Una lluvia muy dura va a caer
Desperté a las diez de la mañana después de una noche agitada. Eugenio el Trancas llegó ya tarde en la noche con un grupo de políticos. No se fueron hasta las cinco de la mañana y yo los acompañé y despedí a todos. No quería emborracharme, pero bebí, severamente, como decía el gran José Cordero, varios whiskys. No era para menos. Mi hermano del alma había sido nombrado secretario particular del procurador general de Justicia y se imponía el festejo. Estaba feliz el condenado, y yo también, porque lo quiero mucho, además de que su nuevo puesto sin duda nos beneficiaría. En realidad, operábamos en regla, con licencias, permisos y revisiones en orden, pero de cualquier manera cuando abrimos el restaurante no faltó el inspector de Industria y Comercio que me dijo «mira mi amigo, yo no trabajo, yo atraco», y sin más me fijó una cuota mensual «por protección». Ni siquiera fingió revisar el local o inventar pretextos. Le di una parte del dinero que me pedía y le indiqué que regresara al día siguiente. Por supuesto, el Genio de la Botella estuvo presente cuando regresó el inspector. En el restaurante, cerrado porque era de mañana, no había nadie más que algunos empleados. El Tranx tomó del brazo al inspector, se lo llevó a una mesa y quién sabe qué le dijo porque inmediatamente después el que atracaba en vez de trabajar se hincó ante mí y me pidió disculpas casi llorando. Dale un patadón en la jeta, me invitó el Trancas. No quise. De cualquier manera él lo sacó a la calle y desde la ventana vi que un par de agentes lo incrustaban a golpes en un coche. Parecían divertirse mucho. Nunca más los dizque inspectores se metieron con nosotros, y eso que el Tranquiux todavía no era secretario particular del procurador. Por eso, cuando le dieron el puesto, cómo iba yo a fallarle en el festejo.
También por esa razón en la mañana bebí entera una jarra de agua. Pero no bastó y mejor fui a la cocina de la planta alta por una cerveza Bohemia. Me tomé dos. Después me asomé al restaurante. Celia y Maruja pasaban la aspiradora. Por ahí andaba ya Natalia Ester Atenora Garay. En la cocina empezaba el trajín. Asentí, para mí mismo, satisfecho como el grillo de Tito Monterroso, porque todo estaba en orden. Entonces me bañé, no sin antes tomar bicarbonato de sodio y un par de aspirinas. Cuando bajé al restaurante ya eran las doce del día. A la una abríamos. La gente llegaba a comer después de las dos, pero nunca faltaban los tempraneros. Ya se hallaba toda la tripulación de la nave de las delicias, capitán, meseros, garroteros, cocineros, ayudantes y demás. En general era gente buena y confiable. Nates me preguntó si iba a cocinar. ¿Qué hay para hoy? Guajolote con salsa de jumiles, me informó... Sí, a huevo, respondí en el acto, entusiasmado porque era un tour de force, y dispuse que Higinio me preparara todo. Natalia Ester Atenora Garay asintió y se fue a la cocina.
Salí a dar una vuelta por Florencia, que tenía poco tránsito. En la esquina de Chapultepec no resistí la poderosa atracción de unos tacos de guisado y me embuchaqué uno de bistec, otro de riñones y otro de ejotes con huevo. Estaban buenísimos y durante unos instantes consideré la idea de contratar al taquero para mi restaurante, pero era absurdo, ya no eran tiempos de mundos raros. Los bajé con otra cervatana, Victoria, la única que había. En eso llegaron dos mugrientos vagabundos y les disparé tacos y cervezas. Se pusieron felices y platicando con ellos me tomé otra Victoria. También dejé pasar la idea de invitarlos a mi restaurante. Otro día, con otros pepenadores, me dije, lo que sobran son pepenadores, aunque pueden salir como los de Viridiana. Cuando reemprendí el camino de regreso me sentía levemente alegrito, pero mucho mejor. Unos chavos me dieron un volante del movimiento estudiantil y puse cincuenta pesos en el bote. Suerte, chachos, les dije. Ellos se miraron sorprendidos, ¡gracias, maestro!, exclamaron y se fueron a paso veloz mirando cautelosamente hacia todos lados.
Chif, ahi lo buscan, me avisó el capitán de meseros con ojos pícaros cuando llegué al restaurante. Vi a una muchacha de menos de veinte años, muy jovencita, con lentes oscuros de aviador. En un momento la confundí con la actriz Isela Vega, porque se peinaba y se vestía igual, además del parecido de la cara y el cuerpazo. Ella me vio también, como si hubiera sentido mi mirada, y en un parpadeo ya no estaba en su silla del bar sino conmigo. Entonces advertí que no se parecía tanto a Isela Vega; era mucho más chavita, y al instante me cayó bien, pues estaba de buen humor y además la niña, que se llamaba Lucrecia, me elogió como cocinero, pero en especial como músico; varias veces me había oído tocar el piano, lo cual hacía yo raramente. Cerrábamos a la una, pero los clientes de confianza siempre se quedaban hasta la hora que quisieran, como el día anterior con el festejo del Eugenio. Entonces, a veces, tocaba el piano, clásico por lo general. No recordaba haberla visto.
Lucrecia quería trabajo de cantante. Al mediodía teníamos a Chalo, un guitarrista muy bueno que pasaba del padre Sor a Antonio Bribiesca a Eric Clapton sin problemas. En cada noche, en cambio, variaba la música: quinteto de cuerdas y piano el martes, trío de jazz los miércoles, un cantante los jueves, combito tropical los viernes, cuarteto de rock en sábado y trío de boleros los domingos. Los lunes descansábamos. Por tanto, ya tenía show todos los días y no había chance para la jovencita. Se lo dije, pero ella insistió en que le hiciera «una audición». Tienes que oírme, Dionisio, no sabes lo chingona que soy. No lo dudo, Lucrecia, pero yo no contrato, tienes que hablar con Natalia Ester Atenora Garay. ¿Con quién? Ay, no mames, tú eres el mero mero, dame chance, óyeme, qué te cuesta, no os arrepentiréis y más bien me lo agradeceréis. Ta bien, consentí, divertido; la niña tenía mucha gracia natural. Regresa a la medianoche, añadí, y cuando se cierre el restaurante platicamos, y los que nos quedemos te oímos. ¿Te cae? ¡Ay hijo, qué buena onda, de su poquisisisísima madre!, exclamó Lucrecia, ¡no te vas a arrepentir! ¡Eres un amor! Me dio un beso en la boca, rápido pero bien plantado, y después dizque se sonrojó. ¡Ay, qué aventada me vi, Nicho! Yo sonreí. Ya era Nicho. Eso sí, le dije, vienes sin habértelas tronado. ¿Yo? ¿Qué te pasa? No, mi chulis, yo a eso nones sin calzones. Sí, cómo no, ahora vas a salir con que eres virgencita que riega las flores y de pompas ricas de colores. Del amor las pompas son, completó ella la vieja canción y me sorprendió que se la supiera. Cómo no, los anteojos te delatan, mija, de cualquier manera dije, ya sabes, lente oscuro macizo seguro. Más bien macizo inseguro, ¿no?, me corrigió, y yo reí. Oyes, agregó sin interrupción, ¿tú crees que me parezco a Isela Vega? Sí, claro, respondí. Aquí viene seguido con Jorge Luke o con su representante, Paco Sañudo. Ay, pues es que todos dicen que nos parecemos. Pero cómo no van a decirlo mujer, si eso es lo que buscas. Ash, preséntamela, ¿sí?, a ver qué dice. Tú no necesitas que te presenten, chulita.
La niña se fue. Sonreí. Todo indicaba que se trataba de una cretina, pero graciosísima, me cayó bien, con un sentimiento más paternal que otra cosa, porque me pareció de lo más tierna. Claro que eso no le quitaba lo buenísima. Me apresuré a la cocina. Ya llegaba la clientela y no había especialidad de la casa. Higinio ya había dispuesto todo: el guajolote deshuesado, los jumiles estaban listos para ser molidos con pápalo, epazote, cilantro y damiana, cuyos contundentes sabores se neutralizaban y se transformaban en una seductora agridulzura mediante jugo de mandarinas, aceite de oliva, ajos, el consomé del mismo pavo y un toquecito estratégico de aguardiente añejo de Zacualpan. Me puse mi bata de químico laboratorista, que uso en vez de delantal, y mi gorra de beisbol de los Tigres de México, pues nunca me gustaron los gorros de cocinero. Empecé a trabajar y pronto me hallaba totalmente concentrado. Damián, uno de los ayudantes más talentosos, me pasaba los ingredientes en silencio sin que yo tuviera que pedírselos. Cuando terminé, el plato me supo raro pero muy sabroso, y llamé a Natalia Ester Atenora Garay, la «catadora oficial». Sabe a quién sabe qué, pero muy bueno. Hm, pa mí que ésta va a ser una de tus grandes especialidades, aprobó después de unos instantes. Más contento de lo que hubiera querido, revisé que todos los platillos de la carta se hallaran listos para hacerse y, ya tranquilo, me disponía a subir a mi recámara porque la desvelada y la cruda nuevamente me vencían, pero el secretario de Educación, Agustín Yáñez, llegó a comer con los también escritores Martín Luis Guzmán y Salvador Novo. Los atendí con gran gusto, tomé un whisky con ellos y luego llevé a Novo a visitar la cocina. Él mismo, gran cocinero, iba al mercado a traer todas las cosas del mandado, como la patita, con canasta y con rebozo de bolita, para su mítico restaurante de Coyoacán, La Capilla. Le encantó el guajolote ajumilado. Nunca había comido esto, comentó antes de disparar endecasílabos. Los jumiles, insectos horrorosos, qué hacen aquí con este loteguajo; pero juntos resultan deliciosos si Dionisio es el que arma este relajo. Yáñez y Martín Luis sonrieron, forzadones, pero yo estaba feliz. Me tomé un café exprés mientras ellos pasaban a hablar del movimiento estudiantil; los jóvenes, dominados por un romanticismo propio de su inmadurez, hacían peligrar la estabilidad del país. Están convocando a Santa Madriza, la patrona de los granaderos, dijo Novo. Lo del bazukazo al portón de la preparatoria fue una pena, eso sí, pero los muchachos se lo buscaron. Sí, por supuesto. ¿Y qué les parece lo de Elena Garro? Se volvió loca. Oye, nadie se vuelve lo que siempre ha sido. Elena es amiga de Carlos Madrazo y ha salido con tales barbaridades que serían hilarantes si no fuera por la gravedad de la situación. Sí, Octavio Paz debe estar mentándole toute sa mère allá en la India. Los dejé e hice una ronda y saludé a clientes conocidos. Para entonces, Armablanca se hallaba lleno; sin embargo, teníamos la capacidad para atender muy bien a todos. Costaba trabajo, pero Natalia Ester Atenora Garay, a pesar de ser seca como palo, o precisamente por eso, sólo contrataba meseros experimentados de naturaleza cordial, a quienes fuese natural tratar a la gente amable, correcta y eficientemente, sin rigideces ni confiancitas. Nadie se quejaba del servicio.
Cerca de las cinco de la tarde llegó el Trancas, esta vez solo. Para entonces ya tenía hambre y comimos juntos con un rico vino del Ródano. Oye, qué rico guajolotito te echaste, me comentó, y él también empezó a hablar del movimiento estudiantil, por lo visto el tema del momento; se suponía que habría conversaciones, o sea, el gobierno podía ceder a algunas de las demandas de los estudiantes; al parecer también se había desistido de tomar por asalto las escuelas, y el presidente declaró que extendía su mano a los estudiantes, pero ellos dijeron ¿ah, sí?, pues háganle primero la prueba de la pólvora, ya que por debajo siguieron las detenciones, arrestos e interrogatorios. A partir de entonces entramos en un gran impasse y todo se puso muy tenso. La asamblea de huelga convocó a una gran manifestación para mañana. Quieren llegar al Zócalo, ¿tú crees? Ninguna manifestación de opositores lo ha hecho. ¿Los van a madrear otra vez? Yo creo que no. Mira, Dionisito, si Díaz Ordaz tuvo que tender su huesuda mano fue porque ni con el ejército doblegaron a los estudiantes y por las protestas generalizadas por el bazukazo con que derribaron el bellísimo portón barroco de la preparatoria número uno. Sí, dije, de eso hablaban hace un rato Agustinflas Yáñez, Martín Luis Batmán y Nalgador Sobo. ¿Deveras?, replicó el Trancas, ¿estuvieron aquí? Sí, se acaban de ir... Y Novo se lució, hasta se improvisó un cuarteto... Los jumiles, insectos horrorosos... Carajo, ¿cómo iba? Chin, cómo no lo apunté, qué pendejo... ¿De qué hablas tú? De nada, perdón. Digo, luego te cuento, pero tú síguele. Pues no se midió el militar que ordenó ese atentado, ¿o no?, opinó el Trancas, ¿te acuerdas del portón, manis? Claro, era una maravilla... Oye, agregué, pero si ya están usando bazucas entonces la cosa está grave. ¿Qué pasó? La neta, no entiendo.
¿No te enteraste? ¿No lees los periódicos, no ves la tele? ¿Cómo es posible? Nomás te dejo solo un minuto y ya no sabes lo que pasa en el mundo. Carajo. Pues mira, hubo una bronca común y corriente entre pandillas de las prepas que están en la Ciudadela. Fue el 22 de julio, por un juego de fut que terminó a madrazos. Como los pleitos siguieron dos días más, los granaderos llegaron a imponer el orden, pero estaban peor que los chavos, macanearon salvajemente a todos y luego los siguieron hasta el interior de las prepas, porque ahí se metieron muchos, y le dieron por igual a estudiantes, maestros y trabajadores. Chíngale, exclamé, entonces se les apareció la Santa Madriza a los preparatorianos. Sí, maestro, no sabes, se les pasó la mano gacho. Pues lo único que lograron fue que aumentaran los estudiantes encabronados, porque muchas escuelas de la UNAM y del Poli se dizque solidarizaron, ya sabes cómo les encanta el mitote. Decidieron hacer una manifestación para protestar por las golpizas, para que indemnizaran a la bola de heridos y para que sacaran del bote a los arrestados. Se programó para el 26 de julio, nada más que ese día, todos los años, los rojillos procastristas siempre hacen una patética manifestacioncita de apoyo a la revolución cubana. Y entonces Gobernación, o sea, Luis Echeverría, salió con el viejísimo truco de hacer creer que la marcha de los estudiantes era la misma de los procubanos. Así se podría argumentar que una conjura de fuerzas subversivas del extranjero pretendía desacreditar a México en proximidad de las olimpiadas y blablablá. La represión del 26 de julio fue peor, Dionis; la brutalidad de los granaderos dejó a medio mundo golpeado, las corretizas se dieron por todas partes, hubo muchos arrestos y también destrozos, pues los porros infiltrados entre los estudiantes rompieron los aparadores de varios negocios para que la prensa acusara de vándalos a los chavos.
Sí, eso sí lo leí, dije, pero Eugenio, encarrerado, me ignoró. Bueno, se trataba de hacer ver que no nos íbamos a andar por las ramas y al día siguiente se quiso dar el remate: los granaderos se dieron gusto rompiendo huesos en las prepas de la Uni y las vocacionales del Poli, pero, ya sabes, fue inútil: se acabaron de unir las escuelas, vino la huelga, las brigadas, el apoyo de muchos papás, de gente común y corriente, y de los intelectuales. Como la cosa crecía se decidió acabar todo con otro golpe dizque decisivo: a punta de chingadazos tomar las prepas, que en su mayor parte están en la Ciudadela y en el corazón del Centro, ya sabes. Pero los chavitos salieron bravísimos, secuestraron muchos autobuses urbanos, como siempre hacen, y levantaron barricadas con coches y camiones que incendiaban. Se enfrentaron a los granaderos con palos, bats de beisbol, botellas, piedras y bombas molotov. Dicen que los chavitos asaltaron las armerías del Centro, continuó Eugenio, y hubo algunos tiroteos, no muchos porque realmente fueron pocas las armas expropiadas y además no tenían munición. Pero para entonces ya eran escaramuzas, los prepos al tú por tú con la policía. Imagínate, para esos güeyes fue la experiencia de su vida y se sentían héroes de La batalla de Argel.
Más bien, era como película de Orol, Estudiantes contra granaderos, ¿no?, y recité: Qué bonitos son los hombres que se matan pecho a pecho con su pistola en la mano defendiendo su derecho. Ay, pinche Dionisio, de dónde sacas esas canciones. Ésa la canta el Piporro. ¿Sí? Bueno. Pues se bloqueó el tránsito y se establecieron retenes en el Centro, pero ya era un desmadre y por todas partes volaban bombas molotov, piedras, ladrillos, cascajo, tubos, botellas, palos, lo que encontraran; los granaderos se cubrían con escudos, disparaban gases lacrimógenos, macaneaban y correteaban a los estudiantes que salían de incursión, se batían y, cuando la veían durísima, porque los cuicos estaban rabiosos, regresaban a encerrarse en los planteles. Por todos lados había gente ensangrentada. Pero como los granaderos no podían, entonces tuvo que entrar el ejército, sólo que los chavos no se amedrentaron, se enfrentaron también a los guachos y vino el bazukazo, o morterazo, a fin de cuentas es lo mismo. Y empeoraron las cosas, comenté. Sí, manis, por querer acabar rápido y a madrazos un problema menor, se logró el milagro de unir al Poli y a la Uni y a casi todos los estudiantes, hasta algunas escuelas privadas ya le entraron, así es que ahora tenemos un gran problema nacional que se ha vuelto noticia internacional; ya llegó prensa extranjera que se adelantó a los juegos olímpicos por el mentado movimiento estudiantil, y ahora el gobierno tiene que lavarse la cara con algunas concesiones tácticas, como lo de la mano con pelo y lo del diálogo, en lo que se prepara otra solución dizque definitiva, que ciertamente no será civilizada ni podrá ocultarse debajo de la alfombra. Y eso, Dionis, quién sabe qué efectos causará, porque ya se movió todo el tablero. Pues, en todo caso, argüí con una satisfacción ridícula, el primer round fue para los estudiantes, ¿no? Sí, mi Tranx, no hagas esa cara, los jóvenes demostraron que no se chupan el dedo, que tienen cojones y se saben aquella de «miénteme más, que tu maldad me hará feliz». ¿Y ésa de quién es? De Elena Burke. Hace poco vino a Mexiquito y estuvo genial.
¿Sí? Pues este desmadre tiene muy nervioso a todo el gobierno, planteó el Trancas, en especial al mero preciso Díaz Ordaz. Ya se acabó julio y no se ha podido someter a los estudiantes, imagínate. Y con las olimpiadas cada vez más próximas. Y, sobre todo, en plena sucesión presidencial. Está cabreras. En Gobernación, en la Dirección Federal de Seguridad de mi coronel Chema, y por supuesto nosotros en la PGR, no paramos dizque tratando de averiguar quién está detrás de los estudiantes. La versión oficial es que se trata de extranjeros que quieren sabotear las olimpiadas y desestabilizar al país. Pero eso es para consumo público, pues la idea es que hay mano negra. Ah, ¿te cae? Entonces qué, dije, ¿a poco creen que el movimiento estudiantil es una grilla prefabricada para chingarse a las Hordas de Díaz? Pues más o menos, Nis. Yaaaa... O que en todo caso alguien o álguienes quieren aprovechar el relajo para darle en la madre al preciso y cortarle el dedo. Ay, no mames, mi Tranx. Sí, neta. Todo mundo está espiadísimo, los dizque precandidatos por supuesto, Martínez Manautou, Corona del Rosal y Echeverría, pero, bueno, ya sabes, él es el operador oficial. Gobernación y la DFS son los que tienen permiso y los mejores mecanismos para el espionaje. Hay una vigilancia especial para los que compitieron por la silla en el sesenta y tres: Ortiz Mena y particularmente el rector Barros Sierra, que ahorita hace como que la virgen le habla. ¿El rector de la universidad apoya la huelga?, pregunté. Pus acompañó a los estudiantes en una marcha por Insurgentes, puso la bandera a media asta cuando el bazukazo y no se le cuadra al preciso, o más bien a Luis Echeverría, porque este canijo pelón está moviéndose como anoche tratando de aprovechar los desórdenes para que Díaz Ordaz lo dedee a él.
Dicen que es de lo más servil, comenté, el clásico que cuando el presidente pregunta ¿qué horas son?, él contesta: las que usted diga señor pestilente. Sí, es un chiste muy viejo, gruñó el Trancas. También dicen, agregó, que Díaz Ordaz se carcajea de Echeverría porque es el único pendejo en México que lee los editoriales de El Nacional y oye la Hora Nacional. Pero mira, Dionisio, pa mí es puro teatro, y el pelonchis se hace el pendejo. ¿Te cae?, deslicé. Bueno, Echeverría sí es pendejísimo pero a la vez no tiene nada de pendejo, replicó Eugenio. Bravo maestro, qué bien te explicas. Sí, es un experto de la tenebra y conoce la grilla como nadie, pero su visión de las cosas es muy limitada; por fijarse en las ramas no ve el bosque. Sin embargo, prosiguió, venga o no de él, la línea es que el director artístico de este animado show es Carlos Madrazo, a quien corrieron del PRI cuando intentó democratizarlo. Pero ésa es una ultrajaladota, ¿no? En todo caso, siguió el Trancas, a él están tratando de echarle el bulto para acabarlo de una vez por todas. Pero yo no creo que la onda ande por ahí. También están ultraintervenidas la embajada rusa, la china y la cubana, y por supuesto el Partido Comunista y toda la bola de partidetes que se han escindido, troskos, maoístas y guevaristas en especial. Todo aquel que tenga alguna relevancia tiene intervenido el telefunken. Ya hemos arrestado a muchos, porque a todos los conocemos bien, tenemos bastante gente entre ellos. Pero estos cuates que dirigen a los estudiantes quién sabe de dónde salieron. Pues de sus escuelas, pendejo, dije. Sí, ¿verdad?, aceptó el Trancas con una risita. Bueno, en todo caso estoy de acuerdo en que esto no es financiado por nadie, agregó, el movimiento surgió por sí mismo como respuesta natural ante la animalidad de la policía que se propasó al disolver el pleito de las prepas. Y ahora ya se anunció una manifestación gigantesca para mañana; muchos creen que no pasará nada, pero para mí todo indica que puede ser muy concurrida y fortalecerá a los estudiantes. Claro que esto sólo te lo digo a ti.
Esa conversación se llevó la noche, cuando la clientela regresó, cenó, bebió y se fue. A las doce apareció Lucrecia, la deliciosa cantantita, de nuevo disfrazada de Isela Vega y de lentes oscuros. Está durísimo el sol, ¿eh?, comentó el Trancas una vez que los hube presentado. Es que soy cantante y también modelo, explicó ella, y nosotros nos volteamos a ver, divertidos. Más bien pareces imitadora, siguió el Trancas, que bebía el ahora-sí-el-último. Oyes, yo me parezco a Isela Vega, no la imito, y digo que me parezco porque ella es mucho mayor que yo, pero en realidad nos parecemos/ ¿Cuántos años tienes?, preguntó Eugenio. Veintiuno, pero yo no tengo tantas pecas en el pecho, miren, dijo al bajar tranquilamente el cierre frontal del vestido y revelarnos sus bonitos senos. ¿Ven? No tengo tantas pecas. Subió el cierre, desaparecieron las blancas colinas y sonrió casi angelicalmente. Con pecas no te resecas, refraneó el Tranco, y yo no pude más que agregar: si tú le hubieras dicho no a mis pecas, mi pobre corazón se iba a morir. ¿Quién es el que peca más, el que paga por las pecas o el que peca por pagar?, siguió el Trancas, divertido. Ay, maestro, qué cosillas tan redondillas dices, terció Lucrecia, y nosotros de nuevo nos miramos sorprendidos. Hablemos del pecado, empezó a decir doctamente mi hermanodelalma, pero lo atajé. No chingues, mejor vamos a concentrarnos en Lucrecia. Ah, ¿ya se te olvidó tu no-mujer?, deslizó sibilinamente el Trancoso, que así le decía a veces a Carmen; naturalmente no le hice caso. Desde hace siglos, respondí, mentándole la madre con la clásica seña de las manos, y luego pregunté a la muchachalaca: Lucrecia ¿qué?
Lucrecia Vargas Martínez, para servir a usted, respondió. ¿Cuál no-mujer?, preguntó sin pausa, muy interesada. A ver, Lucre, háblanos de ti, pedí, ignorándola. Cuál es tu onda, qué pum te gorgorea. Bueno, yo, cómo te diré, canto, ¿no? También modelo. Soy artista de nacimiento, de vocación, y de profesión si tú me das trabajo aquí, serías mi gran impulsor, Nicho, mi descubridor, porque a Armablanca viene toda la gente picuda, digo, éste es El Lugar, ¿no? Pues no tanto, mija, pero a ver, desembucha, para seguir con las redondillas. ¿Cómo seguir con las redondillas? No entiendo. ¿No conoces esos versos de sor Juana? «Aunque eres, Teresilla, tan muchacha, le das quehacer al pobre de Camacho, anda el triste cargado como un macho y tiene tan crecido ya el penacho que ya no puede entrar si no se agacha. Estás a hacerle duras ya tan ducha, y a salir de ellas bien estás tan hecha, que de lo que de tu vientre desembucha sabes darle a entender, cuando sospecha, que has hecho, por hacer su hacienda mucha, de ajena siembra suya la cosecha.» ¡Genial! ¡Guau! ¡Qué chingonería!, exclamó Lucrecia. Bueno, ahora confiesa qué te traes porque si no mi amigo el Trancas te hace cantar. Ay, pero si yo desembucho sin que me obliguen. Está bien, ¿en dónde has trabajado? Bueno, así, teatros y eso, pues no, pero canto muy bonito, todos me lo dicen, dedícate a cantar, lo traes en la sangre, ¿ves? Ay, Dios, suspiré, con una paciencia que era parte de la diversión. ¿Tienes agente? No, yo no, eso sí no, respondió casi ofendida. Entonces dime, ¿qué cantas? Ay, oye, qué preguntitas... Digo, ¿qué tipo de canciones, boleros, rancheras, baladas, rock, cuál es tu onda? Ah, en eso, Dionisio, yo canto de todo, bueno, ópera todavía no, pero soy universal, soy el alma universal, el alma del mundo, ¿ves?, llevo a todos metidos dentro.
El Trancas sonreía maliciosamente. Bueno, bueno, dije yo, mira, mejor vamos al piano y cantas. ¡Perfecto!, ¡de-su-pinche-puta-cogida-culera-y-pendeja-poca-madre! What?, dijo el Trancas. Mejor me senté al piano con ánimo de divertirme, pues esperaba lo peor. La niña era encantadora a su clasemediera manera, pero debía ser un bodrio cantando. «También modelo», decía. Qué manera de salir con lo que no venía al caso. Qué vas a cantar, le pregunté. Dionisio, ¿te sabes la «Mujer ladina»? Claro, ¿eso vas a cantar?, dije, empezando a interesarme. Simón, pero, oyes, ¿la puedes tocar así como jazzeada, como un blues o algo así? Ah, chingaos, pensé, esta Lucre está como nosotros cuando la fonda que parecía restaurante. Empecé a tocar la canción de Joaquín Pardavé con un aire vernáculo, pero al oírla tuve que cambiar de tono, de ritmo; me abrí a las síncopas, a la improvisación, y me sentí muy New Orleans. Lucrecia cantaba notablemente bien, con toda corrección, con una vocecita más bien aguda, aterciopelada, sinuosa, rasposa, con frecuentes sonidos casi guturales, pero no a lo machorra como Chavela Vargas sino provocativamente sensual, como una halbzart