Hace treinta años
Treinta años son una vida. Mi vida. Hace ahora treinta años de la publicación de este libro, Crónica del desamor, mi primera novela, y me asomo a ese repecho temporal con incredulidad, vértigo y sudores. Sintiendo que la velocidad del paso de las décadas silba en mis oídos. Recuerdo perfectamente el día de la presentación, la tarde de calor, mi vestido rojo, la librería Antonio Machado de Madrid, el pequeño grupo de amigos. Era un libro modesto y un acto muy sencillo.
Como la mayoría de los novelistas, yo había empezado a escribir ficción en la niñez y sabía que en algún momento terminaría sacando una novela. Pero me sentía muy insegura de mi capacidad narrativa, sin duda con razón, y no tenía ninguna prisa por hacerlo. Creo que es en lo único en lo que he sabido ser paciente en toda mi vida: en la escritura. En el año 1978, sin embargo, el éxito fulminante del diario El País provocó que algunos de los jóvenes periodistas que publicábamos en él nos hiciéramos bastante conocidos. Un día recibí la llamada de un tal Paco Pabón, de Debate. A mí no me sonaban ni Paco ni la editorial, que era por entonces una empresa nueva y diminuta, una aventura personal de Pabón, Ángel Lucía y algún otro socio, también varón, que habían montado Debate para editar ensayos, fundamentalmente ensayos feministas. Y con esto queda dicho todo sobre la pasión librera, la originalidad y el arrojo casi estrafalario de esos locos geniales. Paco, en fin, me propuso que hiciera un volumen de entrevistas a mujeres, un libro con un sesgo feminista. Cuando una trabaja de colaboradora, como era entonces mi caso, no suele rechazar ninguna oferta, de manera que dije que sí, firmé un contrato y recibí un sobrio anticipo de veinticinco mil pesetas que se evaporaron en un suspiro.
Pero las semanas empezaron a pasar, y después los meses; la fecha de entrega se acercaba inexorablemente y yo ni siquiera había comenzado a preparar el libro. Me aburría hasta el tedio tener que hacer más entrevistas, además de las muchas que ya realizaba por entonces para El País; y el hecho de que el trabajo estuviera limitado a un tema concreto hacía el encargo aún más fastidioso. Por otro lado, yo siempre estaba escribiendo algo narrativo, cuentos y comienzos de novelas que acababan guardados en cajones. De modo que hablé con Paco y le dije que no me sentía capaz de cumplir con su libro de entrevistas feministas, pero que, si quería, le hacía algo de ficción. Una novela que hablara de la vida de las mujeres. «Vale», contestó Pabón con una flexibilidad y una capacidad de improvisación encantadoras: «Entonces aprovecharemos tu texto para empezar una colección de narrativa». Porque ni eso tenía la editorial por entonces. Y así fue como Crónica del desamor se convirtió, en 1979, en la primera novela del catálogo de ficción de Debate. Ahora me conmueve de algún modo ver el título ahí, al principio de la lista: es como contemplar una vieja foto del pasado.
A decir verdad, creo que toda la novela es justamente eso, una fotografía de los años setenta. Escribí este libro con todo mi cuidado, con inmenso esfuerzo y lo mejor que pude, pero me parece que podía poco. La narrativa es un género de madurez y ésta es sin duda una novela juvenil, a la que además no creo que ayudara mucho esa especie de pie forzado con que fue escrita, la intención primera de hacer un libro más o menos feminista sobre la vida de las mujeres, algo a lo que nadie me obligaba pero que de alguna manera pesó sobre mis hombros como una especie de imperativo fantasmal. Siempre he sido muy ambiciosa literariamente, siempre he creído que podía aprender a escribir mejor, y cuando saqué este libro sabía lo lejano que quedaba de mis sueños. De ahí el título. Lo llamé Crónica porque ni siquiera me atrevía a llamarlo novela.
En principio se iban a imprimir tres mil ejemplares del libro, pero en un rapto de audacia Paco Pabón decidió tirar cinco mil, aunque yo estaba segura de que se los comería. Pero, para sorpresa de todos, Crónica del desamor fue un éxito arrollador. Se hicieron decenas de ediciones y se vendió durante años. Hasta que yo decidí no volver a editarla. Siempre le agradecí a la Crónica la seguridad que su éxito me dio, esa dosis de confianza que me permitió seguir escribiendo narrativa; pero pensaba que se trataba de un texto muy precario y prefería que la gente no lo leyera. La