en todos los países aclimatándose a sus características. El rock no es patrimonio de Estados Unidos, aunque allí haya surgido. Se da en todas partes y existen grupos estupendos en Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Alemania, Suecia, Australia, España, Italia, México y muchos países más; el rock no se riñe con el temperamento de un pueblo en particular, sino que se identifica con los sentimientos de progreso, amor y alegría de la juventud de cuerpo y espíritu. Además, Beatles, Rolling Stones y Who —entre otros grupos— han demostrado que se puede —se debe— rescatar las tradiciones folclóricas para asimilarlas en el rock.
Naturalmente, no todo el rock es arte. Aún predominan los cantantes y conjuntos que hacen música comercial, para divertir, bailotear, entretener. Sin embargo, aun en esos conjuntos ha habido cambios: Raiders, Supremes, Dave Clark, Monkees, Association, Box Tops, Animals, etcétera, han empezado a cuidar más sus piezas, a introducir elementos electrónicos e instrumentos no convencionales (desde los barrocos hasta los exóticos) para experimentar. Basta analizar un clásico de la prehistoria (“Hound Dog”, por ejemplo) y compararlo con un disco de oro de 1968 (“Daydream Believer”, digamos) para advertir la evolución tan extraordinaria que se ha llevado a cabo en doce años en el terreno “comercial”. Los avances del rock experimental no tienen paralelo en la historia de la música.
Y no toda la música popular es tan comercial: los versos de muchas canciones no dicen trivialidades, sino que exponen un punto de vista fresco e inconforme de la sociedad contemporánea. Que esta inquietud tenga éxito es aún más significativo: hay millones de jóvenes interesados en lo que dicen estos conjuntos y que evolucionan con los rocanroleros. Cada canción de este tipo es un cartucho de dinamita para los convencionalismos y las sagradas costumbres de los sistemas sociales que padecemos. Se puede generalizar un poco y decir que el buen rock, en sus letras, se manifiesta en contra de la hipocresía, la mezquindad, el egoísmo, la mojigatería, el fanatismo, el puritanismo, el patrioterismo, la guerra, la explotación, la miseria social e intelectual; y la lucha por la paz, el amor, la creatividad y el cambio de todo lo obsoleto.
El rock es ya una forma artística porque: simplemente, crea belleza y manifiesta la realidad catalizada, implica mucho esfuerzo y mucha dedicación, y ofrece un nuevo orden estético que ninguna corriente de la música y, por supuesto, ninguna otra disciplina artística puede entregar. Las características anteriores se ajustan, hasta el momento, a un grupo reducido de músicos, pero su influencia abarca de una manera u otra a todos los demás, quienes se esfuerzan por expresar algo distinto: hasta Peter Tork, de los Monkees, dice en “For Pete’s Sake”: “El amor es comprensión, está en todo lo que hacemos; en esta generación haremos brillar al mundo”. Al igual que Tork, otros jóvenes músicos han tenido que cambiar el enfoque de sus composiciones. Sin embargo, subsiste la diferencia: mientras Neil Diamond, el trío Holland-Dozier-Holland, Bonner & Gordon o Tommy Boyce y Bobby Hart son más o menos obvios, los Doors, Jagger y Richards, Lennon y McCartney, Frank Zappa, Lou Reed, etcétera, han aprendido a evitar las concesiones, lo bobo, el panfleto; y dan su visión del mundo a través de la autenticidad y de metáforas e imágenes que son verdadera poesía. Esta cualidad de los mejores compositores jóvenes tiene su origen en Bob Dylan.
Todos los grandes músicos y compositores populares de la actualidad son menores de treinta años: los nacidos en 1940 son ya medio ancianos y la mayoría nació entre 1941 y 1949, hasta Frank Zappa, que aparenta más edad. Esto es importante pues los jóvenes siempre se han inclinado por un cierto tipo de música, mas antes esa música era compuesta e interpretada por gente adulta: Frank Sinatra, Al Jolson y Pedro Infante, por ejemplo, no eran tan jóvenes cuando surgieron como ídolos. De la misma manera, sus orquestas, sus compositores y toda su organización se hallaban formadas por adultos. Pero cuando el rock and roll estuvo en su apogeo, los jóvenes tuvieron intérpretes de su edad. Hasta entonces se rompió, en toda la línea, la creencia de que se necesita edad para tener éxito y para lograr una obra. Y cuando los cantantes se volvieron buenos músicos y compusieron, se pudo plasmar una ideología juvenil y progresista; y pudieron llegar, más que nadie, a conmover e influir en los jóvenes. Esto es muy importante si se toma en cuenta que en Estados Unidos, por ejemplo, se editan más de cien discos sencillos cada semana destinados a un núcleo de personas menores de veinticinco años, y es de ese núcleo de donde salen las personas más entusiastas y activas que transformarán y enriquecerán el mundo, que adquirirán conciencia de los problemas que nos agobian. De esto es responsable, en una buena medida, la música popular; Christopher Porterfield, de Time, es objetivo al reconocer que la influencia de los Beatles, en cuestiones de tipo social y aun político, es inmensa. Naturalmente, no todos los músicos jóvenes tienen la influencia de los Beatles, pero su radio de acción es muy considerable: de cada sencillo que graban se venden cientos de miles de copias. Esta influencia es positiva porque ninguno de los grupos en cuestión canta estupideces (eres mi chica ye ye / y bailas a gogó / a mi novia le dicen la Patotas eh eh Patotas / sigue con tus movidotas / Reinalda quítate esa minifalda / cuando bailas a gogó / se te ve hasta la espalda / déjame bailar / y vacilar / y que todos se vayan a volar), o canallas apologías de los asesinos Gorras Verdes, como Barry Sadler. Los nuevos conjuntos tratan de comunicarse y se preocupan por aprender y mejorar; han logrado, a través de un proceso muy rápido, asimilar todas las formas musicales (clásico: cantos gregorianos, Bach, Vivaldi, Mozart, Beethoven, Richard y los Juanes Strauss, Offenbach y Sibelius, Ravel, Villa-Lobos, Revueltas, Boulez, Varèse, Stravinsky, Honegger, Milhaud, Hindemith, Bartók, Cage, Shostakóvich, Britten y Stockhausen; jazz: Jelly Roll Morton, el primer Ellington, Charlie Parker, Miles Davis, Monk y el Modern Jazz Quartet; folk gringo: Leadbelly, Woody Guthrie; blues: Muddy Waters, Hank Williams; música más o menos folclórica: ragas indias, sones veracruzanos y paraguayos, ritmos cubanos y africanos, sambas, tangos, canciones francesas, austriacas, australianas, chinas, japonesas; etcétera, muchos etcéteras) y el resultado ha sido la música abierta: Zappa y Jefferson Airplane exploran las experiencias del ácido y la mariguana; George Harrison busca en la música india; los Rolling Stones pasan del acordeón francés al arpa con clavecín para trascender los sones veracruzanos. Todos los caminos están abiertos y se sabe cómo recorrerlos. Además, los conjuntos ya no compiten sino que han aprendido a reconocer: lo que alguien descubre es beneficioso para el otro y todos están en la misma onda.
Dave Crosby, de los Byrds, desliza estas ideas: “Los grupos de rock tienen que emplear mensajes telepáticos o no pueden tocar buena música. Se puede obtener un setenta por ciento de calidad con la técnica, mas para lograr la magia hay que estar con tu compañero. Hay que saber qué sucede en niveles que no son expresables con palabras. O puede suceder que a los cuatro nos venzan nuestros egos y olvidemos que nos amamos el uno al otro, que todos somos la misma persona y que es bueno. Cuando recordamos eso, tocamos música; cuando lo olvidamos, hacemos ruido”. George Harrison asegura en una canción: “Y el tiempo vendrá en que veas que todos somos uno y que la vida fluye dentro de ti y sin ti”. Entre los buenos conjuntos se han lanzado casi como consigna las frases de los Beatles: “I get by with a little help from my friends” y “I’d love to turn you on”. Además, se hallan seguros de que lo que quieren comunicar bajo esas premisas sea comprensible por todos, pero especialmente por los adolescentes. Frank Zappa, líder de los Mothers of Invention, afirma: “Yo creo que los muchachos están listos para cualquiera de nuestros discos”, todos son sumamente experimentales y desconcertantes; y agrega: “Creo que toda esta decadencia es muy asqueante; me gustaría que se acabara, estoy hasta el copete. Este sistema está basado en falacias. Nuestra moral, por ejemplo. Ningún animal, incluido el hombre, está hecho físicamente para vivir bajo semejante moral. La gente tiene que dejar de ser hipócrita y tiene que pensar y considerar tanto la mente como el cuerpo cuando redacte sus leyes”. Lo anterior se refuerza con la siguiente declaración: “Los muchachos están tratando de pensar, pero les es difícil: nunca se les ha enseñado a hacerlo. No se les ha enseñado a que realmente se vean a sí mismos; yo también he estado tratando de pensar”. Estas palabras pertenecen a Mick Jagger, de los Rolling Stones, quien fue procesado por fumar mariguana. Y si alguien piensa y crea belleza como Jagger qué importa que fume mariguana, se masturbe o viaje con ácido; a fin de cuentas, cuando Mick Jagger o Bob Dylan o Jim McGuinn o Frank Zappa o Grace Slick fuman mariguana no andan invitando a la gente ni le echan el humo en la cara. Dave Crosby define el asunto con claridad cuando asegura que fuma mariguana y viaja con ácido porque esa es su onda, pero en realidad él se realiza cuando toca y compone, no cuando se droga; además, admite que no es necesario el Acapulco Gold o el ácido para lograr buena música, reconoce que si los Beatles abandonaron las drogas, perfecto (“las drogas fueron para nosotros como tomar una aspirina sin tener dolor de cabeza”, dijo Paul McCartney), pero impone la Ley Dorada de California: “No te metas conmigo y no me meteré contigo, y vive como quieras pero déjame vivir como quiero, y no trataré de meterte mis ideas si no tratas de meterme las tuyas”. Lo principal es buscar comunicación y amor: para gente que vive en el paraíso de la enajenación y la mediatización, llevar a semejante ideología es más que ovacionable.
Este espíritu objetivo, respetuoso y progresista se advierte en casi todos los buenos rocanroleros, ya sea en las canciones que escriben —porque casi todos interpretan sus propias composiciones— o cuando formulan una declaración. John Densmore, baterista de los Doors, dice: “Yo trato de tocar melodías, no nada más acompañar con uno-dos-tres-cuatro”. Y Paul Kantner, de Jefferson Airplane: “Uno siempre está aprendiendo. Aunque sólo se toque la guitarra, se aprende. Y aprender con otros cuatro amigos aumenta cuatro veces lo aprendido”.
Llegar a esta revolución musical es casi inconcebible en tan poco tiempo. Es el largo camino de “I want to hold your hand” a “I’d love to turn you on”.
Flashback w|apologies to old Rabelais
en un principio fueron Leadbelly y Woody Guthrie y Muddy Waters y Billie Holiday y Bessie Smith y Ellington y Gillespie y Monk y Modern Jazz Quartet quienes empezaban a emparentarse con Ravel y Stravinsky y Sibelius y Varèse y así vino Ray Charles y llegó
Elvis Presley
al lado de Chuck Berry y Fats Domino y Little Richard y engendró a Gene Vincent y a Buddy Holly y vio surgir a Jackie Wilson y a James Brown y a Otis Redding y luego a las Supremes y a los Beach Boys cuando ya existía
Bob Dylan
quien trascendió a Joan Báez y a Peter, Paul and Mary y a Peter Seeger y engendró a Donovan y a Tim Buckley y a Judy Collins y hasta a Leonard Cohen e influyó y fue influido por
los Beatles
y los Rolling Stones
quienes engendraron a los Kinks y a los Yardbirds y a los Byrds y a los Lovin’ Spoonful amigos de Mamas & the Papas precursores de Grateful Dead y Jefferson Airplane y Peanut Butter Conspiracy y Country Joe & the Fish y Butterfield Blues Band que con Blues Project y Big Brother and the Holding Company volvieron a los Stones y Muddy Waters mientras Frank Zappa y sus
Mothers of Invention
estudiaban a Varèse y con Beatles y Stones se interesaban por Stockhausen y Boulez después de pasar por Bach, Vivaldi & Mozart mientras los Doors improvisaban asimilando el jazz y Vanilla Fudge y H. P. Lovecraft conocían a los clásicos y no recurrían a efectos de estudio y Velvet Underground unía a Dylan con Sade y Jimi Hendrix Experience mezclaba a Georgia con Liverpool cuando los Who y Procol Harum y Cream y Pink Floyd experimentaban y dignificaban a Inglaterra y para entonces todas las corrientes podían ser una sola y todos se amaban y no competían y se ayudaban gracias a Maharishi Mahesh y Ravi Shankar y ácido y Che Guevara y Fidel Castro y así hablaban de este mundo y de otros mundos y Fever Tree y Love y Fugs y Blood Sweat & Tears y Electric Flag y Blue Cheer y Spirit y Nazz y Phluph y Janis Ian y Simon & Garfunkel y Steppenwolf y Iron Butterfly y Clear Light y Free Spirits y hasta los Monkees recibían y empezaban a dar lo que ningún otro arte había dado en tan poco tiempo y que al fin se recogió en México donde Angélica María
y los Dug Dugs y Javier Bátiz y sus Finks y Mayita y Tijuana Five aprovechaban las experiencias para ofrecer otras y seguir adelante.|
Flashback inevitable
Elvis Presley empezó a grabar en discos Sun, en Tennessee. Cuando lo contrató la RCA Victor prácticamente inició el rock, porque Bill Haley & His Comets era un grupo de músicos ya maduros. Después de James Dean, Presley fue el más grande ídolo de la juventud, fundamentalmente a causa de su sinceridad y su aspecto anticonvencional. Era una rebelión contra el mundo adulto a través de patillas, ropa y contoneos obviamente sexuales. Los mayores podían admitir a Pat Boone y a Rick Nelson, eran clean cut kids, pero tenían que aborrecer a Elvis: significaba una explosión de vitalidad y agresividad y sensualidad intolerable. Pero Elvis sabía cantar: no sólo gritaba al contonearse, sino que su voz era hermosa y capaz de ternuras y violencias. Nadie, ni Beatles ni Monkees, ha podido igualar las hazañas disqueras de Elvis Presley: casi cincuenta discos de oro que significan mucho más de 200 millones de copias vendidas, lps exitosísimos, “Heartbreak Hotel”, “Jailhouse Rock”, “Don’t Be Cruel”, “All Shook Up”, “Love Me Tender”, “A Fool Such As I” y muchísimos otros sencillos estuvieron eternidades en el primer lugar de ventas; llegó a reunir hasta seis canciones en los diez primeros lugares del hit parade en una sola semana; ocasionó motines y disturbios en cada una de sus presentaciones; hasta la fecha sigue vendiendo cada disco que saca y continúa en las portadas de las revistas juveniles.
Ray Charles es tan importante como Presley, porque abrió los mercados del rhythm and blues, la música soul, al público pop. Su extraordinaria voz y el alma que fluye en sus arreglos y al tocar el piano han permitido la calidad de Otis Redding, Jackie Wilson, Aretha Franklin, Sam & Dave, Booker T., las Supremes y muchos otros músicos negros. Desde “Georgia on My Mind” hasta “Hit the Road Jack”, pasando por “I Can’t Stop Loving You”, “Mint Julep”, las dos partes de “What’d I Say” y tantas maravillas más, el cantante, compositor y arreglista negro, ciego y drogadicto, ha influido decisivamente en la música moderna.
Buddy Holly, muerto repentinamente en plena juventud, fue otro cantante-compositor cuya música ha servido de lección a todos los grupos contemporáneos. Buddy cantaba primero con los Crickets en discos Brunswick, pero después cantó solo en Coral. De su primera época son “That’ll Be the Day” y “Oh Boy!”. Después vino la ya legendaria “Peggy Sue” (una canción que se adelantó a su época y que no ha envejecido nada) con “Early in the Morning”, “Raining in My Heart”, “Maybe Baby”, “Rave On”, “Words of Love”, “Not Fade Away” (las dos últimas revitalizadas por Beatles y Rolling Stones). Todas son piezas clásicas que sobresalen, sin duda, por sobre la producción de la época.
Chuck Berry es un cantante-compositor negro redescubierto por los nuevos grupos y cuyas piezas han sido obligadas para Beatles, Rolling Stones y los grupos de California. La fertilidad y el genio de Chuck Berry permitieron instrumentaciones mucho más complicadas que las de la época y que han sido debidamente asimiladas ya. Sin Berry y “Memphis”, “Sweet Little Sixteen” (plagiada siniestramente por los Beach Boys en sus inicios squares), “Roll Over Beethoven”, “School Days”, “Rock and Roll Music”, “Johnny B. Goode”, “Maybellene”, “Brown Eyed Handsome Man” y “Nadine”, el rock moderno no sería lo que es.
A mi juicio, éstos son los cuatro grandes precursores del rock actual; por supuesto, quedan compositores como Sam Perkins, Jerry Leiber, Mike Stoller; y cantantes como Little Richard y Gene Vincent y Fats Domino. Sin embargo, su influencia no puede compararse con la de estos cuatro colosos. En sus respectivas grabadoras (RCA Victor, ABC, Coral y Chess) existen lps con los grandes éxitos (cuatro, en el caso Presley) sumamente adquiribles.
El jefe Dylan
El maestro Dylan o el jefe Bob o el genio Bob Dylan nació el 24 de mayo de 1941 en un pueblecito infecto de Minnesota, que aunque lo duden se llama Duluth. Pero no residió en esos parajes, sino que vagó y vivió en Gallup (Nuevo México), Cheyenne (Dakota de Abajo), Sioux Falls (ídem), Phillipsburg (Kansas), Hibbing (Minnesota) y Minneapolis (capital de su estado natal), donde pasó seis aguerridos meses en la universidad. A los quince años tocaba piano, armónica, guitarra y autoharp. En 61 Dylan fue a New Jersey para visitar a Woody Guthrie. Para septiembre del mismo año cantaba en el Village y había despertado el entusiasmo de algunos críticos y de los hips. La Columbia lo contrató y así surgió su primer álbum, Bob Dylan, al que siguió The Freewheelin’ Bob Dylan, The Times They Are A-Changin’, Another Side of Bob Dylan, Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited, Blonde on Blonde y John Wesley Harding. En estos discos desfilan obras maestras como “Song to Woody”, “The House of the Rising Sun”, “Talkin’ New York”, “Highway 51”, “Blowin’ in the Wind”, “Don’t Think Twice It’s All Right”, “Masters of War”, “A Hard Rains A-Gonna Fall”, “The Times They Are A-Changin’”, “With God on Our Side”, “All I Really Want to Do”, “Spanish Harlem Incident”, “Chimes of Freedom”, “Motorpsycho Nitemare”, “My Back Pages”, “It Ain’t Me Babe”, “Love Minus Zero”, “Bob Dylan’s 115th Dream”, “Mr. Tambourine Man”, “It’s All Right, Ma (I’m Only Bleeding)”, “It’s All Over Now, Baby Blue”, “Like a Rolling Stone”, “It Takes a Lot to Laugh, It Takes a Train to Cry”, “Queen Jane Approximately”, “Just Like Tom Thumb’s Blues”, “Desolation Row”, “Rainy Day Women No. 12 & 35”, “Visions of Johanna”, “Leopard-Skin Pill-Box Hat”, “Absolutely Sweet Marie”, “Sad Eyed Lady of the Lowlands”, “John Wesley Harding”, “The Ballad of Frankie Lee and Judas Priest”, “I’ll Be Your Baby Tonight”. Eso, sin contar con que el resto del material de Dylan es de una calidad insólita, aunque a veces él no lo cante como uno quisiera.
Aunque en un principio Dylan pertenecía a esa mezcla neoyorquina que es la música folclórica con canciones de protesta, con antecedentes en Hank Williams, Jelly Roll Morton, Leadbelly, Muddy Waters y Woody Guthrie, sus canciones evolucionaron a lo que alguien calificó como folk urbano y de ahí a la personalísima, onírica, comprometida con el arte y la sociedad, onda Dylan que en su último disco (Harding) enfila hacia la sencillez, la tranquilidad, la melancolía y la espiritualidad.
Musicalmente, toda la música de Dylan es sencilla: obtiene una tonada (la más de las veces bellísima) y la desenvuelve sin variarla. Pero Dylan es aún más importante como poeta (a lo que puede ponerle música le llama canción y a lo que no, poema). Sus construcciones poéticas son sumamente complejas: a veces utiliza versos largos o no, pero juega con las rimas hasta niveles increíbles. La repetición de una rima durante ocho versos, por ejemplo, combinada con rimas internas (en inglés no son nada leoninas) es alucinante. Su virtuosismo manejando sílabas y rimas y juegos rítmicos no tiene precedente y sólo ha sido asimilado recientemente por los Beatles, Leonard Cohen, Sonny Bono, Donovan y otros compositores. En su primera etapa, Dylan manifestaba