Alex Michaelides y el siniestro arte de llevar a los dioses al diván
Asumes un género popular y con vistas al entretenimiento masivo y sostienes parte de su trama en el género opuesto, los clásicos griegos, tan minoritarios e intelectuales. Por el camino corriges la nefasta representación de la terapia psicológica. A grandes rasgos, esta ha sido la personal aportación de Alexis Michaelides al «thriller», con «La paciente silenciosa» y ahora «Las Doncellas» aupándolo a figura internacional de la especialidad. En la segunda, de reciente aparición en Alfaguara, hay también elementos de misterio y de «whodunnit», de novela de campus y de historia de amor patológico, al tiempo que sus páginas llenan de crimen y terror un ambiente tan académico y elitista como Cambridge.
Por Antonio Lozano
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Alex Michaelides. Crédito: Andrew Hayes-Watkins.
De alguna manera puede decirse que Alex Michaelides estuvo tocado por los dioses desde niño. Al crecer en Chipre, su lugar de nacimiento en 1977, los mitos griegos tuvieron un papel determinante en su educación narrativa y sentimental. «En la escuela leíamos a Eurípides y a Homero antes que a Shakespeare —declara el autor a LENGUA—, de modo que, desde que tengo uso de razón, los mitos han nutrido mi imaginación y han supuesto una fuente de inspiración. Me encanta formar parte de esta relectura de los mismos desde una perspectiva moderna porque conservan toda su fuerza psicológica y narrativa. Siguen reflejando nuestras pasiones y emociones, nuestra violencia y nuestra rabia, condensan el material del que está hecho el ser humano, en definitiva».
Esto explica que, cuando se planteó dar el salto de la escritura de guiones cinematográficos a la novela —cansado de aguantar egos destructivos en el plató y de carecer de libertad creativa, al tiempo que frustrado ante la imposibilidad de dar auténtico relieve a los personajes—, encontrara en el mito de Alcestis y Admeto uno de los motores de su ópera prima, La paciente silenciosa (Alfaguara, 2019), un thriller que intenta descifrar los enigmáticos motivos que impelen a una reputada pintora inglesa, Alicia Berenson, a disparar cinco tiros en la cabeza a su marido. La obra hubiera sido inconcebible sin una segunda presencia determinante en la vida de su responsable: la psicoterapia.
Víctima de frecuentes episodios de ansiedad y depresión durante su adolescencia, Michaelides acudía con regularidad a terapia y su interés por los mecanismos de la especialidad lo animaron a estudiarla, aunque sin intención alguna de llegar algún día a ejercer. Su conocimiento de la misma —reforzado por un muy formativo periodo de dos años empleado en una unidad de seguridad para jóvenes con problemas psiquiátricos— lo encauzaría en parte hacia la ficción con la voluntad añadida de corregir ciertos malentendidos y adulteraciones. «Tratar con chavales tan conflictivos fue una cura de humildad, pero al mismo tiempo me hizo juzgar con ambivalencia el mundo de la terapia. Desafortunadamente todo acaba reduciéndose a la competencia de cada terapeuta. Conocí a algunos muy válidos y a otros más disfuncionales que sus pacientes. Esto me abrió los ojos a la necesidad de retratar con mayor honestidad y realismo a estos profesionales. Así nacieron Theo en La paciente silenciosa y Mariana en Las Doncellas».
La historia protagonizada por Theo Faber, el ambicioso psicoterapeuta forense obsesionado con el caso de la pintora asesina y muda, lanzó a su autor al estrellato internacional, vendiendo dos millones y medio de ejemplares en cuarenta países y los derechos cinematográficos a la productora de Brad Pitt. Michaelides se abría así un hueco en el salvajemente competitivo mercado del thriller, saliendo airoso de un doble reto: 1) aportar una historia con personajes de interés, capacidad de sorpresa y resolución efectiva en un momento de sobredimensión del género y 2) abordar un terreno tan delicado, y tan minado de trampas y excesos, como es el de la psicoterapia, proclive al descarrilamiento narrativo.
Todo al (género) negro
El escritor nunca tuvo dudas sobre el terreno literario con el que iba a probar suerte, aunque, dado que los clásicos griegos tienen un ascendiente tan marcado sobre él, su decisión cabe verla también como una especie de profecía autocumplida. Y es que tal y como declara: «Las primeras lecturas que recuerdo de niño son las de thrillers y nunca he olvidado el impacto que me causaron mientras los leía en la playa durante las vacaciones de verano. Me encanta la estructura de un buen misterio: crimen / investigación / resolución. Así que no me planteé un debut que tomara otros derroteros. Ahora bien, era muy consciente de que muchos thrillers de intriga pecan de torpeza y desaseo, caen en la fórmula y en personajes cogidos con pinzas. Estuve muy atento a procurar no incurrir en este tipo de errores. Y me llevé conmigo lecciones muy provechosas de mi paso por el cine. La confección de guiones me enseñó cuestiones clave acerca del ritmo, la velocidad y, sobre todo, la importancia de explicar una historia en imágenes. Con una novela no tienes que rellenar el rectángulo que supone una pantalla de cine, pero sí el rectángulo que anida en el interior de la mente del lector».
«Las primeras lecturas que recuerdo de niño son las de thrillers y nunca he olvidado el impacto que me causaron mientras los leía en la playa durante las vacaciones de verano. Me encanta la estructura de un buen misterio: crimen / investigación / resolución».
Conseguido lo más difícil —impactar a las primeras de cambio—, se abría el vértigo de la segunda novela. Nadie espera tu debut, pero todo el mundo dispara sus expectativas y afila los cuchillos con tu retorno. En Las Doncellas (Alfaguara), los mitos griegos y la psicoterapia conforman de nuevo el punto de partida, pero todo el resto toma un rumbo muy distinto, al tiempo que el tono es más oscuro y profundo. «Si en La paciente silenciosa busqué explorar si podemos llegar a recuperarnos de infancias fallidas y traumáticas, esta vez me embrujó el personaje mitológico de Ifigenia, concretamente el modo en que se sacrificó por su padre con el objetivo de ganarse su amor y lo que esto revelaba acerca de su relación».
Mariana, la psicoterapeuta que centra la trama, mantuvo una compleja relación con su progenitor y sigue devastada por la muerte de su marido en una isla griega. La llamada de socorro de su sobrina, una estudiante de Cambridge, ante el brutal asesinato de una amiga la conducirá a investigar por su cuenta, enfrentándose a perturbadores cultos y rituales de inspiración clásica que pondrán en riesgo su ya frágil equilibrio mental y su misma vida. Aun circulando por muchos de los parámetros del género —enigmas, acción, pistas falsas, giros inesperados…—, Las Doncellas se singulariza por un tono marcadamente melancólico. «El tema de fondo es el amor romántico y el dolor que nos trae su pérdida, de modo que acudí de forma inevitable al mito de Perséfone y Demeter. Pero también quise añadirle un toque personal: de niño solía producirme confusión si los dioses y diosas eran seres reales o no. Esto me llevó a introducir una veta de realismo mágico a la novela, consistente en que Mariana sospecha que Perséfone le ha lanzado una maldición, lo que puede ser cierto o existir solo en su imaginación».
«El tema de fondo es el amor romántico y el dolor que nos trae su pérdida, de modo que acudí de forma inevitable al mito de Perséfone y Demeter. Pero también quise añadirle un toque personal: de niño solía producirme confusión si los dioses y diosas eran seres reales o no».
Otro elemento que otorga personalidad al libro es lo mucho que se beneficia de la familiaridad del autor con Cambridge, donde estudió hace veinte años y que volvió a recorrer de cara a dar con las localizaciones precisas, bloc de notas en mano, «un proceso que me llevó a ir topándome con fantasmas de mi juventud y a experimentar corrientes melancólicas muy potentes, todo lo cual vertí en el personaje de Mariana».
Alex Michaelides piensa reincidir en el thriller en su tercera novela, en la que se encuentra inmerso, aunque su intención es explorar ángulos nuevos —empezando por abandonar el ámbito de la psicoterapia— y asumir mayores riesgos. Su ambición radica en conseguir más hondura a nivel psicológico y añadir capas de complejidad emocional a sus historias. «Creo sinceramente que, a estas alturas, sé bien cómo montar una trama (he estudiado a fondo a Agatha Christie, mi diosa, y a Ruth Rendell), pero tengo margen de mejora en lo que a la calidad de la prosa se refiere. Por eso últimamente me paso el día leyendo a Charles Dickens, Evelyn Waugh, Henry James o Margaret Atwood. Hay que aprender de los más grandes».
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Crédito: Manuel Vázquez.