La tumba

Fragmento

Prólogo

Viernes, 3AM del clic, clic, clic…, de José Agustín

Brenda Navarro

Estamos locos y rematamos nuestras existencias.
Cerca del fuego, José Agustín

El día que nos enteramos que José Agustín había muerto y quise explicar a mis allegados la importancia de su literatura y su paso por el mundo, lo único realmente importante que pude decir fue una pregunta: “¿Por qué cada que me cuestionan sobre qué escritores y escritoras mexicanas me han influenciado nunca lo nombro a él?”. Gente alzándose de hombros porque, si no lo sé yo, ¿cómo lo van a saber elles? Entonces, me di cuenta de que José Agustín había ganado. Y ganar no es fácil porque a veces lo que se gana ni se ha pedido, ni se ha buscado, ni se ha formulado, y entonces la victoria no es sino un tristito y discreto suceso que pasa desapercibido, incluso para quien vence. Aunque en este caso, afirmo, es distinto.

Me gustaría empezar esta especie de hipótesis con el hecho irrefutable (y que he atribuido como coincidencia cósmica) de que en el año en que José Agustín publicó su novela Ciudades desiertas (1982) nací yo y que, por lo tanto, mi nacimiento ya era una especie de premonición (que también me he inventado yo) y que terminaría por incluirme (predestinarme) en lo que yo misma denominé como el José Agustín style, hecho que se confirmó especialmente cuando fui elegida para ser parte del International Writing Program (iwp) en la Universidad de Iowa, una residencia de escritores a la que también asistió él y que fue fuente de inspiración para el libro en cuestión.

También, me gusta hilar la trama de esta tesis victoriosa poniendo de manifiesto que, si bien puede que no baste con que de alguna manera me sentí bautizada por el José Agustín style al nacer, también parece unirnos la forma en la que ambos incursionamos al mundo editorial mexicano: ambos publicamos por cuenta propia nuestra primera novela, convencidísimos de que nuestro texto ya no podía esperar más, que teníamos una especie de urgencia de desembarazarnos de él para poder seguir a otra cosa mariposa, y para que las ideas no se quedaran estancadas y fluyeran, pero especialmente porque cuando se escribe la intención es que llegue a las y los lectores. Entonces, publicar saltándose las reglas es una forma de crear otras normas, y eso es lo que tempranamente supo José Agustín.

Y lo dije hace poco: “¿No es acaso maravilloso imaginarnos al escritor joven, ansioso —como el personaje principal— tratando de demostrar que son los espacios o las ideas más inesperadas las que pueden iniciar los resquebrajamientos?”. Y agrego más: ¿no es sumamente inspirador pensar que la inspiración propia puede conectar con el mundo de tal forma que la grieta que estas acciones impetuosas pueden generar son justo parte de la pasión de la existencia de la literatura? No diré que, en el caso de mi trabajo, se ha iniciado algo distinto dentro del ámbito literario. Al contrario, lo que deseo es hacer hincapié en que el hacer del autor era desde un primer momento disruptivo con el establishment. Y, por ello, sumarme a la ola que empezó —con esta primera novela— es reconocer que esa disrupción persiste y hay quienes la tomamos como ejemplo.

Pero me atrevo y sigo con más: la tercera línea con la que cruzo la trayectoria de José Agustín respecto a mi escritura es con el hecho irrefutable de que sus temas son mis temas —y que, por favor, nadie me contradiga porque de esto sí que estoy segura—: la urbanidad, el desencanto, la desilusión de nacer y vivir en México, la pulsión de vivir intensamente, y de que las y los personajes existan en un eterno loop de sorna y autoescarnio y que se rebelen frente al hecho de que el nacimiento y el derrumbe del posible México moderno nunca termina por dejar de suceder(les). Y, por último, para ir hilvanando de forma más fina con el dedal bien puesto por sí los pinchazos me pudiesen incomodar: la forma en la que, tanto para José Agustín como para mí, la literatura no puede estar separada de la música y viceversa. Están mezcladas y se retroalimentan la una a la otra, como si la existencia de una no pudiese ser sin la existencia de la otra. Junto con pegado, como debe ser todo arte: interdisciplinar.

Juan Pablo Villalobos, también escritor mexicano y también de nuestra onda (guiño, guiño), ha hablado en diversas ocasiones sobre cómo al inicio de su carrera como escritor tuvo la intención de que lo relacionaran a Jorge Ibargüengoitia y que para ello pidió que, en la contraportada de su primer libro, se hiciera notar esta influencia literaria, para que así, con el tiempo, quienes lo leyéramos, tuviéramos ya la idea preconcebida de esta innegable relación entre ellos dos. Es posible que yo esté haciendo lo mismo respecto a José Agustín, porque me interesa que cuando piensen en mi escritura tengan en mente la forma en la que el autor permeó profundamente en mi entendimiento de la literatura mexicana y del uso del lenguaje, especialmente en el uso del lenguaje en donde los sonidos son tan importantes como las palabras mismas, en la experimentación y el juego al tratar de formular un sincretismo entre el español y el inglés, no de forma caprichosa, sino porque no es lo mismo decir OK, que oquei u O.K., y esto quizá no lo soporten los policías de las reglas gramaticales o el buen sentido, pero sí que lo acepta la literatura y José Agustín. Desde esta primera novela, ya intentaba escribir desde ese lugar.

Pero especialmente, quiero resaltar que todo esto que estoy diciendo es mi manera de poner sobre la mesa que toda literatura que se escribe en la segunda década del siglo xxi, dentro del campo literario mexicano, está mucho más cercana a La tumba (1964) de José Agustín que a lo que se llegó a denominar como “literatura” en aquella época en la que el autor debutó y que actualmente está en plena crisis, como está todo aquello que se aferra a las buenas formas y al respeto a las reglas y a la intencionalidad de “hacer arte por el arte” y despolitizar todo movimiento cultural y social dentro del contexto histórico en el que se crea.

En este sentido, cuando trato de responder por qué en los pocos años en los que se me ha empezado a considerar escritora “profesional” no había sido consciente de que omitía la literatura de José Agustín como parte fun-da-men-tal para habitar el mundo del lenguaje, quizá lo que puedo responder es que todo el asunto del José Agustín style es que sigue vivo en mí, pero también en diversos escritores que lo han dicho públicamente como Juan Villoro, Enrique Serna, Julián Herbert, Fernanda Melchor, Carlos Velázquez, Wenceslao Bruciaga, entre otros (y solo por mencionar a quienes lo han dicho muy recientemente en los últimos años). Y que al seguir vivo este style, lo que persiste es la búsqueda de autenticidad y la rebeldía que resultan casi inclasificables en sus libros, porque en esta primera novela no hay de manera explícita un statement político como el que exigían las buenas formas; y que, por el contrario, Gabriel Guía, ese personaje clasemediero que no quiere cambiar al mundo ni que el mundo lo cambie a él, porque se sabe lo suficientemente inteligente para poder navegar la contradicción que va del deseo adolescente de obtener reconocimiento y a la vez de huir de todo aquello que lo quiera alinear socialmente, es un rebelde en sí. Y que quizá lo que más molestó en su momento, pero que también funciona para molestar ahora, es que Gabriel es el verdadero rebelde que el México de los años sesenta necesitaba —al menos desde la urbanidad—

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos