Que el hambre no te devore

Susan Albers

Fragmento

Título
plecap

Prefacio

La inspiración para escribir este libro me llegó hace 11 años… en una iglesia.

No, no fue intervención divina. Fue más bien un momento muy embarazoso.

Aquel día en la iglesia había cometido un error grave, pero no lo supe sino hasta 20 minutos después de que empezara la misa.

Lo recuerdo claramente. Al principio todo iba bien. Era como cualquier otro domingo. Mi hija de 18 meses estaba sonriendo y saludando a los demás, entreteniendo a todas las personas a nuestro alrededor. Estaba muy orgullosa de ella. Se veía preciosa y angelical con su vestido rosa de holanes y el moño en su cabello rubio.

Pero después se empezó a agitar y a poner nerviosa.

Reconocí este cambio en su comportamiento de inmediato y supe exactamente lo que significaba. Sonreí y agarré con calma mi bolsa para sacar sus Cheerios. Primero, mi mano navegó hasta el fondo de la bolsa. Después, frenéticamente, comencé a buscar en los bolsillos.

“Oh, no. ¿Se me olvidaron los Cheerios?”, pensé. Eran esenciales para sobrevivir la misa de una hora. “Estoy segura de que preparé la bolsita de cereal.” Pero luego lo recordé de inmediato: había dejado la bolsa con los Cheerios en la barra de mármol de mi cocina.

Traté de distraerla con su peluche de Elmo y haciéndole caras chistosas, pero comenzó a descontrolarse frente a mis aterrorizados ojos. Empezó a patalear y a insistir que quería sus Cheerios. Traté de callarla sin éxito. Las personas a mi alrededor comenzaron a verme ya sabes cómo.

Después, antes de poder hacer algo al respecto, se fue corriendo hacia el pasillo, se tiró en el piso frente a toda la congregación e hizo un berrinche enorme. Oh, sí. Gritó y lloró a todo pulmón.

Quería que me tragara la tierra. Pero en lugar de eso, corrí y la recogí del piso, con los brazos y pies temblando. Mientras iba de salida, en frente de todo el mundo, mi cara era del color de un jitomate.

Acababa de asistir a una inolvidable clase sobre el poder que el hambre tiene sobre nuestro estado de ánimo.

Ahora demos un salto hacia el presente. Mi hija ya es una adolescente, pero a pesar de todas las formas en que ha crecido desde aquel día en la iglesia, aún puedo ver cómo el poder de la comida influye en su humor.

Cuando la recojo de la escuela, puedo leer el clima emocional tan pronto como cierra la puerta. Puede pasar de: “Oye, mamá, ¡te quiero contar todo lo que pasó hoy!”, hasta “No me dirijas la palabra hasta que vuelva a ser una humana”. Es cierto que, además de la comida, hay muchos factores que afectan el estado de ánimo de los adolescentes. Pero no me deja de sorprender qué tan importante es el hambre en esa lista. Así que he aprendido a esperar hasta que llegamos a casa y mi hija haya comido un refrigerio saludable para poder preguntarle sobre su día. Vale la pena esperar a escuchar qué está sucediendo en su vida cuando tiene un estómago bien alimentado. Esto suele marcar la diferencia entre un cortés “Me fue bien” y un “Te voy a contar todo lo que pasó hoy, mamá”.

Suelo hablar con mi hija y con mi hijo sobre la comida y su conexión con el estado de ánimo. Cognitivamente, lo comprenden. Buena comida: buen humor. Bastante directo.

Pero no fue sino hasta después de un viaje a Nueva York que mi hija realmente comprendió este concepto. Mi madre, mi hija y yo manejamos de Nueva York a Ohio (aproximadamente ocho horas). Comenzamos el día con un buen desayuno y estábamos por llegar a Nueva Jersey cuando todas en el coche comenzamos a decir cuánta hambre teníamos.

Había empacado algunas colaciones. Mi hija sugirió que las sacáramos para no tener que comprar algo en la carretera y así nos podríamos enfocar en la fantástica comida de Nueva York.

Me gustó el plan. Llevaba días soñando con la comida tailandesa de Chelsea.

Pero, para mi sorpresa, mi mamá cruzó los brazos y nos respondió, enojada: “No quiero chatarra. Quiero comida. Comida de verdad”.

Mi hija y yo nos volteamos a ver. Pero como mi mamá insistió, seguí manejando hasta la siguiente salida.

En el restaurante donde nos detuvimos, cuando mi mamá fue al baño, mi hija se acercó a mí. “Perdóname por todo lo que te he dicho cuando estaba hambrojada* dijo con seriedad. Yo ya conocía esa palabra, que combina las palabras hambre y enojo. Era la descripción perfecta de lo que estaba sucediendo.

Sonreí internamente frente al gesto tan serio de mi hija. Hasta ese día, ¡no tenía idea de cómo el poder del hambre podía convertir a su dulce y apacible abuelita en un oso hambriento!

“Todos necesitaríamos un programa para controlar nuestro hambrojo”, le dije. Y, voilà! Así fue como nació la idea para este libro.

Quiero decir algo aquí antes de continuar. Hay muchas personas hoy en día que sufren de hambre en todo el mundo porque no tienen acceso a la comida. Tienen hambre, y muchas veces literalmente mueren de hambre, por razones diferentes a las que vamos a cubrir en este libro. No menciono esto para provocar culpa. Pero creo que es importante reconocer que el tipo de hambre del que voy a hablar a lo largo de estas páginas no es el tipo de hambre provocado por la falta de acceso a la comida. Proviene de un problema diferente, y uno sobre el cual nos deberíamos sentir afortunados, aun cuando tenemos que controlarlo: el hecho de que tenemos acceso a una cantidad abundante de comida. Es similar a cuando una inundación presenta un problema diferente al que genera una sequía.

Lo que más deseo es que mi hija y mi hijo aprendan el arte de controlar su hambre emocional y física adecuadamente, para que puedan sentirse bien como jóvenes adultos, y luego como adultos. Trabajo en mi consultorio en la Cleveland Clinic y en mi consultorio virtual en mi sitio web (eatingmindfully.com) todos los días con personas que están tratando de ser la mejor versión de sí mismas: como padres, empelados, estudiantes, amigos, familiares y parejas.

Cuando vamos por la vida con el tanque vacío —tratando de seguir dietas y vivir con la menor cantidad de comida posible— nos distrae constantemente la idea de comer. O cuando estamos tan ocupados que no hacemos de la alimentación nuestra prioridad, el mal humor inducido por el hambre puede tomar el control. Por lo general, le echamos la culpa al estrés por nuestro mal humor. Pero, de hecho, se debe al impacto de estar malnutridos, o de estar llenos de alimentos que arruinan nuestro estado de ánimo.

Pero no tiene que ser así.

En este libro vas a aprender cómo la comida te puede ayudar a alcanzar la mejor versión de ti mismo.

Ahora mismo estoy sonriendo. Me emociona compartir lo que he aprendido sobre el poder psicológico de la comida.

Gracias por acompañar a mis hijos, a mis clientes y a mí en este viaje, para l

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos