La energía liberada

Fragmento

Contents
Índice
Portadilla
Índice
Agradecimientos
Introducción
Primera parte. Placas tectónicas
I. El día en el que todo cambió para aparentar que seguía igual
II. Un mundo que se neoliberaliza globalmente
III. Una crisis que se propaga
IV. La placa de la política contaminada
V. Obama: un volcán a medio gas
VI. La ciclogénesis china
VII. UE, tenemos un problema: la falla de Bruselas a Estrasburgo
VIII. El euro como problema
IX. España, cimientos defectuosos
X. La deuda corrosiva
XI. La información mediática: tercer pilar del sistema
XII. «La información es un verbo, no un sustantivo»
Segunda Parte. Movimientos en el subsuelo
XIII. Wikileaks
XIV. El volcán islandés
XV. Contraatacando
Tercera parte. La superficie
XVI. La piel de España
XVII. La superficie dolida
Cuarta parte. La energía liberada
XVIII. Una explosión de dignidad
XIX. El sol comienza a despuntar
XX. Nace el 15M
XXI. Los poderes se impacientan
XXII. No sólo propuestas, logros
XXIII. Un caudal inmenso
Biografía
Notas
Notas de la conversión
Créditos
Grupo Santillana
2Agradecimientos

A mi hijo, David Alonso, por su extraordinaria ayuda y su lucidez, los ricos debates, las discrepancias, los acuerdos, los objetivos comunes de avanzar y construir.

Gracias al resto del «equipo consultivo». A Àngels Martínez i Castells, que ha vigilado los conceptos económicos. A Juan José Aguirre, que, una vez más, ha cogido la lupa para revisar formalmente todo el texto. A Javier Valenzuela, por su repaso al capítulo de las revueltas árabes. A Carlos Martínez Alonso, a quien pregunté sobre la energía y los volcanes. A Víctor Martí, por su apoyo y la supervisión específica del 15M. A Lourdes Lucía, que también ha sacado tiempo para leerlo y aportar su conocimiento directo de los movimientos sociales.

A Rosa Pérez Alcalde, Marta Donada y todo el equipo de la editorial por hacer más de lo que su trabajo les exige.

A todos los compañeros de Reacciona por el estímulo que representó hacer ese trabajo conjunto.

A los de Twitter y mi blog por las alertas y las sugerencias que permiten no perderse las noticias fundamentales.

A todos cuantos luchan por un mundo mejor, más justo y equilibrado, porque es posible si nos decidimos a construirlo muchos, con constancia y juntos.

A cuantos vendrán con nosotros...

3Introduccion

Introducción. Bajo los volcanes

LA SUPERFICIE

Vivimos en una cultura social que sólo mira la superficie. Textualmente. Antes de los recortes presupuestarios a la investigación, se estudió con pasión y profusión el espacio, pero lo que hay bajo la corteza terrestre sigue siendo un terreno apenas explorado. Como razón prosaica, la falta de tecnología suficiente y, con más altas miras, priorizar ambiciosos anhelos como el saber de dónde venimos para terminar por entenderlo todo. La realidad transcurre, sin embargo, para la generalidad de los humanos a ras de suelo.

Sabemos que allá abajo la tensión, la compresión generan fricciones que producen energía. La mayor parte de las veces es una fuerza liberada que nutre la vida. Sólo de vez en cuando estalla en un fuego que funde rocas y asoma en ríos de lava como monstruo destructor, pero no podríamos vivir en la Tierra si ésa fuera su única manifestación. La energía posee en sí misma la capacidad de ser aprovechada. Y en usos tan positivos como para constituirse en savia y vigor.

Seguimos, sin embargo, atentos a la superficie y poco más. Lo que nada más tiene longitud y anchura, en definición de Euclides. Lo plano, aunque se erijan torres y se perforen pequeñas simas, inapreciables desde una mirada amplia. Superficies (grandes) llaman a los grandes centros del consumo. Planas son todas las pantallas, desde la televisión a los dispositivos de Internet. Plano es el modelo estético de esta generación: plano, escueto y con protuberancias artificiales.

Hueca, vacía, insustancial y liviana corre nuestra civilización. Externa, sin profundizar en el interior. No es casual, por tanto, que los grandes poderes e incluso una ciudadanía así adoctrinada ignorase las múltiples fricciones que se producían fuera de su mirada, la acumulación de agravios que subyacía bajo la aparente normalidad, el potencial inmenso también de ímpetu creador. Lo necesitamos. Porque también es la superficie la que acoge nuestra historia, nuestras realidades y nuestros sueños; nuestros afectos, nuestros gozos y nuestras desdichas, el hogar que queremos confortable para ser felices y crecer.

FRICCIÓN EN EL SUBSUELO

Tras el ignominioso espectáculo de una crisis provocada por las instituciones financieras que se salda a favor de ellas, en perjuicio de la población en general y con el apoyo de políticos —divorciados de la soberanía popular—, sustentado el tinglado por un periodismo que ya es el Tercer Pilar del sistema —con el económico y el político— en lugar de aquel viejo Cuarto Poder (el contrapoder al servicio de la sociedad), se han venido sucediendo conatos de rebeldía social, buscando un equilibrio.

Los motivos del descontento parecen evidentes. Sin embargo, la causa última se ubica más allá y más abajo, en la profundidad del germen. A investigar para domeñar sus desmanes, como si nos preocupara —y motivos da— algo más que el desconocido fuego del centro de la Tierra sobre el que, tranquilamente, nos asentamos sin reflexionar. Un cúmulo de fuerzas concatenadas, de movimientos ocultos cuyos efectos se notan y se sufren. Principios altamente activos: están cambiando el curso de la civilización.

El repaso a nuestra historia reciente nos muestra cómo todas las crisis del capitalismo se han gestado e intentado resolver siguiendo un patrón tan idéntico que resultaría tedioso describir si no fuera por sus dramáticas consecuencias para la población. De África a Latinoamérica, la Rusia de los virajes, el mundo islámico y, por fin, Occidente y sobre todo Europa. Nunca han funcionado las soluciones impuestas desde los poderes... salvo para llenar los bolsillos de unos pocos mientras se vaciaban, más aún que recursos, derechos. Ningún ajuste sacia su inmensa codicia, sólo que, merma tras merma, está llegando la anorexia social.

ERUPCIÓN

El siglo XXI ha hecho aflorar, a causa de todo ello, lo que forzosamente había de salir, lo que latía en el subsuelo: un malestar social, comunicado entre sí como nunca lo estuvo en la Historia. Desde la horizontalidad trepa y explosiona para hacerse ver, afirmar que existe y provocar cambios. Como el propio planeta demuestra, la furia infinita, la saturación de la paciencia, la fricción, terminan por estallar.

Bajo la vida primordialmente amable (o en siembra de miedo controlador) que —en apoyo del sistema— presentan los grandes medios de comunicación palpita el inmenso vigor de una energía que, en ríos subterráneos, infiltrándose por las grietas no controladas, en continua transformación, ha ido uniendo sus caudales, erupcionando incontenible, liberándose por donde más aprieta la presión. Casi cada día se arroja combustible desde el poder ciego y soberbio en forma de múltiples agravios.

El 15 de mayo de 2011 el volcán dormido despertó en el kilómetro cero de España, en la Puerta del Sol de Madrid, y en todos los soles de este país y más allá de nuestras fronteras, iluminando la larga noche. Aunque muy singular en sus características, no era ni la primera explosión ni la última. De hecho, la sociedad vive una convulsión que manifiesta en múltiples focos, como pocas veces en la Historia reciente.

Toneladas de lógica ira se han sedimentado donde no quiere ver el pensamiento oficial. La sociedad revienta, inevitablemente, por la presión acumulada, como una llama que busca transformaciones y lograr un mundo mejor para todos. Está ahí, nutriéndose a su pesar de ofensas e injusticias a diario, porque ni un solo signo indica un cambio de paradigma. Salvo ese estallido que se torna prometedor: el hartazgo de miles de personas que se rebelan, pacíficamente, ante un destino que ellas no han trazado y que no es inexorable. Lo que años de contención hacía que pareciese imposible de surgir, súbitamente resultaba imposible de contener.

LA ENERGÍA LIBERADA

Energía liberada, nueva, y ni políticos ni muchos periodistas aposentados saben qué hacer con ella. Intentar destruirla es tarea imposible; ignorarla, una temeridad; mejor dejarla fluir y extraer su provecho. Ella sola lo hará en todo caso.

Una larga travesía nos ha traído hasta aquí, merece la pena reseñarla —incluso en detalles que han pasado inadvertidos— porque sólo lo que se conoce se puede combatir con eficacia para cambiarlo. Algunos, cada vez más, ya lo están haciendo, veremos también dónde y cómo.

¿El futuro previsible? Hace cuarenta años Bob Dylan nos anunció un tiempo nuevo, señalando sus signos esperanzadores y sus contrapesos. Cumplía 70 el músico mientras ciudadanos españoles luchaban por su dignidad en las plazas de ciudades y pueblos. Y el himno de Dylan refrescaba su actualidad: «La gente empieza a juntarse por donde tú andas/ Y reconoces que las aguas han crecido a tu alrededor/ Y ves que pronto estarás mojado hasta los huesos/ Si tu tiempo tiene algún valor para ti, entonces es preferible que empieces a nadar/ o te sumergirás como una piedra/ porque los tiempos están cambiando».

Décadas de atropellos, en progresión ya insostenible, han emergido en fluidos de firmeza, calma y sensatez. Para zambullirse, avanzar y construir, de abajo arriba, desde la amplia base social, regenerando los cimientos de un sistema enfermo. Al que, inerte, se hunda lo engullirán las simas de la Historia.

La bola adivinatoria no sirve nunca. Sí los datos. Sí los hechos. Bajo los adoquines —y la arena, el cemento, la hierba, los campos sembrados, el barro o la tierra, el agua de ríos y mares, las nubes incluso— había rabia, pero también decisión, sensatez, ilusión y esperanza... energía.

¿Qué nos espera? Por múltiples razones habrá que aventar los esquemas tradicionales: es la lucha de lo viejo contra lo nuevo. El futuro muda cada vez que lo miramos.

Gestación, desarrollo, consolidación, futuro... complejos en un mundo interrelacionado. Todo edificio crece apoyado en sus cimientos; sólido, si la tierra no tiembla descontrolada, si no intentan destruirlo con toneladas de violencia e intransigencia... Y, aun así, nadie puede prever la fuerza de la energía liberada.

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Primera parte

Placas tectónicas

Chocan, se separan, se deslizan una junto a otra, interaccionan y así provocan deformaciones en la superficie. La fricción entre ellas produce succión, arrastre, simas o erupciones. Con frecuencia las placas no se trasladan en forma continua: se acumula tensión hasta alcanzar un nivel de energía que sobrepasa los límites y produce la sacudida brusca de la placa. La energía se libera como presión o movimiento; seísmos, volcanes cuando es titánica.

La sociedad, aunque no quiera verlo, se ve alterada por fuerzas muy activas. Económicas, políticas, mediáticas, de compleja estructura y variados matices. Todas influyen de una u otra manera. Se empujan o alían. Lo cierto es que vivimos un tiempo de grandes movimientos.

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I

El día en el que todo cambió para aparentar que seguía igual

El 12 de mayo de 2010 un José Luis Rodríguez Zapatero, serio y ojeroso, comparece en el Congreso. Sospecha —y así lo dice— que las medidas que va a proponer para «reducir el déficit público» un 1,5 por ciento entre el año en curso y 2011 son reformas que «la sociedad no va a entender». Lo que probablemente ignora es que está introduciendo la presión definitiva para que las tripas del volcán crujan, se revuelva el magma y estén al borde de estallar.

Regresa de Bruselas, de la reunión del Eurogrupo. Los periódicos traen en portada la llamada que ha recibido, el día anterior, del presidente estadounidense Barack Obama, quien —saliendo de su desinterés por Europa— le pide que «impulse las medidas concertadas por la UE para hacer frente a los problemas económicos». El comunicado que emite la Casa Blanca es taxativo, afirma que ambos mandatarios «trataron sobre la importancia de que España adopte acciones decididas como parte del esfuerzo europeo para fortalecer su economía y devolver la confianza a los mercados».

Cuando Zapatero elige su atuendo —traje gris claro y corbata rosa— medita sobre el trago que le aguarda mientras desayuna probablemente con el resto de la actualidad del día: Garzón acepta un cargo en la Corte Penal de La Haya para intentar evitar la suspensión a la que lo abocan las denuncias de organizaciones de extrema derecha por su investigación del franquismo y la trama de corrupción Gürtel. El conservador David Cameron toma posesión como primer ministro británico tras vencer en las elecciones que ha anticipado la renuncia obligada del laborista Gordon Brown. Hacienda denuncia que el PP de Valencia le ocultó 2,5 millones de euros en 2007. José Bono achaca las críticas a su patrimonio por ser «cristiano y socialista». El precio del barril de Brent sube un 0,46 por ciento y se sitúa en 80,49 dólares. Marsans —propiedad del entonces presidente de la patronal CEOE— paga finiquitos con cheques sin fondo. Endesa gana el triple que el año anterior por la «integración de renovables». La UE califica de ilegal la forma de aplicación del canon digital en España. Y, sin duda, el plan para «salvar al euro», dotado con 750.000 millones de euros, aprobado por la Unión Europea en su reunión del fin de semana.

El presidente socialista se ha resistido, parcialmente, a las «reformas» que le viene decretando Bruselas y, como se ve, todo el conciliábulo del poder mundial. Pero, con toda seguridad, le han puesto en el espejo a Grecia, a quien la UE y el FMI han prestado 110.000 millones de euros a cambio de recortes en el gasto público, en lo que han llamado «plan de rescate».

Zapatero afirma en la histórica sesión que las medidas son «imprescindibles» para aumentar la confianza en la economía española. Éstas se concretan en bajar el sueldo de los funcionarios un 5 por ciento de media, congelar las pensiones, excluyendo las no contributivas y las mínimas (que ha subido un 30 por ciento en su primer mandato), eliminar el cheque bebé —que había impuesto su gobierno—, la retroactividad de la Ley de Dependencia —otras aportaciones— o reducir la ayuda al desarrollo y la inversión pública en 6.000 millones. Suponen echar por tierra las apuestas de la primera legislatura y el programa electoral de la segunda. Las que intentaron paliar el gran déficit de confort social que teníamos en España frente a nuestros socios europeos. Hecho cierto que suena hasta extraño al escuchar con reiteración lo insostenible de nuestros «gastos» sociales. España era uno de los países con la inversión pública por habitante más baja de la UE de los Quince, la mitad de la media prácticamente. Cuando sí éramos tan ricos —per cápita, desde luego— como el promedio de todos ellos. La octava potencia mundial. Macroeconómica. Algún disgusto le costó a Zapatero tamaña osadía. En pugna con su ministro de Economía Pedro Solbes, el PP, y una legión de comentaristas que ya apoyaban «la austeridad», Zapatero llegó incluso a excusarse: «Sólo restan unas dos décimas al superávit actual del 1,8 por ciento del PIB» [...] «no van a costar ni un euro al bolsillo de los españoles»[1]. Alemania y Francia —con gobiernos conservadores— aún dedican casi el 30 por ciento del presupuesto a esas partidas, y no hablamos de cómo se vuelcan los nórdicos —inventores del Estado de bienestar— aún en sus ciudadanos. Pero se ha desatado una crisis internacional (a la que se añade una local que está desangrando el empleo) y Zapatero, además de anunciar esas mermas, reitera: «La voluntad del Ejecutivo es que se produzca una reforma laboral que favorezca y modernice el mercado de trabajo».

QUIENES MANDAN SON LOS PODERES FINANCIEROS

En el largo debate de la sesión y cuando ya ni gran parte de los medios informativos, ni los propios diputados —que huyen de escuchar a los grupos minoritarios sin la misma presencia de cámaras— se encuentran en el hemiciclo Zapatero admite —por primera vez y sin los habituales subterfugios y eufemismos utilizados por los políticos— que quien manda es el poder económico.

En respuesta a la réplica de los portavoces de las dos formaciones catalanas de izquierda (ERC e ICV), Joan Ridao y Joan Herrera, y a Francisco Jonquera del BNG que, como Gaspar Llamazares de IU, le han enumerado en un irritado grito gran parte de las medidas que faltaban en ese ajuste (control financiero, impuestos a las rentas más altas, entre otras), el presidente va desgranando estas ideas para las que cambia el tono a una sonrisa que busca complicidad: «Cuando uno está en la responsabilidad de gobierno y oye algunas de las intervenciones, las entiende, y seguramente yo podría hacer las mismas, si no tuviera todos los elementos de conocimiento de la situación. Le diré que no siempre los gobiernos pueden hacer, en determinadas circunstancias, todo aquello que desde fuera parece que se puede hacer». Aclara que incluso la primera potencia mundial, Estados Unidos, con la política progresista de Obama, «tiene una dialéctica difícil con el ámbito financiero y de los inversores, en definitiva, con el mercado. Las entidades financieras buscan el beneficio económico que, por definición, tiene poco de solidario».

¿Está admitiendo Zapatero que mandan los mercados? Parece que sí, porque menciona que la clave se encuentra en «los hechos que cambian en la realidad y que no dependen del Gobierno ni, por supuesto, de los que están en esta Cámara». Una grave afirmación, motivada por algo que no aclara: «¿Lo entendíamos así hace un mes? No. ¿Han pasado cosas que cambian la valoración? Sí». Un ultimátum en Bruselas y la llamada del presidente estadounidense. Si lo hubiera declarado abiertamente en un ámbito de mayor resonancia (y, aunque parezca mentira, el Parlamento no lo es cuando hablan los minoritarios), quizá nos hubiéramos ahorrado algunos disgustos. Y hubiéramos reaccionado ya a la constatación de que hay cosas que «no dependen del Gobierno ni, por supuesto, de los que están en esta Cámara», es decir, de alguien que no ha sido elegido democráticamente, como ha ocurrido en el caso de los diputados.

LA OPOSICIÓN NEOLIBERAL

La amarga realidad de la política española, con una oposición mayoritaria obstinada en ganar poder por encima de cualquier otra consideración, vuelve a dar la cara. Mariano Rajoy, líder del PP, ya anda haciendo declaraciones a la prensa que aparecerán al día siguiente: «Europa ha cantado las cuarenta a Zapatero», en línea con toda la plana mayor de su partido que desde hace días sugieren que el estado financiero de España es similar al de Grecia. En su intervención en el Congreso, Rajoy, que llevaba semanas pidiendo un recorte del gasto público, acusa al presidente de acometer un «gran recorte de derechos sociales» que en buena medida —sobre todo los que atañen a pensionistas y futuras madres, que destaca el líder conservador— son los que ha impulsado o mejorado el gobierno socialista por atender a la más estricta realidad. Rajoy afirma que no apoyará la congelación de las pensiones si antes el Gobierno no recorta lo que él considera «gastos superfluos»: subvenciones a partidos políticos, organizaciones empresariales y sindicatos. Rajoy aclara que (el ultimátum de la UE) es «algo que no habría ocurrido» si el presidente del Gobierno «hubiera actuado a tiempo» y hubiera seguido las recomendaciones del PP. Así no hubiera tenido que ser la Unión Europea —con mayoría del Partido Popular— quien «le impusiera» el recorte de su deuda pública.

Los votantes socialistas no comprenden, sin embargo, a Zapatero: ha debido dimitir antes de volver del revés como un calcetín su ideología. Inscrita su política, sin duda, en la corriente dominante del neoliberalismo, ha tratado hasta entonces, de alguna manera, de preservar un cierto espíritu de la socialdemocracia. Recortes que hay que aplicar de inmediato, más los nuevos que anticipa, como la llamada «reforma» laboral, o dejar intacta la injusta fiscalidad española, favorable a las grandes fortunas, acaban con lo poco que de esta ideología quedaba.

LA TIERRA SE MUEVE

El 12 de mayo de 2010 fue un día clave en España. Aquel en el que el presidente Zapatero comparece para contar —sin apenas contarlo— cómo ha cedido a la presión del poder financiero, obviando la fuerza que le han dado en las últimas elecciones más de 11 millones de votantes y poniendo en juego —aún más de lo que la crisis internacional y la propia lo han hecho— el porvenir de la mayoría de los españoles.

Como tantas otras veces, esta parte del debate pasará en buena parte inadvertida, los grandes medios informativos continuarán ocupados en las noticias del día siguiendo los esquemas de siempre, las conversaciones ciudadanas se dolerán de los nuevos ajustes pero evadirán la preocupación —si la hay— en los resultados del fútbol o los entretenimientos y los escándalos que muestran los programas de televisión o como mejor les parezca... O aumentarán su impotencia, o su rabia, o sus anhelos de lucha por una vida mejor para cada cual, e incluso para el conjunto de la población. Vivir (según lo que, mezclando todo tipo de valores subjetivos, uno entiende por tal), sobrevivir, vegetar. En elección posible o aceptando lo que venga. Una mezcla compleja, como lo es tanto el ser humano como la sociedad que forma. A veces olvidamos, sin embargo, las circunstancias que pueden modificar esencias, estados y propósitos. El mundo en superficie sufre las consecuencias de presiones que se gestan como auténticos volcanes o seísmos. La ciudadanía del siglo XXI se está viendo sometida a convulsiones de gran envergadura que actúan a la manera de terremotos sociales, lo que produce sacudidas que, en la práctica, nos dejan sin casa o sin trabajo aunque en apariencia todo siga igual.

6Cap2

II

Un mundo que se neoliberaliza globalmente

Rodríguez Zapatero ha justificado la adopción de medidas excepcionales para solventar problemas locales pero, de forma destacada, con el propósito de hacer frente a las consecuencias de una economía globalizada. Esa idílica aldea de todos que en la práctica ha arrojado grandes desequilibrios al haber universalizado apenas el escenario financiero. Es imprescindible conocer la historia de cómo se gestó, de los resortes que utiliza para mantenerse en esas condiciones, para entender incluso por qué habremos de trabajar hasta los 67 años —si es que podemos— en España.

SEMBRANDO PARA EL HOY. LA REVOLUCIÓN DE BERLÍN

El 9 de noviembre de 1989 marcará un punto de inflexión histórica en el curso del mundo: acaba la política internacional de bloques que, para bien o para mal, se contenían el uno al otro. Comprobamos que, tras el opaco Muro de Berlín, el temible guardián del comunismo organizado tenía los pies de barro. Ni «la joya de la Corona», Alemania del Este, se mantenía en pie, fruto de una caótica organización que sostenía precariedad para todos —con los servicios esenciales cubiertos— en un estado total de bancarrota en aquel momento. No se dolían de sus carencias, sin embargo, los sufridos germanorientales, sino de la falta de libertad. La protesta popular que se inició en verano en la iglesia protestante San Nicolás de Leipzig, con apenas medio centenar de personas, llevó el 6 de noviembre, lunes —sin Internet, ni por tanto redes sociales, ni siquiera teléfonos móviles—, a un millón de personas a las calles de Berlín. Cuatro días después se abriría el Muro. Como suele suceder, no fue un hecho aislado, sino una concatenación de ellos desde numerosos países del bloque soviético.

Aquella noche quien esto escribe tuvo el privilegio de ser la primera occidental que atravesara (con el equipo de Informe semanal y el embajador español en la RDA, Alonso Álvarez de Toledo) el Muro de Berlín franco tras 28 años de cerrojo, junto a jubilosos y asustados alemanes del Este. Todos nos unimos aquella noche de 1989 a los alemanes en las puertas abiertas de la libertad sobre las ruinas de la vergüenza que, sin embargo, no iban a suponer lecciones aprendidas. Con el Muro cayó la izquierda europea y así perdió votantes en cascada y el capitalismo se engrosó sin freno, imantando al socialismo. No por casualidad en Estados Unidos mandaba el republicano George H. W. Bush, que acababa de suceder a Ronald Reagan, y en Gran Bretaña Margaret Thatcher, los autores materiales, estos dos últimos, de la revolución neoliberal que iba a adquirir un carácter hegemónico en el mundo. La gran placa tectónica que sacudiría nuestros cimientos.

EL ASALTO NEOLIBERAL

El Consenso de Washington —un acuerdo clave— parte de un documento elaborado con premura extrema —o así lo parece— el mismo mes de noviembre de 1989 por John Williamson. Pensado inicialmente para América Latina, su título no puede ser más evidente: «Lo que Washington quiere decir por política de reformas». Al cónclave para aprobarlas acuden políticos y altos funcionarios, la Reserva Federal, el Banco Mundial y el FMI. Le sigue el Consenso de Bruselas para Europa que comienza a aplicarse a partir de 1990. Sus líneas básicas van a constituir el manual de actuación a partir de entonces: recorte del gasto público, reforma fiscal para favorecer a los más ricos, liberalización del comercio internacional, liberalización de la entrada de inversiones extranjeras directas, privatizaciones o desregulación.

Margaret Thatcher en la cúspide del poder en Gran Bretaña, Helmut Kohl en Alemania, Felipe González en España, François Mitterrand en Francia, que a la vez ostenta la presidencia rotatoria de la UE con Jacques Delors en la del Consejo, y George Bush senior que acaba de acceder a la presidencia de Estados Unidos.

En 1999 el demócrata Bill Clinton acude a prestar un gran servicio al proceso desregulador de los mercados financieros. Decide abolir definitivamente la Glass-Steagall Act de Roosevelt, que desde 1933 separaba la banca comercial de la de inversión e impedía que el capital financiero creciera sin control. Está asistido por un triunvirato relevante: en el Departamento del Tesoro, Robert Rubin (ex copresidente de Goldman Sacns) y Lawrence Summers, ex economista en jefe del Banco Mundial y ex asesor de Reagan, y Alan Greenspan, al frente de la Reserva Federal. Los servicios prestados tuvieron tan buena acogida que la revista Time señaló ese año a los tres como «El comité para salvar el mundo». Esta ley la había instituido Franklin D. Roosevelt para evitar que volviera a producirse una situación como la crisis de 1929. Vale la pena atender, en el preocupante momento que vivimos, a los argumentos que John Maynard Keynes, el fundador del capitalismo moderno (y algo más humano), empleó, en una carta, para convencer al entonces presidente de Estados Unidos (dos peligrosos «izquierdistas» como se verá): «Usted acaba de convertirse en fideicomisario de aquellos que, en todos los países, tratan de arreglar los males de nuestra condición por medio del experimento razonado y dentro del marco del sistema social existente. Si fracasa, el cambio racional se verá gravemente perjudicado en todo el mundo y lo único que quedará será una batalla final entre la ortodoxia y la revolución».

Llama la atención cómo se anticipaba su comentario a lo que había de venir. Estaban a punto de asomar ya por la puerta, entonces, Hitler y todos los fascismos. Sentaba sus reales en la URSS el comunismo totalitario. La política terminaría por reaccionar. Sin más remedio.

Como analiza Àngels Martínez i Castells en Reacciona[2] respecto a la ley de control suprimida por Clinton, «con su desaparición se abre una distancia cada vez mayor entre la economía financiera y la real. Desde finales de la década de 1970 la distribución de la renta —entre las del trabajo y las del capital— se inclina cada vez más a favor de los beneficios, lo que afecta a lo que Keynes llamó “demanda solvente”, es decir, la posibilidad de que se venda (y se cobre) todo lo que se produce. Desde la década de 1990 los salarios han disminuido su participación en la distribución de la renta a costa de los beneficios. Las caídas son vertiginosas en países como Reino Unido, Alemania y Estados Unidos. En concreto, en este país han perdido diez puntos, según datos de la Comisión Europea, Anexo Estadístico de la Economía Europea, primavera del 2010».

PRIVATIZACIONES

La consigna es debilitar el Estado para estimular intereses privados, altamente favorecidos en su tratamiento fiscal. Por tanto, una de sus primeras obsesiones es privatizar lo público «en aras de la libertad» —dicen—. El Estado de todos queda de esta forma únicamente como el árbitro que reparte tiempos en una carrera automovilística. O ni siquiera eso, porque también coartaría —es de imaginar— la libertad de los participantes. Y, eso sí, como ha demostrado la crisis que sufrimos, para entregar el dinero de los ciudadanos a las entidades con problemas —por su mala gestión—, dado que de otra forma no podrían ejercitar su libertad de ganar dinero en cantidades obscenas. Demuestran así que en ese liberalismo desvirtuado el Estado sí puede ser intervencionista. Lo primero, sin embargo, es privatizar, que los «inversores» puedan hacer negocio con los bienes que pagan los contribuyentes.

Resulta bastante asombroso que la sociedad en general no parezca asimilar la importancia decisiva de las privatizaciones del sector público en su propia vida. Asume las consecuencias pero no parece relacionarlas con su origen. Cree la falacia —cierto que se la venden magistralmente— de que con gestores particulares (de beneficios particulares) los servicios funcionan mejor, otro hecho que contradice la realidad. Y aun en el caso de que así fuera, siempre será menos costoso para el erario de todos los ciudadanos contratar a un buen gestor —por el sueldo que pida, incluso multimillonario si se quiere— que vender lo nuestro para entregar todos los beneficios a otros.

Si lo redujera en metáfora a su propia casa, el hecho le sería más visible. Uno adquiere mobiliario para su hogar, electrodomésticos, alimentos, ropa y, con el pago de una cuota, servicios de electricidad, agua, calefacción —si es el caso— o red de telefonía. Todo ello lo ha pagado de su bolsillo —igual que paga los impuestos—. Y, sin embargo, el presidente rotatorio de la comunidad, asistido por la Junta, abre la puerta de todos los domicilios, del de uno mismo, y poco a poco se van llevando las camas, las sillas o el frigorífico y la lavadora. También el sofá y los cableados de servicios. Como ya no contamos con nuestras pertenencias, aparecen unos nuevos propietarios que nos van a surtir de equivalentes o incluso de nuestras antiguas posesiones, pero obligando a pagar por ellas. Directamente o disfrazado en las cuotas. ¿Le suena a alguien el repago sanitario, una vez en impuestos, otra al acudir al médico? Ellos lo llaman copago pero es repago, ya lo hemos costeado previamente alimentando esa nebulosa —mientras no existe una ley de transparencia— que constituyen los Presupuestos gastados con el dinero de todos. Nos han dado a cambio un chocolat

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