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El nacimiento de un
emprendedor: la certeza
que diluye la incertidumbre
Tienes una vida. Vívela de tal manera que inspires a alguien más.
Robert T. Kiyosaki
Nací y crecí en Perú, al calor de una familia de clase media. Todos en casa trabajábamos en puestos relacionados con el gobierno. Mi padre y mi hermano mayor eran empleados en un banco de propiedad del Estado. Mis otros dos hermanos y yo pertenecíamos a la Marina de Guerra. Eran empleos estables, como tal vez lo sea el tuyo. Este hecho nos daba un cierto grado de seguridad con respecto al futuro, a pesar de ello, era inevitable que nos preocupáramos por el dinero, ya que nuestros ingresos mensuales eran bajos. Cuando cenábamos juntos, por lo general conversábamos acerca del alto costo de la vida y de qué hacer para incrementar nuestros ingresos, pero no contábamos con las habilidades necesarias para emprender ningún negocio por nuestra cuenta.

De izquierda a derecha: mi hermano Alfredo, mi cuñada Mota, mi hermano
Manolo, mi mamá, mi hermano Hernán y yo.
Desde que somos niños nos enseñan a trabajar por dinero. No nos forman para ser empresarios, emprendedores, ni para que el dinero trabaje para nosotros. Es indudable que la educación que todos recibimos está enfocada en promover la resistencia al cambio y no en estimular la creatividad. Más bien, nos predispone a aceptar que la vida “siempre ha funcionado así” y que, por lo tanto, no debe cambiar.
Durante mi formación académica odiaba muchas materias como Física y Trigonometría. Me decían que estas expandirían mi mente, pero en mi caso la contraían. Por esa razón, nunca pasé de ser un estudiante promedio, tipo C.
Aún recuerdo un evento cuando estábamos por terminar la secundaria. Todos tuvimos que presentar un examen para identificar qué profesión se adaptaba mejor a nuestras habilidades. Se trataba de un examen de orientación vocacional. El hecho fue que llegó el día en que el maestro nos dio los resultados a mis compañeros y a mí: “Mario: ingeniero; Raúl: dentista; Ariel: abogado”, y así prosiguió con la lista de estudiantes hasta que llegó mi turno. Lo que viví entonces fue aterrador. El resultado estaba en blanco. El profesor no supo darme una respuesta coherente y yo me sentí perdido, un perdedor, literalmente, un “bueno para nada”.
Lo cierto es que el resultado de la evaluación fue acertado. Ninguna profesión captaba mi atención, ni revelaba mi verdadero potencial. En ese momento palabras como emprendedor, innovador, o la expresión dueño de negocio no formaban parte de los resultados que arrojaba aquel estilo de examen. Dicho de otro modo, el sistema educativo tradicional está diseñado para implantar en los alumnos la mentalidad de empleados en búsqueda de un trabajo seguro, no para emprender; es así de simple. El camino a seguir en la vida era: trabaja duro por dinero, cóbralo, gástalo y sigue así mes tras mes.
Durante mi etapa de estudiante nunca aprendí nada sobre finanzas personales. Lo que sí aprendí —desde niño hasta convertirme en profesional— fue a trabajar duro por un salario, pero nunca escuché a nadie explicarme cómo el dinero podría trabajar para mí, ni cómo multiplicarlo para lograr alcanzar un buen estilo de vida. Así fue hasta que, varios años después, descubrí la educación financiera gracias a Robert T. Kiyosaki y sus libros.
Dicho de otra forma, la educación que la escuela había instalado en mi mente tenía como objetivo prepararme para ser empleado toda mi vida, hecho que generaba en mí un gran miedo a quedar atrapado, como le había pasado a mi padre. Cuando él se retiró en 1970 su salario era equivalente a 2 000 dólares, pero su poder adquisitivo empezó a caer porque su pensión era en soles peruanos, los cuales iban perdiendo valor cada año a causa de la constante inflación y la devaluación de la moneda. El periodo que va de 1980 a 1990 se conoce en Perú como la Década Perdida, fueron años de una hiperinflación disparada. En 1988 los precios al consumidor se incrementaron 144% cada mes y 1 722% anual, llegando a un increíble 7 649% en 1990 y manteniéndose por encima del 10% hasta 1996.
Inflación, precios del consumidor (porcentaje anual) - Perú
Miles

Fuente: Fondo Monetario Internacional.
Recuerdo que en los últimos años de su vida los ingresos de mi padre eran equivalentes a 150 dólares mensuales. Cuando él falleció, mi madre, que tenía 88 años, empezó a recibir 50% de la pensión de mi padre, es decir, 75 dólares mensuales —una cantidad que ni siquiera le alcanzaba para pagar la factura de la luz cada mes—. Eso ocurrió en 2014, después de toda una larga vida de trabajo y pago de impuestos.

Nelly Torres de González-Ganoza, mi madre.
Gracias a Dios, mis hermanos y yo tuvimos el honor de apoyar a nuestros padres para que tuvieran un final de vida digno, pero es evidente que ese no es el punto. ¿Cómo es posible que dediquemos nuestros mejores años a trabajar tan duro para que al final de nuestros días seamos humillados con unos ingresos que son un insulto para quien ha laborado toda su vida? La realidad es que a cualquiera de nosotros nos puede suceder lo mismo. Si no tenemos diversas fuentes de ingresos terminaremos, lo queramos o no, por depender de una pensión de retiro —y ese sí que no es un buen plan—. Yo lo he vivido en carne propia y aprendí mucho de esa dura lección que recibí de mi padre. Hoy en día la mayor parte de las pensiones está sujeta a la Bolsa de Valores que, como sabemos, es demasiado volátil como para depender de ella cuando nos retiremos.
En aquel entonces yo no tenía ni idea de mis carencias. Más bien pensaba que la intensidad con la que trabajaba para el Estado me serviría para darle vida al emprendedor que llevaba en mi interior. Creía que todas las dificultades que afrontaba en el día a día eran lecciones por medio de las cuales aprendería a solucionar problemas. Todo este tipo de limitaciones fue el combustible que me dio la fuerza necesaria para encontrar mi camino y luchar. Tenía el anhelo de cambiar por completo mi entorno, sin saber toda la cadena de aventuras que ello conllevaría.
Lo único cierto cuando se deja un trabajo seguro y se salta al vacío del emprendimiento es la incertidumbre que existe al iniciar un proceso de cambio. La mayoría de las personas te dice que estás cometiendo una locura, cuando en realidad ellas están viviendo precisamente esa vida que tú quieres dejar atrás. En esos casos te recomiendo leer ¿Quién se ha llevado mi queso?, de Spencer Johnson. Te garantizo que esa lectura te ayudará a saber cómo lidiar con el rechazo de la sociedad, de tus padres y de tus amigos cuando empieces a emp