México racista

Federico Navarrete

Fragmento

México racista

INTRODUCCIÓN

México es un país racista. Los mexicanos practicamos sistemáticamente esta forma de discriminación contra nuestros compatriotas que tienen un color de piel más oscuro, contra los indígenas y los afromexicanos, contra los inmigrantes, contra los extranjeros y contra todos aquellos que nos parecen diferentes e inferiores.

Todos los días en las ciudades y en el campo, en los medios de comunicación y en los centros de trabajo, en la calle y en los establecimientos comerciales se discrimina a hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos a causa de su aspecto físico, de su manera de hablar, de su forma de vestir.

En nuestro país se practican muchas formas de discriminación: marginamos y a veces incluso agredimos a las personas por ser mujeres, por ser homosexuales o transexuales; les negamos oportunidades por tener una religión diferente a la católica o, simplemente, por ser jóvenes o demasiado viejos, o por vestirse diferente; menospreciamos a los extranjeros y a los que hablan español con un acento distinto. De estas múltiples formas de exclusión, una de las más difundidas y más dañinas es el racismo, que discrimina a las personas por su color de piel, la forma de su cabello y sus rasgos faciales, pero también por su cultura, su forma de vestir y de pensar, que son considerados índices de su pertenencia a una “raza” supuestamente inferior. En nuestro país las peores, aunque no las únicas, formas de racismo se dirigen a los indígenas y a las personas que parecen serlo, así como a las personas de origen africano.

Dos ejemplos relativamente recientes del racismo mexicano tienen como protagonistas a funcionarios públicos (uno federal, la otra local) e ilustran aspectos únicos de cómo y por qué se ejerce dicha forma de rechazo y burla en nuestro país.

El primero es una conversación entre el consejero presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), Lorenzo Córdova Vianello, y otro funcionario de esa institución, filtrada a través de ­YouTube en mayo de 2015 y que tanta indignación despertó en las redes sociales.

En esta charla, del 23 de abril de 2015, el funcionario se mofaba de manera abierta de un grupo de representantes indígenas con quienes había tenido horas antes una reunión de “asesoría” y afirmaba que el encuentro merecía formar parte de unas “Crónicas marcianas” del INE, junto con las “dramáticas reuniones” por motivos electorales con los padres de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala, Guerrero, el 26 de septiembre de 2014.1

La burla del funcionario se centraba en el hecho de que el jefe de la nación chichimeca de Guanajuato, parte de la comitiva, hablaba español con un acento, una gramática y un vocabulario que a él le parecían artificiales:

Se ve que este güey, yo no sé si sea cierto que hable así, cabrón. Pero no mames, vio mucho Llanero Solitario, cabrón, con ese Toro, cabrón. No mames, cabrón, o sea. No mames. Nada más le faltó decir, me cae que le faltó decir: “Yo, gran jefe Toro Sentado, jefe gran nación chichimeca”. No mames, cabrón. No mames, cabrón. No, no, no, no. Está de pánico, cabrón. No mames, güey.

Detrás de este episodio se encuentra un prejuicio que comparten muchos mexicanos que se consideran parte de una élite “educada”: la identificación implícita entre hablar español “correcto” y ser “verdaderamente mexicano”. Esta identificación, a su vez, es producto de “la ideología del mestizaje” impuesta en nuestro país desde hace poco más de un siglo y que pretende que todos los mexicanos deben hablar un solo idioma, el castellano, y pertenecer a una sola raza: la mestiza.

Dicha definición no refleja ni la historia de México ni su realidad actual. El nuestro ha sido siempre un país plurilingüe y sólo se ha convertido en mayoritariamente hispanohablante desde finales del siglo XIX. En el siglo XXI no deja de crecer el número de mexicanos que tienen otra lengua materna, sea indígena o inglés. Pese a ello, ciertas élites intelectuales y funcionarios públicos insisten en considerar el español que ellos aprendieron como la única manera respetable de hablar la lengua de los auténticos mexicanos.

Esta concepción excluyente y errónea de la mexicanidad provoca que dichas personas se nieguen a reconocer que si millones de ciudadanos mexicanos tienen un acento diferente y cometen lo que ellos consideran “errores” es porque aprendieron a hablar el español como segunda lengua. Esta negativa a aceptar la manera diferente en que hablan, desconoce la riqueza cultural que tienen en verdad estos hablantes, en cuanto personas bilingües o políglotas, y los hace parecer, a ojos de algunas élites, como “ignorantes” o “atrasados”.

Por otro lado, Córdova Vianello reveló su profundo desconocimiento de la historia y de los pueblos indígenas al confundir a Toro, el personaje ficticio de la televisión que acompañaba al Llanero Solitario en la serie de televisión homónima de los años 1960, con Toro Sentado, Tatanka Iyotanka, el connotado dirigente de la nación sioux en el siglo XIX.

Como señala Yásnaya Aguilar Gil, maestra en lingüística por la UNAM y hablante de mixe, en el imaginario racista de dichas élites mexicanas los indígenas del sur y del país hablan todos como Tizoc, es decir, como Pedro Infante disfrazado de indio sumiso para el cine mexicano, y los del norte hablan como indios piel roja:

Lorenzo Córdova no se mofó ni siquiera del español que habla una persona que tiene el chichimeco Jonaz como lengua materna […] se burló de su propio estereotipo lingüístico, el que proyecta sobre los pueblos indígenas, el del habla de un Toro Sentado caricaturizado en su imaginación. Sólo por esa razón es que le parece digno de Crónicas Marcianas, de otro planeta y no de pueblos con los que se ha convivido por quinientos años.2

Cuando alguien como Lorenzo Córdova Vianello deja que sus estereotipos respecto a un grupo humano le impidan observar su realidad, cuando permite que sus prejuicios y su ignorancia normen la evaluación que hace de las formas de hablar y de actuar de otras personas, incurre, sin lugar a dudas, en un acto de racismo. Con atinada ironía, la lingüista se pregunta cómo sería el acento de Córdova Vianello al hablar chichimeco u otra lengua indígena.

Un exabrupto racista de esta naturaleza es particularmente inaceptable en el caso de un funcionario que representa a todos sus conciudadanos frente a los poderes del Estado y a los partidos políticos y que tiene como principal misión garantizar el respeto a los derechos políticos electorales de todos los mexicanos, independientemente de cómo hablen el español.

Lamentablemente, las burlas de Córdova Vianello no son una excepción, ni siquiera por su procacidad.

En los últimos años se han difundido en las redes sociales otras expresiones por parte de funcionarios del gobierno que resultan francamente denigratorias contra indígenas o mestizos pobres. Por ahora baste citar a la otra funcionaria, Liliana Sevilla Rosas, directora del Instituto Municipal de la Mujer (Inmujer) de Tijuana, bautizada como Lady Europa o Lady Tijuana en las redes ­sociales, quien compartió en su página de Facebook una imagen en la que se leía una exasperación racista análoga a la de Córdova: “Que tal si lo mio [sic] está en Europa y yo aquí sufriendo con estos indígenas”.3

Estos exabruptos, generalmente expresados con el candor propio de un intercambio entre particulares, son un ejemplo típico de lo que el antropólogo estadounidense James C. Scott definió como “discursos ocultos” (hidden transcripts) en su libro clásico Los dominados y el arte de la resistencia.4 Se trata de formas que tanto dominados como dominadores emplean para referirse al grupo opuesto en privado, podría decirse, “tras bambalinas”. Como tales, difieren radicalmente de sus “discursos públicos” (public transcripts) que son las palabras y gestos que utilizan cuando se saben observados por los otros grupos sociales y quieren comunicarse con ellos.

Así, no es casual que ambos funcionarios hayan intentado justificar sus actos arguyendo que se trataba de expresiones privadas. Mientras Córdova Vianello parecía más ocupado en acusar a quien resultara responsable de espionaje, la funcionaria tijuanense adujo un: “Si no les gusta, bórrenme”. Mientras que la máxima autoridad electoral del país intentó minimizar sus palabras calificándolas como dichos “jocosos”, ella insistió en que sólo había compartido una imagen cuyo mensaje le pareció “graciosísimo”.

Estoy seguro de que el consejero presidente nunca se burlaría de manera pública del dirigente chichimeca, ni lo compararía en un discurso oficial con el “indio Toro”, pero ello no resta un ápice de sinceridad a sus expresiones particulares en contra de ese otro ciudadano mexicano. Sólo nos muestra que el racismo mexicano tiene una vertiente privada y en tono de burla y escarnio, además de sus formas abiertas y públicas. Más adelante demostraré que ese carácter particular y social de nuestro racismo no lo hace en verdad menos dañino ni insidioso, pero sí más solapado y difícil de reconocer y de combatir.

Las expresiones de estos dos funcionarios revelan, además, las profundas divisiones que el racismo ha creado en nuestro país. Desde pequeños, la historia oficialista nos ha enseñado que el pueblo mexicano está dividido en dos grandes grupos: los “mestizos”, que supuestamente suman la mayor parte de la población, y los “indígenas”, que son una minoría. Por ser considerados atrasados, éstos son objetos de todo tipo de desprecios y marginaciones. Los prejuicios en su contra son tan fuertes que la misma palabra “indio” se ha convertido en un insulto en boca de ciertos grupos. Por otro lado, los mexicanos de origen africano o asiático suelen ser considerados simplemente como extranjeros, porque su aspecto físico no corresponde a los prejuicios que tienen los mestizos.

Igualmente, entre la supuesta mayoría mestiza se practica un racismo feroz, y pocas veces reconocido, contra los que tienen la piel más oscura o las formas de comportamiento menos “educadas”. El término “naco” es un signo brutal del desprecio que ejercen los mestizos más privilegiados y más blancos contra los que son menos afortunados y más morenos. Al mismo tiempo, las personas con la piel más blanca, los llamados “güeros”, suelen tener una mejor situación social y su aspecto físico más “europeo” se asocia con su privilegio social, haciéndose sinónimo de belleza y sofisticación.

¿Qué mexicana o mexicano no reconoce este paisaje social, estas maneras de clasificar y de segregar a las personas? ¿Quién no ha empleado alguna vez estas palabras cargadas de desprecio para descalificar a otra persona? ¿Quién no ha juzgado alguna vez a sus conciudadanos por el color de su piel y su aspecto físico?

En las diversas regiones del país se utilizan términos diferentes y las fronteras del racismo se dibujan de acuerdo con criterios físicos y culturales distintos, pero la división y los prejuicios existen en todas.

Algunas personas arguyen que estas formas de discriminación no son tan graves, que existen peores formas de racismo en Estados Unidos o en otros países, que los mexicanos no podemos ser racistas porque somos todos de la misma raza, la “mestiza”.

Este libro busca demostrar que nuestro racismo, el racismo mexicano, el que practicamos de manera cotidiana, no es tan inofensivo como algunos pretenden. Tal vez sea con frecuencia invisible, o no siempre confiese abiertamente sus razones y sus móviles, pero no deja de ser nocivo y de afectar a quienes son objeto de escarnio y discriminación. Por ello, debemos reconocerlo, debemos conocerlo y, sobre todo, debemos empezar a combatirlo.

México enfrenta hoy problemas muy difíciles de resolver. La violencia e inseguridad ciernen su sombra sobre amplias regiones de nuestro territorio y amenazan a los grupos más vulnerables; la crisis económica pone en entredicho de nuevo las promesas, siempre pospuestas, de mejoría y progreso; la pobreza y la falta de servicios públicos de calidad, como educación y salud, no dejan de ensombrecer la vida de la mayoría de nuestros conciudadanos; por si fuera poco, nuestro sistema político está podrido por la corrupción, la impunidad y la falta de credibilidad de todos los partidos.

Al mismo tiempo, desde fines de 2014, México ha sido conmovido y agitado por una ola de protestas ante la desaparición en Iguala de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa y otros actos de violencia. Estos crímenes de lesa humanidad han provocado la indignación de amplios sectores de nuestra sociedad, y han hecho más urgente la necesidad de hacer algo para resolver las crisis que enfrentan nuestras instituciones de justicia, para movilizar las energías de los diferentes grupos sociales y para presionar al Estado para que cumpla por fin con su responsabilidad elemental de garantizar la seguridad de los ciudadanos

En este marco de horror, pero también de esperanza y de búsqueda de nuevas salidas, concebí la idea de escribir un libro actual sobre el racismo mexicano, porque creo que esta forma inaceptable de discriminación es un componente muchas veces ignorado de todos nuestros otros problemas nacionales y los hace más graves.

Este texto aspira a ser una contribución honesta a la tarea de definir lo que debemos transformar en México para construir una sociedad más justa, más pacífica, más generosa. Sus páginas tienen como propósito reflexionar sobre lo que creo que constituye uno de los obstáculos más profundos que se interponen en nuestro camino para lograr estos objetivos: el racismo y sus prejuicios que dividen artificialmente a nuestro país entre mestizos e indios, entre blancos y morenos, entre “güeros” y “nacos”, entre “gente bonita” y “proles”, entre quienes son demasiado visibles y los que se han vuelto invisibles, al grado de que su muerte ha dejado de importarnos.

A lo largo de estas páginas intentaré revelar, presentando evidencias muy variadas y que considero contundentes, la fuerza que tiene el racismo en todos los ámbitos de nuestra sociedad, desde la intimidad de la vida familiar hasta la publicidad, ­pasando por la calle, la televisión y los más diversos ambientes profesionales. Asimismo intentaré demostrar que la discriminación y los prejuicios que engendra dicho racismo agravan los problemas de inseguridad, crimen, pobreza y desigualdad, la falta de democracia y la intolerancia que padecemos.

Este ensayo está dirigido a todo lector que se interese por los problemas que denuncia. Fue escrito por un ciudadano para los demás ciudadanos mexicanos y los de otros países americanos que padezcan problemas similares. Su fin es proponer y cuestionar, intentar despertar la conciencia de la mayor cantidad de personas sobre uno de los principales problemas de nuestro país.

Mi intención es abrir un debate respetuoso y franco. No pretendo tener la última verdad, pero escribo con la seguridad de años de pensamiento y de investigación sobre el nefasto fenómeno del racismo en México y en otros países de América y del mundo.

Las ideas que presento aquí no son sólo mías, sino son producto de incontables conversaciones y lecturas, de acuerdos y desacuerdos con a

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