«The Wire» y los Baltimore Ravens: el sueño americano se torna en pesadilla
En 100 yardas, la medida oficial de un campo de fútbol americano, se dan cita la pasión y la emoción, la victoria y la derrota, la épica y la tragedia. 100 yardas es, en efecto, la distancia exacta que hay que recorrer para alcanzar la gloria. Con ocasión de la Super Bowl 2023, que se celebra este 12 de febrero, en LENGUA desviamos la mirada a los Estados Unidos para colarnos en las bambalinas de su deporte estrella a través de una historia que nos lleva al Baltimore ficticio de Omar Little y «The Wire», pero también al Baltimore real de Michael Kenneth Williams, David Simon y Ray Lewis -el jugador estrella del equipo de la ciudad-, un lugar donde el sueño americano deviene, en ocasiones, en pesadilla. El texto que sigue es apenas una muestra de «100 historias 100 yardas» (Plaza & Janés), un libro escrito a ocho manos por los periodistas deportivos españoles José Antonio Ponseti, Iker Sagasti, Luis Jones y Javier Gómez que muestra las luces de la NFL tanto a ras de césped como a puerta cerrada, aquella tras la cual se negocian contratos millonarios, se preparan los espectáculos de medio tiempo y se suceden historias de bandas callejeras o misiones de «navy seals».

El actor Michael Kenneth Williams posa para un retrato durante el Festival de Cine de Sundance de 2012. Crédito: Getty Images.
Primer acto
Siempre aparecía con media sonrisa, su escopeta de cañones recortados colgando hacia un lado, una interminable gabardina oscura y una media negra en la cabeza. Y silbaba. Silbaba sin parar. Cuando en las calles de West Baltimore se oía el soniquete silbado de Omar, todos los traficantes sabían que debían salir corriendo o perderían el dinero... y probablemente la vida.
Ninguno de Los Cuatro Jinetes nos dimos cuenta, pero el 19 de septiembre de 2021, en el M&T Bank Stadium de Baltimore, sonó por megafonía el silbido de Omar. Pocos saben que aquella melodía que entonaba siempre antes de apretar el gatillo es, en realidad, una famosa canción infantil, The Farmer in the Dell. Tras ella llegaban los disparos.
Omar es ya un mito de la cultura estadounidense. El Robin Hood negro de la serie The Wire, el narco homosexual que infundía pavor, el personaje favorito de Barack Obama que imprimió el corazón de los habitantes de Baltimore y de medio mundo. ¿Cómo respondería el público? Nunca antes se había escuchado la sintonía de un delincuente en una grada de la NFL.
La gente enloqueció, las cheerleaders agitaban sus pompones y la mascota del cuervo posaba desafiante, en la bocana de vestuarios, como si él también fuera un narcotraficante romántico. ¿Qué había sucedido para que el personaje de una serie de HBO levantara a 71.008 espectadores de sus asientos?
La localidad, una de las ciudades con mayor criminalidad de Estados Unidos, se colocó en el mapa del mundo gracias a la obra maestra, firmada por David Simon, experiodista local del Baltimore Sun, que contaba, desde múltiples puntos de vista, el submundo de la droga y la delincuencia. En un primer momento los vecinos la aborrecieron: Baltimore era mucho más que eso. Después la aceptaron. Al fin y al cabo eso también era Baltimore. Ahora la idolatran. Porque Baltimore es mucho Baltimore.
Ese submundo de la droga, pero esta vez en Williamsburg (Nueva York), fue el mismo que mató, de sobredosis, en 2021, a Michael Kenneth Williams, el actor que encarnó a Omar.
Por eso los Ravens hicieron sonar aquel silbidito antes de un partido en la cumbre, en el que se impusieron 36-35 contra los Kansas City Chiefs de Patrick Mahomes.
Bienvenidos a la NFL
Segundo acto
Ray Lewis es, quizá, el jugador más importante en la historia de los Baltimore Ravens y uno de los mejores linebackers de la historia (los defensores que patrullan la zona media, los que tienen que placar más duro, los armarios empotrados de la defensa). Su nombre entró en 2018 en el Hall of Fame, el panteón de leyendas de la NFL. ¿Por qué? Siete veces elegido en el mejor equipo de la liga, dos veces mejor defensor y campeón dos veces (en 2001 y 2013), su carrera de diecisiete años, siempre como Raven, fue un prodigio de resultados y compromiso dentro y fuera del terreno de juego.
Porque Ray Lewis es, sin duda, el tipo más querido de Baltimore. Él seguía una especie de mantra: ayudar a al menos una persona cada día. No era una campaña de marketing. Todos en la ciudad lo sabían. En aquellos barrios donde la policía no lograba entrar, Ray Lewis era recibido como un héroe.
Hablaba con yonquis, gángsteres, asesinos... No importaba quiénes fueran ni su aspecto ni qué hubieran hecho. Ray Lewis no juzgaba. No solo daba dinero. Los ayudaba a inscribirse en programas sociales. No se hacía fotos. No llevaba televisiones. Iba solo. Y, sobre todo, los hacía sentirse como sus iguales. Iguales al más grande.
Lewis creció en los Washington Park Projects (vivienda social para familias desfavorecidas) de Lakelands (Florida), un sitio muy parecido a los Projects en los que discurre la serie de David Simon, aquellas viviendas que daban a un descampado común en mitad del cual los narcotraficantes plantaban un sofá y veían la vida, la heroína y los dólares pasar.
Su madre lo tuvo a los dieciséis años. Su padre estaba en la cárcel y nunca volvió: «Al crecer siendo tan pobre, siempre te las tienes que ingeniar para ayudar a los demás. No puedes pensar solo en ti. Se trata de pensar en el resto». Y a eso dedicó su larga y prolífica carrera. A frenar corredores tumbándolos en el suelo y a ayudar a los más pobres haciendo lo contrario: dándoles la mano para levantarse.
Ray Lewis sabía que la imagen de la policía de Baltimore no era la mejor. Y también se volcó en hablar con los agentes de su ciudad sin prejuzgarlos. Pero pidiéndoles que dejaran en casa los apriorismos cuando se pusieran el cinto con la pistola: «Tenemos que cambiar la forma de pensar en nuestra ciudad. No puede haber zonas maravillosas y otras abandonadas. No hay futuro en esos lugares. Dejemos de mirar a una persona que lo pasa mal pensando: "Algo habrá hecho"».
En 2015, durante los duros disturbios que se produjeron tras la muerte de Freddie Gray, un joven negro, mientras era custodiado por la policía, Ray Lewis, el campeón afroamericano, y David Simon, blanco y creador de The Wire, unieron sus fuerzas para pedir calma a la ciudadanía. Los dos ídolos de Baltimore juntos en la misma cruzada.
Ray Lewis no es el rostro de la franquicia. Ray Lewis es el rostro de Baltimore, una ciudad con más de un 60 % de población negra que enloquecía con la danza de la ardilla, una especie de rito del 52 antes de los partidos.
Salía todo el equipo menos él, y el estadio de pronto enmudecía. Dos arcos con llamaradas de fuego se encendían y empezaba a sonar Hot In Herre, de Nelly Step. Ray Lewis, sin casco, con sus pinturas de guerra marcando los pómulos, aparecía bramando y se restregaba la hierba de Baltimore por el cuerpo. La gente se volvía literalmente loca. Un paso atrás deslizando la pierna izquierda. Otro con la derecha. Dos aperturas de brazos y un grito al cielo de la costa Este. La misa de Baltimore cada domingo durante diecisiete años.
Y esta sería una preciosa historia si no hubiera un tercer acto. Porque Baltimore es una ciudad de historias, pero no de cuentos de hadas.

Ray Lewis, el 52 de los Baltimore Ravens, instantes antes del partido que enfrentó a su equipo contra los Houston Texans en el M&T Bank Stadium. Aquel día, los Ravens derrotaron a los Texans 20 a 13. Crédito: Getty Images.
Tercer acto
El 31 de enero de 2000, Ray Lewis llegó a su hotel, en Atlanta, tras una noche de fiesta y se deshizo del traje blanco de gala que llevaba. Nunca se volvió a saber nada de él.
La fiesta era uno de los muchos jolgorios organizados en torno a la Super Bowl que jugaban los Saint Louis Rams y los Tennessee Titans. Ray Lewis no disputaba aquel partido, sin embargo no quería perderse el sarao, al que viajó con dos amigos íntimos.
Pepín Bello dijo de Federico García Lorca que, cuando el poeta entraba en una habitación, «no hacía frío ni calor, hacía Federico». De Ray Lewis podría decirse lo mismo, por su personalidad arrolladora, sus 110 kilos de simpatía y su sonrisa inigualable. Una copa lleva a una segunda, luego a una tercera, y siempre hay alguien con el que chocas.
Lo siguiente que se supo es que doce personas se enfrentaron en una pelea a la salida de la discoteca Cobalt Lounge y que dos chicos jóvenes, de veintiún y veinticuatro años, habían sido apuñalados: Jacinth Baker, en el hígado y el corazón; Richard Lollar tenía cinco hendiduras: dos en el corazón, dos en el abdomen y una en el pecho. Ambos murieron antes de llegar al hospital.
Fue todo como una escena de The Wire, con Ray Lewis de protagonista.
Se encontró un cuchillo sin huellas, la sangre de una de las víctimas en un asiento de la limusina negra marca Lincoln que alquiló Ray Lewis aquella noche, y un tíquet de la víspera, en una tienda de deportes, donde Lewis y sus dos amigos habían comprado dos navajas. Setenta y dos horas después, los tres estaban detenidos por asalto a mano armada y asesinato, y la carrera de Ray Lewis apuntaba a convertirse en un número de serie, una foto de perfil y un traje naranja.
Los abogados hicieron su trabajo. Tras dos semanas en la cárcel, Ray Lewis pactó con la fiscalía no ser acusado si reconocía que mintió al decir que no estuvo en la escena del crimen. Acusó a sus colegas. Salió del tribunal con doce meses de libertad condicional y muchas preguntas por responder.
Especialmente una: ¿dónde estaba el traje blanco? ¿Por qué, si lo llevaba puesto al volver, ya no estaba al día siguiente en su habitación? Como dijo el tío de uno de los dos asesinados a los medios: «¿Por qué algo que uno lleva puesto desaparece si no es porque lo relaciona con el asesinato?».
Omar, Ray Lewis, Baltimore... La realidad tiene múltiples caras.
Epílogo
David Zurawick, periodista de The Baltimore Sun, el diario y «biblia» local de la ciudad, donde trabajaba David Simon, escribió: «Ray Lewis se parece a muchos personajes de The Wire. Un criminal que reconoció ser culpable de obstrucción a la justicia en un caso de asesinato, pero que ahora tiene una calle con su nombre y es visto como fuente de inspiración por muchos. Una identidad complicada en el mundo unidimensional de las etiquetas mediáticas».
Quizá eso sea lo que de verdad explique esa fusión entre la imagen de Ray Lewis, la de esta ciudad obrera y orgullosa del estado de Maryland y las historias que cuenta The Wire. «Hay una identidad compartida entre los Ravens, The Wire y Baltimore». No solo su carisma o su bondad, ni sus placajes y sus títulos, sino el relato de un tipo que tomó muy malas decisiones y rozó el precipicio, pero que, al contrario que muchos de sus vecinos, tuvo una oportunidad para levantarse.
No es tan bonito como el sueño americano. Pero así se sueña en Baltimore.