Estuche: Las crónicas de DUNE (Las crónicas de Dune II)

Frank Herbert

Fragmento

Capítulo 1

Cada principio es el momento ideal para cuidar atentamente que los equilibrios queden establecidos de la manera más exacta. Es algo que saben muy bien todas las hermanas Bene Gesserit. Así, para emprender el estudio sobre la vida de Muad’Dib, primero hay que situarlo exactamente en su tiempo: nacido en el 57.° año del emperador Padishah, Shaddam IV. Y, sobre todo, hay que situar a Muad’Dib en su lugar: el planeta Arrakis. No hay que dejarse engañar por el hecho de que naciese en Caladan y viviese allí los primeros quince años de su vida. Arrakis, el planeta conocido como Dune, será siempre su lugar.

De Manual de Muad’Dib,

por la princesa Irulan

La semana que precedió a la partida hacia Arrakis, cuando el frenesí de los últimos preparativos había alcanzado un nivel casi insoportable, una anciana acudió a visitar a la madre del muchacho, Paul.

La noche era agradable en Castel Caladan, y las antiguas piedras que habían sido el hogar de los Atreides durante veintiséis generaciones estaban impregnadas del húmedo frescor que presagiaba un cambio de tiempo.

La anciana entró por una puerta secreta y la condujeron a través del pasadizo abovedado hasta la habitación de Paul, donde lo observó un instante mientras yacía en su lecho.

A la débil luz de una lámpara a suspensor que flotaba cerca del suelo, Paul, medio dormido, apenas distinguió la voluminosa silueta femenina que se encontraba inmóvil en el umbral, y la de su madre, un paso más atrás. La sombra de la anciana se parecía a la de una bruja, con sus cabellos como telarañas enmarañadas alrededor de sus oscuras facciones y sus ojos brillando como piedras preciosas.

—¿No es un poco pequeño para su edad, Jessica? —preguntó la anciana. Su voz silbaba y vibraba como la de un baliset desafinado.

La madre de Paul respondió con su suave voz de contralto:

—Es bien sabido que entre los Atreides el crecimiento es algo tardío, Vuestra Reverencia.

—Eso he oído, sí. Eso he oído —siseó la anciana—. Pero ya tiene quince años.

—Sí, Vuestra Reverencia.

—Está despierto y nos está escuchando —dijo la anciana—. Astuto pillo. —Se rio—. La nobleza necesita de la astucia, y si de verdad es el Kwisatz Haderach... bien...

En las sombras de su lecho, Paul entornó los ojos hasta reducirlos a dos líneas. Los ojos de la anciana, que parecían dos óvalos brillantes como los de un pájaro, parecieron dilatarse y llamear mientras se clavaban en los suyos.

—Duerme bien, astuto pillo —murmuró la anciana—. Mañana necesitarás de todas tus facultades para afrontar mi gom jabbar.

Y desapareció, arrastrando afuera a su madre y cerrando la puerta con un ruido sordo.

Paul se quedó desvelado y se preguntó: «¿Qué será un gom jabbar?».

La anciana era lo más extraño a lo que Paul se había tenido que enfrentar entre toda la confusión de aquel período de cambio.

«Vuestra Reverencia.»

La mujer se había dirigido a su madre Jessica como a una sirvienta en lugar de como lo que era: una dama Gesserit, la concubina de un duque y la madre del heredero ducal.

«¿Es un gom jabbar algo de Arrakis que debo conocer antes de que vayamos allí?», se preguntó.

Silabeó esas extrañas palabras: «Gom jabbar... Kwisatz Haderach».

Había tenido que aprender tantas cosas. Arrakis era un lugar tan distinto a Caladan que Paul se desorientaba solo con pensar en él.

«Arrakis... Dune... el Planeta del Desierto.»

Thufir Hawat, el Maestro de Asesinos de su padre, se lo había explicado: sus mortales enemigos, los Harkonnen, residían en Arrakis desde hacía ochenta años y gobernaban el planeta en un cuasi-feudo bajo un contrato con la Compañía CHOAM para la extracción de la especia geriátrica, la melange. Ahora, los Harkonnen iban a ser reemplazados por la Casa de los Atreides en pleno-feudo... lo que daba la impresión de ser una victoria para el duque Leto. Pero Hawat había dicho que dicha fachada encerraba un peligro mortal, ya que el duque Leto era popular entre las Grandes Casas del Landsraad.

—Un hombre demasiado popular provoca los celos de los poderosos —había dicho Hawat.

«Arrakis... Dune... el Planeta del Desierto.»

Paul se durmió de nuevo y soñó con una caverna arrakena, con seres silenciosos que se erguían a su alrededor a la tenue luz de los globos. Todo era solemne, como en el interior de una catedral, y oía un débil sonido, el repiqueteo del agua. Aún en sueños, Paul sabía sin embargo que al despertar lo recordaría todo. Siempre recordaba sus sueños premonitorios.

El sueño se desvaneció.

Paul se despertó en el tibio lecho y pensó... pensó. Quizá aquel mundo de Castel Caladan, donde no tenía juegos ni compañeros de su edad, no mereciera su nostalgia ahora que se iba a marchar. El doctor Yueh, su preceptor, le había dado a entender de forma ocasional que el sistema de castas de las faufreluches no era tan rígido en Arrakis. En el planeta había gente que vivía al borde del desierto sin un caid o un bashar que la gobernase: los llamados Fremen, elusivos como el viento del desierto, que ni siquiera figuraban en los censos de los Registros Imperiales.

«Arrakis... Dune... el Planeta del Desierto.»

Paul se empezó a sentir nervioso y decidió practicar uno de los ejercicios corporales-mentales que le había enseñado su madre. Tres rápidas inspiraciones desencadenaron las respuestas: estado de percepción flotante... ajuste de su consciencia... dilatación aórtica... alejamiento de todo mecanismo no focalizado... concienciación deliberada... enriquecimiento de la sangre e irrigación de las regiones sobrecargadas... «nadie obtiene alimento-seguridad-libertad solo con el instinto...». La consciencia animal no se extiende más allá de un momento dado, como tampoco admite la posibilidad de la extinción de sus víctimas... el animal destruye y no produce... los placeres animales permanecen encerrados en el nivel de las sensaciones sin alcanzar la percepción... el ser humano necesita una escala graduada a través de la que poder ver el universo... una consciencia selectivamente centrada es lo que forma su escala... La integridad del cuerpo depende del flujo sanguíneo, sensible a las necesidades de cada una de las células... todos los seres/células/cosas son no permanentes... todo lucha para mantener el flujo de la permanencia...

La lección recorrió una y otra vez la divagante consciencia de Paul.

Cuando el alba acarició la ventana con su luz amarillenta, Paul la sintió a través de sus párpados cerrados; los abrió, oyó los ecos de la actividad del castillo y centró la vista en el dibujo del artesonado del techo.

La puerta del pasillo se abrió y apareció su madre, con sus cabellos color bronce oscuro atados con una cinta negra formando una corona, su rostro ovalado impasible y sus ojos verdes con expresión solemne.

—Estás despierto —dijo—. ¿Has dormido bie

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos