Scattered Showers: Lluvias dispersas

Fragmento

Título

Medianoches

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Diciembre 31, 2014, casi medianoche

Hacía frío en el patio, bajo la terraza.

Gélido. Oscuro.

Oscuro porque Mags estaba afuera a medianoche y oscuro porque se hallaba entre las sombras.

Éste sería el último lugar donde alguien pensaría en buscarla…, cualquiera, pero en especial Noel. Se iba a perder de la parte emocionante.

Gracias a Dios. Mags debió haber pensado en esto hace años.

Recargó la espalda contra la casa de Alicia y empezó a comerse el Chex mix que sacó de la casa. (La mamá de Alicia hacía el mejor Chex mix). Mags alcanzaba a escuchar la música que tocaban en el interior, pero de repente ya no: buena señal. Significaba que la cuenta regresiva había iniciado.

—¡Diez! —escuchó gritar a alguien.

—¡Nueve! —empezaron a corear más personas.

—¡Ocho!

Mags se perdería de todo. Perfecto.

Diciembre 31, 2011, casi medianoche

—¿Eso tiene frutos secos? —preguntó el chico.

Mags hizo una pausa y sostuvo la galleta untada de pesto y queso crema frente a su boca.

—Creo que tiene piñones… —dijo, e hizo bizco para poder enfocarla mejor.

—¿Los piñones son frutos secos?

—No tengo idea —dijo Mags—. Pero crecen en pinos, ¿no?

El chico se encogió de hombros. Tenía el cabello castaño enmarañado y unos ojos azules muy abiertos. Traía puesta una camiseta de Pokémon.

—No creas que soy una experta en frutos secos —dijo Mags.

—Yo tampoco —dijo él—. Aunque podrías pensar que sí porque si me como uno accidentalmente, me podría morir. Si existiera algo por ahí que te pudiera matar, ¿no tratarías de convertirte en experta en eso?

—No sé… —respondió Mags. Se comió la galleta de un bocado y empezó a masticar—. No sé mucho sobre cáncer. Ni sobre accidentes automovilísticos.

—Sí… —aceptó el chico y miró la mesa de buffet con tristeza. Era delgado. Y pálido—. Pero los frutos secos son especialmente agresivos conmigo, es un tema personal. Son más como asesinos que como, no sé, peligros posibles.

—Vaya —dijo Mags—, ¿qué les hiciste a los frutos secos?

El chico rio.

—Me los comí, supongo.

La música, que había estado sonando a un volumen muy alto, se detuvo.

—¡Ya casi es medianoche! —gritó alguien.

Ambos miraron a su alrededor. Alicia, la amiga de Mags que iba en su salón, estaba de pie sobre el sofá. Era su fiesta, la primera fiesta de Año Nuevo a la cual Mags, a sus quince años, había sido invitada.

—¡Nueve! —gritó Alicia.

—¡Ocho!

Había unas cuantas decenas de personas en el sótano y ya todas estaban gritando.

—¡Siete!

—Me llamo Noel —dijo el chico y extendió la mano.

Mags se sacudió los restos de pesto y frutos secos y se la estrechó.

—Mags.

—¡Cuatro!

—¡Tres!

—Gusto en conocerte, Mags.

—Igualmente, Noel. Felicidades por haber logrado evadir los frutos secos un año más.

—Por poco me derrotan los de ese dip de pesto.

—Sí —asintió ella—. Estuvieron cerca.

Diciembre 31, 2012, casi medianoche

Noel se recargó en la pared y se deslizó hacia abajo hasta quedar sentado al lado de Mags. Luego chocó su hombro con el de ella. Apuntó hacia su cara con una corneta de fiesta y sopló.

—Hola.

—Hola —dijo ella y le sonrió. Noel traía puesta una chamarra a cuadros y tenía la camisa blanca abierta del cuello. Era pálido y se ruborizaba con facilidad. Justo en este momento tenía la piel rosada desde la punta de la frente hasta el segundo botón de la camisa—. Eres una máquina de bailar.

—Me gusta bailar, Mags.

—Lo sé.

—Y no siempre tengo la oportunidad.

Ella arqueó la ceja.

—Me gusta bailar en público —aclaró Noel—. Con otras personas. Es una experiencia comunitaria.

—Cuidé tu corbata —dijo ella y extendió la mano donde sostenía una corbata de seda roja. Él bailaba sobre la mesa de centro cuando se la lanzó.

—Gracias —dijo Noel, tomando la corbata y colgándosela al cuello—. Buena atrapada… pero estaba intentando llamarte a la pista de baile.

—Era una mesa de centro, Noel.

—Había lugar para dos, Margaret.

Mags arrugó la nariz e hizo el cálculo.

—No, no lo creo.

—Siempre habrá lugar para ti conmigo, en todas las mesas de centro —dijo él—. Porque eres mi mejor amiga.

—Pony es tu mejor amigo.

Noel se pasó los dedos por el cabello. Lo tenía sudoroso y rizado y le llegaba debajo de las orejas.

—Pony también es mi mejor amigo. Y también Frankie. Y Connor.

—Y tu mamá —dijo Mags.

Noel le dedicó su sonrisa.

—Pero especialmente tú. Es nuestro aniversario. No puedo creer que no bailes conmigo en nuestro aniversario.

—No sé de qué estás hablando —dijo ella. (Claro que sabía exactamente de qué estaba hablando).

—Pasó justo aquí —dijo Noel y señaló la mesa de buffet en la que la mamá de Alicia siempre ponía las botanas—. Me estaba dando una reacción alérgica y tú me salvaste la vida. Me clavaste la jeringa de epinefrina en el corazón.

—Comí un poco de pesto —dijo Mags.

—Heroicamente —dijo Noel.

Ella se enderezó con un movimiento súbito.

—No probaste la ensalada de pollo, ¿o sí? Tenía almendras.

—Y sigues salvando mi vida —dijo él.

—¿O sí?

—No. Pero bebí un poco del ponche de frutas. Creo que tenía fresas porque siento cosquillas en la boca.

Mags entrecerró los ojos.

—¿Estás bien?

Noel se veía bien. Estaba sonrojado. Y sudoroso. Parecía como si sus dientes fueran demasiado anchos para su boca y su boca demasiado ancha para su cara.

—Estoy bien —dijo él—. Si se me empieza a hinchar la lengua, serás la primera en saberlo.

—Gracias, pero prefiero permanecer al margen de tus reacciones alérgicas lascivas —dijo ella.

Noel alzó las cejas.

—Deberías ver qué pasa cuando como mariscos.

Mags puso los ojos en blanco e intentó no reír. Después de un segundo, lo miró de nuevo.

—Espera, ¿qué te pasa si comes mariscos?

Él movió la mano frente a su pecho con gesto desganado.

—Me provocan una erupción.

Ella frunció el ceño.

—¿Cómo es que sigues vivo?

—Por los esfuerzos de héroes desconocidos como tú.

—No comas de la ensalada rosa tampoco —dijo—. Es de camarón.

Noel le puso la corbata roja alrededor del cuello y le sonrió. Era una sonrisa distinta.

—Gracias.

—Gracias a ti —dijo ella y tiró de los extremos de la corbata para acomodarla. Miró la tela—. Combina con mi vestido.

Mags traía puesto un vestido tejido con una especie de diseño escandinavo con un millón de colores.

—Todo combina con tu vestido —dijo él—. Pareces huevo de Pascua decorado como adorno navideño.

—Me siento como un Muppet de colores brillantes —di­jo ella—. De los peluditos.

—Me gusta —dijo Noel—. Un festín para los sentidos.

A ella no le quedaba claro si estaba burlándose, así que cambió de tema.

—¿Dónde anda Pony?

—Allá —respondió Noel señalando al otro lado de la habitación—. Su intención es moverse disimuladamente para quedar cerca de Simini cuando dé la medianoche.

—¿Para poderla besar?

—Así es —dijo Noel—. En la boca, si todo marcha de acuerdo con el plan.

—Eso es asqueroso —dijo Mags mientras jugueteaba con las puntas de la corbata de Noel.

—¿Besarse?

—No… besarse está bien —repuso ella ruborizándose. Afortunadamente, no era tan pálida como Noel y no parecería como si tuviera pintura roja en toda la cara y el cuello—. Lo que es asqueroso es usar el Año Nuevo como una excusa para besar a alguien que tal vez ni te quiere besar. Usarlo como un truco.

—Tal vez Simini sí quiere besar a Pony.

—O tal vez todo será muy incómodo —dijo Mags—. Y ella aceptará de todas maneras por compromiso.

—No se le va a lanzar encima —dijo Noel—. Sólo va ha hacer lo del contacto visual.

—¿Qué del contacto visual?

Noel volteó repentinamente e hizo contacto visual con Mags. Arqueó las cejas con esperanza; sus ojos se torna­­ron sua­ves y posibles. Definitivamente era una expresión que comunicaba: Oye, ¿está bien si te beso?

—Ah —dijo Mags—. Te sale bien.

Noel dejó de hacer el gesto y su expresión cambió a: Pues obvio.

—Por supuesto que me sale bien. He besado chicas.

—¿En verdad? —preguntó Mags. Sabía que Noel hablaba con chicas. Pero nunca había escuchado que tuviera una novia. Se habría enterado…, era una de las cuatro o cinco mejores amigas de Noel.

—Pfff —dijo él—. Tres chicas. Ocho ocasiones distintas. Creo que sé cómo hacer contacto visual.

Eso era bastante más besamiento de lo que Mags había logrado en sus dieciséis años.

Miró a Pony de reojo otra vez. Estaba de pie junto a la televisión estudiando su teléfono. Simini estaba a un par de metros de distancia, hablando con sus amigos.

—Como sea —dijo Mags—, se siente como si la quisiera engañar.

—¿Cómo la estaría engañando? —preguntó Noel siguiendo su mirada—. Ninguno de los dos está en una re­lación.

—No digo de ese tipo de engaño —aclaró Mags—. Más bien como… si se estuviera adelantando. Si te gusta alguien, tendrías que hacer un esfuerzo. Deberías conocer bien a la persona, deberías tener que trabajar para conseguir ese primer beso.

—Pony y Simini ya se conocen.

—Cierto —accedió ella—, pero nunca han salido. ¿Simini ha dado siquiera alguna señal de estar interesada?

—A veces la gente necesita un empujoncito —dijo Noel—. Digo… mira a Pony.

Mags lo volteó a ver. Vestía todo de negro, jeans y camiseta. Usaba un corte de pelo estilo mohicano que ya le había crecido bastante pero, en la secundaria, se peinaba con una cola de caballo y por eso se le había quedado el apodo. Pony por lo general era ruidoso y gracioso… y a veces ruidoso e insoportable. Siempre se estaba haciendo dibujos en los brazos con una pluma.

—Ese tipo no tiene idea de cómo decirle a una chica que le gusta —dijo Noel—. Ni idea… Ahora, mira a Simini.

Mags volteó hacia ella. Simini era pequeña y suave, y tan tímida que salir de su burbuja ni siquiera estaba en el menú. Si querías hablar con Simini, tenías que meterte a su burbuja.

—No todo el mundo goza de nuestras dotes sociales —dijo Noel con un suspiro. Se inclinó hacia Mags para hacer un ademán en dirección de Pony y Simini—. No todo el mundo sabe cómo tomar lo que quiere. Tal vez la medianoche sea exactamente lo que necesitan estos dos para arrancar… ¿les vas a negar eso?

Mags volteó a ver a Noel. Tenía la cara justo arriba de su hombro. Olía tibio. Y como algún perfume corporal en atomizador del Walgreens.

—Eres un melodramático —dijo ella.

—Las situaciones de vida o muerte me inspiran al melodrama.

—¿Como bailar sobre las mesas de centro?

—No, como las fresas —dijo, sacando la lengua e intentando hablar—. ¿La veth hinchada?

Mags estaba intentando ver la lengua de Noel cuando la música se detuvo.

—¡Ya casi es medianoche! —gritó Alicia y se paró cerca de la televisión. La cuenta regresiva estaba empezando en Times Square. Mags vio que Pony levantaba la vista de su teléfono y se acercaba a Simini lentamente.

—¡Nueve! —gritaron todos en la habitación.

—¡Ocho!

—Tu lengua se ve bien —dijo Mags y devolvió su atención a Noel.

Él metió la lengua de regreso a su boca y sonrió.

Mags arqueó las cejas. Casi sin darse cuenta de que lo estaba haciendo.

—Feliz aniversario, Noel.

Los ojos de Noel se suavizaron. Al menos, eso le pareció a ella.

—Feliz aniversario, Mags.

—¡Cuatro!

Y entonces llegó Natalie corriendo, se dejó caer recargada en la pared junto a Noel y lo tomó del hombro.

Natalie era amiga de ambos, pero no era una mejor amiga. Tenía el cabello color caramelo y siempre usaba camisas de franela que se le abrían en el pecho.

—¡Feliz Año Nuevo! —les gritó.

—Todavía no —dijo Mags.

—¡Uno! —gritaron todos los demás.

—Feliz Año Nuevo —le dijo Noel a Natalie.

Entonces Natalie se acercó a él, y él a ella, y se besaron.

Diciembre 31, 2013, casi medianoche

Noel estaba de pie sobre el brazo del sofá con las manos extendidas hacia Mags.

Mags pasaba a su lado y negaba con la cabeza.

—¡Vamos! —gritó él con la suficiente fuerza para que ella lo escuchara a pesar del volumen de la música.

Ella volvió a sacudir la cabeza y puso los ojos en blanco.

—¡Es nuestra última oportunidad de bailar juntos! —di­jo él—. ¡Es nuestro último año!

—Nos quedan meses para bailar —dijo Mags, y se detuvo frente a la mesa para comerse un quiche miniatura.

Noel se bajó del sofá, se subió a la mesa de centro y luego estiró una de sus largas piernas lo más que pudo hacia el sillón que quedaba al lado de Mags.

—Están tocando nuestra canción —dijo él.

—Están tocando Baby Got Back —dijo Mags.

Noel sonrió insinuante.

—Sólo por eso —dijo ella—, nunca voy a bailar contigo.

—De todas formas nunca bailas conmigo —dijo él.

—Hago todo lo demás contigo —se quejó Mags. Era cierto. Estudiaba con Noel. Comía el almuerzo con Noel. Pasaba por Noel de camino a la escuela—. Hasta te acompaño a que te cortes el cabello.

Él se llevó la mano hacia la parte de atrás de la cabeza. Tenía el pelo castaño y grueso. Caía en rizos sueltos por el cuello de su camisa.

—Mags, cuando tú no vas, me lo cortan demasiado.

—No me estoy quejando —dijo ella—. Solamente no bailaré esta canción.

—¿Qué comes? —preguntó él.

Mags miró la bandeja.

—Una especie de quiche, creo.

—¿Me lo puedo comer yo?

Ella se echó otro a la boca y lo masticó con cuidado. No sabía a frutos secos ni a fresas ni a kiwi ni a mariscos.

—Yo creo que sí —dijo.

Tomó otro quiche. Noel se acercó y ella se lo dio en la boca. De pie sobre el sillón, medía bastante más de dos metros. Traía puesto un ridículo traje blanco. De tres piezas. ¿Dónde podía encontrarse un traje blanco de tres piezas?

—Está bueno —dijo él—. Gracias.

Extendió la mano para tomar la Coca de Mags y ella se lo permitió. Luego él la alejó bruscamente de su boca y ladeó la cabeza.

—Margaret. Están tocando nuestra canción.

Mags prestó atención.

—¿Es esa canción de Ke$ha?

—Baila conmigo. Es nuestro aniversario.

—No me gusta bailar con mucha gente.

—¡Pero ésa es la mejor manera de bailar! ¡Bailar es una experiencia comunitaria!

—Para ti —dijo Mags y lo empujó del muslo. Él se desbalanceó un poco, pero no se cayó—. No somos la misma persona.

—Lo sé —dijo Noel con un suspiro—. Tú puedes comer frutos secos. Cómete uno de esos brownies por mí y déjame observarte cuando lo hagas.

Mags miró el buffet y señaló el platón de brownies con nueces.

—¿Éstos?

—Sí —dijo Noel.

Ella tomó uno de los brownies y le dio una mordida. Las migajas cayeron sobre su vestido floreado y las sacudió.

—¿Está bueno?

—Muy bueno —dijo ella—. Denso. Húmedo.

Dio otro bocado.

—Es muy injusto —dijo Noel y se apoyó en el respaldo del sillón para acercarse más—. Déjame ver.

Mags abrió la boca y sacó la lengua.

—Qué injusto —dijo él—. Se ve delicioso.

Ella cerró la boca y asintió.

—Termínate tu delicioso brownie y baila conmigo —di­jo él.

—Todo el mundo está bailando contigo —dijo Mags—. Déjame en paz.

Tomó otro quiche y otro brownie y luego se alejó de Noel.

No había muchos lugares donde sentarse en el sótano de Alicia. Por eso Mags terminaba usualmente en el suelo. (Y tal vez por eso Noel terminaba usualmente en la mesa de centro). Pony había ganado el puf junto a la barra en la esquina y Simini estaba sentada en sus piernas. Simini le sonrió a Mags. Mags le devolvió la sonrisa y la saludó con la mano.

No había alcohol en el bar. Los padres de Alicia lo guardaban cuando había una fiesta. Todos los taburetes estaban ocupados, así que Mags se ayudó de la mano de alguien para subirse y sentarse sobre la barra.

Vio bailar a Noel. (Con Natalie. Y luego con Alicia y Connor. Y luego solo, con los brazos sobre la cabeza).

Vio a todos bailar.

Todas sus fiestas eran en este sótano. Después de los partidos de futbol y de los bailes. Hacía dos años, Mags no conocía prácticamente a nadie de esta habitación excepto a Alicia. Ahora todos eran sus mejores amigos, o amigos, o alguien que conocía lo suficientemente bien como para saber que debía mantenerse alejada…

O Noel.

Mags se terminó su brownie y observó a Noel brincar por todas partes.

Noel era su mejor amigo… aunque ella no fuera la de él. Noel era su persona.

Él era la primera persona con quien hablaba en la mañana y la última persona a quien le escribía en la noche. No era algo intencional ni metódico. Así era como siempre había sido entre ellos. Si no le contaba a Noel sobre algo, era casi como si no hubiera pasado.

Se habían vuelto cercanos desde que tomaron la misma clase de periodismo, el segundo semestre de su segundo año. (En esa fecha deberían celebrar su amiganiversario, no el día de Año Nuevo). Y luego se inscribieron a fotografía y tenis juntos.

Eran tan cercanos que Mags había acompañado a Noel el año pasado a su fiesta de graduación, a pesar de que él había invitado a otra chica.

—Obviamente vas a venir con nosotros —dijo Noel entonces.

—¿Amy está de acuerdo?

—Amy sabe que venimos en paquete. Probablemente yo ni le gustaría si no estuviera parado junto a ti.

(Noel y Amy no volvieron a salir otra vez después de esa fiesta de graduación. No estuvieron juntos el suficiente tiempo como para terminar oficialmente).

Mags estaba pensando si ir por otro brownie cuando alguien apagó la música y otra persona prendió y apagó las luces varias veces. Alicia corrió hacia un lado de la barra, gritando.

—¡Ya casi es medianoche!

—¡Diez! —gritó Pony unos segundos después.

Mags recorrió la habitación con la vista hasta que volvió a encontrar a Noel… subido sobre el sofá. Él ya la estaba viendo. Avanzó hacia la mesa de centro en dirección de Mags y sonrió con avidez. Todas las sonrisas de Noel eran un poco así: tenía demasiados dientes. Mags exhaló con trepidación. (Noel era su persona).

—¡Ocho! —gritaron todos en la habitación.

Noel la llamó con un ademán.

Mags arqueó una ceja.

Él le hizo otra señal con la mano y el gesto de su rostro decía: Vamos, Mags.

—¡Cuatro!

Luego Frankie se subió a la mesa de centro junto a Noel y lo abrazó por los hombros.

—¡Tres!

Noel volteó a ver a Frankie y sonrió.

—¡Dos!

Frankie arqueó las cejas.

—¡Uno!

Frankie levantó la cabeza hacia Noel. Y Noel bajó la cabeza hacia Frankie.

Y se besaron.

Diciembre 31, 2014, aproximadamente a las 9 p. m.

Mags no había visto a Noel todavía en estas vacaciones. Su familia había pasado la Navidad en Disney World.

«Estamos a 27 grados», le escribió en un mensaje de texto, «y llevo 72 horas seguidas con las orejas de ratón puestas».

Mags no había visto a Noel desde agosto, cuando fue a su casa una mañana temprano para despedirse antes de que su papá lo llevara a Notre Dame.

Noel no regresó a casa para el día de Acción de Gracias. Los boletos de avión estaban demasiado caros.

Ella había visto en las redes las fotos que subía de otras personas. (Personas de su residencia estudiantil. Personas en fiestas. Chicas). Y habían intercambiado mensajes de texto. Muchos mensajes de texto. Pero Mags no lo había visto desde agosto, no había escuchado su voz desde entonces.

Honestamente, no podía recordarla. No podía recordar haber pensado en la voz de Noel antes. Si era profunda o ronca. O aguda o tersa. No podía recordar cómo sonaba Noel… ni cómo se veía, no en movimiento. Solamente podía ver su rostro en las docenas de fotos que todavía tenía guardadas en su teléfono.

«¿Vas a ir a casa de Alicia?», le había escrito ayer. Él estaba en el aeropuerto, de camino a casa.

«¿Dónde más iría?», le escribió ella de regreso.

«Perfecto».

Mags llegó temprano a la casa de Alicia y la ayudó a limpiar el sótano. Luego ayudó a la mamá de Alicia a ponerle el betún a los brownies. Alicia asistía a la universidad en Dakota del Sur y había vuelto a casa a pasar las vacaciones. Ahora tenía tatuada una alondra en la espalda.

Mags no tenía tatuajes nuevos. No había cambiado en nada. No había salido de Omaha. Había conseguido una beca para estudiar diseño industrial en una universidad en su ciudad. Una beca completa. Hubiera sido una tontería irse.

Nadie se presentó con puntualidad a la fiesta, pero todos llegaron.

—¿Va a venir Noel? —preguntó Alicia cuando dejó de sonar el timbre de la casa.

«¿Cómo lo voy a saber yo?», quiso responder Mags. Pero sí lo sabía.

—Sí, sí va a venir —dijo—. Estará aquí.

Se había manchado la manga del vestido con un poco de chocolate. Intentó rasparlo con la uña.

Mags se había cambiado tres veces antes de decidir ponerse ese vestido.

Al principio, consideró ponerse el que siempre le había gustado a Noel, el de popelina gris con peonías color rojo oscuro, pero no quería que él pensara que no había tenido ni una sola idea original desde la última vez que se habían visto.

Así que se había cambiado. Y luego otra vez. Y terminó poniéndose éste, un vestido recto de encaje color crema que nunca se había puesto, con unas medias rosadas con estampado barroco en dorado.

Se había parado frente al espejo de su recámara y se había estudiado con atención. Su cabello castaño oscuro. Sus cejas pobladas y su barbilla chata. Intentó verse a sí misma como la vería Noel, por primera vez desde agosto. Luego trató de fingir que no le importaba.

Luego había salido.

Cuando iba de camino hacia el carro, se dio la vuelta y regresó corriendo a su habitación para ponerse los aretes que Noel le había regalado el año pasado por su cumpleaños dieciocho: alas de ángel.

Mags estaba hablando con Pony cuando al fin llegó Noel. Pony iba a la escuela en Iowa y estudiaba ingeniería. Tenía otra vez el cabello largo en una cola de caballo y Simini tiraba de ella sin razón aparente, tal vez sólo porque la hacía feliz. Ella estaba estudiando arte en Utah, pero probablemente pediría que la transfirieran a Iowa. O Pony se mudaría a Utah. O se encontrarían en algún punto medio.

—¿Dónde quedaría el punto medio? —preguntó Pony—. ¿Nebraska? Amor, creo que deberíamos mudarnos de regreso a casa.

Mags pudo percibir cuando Noel entró. (Entró por la puer­ta de atrás y una ráfaga de aire frío entró con él).

Levantó la vista, miró por encima del hombro de Pony y vio a Noel. Y Noel la vio a ella y cruzó por el centro del sótano, sobre el sillón y por encima de la mesa de centro y sobre el sofá y entre Pony y Simini y abrazó a Mags y la hizo girar.

—¡Mags! —dijo Noel.

—Noel —susurró Mags.

Noel abrazó a Pony y a Simini también. Y a Frankie y a Alicia y a Connor. Y a todos. Noel era un abrazador.

Luego regresó con Mags y la arrinconó contra la pared. Se acercó mucho y la abrazó con fuerza.

—Dios, Mags —dijo—. Nunca me dejes.

—Nunca te dejé —le respondió ella sobre el pecho—. Nunca voy a ninguna parte.

—Nunca me dejes dejarte —dijo él hacia su cabello.

—¿Cuándo regresas a Notre Dame? —preguntó ella.

—El domingo.

Noel vestía unos pantalones color vino (más suaves que jeans, más ásperos que terciopelo), una camiseta a rayas de distintos tonos de azul y una chamarra gris con el cuello alzado.

Estaba muy pálido.

Tenía los ojos muy abiertos y muy azules.

Pero traía el cabello corto: rapado en la parte de abajo de la cabeza y con rizos largos en la parte de arriba que se desparramaban sobre su frente. Mags tocó su nuca con la mano. Sentía como que faltaba algo.

—Deberías haberme acompañado, Margaret —dijo—. La estilista que me atacó no pudo controlarse.

—No —dijo ella y le acarició la cabeza—. Se ve bien. Te queda bien.

Pleca

Todo era igual y todo era distinto.

La misma gente. La misma música. Los mismos sillones.

Pero todos se habían distanciado por cuatro meses y habían ido en direcciones increíblemente diferentes.

Frankie había traído cerveza y la escondió debajo del sofá y Natalie ya estaba borracha cuando llegó. Connor llegó con su nuevo novio de la universidad y todos lo odiaron; Alicia intentaba hablar con Connor para decírselo. El sótano parecía más lleno de gente de lo normal y no muchos bailaban…

Bailaba la cantidad normal de personas en una fiesta: la fiesta de alguien más. Sus fiestas solían ser diferentes. Solían ser un sótano con veinticinco personas que se conocían tan bien que no tenían que moderarse en nada.

Noel no bailó esa noche. Se quedó con Pony y Simini y Frankie. Se quedó al lado de Mags, como si les hubieran puesto pegamento.

Mags se sentía contenta de no haber dejado de escribirse con Noel, de todavía saber qué le preocupaba al despertar. Los chistes locales de los demás ya tenían siete meses de antigüedad, pero los de Noel y Mags seguían vigentes.

Noel tomó una de las cervezas que le ofreció Frankie, pe­ro cuando Mags puso los ojos en blanco, se la dio a Pony.

—¿Se siente raro estar en Omaha? —le preguntó Simini—. ¿Ahora que todo el mundo se fue?

—Es como caminar por el centro comercial después de que cerró —dijo Mags—. Los extraño muchísimo.

Noel se sobresaltó.

—Oye —le dijo a Mags y tiró de su manga.

—¿Qué?

—Ven acá, ven acá… ven conmigo.

Estaba tirando de ella y alejándola de sus amigos, fuera del sótano, hacia las escaleras. Cuando llegaron a la planta baja, dijo:

—Demasiado lejos, no alcanzo a oír la música.

—¿Qué?

Bajaron las escaleras de nuevo y se detuvieron a la mitad. Noel cambió de lugar con ella de modo que ella quedara en el peldaño de arriba.

—Baila conmigo, Mags, están tocando nuestra canción.

Mags ladeó la cabeza.

—¿A Thousand Years?

—Ésa es nuestra verdadera canción —dijo él—. Baila conmigo.

—¿Cómo que ésta es nuestra canción? —preguntó ella.

—Era la que sonaba cuando nos conocimos —dijo Noel.

—¿Cuándo?

—Cuando nos conocimos —dijo él haciendo girar la mano como si la estuviera apresurando.

—¿Cuando nos conocimos aquí?

—Sí. Cuando nos conocimos. Abajo. En segundo. Y tú me salvaste la vida.

—Nunca te salvé la vida, Noel.

—¿Por qué siempre arruinas esta historia?

—¿Recuerdas la canción que sonaba cuando nos conocimos?

—Siempre recuerdo la canción que suena —dijo él—. Todo el tiempo.

Eso era verdad. Lo único que se le ocurrió decir a Mags en ese momento fue:

—¿Qué?

Noel gimió.

—No me gusta bailar —dijo ella.

—No te gusta bailar enfrente de la gente —dijo él.

—Es verdad.

—Dame un minuto —suspiró Noel y bajó las escaleras corriendo—. No te muevas de ahí —le gritó desde abajo.

—¡Yo nunca voy a ningún lado! —le gritó ella.

Escuchó que la canción volvía a empezar.

Luego Noel venía corriendo por las escaleras de nuevo. Se detuvo en el escalón debajo del de ella y levantó las manos.

—Por favor.

Mags suspiró y levantó las manos. No estaba segura de qué hacer con ellas…

Noel sostuvo una de sus manos y le puso la otra sobre su hombro. La tomó de la cintura.

—Santo Dios —dijo—. ¿Era tan difícil?

—No sé por qué es tan importante para ti —dijo ella—. Bailar.

—No sé por qué es tan importante para ti —dijo él—. No bailar conmigo.

En esta posición, ella estaba un poco más alta que él. Se mecían de un lado al otro.

La madre de Alicia empezó a bajar las escaleras.

—Hola, Mags. Hola, Noel…, ¿cómo te va en Notre Dame?

Noel abrazó a Mags para que la señora Porter pudiera pasar.

—Bien —respondió.

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