Colapso México

Mael Vallejo

Fragmento

Título

Esto no es un obituario

En un planeta rebosante de crisis, la ambiental es la más urgente. Pero, pese a todas las evidencias de cómo nos afecta hoy, se sigue planteando como un problema a largo plazo. No es así. Ya está frente a nosotros.

Saber lo que está pasando hoy con México y el resto del planeta es tan fácil como revisar las redes sociales: inundaciones en un sitio y sequías en otro; millones de muertes por falta de alimentos o por contaminación; cientos de miles de personas obligadas a abandonar sus casas; desabasto y pugnas por el agua. Y cada año es peor.

Estamos en un punto en el que no hay forma de entender los problemas actuales sin esta crisis que hemos creado. El secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, António Guterres, dijo en agosto de 2021 que estamos en “un código rojo para la humanidad. Las campanas de alarma son ensordecedoras y las pruebas son irrefutables”. Simplemente no las estamos viendo ni escuchando.

Colapso, según la Real Academia de la Lengua, significa “destrucción, ruina de una institución, sistema o estructura”. Pero también es una “deformación o destrucción bruscas de un cuerpo por la acción de una fuerza”. La idea de este libro está anclada en la segunda acepción. Por décadas, nuestro país y el mundo han languidecido ante la explotación indiscriminada e ilegal de sus recursos naturales por la acción de nuestra fuerza y, sobre todo, por la falta de políticas públicas que obliguen a que las industrias privadas y estatales trabajen de forma sustentable para asegurarnos un mejor futuro.

El problema va más allá del “cambio climático” o “calentamiento global”, conceptos que de tanto escucharlos quizá nos han dejado de dar miedo, sino de las acciones que toman a diario quienes tienen el poder político y económico. Es necesario entender que esta crisis nació y ha crecido, mayoritariamente, por la falta de regulación o del cumplimiento de las leyes. En el siglo XIX, la Revolución Industrial fue el inicio de todas las comodidades en las que vivimos, pero también del desprecio al planeta y a su agua, aire, tierra, flora y fauna. Hoy estamos viviendo las consecuencias y muy pronto no habrá marcha atrás.

Es un problema sistémico, originado y perpetuado por el Estado y las grandes empresas, quienes buscan culpar a la gente: a diario nos bombardean con mensajes exigiéndonos no usar auto, no tener hijos, no comer carne, consumir tecnologías verdes. Pero por mucho que los ciudadanos reciclemos la basura o bajemos nuestra huella de carbono, la mayor parte de la solución no está ahí. De acuerdo con el Instituto de Responsabilidad Climática estadounidense, las 20 empresas más contaminantes del mundo —entre las que se cuenta Petróleos Mexicanos (Pemex)— fueron responsables de 35% de las emisiones contaminantes desde 1965 hasta 2018.

Eso no significa que dejemos de actuar para que no colapsen nuestro país y nuestro planeta. Los esfuerzos personales y cotidianos son necesarios, pero la respuesta a la crisis está en otro sitio. Los ocho reportajes que componen este libro ejemplifican bien esas historias de falta de leyes y de instituciones que impongan orden, de empresas que actúan sólo por su beneficio económico y de funcionarios que lo permiten, y del aparente nulo entendimiento que tienen los que ostentan el poder sobre cómo salvar el medio ambiente es salvarnos a todos nosotros.

Karla Casillas narra la batalla de los habitantes de Homún, Yucatán, contra una granja porcícola que insiste en contaminar los cenotes. Alejandro Melgoza explica cómo el jaguar está en peligro ante la construcción del Tren Maya. Carlos Carabaña muestra los claroscuros de la tala legal e ilegal en la zona centro del país. José Luis Pardo Veiras explora la región carbonífera de Coahuila, donde los pulmones de los mineros sufren igual que el aire de la zona. Carlos Martínez retrata la crudeza del viaje forzado que realizan quienes migran desde Centroamérica a causa de los crecientes desastres naturales. Michael Snyder explica cómo las inundaciones en Tabasco tienen mucho que ver con el monocultivo del plátano, emblema de la zona. Alejandra Sánchez Inzunza muestra la devastación del mar de Sinaloa por la pesca indiscriminada y el mal manejo de la basura. Y Alberto Pradilla se adentra en Tula, Hidalgo, donde una central termoeléctrica envenena no sólo a sus habitantes, sino a todo el Valle de México.

Las historias que reportearon en el terreno hablan de quienes sufren más de cerca y directamente por esta falta de acciones y políticas públicas que siguen matando gente, animales, ríos, plantas, océanos, cenotes, ciudades y el aire mismo que todos respiramos. Pero estos problemas de las comunidades y de los habitantes que ahí resisten, que podrían parecer particulares, nos hablan de algo más grande: un sistema completo que no ha querido buscar una solución de fondo e inteligente al gran problema de nuestro tiempo.

La otra cara de cada una de estas historias es que, pese al desastre latente y las malas decisiones, siempre hay alguien que intenta que la situación sea distinta. En algunos casos hay una batalla frontal de individuos y comunidades contra los poderosos, historias valerosas y esperanzadoras de un David que busca salvar su medio ambiente contra un Goliat que lo depreda. Pero no todas las circunstancias sirven para lo que conocemos como heroísmo. Muchas veces los héroes no son como nos lo han contado, y sólo son aquellos que resisten diariamente penurias que pocos más podrían soportar y que, al hacerlo, marcan un camino distinto.

Este libro no es un obituario ni una exhibición fúnebre de nuestra ruina. Es, por el contrario, una prueba de que aun en los peores momentos hay gente que intenta cambiar las cosas. Y que hay poco tiempo para plantarle cara a un sistema político y económico que nos dice que modificar el rumbo no es posible, para tomar acciones reales y detener el colapso.

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