Vuelta a la Tierra (Los 100 3)

Kass Morgan

Fragmento

Vuelta a la tierra

CAPÍTULO 1

GLASS

Glass sentía las manos pegajosas por la sangre de su madre. Se dio cuenta poco a poco, como si lo estuviera viendo a través de una niebla espesa: como si las manos le pertenecieran a otra persona y la sangre fuera parte de una pesadilla. Pero eran las manos de ella y la sangre era real.

Glass sentía cómo tenía la palma de la mano derecha pegada al brazo de su asiento en la primera fila de la cápsula. Y sentía cómo alguien le apretaba la mano izquierda con fuerza. Era Luke. No la había soltado desde que la separó del cuerpo de su madre y la llevó en brazos hasta su asiento. Le apretaba tanto los dedos que parecía que su intención era absorber todo ese dolor punzante del cuerpo de ella y llevarlo al de él.

Glass intentó permanecer concentrada en la calidez de la mano que la tocaba. Se concentró en la fuerza con que apretaba Luke, cómo no mostraba ni un indicio de soltarla, ni siquiera cuando la cápsula empezó a vibrar y caer en picada su trayectoria violenta hacia la Tierra.

Apenas unos minutos antes, Glass estaba sentada junto a su madre, lista para enfrentar el nuevo mundo a su lado. Pero ahora su madre estaba muerta; un guardia enloquecido la había asesinado en su desesperación por conseguir un lugar en la última cápsula que escaparía de la Colonia moribunda. Glass cerró los ojos con fuerza e intentó evitar que la escena se repitiera en su mente: su madre caía, en silencio, al piso. Glass se dejaba caer a su lado y la escuchaba exhalar y gemir pero no podía hacer nada para detener la hemorragia. Glass colocaba la cabeza de su madre en su regazo y luchaba por controlar los sollozos el tiempo necesario para decirle cuánto la amaba. Miraba la mancha oscura extenderse por el vestido de su madre al mismo tiempo que la vida se le escapaba. Miraba cómo el rostro de su madre se relajaba justo después de pronunciar sus últimas palabras: Estoy muy orgullosa de ti.

No había manera de detener las imágenes, así como no había manera de cambiar la verdad. Su madre estaba muerta y Glass y Luke viajaban a toda velocidad por el espacio en una cápsula que chocaría contra la Tierra en cualquier momento.

La cápsula se sacudió con un gran estrépito y varias veces se ladeó bruscamente. Glass apenas lo notó. Apenas percibía la sensación provocada por el arnés que se clavaba en sus costillas cuando su cuerpo seguía los movimientos de la cápsula, pero el dolor por la muerte de su madre le cortaba mucho más profundamente que la hebilla metálica del cinturón.

Siempre se imaginó el dolor como un peso... eso cuando siquiera pensaba en el tema. La antigua Glass no había pasado mucho tiempo pensando en la ansiedad ajena. Eso cambió después de la muerte de la mamá de su mejor amigo. Había visto a Wells recorrer cabizbajo la nave, como si llevara una enorme carga invisible. Pero Glass se sentía distinta, ahuecada, vacía, como si le hubieran sacado toda emoción del cuerpo. Lo único que le recordaba que seguía viva era sentir la mano tranquilizadora de Luke sobre la suya.

La gente estaba apretujada alrededor de Glass. Todos los asientos estaban ocupados y había hombres, mujeres y niños en todos los espacios disponibles de la cabina. Se sostenían unos de otros para no perder el equilibrio, aunque nadie podía caer, estaban demasiado apretados: una masa ondulante de carne y lágrimas silenciosas. Algunos susurraban los nombres de la gente que habían dejado atrás, otros movían la cabeza con desesperación, negándose a aceptar que se habían despedido de sus seres queridos por última vez.

La única persona que no parecía sentir pánico era el hombre sentado inmediatamente a la derecha de Glass: el vicecanciller Rhodes. Miraba directamente al frente, como si no se diera cuenta, o fuera inmune a todos los rostros desconsolados a su alrededor. Una oleada de indignación sustituyó el dolor por un instante. El padre de Wells, el canciller, habría hecho todo lo posible por consolar a quienes estuvieran a su alrededor. Aunque, para empezar, nunca habría aceptado un lugar en la última cápsula. Pero Glass no estaba en posición de juzgar. La única razón por la cual había podido subir a la cápsula fue porque Rhodes las llevó con él cuando abordó por la fuerza.

La cápsula hizo un movimiento brusco que empujó a Glass contra su asiento. La nave se ladeó y luego se inclinó casi cuarenta y cinco grados antes de volver a enderezarse repentinamente y hacer que su estómago diera un vuelco. El llanto de un niño se alcanzó a escuchar a pesar del grito ahogado colectivo. Varias personas gritaron al ver que el marco metálico de la cápsula empezaba a doblarse, como si lo estuviera apretando un puño gigante. El rechinido agudo y mecánico que recorrió la cabina casi les perforó el tímpano y mitigó los gritos y los sollozos aterrados.

Glass se sostuvo con fuerza del brazo de su asiento y tomó la mano de Luke anticipando sentirse arrastrada por una ola de temor. Pero nunca llegó. Sabía que debía sentir miedo, pero los acontecimientos de los días recientes la habían dejado insensible. Fue difícil ver cómo se desintegraba su hogar cuando el oxígeno le empezó a faltar a la Colonia. Fue difícil arriesgarse a hacer una caminata espacial no autorizada para ir de Walden a Fénix, donde todavía quedaba aire para respirar. Cuando ella, su madre y Luke lograron abordar la cápsula, le pareció que todo había valido la pena. Pero a Glass ya no le importaba si nunca llegaba a ver la Tierra. Sería preferible que todo terminara de una vez para no tener que despertar cada mañana y recordar que su madre se había ido.

Miró a su lado; Luke tenía la vista al frente y una expresión dura y resuelta. ¿Estaba intentando portarse valiente por ella? ¿O su extenso entrenamiento como guardia le había enseñado cómo mantenerse tranquilo bajo presión? Él merecía más que esto. Después de todo lo que Glass lo había hecho pasar, ¿así terminaría? ¿Habían escapado a la muerte segura en la Colonia solamente para desplomarse a toda velocidad hacia otro destino terrible? Se suponía que los humanos no debían regresar a la Tierra en otros cien años. Los científicos estaban seguros de que la radiación residual del Cataclismo ya habría desaparecido para entonces. Este regreso era prematuro, un éxodo desesperado que sólo prometía incertidumbre.

Glass miró hacia la hilera de pequeñas ventanas alrededor de la nave. Alcanzaba a ver nubes grises borrosas desde cada portal. Era extrañamente hermoso, pensó, y justo en ese instante las ventanas explotaron en pedazos y montones de astillas de vidrio caliente y metal volaron por toda la cabina. Las llamaradas entraron por las ventanas rotas. La gente más cercana a las ventanillas intentaba frenéticamente agacharse y alejarse, pero no había hacia dónde moverse. Algunos se inclinaron hacia atrás y cayeron sobre los que estaban detrás de ellos. El olor a metal quemado le irritaba la nariz a Glass y otro olor desconocido le provocó arcadas... Con creciente horror, Glass se dio cuenta de que era el olor a carne quemada.

Se esforzó para mover la cabeza a pesar de la fuerza de la velocidad de la

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