Cochabamba

Jorge F. Hernández

Fragmento

Título

Es inevitable. Llevo ya tantos años narrando la historia que me llegó la hora de intentar escribirla. Tengo la libreta del primer día y guardo también otras dos con dibujos y hasta un mapa diminuto que pegué en una página cua­driculada para localizar lo impalpable. Al paso de años, me han grabado narrando la historia y el cuento parece que se fue cuajando solo, aunque desde el principio quería convertirse en novela. En una sobremesa con unos escritores aprendí que los relatos que uno narra repetidas veces a lo largo de una vida nos avisan que ya están listos para tinta en cuanto nos damos cuenta de que los hemos narrado por lo menos dos veces sin mayores alteraciones. Cuando lo narrado se cuenta en voz alta sin cambios en sus hilos, nace la semilla que lo puede convertir en novela.

No recuerdo la fecha exacta en la que me llamó mi amigo Philippe para presentarme verbalmente con Xavier Dupont. Me dijo que era diplomático francés y que les ocurría a ambos el antojo de asistir a una corrida de toros conmigo de guía. Acepté con la condición de que me invitaran a comer el día de la corrida, luego de asistir al sorteo de los toros a lidiarse por la tarde, pues desde ahí empieza el enrevesado ritual del azar que envuelve toda la liturgia de la tauromaquia. Por azar, Philippe no pudo llegar ni al sorteo y, por ende, conocí a Xavier Dupont en los corrales de la Monumental Plaza de Toros México y nos fuimos a comer sin conocernos del todo, pero dispuestos a lidiar en dos idiomas las películas y los libros, los poetas y paisajes que muy rápidamente fueron arando el paño de lo que se volvió una amistad imborrable.

Que se sepa de una vez por todas que hay cuentos que se regalan entre escritores, bien porque el autor en potencia se rinde ante el enigma de no poder encontrarle solución a lo que sueña durante meses como principio de una travesía o final de un trayecto, o bien porque hay samaritanos que acostumbran regalar perlas al Otro. Hablo de un pacto que sólo se sabe entre el autor que se rinde ante los enredos de una trama y decide legarla al colega que ha de resolverla como mejor se le dé la tinta. He regalado cuentos que no pude cuadrar ni resolver, tanto como he recibido regalos invaluables de nudos, personajes y desenlaces que obsesionaban a los escritores que decidieron hacerme el quite, quitándoselos de encima para honra y reto de quien se encargará de rematarlos, para bien o para mal. Digo lo mismo de libros, e incluso, de amigos: la alquimia de presentar a dos amigos sin saber si han de triangular la amistad entre ellos o multiplicarse en afecto es equivalente a poner un libro en manos de alguien a quien la lectura bien puede cambiarle la vida o por lo menos, aliviarle el ánimo.

De eso también hablé con Xavier Dupont en la primera madrugada de nuestra amistad a primera vista, y al filo del amanecer, nos despedimos con la intención de volver a vernos en pocas horas. Se supone que cada quien pretendía dormir un rato y reunirnos en el desayuno previo a que Dupont se dirigiera al aeropuerto y sí, hasta que estábamos ante un plato de papaya y jugo de naranja que parecían gestos del Sol, me enteré de que Xavier Dupont era Agregado Cultural de Francia en Cuba y que su escapada a México había sido exclusivamente planeada para asistir a una corrida de toros con un frustrado torero que se dejó engordar con el necio afán de escribir novelas.

Xavier, al amanecer, ya se había mostrado como un maravilloso conversador francés en español (y viceversa), amén de diplomático de serena cordialidad que saciaba su antojo de tauromaquia en la plaza de toros más grande del mundo, sin saber ambos que se fincaba una estrecha amistad en conversación callada en medio de un embudo donde cincuenta mil aficionados presenciaban el sacrificio y muerte de unos animales que parecen mitológicos.

Cuatro meses después de aquella corrida de toros de cuya fecha no tenemos por qué recordar, me llamó Xavier Dupont. Estaba de vuelta en México, hospedado en el mismo hotel y con ganas de prolongar la conversación de libros y poetas que habíamos dejado pendiente en el mantel de un desayuno. Aunque no importe la fecha, quizá sea de importancia mencionar que se cumplían exactamente cuatro meses desde la última vista y me esperaba a comer en la misma mesa que nos había servido de desayuno el día que partió de vuelta a Cuba.

Es también probable que ambos vistiéramos la misma combinación de ropa del primer encuentro, como si saliéramos los dos de una fotografía inexistente donde apareceríamos ambos sentados en los tendidos de la plaza de toros más grande del mundo. Digamos que así podría diseñarse la portada para esta novela: una buena fotografía en blanco y negro de dos individuos, sentados uno al lado del otro, en medio de una multitud o en medio de la nada, conversando los prolegómenos de una historia que se convierte en un cuento digno de multiplicar su follaje en novela. Sin que ninguno de los dos imagináramos del todo lo que está por escribirse a partir de una narración que hasta parece tocarse, oler y verse… siendo solamente no más que palabras.

Abrí boca informando que ya no era temporada de toros y Xavier me la calló al instante:

—No… no… ahora vengo para verte por otro asunto. He hablado con mis dos hermanos y decidimos que seas tú quién escriba la historia de nuestra madre. Mamá vive en París y está también de acuerdo con que seas tú quien la narre.

Creo que tosí. Creo que tomé primero un largo sorbo de café y que encendí un cigarro (cuando aún se podía hacer eso en público) y le respondí que me parecía muy honroso, pero que —según la versión más pedante de mí mismo— así no se cocinaba la literatura. Creo incluso que tuve el descaro de añadir que ha habido no pocas ocasiones en que se me ha pedido ocuparme de una biografía como boleto garantizado para una fortuna que habría de compartir con quien me confiaba todos los secretos avatares y desconocidos logros de su vida. Por ejemplo, como prometieron dos camareros de Madrid y un taxista de Guadalajara.

—Me imagino, Georges… pero lo hablé con mis hermanos; el que es cineasta y el más joven que trabaja en Suiza… y no podrás negar que al menos me permitas contarte de qué va la vida de Ma Mère… porque allí hay por lo menos un buen cuento largo… o nouvelle, que tanto le gustan a ella.

No habíamos visto aún el menú y ya estábamos distrayéndonos en la compartida conversación que divide al cuento largo de la novela corta; el afán de leer relatos en voz alta y también las lecturas maratónicas de grandes novelones como homenaje polifónico para honrar la memoria de los grandes escritores… y parecería que nos desviábamos del propósito esencial con el que volvía Xavier a México, cuando sin gastar más saliva pareció trazar un punto y aparte sobre la nieve blanca del mantel y empezó a contarme lo que aquí ya nace como la novela de su madre.

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