Entrecruzamientos. Cortázar-Fuentes. Fuentes-Cortázar

Luisa Valenzuela

Fragmento

Índice

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Portadilla

Dedicatoria

Índice

Presentación. De la escritura a la vida, ida y vuelta: los pliegues de la historia

A. Entrada - El juego

B. Comienzos

Infancias

Adolescencias

C. Uno y otro

D. Cátedra

E. Hermanas

F. Encuentros

G. Maestros

1. Digresión en pos de un misterio

2. Los dos maestros

H. Último sueño

I. Balcones

J. Zihuatanejo

K. El poder y los sueños

L. Fronteras

Lenguaje

M. Cuentos

N. Novela

O. Puente

P. El doble / Los dobles

El genius y el doppelgänger

Q. Tiempo

R. Personajes reales

S. Buñuel

T. Pintores

U. Cristales

V. Caracol

W. Deseo

X. Diálogo con Carlos Fuentes

Y. Conversaciones imaginarias con Julio Cortázar

Z. Salida

Notas

Créditos

Grupo Santillana

Presentación

Presentación

De la escritura a la vida, ida y vuelta:
los pliegues de la historia

Nathalie Goldwaser

Dra. en Ciencias Sociales (UBA)

Dra. en Ciencias del Arte (París 1 - P. Sorbonne)

Que otros se jacten de las páginas que han escrito;

a mí me enorgullecen las que he leído.

No habré sido un filólogo,

no habré inquirido las declinaciones,

los modos, la laboriosa mutación de las letras,

la de que se endurece en te,

la equivalencia de la ge y de la ka,

pero a lo largo de mis años he profesado

la pasión del lenguaje.

[…]

No acabaré de descifrar las antiguas lenguas del Norte,

no hundiré las manos ansiosas en el oro de Sigurd;

la tarea que emprendo es ilimitada

y ha de acompañarme hasta el fin,

no menos misteriosa que el universo

y que yo, el aprendiz.

JORGE LUIS BORGES, “Un lector”,

Elogio de la sombra, 1969

I

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I

En el trabajo de investigación y reflexión de Luisa Valenzuela hay muchos hallazgos de los cuales quiero resaltar uno en particular: la intuición y la audacia de enlazar a Julio Cortázar y Carlos Fuentes, dos figuras que usualmente no son vinculadas en las prácticas canónicas de la crítica y la historiografía literaria. En ello Valenzuela genera una vía comparativa de exploración y acceso a las trayectorias de sendos monumentos literarios, atendiendo a aspectos eclipsados o directamente ignorados. Es decir, abona un terreno y recoge frutos de notable riqueza.

La comparación puede ser una metodología seleccionada a priori, o bien irrumpir como un descubrimiento. No cabe duda de que Valenzuela ha develado a la vez que ha llenado un vacío para los estudiosos de la historiografía y la historia literaria. El comparatismo, empresa necesaria y a la vez resistida, constituye una de las disciplinas que integran los estudios literarios, en las últimas décadas revalorizada gracias a los aportes de perspectivas críticas innovadoras. Con ello se contrarrestan los temores y se torna clara la importancia del comparar, puesto que esclarece no sólo las particularidades, sino también los escenarios comunes solapados tras las consecuencias de los grandes procesos históricos que atraviesan cada una de las dimensiones a comparar. Así, a diferencia de los escritos superficiales y carentes de rigor, sensibilidad y compromiso, y lejos de toda grandilocuencia sofisticada, el empeño de Valenzuela es ejemplar, pues se perfila en su audacia, derrotando cobardías, perezas y efectos de Fata Morgana que suelen padecer o acosar a muchos críticos.

Luisa Valenzuela traspasa esas fronteras y se proyecta hacia unos horizontes de cartografías lúdica, histórica, literaria y cuasi autobiográfica; y lo logra recobrando recuerdos de su propia cantera de vida, su memoria y la indispensable creatividad que como escritora ha brindado siempre y generosamente a sus lectores y lectoras. La autora entonces hace suyo lo que Marc Bloch, el padre de la Escuela de los Annales, aseveró en 1928: que la comparación es capaz de revelarnos lazos antes no conocidos y relaciones extremadamente antiguas de las que a simple vista no se podría señalar filiación común. En este sentido es que consideramos a Entrecruzamientos una labor de artesanía que, lejos de decorar, entrega al mundo cultural e intelectual una contribución única y sin precedentes, una muestra de hospitalidad crítica.

Pero hay algo más. Algo que a Valenzuela parecería, y sólo parecería, escapársele: cual obrera de vitraux, al mismo tiempo que funde el vidrio y lo tiñe de color, entremezcla sus elementos y dibuja una historia. Mira las obras de Cortázar y Fuentes a través de sus vidrios cromáticos, los combina, los separa e incorpora sus propias piezas. A lo que añade todavía otra riesgosa apuesta: parafraseando a Gilles Deleuze, este libro es un arduo trabajo de desentrañar pliegues, pliegues subterráneos, pliegues escurridizos de esas obras que han nutrido la cultura latinoamericana, pliegues que se repliegan y que Valenzuela deja deslizar para luego, sí, armar su propio origami, sus propias figuras, su propia materia-tiempo.

II

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II

Cortázar - Fuentes son abrazados fraternalmente por Valenzuela, anfitriona que los aloja comprometiendo sus brazos, sus dedos, su mente, poniéndose al servicio de las obras literarias en un movimiento tridimensional, como quien se entrega a una velada talmúdica. Dos hombres y una mujer entrelazados en el tejido de la escritura. Cortázar, Fuentes y Valenzuela, en una suerte de constante errancia entre recuerdos, anécdotas, libros, signos, imágenes que se despliegan sin fin. Es una danza, y ellos son a la vez sus propios espectadores y bailarines. Cortázar lee a Fuentes y a Valenzuela, y dice que ella “es una de las mejores escritoras argentinas por su valentía, su lenguaje valiente, sin autocensuras ni ultranzas; exorbitado cuando es necesario pero recatado allí donde la realidad también lo es, autora consciente de discriminaciones todavía horribles en nuestro continente” —escribe Cortázar en el número 24 de Review. Latin American Literature and Arts, 1979— y a la vez llena de una alegría de vida que la lleva a superar las etapas primarias de la protesta o de la supervaloración de su sexo. El autor de Rayuela afirma que “leerla es tocar de lleno nuestra realidad, allí donde el plural sobrepasa las limitaciones del pasado; leerla es participar en una búsqueda de identidad latinoamericana que contiene por adelantado su enriquecimiento. Los libros de Luisa Valenzuela son nuestro presente pero contienen también mucho de nuestro futuro”.

Fuentes lee a Cortázar y a Valenzuela, y en algún momento (1983) asevera que es la heredera de la literatura latinoamericana y un “sueño de Borges”. Y aquí, una nueva coincidencia. Una visión de un horizonte latinoamericano que se reactualiza en la escritura, en las críticas, en las lecturas de la pluma de nuestra escritora, que rompe toda convención canónica.

III

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III

Pero ¿qué aporta este libro? Sin lugar a dudas, Valenzuela ofrece las explicaciones más íntimas y recónditas, en una suerte de respuesta utópica, a la pregunta de por qué se escribe, cuál es esa necesidad, pasión o mandato que persigue un escritor o una escritora. Y esas preguntas como esas respuestas se convierten, de nuevo, en un pliegue tras otro pliegue infinitamente asible.

El objetivo del libro, por su parte, es explícito: lejos de ser un trabajo de análisis del discurso o de textos literarios —e incluso de una interpretación crítica de ellos—, es una “espeleología, un fisgoneo por las cavernas de la imaginación de cada uno de estos dos grandes escritores, tan dispares y a la vez con tantos puntos de encuentro” (Valenzuela dixit). Esa cueva indagada recibe más que justicia… recoge un reconocimiento nutrido por los diálogos revividos por la autora y en los que, de algún modo u otro, logra resucitar hombres fantásticos, únicos y hoy tan invocados por sus efemérides. Y el turno es de Cortázar para luego pasarle la posta a Fatone; y Fatone a Heráclito; y Fuentes a Reyes, Reyes a Nietzsche y a Buñuel, Breton, Benjamin, Agamben… se suceden otros y otras, figuras humanas y fantásticas como Diana, la Maga, Manuel, Aura, Anabel, madres, esposas, hijas, hijos, madeimoselles, geografías sanguíneas que se pasean de Banfield a París y de México D.F. a Londres, luego a Buenos Aires para volver a recorrer América Central, América del Norte y de Europa al más allá…

Aquí preferimos interrogarnos por Luisa Valenzuela: ¿De dónde emerge la escritura de esta autora? No bastaría leer Hay que sonreír, Cola de lagartija, El mañana o La máscara sarda, El profundo secreto de Perón. Podríamos indagar en sus libros de ensayo como Peligrosas palabras o Escritura y secreto… Habría también que indagar en sus notas como periodista, en sus fotos de viaje, en sus generosas presentaciones de libros, en sus clases en Estados Unidos, en Argentina, en México, en las múltiples referencias que hacen de ella. Sin embargo Valenzuela, que forma parte del núcleo duro de la producción literaria hispanoamericana, se coloca en ese lugar que Borges prefería: una lectora insaciable, intrépida, comprometida y, sobre todas las cosas, inteligente.

Entrecruzamientos

Entrecruzamientos

“Esto, como nada en mí, no es teoría literaria: son siempre hipótesis. Botellitas al mar que podemos ir tirando y ustedes pueden a su vez discutir o criticar.”

JULIO CORTÁZAR, Clases de literatura, Berkeley, 1980

“Estamos en un cruce de caminos: tenemos que movernos de la identidad adquirida a la diversidad por adquirir.”

CARLOS FUENTES, Entrevista, 2003

“Se ha dicho alguna vez que en cada libro hay algo así como un centro que permanece escondido; y que es para acercarse, para encontrar y —a veces— para evitar este centro es que se escribe ese libro.”

GIORGIO AGAMBEN, Entrevista, 2004

A. Entrada - El juego

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Entrada - El juego

Julio Cortázar, Carlos Fuentes, un argentino y un mexicano. Norte y sur de nuestra América Latina (Homérica Latina la llamó Marta Traba, América Indoafrohispánica, la llamó Fuentes), dos extremos que al entrecruzarse se tocan por momentos y hasta se abrazan.

De ellos hay dos libros al filo de la muerte que dibujan, quizá sin que sus autores se lo hayan propuesto, las sendas poéticas. Las sendas sendas, los caminos que cada uno de ellos fue trazando a lo largo de una obra fecunda y excepcional.

Ambos libros son novelas, pero cobraron existencia de forma muy diferente. El primero quedó flotando en el aire, insustancial, hecho de la materia de la que están hechos los sueños. Tuve el enorme privilegio de conocer su contenido por boca del soñador y creo haber sido la única, por eso mismo asumí por años la misión de difundirlo. En más de una entrevista Cortázar mencionó ese sueño recurrente gracias al cual sabía que su nueva novela estaba al acecho, esperando el momento de pegar el salto hacia la luz; pero nunca antes explicó los detalles con los que habría de sorprenderme durante una memorable tarde en Nueva York a fines de noviembre de 1983.

Por su parte, Fuentes, el 1 de mayo de 2012 en la Feria del Libro de Buenos Aires, hizo el anuncio:

“La novela que acabo de terminar, Federico en su balcón, está protagonizada por dos interlocutores: el autor de la novela y el personaje Federico Nietzsche. Como Nietzsche dijo ‘Dios ha muerto’, Dios, para contradecirlo, le da una segunda vida a Nietzsche, pero le permite observar un mundo donde todo es un eterno retorno.”

Julio Cortázar, 26 de agosto de 1914 - 12 de febrero de 1984.

Carlos Fuentes, 11 de noviembre de 1928 - 15 de mayo de 2012.

Más allá de esos dos libros que nos permiten enfocar su obra anterior desde una nueva perspectiva, hay todo tipo de cruces entre ambos escritores que vamos a explorar, aceptando las arbitrariedades propias de la literatura de ficción.

En la palabra Entrecruzamientos la X se cuela en reemplazo de la Z para honrar la incógnita, como en las matemáticas, o para simbolizar el abrazo, como en los mensajes amorosos. La disposición cruzada e invertida que en el quiasma óptico nos permite ver la imagen en toda su profundidad en este caso nos permite leer, desde estos dos autores seminales, la literatura latinoamericana más allá de fáciles etiquetas.

Julio Cortázar y Carlos Fuentes se alimentaron de la literatura que los antecedió y nutrieron la que vendría, y así la cosa: comer y dejarse comer y producir alimento. Producir, producir. Incansables ambos.

Al respecto pienso no sin cierta ironía en Vidas paralelas de Plutarco, lectura favorita —o al menos libro favorito para ser mencionado en entrevistas— de muchos de nuestros autócratas latinoamericanos. Plutarco define su obra como “un lance fútil, una palabra, algún juego” que “aclara más las cosas sobre las disposiciones naturales de los hombres que las grandes batallas ganadas, donde pueden haber caído diez mil soldados”. Y pienso en las memorables ficciones, esas grandes batallas ganadas.

Cuando le pregunté a Fuentes en 2011 si había calculado cuántas páginas llevaba escritas me contestó que no, no las contaba porque no quería competir con el anuario telefónico.

Es que e

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