Magnus Chase y los nueve mundos

Rick Riordan

Fragmento

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Una cabeza decapitada más

POR ODÍN

Mis einherjar tienen un dicho: «A veces eres el hacha y a veces la cabeza decapitada». Me gusta tanto que voy a encargar camisetas para la tienda de regalos del Hotel Valhalla.

Como Padre de Todos, dios de la sabiduría, rey de los Aesir y gobernador de todo Asgard, normalmente yo soy el hacha. Fuerte. Poderoso. Con la sartén por el mango.

Normalmente. Pero un día no hace mucho..., bueno, digamos que las cosas se torcieron.

Todo empezó cuando Hunding, el botones del Valhalla, me informó de que había un altercado en el Salón de Banquetes de los Muertos.

—¿Un altercado? —pregunté mientras abría la puerta del salón.

«¡Paf!»

—Una guerra de comida, lord Odín.

Me quité una tajada de saehrimnir crudo de la mejilla.

—Ya veo.

No era una guerra de comida cualquiera. Era una guerra de comida entre valquirias. Encima de mí, una docena o más de seleccionadoras aéreas de los muertos se lanzaban en picado y bombardeaban con carne de animal de banquete, patatas, pan y otros comestibles.

—¡Basta!

Mi voz provocó una onda expansiva que recorrió el salón. Todas las peleas se interrumpieron.

—Soltad las armas.

Filetes de saehrimnir y otros alimentos cayeron al suelo.

—Y ahora limpiad este desastre y pensad en lo que habéis hecho.

Mientras las valquirias iban a por fregonas, hice señas a Hunding, que estaba encogido de miedo en un rincón.

—Ven a pasear conmigo.

Anduvimos zigzagueando por el Hotel Valhalla, la morada eterna de mis einherjar: los mortales que habían muerto heroicamente. Mis nobles valquirias se encargan de traer aquí a los fallecidos, donde los valientes guerreros son adiestrados para luchar con los dioses contra los gigantes en el Ragnarok, el día del Juicio Final. (Si deseas saber más sobre este programa de ultratumba, te remito a mi folleto informativo Morirse por luchar.)

Me detuve al pie de una escalera de piedra.

—Desde la muerte de Gunilla, capitana de las valquirias, algunas de mis sirvientas se han vuelto... peleonas. —Me toqué la cara en la parte donde me había dado la carne cruda—. Yo esperaba que las valquirias escogiesen a una nueva capitana, pero como no ha sido así, debo intervenir.

Hunding puso cara de alivio.

—¿Tiene pensada a la sustituta de Gunilla, lord Odín?

Lamentablemente, no. Mi primera opción, Samirah al-Abbas, había preferido ser mi valquiria encargada de las misiones especiales. No tenía segunda opción... aún.

—Dile a los thanes que traigan candidatas al Salón de los Asuntos dentro de una hora. Yo estaré vigilando los nueve mundos desde Hlidskjalf, por si me buscas. Y una cosa más, Hunding.

—¿Sí, lord Odín?

—No me busques.

Subí a mi pabellón por la escalera y me hundí en Hlidskjalf, el trono mágico desde el que puedo mirar los nueve mundos. El asiento envolvió mi trasero con su mullido relleno forrado de armiño. Respiré unas cuantas veces para concentrarme y me volví hacia los mundos que aguardaban más allá.

Normalmente empiezo dando un vistazo somero a mi propio mundo, Asgard, y doy la vuelta por los ocho restantes: Midgard, el mundo de los humanos; el reino élfico de Alfheim; Vahaheim, el dominio de los dioses Vanir; Jotunheim, la tierra de los gigantes; Niflheim, el mundo del hielo, la niebla y la bruma; Helheim, el reino de los muertos deshonrosos; Nidavellir, el lúgubre mundo de los enanos; y Muspelheim, hogar de los gigantes de fuego.

Esta vez no pasé de Asgard. La culpa fue de las cabras.

Concretamente, las cabras de Thor, Marvin y Otis. Estaban en el Bifrost, el puente radiactivo del arcoíris que une Asgard con Midgard, vestidos con pijamas con pies. Pero no había rastro de Thor, y eso era raro. Normalmente, él no se separaba de Marvin y Otis. Los mataba y se los comía cada día, y ellos resucitaban a la mañana siguiente.

Sin embargo, más perturbador aún resultaba Heimdal, el guardián del Bifrost, que daba saltitos a cuatro patas como un desquiciado.

—Esto es lo que quiero que hagáis, chicos —decía a Otis y Marvin entre salto y salto—. Brincad. Retozad. Triscad. ¿De acuerdo?

Disipé las nubes.

—¡Heimdal! ¿Qué Helheim está pasando ahí abajo?

—¡Ah, hola, Odín! —La voz apitufada de Heimdal me hizo rechinar los dientes. Agitó su tabléfono hacia mí—. Estoy grabando un vídeo de cabritas monas para publicar una story en Snapchat. Los vídeos de cabritas monas lo petan en Midgard. ¡Lo petan! —Abrió mucho las manos para enfatizarlo.

—¡Yo no soy una cabrita! —le espetó Marvin.

—¿Soy mono? —se preguntó Otis.

—¡Guarda ese trasto y vuelve a tu puesto ahora mismo!

Según la profecía, los gigantes cruzarían un día el Bifrost, y esa sería la señal de que teníamos el Ragnarok encima. El trabajo de Heimdal consistía en dar la alarma con su cuerno, Gjallar, una tarea que no podría llevar a cabo si estaba grabando stories para Snapchat.

—¿Puedo terminar antes el vídeo de las cabritas monas? —rogó Heimdal.

—No.

—Oh. —Se volvió hacia Otis y Marvin—. Se acabó, chicos.

—Por fin —dijo Marvin—. Me voy a pastar.

Saltó del puente y se precipitó a una muerte casi segura con su correspondiente resurrección al día siguiente. Otis susurró algo sobre que la hierba era más verde al otro lado y acto seguido brincó tras él.

—Heimdal —dije, tenso—, ¿tengo que recordarte lo que pasaría si un solo jotun se colase en Asgard?

Heimdal agachó la cabeza.

—Emoticono de cara de arrepentido.

Suspiré.

—Sí, está bien. Yo...

Me llamó la atención un movimiento en el jardín del Hotel Valhalla. Miré más atentamente. Y enseguida deseé no haberlo hecho.

Con las piernas despatarradas y unos pantalones extracortos de cuero por toda vestimenta, Thor se inclinaba, se retorcía y se tiraba pedos en cuclillas. Llevaba sujeto al tobillo un dispositivo con la forma de un valknut, un motivo formado por tres triángulos entrelazados.

—Por el amor de mí mismo, ¿qué hace mi hijo? —pregunté asombrado.

—¿Quién, Thor? —Heimdal lanzó una mirada por encima del hombro—. Está calentando para correr por los nueve mundos.

—Correr. Por los nueve mundos —repetí.

—Sí. Si consigue registrar diez millones de pasos en su FitnessKnut (ese cacharro que lleva en el tobillo), gana una aparición especial en una serie de televisión de Midgard. Por eso yo estaba con sus cabras. Me dijo que lo retrasarían.

—¡Eso es ridículo!

—La verdad es que no. Esas cabras no son el colmo de la velocidad. A menos que caigan de algún sitio, claro.

—No me refería a eso... Da igual. —Formé una bocina con las manos alrededor de mi boca—. ¡Thor! ¡Thor!

Heimdal se señaló los oídos.

—Está escuchando rocas.

—Querrás decir rock.

—No, rocas. Cantos, piedras, riscos. —Heimdal hizo una pausa—. ¿O dijo «disco»?

Afortunadamente, un cuervo mensajero se lanzó en picado en ese preciso instante en el pabell

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