INTRODUCCIÓN
«Hija, no corras, que la vida es muy larga», solía repetirme mi madre durante la adolescencia cada vez que le contaba emocionada que me gustaba un chico o que comenzaba una nueva relación. Yo anhelaba encontrar al amor de mi vida con tan solo dieciséis años. «No corras», me decía. Porque a sus ojos, yo era una niña llena de energía, ilusiones, esperanza y pasión, pero que sabía poco de lo que, en realidad, se convertía una relación de amor maduro con el paso del tiempo.
Pero yo no corría, trotaba; trotaba con entusiasmo, visualizando viajes de aventura, domingos de peli y manta, noches apasionadas, miradas cómplices, bailes bajo la lluvia y ese amor profundo que soñaba compartir con mi futura pareja.
«Que la vida es muy larga», repetía mi madre con un deje de melancolía, la historia de su vida en pareja había tenido grises oscuros, baches profundos y dolorosas decepciones. También había tenido alegría, dulzura, amor, risas y admiración. Sin embargo, me miraba con una mezcla de compasión y tristeza, como si esas heridas le hubieran robado parte de la inocencia que veía en mí y que tanto añoraba. Me miraba con todo su ser, pero mis ojos de dieciséis años no entendían esa expresión y tampoco querían hacerlo. Solo querían soñar, volar, construir y compartir. Y así lo hice.
La primera vez que me enamoré, terminé en una relación tóxica, una historia que podría llenar otro libro. La segunda vez, en cambio, me cambió la vida, y aún lo sigue haciendo. Mi marido y yo llevamos once años juntos y, hoy en día, no queda ni una sola pareja de las que nos acompañaban en los inicios. Ni una. Somos los únicos supervivientes de los maremotos que trae consigo la vida en pareja. Unos náufragos felices y agradecidos que han visto que, después de dos o tres años, muchos amigos tomaban caminos separados y abandonaban la isla.
Es ahora, después de todo este tiempo, cuando empiezo a entender lo que me decían los ojos de mi madre. Tenía razón, la vida es muy larga, y las relaciones no siempre son fáciles. Requieren mucho, pero también dan mucho. Y puedo decir con certeza que, aparte de la relación con mi hija, nada en este mundo me ha enseñado tanto como mi relación de pareja.
Durante las últimas décadas, hemos sido testigos de un cambio profundo en la manera en que entendemos y vivimos las relaciones de pareja. Muchos de estos cambios han sido positivos: nuestras relaciones son más conscientes, más sanas. Estamos dejando atrás los mitos del amor romántico que tanto han distorsionado nuestras expectativas sobre lo que significa amar de verdad. También hemos superado esa época en que el compromiso y la presión social dictaban la continuidad de una relación, sin que el amor y el bienestar tuvieran lugar en la ecuación.
Hoy, sin embargo, parece que hemos pasado al extremo opuesto. Nos hemos adentrado en un terreno donde el individualismo excesivo y el miedo al sufrimiento emocional nos mantienen en la superficie de las relaciones, evitamos profundizar y mostramos solo nuestras mejores caras. Esta búsqueda de la autosuficiencia a menudo nos lleva a desconfiar y a protegernos tanto que nos negamos a experimentar la vulnerabilidad necesaria para conectar con otra persona. No hemos aprendido a discutir, a tolerar un grado de decepción, a sostener el cambio en el otro. No nos sentimos cómodos en la incomodidad de la vida real en pareja porque apenas nos damos tiempo. Las relaciones no perduran, en parte, porque tenemos tan al alcance la puerta de salida que en cada discusión la miramos como una posibilidad real, factible y positiva. Así, el amor se convierte en un ciclo de relaciones efímeras que carecen de profundidad y significado.
Nos hemos olvidado de que el ser humano, un ser social por naturaleza, necesita compartir su vida con alguien. Nuestro cuerpo, nuestra piel, están diseñados para abrazar el vínculo. Sentimos placer al darnos la mano, al notar un roce, al disfrutar del calor y la mirada del otro. Todo nuestro sistema está creado para construir y nutrir relaciones que perduren. Sin embargo, en nuestra carrera por evitar el dolor, hemos menospreciado el poder transformador del amor verdadero, que puede ser un refugio seguro.
Pero no todo está perdido. Las relaciones que perduran, cuando son verdaderas y saludables, son una fuente de aprendizaje profundo, de crecimiento y de estabilidad emocional. A través de este libro, quiero mostrarte que trabajar en una relación no es sinónimo de sacrificio ni de esfuerzos sobrehumanos. Se trata de aprender a navegar juntos por los altibajos, de encontrar el equilibrio entre el «yo» y el «nosotros», de reconocer cuándo vale la pena seguir luchando y cuándo es mejor soltar.
Nos adentraremos en todas aquellas situaciones y dificultades que tienen lugar cuando dos personas se comprometen, desde la elección de pareja hasta el amor maduro, pasando por temas como la comunicación, el sexo, la convivencia, la infidelidad y la familia política. Mi objetivo es ofrecerte herramientas prácticas que te ayuden a construir una relación que perdure, sin renunciar a ti mismo, pero también sin temer al compromiso.
Las relaciones que perduran, cuando son verdaderas y saludables, son una fuente de aprendizaje profundo, de crecimiento y de estabilidad emocional.
Cuando pienso en una relación siempre me viene a la cabeza la imagen de una barca. Las hay de todo tipo: más o menos robustas, tipo zodiac o tipo buque, de las que se dejan llevar por el viento o de las que echan el ancla y de allí no se mueven. En este libro, te enseñaré que es posible construir en equipo una barca sólida, que logre sortear todos los maremotos y que, al mismo tiempo, te permita disfrutar de la brisa y del sol incluso después de la tempestad. Sin embargo, quiero que quede claro que no se trata de mantenerse a flote a toda costa.
Este libro va de que perdures en tu relación, pero va de realidad. No podemos cambiar a nadie, ni ese es el objetivo. Podemos poner de nuestra parte para ofrecer a nuestra relación cariño, respeto, sacrificio y límites, pero cojeará si la otra persona no se implica también. Yo te brindaré todo lo que sé, pero nada logrará que funcione si no hay trabajo en equipo.
Las relaciones son complicadas y requieren trabajo. Habrá momentos en los que tú lleves más peso y otros en los que será tu pareja quien te sostenga. Habrá días en que te sentirás más cerca que nunca y otros en los que te parecerá que hay una distancia insalvable. Pero este movimiento siempre debe estar entre unos límites infranqueables de respeto. No te enseñaré a soportar el maltrato ni a que duela menos, tampoco a quedarte allí donde no te quieren. Si este es tu caso, espero que este libro te ayude a ver que mereces una relación mejor, donde haya respeto y disfrute. Mi intención es que no te sientas solo en las turbulencias de una relación normal, construida por dos personas normales que quieren luchar por su felicidad y permanecer juntos.
En este libro no solo encontrarás mi propia voz, sino también las de los pacientes que he acompañado y de las personas extraordinariamente ordinarias que me rodean. He cambiado los nombres y algunos detalles, pero he mantenido la esencia de sus relatos y experiencias. Es muy probable que te encuentres con vivencias similares a las tuyas y que te veas reflejado en algunas de ellas, pues mi deseo es que esto te ayude a sentir que no estás recorriendo este camino en solitario.
Hablaremos sobre las expectativas, los baches, el manejo de la economía en el hogar, las responsabilidades, los cambios, el sexo, la monotonía, las infidelidades, los hijos, la reconexión… Recorreremos la mayoría de las situaciones que veo en terapia y trataré de acompañarte con herramientas, consejos y palabras de aliento.
Como ya te habrás dado cuenta, algunas veces me dirigiré a ti en femenino y algunas veces en masculino, porque me gustaría que todo el mundo se sintiera interpelado. Querido lector, querida lectora, ¡tu viaje acaba de empezar!
Cuando el amor desafía la superficialidad
Antes de entrar en materia, me gustaría contarte la historia de Marina y Álex. Es probable que aún tengas ciertas reticencias sobre si vale o no vale la pena apostar por relaciones duraderas y por conexiones profundas, así que con esta historia espero que tus dudas se despejen o, por lo menos, reflexiones acerca de la forma en la que a veces nos relacionamos.
Los caminos de Marina y Álex están a punto de cruzarse, aunque ellos aún no lo saben.
Marina es una mujer valiente, empoderada y aventurera, dedicada a su carrera y a disfrutar de la vida con sus amigas. A pesar de haber crecido en un hogar donde el amor parecía escaso, su abuela siempre le aconsejó disfrutar y no apresurarse a casarse. Aunque ha tenido relaciones esporádicas, le aterra el compromiso y lleva tiempo en conflicto con su deseo de encontrar a alguien especial.
Por su parte, Álex es un chico sociable, inteligente y sensible, pero tiene dificultades para expresar sus emociones. Creció bajo la estricta mirada de sus padres, quienes priorizaban el trabajo sobre el afecto. Su primer amor le traicionó, así que desconfía de las relaciones, aunque siempre ha podido salir con quien quisiera.
Un domingo, ambos se encuentran atrapados en la apatía, así que deciden abrir una aplicación de citas. Tras unos cuantos «next», ¡sorpresa!, hay «match». La conversación empieza de manera ligera, pero pronto se trasladan a WhatsApp y comienzan a interactuar más. Marina, decidida, propone una cita.
Se encuentran sin expectativas y, para su sorpresa, la química es innegable. La tarde vuela y, aunque desean estar juntos, no se lo demuestran. A medida que pasan las semanas, ambos parecen radiar felicidad, pero Marina comienza a sentirse incómoda. Le pregunta a Álex qué busca en la relación y él le responde: «Fluyamos y ya veremos».
Vivimos en lo que el sociólogo Bauman llama la «sociedad del amor líquido», donde se evitan las conexiones y el compromiso. Esta falta de profundidad puede generar frustración y una sensación de vacío. Marina lucha con sus propios miedos: teme quedarse sola, revivir el matrimonio infeliz de sus padres y sufrir en una relación. Por su parte, Álex se enfrenta a sus emociones reprimidas y a la desconfianza que le dejó su pasado.
En el mundo virtual, a menudo creamos imágenes de nosotros mismos que no reflejan la realidad. Marina y Álex, aunque están interesados el uno en el otro, se encuentran tras muros emocionales que dificultan la conexión genuina. Este fenómeno se conoce como «profecía autocumplida»: tememos tanto a la desconfianza que acabamos creándola. Las redes pueden ser un puente entre lo virtual y lo real, pero requieren aprender a manejar la incomodidad que surge al abrirse, poner límites o hablar de vulnerabilidades. Como dice Joan Garriga, la pareja es un baile que a veces resulta incómodo, pero es profundamente hermoso.
Cansada de relaciones fugaces, Marina decide ser honesta con Álex y expresarle sus miedos. Para su sorpresa, esa sinceridad provoca un cambio en él y ambos empiezan a sentirse más conectados.
Cuando se vuelven a encontrar, algo ha cambiado: el sentimiento es más cálido, como un hogar, un equipo. La intimidad que experimentan es más profunda de lo que jamás habían sentido.
Capítulo 1
La elección de pareja: ¿Por qué tropezamos siempre con la misma piedra?
Es probable que te sorprenda el título de este capítulo si eres de esas personas que piensan que la elección de vínculos es aleatoria, que se trata de algo que «nos pasa» por casualidad. Sin embargo, lo cierto es que detrás de nuestras elecciones hay mucho más que simples casualidades.
Una de mis pacientes, Marta, de unos veinte años, me dijo, hablando de su madre: «Creo que buscó en mi padre al suyo». Me contó que su madre era la pequeña de cuatro hermanos y que había sido una niña muy consentida. Después, añadió: «Cuando ves a mis padres en casa, cómo gestionan el dinero, las finanzas o las decisiones laborales, ella es una niña y mi padre la consiente y la protege. A veces, me siento yo la madre de mi casa». Tras esa reflexión, me formuló la siguiente pregunta: «¿Es verdad esto de que escogemos a nuestras parejas en función de nuestros padres? ¿Acabaré con alguien como el mío?».
Esta pregunta, tan interesante y tan compleja, es una de las que intentaré responder en este capítulo. Pero antes de hablar de las distintas teorías sobre cómo escogemos a nuestras parejas, quiero hacer una aclaración. La selección de pareja depende de muchos factores, que abarcan desde lo biológico hasta lo social y cultural. Aquí hablaré sobre todo de los mecanismos psicológicos, lo que no significa que ignore los demás. Por ejemplo, no podemos obviar que los mecanismos biológicos son sumamente significativos, sobre todo en el reino animal. Seguro que has visto en infinidad de documentales que los machos de la especie exhiben sus cualidades, ya sea mediante bailes llamativos, colores brillantes o combates, para atraer a las hembras y demostrarles que son aptos para la reproducción y capaces de proteger a su descendencia. Los mecanismos biológicos en los humanos también son significativos. Las feromonas, el olor corporal y la dilatación de las pupilas cuando encontramos a alguien atractivo influyen en la elección de pareja, aunque no siempre seamos conscientes de ello.
Pero vamos a centrarnos en mi campo de especialidad: la psicología. Existen dos tipos de mecanismos psicológicos que influyen a la hora de vincularse con una persona u otra:
1. Mecanismos conscientes. Son aquellos que puedes expresar verbalmente y que imaginas en tu pareja ideal, tales como ser comunicativo, tener confianza, complicidad, admiración, intereses en común y atracción física.
2. Mecanismos inconscientes. Son aquellos que no se notan, que operan «entre bambalinas» y que no necesariamente comprendemos a nivel consciente. Por ejemplo, en muchas ocasiones escogemos a personas que no tienen nada que ver con los ideales que sabemos que tenemos debido a mecanismos inconscientes que residen en un plano anterior.
Los mecanismos inconscientes
Refiriéndose a los mecanismos inconscientes, Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, hablaba de dos tipos de elecciones, que no son excluyentes. Según él, uno escoge a su pareja:
• Conforme al tipo de apoyo. Nos sentimos atraídos por personas que comparten rasgos con quienes nos han cuidado. No significa que busquemos exactamente a nuestros progenitores, sino a una persona que tiene muchas características parecidas.
• Conforme al tipo narcisista. Nos atrae alguien por el hecho de que nosotros le atraemos. De manera inconsciente, que el otro se interese por ti genera interés.
Otto Kernberg fue un psicoanalista austriaco que desarrolló su investigación sobre la elección de pareja. Sin embargo, cabe tener en cuenta que en los años setenta el principal sujeto de estudio eran los hombres heterosexuales, por lo que sus investigaciones no se aplican al conjunto de la población y es probable que hayan quedado bastante anticuadas en algunos aspectos. Aun así, es interesante que elaborara sus teorías a partir de las de Freud y agrupara los mecanismos inconscientes en dos categorías:
1. Motivaciones preedípicas. Son más primitivas y básicas, las menos elaboradas. La elección de pareja puede tener una motivación:
• Indiscriminada. Se refiere a una atracción general hacia muchas personas. Aquí podríamos encontrar variantes de tipo narcisista, como el típico donjuán que desea conquistar cuantas más mujeres mejor y no es raro que se describa a sí mismo con un «me gustan todas».
• Por voracidad. Aquí la atracción se basa en la percepción de generosidad o disposición de la otra persona, donde el deseo de recibir afecto o atención influye en la elección: «Me atrae porque es una persona generosa, me lo dará todo». Esta motivación inconsciente es un poco más elaborada que la anterior, ya no se rige solo por un impulso más animal, si no por la necesidad.
• Recuerdos de crianza: Las experiencias de la infancia pueden llevar a buscar parejas que evocan características de cuidadores previos.
2. Motivaciones edípicas. Son más elaboradas, menos primitivas. La elección de pareja puede tener una motivación:
• Basada en la fijación de la madre. Buscamos parejas que poseen características similares a la madre, no necesariamente en un sentido literal, sino en términos de rasgos psicológicos.
• Basada en el ideal de pureza: Se relaciona con la atracción hacia la juventud y la virginidad, donde ciertos hombres pueden preferir mujeres más jóvenes, asociando juventud con pureza. También puede reflejarse a la inversa, con mujeres que buscan la figura paterna en un hombre mayor para reafirmar su pureza a través de él.
• Basada en la exogamia: Este concepto implica una atracción hacia características que son opuestas a las de los padres, reflejando una búsqueda de lo diferente y lo nuevo, como en las parejas interraciales.
Melanie Klein, figura clave del psicoanálisis, también habló de lo arraigadas que están nuestras experiencias pasadas con la imagen que tenemos de nuestros cuidadores. Aseguró que lo que el hombre desea es «recrear en sus relaciones amorosas su impresión infantil ante la persona amada». Es decir, que nuestras elecciones de pareja y dinámicas en las relaciones son un intento de revivir experiencias pasadas. Esto, aunque suene rocambolesco, lo podemos observar en cómo hablan muchas personas de sus parejas. Por ejemplo, decir «mi pareja me recuerda a mi madre» refleja esa idea.
Para ilustrar este tipo de dinámica, voy a contarte una anécdota personal. Mi padre venía de una familia extremadamente humilde, había nacido y crecido en una especie de cabaña con sus padres y hermanos, pero empezó a trabajar a una edad muy temprana y enseguida pudo irse de casa. Era un hombre autosuficiente y hecho a sí mismo. A los veinte años se casó con mi madre y, a la primera semana después de la boda, hizo algo de lo que ella aún se acuerda: le exigió que le lavase el pelo. Ella ahora se ríe cuando lo cuenta, pero recuerda que se horrorizó al escucharlo y, con el genio que la caracteriza, le dijo: «No te confundas, que yo no soy tu madre». Resulta que mi abuela paterna le solía lavar el pelo a mi padre, aunque ya fuera mayor y pudiera hacerlo solo, y él no fue consciente de esa petición ni de lo que realmente significaba hasta que mi madre le puso el límite.
Otro ejemplo de esta tendencia que tenemos de buscar a alguien similar a nuestros progenitores lo vi en una paciente. Lucía llegó a una sesión de terapia frustrada, avergonzada y confusa. Me contó que su padre siempre se había encargado de llevarle el coche a lavar; era su forma de cuidar y de demostrarle afecto a su hija. Al empezar a convivir con su pareja, ella supuso que era algo que él también haría. Se trataba de una acción que ella había normalizado como expresión de amor y atención y que, además, le gustaba. El problema vino cuando su pareja se negó a seguir esos pasos y le dijo que ni era su obligación ni él iba a ser como su padre. Lucía lo había estado dando por sentado y tuvo que digerir la negativa de su pareja.
Los mecanismos inconscientes bailan en las sombras y, en la mayoría de las ocasiones, solo somos conscientes de ellos cuando salen a la luz a raíz de un conflicto. A menos que provoquen una inestabilidad repentina y «hagan ruido», no nos daremos cuenta de su existencia. Mi padre hubiera disfrutado con que mi madre le lavara el pelo si para ella no hubiera supuesto ningún conflicto. Lucía hubiera seguido normalizando que su pareja le lavase el coche si a él le hubiera parecido bien.
La compulsión de repetición
Existe otro mecanismo que considero importante reconocer: la compulsión a la repetición. Es un concepto freudiano que describe la tendencia, siempre inconsciente, de las personas a recrear o revivir experiencias pasadas, sobre todo si son traumáticas o insatisfactorias, en un intento de resolverlas o dominarlas. Seguro que conoces a alguien que tropieza siempre con la misma piedra y no se da cuenta. Por ejemplo, existen personas cuyas exparejas parecen cortadas por el mismo molde o que siempre se sienten atraídas por personas casadas o cuyas circunstancias son complicadas.
Jordi se casó con una mujer que tenía unos rasgos muy acentuados: morena, pelo rizado y voluminoso, estatura media-baja, caderas prominentes y una risa extravagante. Tras un divorcio muy tormentoso lleno de traiciones y faltas de respeto, encontró a su nueva pareja en una mujer que en apariencia era igual que su ex. Todo el mundo le recalcaba el parecido que guardaba con la anterior pareja y, al cabo de unos meses, ella decidió dejarlo. La ahora expareja de Jordi acudió a mi consulta diciéndome: «Creo que no la ha superado y busca en mí una reencarnación de su ex». ¿Era verdad o Jordi simplemente se sentía atraído por esa fisionomía? No formaba parte de mis competencias descubrirlo, ya que la respuesta solo la tenía él y mi trabajo consistía en acompañar a mi paciente. No obstante, este caso ilustra que nuestro mundo inconsciente a menudo pasa tan desapercibido para nosotros como resulta evidente para los que nos rodean.
Los mecanismos inconscientes bailan en las sombras y, en la mayoría de las ocasiones, solo somos conscientes de ellos cuando salen a la luz a raíz de un conflicto.
Por suerte, la pulsión de repetición no nos condena. Ni es para siempre ni tenemos que vivir sometidos a ella, al contrario, podemos pararla. Pero para hacerlo, el primer paso, y el más importante, es detectarla y ser conscientes de nuestros patrones de repetición.
El apego y el relato que te cuentas
Seguramente te habrás dado cuenta de que en todas las teorías sobre por qué elegimos una pareja y no otra se da mucha importancia a los primeros vínculos que establecemos con nuestros padres y cuidadores. Esto se debe a que en la infancia empezamos a construir todas nuestras creencias sobre el amor y las relaciones. Esto ya se había investigado con anterioridad en el psicoanálisis, pero fue John Bowlby quien lo sistematizó y desarrolló, para luego acuñar el concepto de «teoría del apego», que supuso un punto de inflexión en la forma de entender cómo nos relacionamos.
Según Bowlby, existe un vínculo muy importante durante la infancia, que él llama «relación de apego», y es el que creamos con nuestros cuidadores o una «figura de apego». La relación con esta figura tiene que asegurar el cuidado y un desarrollo psicológico saludable, así como la autoestima, la socialización, etcétera. Aunque el apego surge con todos los vínculos importantes que creamos, el que se establece con las primeras referencias vitales es crucial, ya que sirve de modelo para las demás relaciones. Por lo tanto,