La Voluntad 5. La caída (1976 - 1978)

Eduardo Anguita
Martín Caparrós

Fragmento

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La Voluntad es un intento de reconstrucción histórica de la militancia política en la Argentina en los años sesenta y setenta. Y, también, la tentativa de ofrecer un panorama general de la cultura y la vida en esos años. La Voluntad es la historia de una cantidad de personas, muy distintas entre sí, que decidieron arriesgar todo lo que tenían para construir una sociedad que consideraban más justa.

Elegimos las historias que la componen para que ofrecieran un cuadro de las corrientes y espacios sociales de la época. La elección siempre se puede discutir; por otro lado, no todos los que contactamos quisieron dar su testimonio. Pero creemos que la veintena de relatos que se cruzan en su trama muestra cómo era la vida cotidiana, los intereses, odios, convicciones, objetivos, miedos y satisfacciones de los que eligieron ese camino.

La Voluntad es el resultado de años de trabajo. Para escribirla, hicimos unas veinticinco entrevistas de muchas horas cada una y revisamos numerosos archivos. Pero el libro, sin duda, está incompleto. Hay una cantidad de cosas que todavía no se pueden contar en la Argentina contemporánea. O que no se pueden saber, porque sus protagonistas están muertos.

Esas cosas, por supuesto, forman parte importante de este libro. Pero hay mucho que sí se puede contar, aunque hasta ahora muy pocos lo hayan hecho. Todo lo que se relata aquí es, hasta donde sabemos, cierto, y ha sido chequeado cuidadosamente. Sólo fueron cambiados unos pocos nombres, en situaciones que no se alteran por eso. El resto es Historia.

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A Antonio Caparrós

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UNO

 

—Está todo bien, muchachos. Todo es normal y no tengo noticias de movimientos de tropas. El gobierno no negocia ni hay ultimátum militar.

Dijo Lorenzo Miguel a los periodistas que le preguntaron qué pasaba cuando salió de la Casa Rosada, poco después de la hora cero del miércoles 24 de marzo. Él sabía que no era así: se lo había informado Francisco Dehe­za, el ministro de Defensa de Isabel, que acababa de llegar de la sede del Ejército. De su reunión con Agosti, Massera y Videla solo quedaba clara una cosa: el golpe era inevitable. Deheza sintetizó la situación ante Isabel y el resto de los ministros y dirigentes justicialistas reunidos en la Rosada. Era muy simple: los militares no aceptaban ninguna negociación. La mayoría se retiró por la puerta de Balcarce 50. Isabel se quedó en su despacho. Miguel salió con Deolindo Bittel.

—Vamos a seguir conversando mañana.

Dijo Bittel. Poco antes de la una el rambler ambassador negro salió por la explanada de Balcarce y tomó Libertador hacia la quinta presidencial. La mujer que iba adentro no era María Estela Martínez de Perón, sino una sustituta. Por indicación de su edecán militar, la presidenta salió en un helicóptero de la Fuerza Aérea con su secretario privado, Julio González. El edecán les había dicho que era una medida de seguridad ante un posible ataque guerrillero. En realidad, era el principio de la Operación Bolsa. Diez minutos después el helicóptero aterrizó en el Aeroparque: tropas de la Fuerza Aérea lo rodearon y el general Villarreal, acompañado por el brigadier Lami Dozo y el contralmirante Santamaría, se le acercó:

—Señora, está usted arrestada.

El general le pidió su cartera: la señora se la dio y el general le sacó el pequeño revólver que llevaba. Después se la devolvió. El secretario González rezaba un rosario; la viuda de Perón estaba tranquila, pero intentó una última defensa. En un aparte con el general Villarreal, le dijo que estaba equivocado.

—Acá debe haber un error. Ya se llegó a un acuerdo con los tres comandantes. Podemos cerrar el Congreso. La CGT y las 62 me responden totalmente. El peronismo es mío. La oposición me apoya. Yo les doy a ustedes cuatro ministerios y los tres comandantes podrán acompañarme en la dura tarea de gobernar.

—A usted, señora, no le responde nada más que una cúpula de gremialistas corruptos, su peronismo está dividido y la oposición pide masivamente su renuncia.

Cuando le dijeron que se la iban a llevar a la residencia El Messidor, en Bariloche, Isabel Martínez contestó que no tenía ropa. Los militares le dijeron que irían a Olivos a buscarla y le preguntaron quién quería que la acompañara a su nuevo destino.

—Mi gobernanta, por favor.

Media hora después, la gobernanta, una mujer de unos 50 años, les explicó que ella no quería ir «porque yo no tengo ningún vínculo afectivo con la señora, para mí esto era solo un trabajo». A las tres de la mañana, María Estela Martínez fue embarcada en el avión presidencial Patagonia. El golpe militar estaba en marcha. En la Rosada, un oficial aeronáutico se acercó a los periodistas que quedaban de guardia y les dijo que, a partir de ese momento, se abstuvieran de dar información.

—En un rato se va a dar a conocer una proclama.

La noche porteña estaba despejada, agradable: 20 grados y el cielo estrellado. No había nadie en las calles. En los accesos a la Capital los militares empezaban a armar trincheras con bolsas de arena y ametralladoras pesadas. Entre las tres menos cuarto y las tres llegaron comandos a todas las radios, agencias de noticias y canales de televisión. De los regimientos, bases navales y comisarías salieron grupos, algunos de civil, hacia las grandes fábricas, con listas de los delegados, comisiones internas y activistas reconocidos. Otros grupos, uniformados, se presentaron en las sedes gremiales de la CGT, del SMATA y de la UOM. El comando radioeléctrico de la Policía Federal empezaba a transmitir una larga lista de personas buscadas: los cuatro primeros eran el ministro de Trabajo, Miguel Unamuno; el jefe de las 62 Organizaciones, Lorenzo Miguel; y los dirigentes de la construcción y la alimentación, Rogelio Papagno y Hugo Barrionuevo. En el puerto, el buque de guerra 33 Orientales esperaba la llegada de los prisioneros: uno de los primeros fue Carlos Menem. El gobernador de La Rioja se había rapado el pelo y las patillas para tratar de huir, pero no lo consiguió. A las tres y veintiuno se escuchó al locutor, grave, por la cadena nacional:

—Comunicado número uno. Se comunica a la población que a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento de las disposiciones y directivas que emanen de la autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones. Firmado: general Jorge Rafael Videla, almirante Emilio Eduardo Massera y brigadier Orlando Ramón Agosti.

Horacio González lo escuchó en la casa de una amiga, con quien pasaba algunas noches, en el centro y, por un momento, se sintió aliviado. Ya no soportaba más la zozobra, la amenaza permanente de la Triple A. Será terrible, pensó, pero por lo menos va a ser terrible de otro modo. ¿Cómo era eso que decía Max Weber sobre el monopolio de la violencia? Al cabo de un rato, cuando volvi

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