Yumi y el pintor de pesadillas (Novela Secreta 3)

Fragmento

Ilustraciones

ILUSTRACIONES

Por Aliya Chen, © Dragonsteel Entertainment, LLC

(Aparecen en el capítulo indicado o inmediatamente a continuación)

Enfrentamiento con una pesadilla – Capítulo 3

Buscando consejo – Capítulo 5

Treinta y siete espíritus – Capítulo 5

Encuentro – Capítulo 8

Batalla de voluntades – Capítulo 12

De compras – Capítulo 15

El Pupila del Fideo -– Capítulo 17

Baño ritual -– Capítulo 18

Aprendiendo a pintar – Capítulo 19

Aprendiendo a apilar – Capítulo 20

Meditación – Capítulo 22

La maravilla como luz de fondo – Capítulo 25

Consuelo – Capítulo 27

El álbum de Pintor – Capítulo 28

La pesadilla estable – Capítulo 29

En la mortaja – Capítulo 32

Reconocimiento – Capítulo 36

La defensa de Kilahito – Capítulo 40

El perchero – Otro epílogo

Competición – Otro epílogo

Inestimable – Otro epílogo

Agradecimientos

AGRADECIMIENTOS

Antes que nada, quiero dar las gracias a Emily, la persona a quien está dedicado este libro, por ser tanto mi inspiración como mi copresidenta de Dragonsteel. Creo que os asombraría saber lo mucho que hace entre bambalinas. Merece alabanzas, elogios y un mérito enorme por compartir este libro, que es suyo, con todos vosotros.

Nuestro Departamento de Desarrollo Creativo es el que se ocupa de cosas como las ilustraciones de los libros, el arte conceptual y otras cosas geniales por el estilo. De ese departamento, querría agradecer a Isaac Stewart —vicepresidente y mi compañero de fechorías desde hace mucho tiempo— que se haya ocupado de la inmensa tarea de preparar toda la parte gráfica de estas novelas secretas.

Y ya que estamos con eso, Aliya Chen es la ilustradora de este libro y ha hecho un trabajo excelente. Con estas novelas pretendía que los ilustradores tuvieran una libertad adicional a la hora de crear su arte para las historias como ellos quisieran, y ha sido realmente maravilloso trabajar con Aliya. Espero que quienes estéis escuchando el audiolibro echéis un vistazo a las hermosas piezas que ha aportado a este proyecto.

Otros miembros del Departamento de Desarrollo Creativo son Rachael Lynn Buchanan (quien nos hizo fijarnos en la obra de Aliya), Jennifer Neal, Ben McSweeney, Hayley Lazo, Priscilla Spencer y Anna Earley.

También queremos dar las gracias a varias personas ajenas a nuestra organización en Dragonsteel que nos ayudaron con este proyecto. Entre ellas están Oriana Leckert de Kickstarter y Anna Gallagher y Palmer Johnson de BackerKit. Un agradecimiento especial para Bill Wearne, nuestro representante de impresión, que ha hecho milagros para que estas novelas fuesen a imprenta según lo que teníamos planeado.

Nuestro Departamento Editorial lo encabeza el instalado Peter Ahlstrom. Su equipo también ha trabajado muchísimo para completar cuatro libros adicionales a tiempo, ¡así que dadles la enhorabuena! Forman parte de él Karen Ahlstrom, Kristy S. Gilbert (que se ha ocupado del diseño de las páginas), Betsey Ahlstrom, Jennie Stevens y Emily Shaw-Higham. Deanna Hoak ha sido la revisora de esta novela.

El vicepresidente de nuestro Departamento de Operaciones es Matt «¿Cuántos libros dices que publicas este año?» Hatch, que se incorporó a la empresa justo a tiempo para que emprendiéramos este proyecto enorme. En el equipo de operaciones también están Emma Tan-Stoker, Jane Horne, Kathleen Dorsey Sanderson, Makena Saluone, Hazel Cummings y Becky Wilson. ¡Muchas gracias por mantenernos a todos a raya y centrados!

El Departamento de Publicidad y Marketing está capitaneado por el vicepresidente Adam Horne. Son la gente que me ayudó a rodar los vídeos con los que promocionamos estas novelas secretas y han sido un recurso valiosísimo a la hora de haceros llegar la información sobre todo el asunto. En su equipo están Jeremy Palmer, Taylor D. Hatch y Octavia Escamilla. ¡Buen trabajo!

Por último, pero no menos importante, tenemos nuestro Departamento de Marketing y Acontecimientos, encabezado por Kara Stewart como vicepresidenta. Su equipo ha cargado con un peso gigantesco para estas cuatro novelas secretas, ya que es un trabajo enorme coordinarlo, empaquetarlo y enviarlo todo para que lo recibáis en casa. También se han ocupado de hacer llegar los productos digitales a todo el mundo y de llevar el servicio de atención al cliente, así que, tengáis la versión de este libro que tengáis, ¡esta es la buena gente que os lo ha enviado! Muchísimas gracias a todos por todo el trabajo.

Forman parte de este equipo Christi Jacobsen, Lex Willhite, Kellyn Neumann, Mem Grange, Michael Bateman, Joy Allen, Katy Ives, Richard Rubert, Brett Moore, Ally Reep, Daniel Phipps, Dallin Holden, Alex Lyon, Jacob Chrisman, Matt Hampton, Camilla Cutler, Quinton Martin, Kitty Allen, Esther Grange, Amanda Butterfield, Laura Loveridge, Gwen Hickman, Donald Mustard III, Zoe Hatch, Logan Reep, Rachel Jacobsen y Sydney Wilson.

Entre los miembros de mi grupo de escritura para este libro estaban Emily Sanderson, Kathleen Dorsey Sanderson, Peter Ahlstrom, Karen Ahlstrom, Darci Stone, Eric James Stone, Alan Layton, Ethan Skarstedt y Ben Olseeeen.

Los lectores alfa han sido, entre otros, Jessie Farr, Oliver Sanderson, Rachael Lynn Buchanan, Jennifer Neal, Christi Jacobson, Kellyn Neumann, Lex Willhite, Joy Allen y Emma Tan-Stoker.

Algunos lectores beta fueron Joshua Harkey, Tim Challener, Lingting «Botánica» Xu, Ross Newberry, Becca Reppert, Jessica Ashcraft, Alyx Hoge, Liliana Klein, Rahul Pantula, Gary Singer, Alexis Horizon, Lyndsey Luther, Nikki Ramsay, Suzanne Musin, Marnie Peterson y Kendra Wilson.

El equipo de lectura gamma incluye a muchos lectores beta, además de a Brian T. Hill, Evgeni «Argento» Kirilov, Rosemary Williams, Shannon Nelson, Brandon Cole, Glen Vogelaar, Rob West, Ted Herman, Drew McCaffrey, Jessie Lake, Chris McGrath, Bob Kluttz, Sam Baskin, Kendra Alexander, Lauren McCaffrey, Billy Todd, Chana Oshira Block y Jayden King.

¡Y, por supuesto, mi más sentido agradecimiento a quienes apoyasteis el proyecto en Kickstarter y lo hicisteis posible! Vuestro entusiasmo es lo que de verdad ha impulsado este proyecto a la estratosfera. Muchísimas gracias.

Parte uno
Capítulo 1

La estrella brillaba más de lo normal cuando el pintor de pesadillas salió a hacer la ronda.

La estrella. Singular. No, no era un sol. Una mera estrella. Un agujero de bala en el cielo de medianoche, sangrando una luz pálida.

El pintor de pesadillas se quedó un momento en la puerta de su edificio residencial, con los ojos fijos en la estrella. Siempre había encontrado extraño aquel centinela en el cielo. Pero aun así, le tenía aprecio. Muchas noches la estrella era su única compañera. Suponiendo que las pesadillas no contaran.

Tras perder el duelo de miradas, el pintor de pesadillas recorrió la calle, silenciosa salvo por el zumbido de las líneas de hion. Surcaban ininterrumpidas el aire como bandas gemelas de energía pura, gruesas como una muñeca, a unos seis metros de altura. Imaginadlas como versiones gigantescas de los filamentos que hay en el centro de una bombilla: inmóviles, resplandecientes, sin soportes.

Una línea era de un indeciso color entre el verde y el azul. Podría llamarse aguamarina, o tal vez cerceta, pero en ese caso sería de una variedad eléctrica. El primo pálido del turquesa, ese que se queda siempre en casa escuchando música y no deja que le dé el sol.

La otra era de un fucsia brillante. Si se le pudiera asignar personalidad a una línea de luz, esa sería alegre, bulliciosa, descarada. De un color que solo te pondrías si quisieras que te siguieran todas las miradas. Un poquitín demasiado púrpura para ser un rosa fuerte, pero al menos era un rosa que estaba más o menos en forma.

Para los residentes de la ciudad de Kilahito, mi explicación quizá resultara innecesaria. ¿Por qué molestarse tanto en describir algo que todo el mundo conoce? Sería como describiros el sol a vosotros. Pero debéis tener ese contexto, porque las líneas de hion, la fría y la cálida, eran los colores característicos de Kilahito. Sin postes ni cables que las sostuvieran en alto, recorrían cada calle, se reflejaban en cada ventana, iluminaban a cada habitante. De las líneas principales se desviaban cintas de ambos colores, finas como alambres, que llegaban a cada edificio y alimentaban la vida moderna. Eran las arterias y las venas de la ciudad.

Igual de necesario que las líneas para la vida en la ciudad era el joven que caminaba por debajo de ellas, aunque tenía un papel muy distinto. Sus padres le habían puesto Nikaro al nacer, pero por tradición a muchos pintores de pesadillas se los llamaba por su título, excepto entre ellos. Aun así, pocos lo tenían tan interiorizado como él. De modo que lo llamaremos como él se llamaba a sí mismo: sencillamente Pintor.

Supongo que vosotros diríais que Pintor parecía veden. Rasgos parecidos y el mismo pelo negro, pero tenía la piel más pálida que los que se verían en Roshar. Pintor se habría quedado perplejo si le hiciera esa comparación, ya que no había oído hablar de esas tierras. De hecho, hacía muy poco que su gente había empezado a plantearse si su planeta estaba solo o no en el Cosmere. Pero no adelantemos acontecimientos.

Pintor. Era un hombre joven, a un año todavía de la veintena, tal y como vosotros medís el tiempo. Su pueblo usaba una numeración diferente, pero, para no complicarnos, lo dejaremos en que tenía diecinueve años. Larguirucho y vestido con una camisa suelta abotonada de color gris azulado y un chaquetón hasta las rodillas, era de esos que se dejaban el pelo largo por los hombros porque creían que así requería menos esfuerzo. En realidad requiere mucho más, pero solo si se hace bien. También pensaba que le daba un aspecto más imponente. De nuevo, solo es verdad si se hace bien. Cosa que él no hacía.

Quizá lo consideréis demasiado joven para cargar con el peso de proteger toda una ciudad. Pero lo cierto es que lo hacía junto a otros centenares de pintores de pesadillas. En consecuencia, era una persona importante del mismo brillante y moderno modo en que los profesores, los bomberos y los enfermeros son importantes: como un trabajador esencial a quien le corresponden sus caprichosos días de apreciación en el calendario, halagos en boca de todos los políticos y murmullos de agradecimiento en los restaurantes. Y, de hecho, resaltar el gran valor de esas profesiones siempre ahogaba otras conversaciones más prosaicas. Como las relativas a los aumentos de sueldo.

El resultado era que Pintor no ganaba mucho dinero, apenas lo justo para comer y llevar algo suelto para gastos. Vivía en un piso de una sola habitación que le proporcionaba su patrono. Todas las noches salía a trabajar. Y lo hacía, incluso a esas horas, sin temer que lo atracaran o lo agredieran. Kilahito era una ciudad segura si no se tenían en cuenta las pesadillas. No hay nada como unos vacíos de oscuridad desbocados y semiconscientes para reducir los índices de criminalidad.

Como es de esperar, la mayoría de la gente se quedaba en casa por la noche.

La noche. Bueno, la llamaremos así. Me refiero al intervalo de tiempo en que la gente dormía. No veían estas cosas igual que vosotros, ya que su pueblo vivía en una oscuridad constante. Sin embargo, durante su turno, podría decirse que daba la sensación de ser de noche. Pintor recorrió las calles vacías entre atestados edificios residenciales. La única actividad visible estaba en la calle Tumulto, a la cual podríamos llamar, siendo caritativos, una zona comercial de baja estofa. Por supuesto, la calle larga y estrecha estaba en la periferia de la ciudad. Allí el hion estaba plegado y curvado para darle forma de letreros, que destacaban en una tienda tras otra como manos gesticulando para llamar la atención.

Los letreros, compuestos de letras, dibujos y formas, se habían creado utilizando solo dos colores, aguamarina y magenta, mediante líneas continuas. Sí, Kilahito tenía cosas como bombillas eléctricas, tan comunes en muchos planetas. Pero el hion funcionaba sin necesitad de maquinaria ni repuestos, así que mucha gente lo utilizaba, sobre todo fuera de casa.

Pintor tardó poco en llegar al límite occidental. Al final del hion. Kilahito tenía forma de círculo y en su perímetro había una última línea de edificios que no era del todo una muralla. Eran sobre todo almacenes, sin ventanas ni residentes. Por su exterior se extendía una última calle que rodeaba la ciudad en circunferencia. No la usaba nadie, pero allí estaba de todos modos, formando una especie de tope entre la civilización y lo que acechaba más allá.

Lo que acechaba más allá era la mortaja: una interminable y densa oscuridad que asediaba la ciudad, y también a todos los habitantes del planeta.

Se cernía sobre Kilahito como una cúpula contenida por el hion, que también se empleaba para crear caminos y corredores entre ciudades. Solo la luz de la estrella atravesaba la mortaja. Ni siquiera hoy por hoy estoy totalmente seguro de por qué. Pero fue cerca de allí donde Virtuosismo se Astilló a sí misma, y sospecho que tuvo algún efecto.

Contemplando la mortaja, Pintor se cruzó de brazos, confiado. Aquellos eran sus dominios. Allí él era el cazador por su cuenta. El vagabundo solitario. El hombre que merodeaba en la inacabable oscuridad, sin temor a…

A su derecha una risa tintineó en el aire.

Pintor suspiró y desvió la mirada hacia el lugar por donde otros dos pintores de pesadillas recorrían el perímetro a paso tranquilo. Akane vestía con falda verde brillante y blusa blanca, y llevaba el largo pincel de pintora de pesadillas como si se tratase de una porra. Tojin, que caminaba dando zancadas a su lado, era un joven de brazos abultados y rasgos planos. A Pintor siempre le había dado la impresión de que Tojin era como un retrato hecho sin aplicar bien la perspectiva ni el escorzo. Seguro que ningún hombre podía tener unos brazos tan grandes, una barbilla tan cuadrada.

Ambos volvieron a reírse de algo que había dicho Akane. Entonces lo vieron allí de pie.

—¿Nikaro? —lo llamó Akane—. ¿Vuelves a tener el mismo turno que nosotros?

—Sí —dijo Pintor—. Hum, está en el cuadrante, esto… creo.

¿Se había acordado de rellenarlo esa última vez? —¡Qué bien! —respondió ella—. ¿Nos vemos luego si podemos?

—Eh… sí —dijo Pintor.

Akane se marchó dando taconazos contra la piedra, pincel en mano, lienzo bajo el brazo. Tojin hizo un leve encogimiento de hombros a Pintor y la siguió, con su material en una gran bolsa. Pintor los vio alejarse mientras contenía las ganas de seguirlos.

Él sí que era un cazador por su cuenta. Un vagabundo solitario. Un… ¿callejeador desacompañado? En todo caso, no quería trabajar en pareja ni en grupo, como sí hacían muchos de los demás.

Estaría bien que alguien se lo pidiera. Así podría demostrar a Akane y Tojin que tenía amigos. Rechazaría tales ofertas con estoica firmeza, por supuesto. Porque Pintor trabajaba solo. Era un caminante individual. Un…

Suspiró. Era difícil mantener un aire taciturno como era debido tras un encuentro con Akane. En particular si aún le llegaban los ecos de su risa desde dos calles de distancia. Para muchos compañeros suyos, pintar pesadillas no era un trabajo tan… solemne como Pintor lo hacía parecer.

A él lo ayudaba pensar que sí. Lo ayudaba a no tomarse tanto a sí mismo como un error. Sobre todo en los momentos en que consideraba una vida en la que iba a pasar las próximas seis décadas en esa misma calle, noche tras noche, silueteado por el hion. Solo.

Capítulo 2

Yumi siempre había pensado que la aparición de la estrella diurna era alentadora. Un presagio de buena fortuna. Un signo de que los haijo primordiales se mostrarían abiertos y acogedores con ella.

La estrella diurna parecía más brillante de lo normal ese día, un resplandor azul claro en el horizonte occidental mientras el sol salía por el este. Una señal poderosa para quien creyera en esas cosas. (Dice el viejo chiste que los objetos perdidos tienden a estar en el último lugar donde se busca; los presagios, por el contrario, suelen aparecer en el primero donde alguien mira).

Yumi creía en las señales. Qué remedio, dado que el acontecimiento más importante de toda su vida había sido un presagio. Nació mientras una estrella fugaz marcaba el cielo, indicando que los espíritus la habían elegido. Así que a Yumi la habían apartado de sus padres y la habían criado para cumplir con un deber sagrado y crucial.

Se acomodó en el cálido suelo de su carromato mientras entraban sus asistentes, Chaeyung y Hwanji. Hicieron sendas reverencias en la postura ritual y empezaron a darle de comer, con palillos maipon y cucharas, un plato de arroz y estofado que habían dejado en el suelo para que se cocinara. Yumi se quedó sentada y tragó, sin cometer jamás la grosería de intentar alimentarse por sí misma. Aquello era un ritual, y Yumi era experta en ellos.

Pero ese día no pudo evitar sentirse distraída. Pasaban diecinueve días de su decimonoveno cumpleaños.

Un día para las decisiones. Un día para la acción.

¿Un día, tal vez, para pedir lo que quería?

Quedaban cien días para el gran festival de Ciudad Torio, la gran capital, donde residía la reina. Cien días para la muestra anual del mejor arte, el mejor teatro y los mejores proyectos del país. Yumi nunca había ido. Quizá… esa vez…

Cuando sus asistentes terminaron de darle la comida, se levantó. Le abrieron la puerta y saltaron del carromato privado. Yumi respiró hondo y bajó también a la luz del sol, metiendo los pies en sus zuecos.

Sus dos asistentes se apresuraron a sostener en alto unos abanicos gigantescos que la ocultaban de la vista. Por supuesto, la gente del pueblo se había congregado para verla. A la elegida. A la yokihaijo. A la chica que daba órdenes a los espíritus primordiales. (No es que sea un título precisamente conciso, pero suena mejor en su idioma).

Aquella tierra, el reino de Torio, no podía ser más distinta que el lugar donde vivía Pintor. No había ni una sola línea fría o cálida que surcara el cielo. No había edificios residenciales. No había calles pavimentadas. Ah, pero sí que tenían luz solar. Un sol dominante rojo anaranjado, del color de la arcilla cocida. Más grande y más próximo que vuestro sol, y con nítidas manchas de colores variados, como un bullente estofado del desayuno, removido y ondulándose en el cielo.

Ese sol escarlata pintaba el paisaje de… bueno, de unos colores normales y corrientes. Así funciona el cerebro. Después de pasar allí unas horas, ya no te dabas cuenta de que la luz tenía un matiz más rojizo. Pero nada más llegar, era impactante. Como el escenario de una masacre sangrienta ante la que todo el mundo estaba insensibilizado.

Oculta tras los abanicos, Yumi caminó en sus zuecos por el pueblo hasta llegar al manantial fresco de la zona. Una vez allí, sus asistentes le quitaron el camisón, porque una yoki-haijo nunca se vestía ni se desvestía ella sola, y dejaron que se metiera en el agua un poco fría, estremeciéndose por su chocante beso. Al poco, Chaeyung y Hwanji la siguieron con una bandeja flotante que contenía jabones cristalinos. La frotaron una vez con el primero y luego Yumi se enjuagó. Una vez con el segundo y ella se enjuagó. Dos veces con el tercero. Tres veces con el cuarto. Cinco veces con el quinto. Ocho veces con el sexto. Trece veces con el séptimo.

Quizá te parezca un poco exagerado. De ser así, ¿es posible que nunca hayas oído hablar de la religión?

Por suerte, la devoción particular de Yumi también tenía sus aspectos prácticos. Los últimos jabones solo podían considerarse como tales según la definición más amplia imaginable. Vosotros los llamaríais cremas perfumadas, con un marcado componente hidratante. (A mí me resultan particularmente agradables en los pies, aunque es probable que acabe necesitándolos en todo el cuerpo cuando vaya a la versión toresa del infierno por desperdiciar sus componentes para rituales en aliviarme los juanetes).

El último enjuague de Yumi consistía en hundirse bajo el agua mientras contaba hasta ciento cuarenta y cuatro. Bajo la superficie, su cabello oscuro fluía en torno a ella, serpenteando en la corriente de su movimiento como si estuviera vivo. El baño obligatorio le dejaba el pelo limpísimo, lo cual era importante, dado que su vocación religiosa le prohibía cortárselo jamás, con lo que le llegaba hasta la cintura.

Aunque el ritual no lo exigía, a Yumi le gustaba mirar hacia arriba a través de la resplandeciente agua y ver si encontraba el sol. Fuego y agua. Líquido y luz.

Salió de golpe justo al llegar a ciento cuarenta y cuatro, dando un respingo. Se suponía que cada vez debía ser más fácil. Se suponía que Yumi debía emerger serena, renovada, renacida. Pero ese día se vio obligada a faltar al decoro tosiendo un poco.

(Sí, para ella toser era faltar al decoro. No me preguntéis qué opinaba de las cosas graves de verdad, como llegar tarde a un ritual).

Después del baño ritual llegaban las vestiduras rituales, de las que también se ocupaban sus asistentes. El tradicional fajín bajo el busto y luego el echarpe blanco más grande sobre el pecho. Unas calzas interiores sueltas. Y por fin el tobok, en dos capas de tela gruesa y colorida, con su gruesa falda acampanada. De color magenta, como dictaba el ritual para ese día de la semana.

Volvió a ponerse los zuecos y de algún modo anduvo sobre ellos con naturalidad y fluidez. (Yo me considero una persona bastante hábil, pero los zuecos toreses, llamados getuk, son como ladrillos atados a los pies. No es que cueste equilibrarse en ellos, porque solo tienen quince centímetros de altura, pero confieren a la mayoría de los forasteros la grácil desenvoltura de un chull borracho).

Una vez hecho todo eso, Yumi por fin estaba preparada… para su siguiente ritual. Tenía que ir al templo del pueblo y rezar a los espíritus para suplicarles sus bendiciones. Así que permitió de nuevo que sus asistentes la ocultaran con los abanicos y salió para rodear el pueblo en dirección al parterre.

Allí, unas flores de vivo color azul, ahuecadas para atrapar la lluvia, flotaban en las corrientes termales. Levitaban como a medio metro de altura. En Torio las plantas rara vez se atrevían a tocar el suelo, o el calor de la piedra las marchitaría. Las flores tendrían unos cinco centímetros de diámetro, con hojas amplias que las sostenían en las corrientes termales, como lilas con extensas raíces colgantes que absorbían el agua del aire. El paso de Yumi hizo que se arremolinaran y chocaran entre ellas.

El templo era una estructura pequeña de madera, bastante abierta por los lados pero con una celosía abovedada. Lo curioso es que también flotaba con elegancia unos palmos sobre el suelo, en su caso gracias a un único espíritu elevador que había debajo, adoptando la forma física de dos estatuas con semblantes grotescos encaradas entre ellas. Una de ellas, vagamente masculina, estaba agachada en el suelo; la otra, vagamente femenina, aferraba la parte baja del edificio. Aunque se dividían al volverse físicas, las estatuas seguían formando parte de un mismo espíritu.

Yumi se aproximó entre las flores mientras las suaves corrientes termales le ondulaban la falda. La gruesa tela no se levantaba lo suficiente para avergonzarla, sino tan solo lo justo para dar forma y esplendor al vestido acampanado. Se quitó de nuevo los zuecos al llegar al templo y subió a la madera fresca. La estructura apenas osciló, sostenida con firmeza por la fuerza del espíritu.

Se arrodilló y comenzó con la primera de las trece oraciones rituales. Si creéis que mi descripción de sus preparativos se ha alargado un poco, era a propósito. Tal vez ayude a entender, aunque sea una pizca, cómo era la vida de Yumi. Porque aquel no era un día especial en lo relativo a sus deberes. Eso era lo típico. Desayuno ritual. Baño ritual. Vestimenta ritual. Plegarias rituales. Y más. Yumi era una de las elegidas, las señaladas al nacer, quienes poseían la capacidad de influir en los haijo, los espíritus. Era un gran honor entre su pueblo. Y jamás permitían que Yumi lo olvidara.

Las oraciones y las meditaciones que las seguían le llevaron alrededor de una hora. Al terminar alzó la mirada hacia el sol, mientras las rendijas en el dosel de madera del templo le decoraban el vestido con líneas alternas de luz y sombra. Se sintió… afortunada. Sí, estaba convencida de que esa era la emoción apropiada. Era una bendición ocupar su puesto, ser una de los pocos privilegiados.

El mundo que proporcionaban los espíritus era maravilloso. El sol, de un vivo rojo anaranjado, brillando a través de unas resplandecientes nubes amarillas, escarlatas, violetas. Un campo de flores flotantes que temblaban cuando unos diminutos lagartos saltaban de unas a otras. La piedra por debajo, tibia y vibrante, la fuente de toda vida, calor y crecimiento.

Y ella formaba parte de aquello. Una parte crucial.

Sin duda era estupendo.

Sin duda era todo lo que iba a necesitar en la vida.

Sin duda no debería anhelar más. Aunque… aunque ese día fuese afortunado. ¿Aunque… quizá, por una vez, podría preguntar?

«El festival —pensó—. Podría visitarlo, vestida como una persona corriente. Un día en el que ser normal».

Un roce de tela y el sonido de unos zapatos de madera hicieron que Yumi se volviera. Solo una persona se atrevería a acercarse a ella durante la meditación: Liyun, una mujer alta vestida con un sobrio tobok negro de lazo blanco. Liyun, su kihomaban, palabra que significaba algo a medio camino entre tutora y mecenas. Para simplificar, la llamaremos su guardiana.

Liyun se detuvo a unos pasos del templo, con las manos a la espalda. En teoría atendía las necesidades de Yumi, como sirviente de la chica que daba órdenes a los espíritus primordiales. (Creedme, al final terminas cogiéndole cariño a la expresión). No obstante, había un cierto aire exigente incluso en la forma en que Liyun se quedaba de pie sin moverse.

Quizá fuesen los zapatos a la moda, unos zuecos con gruesa madera bajo los dedos de los pies pero de elegante tacón. Quizá fuese cómo llevaba el pelo, corto por detrás y más largo por delante, evocando la forma de una hoja afilada a cada lado de la cabeza. No era una mujer cuyo tiempo pudiera desperdiciarse, lo cual de algún modo se aplicaba también a los momentos en los que no estaba esperándote.

Yumi se apresuró a levantarse.

—¿Ya es la hora, guardiana-nimi? —preguntó con un inmenso respeto.

El idioma de Yumi y el de Pintor tenían la misma raíz, y en ambos había una cierta afectación que me cuesta expresar en tu lengua. Se conjugaban las frases o se añadían modificadores a las palabras para indicar alabanza o desdén. Lo curioso es que en ninguno de esos idiomas existían maldiciones ni palabrotas. Se limitaban a cambiar una palabra a su forma más baja posible. Haré lo posible por indicar ese matiz añadiendo las palabras «alto» o «bajo» en varios lugares clave.

—Todavía falta un poco para el momento, elegida —dijo Liyun—. Debemos esperar a la erupción del pozo de vapor.

Por supuesto. La erupción renovaba el aire, así que mejor esperar si ya estaba cerca. Pero eso significaba que tenían tiempo. Unos pocos y valiosos momentos sin trabajo ni ceremonias programadas.

—Guardiana-nimi —dijo (alto) Yumi, haciendo acopio de valor—. El Festival de las Revelaciones se acerca.

—Dentro de cien días, sí —respondió Liyun.

—Y es un decimotercer año. Los haijo tendrán una actividad inusual. Ese día… no les haremos peticiones, supongo.

—Imagino que no, elegida —dijo Liyun, mirando el pequeño calendario en forma de cuadernillo que llevaba en su bolsa. Pasó unas páginas.

—Estaremos… cerca de Ciudad Torio, ¿verdad? Estamos viajando por la región.

—¿Y?

—Y… yo…

Yumi se mordió el labio.

—Ah —dijo Liyun—, y querrías pasar el día del festival en oración, agradeciendo a los espíritus que te concedieran un puesto tan elevado.

«Díselo de una vez —le susurró una parte de ella—. Dile que no y ya está. Que no es lo que quieres hacer. Díselo».

Liyun cerró el cuadernillo de golpe, sin dejar de observar a Yumi.

—Sin duda —dijo— es eso lo que quieres. Jamás desearías activamente hacer algo que traiga la deshonra a tu posición. Que sugiera que lamentas el lugar que ocupas. ¿Verdad, elegida?

—Nunca —susurró Yumi.

—De entre todos los nacidos ese año —dijo Liyun—, recibiste tú el honor de esa vocación, de esos poderes. Solo vivís catorce de vosotras ahora mismo.

—Lo sé.

—Eres especial.

Yumi habría preferido ser menos especial, pero sintió remordimientos solo de pensarlo.

—Comprendo —dijo Yumi, recobrando la compostura—. Mejor no esperemos al pozo de vapor. Por favor, llévame al lugar del ritual. Estoy ansiosa por cumplir mi deber e invocar a los espíritus.

Capítulo 3

Es aterrador cómo se transforman las pesadillas.

Me refiero a las pesadillas normales, no a las que se pintan. A los sueños terroríficos, a cómo cambian. Cómo evolucionan. Ya es bastante horrible encontrarte con algo que da miedo estando en vela, pero al menos esos horrores mortales tienen una forma, una sustancia. Aquello que tiene forma puede comprenderse. Aquello que tiene masa puede destruirse.

Las pesadillas son un terror fluido. En el mismo instante volátil en que le pillas el truco a una, va y cambia. Rellena los recovecos del alma igual que el agua derramada cubre las grietas del suelo. Las pesadillas son una gelidez supurante creada por la mente para castigarse a sí misma. En ese aspecto, una pesadilla es la viva definición del masoquismo. La mayoría somos lo bastante discretos como para mantener esa clase de cosas apartada, oculta.

En el mundo de Pintor, esas partes oscuras tenían una asombrosa tendencia a cobrar vida.

Pintor estaba en la periferia de la ciudad, bañado desde atrás en radiactivo aguamarina y eléctrico magenta, observando la agitada oscuridad. Tenía sustancia; oscilaba y fluía como la brea fundida.

La mortaja. La negrura de más allá.

Las pesadillas sin formar.

Los trenes viajaban por las líneas de hion hasta lugares como el pequeño pueblo donde aún vivía su familia, a un par de horas de distancia. Pintor sabía que existían otros lugares. Sin embargo, era difícil no sentirse aislado al contemplar aquella interminable lobreguez.

La oscuridad se apartaba de las líneas de hion. Casi siempre.

Pintor se volvió y estuvo un rato recorriendo la calle que circundaba la ciudad. A su derecha, los edificios exteriores se alzaban como una muralla de escudos, con angostas callejuelas entre ellos. Como ya he mencionado, no eran una auténtica fortificación. Los muros no detenían a las pesadillas: solo servían para impedir que la gente saliese al perímetro.

Que él supiera, allí fuera nunca iba nadie excepto sus compañeros de profesión. La gente normal se quedaba en casa, porque hasta una sola calle hacia el interior daba una sensación infinitamente más segura. La mayoría de la población vivía como él en otros tiempos, esforzándose por no pensar en lo que había fuera. Bullendo. Revolviéndose. Vigilando.

Pero de un tiempo a esa parte, el trabajo de Pintor era enfrentarse a ello.

Al principio no vio nada. No había señales de ninguna pesadilla de particular valentía internándose en la ciudad. Sin embargo, podían ser sutiles. Así que Pintor siguió adelante. Su zona asignada era una cuña poco extensa que empezaba varios edificios al interior del perímetro, pero la parte exterior era más amplia, y también donde era más probable que aparecieran rastros de pesadillas.

Mientras hacía la ronda, siguió imaginando que era un guerrero solitario. En vez de ser, a grandes rasgos, un exterminador de plagas que había estudiado bellas artes.

A su derecha estaban los murales. No estaba muy seguro de cómo se les había ocurrido la idea a los pintores de la ciudad, pero últimamente acostumbraban a aprovechar los ratos muertos de las patrullas para practicar en los edificios exteriores. Las paredes que daban a la mortaja no tenían ventanas, así que eran unos lienzos enormes y tentadores.

En términos estrictos aquellos murales no formaban parte del trabajo, sino que eran más bien declaraciones personales. Pintor pasó por delante del que había hecho Akane, una inmensa flor. Pintura negra sobre la pared encalada. El sitio que él había escogido se hallaba dos edificios más allá. Era solo una pared blanca, aunque, si uno se fijaba, por debajo se entreveía su proyecto fallido. Decidió que encalaría de nuevo la pared. Pero no sería esa noche, porque por fin captó señales de una pesadilla.

Se acercó más a la mortaja, aunque sin tocarla, por supuesto. Sí, allí la superficie negra estaba revuelta. Como si alguien hubiera tocado una pintura casi seca, dejándola… alterada, ondulándose. Era difícil de distinguir, ya que la mortaja no reflejaba la luz, al contrario que la tinta o el alquitrán, a los que se parecía en todo lo demás. Pero Pintor había entrenado mucho.

Algo había emergido allí de la mortaja para adentrarse en la ciudad. Pintor sacó su pincel, una herramienta larga como una espada, de su gran bolsa. Se sentía mejor con él en la mano. Se echó la bolsa de pintor a la espalda, cargada con el peso de los lienzos y el frasco de tinta. Entonces echó a andar en dirección al interior, pasando por la pared encalada que encubría su último fracaso.

Había hecho cuatro intentos. El último había llegado más lejos que casi todos los anteriores. Era un cuadro de la estrella, que había empezado a pintar después de conocer la noticia de que iba a emprenderse una travesía con la intención de recorrer la oscuridad del cielo. Un viaje a la mismísima estrella, para el que los científicos planeaban utilizar un vehículo muy especial y un par de líneas de hion lanzadas a una distancia increíble.

Junto con la noticia, Pintor se había enterado de una cosa interesante. En contra de lo que antes creía todo el mundo, la estrella no era un mero punto de luz en el cielo. Los telescopios habían revelado que era un planeta. Habitado, según suponían, por otra gente. Un lugar cuya luz de algún modo atravesaba la mortaja.

Saber de esa inminente travesía había sido una breve inspiración para Pintor. Pero luego había perdido la chispa y el cuadro había languidecido. ¿Cuánto tiempo hacía ya desde que lo tapó? Un mes como mínimo.

En la esquina de la pared, cerca del cuadro, percibió una oscuridad humeante. La pesadilla había pasado por allí y había rozado la piedra, dejando un residuo que se evaporaba poco a poco, en negros zarcillos que se perdían en la noche. Pintor ya esperaba que hubiera tomado ese camino, porque estas casi siempre optaban por la ruta más directa hacia el interior. Pero era bueno confirmarlo de todos modos.

Empezó a avanzar despacio hacia dentro, regresando a los dominios de las luces gemelas de hion. Le llegaron ecos de risas desde la derecha, pero lo más probable era que la pesadilla no hubiese ido en esa dirección. El distrito del placer era donde la gente iba a hacer todo lo que no era dormir.

«Por ahí», pensó al distinguir unas volutas negras sobre una jardinera que había más adelante. Los arbustos crecían hacia las líneas de hion y su nutritiva luz. Así que, al recorrer la calzada desierta, Pintor pasó entre unas plantas que parecían estar alzando los brazos en un silencioso saludo.

Encontró el siguiente rastro cerca de un callejón. Una auténtica pisada, negra, de la que emanaban vapores oscuros. La pesadilla había empezado a evolucionar, captando pensamientos humanos, pasando de ser una negrura amorfa a algo que tenía forma. Al principio solo una vaga, pero en vez de ser una criatura negra, reptante y fluida, era probable que ya tuviera pies. Incluso en ese estado era muy raro que dejaran huellas, así que era una suerte haber encontrado una.

Llegó a una calle más oscura, donde las líneas de hion eran finas y diluidas en lo alto. En aquel lugar sombrío, recordó sus primeras noches trabajando solo. A pesar de su exhaustivo entrenamiento, a pesar de las enseñanzas de tres pintores distintos, se había sentido expuesto y vulnerable, como un rasguño reciente sin cubrir, con las emociones y el miedo próximos a la superficie.

Desde entonces, el miedo había quedado bien cubierto por los callos de la experiencia. Aun así, Pintor se apretó la bolsa contra el cuerpo con una mano y sostuvo el pincel hacia fuera mientras avanzaba muy despacio. Allí, en la pared, se veía la huella de una mano con los dedos demasiado largos y lo que parecían garras. Sí, la pesadilla estaba tomando una forma. Su presa debía de estar cerca.

Un poco más adelante en el angosto callejón, junto a una pared desnuda, encontró la pesadilla. Era un ser hecho de tinta y sombra, con algo más de dos metros de altura. Había creado dos largos brazos que se doblaban demasiadas veces y tenía las extensas palmas apoyadas contra la pared, con los dedos extendidos. Había metido la cabeza a través de la piedra para escrutar en la habitación del otro lado.

Las pesadillas tan altas siempre lo ponían nervioso, en particular si tenían dedos largos. Le daba la impresión de haber visto formas como aquellas en sus propios sueños fragmentados, atisbos de terrores sepultados en su interior. Sus pies rasparon la piedra del suelo y aquella cosa lo oyó y sacó la cabeza, liberando volutas de negrura informe que se alzaban de ella como ceniza de una hoguera humeante.

Pero no tenía cara. Nunca la tenían, a menos que algo fuese muy mal. En vez de eso, acostumbraban a mostrar una negrura más profunda en la parte delantera de la cabeza. Una negrura de la que goteaba un líquido oscuro. Como lágrimas o cera junto a una llama.

Pintor se apresuró a alzar sus protecciones mentales, albergando pensamientos tranquilos. Era lo primero y lo más importante que se aprendía en el entrenamiento. Las pesadillas, como muchos depredadores que se alimentaban de mentes, eran capaces de sentir los pensamientos y las emociones. Buscaban las más poderosas, las más crudas, para devorarlas. Una mente plácida les despertaba poco interés.

El ser se volvió e introdujo de nuevo la cabeza en la pared. Aquel edificio no tenía ventanas, lo cual era una estupidez. Las pesadillas atravesaban las paredes. Al prescindir de ventanas, los ocupantes del inmueble se atrapaban más a sí mismos en las cajas que eran sus hogares, alimentando la claustrofobia… y dificultando el trabajo de los pintores.

Pintor se movió despacio, con cuidado, y sacó un lienzo de la bolsa que llevaba al hombro, una tela de un metro cuadrado con su marco. Colocó el lienzo plano en el suelo ante él. Entonces sacó el frasco de tinta, negra y poco densa. Los pintores de pesadillas siempre trabajaban en negro sobre blanco, sin colores, ya que buscaban crear algo que imitara el aspecto de las pesadillas. La mezcla de la tinta estaba pensada para proporcionar unas excelentes gradaciones de gris y negro. Aunque en realidad Pintor ya no se tomaba tantas molestias con los matices.

Mojó el pincel en la tinta, se arrodilló sobre el lienzo y se detuvo a observar la pesadilla. Seguía emanando negrura de ella, y su forma aún era bastante poco definida. Sería solo su primera o su segunda incursión en la ciudad. Hacía falta más de una docena de entradas para que una pesadilla tuviera la sustancia suficiente para hacerla peligrosa, y tenían que regresar a la mortaja cada vez para renovarse, o de lo contrario se evaporaban.

A juzgar por la apariencia de aquella, era bastante nueva. Probablemente no podría hacerle daño.

Probablemente.

Y ese era el motivo fundamental de que los pintores fuesen tan importantes y a la vez tan desechables. Su trabajo era esencial, pero no urgente. Siempre que se descubriera una pesadilla durante su primera decena aproximada de incursiones en la ciudad, podía neutralizarse. Era lo que sucedía casi siempre.

A Pintor se le daba bien controlar el miedo mediante pensamientos como esos. El pragmatismo formaba parte de su entrenamiento. Cuando hubo calmado la respiración, trató de plantearse qué aspecto tenía la pesadilla, qué forma habría podido adoptar. En teoría, escogiendo algo con lo que la entidad ya guardara un cierto parecido y pintándolo, se obtenía más poder sobre ella. Pintor no lo veía claro del todo. O mejor dicho, llevaba unos cuantos meses sin tener nada claro que mereciera la pena el esfuerzo.

Así que esa noche se decidió por la forma de un pequeño matorral de bambú y empezó a pintar. Aquella cosa tenía los brazos larguiruchos, a fin de cuentas. Eran así como parecidos al bambú.

Había practicado mucho pintar tallos de bambú. De hecho, podría decirse que Pintor tenía cierta precisión científica a la hora de dibujar cada segmento, con un pequeño trazo lateral seguido de una larga línea. Había que dejar el pincel sobre el lienzo un instante para que, al levantarlo, la tinta acumulada formara el nudo final del segmento de bambú. Así se podía pintar cada uno de una sola pincelada.

Era un método efectivo, cosa que en los últimos tiempos le parecía lo más importante. Mientras pintaba, fijó en su mente la forma, una poderosa imagen central. Como de costumbre, un pensamiento tan deliberado llamó la atención del ser. La pesadilla vaciló un momento, sacó la cabeza de la pared y se volvió hacia él, la cara goteándole con su propia tinta.

Se movió hacia Pintor, caminando sobre los brazos, que se habían vuelto más redondeados. Con segmentos nudosos.

Él siguió trabajando. Trazo. Floritura. Hojas pintadas con rápidos movimientos de muñeca, más negros que el cuerpo principal del bambú. En los brazos del ser aparecieron unas protuberancias similares mientras avanzaba. También se encogió sobre sí mismo mientras Pintor dibujaba un tiesto en la parte de abajo.

El cuadro capturó al ser. Lo desvió. Y así, para cuando la pesadilla llegó hasta él, la transformación ya estaba en pleno efecto.

Hacía tiempo que Pintor había dejado de abstraerse en su arte. Al fin y al cabo, se decía a sí mismo, tenía un trabajo que hacer. Y lo hacía bien. Mientras terminaba, la pesadilla hasta adoptó algunos sonidos propios del bambú: el leve traqueteo de los tallos entrechocando, para acompañar al omnipresente zumbido de las líneas de hion en las alturas.

Levantó el pincel, dejando un bambú perfecto dibujado en el lienzo al que ya imitaba el ser del callejón, cuyas hojas rozaban las paredes. Entonces, con un sonido que recordaba mucho a un suspiro, la pesadilla se dispersó. Pintor la había transformado deliberadamente en una forma inofensiva, de modo que, presa como estaba, no podía huir a la mortaja para recuperar fuerzas. En vez de eso, como agua atrapada en una bandeja caliente… se evaporó.

Al cabo de un momento, Pintor estaba solo en el callejón. Recogió sus cosas y guardó de nuevo el lienzo en la enorme bolsa, junto con otros tres sin usar. Al terminar, siguió patrullando.

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Nuestros mejores momentos son la base en que nos apoyamos para tratar de alcanzar el cielo. <br> <a href="https://www.penguinlibros.com/mx/fantasia/331148-libro-yumi-y-el-pintor-de-pesadillas-novela-secreta-3-9786073833172" target="_blank" style="font-weight:800;color: #FF5A00;"> Ver mas <i class="fa fa-chevron-right text-sm" style="font-size: clamp(10px,1vw,12px);"></i> <i class="fa fa-chevron-right text-sm" style="font-size: clamp(10px,1vw,12px);margin-left: -5px;"></i> </a> </div> <!-- Precio y selector de formato --> <div class="col-12 formatos align-items-center justify-content-between" id="formDataWidget" style="margin-top:10px;"> <div class="product-formatos" style="width:100%"> <span class="formatosDisponibles h5">Formatos disponibles</span> <form autocomplete="off"> <div class="row"> <div class="col-md-12 d-flex formatosYprecios"> <input autocomplete="false" name="hidden" type="text" style="display:none;"> <select class="product-selector selectorFormato" onchange="location = 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aria-hidden="true"></i> </button> </span> </div> </div> <div class="col-md-2 form-control-comment"> </div> </div> <div class="form-group align-items-center "> <label class="col-md-2 col-form-label"> </label> <div class="col-md-8"> <span class="custom-checkbox"> <input name="remember" id="ff_remember" type="checkbox" value="1" > <span><i class="fa fa-check rtl-no-flip checkbox-checked" aria-hidden="true"></i></span> <label for="ff_remember">Recuérdame</label > </span> </div> <div class="col-md-2 form-control-comment"> </div> </div> <div class="forgot-password col-md-12"> <a href="https://www.penguinlibros.com/mx/recuperar-contrasena" rel="nofollow"> ¿Olvidaste tu contraseña? </a> </div> </section> <footer class="form-footer text-center clearfix"> <input type="hidden" name="submitLogin" value="1"> <button id="submit-login" class="loginPresta btn btn-primary form-control-submit" data-link-action="sign-in" type="submit"> INICIAR SESIÓN </button> </footer> </form> <div id="login_create-account-link-wrapper" class="col-md-8"> <span id="social-links-text_register">¿Aún no tienes cuenta?</span> <a href="https://www.penguinlibros.com/mx/iniciar-sesion?create_account=1"> <button id="create_account" class="btn btn-primary" data-link-action="sign-in">Crear cuenta</button> </a> <ul> <li><i class="fa fa-heart-o not-added" aria-hidden="true"></i>Añade tus favoritos a tu lista de deseos</li> <li><svg style="fill: #FF5A00;" xmlns="http://www.w3.org/2000/svg" height="24" viewBox="0 -960 960 960" width="24"><path d="M270-80q-45 0-77.5-30.5T160-186v-558q0-38 23.5-68t61.5-38l395-78v640l-379 76q-9 2-15 9.5t-6 16.5q0 11 9 18.5t21 7.5h450v-640h80v720H270Zm90-233 200-39v-478l-200 39v478Zm-80 16v-478l-15 3q-11 2-18 9.5t-7 18.5v457q5-2 10.5-3.5T261-293l19-4Zm-40-472v482-482Z"></path></svg></i> Gestiona tus pedidos y accede a tu biblioteca</li> <li><svg fill="#000000" version="1.1" id="Capa_1" xmlns="http://www.w3.org/2000/svg" xmlns:xlink="http://www.w3.org/1999/xlink" 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rcTagManagerLib.isCheckout = isCheckout; rcTagManagerLib.compliantModuleName = compliantModuleName; rcTagManagerLib.skipCartStep = skipCartStep; // list names rcTagManagerLib.lists = {"default":"Fragmento","filter":"filtered_results"}; // Google remarketing - page type rcTagManagerLib.ecommPageType = 'other'; // get products list to cache rcTagManagerLib.productsListCache = []; // Listing products /////////////////////////////////////////////// if (!disableInternalTracking) { // Initialize all user events when DOM ready document.addEventListener('DOMContentLoaded', initGtmEvents, false); window.addEventListener('pageshow', fireEventsOnPageShow, false); } function initGtmEvents() { // Events binded on all pages // Events binded to document.body to avoid firefox fire events on right/central click document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventClickPromotionItem, false); //Botones Newsletters var btnNewsletter = document.querySelectorAll('.modalSubscriptionForm'); btnNewsletter.forEach((btn) => btn.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventClickNewsletter, false)); //Botones Menu var Menu = document.getElementById("iqitmegamenu-horizontal"); Menu.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventNavegacionMenu, false); //Menu Movil var MenuMovil = document.getElementById("iqitmegamenu-mobile"); MenuMovil.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventNavegacionMenuMovil, false) if (rcTagManagerLib.trackingFeatures.goals.socialAction) { // bind event on like/follow action rcTagManagerLib.eventSocialFollow(); } //////////////////////// // ALL PAGES EXCEPT CHECKOUT OR ORDER if (!isCheckout && !isOrder) { // bind prestashop events with tracking events prestashop.on( 'updateCart', function (event) { rcTagManagerLib.eventAddCartProduct(event); rcTagManagerLib.eventCartUpdate(event); } ); prestashop.on( 'clickQuickView', function (event) { rcTagManagerLib.eventProductView(event) } ); prestashop.on( 'updatedProduct', function (event) { rcTagManagerLib.eventProductView(event) } ); prestashop.on( 'clickIqitWishlistAdd', function (event) { rcTagManagerLib.eventWishlistProduct() } ); // init first scroll action for those products all ready visible on screen setTimeout(()=>{ rcTagManagerLib.eventScrollList(); // bind event to scroll window.addEventListener('scroll', rcTagManagerLib.eventScrollList.bind(rcTagManagerLib), false); },3000); // init Event Listeners document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventClickProductList, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventGetAddCartQuantity, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartQuantityDelete, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventLogin, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventLogout, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCreateAccount, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventNewsletter, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventUpdateAccount, false); //Sliders setTimeout(()=>{ let Sliders = document.body.querySelectorAll(".slick-slider"); Sliders.forEach((slider)=>{ slider.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventClickCarousel,false); slider.addEventListener('touchstart', rcTagManagerLib.eventTouchStartCarousel,false); slider.addEventListener('touchmove', rcTagManagerLib.eventTouchMoveCarousel,false); slider.addEventListener('touchend', rcTagManagerLib.eventTouchEndCarousel,false); }), 2000 }) if (rcTagManagerLib.trackingFeatures.goals.socialAction) { // bind event to allow track social action on document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventSocialShareProductView, false); } //////////////////////// // SEARCH PAGE if (controllerName === 'search') { rcTagManagerLib.eventSearchResult(); } //////////////////////// // PRODUCT PAGE if (controllerName === 'product') { // send product detail view rcTagManagerLib.eventProductView(); rcTagManagerLib.eventProductPreview(); rcTagManagerLib.eventProductReview(); //Nuevos DataLayer Ficha Producto var btnCompraDirecta = document.querySelector('.add-to-cart.direct'), btnCambioIdioma = document.querySelector('.link_relacionado_manuscrito'), tags = document.querySelectorAll('.tag_lvl2'), descripcion = document.getElementById('product-descripcion'), detalles = document.getElementById('product-details-tab-nav'), btnVerAutor = document.querySelectorAll("#author-follow"), btnResena = document.querySelector(".boton-review"); 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document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartQuantityUp, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartQuantityDown, false); } //////////////////////// // CHECKOUT if (compliantModuleName === 'default' && controllerName === 'order') { // Events on Checkout Process document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventPrestashopCheckout, false); } else if ( compliantModuleName === 'supercheckout' && controllerName === compliantModules[compliantModuleName] ) { // Compatible with super-checkout by Knowband document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventOpcSuperCheckout, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartOpcSuperCheckout, false); } else if ( compliantModuleName === 'onepagecheckoutps' && controllerName === compliantModules[compliantModuleName] ) { // compatible with OPC by PrestaTeamShop document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventOpcPrestaTeam, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartOpcPrestaTeam, false); } else if ( compliantModuleName === 'thecheckout' && controllerName === compliantModules[compliantModuleName] ) { // Compatible with thecheckout by Zelarg document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventOpcTheCheckout, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartOpcTheCheckout, false); } else if ( compliantModuleName === 'steasycheckout' && controllerName === compliantModules[compliantModuleName] ) { // Events for steasycheckout document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventOpcStEasyCheckout, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartOpcStEasyCheckout, false); } } } function fireEventsOnPageShow(event){ //rcTagManagerLib.eventPageType(); // rcTagManagerLib.eventUserInfo(); // fixes safari back cache button if (event.persisted) { window.location.reload() } if(window.location.pathname.substring(4) == 'module/lblemailactivation/activation'){ rcTagManagerLib.onConfirmarCuenta(); } // Sign up feature if (rcTagManagerLib.trackingFeatures.goals.signUp && rcTagManagerLib.trackingFeatures.common.isNewSignUp) { rcTagManagerLib.onSignUp(); 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