Un hombre en tacones

Omar Ramos

Fragmento

Título

1

Un homosexual cisgénero
al que le gusta bailar

ALGUIEN NOS TIENE QUE DECIR QUÉ ES SEXO, IDENTIDAD DE GÉNERO, EXPRESIÓN DE GÉNERO Y ORIENTACIÓN SEXOAFECTIVA

Todas las historias sobre personas LGBT+ (y en realidad las de todas las personas) deberían comenzar con sus padres o tutores explicándoles los conceptos sexo, identidad de género, expresión de género y orientación sexoafectiva. Es más necesario que saber andar en bicicleta y tan fundamental como aprender a asearnos.

Si las infancias no poseen esa información, que es necesaria para cuidar su integridad, salud sexual y mental, seguiremos contribuyendo a la existencia de problemas como la homolesbotransfobia, el abuso a menores, los crímenes de odio, las infecciones de transmisión sexual y los embarazos no deseados, con cifras alarmantes. Por eso es importante hacer frente a las personas y los grupos que buscan no dar información sobre sexualidad a los niños en México.

Para hablar de estos conceptos, primero hay que entenderlos. No son sencillos de explicar y tampoco de comprender, sin embargo, tenemos que hacer el esfuerzo para funcionar mejor como sociedad y como seres humanos, se trata de estar del lado correcto de la historia, y con correcto no me refiero a bueno o malo, sino a empático, a tener más comprensión por nuestros semejantes.

Somos como niños descubriendo todos estos términos que tienen que ver con nuestro cuerpo y el entendimiento de nuestra humanidad, así que no te desesperes, trataré de explicártelos de una forma muy básica pero concisa. Y si quieres más información, al final de este libro agregué un anexo con más conceptos relacionados. Aun así, este material sobre el tema se queda corto, pero es un buen primer paso.

Te voy a hacer una pregunta muy sencilla: ¿tú qué eres, un hombre o una mujer?

Es una pregunta que se responde rápido y con mucha seguridad, ¿cierto? A mí me la hizo la doctora Harumi Hirata, psiquiatra fundadora del Centro de Atención Transgénero Integral (CATI), a lo que yo respondí de inmediato: “Pues un hombre”.

Su siguiente pregunta (la cual también te hago) fue: “¿Cuándo te diste cuenta de que eres un hombre?”. Respondí con obviedad: “Desde siempre”. Esa seguridad de saber qué eres, esa sensación, es justo la identidad de género.

Según la Asociación Americana de Psicología (APA, por sus siglas en inglés), la identidad de género es “la sensación profundamente sentida e intensa de una persona de ser un niño, un hombre o un varón; una niña, una mujer o una hembra; o un género alternativo (por ejemplo, genderqueer, no conforme con el género, género neutral) que puede corresponder o no […] a las características sexuales primarias o secundarias de una persona. Debido a que la identidad de género es interna […] no es necesariamente visible para los demás”.1

Es como tú, en tu cabeza, defines tu género. Estás tan seguro de ello porque esa identidad se desarrolla, por lo general, entre los 18 meses y los tres años de edad.2 “Y se consolida a los siete años”, agregó la doctora Harumi.

Antes de continuar, tenemos que abordar la palabra género. El género son todas esas características que social y culturalmente han sido asignadas como “masculinas” y “femeninas”. Debemos tener siempre muy presente que el género es una construcción social, es decir, un término creado por la sociedad.

Te hago una tercera pregunta: ¿cómo expresas esa identidad de género? Usar falda, pantalones (o ambos), maquillarte, dejarte el cabello largo o muy corto, la manera en la que caminas, el tono en el que hablas, las camisas a cuadros o los colores brillantes en tus prendas, todas esas elecciones forman parte de tu expresión de género.

Según la APA, la expresión de género es “la presentación de una persona, incluida la apariencia física, la elección de la ropa y los accesorios, y los comportamientos que expresan aspectos de la identidad o el rol de género. La expresión de género puede o no ajustarse a la identidad de género de una persona”.3

Una pregunta más: ¿qué pasa con los genitales? Puede que pienses: ¿qué no eran los que determinaban si éramos hombres o mujeres? Pues ya vimos que no. Los genitales externos (pene o vulva) forman parte de tu sexo, que no sólo tiene que ver con el pene o vulva, sino con muchas otras cosas en tu cuerpo, como los cromosomas, las gónadas y las hormonas.

¿Todo esto está relacionado con que te gusten los hombres o las mujeres? No tiene absolutamente nada que ver. Eso es tu orientación sexoafectiva, es decir, si te atraen o si te gustan los hombres, las mujeres o ambos o ninguno. Si eres hombre y te atraen los hombres, como es mi caso, es algo perfectamente normal. Como también es perfectamente normal que te identifiques como hombre y te guste pintarte las uñas, usar faldas o bailar como lo hacía Marta Sánchez en el video “Desesperada”. La doctora Hirata resume con exactitud todo esto:

Hay que pensar que todos somos distintos, que no hay nadie igual, que cada quien tiene una identidad, una personalidad, una vivencia. Que cada quien vive las cosas de forma distinta y que tiene pensamientos diferentes. Pensar que todas las personas cisgénero (que se identifican con el género que les fue asignado al nacer) son iguales o que todas las personas trans (que no se identifican con el género que les fue asignado al nacer) son iguales o que todas las personas gay son iguales es ser reduccionista.

Es decir, hay que apostar por la diversidad.

Para concluir, debes recordar esto siempre:

Sexo, identidad de género, expresión de género
y orientación sexoafectivas son cosas distintas
y no tienen por qué relacionarse.

Por desgracia, la conversación sobre estos términos nunca existió en mi infancia, por lo que mi historia (como la de la mayoría de los niños y hombres gays) tristemente tuvo que comenzar con confusión y violencia, pero tú, que sostienes este libro, tendrás muchas herramientas para apoyar a alguien LGBT+ o a algún familiar de alguien LGBT+ y regalarle esa charla que puede representar un cambio importantísimo en su vida.

“¿QUÉ ES UN MAYATE?” O LA INOCENTE VIOLENCIA DEL BULLYING

Tengo muy clara la primera vez que fui víctima de bullying. Tenía siete años y cursaba el segundo grado de primaria. Desde siempre fui un buen bailarín, gracias a las competencias de baile que se realizaban en cada festividad en casa de mi abuela.

Un día todos los de la clase ensayábamos un bailable para algún festival. Desde mi lugar en el patio escolar marcaba mis primeros movimientos de la coreografía, cuando un niño se acercó a mí. Tuvo que dar unos pasos para quedar justo a mi lado e hizo el esfuerzo de desplazarse, sin que nadie se lo ordenara, para decirme al oído lo siguiente: “Tú eres un mayate”. Yo no sabía a qué se refería. Tampoco entendía por qué ese compañero al que llevaba poco tiempo de conocer me asignaba un adjetivo. Le pregunté con inocencia: “¿Qué es un mayate?”, me respondió con ironía: “Ah, ¿no sabes qué es? Pues búscalo en un diccionario”. Luego me dio unas palmaditas en el hombro y regresó a su punto en la cuadrícula para realizar unos torpes movimientos. Una prueba de cómo los niños a su corta edad pueden ser muy astutos, maquiavélicos, malvados e hirientes.

Busqué la palabra mayate en el diccionario y no entendí cuál podía ser la relación entre un escarabajo y yo. Posteriormente pregunté a otros compañeros y me quedó muy claro que lo que este niño quiso hacer fue insultarme. Fui descubriendo que mayate es parte de una serie de términos despectivos para los que se comportan “como niñas”. Esto todavía no tenía nada que ver con quién me atraía, sino con cómo me comportaba. Al parecer, la visión de mi violento compañero era compartida por la mayoría. Ahí me quedó claro que bailar no era una actividad muy bien vista fuera de la casa de mi abuela. Tuve que tomar una decisión: dejar de bailar o comenzar la batalla. Opté por la segunda.

Decidí cantar la versión de Pablito Ruiz de “La malagueña” en un concurso de segundo de primaria. Monté el bailable del 10 de mayo con la canción de moda, “Banana”, de Garibaldi. Yo era la sensación entre las niñas y nos divertíamos mucho. Esto, por supuesto, tuvo consecuencias: las burlas de los niños, las miradas, los murmullos, los gritos de “joto”, las imitaciones. ¿Defenderme con golpes? Bajo ninguna circunstancia, para eso estaban las maestras, los prefectos, la directora. Para eso me hacía el jefe de grupo de cada nuevo salón y por cada insulto había un reporte, por cinco reportes, una visita a la oficina de orientación. Era mi modo de supervivencia.

Era un método eficaz, pero también muy solitario: había que vivir a la defensiva. Evitar los recreos, permanecer en la seguridad del aula. Ya no sólo tenía que ser el alumno brillante para mis padres, sino también para mis maestras y para mis abusadores, para tener el poder de castigarlos por su odio. ¿Por qué me odiaban? ¿Qué les había hecho? ¿Por qué les molestaba tanto que me gustara bailar? A mí nadie me explicó nada.

Cuando finalmente acudí a mis padres en un par de ocasiones (logré llevar toda la situación muy bien, pero tarde o temprano la presión fue demasiada), respondieron que debía defenderme. Yo no entendía por qué no lo hacían ellos, a final de cuentas eran mis padres; por qué no iban con el imbécil e insensato de César a advertirle que jamás se volviera a meter conmigo. Ahora los entiendo: en aquel entonces ese maltrato no tenía ni siquiera nombre, tal sólo eran “cosas de niños”. Socialmente no estaba bien visto que un adulto se involucrara.

Aunque mi abuso nunca fue físico, dejó muchas heridas y me alejó por completo de mi lado “femenino”, que desde pequeño siempre ha estado ahí. Me arrancaron algo que no le hacía daño a nadie y que a mí me hacía feliz.

¿Qué diablos hacer con el bullying? ¿Dónde acomodarlo? ¿Cómo aprendió mi compañero que la palabra mayate puede ser un insulto? Dudo que a su corta edad supiera que, en el argot gay, ese término se emplea para el hombre que tiene sexo con otros hombres como activo (el que penetra). El mayate, gracias a su apariencia varonil, no tiene que asumirse como homosexual. Ese niño tuvo que haber aprendido el insulto de algún adulto, ¿cierto? Un adulto que considera que un hombre comportándose “como mujer” es ofensivo. Y todo ello es machismo, misoginia y homofobia.

¿Qué sabe un niño a sus seis años sobre homofobia? ¿Qué sabe sobre este “miedo o rechazo, consciente o inconsciente hacia conductas o acciones consideradas homosexuales”? ¿Cómo iba a saber que en un futuro, de 2013 a 2018, asesinarían en México a 473 personas LGBT+, la mayoría (40.6%) hombres gays?4 ¿Cuándo iba a pasar por su cabeza todo este odio que muchas personas sienten? Nunca, y eso era por toda la información que le quedaron a deber sobre su sexualidad y, por ende, su vida.

A LOS ADULTOS NO LES GUSTA HABLAR DE SEXUALIDAD

Nuestra falta de información, la vergüenza a la hora de hablar de estos temas, la religión y nuestras percepciones no nos permiten ver que abordar la sexualidad no es hablar exclusivamente del acto de tener sexo.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), “la sexualidad es un aspecto central del ser humano que está presente a lo largo de su vida. Abarca el sexo, las identidades y los roles de género, la orientación sexual, el erotismo, el placer, la intimidad y la reproducción”.5 Así pues, la conversación que sugerí al inicio de este libro, más que un deseo personal, es una recomendación para entendernos mejor como seres humanos. En ningún momento se trata de hablar sobre prácticas sexuales, sino de otorgar a los niños las herramientas básicas para entender su cuerpo y su vida.

Entiendo que mis padres nunca me hayan hablado de sexualidad. Entiendo que sus padres no hayan tenido las herramientas para informarse y por ende compartirles la información necesaria. Pero de eso ya pasaron más de cuatro o cinco décadas, y lo que ahora no entiendo es que, durante la investigación de este libro, expertos en diferentes áreas de la salud, sexualidad y medicina me hayan confirmado que hablar de sexualidad sigue siendo un problema, de hecho, el problema fundamental.

Desde los cinco años ya era capaz de reconocer una diferencia en mí en dos aspectos: el primero, una atracción más fuerte hacia los niños, y el segundo, una fluidez en mi expresión de género, lo cual hace que todos esos ridículos argumentos sobre los infantes como seres impedidos para decidir o pensar en esas cosas se vayan por la borda.

Así que les pregunté a todos estos especialistas: ¿cuándo es prudente comenzar a hablar de sexualidad con los niños? Porque ahí está el origen de todo.

Cuando era niño, una de las primeras voces que me tocó escuchar hablar de sexualidad abiertamente fue la del sexólogo Luis Perelman. Lo había visto en diversos programas de televisión y escuchado en emisiones de radio. La existencia de un personaje de esa naturaleza me resultaba por demás enigmática. ¿De dónde sacaba el valor y la seguridad para hablar de las cosas que hablaba (penes, vulvas, coito, orgasmos, gays y trans) y que no decían los demás?

“Yo hasta hace poco (diez años) decía: ‘Claro, no hay que tocar a los niños, hay que esperar a que los adultos pidan ayuda, tenemos que demostrar que no estamos queriendo influenciar a los niños, que esté claro que no estamos reclutando ni induciendo para que nos dejen trabajar’. Pero después te das cuenta de que los que sí interactúan con los niños son los abusadores, los pederastas, los grupos conservadores que les están jodiendo la vida, que los están metiendo en un molde y los castigan y los violentan si no están en ese molde”, me dijo Luis con la crudeza que ameritan temas tan severos como el abuso infantil, derivados de la nula información respecto a la sexualidad.

Según Luis, la clave para solucionar todos los problemas alrededor de la sexualidad está en la familia, ya que son los padres o tutores quienes se pueden acercar a los niños para hablar de estos temas con toda la naturalidad y confianza. Su trabajo se ha enfocado en empoderar a los padres para que éstos a su vez puedan apoyar a sus hijos en la búsqueda de bienestar.

“Yo pregunto en mis talleres: ‘¿a qué edad se dieron cuenta de que se enamoraban, que les gustaba alguien?’. Y no es raro escuchar que a los seis, siete u ocho años; entonces hay que diferenciarlo, una cosa es el vínculo afectivo y otra cosa es querer coger y otra cosa es hacerlo”, puntualizó Luis.

Uno de los grandes problemas, cuando se supera la barrera del silencio, es que se excluye en todo momento la idea de una orientación sexoafectiva distinta a la heterosexual en los niños y de una expresión de género fuera de las normas establecidas. Por eso mejor no les hablamos de sexo, no se vayan a volver “raritos”, no se les vayan a meter ideas en la cabeza. Luis sabe que estos escenarios han sido comunes por décadas en nuestra sociedad.

“Hay que dar la tranquilidad a los padres de que la orientación sexual y la identidad de género no se elige, es parte integral de quienes somos y es maravillosa sea la que sea, y que está en sus manos que sea una experiencia integradora, bonita o que sea una tortura. Nada de lo que hagan va a influir en cuál es la orientación de sus hijos. Es lo que les digo, pero no me van a creer, hasta que no les queda de otra”, expresó el sexólogo con un tono de hartazgo entendible, pues no ha de ser fácil escuchar una y otra vez historias de padres con consecuencias negativas en la vida de sus hijos por no haberles hablado antes sobre sexualidad.

Como ya lo comenté, voces como la de Luis eran la excepción. La falta de información sobre sexualidad y la diversidad de ésta van generando una sensación de incomodidad, de que algo no está bien y que es incorrecto. Y hace algunas décadas dicha sensación se incrementaba, en mi caso, por no ver en ninguna parte a otros niños y hombres como yo.

SEGÚN LA TELEVISIÓN, ¿QUIÉNES ERAN LOS HOMOSEXUALES?

Mi descubrimiento de las primeras representaciones de hombres gays se dio en la televisión (me centro en ese medio porque como niño y adolescente es lo que consumía; el cine en aquel entonces para mí estaba destinado a cintas animadas o películas de acción, donde lo gay no existía ni remotamente).

Un recuerdo personal se centra en el personaje interpretado por el actor Radamés de Jesús en la telenovela Volver a empezar, de 1994, que tenía por nombre Paul, un estilista, amigo y cómplic

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