Pilar Quintana: en la espesura del deseo
Tras pasar nueve años de su vida en la selva colombiana y mudarse a la ciudad para escapar de un marido violento, Pilar Quintana escribió la impecable y feroz «La perra», una suerte de novela gótica tropical que le valió el Premio de Narrativa Colombiana y le abrió las puertas hacia su proyección internacional con una candidatura a los National Book Awards y su traducción a una decena de idiomas. Su nuevo libro, «Los abismos», Premio Alfaguara de novela 2021, aborda algunas de sus obsesiones más profundas, entre ellas el deseo frustrado de mujeres a lo largo de distintas generaciones; la soledad, la crueldad y la resiliencia. En esta entrevista con la escritora y periodista argentina Mariana Enriquez, autora de «Nuestra parte de noche», Quintana cuenta cómo era vivir entre serpientes, cómo es hoy para ella Cali, por qué cree que la literatura es un acto de superación personal, cuáles fueron los efectos del movimiento #metoo en la narrativa contemporánea y cómo encontró, después de años de escribir sobre sexo, la manera de abordar su verdadero gran tema: la maternidad.
Por Mariana Enriquez

Foto: Manuela Uribe.
Por MARIANA ENRIQUEZ
Claudia está de vacaciones en una finca de las montañas de Cali. El escenario es de novela gótica: la neblina que cubre todo, los cuentos de demonios escondidos detrás de las paredes, los precipicios cercanos, la casona antigua y hermosa, la historia de una mujer desaparecida. Claudia es una niña curiosa, así que sale a recorrer los alrededores sola; no se aleja mucho, solo lo suficiente para sentirse aventurera. Y, colgando de un pórtico entre los árboles, encuentra a una serpiente. Muy cerca de ella, amenazante, retorciéndose. Logra huir y escapar de su mordida: finalmente será uno de los cuidadores de la casa quien le dé muerte: de un machetazo le corta la cabeza.
Claudia no es Pilar Quintana, pero los personajes comparten ciertos rasgos en común, de clase, de sensibilidad, de vínculos familiares. Ahora bien, la Quintana de hoy, 2021, ganadora del Premio Alfaguara por Los abismos, no se hubiese espantado por una serpiente en la espesura como la niña Claudia en la novela. Ella vivió durante nueve años en la selva colombiana, y cinco meses en la Amazonia, un territorio que es protagonista de su anterior novela, la impecable y feroz La perra. Ahora vive y trabaja en Bogotá y está muy contenta con la ciudad. «Un amigo me dijo que puedo vivir en cualquier lugar del mundo y ser feliz. Yo no siento que Bogotá sea hostil, aunque sé que lo es. Pasa que sale agua de la llave y si se rompe algo, llamo al plomero. Todo funciona. No tengo que estar luchando para que la selva no se venga a comer mi casa, no estoy con el machete sacando a los animales ni lidiando con los venenos de las termitas.»
Mariana Enriquez: ¿Fue una decisión fácil dejar la selva por la ciudad?
Pilar Quintana: No. Yo quería morirme en la selva. Tuve que irme porque mi marido fue violento conmigo y hui, me fui con el ordenador y la ropa. Fue muy traumático.
Pilar cuenta esa huida con tranquilidad, sin detalles, como alguien que ha transitado el trauma y, aunque siempre será una herida, ya no es una fractura expuesta. Esa tranquilidad ganada se traslada a la construcción de los personajes de Los abismos, que, como toda gran novela, trata de muchas cosas, pero especialmente sobre ser hija y ser madre, sobre las frustraciones de las mujeres que fueron jóvenes en los setenta, sobre la depresión y la desdicha que se hereda. Sobre mujeres que desaparecen, que intentan vidas distintas y no lo consiguen. La escritura es límpida y deliciosa, pero los personajes viven vidas asfixiantes. Los abismos es una novela realista con toques góticos que Pilar considera parte integral de la tradición literaria caleña, pero lo ominoso de estas páginas no es fantástico ni sobrenatural, sino que está impregnado de la infelicidad de estas mujeres de clase media alta que sueñan con otras vidas en voz baja, mientras hojean revistas sobre la cama, toman algún trago y esperan una llamada telefónica. Sin embargo, no hay subrayados: la madre, que se llama Claudia, igual que la niña, no es una víctima. Y tampoco es un villano el padre, un hombre mayor, comerciante exitoso con una vida trágica y una hermana a quien debe proteger aunque no sabe bien cómo. «Creo que con el #metoo y movimientos feministas más recientes hay una narrativa de hombres villanos y mujeres víctimas. Y las mujeres somos víctimas, pero también villanas. Y los hombres también son víctimas y villanos. En la vida no veo las cosas de manera tan tajante. Todos tenemos ambigüedades y para mí es importante explorar a los personajes nunca como prototipos, sino viendo las complejidades. No concibo a las mujeres como víctimas y no me concibo como víctima aunque he sufrido acoso, he sido maltratada, he sufrido abusos y no solamente de hombres. Ha habido en mis violencias mujeres maltratadoras y abusadoras.»
«Creo que con el #metoo y movimientos feministas más recientes hay una narrativa de hombres villanos y mujeres víctimas. Y las mujeres somos víctimas, pero también villanas. No concibo a las mujeres como víctimas y no me concibo como víctima aunque he sufrido acoso, he sido maltratada, he sufrido abusos y no solamente de hombres. Ha habido en mis violencias mujeres maltratadoras y abusadoras.»
Los abismos transcurre en Cali y empieza en el piso de Claudia y sus padres, un dúplex en la zona próspera de la ciudad repleto de plantas de interior, al punto que lo llaman «la selva». «Había plantas en el suelo, en las mesas, encima del equipo de sonido y el bifé, entre los muebles, en plataformas de hierro forjado, y materas de barro, colgadas de las paredes y el techo, en las primeras gradas y en los sitios que no se alcanzaban a ver desde el segundo piso: la cocina, el patio de ropas y el baño de las visitas. Había de todos los tipos. De sol, de sombra y de agua. Unas pocas, los anturios rojos y las garzas blancas, tenían flores. Las demás eran verdes. Helechos lisos y rizados, matas con hojas rayadas, manchadas, coloridas, palmeras, arbustos, árboles enormes que se daban bien en materas y delicadas hierbas que me cabían en las manos.» Allí vive Claudia, la joven madre, que trata de estar presente con algunas dificultades, y su marido, el padre, Jorge, que ya no es atractivo, es celoso pero no físicamente violento, y prefiere que su mujer no trabaje. En la casa hay un cuarto donde se exhiben las fotos de la familia: la atmósfera, aunque moderna, tiene algo de la densidad gótica de la mujer encerrada con los recuerdos y los antepasados. Claudia madre tiene amigas, flirtea con algún hombre de su edad, pasea con su hija por la ciudad calurosa, va al gimnasio y de compras, recuerda viejos amores fallidos, pero es imposible dejar de pensar que está demasiado quieta, que hay en ella un potencial que no puede estallar. «Yo almorzaba y ella dormía», cuenta Claudia niña, la narradora de Los abismos. «Hacía las tareas y ella dormía. A las cuatro empezaba la televisión y, mientras yo veía Plaza Sésamo, ella dormía. Se paraba de la cama al final de la tarde. Abría las cortinas. Se bañaba largo. Se ponía otra piyama y se peinaba en el tocador, de un modo lento y mecánico, hipnotizada en el espejo.»
Mariana Enriquez: ¿Por qué quisiste contar la historia de esta mujer triste que parece estar en una bisagra vital, con una depresión a quien casi nadie llama por su nombre?
Pilar Quintana: Yo no quería contar esta historia. Se me impuso. Y no quería porque era un terreno difícil y doloroso, que es el terreno de la madre y el de explorar cómo fue ser hija de una mamá de esa generación, que es una generación a la que le tocó más duro que a nosotras. Ahora yo empiezo a entenderla, a través de este libro, creo. En principio, quería contar una historia gótica en las montañas, con neblina, y había un lobo y había un señor con un ojo blanco y yo iba a contar sobre una mujer que estaba en esa edad donde una se pregunta: «¿Bueno, tengo hijos o no tengo hijos?». En ese momento de treinta y ocho o treinta y nueve años, donde ya se está al límite, al menos biológico. Empezaba con ella manejando en la neblina. Cuando yo estaba chiquita vivíamos en una zona que se llama la carretera del mar, en las montañas de Cali, de bosque de niebla, con muchas curvas, tal como aparece en esta novela y en esa carretera mi mamá me contó la historia de una mujer desaparecida, la mamá de una amiga de ella del colegio. A mí esa historia me aterrorizaba. Y cuando intentaba forzar el relato hacia el gótico se me aparecía Claudia niña, y la señora desaparecida, y el miedo de la niña a que su mamá se muriera. Y un día no me resistí más: era esa la historia que quería ser contada.
Mariana Enriquez: ¿Fue una liberación encontrar ese cambio?
Pilar Quintana: Para mí la literatura es de superación personal, no por el contenido, sino porque yo hago terapia en mis libros y la necesidad que tenía era la de contar cómo fue ser hija de esa generación, la de las madres de mujeres que hoy tienen más de cuarenta. Algunas ya estaban liberándose, pero muchas no, y aunque fuesen profesionales tenían que ocuparse de la casa porque era su deber y con frecuencia sin tener la vocación para eso, sin tener las ganas de ser mamás, solo porque les tocaba. Había una historia que mi mamá repetía mucho: que ella quería estudiar en la universidad y mi abuelo le dijo, sin mucho entusiasmo, que la dejaba, pero no en la universidad que ella quería. Y mi mamá dijo: «Yo en esa universidad no quiero». Y no fue. Yo sentía a mi mamá como una mujer con muchas frustraciones a cuestas y que yo, como niña, tenía que cargar con ellas. Que nosotras, las hijas, teníamos que ser lo que ellas esperaban porque debíamos llenar ese vacío. Durante mi infancia, mi mamá estuvo siempre en la casa y yo lo que veía era una mujer que no tenía una vida propia. Alguna vez, de adolescente rebelde, le dije: «Vos no vivís, vos vegetás». No me dijo nada: me miró con los ojos muy abiertos. A mis dieciséis empezó a trabajar en una joyería y tuvo una carrera que le dio muchas satisfacciones; más tarde se jubiló, pero todavía tiene una empresa propia y es una mujer superactiva. Tuvo que verme crecida para poder hacerlo.
«Yo sentía a mi mamá como una mujer con muchas frustraciones a cuestas y que yo, como niña, tenía que cargar con ellas. Durante mi infancia, mi mamá estuvo siempre en la casa y yo lo que veía era una mujer que no tenía una vida propia. Alguna vez, de adolescente rebelde, le dije: "Vos no vivís, vos vegetás".»
La dama desaparece
Mariana Enriquez: Además de otras mujeres (la amiga deprimida, la tía mayor con su novio joven, la madre desaparecida), hay una presencia importante de celebridades de la época. Mujeres glamurosas pero a la vez muy tristes: Natalie Wood, que muere ahogada, Grace Kelly y su «suicidio», Karen Carpenter y su anorexia... La infelicidad glamurosa.
Pilar Quintana: Ser hija de una mujer con frustraciones no es sexy y es cierto que esas mujeres estaban romantizadas. Mi madre se la pasaba leyendo sus historias, que, además, eran fascinantes. Eran tema de conversación de ella. Mi mamá leía la revista Hola, yo me las leía todas. Pero no es solo eso, hay una pista local. Todas esas mujeres y su mitología tienen que ver con algo de la sociedad caleña, y es la apariencia. Salís hermosísima en la tapa de una revista y la nota se trata de que se suicidó la señora. Las revistas eran un reflejo de cómo debían ser las amas de casa de clase media alta: sus casas eran perfectas y ellas se veían perfectas y querían proyectar eso, pero eran parte de familias superdisfuncionales. Ir al banco a pagar las cuentas con tacones y maquillada, pero por dentro estar desmoronada.
Mariana Enriquez: La ciudad es una protagonista importante.
Pilar Quintana: Es una ciudad de tierra caliente, de un promedio de 25 grados de temperatura, lo que quiere decir que puede estar a 32 al mediodía y 22 a la noche. Parece muy liberal, pero es tremendamente desigual y en su mayoría es de población negra. Tiene barrios nuevos y tradicionales para gente rica, y en la montaña hay favelas o barrios de invasión, que son los que construían los obreros y se fueron legalizando. El oeste es de clase media alta y clase alta venida a menos, hay casonas viejas y otras que tumbaron para edificios nuevos. El río la atraviesa.
«Ser hija de una mujer con frustraciones no es sexy. Mi mamá leía la revista Hola, yo me las leía todas. Todas esas mujeres romantizadas y su mitología tienen que ver con algo de la sociedad caleña, y es la apariencia. Las revistas eran un reflejo de cómo debían ser las amas de casa de clase media alta. Ir al banco a pagar las cuentas con tacones y maquillada, pero por dentro estar desmoronada.»
Mariana Enriquez: ¿Cómo es crecer en Cali?
Pilar Quintana: Para mí fue muy difícil porque yo no soy el tipo de caleña que se espera, el tipo de mujer que hay que ser allí. En Cali está mal tener el pelo crespo, por ejemplo. Mal en serio. A mí no me interesaba alisarme el pelo. En mi colegio éramos dos muy crespas que no nos gustaba alisarnos y a la otra, que tenía el pelo más grande que yo, la directora le dijo: «Si usted no se alisa o se recoge el pelo, no se gradúa». Era de verdad muy fuerte. Lo más rebelde que yo he hecho en mi vida ha sido dejarme el pelo crespo. Sé que suena anodino, pero es un mandato tremendo porque tiene que ver con negar nuestra propia negritud, es enunciar desde la apariencia: «Yo soy mestizo, soy blanco y me distancio de los negros». La ciudad tiene unos tres millones de habitantes, pero el círculo social donde yo crecí es un pueblo: todo el mundo se conoce.
Es cierto que aquella novela original, gótica, que planeaba Pilar Quintana ya no es el corazón de Los abismos, pero tampoco ha quedado fuera del libro. Hubo cinco versiones de la novela hasta llegar a esta, cruda, profunda pero sencilla, increíblemente vívida. Quedan, sin embargo, pistas de aquella oscuridad primera. El gótico es un género que, históricamente, ha sido escrito por mujeres y no es casual: la mujer encerrada y perseguida en la mayoría de los textos del género reflejaba de muchas maneras el conflicto de la mujer oprimida —especialmente en la edad de oro de los siglos XVIII y XIX—, pero esa opresión aún no se ha desvanecido y además los textos siguen formando parte de la educación sentimental de muchas lectoras. «Esas historias góticas están en mi universo, leía Rebeca, de Daphne Du Maurier, y Cumbres borrascosas, de Emily Brönte, en el colegio, forman parte de mí desde muy joven», dice Pilar Quintana. Hay un homenaje velado a la novela de Du Maurier en Los abismos (no en la trama, pero sí en la tensión del misterio de una mujer ausente) y Pilar explica que, además, hay una larga tradición gótica propia de Cali. «Luis Ospina, Carlos Mayolo, Andrés Caicedo...», enumera. «Y es gótico tropical, de selva, caliente. Cuando publiqué La perra, mi novela anterior, una traductora me dijo: "Me encanta el terror latinoamericano". Y yo me dije: "Pero ¡si no es una novela de terror!". Me di cuenta, sin embargo, que sí es gótica. Y que si sos europeo, esa selva tan exuberante y húmeda provoca miedo. En Los abismos además está la tradición caleña con bosque y montañas y precipicios. En la novela colombiana "de la selva" siempre es un territorio ominoso y oscuro. Yo decía: "Cuando escriba sobre la selva, no voy a hacer eso". ¡Y justamente hice eso en La perra! Creo que no hay posibilidad de escribirlo de otra manera. En María, de Jorge Isaacs, donde hay una hacienda en el Valle del Cauca, hasta los esclavos son felices. Y luego el hombre hace un viaje, cruza el Pacífico y cuando va a la selva la novela se pone gótica y densa; ya no hay monos y venados, hay murciélagos y serpientes. Y los esclavos, que ahora son libres, sin embargo están tristes.»
«Para mí crecer en Cali fue muy difícil porque yo no soy el tipo de caleña que se espera. Lo más rebelde que yo he hecho en mi vida ha sido dejarme el pelo crespo. Suena anodino, pero es un mandato tremendo porque tiene que ver con negar nuestra propia negritud, es enunciar desde la apariencia: "Yo soy mestizo, soy blanco y me distancio de los negros".»
La condición animal
Los abismos es el quinto libro de Pilar Quintana; antes había publicado Cosquillas en la lengua (2003), Coleccionistas de polvos raros (2007), Conspiración iguana (2009) y la colección de cuentos Caperucita se come al lobo (2012). La perra, sin embargo, fue una especie de compuerta, en especial para su proyección internacional: en 2020, con el título The Bitch, quedó finalista para el National Book Award for Translated Fiction, uno de los premios más prestigiosos para traducciones de los Estados Unidos (si no el más). Es la historia de Damaris, una mujer negra que vive en el Pacífico: «El pueblo de Damaris era una calle larga de arena apretada con casas a lado y lado. Todas las casas estaban destartaladas y se elevaban del suelo sobre estacas de madera, con paredes de tabla y techos negros de moho». Damaris, que quiso tener una hija y no pudo, adopta una perra, Chirli. Y la relación se metamorfosea, deja de ser la de una mascota y su dueña para convertirse en un vínculo de madre e hija, intenso y por momentos aterrador. La perra es la primera de las novelas de Quintana sobre la maternidad. ¿Fue una elección o un tema que se impuso, como la historia de Los abismos? Ella lo tiene claro: «Me pasé de mis treinta a mis cuarenta años escribiendo sobre sexo, pero sabía que mi gran tema era la maternidad. Solo que no sabía cómo abordarlo. Me faltaba aclarar cosas para mí misma. Cuando fui mamá, esas cuestiones se me iluminaron. A mí me interesa mucho el tema de la animalidad y por eso me gustaba escribir sobre sexo: porque estás en el placer y en el instinto, no estás pensando. Estás siendo un animal llevado por el deseo. Ser mamá era un deseo que nunca había sentido. Y cuando lo sentí, y tener un alien creciéndote en la barriga, y que salga de tu cuerpo y luego alimentarlo... Yo me sentí un animal. Y el amor por mi hijo no es como el que se siente por una amiga o una mamá o un papá o una pareja: yo soy capaz de matar por mi hijo sin que me importen las consecuencias, porque es un amor animal. Por eso a veces es un amor equivocado y violento, brutal, porque no pasa por la lógica».
Mariana Enriquez: A veces se les dice a las mujeres que, si quieren ser escritoras, no pueden ser madres. Y no solo escritoras: que la maternidad dificulta cualquier carrera que exija dedicación.
Pilar Quintana: Tener un hijo para mí fue un caudal creativo brutal. Claro, en alguna época escuchábamos que para ser escritoras teníamos que sacrificar tener hijos. Para mí no era un sacrificio porque no quería tenerlos y supongo que lo mismo les pasa a tantas mujeres que no sienten el deseo de ser madres. Me daba igual. Pero tener a mi hijo me hizo muy creativa, escribí dos novelas. La perra es sobre ser mamá, pero también sobre ser hijo; la perra es la hija que se quiere rebelar, la que empieza a odiar a su madre, la adolescente.
«En alguna época escuchábamos que para ser escritoras teníamos que sacrificar tener hijos. Para mí no era un sacrificio porque no quería tenerlos y supongo que lo mismo les pasa a tantas mujeres que no sienten el deseo de ser madres. Pero tener a mi hijo me hizo muy creativa, escribí dos novelas. La perra es sobre ser mamá, pero también sobre ser hijo.»
Mariana Enriquez: En esta novela ¿tratás de entender a la generación de tu madre?
Pilar Quintana: Yo supongo que aquí estoy haciendo las paces con su generación. Creo que los hijos somos muy duros con ellas, más que con nuestros papás. Juzgamos duramente a nuestros padres, pero más a nuestras mamás. Yo soy madre porque quise a una edad donde ya me había emborrachado y tirado con hombres y hecho bungee jumping; a los cuarenta y dos tuve un hijo y soy madre porque lo decidí. Aun así es difícil. Una mujer como mi madre, que tenía veintidós años cuando nació su primera hija, que no tuvo mis posibilidades, que dependía de su esposo para todo, claramente la tuvo mucho más difícil. Mi mamá se divorció y también cargó con ese estigma. Luego se casó con mi padrastro, que era un gran ser humano. Pero está claro que mi maternidad me hizo preguntarme por ella. Como hijos sentimos que nuestras mamás están ahí por nosotros. Mi hijo piensa que yo existo para él. Pensaba que la palabra «mamá» y la palabra «mujer» eran lo mismo: es algo que ha naturalizado y tiene apenas cinco años. Tuve que explicarle que tengo una vida para que entienda que soy una persona independiente y no solo mamá. Esta novela es mi intento de ver a la generación de mi madre con ojos compasivos. No pude hacerlo como adolescente rebelde y siento que se lo debo. No solo a ella: también a mí.