El cerco de Bogotá

Santiago Gamboa

Fragmento

Prólogo
Confesiones de un escritor bipolar

Escribí la mayoría de estos cuentos en París, a fines de los años noventa, y puedo decir que casi todos responden a mi falta de personalidad o incapacidad de decir no. Me explico. A diferencia de muchos colegas, mi primer libro no fue una colección de cuentos, sino una novela, y esto porque mi vocación de escribidor surgió justamente de mi pasión por leer novelas. Sobre todo de autores latinoamericanos. Tal vez por eso lo que mi intención creadora me dictó desde un principio fueron historias largas, complejas, con muchos personajes y puntos de vista. Podría decir, incluso, que soy un escritor bipolar o con trastornos graves de personalidad, pues necesito desdoblar la narración en un concierto de voces opuestas, contradictorias a veces, que me permitan saltar de punto de vista y de estado de ánimo a lo largo de las historias.

El primer cuento que escribí en mi vida, “La vida está llena de cosas así”, surgió de una llamada telefónica del escritor chileno Sergio Gómez, a fines de 1995, quien me invitó a participar en una antología que, junto con Alberto Fuguet, pensaban titular McOndo. Me preguntó si tenía algún cuento para enviarles y yo, incapaz de decir no, le dije que claro, que en un par de días le enviaba algo. Y me puse en la tarea. Gracias a ese pequeño cuento pude publicar después mi segunda novela en España, lo que me dio una gran alegría. En otra ocasión, hacia 1999, volvió a sonar el teléfono. Esta vez era mi editora francesa, Anne Marie Metailié, quien me preguntó si tenía algún cuento de amor para una antología que estaba preparando con motivo de los veinte años de su editorial. Volví a decir que sí, y de nuevo me puse en la tarea. ¿Un cuento de amor? Lo más que logré fue “Tragedia del hombre que amaba en los aeropuertos”, una versión algo saltarina y accidentada del amor, pero era lo que vivía por esos días. Y así, cada cuento nació de un encargo. De mi incapacidad de decir no.

“El cerco de Bogotá”, la narración larga que da título a este libro, fue un caso diferente. Yo había estado como corresponsal del diario El Tiempo, de Bogotá, en la guerra de Bosnia, en 1993, y desde entonces quise escribir algo localizado en Sarajevo, ciudad sitiada, que me permitiera contar algunas de las experiencias que viví en esos meses complicados, duros, trágicos, pero al mismo tiempo llenos de vida y experiencias. Intenté una y otra vez comenzar una narración, pero algo no funcionaba. Hasta que un día, no recuerdo muy bien a cuento de qué, decidí trasladar ese Sarajevo en el que yo fui periodista de guerra a una hipotética Bogotá sitiada. En ese momento, durante el gobierno de Andrés Pastrana, cundía el pesimismo sobre la suerte de la guerra contra las FARC, que se habían levantado de la mesa de negociaciones después de que el gobierno concediera para los diálogos de paz un territorio llamado Zona de Distensión, en el que la guerrilla se instaló a sus anchas, reforzándose, y cuando al fin los diálogos se rompieron y volvieron los combates, las cosas se pusieron muy difíciles para el Estado. Sin duda el nerviosismo por lo que pasaba en Colombia, unido a mis recuerdos de guerra de Sarajevo, me impulsaron la mano, y al final me sentí muy cómodo escribiendo la guerra de Bosnia pero en mi propio país, es decir, poniéndome como narrador del lado de las víctimas, y dejando que el grupo de periodistas extranjeros del que yo formé parte en Bosnia estuviera ahora del otro lado. Para esta nouvelle, pues no me atrevo a llamarla cuento (su longitud no lo permite), recuperé a uno de mis personajes más entrañables de la novela Perder es cuestión de método: Emir Estupiñán. Y como todos mis escritos están de algún modo entrelazados, más adelante, en mi novela Necrópolis, volví a utilizar a la valiente y seductora periodista islandesa Bryndis Kiljan, por quien sentí siempre cierta debilidad.

A este volumen vinieron a sumarse otros cuentos escritos para antologías, pero siempre que pienso en este libro me convenzo de que el novelista y el verdadero cuentista son dos animales diferentes en el ecosistema literario. Un gran cuentista como Julio Ramón Ribeyro, por ejemplo, nunca pudo hacer una novela que no fuera una sucesión de episodios (cuentos), del mismo modo que para mí, novelista, se me dificulta contar una sola historia, directa y esférica, como decía Cortázar que debían ser los cuentos. Este libro contiene, pues, los intentos de un novelista por abordar un género que no es el suyo. Diré por último que estos cuentos tienen en común tener periodistas o estar ambientados en el mundo del periodismo, que siempre presentí muy cercano al literario. García Márquez nos enseñó que la escritura de una buena crónica debe resolver los mismos problemas narrativos de una buena novela, y que la diferencia primordial está en que el periodismo debe respetar los hechos y la novela no. Estas historias no son crónicas, claro, pero casi todos sus personajes son periodistas en ejercicio, que no sólo buscan una verdad sino que pretenden explicarla a otros con palabras, al igual que los novelistas e incluso los poetas, pues en el ir y venir son vidas llenas de preguntas, soledades y extraños encuentros. Por eso este libro está dedicado a mi amigo y colega argentino Eduardo Febbro, de Página 12 y RFI, con quien estuve en Bosnia, en Argelia y en infinidad de otros viajes de cubrimiento periodístico, y con quien aprendí mucho más sobre la vida y la condición humana que en tantos libros.

A Eduardo Febbro de Página 12 y RFI, por los peligros compartidos

EL CERCO DE BOGOTÁ

I

Bryndis Kiljan, corresponsal de gu

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