PRÓLOGO
George Steiner
Cuando Thomas Mann se reunió con el presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt, lo presentaron como “la encarnación de la civilización europea”, un elogio que no desmintió. En su afectuoso homenaje al literato alemán, Rob Riemen señala con buen criterio que Mann personificó y expresó a la perfección los valores de esa civilización en peligro. Pese a su sensibilidad y su visión genuinamente germanas, el escritor no sólo enriqueció sus magníficas obras con referencias a los clásicos griegos y latinos, la Biblia y la historia de la literatura y la música europeas, sino que, además, se consagró a los maestros de la ficción y el drama rusos en una serie de lúcidos ensayos. Al igual que Goethe, su principal referencia y, en cierto modo, su rival oculto, Thomas Mann habló de la Weltliteratur, la literatura universal, convirtiéndose en su portavoz. Riemen evoca este universalismo desde la mera raíz. Cuando se produjo la catástrofe, Thomas Mann no tuvo más remedio que crear, a la trágica sombra de Lutero, Goethe y Nietzsche, Doctor Fausto, probablemente la única obra de ficción que está a la altura de la trascendencia del tema tratado.
Sin embargo, lo que de veras sienta las bases de la incondicional fidelidad de Rob Riemen y los ideales del Nexus Instituut es ese humanismo peculiar del que Mann quizás fuera el último representante genuino. Riemen identifica dicho humanismo con la compleja noción de “valores”. Hace hincapié en la extraordinaria importancia del concepto del tiempo, así como en la remembranza que, tal y como se afirma en la frase inicial de la epopeya de José y sus hermanos, retrotrae al hombre a los orígenes de su ser. Mann establece un orden en el que hay tiempo para la reflexión, para el desarrollo de la conciencia privada y el misterio del eros (La muerte en Venecia puede interpretarse como una única meditación sobre el tiempo suspendido). Los valores humanísticos clásicos, cuyas raíces filosófico-políticas se hallan en Sócrates y Platón, privilegian la vida de la mente. Implican una confianza fundamental en la fuerza, siempre imperfecta pero continua, del espíritu humano, no sólo frente al sufrimiento personal —Mann es un fabuloso cronista de enfermedades—, sino también frente a la recurrente presencia de la barbarie en la historia. A la vista de esta confrontación permanente, Riemen erige la rutina y creación diaria de Thomas Mann en emblema y lección.
El análisis y la promulgación de los valores humanistas están incluso fuera del alcance de los genios individuales. Ello requiere lo que podría llamarse una conversazione en el sentido más profundo del término. Tanto desde el Nexus Instituut, donde Rob Riemen y su esposa, Kirsten Walgreen, desempeñan una encomiable labor, como en estos tres ensayos, Riemen se centra precisamente en una serie de conversaciones. Le fascina el diálogo y, muy en particular, los procesos, a menudo un tanto encubiertos, en los que la comprensión nace del desacuerdo polémico. Tiene siempre muy presentes los diálogos socráticos, así como los inmejorables debates intelectuales y emotivos de La montaña mágica, la novela de Thomas Mann. M