reclutamiento
Había una vez,
cerca de un oscuro bosque oscuro,
un miserable leñador que vivía con su esposa y sus dos hijos,
un niño pequeño y una niña pequeña,
apenas tenían qué comer el miserable leñador y su esposa y sus dos hijos,
cerca del oscuro bosque oscuro,
cuando una terrible hambruna se abatió sobre esas tierras
y el miserable leñador ya no conseguía ni una ración de pan,
ni una sola,
cerca del oscuro bosque oscuro,
y mientras yacía en cama el leñador maldecía su suerte,
ni una ración, se lamentaba, ni una,
qué será de nosotros qué, le dijo a su esposa,
cómo los alimentaremos,
cómo alimentaremos a nuestros hijos,
cómo si nosotros, si ni siquiera nosotros,
el miserable leñador se lamentaba mientras yacía en cama,
y su esposa le dijo escucha,
escucha lo que haremos, le dijo,
nos levantaremos muy temprano por la mañana, muy temprano los cuatro, le dijo,
e iremos al oscuro bosque oscuro
y les daremos una hogaza, la última hogaza, a nuestro hijo y a nuestra hija, le dijo,
y les diremos que vamos por leña o lo que sea,
eso les diremos y nos alejaremos de allí, por leña o lo que sea,
los dejaremos allí, a nuestro hijo y a nuestra hija,
así nos libraremos de ellos,
se quedarán allí,
solos en lo más oscuro.
A todos,
repetirá el capitán en voz baja, inaudible,
casi un gemido,
a todos,
alguien reconocerá una lágrima,
qué vergüenza, capitán, una lágrima,
casi un gemido,
a todos,
una lágrima en su mejilla y luego otra,
qué le ocurre, capitán, cómo usted, una lágrima qué escándalo, una lágrima y luego otra escurriendo por sus mejillas, capitán,
debería usted controlarse, qué ejemplo, imagine qué ejemplo y qué vergüenza, capitán,
a todos,
repetirá él, en voz baja, casi inaudible,
sí,
a todos,
casi un gemido, casi un gemido.
Luk amasa la harina mientras oye las noticias de la guerra,
las ondas expansivas de la guerra,
allí, junto al horno,
Luk amasa la harina y añade levadura mientras el locutor insiste en la victoria,
en la urgente victoria,
y Luk moldea un pan redondo, suculento,
aún se puede hornear un pan suculento,
Luk no piensa en otra cosa, no piensa, moldea el pan mientras la voz radiofónica se agita y ya no dice victoria, ya no,
ahora habla de ellos, de los enemigos,
Luk se enjuga el sudor con un trapo, el calor del horno lo abotaga mientras la voz habla de insectos,
así los llama la voz,
insectos,
Luk moldea un pan suculento,
un pan crujiente mientras oye hablar de insectos,
de plagas de insectos,
de amenazantes plagas de insectos.
A todos,
ordenó semanas antes, en la capital, otra voz,
la única voz.
Cincuenta y seis años, señor,
cincuenta y seis años no mal llevados, pero cincuenta y seis años al fin y al cabo, señor,
cómo yo, de qué serviría yo, un viejo, qué despropósito, policía a mis años,
imagínese un carpintero vuelto policía, señor,
policía de reserva, lo entiendo, gracias por la aclaración, pero aun así un viejo,
aunque si no hay más remedio, si es necesario servir a la patria, quiero decir,
los jóvenes combaten en el frente, lo sé,
mueren en el frente por nosotros, no quise parecer egoísta, señor,
por supuesto un sacrificio así es nada, nada comparado con lo que nuestros jóvenes padecen en el frente, lo entiendo, señor,
y estoy dispuesto, muy dispuesto,
allí me tendrá mañana, señor,
listo para cumplir con mi deber, señor,
sólo dudaba que un carpintero como yo, que un viejo como yo.
De la fachada rococó no quedan sino ruinas, humo, cenizas,
el capitán suena su silbato, da instrucciones a diestra y siniestra, anima a su batallón y se precipita hacia una ventana,
quiere dar ejemplo a sus muchachos y se precipita hacia los restos calcinados de una ventana,
distingue un aullido,
alguien aúlla como un cachorro lastimado,
alguien que no respetó el toque de queda,
éstas son las consecuencias de no obedecer a la policía, piensa el capitán más dolido que indignado,
cuando se interna en el humo,
el valeroso capitán da ejemplo a sus muchachos y se adentra en las ruinas, listo para cumplir con su misión,
feliz, diríamos feliz por cumplir con su misión, por salvar a un herido,
a ese desobediente que gime como un cachorro porque, ay, no obedeció a la policía.
Niño, cuatro años, depositado en la clínica municipal,
anota el capitán en su informe.
Erno Satrin pasea por su fábrica, la pequeña fábrica que le heredó su padre, y suspira,
aun si todo funciona suspira,
las máquinas bien aceitadas, el ensamblaje en sincronía, los tubos, las válvulas, los engranes a toda marcha,
Erno Satrin suspira porque antes su fábrica, la pequeña fábrica de su padre,
producía cochecitos de bomberos, ambulancias en miniatura y las muñecas más bonitas de la comarca y acaso del país,
muñecas de verdes ojos encendidos, de rojo cabello natural,
muñecas cuyo plástico opacaba a la porcelana,
muñecas que sus hijas adoraban y que toda niña pedía de cumpleaños,
en cambio ahora su fábrica, la pequeña fábrica de su padre, sólo produce extrañas refacciones,
accesorios para carros de combate, rifles de asalto y metralletas, lanzagranadas,
Erno Satrin contempla el movimiento frenético, las máquinas a todo vapor
y recuerda los cochecitos de bomberos,
las ambulancias en miniatura
y las muñecas de verdes ojos encendidos.
Un buen día el puerto amanece tapizado con carteles,
torso gallardo en uniforme marino,
quepí alzado,
rictus sereno sobre fondo rojinegro,
en primer plano la insignia nacional
y esas letras ominosas que te convocan,
hoy más que nunca la patria te necesita,
únete a la policía del orden.
Los jóvenes se han ido al frente, a morir en el frente,
y en el puerto sólo quedan viejos,
moribundo puerto custodiado por viejos.
Años de esperar una oportunidad como ésta, señor,
musita Jon Guridien,
cada sílaba un golpe de metralla,
años, señor,
desde el inicio de esta gloriosa guerra
esperaba la oportunidad de servir a la patria,
cada sílaba un disparo,
pero siempre desestimaron mi entusiasmo, dijeron que ya no tenía edad,
me hicieron sentir una basura,
perdone que lo repita, señor, una basura,
me dijeron que se podía servir a la patria de otro modo,
que un estibador también contribuye a la gloria de la patria,
qué decepción, señor, una basura,
cada vocal un estallido,
yo no podía conformarme con eso,
permanecer en este maldito puerto, con su perdón,
en este puerto moribundo mientras nuestros jóvenes se baten en el frente,
mientras nuestros jóvenes entregan sus vidas en el frente, y yo aquí,
estibador en este puerto moribundo,
una basura,
no sabe cuánto le agradezco,
cada consonante un golpe de bayoneta,
cuánto le agradezco, señor,
le prometo ser el más leal y el más valiente,
el más valiente y el más leal,
musita Jon Guridien al firmar su inscripción en la policía del orden.
Los insectos se esconden por doquier,
advierte otro cartel.
Antes de que se alzara el sol, antes de que el blanco sol se alzara,
la madre despertó a sus hijos con un grito,
levántense, perezosos, les dijo,
levántense porque iremos al bosque a buscar leña, a buscar leña al oscuro bosque oscuro,
les dijo al entregarles una hogaza,
la última hogaza,
y les dijo sólo esto tendrán por alimento, hijos míos, sólo esto, les dijo,
la niña tomó la hogaza, la última hogaza,
la partió en dos y guardó los trozos en sus bolsillos pues su hermano,
que había escuchado la nocturna conversación de sus padres,
había llenado los suyos con guijarros,
guijarros que a la luz de la luna relucían como espejos,
luminosos guijarros que el pequeño dejaría caer
uno tras otro, uno tras otro,
guijarros que a la luz de la luna señalarían el camino de vuelta a casa,
uno tras otro, uno tras otro,
guijarros como espejos que rescatarían a los hermanos de la fría oscuridad del bosque oscuro.
Cuidado con el inocente mirar de los insectos.
Se quiebra el cielo sobre el puerto, el horizonte púrpura sobre el puerto moribundo,
se quiebra el cielo con los últimos rasguños del ocaso
y los estibadores abandonan los muelles,
los viejos surgen cual hormigas de los muelles y alzan los ojos hacia el púrpura que se quiebra encima de ellos,
al final de esa tarde somnolienta,
antes de reunirse con sus familias, lo que queda de sus familias,
sus esposas y sus hijas y los poquísimos niños que aún deambulan por el puerto,
el moribundo puerto,
pero después de que los estibadores abandonan los muelles,
de que surjan cual hormigas,
mientras sus ojos aún contemplan los últimos rasguños del ocaso, listos para reunirse con sus familias,
una parvada de AT-51 cruza el cielo, el cielo púrpura,
un zumbido y otro y otro,
el zumbido de los AT-51,
y entonces el fuego se precipita sobre el puerto,
abrasa tablones y grúas, arcenes y contenedores,
enloquecen las sirenas, la piedra estalla
y arde la carne de unas afanadoras que no alcanzan a bajar a los refugios,
los estibadores corren y se resguardan y rezan mientras el cielo se quiebra sobre el puerto,
ya no el cielo púrpura,
el horizonte con los últimos rasguños del ocaso,
ya no,
sino un cielo negro, brutalmente negro,
iluminado sólo por las llamas.
Lo prometo, Tesa,
se arrodilla el subteniente Drajurian,
debes creerme, palomita, en el primer permiso, en el primero, lo prometo, gorrioncito, regresaré y nos casaremos,
nos casaremos en la iglesia de Santa Prícida como has soñado, nos casaremos y haremos una fiesta, palomita,
una fiesta discreta, claro, no se puede derrochar en estos tiempos,
una fiesta con tus padres y mi madre, una verdadera fiesta cuando regrese, Tesa, gorrioncito,
pero ahora tengo que irme, lo siento, no es fácil ser la mujer de un policía, palomita, lo sé, pero tú entiendes,
se trata de mi carrera, de nuestro futuro,
cuando regrese nos casaremos y haremos una fiesta,
lo prometo.
La patria te necesita,
lees en uno de los carteles y descubres que no hay alternativa,
te habla a ti, lector.
Órdenes superiores,
añadirá el capitán,
casi una disculpa, casi una absolución, casi un pretexto,
su voz ya no un gemido,
se verá obligado a contenerse,
secas las mejillas,
órdenes de la capital,
insistirá ya sin temblar ni balbucir, tal como habrán de recordarlo sus subordinados,
de nuevo sobrio y contenido, su autoridad recuperada, severo y firme,
órdenes superiores, añadirá, órdenes.
Gracias a los guijarros luminosos,
uno tras otro, uno tras otro,
a los guijarros como espejos,
uno tras otro, uno tras otro,
los hermanos lograron escapar del oscuro bosque oscuro y regresaron a casa, sanos y salvos,
regresaron y su madre los miró y enfureció,
les dijo perezosos, dónde han estado, les dijo,
y les ordenó irse a dormir sin más nada de cenar, sin más nada, perezosos,
mañana iremos por más leña,
mañana muy temprano al oscuro bosque oscuro.
Ayuda a exterminar a los insectos,
únete a la policía del orden.
Luk sueña con permanecer al lado del horno,
el plácido calor de su horno,
mientras amasa la harina con la levadura y moldea panes suculentos,
aún puede moldear panes suculentos,
Luk sueña con quedarse allí y no pensar en nada,
pero a su negocio apenas llegan visitantes,
qué tal, señora Hurx, cómo le va, señor Gonel,
uno o dos compradores al día, uno o dos, cuando antes se formaban largas filas a su puerta,
filas que incluso en invierno doblaban la esquina y serpenteaban hasta la plaza,
el puerto invadido por el dulce aroma de su horno,
gente que vivía en el centro, en los muelles y hasta en los barrios altos se desplazaba hasta el negocio de Luk,
recorría varias millas para degustar sus panecillos recién hechos, hacían cola bajo la nieve o en la ventisca,
en cambio ahora ya nadie lo visita,
qué tal, señor Herde, cómo le va, mademoiselle Agurian,
ya no es suficiente, uno o dos clientes al día, tres a lo más,
Luk no tiene más remedio que apagar el horno,
lo apaga y se precipita a la blanca tarde,
echa llave a la cerradura y se encamina al centro,
rumbo a la mole color sepia donde se aloja la policía del orden.
Muy temprano por la mañana, muy temprano,
el cielo plomizo y los cuervos aún dormidos,
el miserable leñador y su esposa y sus dos hijos volvieron a salir a buscar leña,
una vez más se internaron en el oscuro bosque oscuro
y, al llegar a lo más oscuro, el leñador y su esposa abandonaron a sus hijos,
los abandonaron allí, solos en lo más oscuro,
el cielo de plomo y los cuervos aún dormidos,
y el hermano le dijo a su hermana no te angusties, le dijo,
al salir no encontré guijarros luminosos, guijarros como espejos, no, pero fui desmigajando la mitad de mi hogaza, le dijo,
no te preocupes, hermana,
dejé caer las migas por el camino,
una tras otra, una tras otra,
nos bastará con seguirlas para volver a casa,
una tras otra, una tras otra,
esperaremos a que los primeros rayos de sol atraviesen la espesura y volveremos a casa, hermana, le dijo,
cuando los primeros rayos de sol atravesaron la espesura, un centenar de cuervos alzó el vuelo,
y los negrísimos cuervos se abalanzaron sobre las migajas,
uno tras otro, uno tras otro,
los negros cuervos se abalanzaron sobre ellas y las devoraron en un santiamén,
en un santiamén las devoraron,
ay, hermano, qué será de nosotros qué, lloró la hermana,
ahora jamás escaparían del oscuro bosque oscuro.
Qué clase de batallón es éste,
gruñe el subteniente Drajurian,
panaderos, sastres, estibadores, carniceros, plomeros, artesanos,
qué clase de batallón, cielo santo,
electricistas, jardineros, albañiles, carpinteros, taxistas, vendedores de seguros, verduleros, maestros de primaria, agentes de viajes,
cielo santo, ninguno menor de cincuenta, ninguno,
sólo viejos, un batallón de viejos,
a quién se le ocurre, cielo santo,
cómo darles órdenes a estos carcamales cómo, cielo santo.
Cuántos reclutas, pregunta el capitán sin levantar los ojos de sus papeles,
revisa sus papeles,
trescientos cincuenta y ocho, capitán, le responde el sargento Amat, y sólo cincuenta policías de carrera, cincuenta solamente, capitán,
pero el capitán no se inmuta,
tampoco levanta los ojos de sus papeles,
se quita los anteojos, los limpia con un lienzo y dice faltan bastantes todavía, sargento,
nuestras órdenes son formar un batallón de quinientos efectivos,
ni uno más ni uno menos,
quinientos efectivos en el batallón 303 de la policía de reserva.
Nuestros jóvenes mueren como ratas en el frente,
únete a la policía del orden,
sí, tú.
Una panda de inútiles, viejos inútiles,
masculla el sargento Amat,
ni con años de entrenamiento,
el subteniente Drajurian lo secunda,
qué piensa el capitán,
no sé qué piensa,
mírelos nada más, sargento, viejos decrépitos,
cómo habrían de poder cómo.
Viejos en uniforme,
viejos con botas desgastadas,
torpes carcamales.
Cuidado con el dulce hablar de los insectos.
Mucho gusto, capitán,
lo saluda Erno Satrin extendiéndole la mano,
el capitán lo mira de arriba abajo, lo mira y le responde mucho gusto, señor Satrin,
como si no se dirigiese a un subordinado, al nuevo sargento del batallón 303 de la policía de reserva,
como si se conociesen de toda la vida,
el capitán ya lo ha medido,
se precia de medir a sus