Barack Obama: «El mundo está lleno de crueldad e injusticia, pero creo que la bondad y la decencia ganarán»
La publicación de «Una tierra prometida», el primer volumen de las memorias de Barack Obama, fue sin duda el lanzamiento editorial más resonante del 2020 en su país. Con ventas récord (cinco millones de ejemplares) y un clima de cambio nuevamente en Washington, Obama se ha reafirmado como un líder gravitante en el futuro inmediato del mundo. En esta entrevista exclusiva con Isabel Allende, habla con conmovedora franqueza del racismo, de sus batallas perdidas, de la intimidad y el matrimonio en el poder, de su optimismo impenitente, de las dudas que tuvo al ganar el Nobel de la Paz, del oscuro legado de Trump, de los próximos años con Joe Biden y del desafío de conseguir una nueva unidad norteamericana sin hacerlo contra un enemigo externo.
Por Isabel Allende

Ilustración de Max Rompo. Crédito: Getty.
—Hola, presidente. Es un placer y un honor tener esta oportunidad de hablar con usted sobre su precioso libro. Y esta es mi primera pregunta.
—Muchas gracias. Me alegro de verla de nuevo.
—Gracias. Empecemos quizá por que nos explique, por favor, el título del libro. ¿Qué tipo de «tierra prometida» quiere para sus hijas?
—Verá, siempre me cuesta pensar en títulos para los libros, incluso después de haberlos escrito. A veces hasta el final no sé cuál va a ser el título. Y decidí que Una tierra prometida era un buen título porque describe uno de los grandes temas del libro, que es una visión de Estados Unidos que no hemos alcanzado aún, y que tal vez no alcancemos mientras yo viva; un Estados Unidos donde todos sean juzgados en función de su carácter y su trabajo, y no de su raza o etnia, o de su género.
Así que mi esperanza es que esa tierra prometida sea una tierra donde todas las personas, al margen de su procedencia, puedan reconocerse entre sí, entenderse y unirse en una causa común, y lo que espero es que el país que estamos construyendo vaya en esa dirección. Pero en la historia de Estados Unidos siempre ha existido una disputa entre quienes quieren incluir a todos y darles voz y quienes piensan que deberíamos tener jerarquías estrictas, y que algunas personas son mejores que otras, y que algunas personas son de aquí, y otras no. Y todo eso es algo a lo que yo mismo tuve que enfrentarme a lo largo de mi presidencia, en parte porque he sido el primer presidente afroestadounidense.
«Una de las mejores cosas de leer obras de ficción es que nos ayuda a ver el mundo a través de los ojos de otra persona y a experimentar lo que sienten. Y eso amplía nuestro concepto de la humanidad, de modo que podamos ser más compasivos y más solidarios.»
—¿Podría contarnos qué piensa de su amigo, el presidente electo Joe Biden, y qué puede aportar a este país en este momento tan extraño de la historia?
—Joe Biden es, ante todo, un buen hombre. Es alguien que entiende bien lo que significa tener que luchar. Como sabe, es alguien que vio cómo su padre perdía su negocio y su trabajo. Es alguien que sufrió una enorme fatalidad cuando su esposa y su hija murieron en un trágico accidente de coche. Es alguien que ha experimentado la pérdida en su propia vida profesional.
Así que pienso que es alguien que se identifica con la gente corriente, que la entiende y se pone en su piel, y que se preocupa por ella. Y, además, es muy leal. Tiene muchos conocimientos y experiencia. Y creo que liderará este país y que hará todo lo posible por alejarse del enfoque divisivo de la presidencia que adoptó Donald Trump. Pero creo que se va a encontrar con grandes desafíos.
Mire, estamos en mitad de una pandemia que no habíamos visto en cien años. La economía está aún repleta de desigualdades. Hay muchos problemas en todo el mundo. Así que creo que va a encontrar una serie de difíciles desafíos, como yo los tuve cuando tomé posesión por primera vez. Pero estoy seguro de que él puede hacer frente a esos desafíos, y que cuente con una socia como Kamala Harris, la primera mujer en la vicepresidencia, creo que no solo va a tener un valor simbólico, porque además es inteligente y fuerte, y tiene experiencia. Y, como Michelle me recuerda a menudo, en general las mujeres saben cómo lograr que las cosas se hagan, en vez de simplemente hablar de que hay que hacerlas. De modo que, en definitiva, creo que va a ser una excelente contribución al equipo.
—Espero que tenga razón. Como primer presidente afroestadounidense, significó muchísimo para las personas de color de este país, pero también despertó el miedo y el odio entre muchos blancos. ¿Cree que la profunda herida del racismo se puede curar? ¿Que esa unidad, como dice Joe Biden, es posible en este país?
—Verá, creo que es posible curar el racismo, pero no eliminarlo por completo. Creo que se reduce con el tiempo si tenemos un buen liderazgo, si enseñamos bien a nuestros hijos. De hecho, si uno piensa en nuestra historia, empezamos con la esclavitud y la ley Jim Crow. Empezamos con la segregación y la expulsión de los nativos americanos de sus tierras. Y, con el tiempo, gracias a las luchas de la gente corriente, al movimiento de defensa de los derechos civiles, y al movimiento sindical y de otros tipos, la gente fue más consciente de la injusticia. Por ello presentamos reformas, y creo que hoy somos un país con menos prejuicios que hace cincuenta años.
Pero no han desaparecido. Y, como explico en mi libro, cuando fui elegido no tenía ninguna expectativa de que, solo por haber sido yo elegido, se hubiese eliminado el racismo de Estados Unidos, porque la historia no funciona así.
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Verá, la historia y la cultura se mueven más despacio, pero sí creo que, cuando miro a mis hijas y a su generación, tienen una visión mucho más tolerante y receptiva de quienes son diferentes a ellos de la que tenían mis padres o mis abuelos. Y ahí es donde veo esperanza, en la próxima generación. Cuando este verano vimos las protestas por la brutalidad policial y lo que había sucedido con George Floyd, no vimos solo a jóvenes negros marchando; vimos marchando a blancos, a hispanos, a personas de toda clase y condición que decían que eso estaba mal. Y creo que cuanto más animemos a los jóvenes a participar en el mundo y en la vida pública, mejores seremos.
No seremos perfectos, pero podemos ser mejores. Y creo que ese también es uno de los objetivos del libro. En él explico cómo tuve que crecer y aprender, y adquirir nuevas experiencias, porque todos tenemos puntos ciegos. Y una de las mejores cosas de leer obras de ficción, como las suyas, es que nos ayuda a ver el mundo a través de los ojos de otra persona y a experimentar lo que sienten. Y eso amplía nuestro concepto de la humanidad, de modo que, en fin, podamos ser más compasivos y más solidarios, y sentir conexiones.
Y en parte esa es la razón por la que escribí este libro, porque quiero que la gente comprenda que, puesto que no soy solo afroestadounidense, sino que también tuve una madre blanca y he vivido en el extranjero, en mi vida hay muchos tipos diferentes de personas. Y quería que la gente tuviera la sensación de que, más allá de nuestras diferencias, tenemos muchas esperanzas y sueños comunes, pero debemos deshacernos de nuestro miedo. Una de las cosas que sé con seguridad que Joe Biden puede hacer es reducir el miedo que Donald Trump, desde el principio, empezó a tratar de cultivar y fomentar.

Barack Obama y su vicepresidente, Joe Biden, de camino a un acto en 2010. Crédito: Pete Souza/The White House.

Despacho Oval, 2009: comentando las correcciones a un discurso sobre sanidad pública. Crédito: Pete Souza/The White House.
—Este país se ha sentido unido en ciertos momentos, como en el 11-S, o cuando Osama bin Laden fue asesinado, cuando la gente se reconocía en esa unión, en estar todos juntos, pero eso se ha perdido. ¿Cree que se puede recuperar sin una catástrofe o una guerra?
—Creo que plantea una pregunta muy importante. Verá, este libro acaba con la redada para capturar a Osama bin Laden en Pakistán, y fue un momento muy importante, una sensación de justicia para con alguien que mató a tres mil estadounidenses, y escribo sobre las celebraciones que tuvieron lugar delante de la Casa Blanca, después de que yo hubiese anunciado al mundo que Bin Laden estaba muerto. Y explico cómo, al final de aquella noche, cuando estaba a solas arriba, en la residencia de la Casa Blanca, me preguntaba, a pesar de lo orgulloso que estaba por lo que habíamos hecho, si podríamos conseguir esa misma unidad cuando no estuviese dirigida contra un enemigo.
¿Podemos tener ese mismo espíritu de unidad cuando se trata de garantizar que todos los niños reciben una buena educación? ¿Podemos generar esa misma unidad a la hora de abordar algo como el cambio climático, que tantas dificultades está causando en todo el mundo y que sigue empeorando? ¿Podemos tener esa misma unidad en lo que respecta a lidiar con la creciente desigualdad económica, no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo?
Y pienso que eso es más difícil. Cuando se observa la historia de la humanidad, en cierto modo siempre nos resulta más fácil unirnos cuando tememos a alguien de fuera, a un enemigo, que cuando revisamos qué podemos hacer mejor juntos. Pero, en fin, espero que la humanidad haya aprendido del pasado y reconozca que a veces, cuando nos unimos durante la guerra, es porque no comprendíamos lo suficiente a las personas con las que teníamos el conflicto. Se puede hacer más para promover la comprensión a través de las fronteras, entre los pueblos y las naciones.
—Como latina, tengo que preguntarle sobre la inmigración. Por un lado, usted trató de darles a los «soñadores», a los niños sin papeles que habían crecido en este país, una vía hacia la ciudadanía. Pero, por otro lado, deportó a muchas personas, y bajo su mandato se separó a familias inmigrantes y, a veces, se las metió en jaulas. ¿Podría hablar de ello?
—Verá, pienso que la inmigración fue uno de los problemas más difíciles a los que tuve que enfrentarme, y tenga en cuenta que, aunque a veces la gente diga que la Administración Obama deportó a muchas personas, tal cosa no se debió a ninguna nueva política que yo hubiese introducido. Yo heredé el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas y las patrullas fronterizas, y las diversas leyes que ya estaban en vigor. Y mi objetivo era cambiarlas.
No fue algo que yo hubiese puesto en marcha. Y, como explico en el libro, fue una decepción para mí y no conseguí que esas leyes se modificaran, pero no porque no lo intentase, sino porque los republicanos se negaron a votar a favor en el Congreso. Y esa es una de las razones por las que, a pesar de que no pudimos conseguir que se aprobara la ley DREAM [acrónimo en inglés de «Ley de fomento para el progreso, el alivio y la educación para menores extranjeros»], seguí adelante, a través de la acción ejecutiva, para aprobar la DACA [Acción Diferida para los Llegados en la Infancia], que permitía a esos jóvenes, a los que habían traído aquí cuando eran niños, quedarse en el país, sacarse el carnet de conducir, ir a la universidad y tener una buena vida. Pero mi opinión ha sido siempre que esta es una nación de inmigrantes, y que tenemos que aceptarlo como parte de la identidad estadounidense. Las únicas personas que ya estaban aquí y no habían emigrado eran los nativos americanos. Todos los demás vinieron de otro sitio, y a veces nos olvidamos de eso.
Pero también es cierto que las personas temen el cambio, y que tiene que haber formas ordenadas de que venga la gente, porque todos conocemos las tragedias, las hemos visto en la frontera, y la explotación de los «coyotes» [traficantes de personas], y nuestro objetivo ha sido y sigue siendo crear un sistema donde las personas que ya están aquí puedan convertirse en ciudadanos, y que tengamos una forma más justa y ordenada para que la gente pueda venir sin tener que arriesgar su vida al cruzar un desierto.
Verá, el desafío será —porque sé que Joe Biden cree lo mismo que yo, que es así como debemos abordar la inmigración— que vamos a tener que conseguir la cooperación del Partido Republicano. Y Donald Trump empezó su campaña generando más miedo en torno a la inmigración, no menos.
Hasta que podamos conseguir que ambos partidos se pongan de acuerdo en una forma constructiva de lidiar con este tema, seguiremos teniendo problemas, pero, al menos, la intención de Joe Biden, como lo fue la de mi gobierno, será la de crear una vía humana hacia la ciudadanía, porque creo que los inmigrantes de todo el mundo han hecho este país más fuerte, no más débil.
«Cuando este verano vimos las protestas por la brutalidad policial y lo que había sucedido con George Floyd, no vimos solo a jóvenes negros marchando; vimos marchando a blancos, a hispanos, a personas de toda clase y condición que decían que eso estaba mal. Y creo que cuanto más animemos a los jóvenes a participar en el mundo y en la vida pública, mejores seremos.»
—Václav Havel le dijo que su maldición habían sido las altas expectativas de la gente. Recuerdo cuando fue elegido. Votamos a la esperanza. ¿Cree que cumplió con nuestras expectativas? ¿Se arrepiente de algo?
—Creo que, como cualquier líder, en ocasiones habré defraudado las expectativas de la gente. Quiero pensar que no es por falta de esfuerzo, sino porque todo cambio es difícil, y creo que después de todas las elecciones la gente piensa: «Ah, ahora sí, ahora se van a resolver todos nuestros problemas». Y resulta que la historia sigue proyectando su sombra sobre el presidente, y tienes cuestiones y problemas heredados con los que has de luchar, e intentas hacerlo lo mejor posible para conseguir progresos.
Lo que puedo decir es que, sin duda, Estados Unidos era mejor cuando dejé el cargo que cuando llegué, que había creado más empleos. La economía era mejor. Había menos gente en prisión. La tasa de delincuencia había bajado. Más jóvenes iban a la universidad. Había más oportunidades para las personas de diferentes razas, y para las mujeres, y para personas con distintas orientaciones sexuales.
En general, las cosas habían mejorado, y creo que en todo el mundo habíamos logrado progresos con programas como los Acuerdos de París para tratar de atajar el cambio climático. Había un mayor énfasis en la democracia y los derechos humanos, y los dictadores estaban más aislados. No se les dio acogida. Así que me siento muy orgulloso del trabajo que hicimos, pero, como explico con gran detalle en el libro, hay veces en que sentí que me quedaba corto, en que lo que esperaba hacer no lo conseguí llevar a cabo.
Eso sucedió, por ejemplo, con la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio [Affordable Care Act]. Proporcionó seguro médico a veintitrés millones de personas que antes no lo tenían, de lo cual estoy muy orgulloso, pero aún hay diez o quince millones de personas que todavía no tienen seguro médico porque no conseguimos todo lo que yo quería lograr. Y por eso describo la presidencia como una carrera de relevos. Tomas el testigo del corredor anterior y corres tu etapa de la carrera, y después tienes que entregar el testigo a la siguiente persona.
Verá, creo que hice una buena carrera, pero no ha terminado. Y, ya sabe, es la naturaleza humana, nunca alcanzamos la perfección. Pero lo que podemos hacer es esforzarnos al máximo. Y una de las áreas donde creo que sí cumplí plenamente las expectativas de la gente es que actué con integridad.
Incluso personas que no están de acuerdo conmigo reconocen que no hubo escándalos ni insinuaciones de corrupción. Cuando abandoné el cargo, la gente pudo decir que me había tomado en serio mi trabajo en el servicio público, y que no dejé de respetar los profundos deberes y responsabilidades que el pueblo estadounidense me había otorgado.

El presidente Barack Obama entrega la Medalla de la Libertad a Isabel Allende en 2014. Crédito: Getty.
—Se ha dicho de usted que es una persona muy decente. De modo que sí, la integridad estuvo de su parte. ¿Cómo afectaron esos ocho años en la Casa Blanca a su relación con Michelle y sus hijas?
—Escribo mucho sobre mi relación como marido y como padre y, en resumen, la vida pública es difícil para las familias. Como he dicho anteriormente, a Michelle no le gusta la política. Preferiría haber tenido una vida más privada. Y aunque se le dio muy bien y era muy popular, cuando estábamos a solas me confesaba que no le gustaban los ataques, las críticas, el escrutinio.
Creo que en ocasiones ella sentía que la decisión de emprender una vida pública que yo había tomado, y después la de presentarme a la presidencia, la había puesto a ella en un segundo lugar, y que la responsabilidad de criar a nuestras hijas recayó con mucha fuerza sobre ella. Pero la buena noticia es que es muy fuerte y que, por fortuna, me amaba lo suficiente para aguantarlo. Y creo que juntos pudimos criar a dos hijas extraordinarias.
Uno de los temas que nos preocupaba era que si crecían en la Casa Blanca se creyeran con más derechos o se malcriaran. Pero verlas crecer y volverse tan amables, consideradas y reflexivas, y sin ningún tipo de mala actitud, creo que es uno de nuestros mayores logros.
Y esto se debe en parte a que mi suegra, la madre de Michelle, se vino a vivir con nosotros. Ella es muy franca y nada pretenciosa. No le gustaba nada el alboroto, y creo que dimos un buen ejemplo a nuestras hijas al decir: «Mirad, estamos en esta extraña situación. Volamos en el Air Force One. Vivimos en este museo. Tenemos camareros y gente que nos cuida este hermoso jardín. Pero todo esto es temporal. Nada de esto nos pertenece. Y quiero que las dos entendáis que estamos aquí porque estamos sirviendo al país. No deberíais acostumbraros a ello, porque tendréis que buscar trabajo cuando nos vayamos de este lugar, cuando acabéis los estudios, y deberéis encontrar vuestro propio camino. Así que mejor que os esforcéis en la escuela y que aprendáis a tratar a las personas con respeto». Y eso es lo que han hecho, así que estoy bastante contento en ese sentido.
«Las decisiones más difíciles que tomé siempre tuvieron que ver con enviar a jóvenes a la guerra. Cuando ves a esos jóvenes, las heridas tan graves que sufrieron y que durarán toda la vida, cuando hablaba con padres que habían perdido a sus hijos... todo eso siempre me afectó mucho. Y es una de las razones por las que, cuando gané el Premio Nobel de la Paz, me sentí halagado, pero —sinceramente, creo que lo gané de forma prematura, pues estaba en mi primer año de mandato— no estaba seguro de haber hecho lo suficiente para merecerlo de verdad en ese momento.»
—Como presidente, tuvo que tomar decisiones muy difíciles que afectaban a millones de personas. ¿Cuál fue la más difícil? Y sé lo complicado que es señalar una, pero ¿cuál fue la más dura?
—Las decisiones más difíciles que tomé, Isabel, siempre tenían que ver con enviar a jóvenes a la guerra. Cuando tomé posesión, como explico en el libro, aún teníamos 180.000 soldados en Afganistán, en Irak. Había prometido poner fin a la guerra en Irak, y lo cumplí. Pero, en el caso de Afganistán, sí envié más tropas, porque estábamos perdiendo la batalla contra los talibanes y el gobierno afgano estaba al borde del colapso.
Cuando anuncié que, al menos temporalmente, tendría que enviar a más jóvenes, siempre tuve presente que algunos de ellos no volverían a casa. Y eso siempre me afectó.
Escribo en el libro sobre la visita a Walter Reed y Bethesda, los hospitales militares donde se atiende a nuestros soldados heridos. Y cuando ves a esos jóvenes, de veintiún o veintidós años, que para mí eran como niños... Eran muy jóvenes. No eran tan diferentes de los amigos de Malia y Sasha. Y ver las heridas tan graves que habían sufrido y que durarán toda la vida, cuando hablaba con padres que habían perdido a sus hijos... todo eso siempre me afectó mucho. Y es una de las razones por las que, cuando gané el Premio Nobel de la Paz —y, sinceramente, creo que lo gané de forma prematura, pues estaba en mi primer año de mandato— me sentí halagado, pero no estaba seguro de haber hecho lo suficiente para merecerlo de verdad en ese momento.
Hablé de que todos nosotros, si llegamos a posiciones de liderazgo, tenemos la profunda responsabilidad de hacer todo lo posible por evitar la guerra, de no tomarla a la ligera, de no pensar que es la única vía hacia la resolución de problemas o hacia la grandeza nacional, porque la guerra siempre es terrible, incluso cuando está justificada, incluso cuando es necesario defenderse. Nunca es gloriosa. Es devastadora, y forma parte de la tragedia humana. Todas las decisiones relacionadas con la guerra me afectaron muchísimo.
—Usted ha tenido, y sigue teniendo, una vida extraordinaria. ¿Cree en el destino?
—Lo cierto es que en el libro explico que no creo en el destino según el concepto que tenemos de él. Creo que muchísimas cosas que nos pasan en la vida tienen que ver con la suerte. Y, como sabe, yo soy de fe cristiana, pero también creo que Dios está muy ocupado, demasiado para pensar en lo que cada uno de nosotros está haciendo en todo momento.
A veces pienso que, cuando la gente habla sobre el destino, si ha tenido una buena vida suele sentir que se merece todo lo que ha recibido, pero si ha tenido una mala vida, entonces piensa que, en cierto modo, no se puede hacer nada al respecto.
Yo creo que a cada uno se nos reparte una mano, y la jugamos lo mejor que podemos. Nuestra responsabilidad es, sean cuales sean las cartas que nos hayan tocado, intentar jugarlas con elegancia, valentía y fortaleza, y hacerlo lo mejor que podamos con lo que sí podemos controlar. Por eso creo que, con que hubiesen cambiado algunas cosas aquí o allá, yo no habría sido presidente de Estados Unidos, y nunca habría tenido la oportunidad de conocer a escritores famosos como Isabel Allende. Sería un tipo cualquiera.
—No me halague.
—Pero aun así seguiría leyendo sus libros.
«Cuando miro a mis hijas y a su generación, tienen una visión mucho más tolerante y receptiva de quienes son diferentes a ellos de la que tenían mis padres o mis abuelos. Y ahí es donde veo esperanza, en la próxima generación.»
—Déjelo, no me halague. Eso no le llevará a ninguna parte. Para concluir, la última pregunta: ¿cuál ha sido el momento más difícil de su vida? ¿Y el mejor?
—Bueno, el mejor momento de mi vida tiene que ver con mis hijas, el gran regalo que Michelle me dio con Malia y Sasha, y que siguen dando luz a mi vida cada día. Los más difíciles, obviamente, tienen que ver con la pérdida de mi madre. Era muy joven. Cuando murió tenía seis años menos que yo ahora. Sucedió durante mi primera campaña política. Ella estaba viviendo en Hawái, y yo viajé hasta allí rápidamente, pero murió antes de que consiguiera llegar. En el libro escribo sobre la vergüenza y el dolor que sentí por no estar con ella en esos últimos instantes.
Como presidente, creo que el momento más difícil fue cuando mataron a veinte niños de seis años en Sandy Hook, la escuela de primaria, en mi segunda legislatura. Escribiré sobre eso en el segundo volumen. Sobre esa violencia armada que, sin ningún sentido, se llevó la vida de esos preciosos niños, y sobre que el Congreso no hiciera nada, a pesar de que los padres de esos niños y yo tratamos de convencerles de que necesitábamos un control de la violencia armada. Pero no cambió nada.
Ese fue un momento muy desalentador y triste. Pero diré que en cada situación dura y difícil de mi presidencia conocí a muchas personas maravillosas. Antes hablábamos de la ley DREAM, y escribo sobre ella en el libro; sobre cómo esos jóvenes, tan inteligentes y valientes, dispuestos a arriesgarse, a salir ahí fuera y contarles a los estadounidenses cómo eran sus vidas y por qué se consideraban ellos mismos estadounidenses, a pesar de no tener un papel, y sobre cómo, después de haber aprobado la DACA, algunos llegaron a ser médicos y otros, abogados, y sobre cómo después aportaban a sus comunidades.
Conoces gente así, especialmente gente joven, y dices: «De acuerdo, a veces las cosas no salen como quieres». El mundo está lleno de crueldad e injusticia, pero también de bondad y decencia. Y, en resumidas cuentas, creo que la bondad y la decencia ganarán. Es una competición muy larga, pero sigo siendo optimista.
—Gracias, muchas gracias, por esta conversación y por su precioso libro. Espero con ganas la segunda entrega de sus memorias. Gracias.
—Gracias. Ha sido maravilloso hablar de nuevo con usted, Isabel. Lo agradezco mucho. Gracias.
Esta es una transcripción de la entrevista emitida el 13 de noviembre de 2020 en el programa Despierta América de Univisión.