Riqueza 360

Javier Morodo

Fragmento

Índice

Índice

Prólogo

Introducción

En búsqueda de la libertad

La utopía de la libertad

1. Espinas en el camino

2. Dinero y estatus: los cimientos

3. Los tres minutos que cambiaron mi vida

4. El viaje hacia dentro de la cueva

5. Sanar también es riqueza

6. El comienzo de la revolución

La revolución de la riqueza

7. Los cinco pilares del círculo de la riqueza

8. Visión

9. Psicología

10. Finanzas

11. Inversión

12. Riqueza

13. Fórmula de la riqueza

Regresando el regalo

Cierre

La gran batalla

Epílogo

Agradecimientos

Sobre este libro

Sobre el autor

Créditos

Conocí a Javier Morodo hace varios años, a través de amigos en común, y desde entonces nuestra relación ha estado marcada por la admiración mutua, el respeto y un constante intercambio de ideas y aprendizajes. Javier es una persona que siempre ha buscado algo más allá de lo obvio, que ha explorado no solo los caminos tradicionales del éxito, sino también aquellos menos transitados, que llevan al autodescubrimiento y a la verdadera riqueza. Su libro, Riqueza 360, es un reflejo de ese viaje, un compendio de sabiduría que ha acumulado a lo largo de su vida y carrera. Es un honor para mí, como su amigo y colega, tener la oportunidad de compartir algunas reflexiones sobre él y su obra en este prólogo.

A lo largo de los últimos seis años, he tenido el privilegio de entrevistar a muchas de las mentes más brillantes del mundo de los negocios en mi podcast Cracks, y si hay algo que he aprendido, es que el éxito financiero no siempre viene acompañado de un entendimiento profundo de la riqueza personal. Muchos de estos líderes, a pesar de ser extremadamente exitosos en sus campos, carecen de los conocimientos básicos para gestionar su propia riqueza y alcanzar una verdadera libertad financiera. Este es un vacío que el libro de Javier llena con maestría.

Cuando pienso en Javier, pienso en alguien que nunca ha tenido miedo de desafiar las normas establecidas, de romper paradigmas y de buscar una forma de vida que no solo sea exitosa desde un punto de vista financiero, sino también plena en términos personales y espirituales. Es un hombre que ha recorrido un camino de autodescubrimiento muy similar al mío, en el que ha explorado no solo cómo ganar dinero, sino cómo vivir una vida rica en todos los aspectos.

Riqueza 360 no es solo un manual de finanzas personales; es una guía integral para la vida. Javier nos invita a reconsiderar nuestras creencias sobre el dinero, a entender que la verdadera riqueza no se mide solo en términos de cuentas bancarias, sino en la calidad de nuestras relaciones, en nuestro bienestar mental y físico, y en la manera en que utilizamos nuestros recursos para tener una vida que realmente amamos. Este libro es una herramienta poderosa para cualquier persona que desee construir una existencia de riqueza integral, donde el dinero es un medio, no un fin.

He tenido la fortuna de compartir muchas conversaciones profundas con Javier, tanto dentro como fuera de Cracks Podcast, donde hemos intercambiado ideas sobre la vida, el éxito y lo que significa realmente ser rico. En estas charlas, siempre he admirado su capacidad para ver más allá de lo superficial, para entender que el dinero, aunque importante, es solo una parte de la ecuación. Su enfoque holístico hacia la riqueza es refrescante y necesario en un mundo donde a menudo se glorifica el éxito financiero a expensas de otras áreas de la vida.

Lo que hace de Riqueza 360 un libro tan valioso es que no se trata solo de teoría. Javier ha vivido y experimentado en carne propia los desafíos y las alegrías que vienen con la búsqueda de la libertad financiera y personal. Este no es un libro escrito desde una torre de marfil; es un libro nacido de la experiencia real, de los triunfos y fracasos, de las lecciones aprendidas a través de los años. Javier comparte no solo sus éxitos, también sus vulnerabilidades, lo que lo hace aún más accesible y relevante para cualquier lector.

Además, en un mundo donde las decisiones financieras pueden parecer abrumadoras, el enfoque de Javier ofrece claridad y dirección. Su libro es accesible, práctico y, sobre todo, profundamente humano. Javier ha logrado desmitificar conceptos complejos y los ha presentado de manera que cualquier persona, sin importar su nivel de conocimiento, pueda comprender y aplicar. Esta es una de las grandes fortalezas de Riqueza 360: su capacidad para hablarle tanto al experto en finanzas como al principiante, ofreciendo valor y perspectiva a todos.

Recomiendo este libro no solo por el contenido valioso que ofrece, sino también porque conozco de primera mano la integridad y el compromiso con el que Javier ha abordado su vida y su carrera. Su deseo de compartir su conocimiento y ayudar a otros a alcanzar una vida plena y rica es evidente en cada página. Javier no solo predica sobre la libertad financiera; él la vive, y su camino es una inspiración para todos nosotros.

Otro aspecto que hace que este libro sea imprescindible es la manera en que Javier conecta la riqueza con el propósito personal, algo que en mi experiencia ha significado la diferencia entre una vida llevada de forma reactiva y una vivida con intención que genera no solo resultados sino un sentimiento de profunda plenitud. En Riqueza 360, él nos enseña a manejar el dinero al mismo tiempo que nos desafía a encontrar y perseguir nuestro propósito en la vida. Nos recuerda que el dinero, cuando se utiliza correctamente, puede ser una herramienta poderosa para alcanzar nuestras metas más profundas y para alcanzar una vida llena de significado.

En mi experiencia como entrevistador de líderes y visionarios, he visto cómo muchos de ellos, a pesar de su éxito, luchan por encontrar un equilibrio entre su vida personal y profesional. Riqueza 360 aborda este tema de frente, ofreciendo estrategias no solo para ganar dinero, sino para hacerlo de una manera que esté alineada con nuestros valores y objetivos personales. Este enfoque es esencial para cualquier persona que quiera no solo tener éxito, sino también una vida equilibrada y satisfactoria.

Javier también nos lleva a través de su propio viaje de autodescubrimiento, un viaje que es tanto personal como profesional. Nos muestra cómo ha logrado superar sus propios obstáculos y cómo ha utilizado esas experiencias para crecer y evolucionar. Este es un libro sobre la transformación, sobre cómo podemos utilizar nuestras experiencias, tanto buenas como malas, para construir una vida de verdadera riqueza.

Finalmente, quiero destacar que Riqueza 360 es más que un libro; es un llamado a la acción. Javier nos desafía a tomar control de nuestras vidas, a ser intencionales con nuestras decisiones financieras y a no conformarnos con menos de lo que realmente queremos. Este es un libro para aquellos que están listos para dar el siguiente paso en su vida, para aquellos que están dispuestos a hacer el trabajo necesario para alcanzar una verdadera libertad financiera y personal.

Es un honor para mí escribir este prólogo, no solo como amigo, sino como alguien que ha aprendido y se ha inspirado en el viaje de Javier. Estoy seguro de que los lectores encontrarán en Riqueza 360 una guía indispensable para alcanzar no solo la libertad financiera, sino también una vida plena y significativa. Javier Morodo es un líder, un visionario y un verdadero ejemplo de lo que significa vivir una vida de riqueza en todos los sentidos.

“ Es mejor morir luchando

por la libertad

que ser prisionero todos los días

de tu vida.

  Bob Marley ”

INTRODUCCIÓN En búsqueda de la libertad

¿Qué es para ti la libertad? Quizá es muchas cosas. O quizá es de esos conceptos tan etéreos y simples que, paradójicamente, son difíciles de describir. Yo, al menos, entendí su verdadero significado muchos años después de haberla perdido.

Imagina por un segundo qué sería de tu vida si perdieras tu libertad. Y no hablo solo de tu libertad física, sino de una pérdida de libertad quizá más escalofriante. Me refiero a que en algún momento crearas en tu mente una prisión imaginaria, con barreras prácticamente imperceptibles y que parecieran indestructibles. Yo vivía en esa prisión. Por eso comenzó esta búsqueda.

Recuerdo perfectamente el paisaje desde aquel tren rumbo a Saltillo: el camino semidesértico decorado con los rojizos rayos del sol que se colaban sigilosos entre los árboles dándome un espectáculo de perfección y armonía justo en medio de un escenario que olía a caos; desértico, árido y, aun así, sorprendente y maravilloso. ¡Qué paradoja! Tal vez, todo aquello era un aviso, un augurio de lo que estaba a punto de ocurrir en mi vida. Quizá estaba frente a un espejo cuyo reflejo no era capaz de percibir. Un caos dentro de una hermosa y natural fachada. Había esperado con muchas ganas ese viaje y todo parecía estar bien en mi vida. O quizá ni siquiera era consciente de los problemas a mi alrededor. ¿Y cómo serlo con tan solo siete años? Era la primera vez que me iba de campamento y sentía una ilusión enorme por lo que me depararía la experiencia. Entre juegos, nuevas amistades, amaneceres solo concebidos en la cabeza de algún artista plástico o un gran escritor, viví uno de los momentos más hermosos de mi niñez.

Pero todo cambió cuando llegué a casa. Esa tarde jamás la olvidaré.

Al regreso del campamento entré súbitamente directo a mi recámara, sin avisar a nadie, sin darme cuenta de lo que estaba ocurriendo ahí mismo. Me escabullí hacia la calle para jugar fútbol como tantas otras veces lo había hecho, solo que esta vez sería diferente; estaba lejos de imaginar que esa misma tarde marcaría un antes y un después en mi vida. Concentrado en el juego no me di cuenta del vecino que dirigía sus pasos hacia mí.

—Oye, Javier, ¿cómo estás? —preguntó en tono inquisitivo.

—Bien —respondí en automático. Mi atención estaba por completo en el juego.

—¿Seguro? —insistió.

Y ahí sí comencé a ponerle atención. Su pregunta inquisitiva y hasta morbosa me confundió.

—Sí, seguro. ¿O de qué hablas? —fui yo quien ahora hacía las preguntas.

—Pues… quería saber cómo te sentías por la muerte de tu papá.

“La muerte de tu papá…” Sus palabras no tenían ningún sentido. Pasé en segundos de la confusión al enojo. ¿Quién puede ser tan imprudente como para hacer una broma de tan mal gusto a un niño que juega fútbol con sus amigos a la mitad de la tarde?

—No sé de qué hablas. Mi papá está vivo —respondí con algo de rabia.

Pero sus palabras permanecían rumiantes en mi cabeza y de inmediato sentí la necesidad de correr a casa. Al cruzar la puerta, una comitiva familiar esperaba. Sentados en la sala, todos voltearon a mirarme. De repente una fría ventisca recorrió mi cuerpo. Lo curioso es que no había viento ni hacía frío; aquella sensación era provocada por mi mente, pero se sentía real, la sentía en el cuerpo. “¿Qué hace toda esta gente aquí?”, me pregunté con nerviosismo. ¿Las palabras del vecino eran ciertas? ¿En dónde estaba mi papá? Una ráfaga de preguntas incesantes me abordaba sin darme oportunidad de pensar en unas posibles respuestas coherentes a cada una de ellas.

En instantes el frío se convirtió en calor. Mis manos empezaron a sudar sin parar y mi frente también. Sin entender nada, intenté hacerme consciente de los hechos. La presencia de mi familia con esas caras largas solo podía significar que quizá lo que el vecino me había dicho no era una mala broma, y ellos venían a contener el momento, lo que se supone que hacen la familia y los amigos en una situación como esta. Pero, si la hipótesis del vecino era cierta, ¿por qué nadie me había dicho nada? ¿En qué momento pasó? ¿Por qué me dejaron jugar fútbol sin tener la cortesía de ir a buscarme para darme una noticia de este tamaño? Más preguntas, más confusión, menos respuestas.

Busqué a mi mamá con la mirada y sus ojos revelaron la verdad, la única que no quería escuchar. Y ni siquiera tuvo que decir una sola palabra. En fracciones de segundo me rompí en mil pedazos. Y mi vida… jamás volvió a ser la misma.

Un día antes de irme al campamento que me llenaba de tanta ilusión, mi mamá se enteró de su muerte. Fue exactamente el 4 de julio de 1991, siete días antes de mi cumpleaños. Tan inesperada noticia le causó un enorme desconcierto. Sin saber cómo decírmelo justo cuando hacía mi maleta para vivir el viaje de mis sueños, optó por callar. Esperaba que sus pensamientos y sus emociones se articularan. Entonces apostó por darse ese espacio que mi ausencia de unos días le proporcionaría para aclarar sus ideas. Me envió al campamento como había sido el plan original y sin decir nada al respecto.

Ahora, todo cobraba sentido. Ella lloraba desconsolada cuando se despedía de mí en la estación del tren, mientras yo imaginaba que nuestra efímera y sutil separación de unos días era la responsable de esas lágrimas que no paraban. Ahora sabía que su llanto era por otra razón. Me quedé inmóvil frente a todo el mundo en aquella sala de mi casa llena de gente. No hice preguntas; es más, no pude decir siquiera una sola palabra. Simplemente corrí a esconderme a mi recámara. En ese momento me sentí tan herido que no pude entender la decisión que mi mamá había tomado. Habían pasado diez días y yo me enteré de la muerte de mi papá por la pregunta casual e impertinente de un vecino en plena calle. ¿Por qué me ocultaron esa noticia por tanto tiempo? Mis emociones me desbordaron y, sin saberlo, empecé a construir la primera barrera en mi mente. Una profunda brecha de desconfianza se abrió de par en par y a partir de ese momento empecé a desconfiar de todo y de todos.

Construí fuertes barrotes emocionales, una cárcel en mi cabeza, la cual me robaría la libertad y la paz por muchos años. Desafortunadamente no fue la única cárcel. Y lo peor es que no era solo yo. Perder la libertad y tener que luchar para recuperarla parecía ser el decreto que me marcó a mí y a mi familia por generaciones.

Mi madre, Corina Morodo, creció en el seno de una familia muy tradicional, donde ser mujer significaba tener menos derechos que sus hermanos varones. Ella es la cuarta de cinco hijos y, aunque después tuvo otra hermana, al principio era la única hija, por lo que se vio confrontada a un cúmulo de paradigmas y restricciones. Siendo tan propio de la época, mis abuelos querían prepararla para ser ama de casa. Dichas imposiciones provenientes del entorno, lejos de llevarla por el camino de la sumisión, exacerbaron su rebeldía.

Las primeras muestras de su férrea personalidad salieron a relucir muy pronto, cuando trataba de hacer valer sus derechos de libertad igualitaria dentro del seno familiar. Por su parte, mi papá, Javier Martínez, fue criado en una familia muy disfuncional, donde el dinero abundaba tanto como la falta de una figura paterna.

Ella, de una familia trabajadora muy conservadora, y él, de una familia más bohemia, encontraron en sus diferencias el caldo de cultivo perfecto para que floreciera un amor muy pasional y poco racional. Y en contra de la voluntad de mis abuelos maternos —en especial porque mi papá había tenido un matrimonio previo donde, además, nació Félix, mi medio hermano mayor—, mis padres se casaron. Buscando alcanzar la libertad que tanto anhelaba tener mi mamá, alejada por completo de la rigidez familiar, decidieron asentarse en Cancún, una ciudad que estaba naciendo y que les ofrecía una nueva promesa de ser libres y de tener una vida aventurera que ambos buscaban experimentar. Como fruto de su amor llegué al mundo en 1984, aderezando una relativa y fugaz felicidad en el hogar. En ese nuevo contexto de absoluta libertad, los excesos desmedidos causaron un estado de disfunción brutal y destructivo manifestado a través de exabruptos, alcohol y violencia intrafamiliar.

En medio de ese escenario caótico mi mamá quedó embarazada de mi hermano y todo se salió de control. Agobiada ante la atmósfera circundante, incapaz de contener el desenfrenado ritmo de adicciones y autodestrucción en que estaba envuelto mi papá, decidió separarse de él, ya que, nuevamente, mi mamá había sido privada de la libertad que había creído alcanzar: la libertad de ser feliz, la libertad de ser ella misma. En la distancia encontró un respiro para dejar atrás ese pasado que lejos de proporcionarle una sensación de ser libre la esclavizaba; entonces fijó como destino la Ciudad de México, y con mi recién nacido hermano y mi pequeña versión de dos años viajó hacia su nuevo hogar.

En medio de lo atropellado de sus decisiones se desplazó al lugar del que alguna vez había escapado: la casa de sus papás. Mi abuelo le ofreció cobijo, pero bajo sus propias condiciones. Ser madre soltera en una época donde serlo era sinónimo de ser juzgada por todo mundo, y considerada como una persona sin posibilidades reales de hacer algo con su vida, era una lamentable sentencia de vida, sentencia que ella nunca iba a aceptar. Le tocó vivir mucha injusticia de género y estigmas sociales, pero se negaba a ser definida por no tener un hombre a su lado. No estaba dispuesta a aceptarlo, ni a revivir los episodios amargos en ese mismo hogar tiempo atrás, mucho menos a condicionar una vez más su libertad. “Por supuesto que no”, le dijo a mi abuelo muchas veces, dejando relucir la naturaleza rebelde que tanto defendía, pese a la situación de vulnerabilidad en la que se encontraba.

Se propuso demostrar que tenía la capacidad de generar valor dentro de la empresa familiar y para ello trabajó… y mucho. Al principio no fue sencillo, ya que mi abuelo demostraba un evidente favoritismo por mis tíos, por ser hombres. Ellos vivían en casas muy grandes mientras nosotros en una muy pequeña. Se rodeaban de lujos, en tanto nosotros vivíamos una vida bastante modesta. Así que, con una despiadada sed de aprendizaje basada en la constancia, mi mamá aprendió del negocio familiar desde los cimientos hasta los más altos niveles y al poco tiempo le mostró a mi abuelo su capacidad y liderazgo. Desarrolló productos innovadores que llevaron la empresa al siguiente nivel y, de esta forma, se ganó más espacios en la fábrica y, más importante aún, el respeto de mi abuelo. El impacto fue tan significativo que permeó hasta en sus vidas personales, sanando su relación. Se volvieron muy cercanos, como nunca lo habían sido, o tal vez como siempre lo fueron.

Durante esos años, mientras mi mamá luchaba por sacar adelante a sus dos hijos pequeños y ser verdaderamente libre, conviví muy poco con mi papá. Lo recuerdo como un padre amoroso en el poco tiempo que estuvimos juntos. Es un poco contradictorio porque también recuerdo su ausencia. Yo esperaba con ansias su próxima visita, la cual muchas veces nunca llegó. Lo que sí llegaba era una carta días después de parte de él justificándose y con eso me tenía que conformar. A veces pienso que esas cartas eran escritas por mi mamá para mitigar el dolor que provocaba en mí cada nueva cancelación de su tan prometida visita.

Mi papá tampoco fue un hombre libre, estaba profundamente enfermo y siendo víctima de sus condiciones… falleció. Vagamente recuerdo esos días amargos, no más allá de la tristeza que embargaba mi corazón y un intenso vacío que llenaba mi cuerpo

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