Las conferencias Weidenfeld 2022
Vivir a carcajadas y morir de tristeza: Feliza Bursztyn por Juan Gabriel Vásquez
El 8 de enero de 1982, la escultora colombiana Feliza Bursztyn murió en un restaurante de París. Tenía 48 años. En el momento de su muerte repentina la acompañaban su marido y cuatro amigos. Uno de ellos, el escritor Gabriel García Márquez, publicó días después un artículo que incluía tres palabras tan simples como misteriosas: «Murió de tristeza». Juan Gabriel Vásquez, quien acaba de ganar (febrero de 2025) el Premio Cálamo «Extraordinario 2024» por el conjunto de su ambiciosa obra, parte de esas palabras para investigar la vida secreta de una mujer extraordinaria. El resultado es «Los nombres de Feliza» (Alfaguara), un fascinante retrato de una mujer de espíritu libre en un mundo que desconfiaba de la libertad de las mujeres, de una artista revolucionaria en un tiempo de revoluciones políticas. Al hilo de esta publicación, el periodista y escritor Juan Cruz Ruiz conversa con el autor colombiano para LENGUA sobre el deseo de ser dueña de sí misma de Feliza Bursztyn, una persona cuya existencia puso en escena las grandes tensiones del siglo XX.
Por Juan Cruz Ruiz

Juan Gabriel Vásquez. Crédito: Federico Bottia.
Este libro, Los nombres de Feliza, el último de los publicados (enero de 2025) por él en Alfaguara, su editorial, eleva a Juan Gabriel Vásquez a las altas magnitudes de la literatura universal. A sus 48 años (dos más de los que tenía la protagonista de su novela cuando ella murió en París), la obra de este gran escritor colombiano ha demostrado que la literatura, la que viene de sus precedentes literarios, es la consecuencia de la sabiduría y la pasión por contar. Por eso ha sido asociado con la calidad de Mario Vargas Llosa y de Gabriel García Márquez, ambos premios Nobel de Literatura. Una frase de García Márquez en una columna publicada por él en una colaboración para El País en 1982, es el origen de este libro: Gabo señala la muerte de la escultora colombiana Feliza Bursztyn como consecuencia de su tristeza. Durante años estuvo pensando sobre esta materia imperiosa de literatura que él creía que albergaba la frase del autor de Cien años de soledad. Autor de otro libro de envergadura, Volver la vista atrás (Alfaguara), sobre la vida extraordinaria del cineasta Sergio Cabrera y de su hermana Marianella en la China de Mao, Juan Gabriel Vásquez le dio a la vida de esta mujer insólita la estatura literaria que lo convierte a él, otra vez, en un ejemplo de prosa y poesía.
En esta entrevista explica: «Atención sostenida: eso es lo que yo le pido al lector. Que utilice esta novela como una especie de recordatorio de los valores que hay en la paciencia y en el lento descubrimiento de una vida ajena, por oposición al picoteo constante y superficial que parece exigirnos nuestra vida contemporánea».
Y dice asimismo: «Este libro en cierto sentido también fue saldar cuentas con ese ese joven que llegó a París con 23 años, igual que Feliza llegó con 23 años para estudiar escultura. Llegué a París para escribir la novela de Feliza cuando tenía solamente dos años más que los que tenía ella cuando llegó a París para morir. Esas simetrías me interesaron enormemente».
Y esta fue nuestra entrevista.
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Juan Cruz Ruiz: Anoté: «Gabo en la escritura de Juan Gabriel». Este libro es como si completaras una frase de Gabriel García Márquez, frase que se abraza con la tuya al final.
Juan Gabriel Vásquez: Todo el libro nace de una columna de García Márquez. Yo estaba viviendo en París. Tenía 23 años y la idea absurda de ser escritor, y por azar abrí ese libro con la columna que dice: «La escultora colombiana Feliza Bursztyn murió de tristeza en un restaurante de París». Me pregunté quién era Feliza, por qué no había oído hablar de ella, por qué García Márquez le dedicaba toda una columna, pero sobre todo por qué podía decir eso: que murió de tristeza. No era un diagnóstico médico sino de novelista, y sólo se puede responder a ese diagnóstico con una novela. Me alegra mucho lo que me dices porque la última frase fue para mí la manera de rescatar a Feliza de las garras de su muerte de tristeza y recuperarla como la mujer que fue, famosa por sus carcajadas, por su extroversión, por su alegría. De hecho, García Márquez habla de todo ello. Es uno de los gérmenes de mi interés: la contradicción de una mujer que ha sido conocida durante toda su vida por su risa expansiva pero que, sin embargo, muere de tristeza. Ahí es cuando nace el personaje de una novela, cuando es contradictorio. Es como esa anotación de Chejov en uno de sus diarios: «Idea para un cuento: Un hombre va al casino, lo gana todo, vuelve a casa y se suicida». Eso tiene que ser el origen de una ficción, ¿no? En el caso de Feliza fue lo mismo. Una mujer famosa por sus carcajadas muere de tristeza, según García Márquez. ¿Por qué? La novela es la respuesta.
Juan Cruz Ruiz: ¿Cuál es tu propia relación con la tristeza?
Juan Gabriel Vásquez: Es un material sobre el cual investigan mis novelas, creo que para poder mantenerlo lejos de mi propia vida, me parece que escribo también como exorcismo. Hablando de mis primeros cuentos, los de Los amantes de Todos los Santos, un amigo habló de invocación del caos. Creo que está bien. En mis ficciones estoy invocando constantemente todo lo que no quiero que me ocurra a mí. Una de las razones por las que tardé 27 años en escribir este libro fue porque necesitaba primero ciertas vivencias, conocer ciertas experiencias para poder escribir la vida de Feliza. Entre esas experiencias estaba la tristeza, haber pasado por momentos de ansiedad, de dificultad, de miedo, de tristeza, de insatisfacción, de fracaso. En cierto sentido, tardé tanto en escribirlo porque necesitaba pasar por la edad que tenía cuando ella murió: 48 años.
«Necesitaba conocer ciertas experiencias para poder escribir la vida de Feliza. Entre esas experiencias estaba la tristeza, haber pasado por momentos de ansiedad, de dificultad, de miedo, de tristeza, de insatisfacción, de fracaso. En cierto sentido, tardé tanto en escribirlo porque necesitaba pasar por la edad que tenía cuando ella murió: 48 años».
Juan Cruz Ruiz: ¿Por qué Gabo se habría fijado en ese rasgo, en la tristeza de la muerte de Feliza?
Juan Gabriel Vásquez: García Márquez estaba exiliado en ese momento también. Había salido de Colombia, perseguido por el gobierno de Julio César Turbay, y creo que le interesaba poner en escena que, aunque Feliza murió clínicamente de un infarto producido por el contacto sostenido durante muchos años con los vapores de los materiales con los que trabajaba, en realidad murió también como consecuencia de su exilio forzoso. A García Márquez le interesaba poner sobre la mesa que a esta mujer no la mataron sus problemas respiratorios, la mató también el gobierno colombiano que la persiguió, la expulsó y le hizo vivir una vida que no era la suya. Le interesaba ese reclamo y lo hace de una manera muy conmovedora, sin denuncias indignadas ni propaganda política, sino a través de las emociones. Esa frase deja una conmoción mucho más grande que cualquier panfleto.
Juan Cruz Ruiz: ¿Te has preguntado por qué no elaboró más sobre el origen de la tristeza que había detectado?
Juan Gabriel Vásquez: Me he preguntado durante 27 años por qué García Márquez no escribió más sobre esta mujer. Por qué no escribió una crónica como la que hizo sobre [el cineasta chileno] Miguel Littin; por qué nunca quiso hacer un retrato político de ese momento como sí hizo con Noticia de un secuestro. El personaje de Feliza se prestaba para muchas cosas, pero él no lo quiso explorar. Siempre me he preguntado por qué. Creo que es una de las razones de que esta novela exista. Entiendo también la literatura como una especie de diálogo, de intento por viajar a donde mis maestros no han viajado, de diálogo con la obra de mis maestros.

Feliza Burstyn retratada por Hernán Díaz en su taller. Crédito: cortesía de la biblioteca Luis Ángel Arango.
Juan Cruz Ruiz: En algún momento del libro sentí que igual que Gabo o Mario Vargas Llosa, tú tienes un interés especial por lo que de veras ocurrió, no sólo por lo que estás inventando. Tanto en el libro sobre Sergio Cabrera como en éste hay una voluntad de rendir cuentas con lo que de veras le pasó a alguien. Vargas Llosa, sobre todo, tiene algunos libros que podrían ser concomitantes con éste o con algunos de los tuyos, porque él también es minucioso en la búsqueda de lo que pasó.
Juan Gabriel Vásquez: Hay dos niveles para esta respuesta, tres en realidad para mí. En mis libros, primero soy un periodista. Siempre nacen de un acto de periodismo: la entrevista, la averiguación de ciertas circunstancias verídicas. Es un reportaje que hago para mis propios fines. Por eso voy a donde Feliza vivió, recorro los espacios que ella recorrió y llegué hasta el extremo un poco ridículo de tomar clases de escultura en la misma academia donde ella las había tomado. Por eso el libro está estructurado a través de conversaciones con Pablo Leyva, su marido en el momento de su muerte. Después del periodista viene el historiador que recopila documentos, confirma hechos históricos, trata de ser preciso en la reconstrucción de un pasado público. Y en tercer lugar llega el novelista. La única razón de ser del novelista es la de decir algo que ni el historiador ni el periodista hayan podido decir. Yo escribo una novela sobre la vida de Feliza en vez de una biografía porque creo que la novela va a lugares a los que la biografía no puede llegar. Igual que el periodismo hace muchas cosas mejor que la novela, la novela puede hacer cosas que el periodismo no puede hacer. En este paso mi interés es la precisión absoluta, la veracidad de los detalles: ¿Qué hubiera visto Feliza desde las puertas de la academia donde estudió siendo adolescente, en Nueva York? ¿Cómo era por dentro la academia donde estudió en París? Esa precisión de los datos es el marco donde yo me siento libre de inventar, y lo que invento es la realidad emocional de Feliza, el lado invisible de toda esa vida visible que he contado antes como periodista y como historiador. Es decir, para inventar bien la vida de un ser humano que realmente existió, para inventar como novelista y que sea una invención justa de esa vida a la que le rindo homenaje, necesito antes rendirle homenaje como periodista y ser tan preciso como pueda con los datos que la realidad me permita tener.
Juan Cruz Ruiz: De hecho, llegas a contar a lo largo de casi 300 páginas el impacto de una información. Guardaste esa información a lo largo del tiempo hasta que te sentiste con energía para seguirla. Eso es puro periodismo. En el mundo del ruido, ese periodismo es el periodismo callado, el que finalmente tiene su consecuencia.
Juan Gabriel Vásquez: Marguerite Yourcenar cuenta cómo trató de escribir Memorias de Adriano a los veinte años, luego a los treinta, y fracasó ambas veces. Sólo pudo escribirla a los cuarenta porque era imprescindible haber vivido ciertas cosas, haber acumulado cierta experiencia, para entender mejor a Adriano. Lo mismo me pasó con Feliza. Eran necesarias ciertas vivencias para escribir sobre ella, creo, pero también era necesario un aprendizaje literario: aprender a transformar la vida de una persona real a través de la ficción o aprender a leerla, a interpretarla, a través de la ficción. Era algo que yo no habría podido hacer cuando recibí la noticia de la columna de García Márquez, ni cuando escribí Los informantes o El ruido de las cosas al caer. Necesitaba escribir otras novelas como Volver la vista atrás, la de Sergio Cabrera, para saber cómo enfrentarme a esta vida real, para saber cómo se transforma una vida real a través de la ficción.
«A García Márquez le interesaba poner sobre la mesa que a esta mujer no la mataron sus problemas respiratorios, la mató también el gobierno colombiano que la persiguió, la expulsó y le hizo vivir una vida que no era la suya. Le interesaba ese reclamo y lo hace de una manera muy conmovedora, sin denuncias indignadas ni propaganda política, sino a través de las emociones».
Juan Cruz Ruiz: El texto es una cosa y el ritmo es otra, y el ritmo de este libro es un ritmo casi poético. A principios de los 90 hubo una obsesión europea por la lentitud, incluso un libro se tituló Elogio de la lentitud. Leyendo este libro he tenido la sensación de que podías haber escrito un libro veloz, y sin embargo has escrito un elogio de la lentitud de la vida para contar.
Juan Gabriel Vásquez: El libro es el ejercicio opuesto de Volver la vista atrás, que va a una velocidad enorme. Aquí he tratado de hacer la operación contraria, reducir una marcha y conducir más despacio. Es un libro concentrado en tres momentos cronológicos: uno, el París del narrador, que soy yo; otro, el último día de la vida de Feliza contado con una lentitud obsesiva, narrando casi hora por hora ese último día; y luego los momentos más importantes de su vida pasada. Pero la impresión que he querido transmitir es una cierta concentración en la vida de una persona a la que rindo homenaje mediante una atención larga y sostenida, algo que hoy es casi un lujo. Atención sostenida: eso es lo que yo le pido al lector. Que utilice esta novela como una especie de recordatorio de los valores que hay en la paciencia y en el lento descubrimiento de una vida ajena, por oposición al picoteo constante y superficial que parece exigirnos nuestra vida contemporánea.
Juan Cruz Ruiz: Hay varios factores en el libro, uno es evidentemente la literatura, otro las personas del libro, y luego está la vida, tú te compadeces como lector de la vida de estas personas.
Juan Gabriel Vásquez: Sí. Esta novela es un acto de compasión.
Juan Cruz Ruiz: ¿Cómo sentiste que podía ser esa mujer a la que no conociste?
Juan Gabriel Vásquez: Ése es el esfuerzo de la novela. He tratado de hacer algo que no hice en Volver la vista atrás: poner en escena el acto de imaginar a alguien más. Por eso aparezco yo como narrador, por eso delato los mecanismos: estoy hablando con su marido, investigando ciertas cosas en ciertos lugares, pero en cierto momento hay un salto a la vida interior de Feliza y empezamos a leer la novela desde su conciencia, desde su punto de vista. Esto me interesaba porque quería contarle al lector que lo que hago aquí es un acto de imaginación del otro. Me interesa saber cómo se veía el mundo desde sus ojos, desde sus emociones, desde su conciencia, y, en la medida de lo posible, acercarme a lo que ella sufrió. Algo que viene de la misma emoción primigenia del escritor de ficción: la curiosidad por los otros. Como decía Ford Madox Ford: lo que la novela nos permite es saber cómo viven los demás su vida entera. La palabra «entera» me fascina. De Feliza no solo me interesa cómo vivió su vida de artista, su vida pública, su vida visible, sino su vida entera; también su vida emocional, su vida psicológica, su vida de mujer, de pareja y de madre. Y toda esa investigación es lo que construye la novela, toda esa curiosidad, que es un acto de imaginación del otro, me resulta apasionante y es lo que creo que tienen las novelas que más me interesan. Es lo mismo que hace Flaubert con Madame Bovary o Tolstoi con Ana Karenina: esa terca voluntad de imaginar al que no es lo que tú eres.

Feliza Burztyn y el artista argentino Rogelio Polesello. Crédito: cortesía de la biblioteca Luis Ángel Arango.
Juan Cruz Ruiz: Aparte de su país, que era el tuyo, ¿qué otros hechos causaron la tristeza de Feliza?
Juan Gabriel Vásquez: La vida de Feliza está marcada por momentos de mucha riqueza emocional, momentos traumáticos que definieron su vida desde el principio. La vida política del país que la manda al exilio es el más evidente. Pero la novela está escrita también para reflexionar sobre el rastro que dejaron otras tristezas anteriores: la ruptura de su primera familia, su primer marido, que se oponía de forma violenta a que fuera artista y se llevó a sus hijas, a las que adoraba, privándola de su vida con ellas. Luego, cuando vive un apasionante amor con Jorge Gaitán Durán, éste muere en un accidente de avión en el mismo año, en el mismo mes en que muere su padre. Y años después, por un accidente de tránsito, muere una de sus grandes amigas, la escultora y pintora, Beatriz Daza. Otra de sus amigas más cercanas, la crítica Marta Traba, murió en 1983 en un accidente de avión en el aeropuerto de Barajas. De manera que es como si el mundo alrededor de Feliza estuviera signado por una especie de tragedia, y esos son vasos comunicantes que afectan su vida.
Juan Cruz Ruiz: ¿Qué le pasaba a tu país entonces para que ella fuera perseguida de aquella manera tan abrupta y tan seca?
Juan Gabriel Vásquez: Después de la revolución cubana, en mi país surgieron varias guerrillas revolucionarias. Tres eran de origen campesino y operaban en las zonas rurales de Colombia; pero en los años 70 se formó en Bogotá una guerrilla urbana, el M-19, que se dio a conocer con actos muy sonados: el robo de la espada de Simón Bolívar, por ejemplo. Para 1978 se había convertido en una amenaza real para el gobierno de Julio César Turbay. Pero el gobierno manejó esa amenaza a través de una ley tremendamente represiva, el Estatuto de Seguridad, que le sirvió para perseguir a todo lo que sonara vagamente a izquierda y cometer atropellos y violaciones innumerables. En esa red de paranoia macartista cayeron muchos artistas colombianos que tenían cercanía con grupos de izquierda, entre ellos García Márquez, quien descubrió en 1981 un plan para arrestarlo, tuvo que salir del país y se exiló en México. Muy pocos meses después, Feliza fue arrestada con cargos ficticios, inventados o ilegítimos. La tuvieron detenida y vendada en las caballerizas del Ejercito más de un día. De ese arresto salió con la convicción de que corría peligros serios y la única solución era el exilio. Salió de Colombia con la ayuda de García Márquez, vivió con él durante dos meses y luego se marchó a París. Quiso reinventarse como artista y reinventar su vida. Murió un par de meses después de llegar. En ese París había exiliados latinoamericanos de todas partes. Latinoamérica era un continente plagado de dictaduras militares: eran los años de Videla, de Pinochet, de la dictadura en Brasil, de la dictadura cívico-militar en Uruguay; incluso regímenes democráticos como el de Colombia tenían leyes muy represivas, dignas de una dictadura. Ese era el momento que yo también quise reconstruir.
«Atención sostenida: eso es lo que yo le pido al lector. Que utilice esta novela como una especie de recordatorio de los valores que hay en la paciencia y en el lento descubrimiento de una vida ajena, por oposición al picoteo constante y superficial que parece exigirnos nuestra vida contemporánea».
Juan Cruz Ruiz: Dos jóvenes latinoamericanos se fueron a París a ver cómo era eso de ser escritores. Tú te has ido a París a ver cómo era eso de contar una historia que había empezado uno de esos dos escritores, Gabriel García Márquez; el otro escritor era Mario Vargas Llosa. Ese joven Juan Gabriel ha escrito este libro y para escribirlo fue a París y llevó en su maleta a Faulkner, Vargas Llosa, Borges, Gabo. ¿Ese joven sigue siendo aquel que pensó que iba a ser un escritor? ¿Que hayas escrito este libro con suma atención, entusiasmo y tiempo indica que no has envejecido?
Juan Gabriel Vásquez: Creo que indica que sigo en contacto con esa vocación, ¿no? Sigo teniendo una memoria muy viva de esos primeros intentos, de mis primeros fracasos, de mi ansiedad por saber si esto de la literatura era realmente para mí. Y este libro en cierto sentido también fue saldar cuentas con ese ese joven que llegó a París con 23 años, igual que Feliza llegó con 23 años para estudiar escultura. Llegué a París para escribir la novela de Feliza cuando tenía solamente dos años más que los que tenía ella cuando llegó a París para morir. Esas simetrías me interesaron enormemente. La novela también me ha servido para medir la distancia que hay entre las dos ciudades, el París al que llegué persiguiendo una mitología literaria y el París en el que la escribí. Yo pasaba por un momento difícil, marcado por unos días de una enfermedad que los médicos no lograban diagnosticarme y que se convirtió en una fuente de ansiedad y de problemas durante unos meses. Por esos días descubrí la columna de García Márquez. De manera que sí hay una relación emocional muy directa con ese París de 1996 en el que apenas comenzaba a fantasear con la idea de escribir novelas.
Juan Cruz Ruiz: Pablo, el último marido de Feliza, te dijo que le había gustado tu libro. A Sergio y a su hermana también les gustó también el libro que tuvo su raíz y su esencia en la vida de ambos. ¿Cuál es la razón de que personas directamente implicadas en las historias que cuentas hayan sentido que los has retratado bien?, ¿qué hay en ti que los retrata bien?
Juan Gabriel Vásquez: Creo que detectan un esfuerzo genuino por entenderlos. Es un esfuerzo de novelista, lo que quiere decir que no se hace para juzgar moralmente a nadie, y es un esfuerzo por rendir homenaje a una vida real. Proust dice que un libro debe ser como una lente que le permite al lector verse a sí mismo, y si el lector encuentra en sí mismo lo que dice el libro, esa es la prueba de la verdad del libro. Espero que Pablo, Sergio y Marianella hayan encontrado en los libros una verdad: un sentido literario, no en un sentido fáctico. Una verdad moral: la sensación de que el libro los ve y los interpreta con claridad. Creo que eso es parte de la razón por la que se han sentido retratados de manera justa.
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Juan Gabriel Vásquez. Crédito: Hermance Triay.
Juan Cruz Ruiz: Ya eres un maestro de la ficción. ¿Dónde está la ficción inevitable en este libro?
Juan Gabriel Vásquez: Seguramente en la interpretación de Feliza: la lectura de lo que no era visible en los datos biográficos que nos ha dejado. Feliza vivió una vida muy pública, fue entrevistada con mucha frecuencia por los medios, se escribían páginas y crónicas sobre ella. Pero hay un lado oculto de esa vida visible que solo es accesible a través de la imaginación literaria. La ficción es un ejercicio de lectura, de interpretación de otro, casi de modelaje de una vida ajena. Mientras escribí esta novela sobre una escultora, me gustó recordar esa definición del verbo fingir que trae el diccionario colombiano de Rufino José Cuervo: «Modelar, dar forma a algo». De manera que la escritura de la ficción es también esculpir con un material que ya existe, como en el caso de esta novela.
Juan Cruz Ruiz: «Es reparador recordarla. Este libro tiene verdad». Lo han dicho de tu libro, y lo ha dicho Pablo y los ha dicho tú en la radio.
Juan Gabriel Vásquez: Para mí es importante la idea de que la ficción pueda ser reparadora…
Juan Cruz Ruiz: Reparador es recordarla a ella tal como fue y que esa reparación indique que el libro tiene verdad.
Juan Gabriel Vásquez: La vida de Feliza es una vida interrumpida, que dejó una herida en mucha gente: en su marido Pablo, en el mundo del arte, en el país político. Si el libro de alguna manera es un remedio para esa herida, la repara, yo quedo más que satisfecho. Ese podría ser uno de los objetivos de la literatura, ¿no? Compensar de alguna manera los errores de la realidad. Nadie escribe si está perfectamente contento con la realidad: escribimos porque estamos insatisfechos, porque la realidad es imperfecta, está despedazada y tenemos que darle orden.
Juan Cruz Ruiz: El libro no acaba con la muerte -podría ser efectista ese el final-; sigues escribiendo sobre ella a lo largo de las últimas páginas del libro. ¿Qué te mantuvo en la idea de que el libro no acababa cuando ella moría?
Juan Gabriel Vásquez: Es muy seductor para un novelista todo lo que pasa después de la muerte de Feliza: una tormenta de nieve impide que su cuerpo llegue a tiempo a Colombia, hay que esperarlo…Yo me imaginaba a Pablo, a su madre, a sus hermanas, esperando el regreso por avión de un cuerpo sin vida para enterrarlo y rendirle el homenaje debido. Me parecía llena de significado, esta espera de una mujer que ha marcado la vida de todos y que los une, tal vez en una de las rarísimas veces en que estuvieron todos juntos bajo el mismo techo: Pablo, las hijas de Feliza, la madre, la hermana y los amigos que la rodearon. Ella fue una mujer que convocó siempre una cantidad enorme de cariño. Vivió siempre rodeada por sus amigos, su casa era un lugar de parrandas interminables en las que García Márquez, Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda Samudio y Juan Gustavo Cobo Borda cantaban boleros hasta las cinco de la mañana. Hay una foto en la que sale Cobo Borda con Obregón, Feliza y García Márquez.
Juan Cruz Ruiz: Cobo Borda parecía inmortal.
Juan Gabriel Vásquez: Sí. También tenía esa misma energía vital, una curiosidad… Hasta el último día de su vida estuvo escribiendo pequeños ensayos sobre el último escritor que salía en Colombia. Le interesaba, lo leía y escribía sobre él. A esta gente convocaba Feliza. Su vida y su casa fueron un lugar de encuentro para todos ellos. Recordar esto es otra de las razones de que me haya quedado con ella tantas páginas después de su muerte. Por eso se dice en la novela que en su entierro pasó algo que no solía pasar: que convivieran en el mismo espacio los comunistas clandestinos con los militares retirados y los actores de televisión con los políticos conservadores. Feliza era esa persona, un lugar de encuentro entre la gente.
«(…) Ese podría ser uno de los objetivos de la literatura, ¿no? Compensar de alguna manera los errores de la realidad. Nadie escribe si está perfectamente contento con la realidad: escribimos porque estamos insatisfechos, porque la realidad es imperfecta, está despedazada y tenemos que darle orden».
Juan Cruz Ruiz: En momentos muy concretos del libro, y con cierta frecuencia, el escritor y la persona se juntan para escribir lo que hay dentro de ti y que no está solo en lo que cuentas, por ejemplo: «Cuando los dos creían como ángeles equivocados que su destino común era la felicidad», me parece que estás como amarrándolos a la vida, que no pase lo que de verdad estás contando.
Juan Gabriel Vásquez: Creo que dentro de la novela hay una conciencia que no solo trata de organizar el material, sino que participa emocionalmente de él. Ahí estoy yo tratando de habitarla, de ver el mundo desde ella, pero también de ser al mismo tiempo el narrador de una novela que se compadece de ella, que entiende la novela también como un ejercicio de compasión y de curiosidad por la vida de otro. Todo eso tiene que ser simultáneo.
Juan Cruz Ruiz: En la página 218 apunté al margen: «Excelente relato». Es un relato que podía vivir solo en un libro o en una pared: «Dos meses después, cuando Feliza y Pablo volvieron del viaje, Luis Junca les entregó una pequeña caja con tres pedazos de metal. Había tenido tanto tiempo libre, tantas horas vacías en una casa tan grande y en noches tan largas, que acabó dedicándose casi sin darse cuenta a desarmar la pistola para ver cómo era por dentro». El texto sigue y al final me dije: «Juan Gabriel y Gabo estuvieron de acuerdo en escribir este trozo del libro».
Juan Gabriel Vásquez: Es un episodio de su vida que explora algo que me importa mucho: cómo Feliza fue en cierto sentido un juguete del azar. El arresto que sufre lo acaban justificando los militares con la acusación de porte ilegal de armas, y esa acusación se justifica en que encuentran la pistola desarmada entre sus cosas. Una pistola que no sirve para nada, mucho menos para dispararle a nadie. Es una pistola que había sido un regalo de alguien en una época en la que Feliza viajó mucho sola por Bogotá y un amigo sintió que necesitaba estar protegida. Una pistola desarmada por un vigilante sin oficio y todos los azares de su vida parecían confluir para jugarle una mala pasada. Yo he querido contar ese episodio para que tenga cierta autonomía como relato, así que me alegra mucho que te hayas fijado en eso.
Juan Cruz Ruiz: Regresa Juan Gabriel Vásquez al libro, y no solo como narrador del libro, sino como persona que lo ha escrito sintiendo: «No, Feliza no fue un libro abierto y aquí estaba yo, sin embargo, tratando de capturarla o más bien tratando de encerrarla en prosa, como dice el poema de Emily Dickinson».
Juan Gabriel Vásquez: Un bellísimo poema: «Me encierran en su prosa, como cuando era niña me encerraban en el armario para que estuviera quieta». Y luego dice cómo el encierro es completamente inútil porque mediante su imaginación ella puede escaparse del encierro, como un pájaro. La escritura de esta novela fue también la impresión de que Feliza escapaba constantemente del encierro que yo le quería poner en mis palabras, de mi intento por capturarla en una novela. Era una mujer contradictoria, ambigua, una mujer de origen burgués, pero de izquierdas, una mujer de izquierdas que se negó a cualquier tipo de militancia: se negó a entrar en el Partido Comunista, nunca aprobó la violencia política… De manera que tenía muchos lados, muchas aristas, y en el intento por capturarla me di cuenta de que era tremendamente difícil de entender, de contener, de meter en una caja. Eso la hace doblemente fascinante para un novelista. Al final, en cierto momento de mis investigaciones, descubrí un documento extraordinario, un manuscrito en el que su madre recuerda su vida después de que Feliza haya muerto. Termina diciendo: «Mi hija Feliza era un libro abierto». Yo me permito decir en la novela que no lo creo: mi experiencia es todo lo contrario y por eso vale la pena escribir una novela sobre ella.
Juan Cruz Ruiz: Quizá la madre tuvo miedo de seguir contando.
Juan Gabriel Vásquez: Es posible.
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