Índice
Portadilla
Índice
¿Qué se le puede pedir a la vida?
Portadilla
Dedicatoria
Cita
La difícil sencillez
Introducción
La búsqueda interior
A la vida se le puede pedir lo que la vida puede dar
Nostalgia del infinito
El señor de la mente
Humildemente yo
El genio
Surfista
La pregunta del niño que va a nacer
Reflexionar sobre el tiempo
Las tres pipas
Una razón para vivir
El atrapasueños
Tenemos la palabra
Palabras con duende
Animales de compañía
Póngase en su lugar
Antinatura
No hacerse trampa a uno mismo
Lucha interna
En un centro de salud
Nobleza obliga
Compartamos el paraguas
¿Adónde vamos?
Sabia respuesta
El prójimo
Números rojos
Más que pan
La causa de la felicidad
Vulnerables pero invencibles
Vivir todos los días de la vida
Dos expertos
Tiempo al tiempo
Simplificar
Gratitud
Regalo de reyes
La voz del vacío
Al principio no existía el cero
Ponderar mucho, prometer poco
El vínculo
Parecemos hámsteres
Corazón de cebolla
Eran las siete de la mañana
Yo te bendigo, vida
Carta del jefe Seattle al presidente de Estados Unidos
Al borde de la intemperie
Generaciones
En dos palabras
Chivo expiatorio
A trompicones
La opinión ajena
Un día
Tomarse en serio
El mosquito y el elefante
Del éxito a la ruina
Su majestad el yo
Dar y recibir
La réplica
El valor de lo cotidiano
Situémonos
Nuestros mayores
Inaprensible conciencia
Alguna pregunta tonta
En busca de la paz
Cita con el destino
Flexibilidad
El labrador
Lenguaje interior
El resentimiento
Un interrogante
Gloriosos fracasos
Estamos perdiendo el norte
Problemas
Puntos de sutura
El mejor regalo
Un pequeño gesto
Guionista
Le oí contar a un anciano
Habrás triunfado
La esperanza como obligación ética
Conceptos
Preguntas y respuestas
Enseñar lo aprendido
De lo más fastidiado
Vivió y murió a su manera
La llave
Libres
Y...
Ojalá nos veamos en el paraíso Citas de cine
Citas de escritores y pensadores
Citas de canciones
Citas de obras clásicas
Poemas
Películas
Bibliografía
Mapa sentimental
Portadilla
Dedicatoria
El elogio de la reflexión
Prólogo, por Javier Sádaba
Ante el espejo
Alfabetización emocional
Educación prosocial
Desde la primera infancia
Piel con piel
Educación analgésica
Asignatura vital para resolver o manejarse en el conflicto
Un modo de existencia
El yo interdependiente
Comprometerse con uno mismo
Huir de mí
Sentimientos íntimos
Sentimientos colectivos
Concernidos por el prójimo
Leer el pensamiento y los sentimientos
La escucha en las relaciones interpersonales
Hablándonos
La voz interior
Climatología emocional
Bienestar psíquico
Humanos: caracterizados por el lenguaje y los sentimientos
Psicoterapia
Nos gusta sentir y consumir emociones
Las decisiones que tomamos
Verdad, belleza, bondad
La batalla más difícil
El suicidio
Sin emociones
Aturdimiento emocional
Susurro sentimental
Al borde de la vida
Pensamientos en el aire
El trabajo más difícil es el de pensar
Una mirada
Me sobrecoge la ópera
Instinto cósmico
Meando contra el viento
Empobrecimiento de la expresión oral
Violencia contra la mujer
Cortafuegos emocionales
La vida, por su brevedad, tiene un valor infinito
Educar en los sentimientos
Frecuentar el futuro
Memorias del futuro
Hoja de ruta
A modo de resumen
Anexos
I. Cine y sentimientos
II. Teatro y sentimientos
III. Lectura y sentimientos
IV. Música y sentimientos
V. Pintura y sentimientos
VI. Escultura y sentimientos
VII. Competencias necesarias para alcanzar una correcta socialización
VIII. Sentimientos individuales que cambiaron la historia
IX. Sentimientos colectivos que cambiaron la historia
Cita
Bibliografía
Índice temático
Índice de autores citados
Sobre el autor
Créditos
Grupo Santillana


A tantas y tantas personas de las que sin duda he obtenido estas ideas.
«Pidamos a la vida lo que la vida puede dar,
comprometámonos en su mejora».
«Que siempre nos acompañe un bolígrafo y un bloc para tomar notas, para clasificar lo que pensamos, para degustar y ser conscientes del tránsito vital».
«Reinventemos la vida y convirtámonos
en lo osible en forjadores del destino».
JAVIER URRA
La difícil sencillez
En realidad nuestra identidad está conformada con un conjunto de realidades, de vivencias y de experiencias, que se tejen como textos que nos componen. Somos no sólo lo que vivimos, también lo que leemos. Un conjunto de diminutas partituras se nos ofrecen para nuestra propia interpretación, como muestras de un jazz que hemos de improvisar sobre la base del legado que recibimos. Que alguien nos ofrezca una muestra de su repertorio ha de entenderse como generosidad. Cuando alguien nos muestra lo que le da que pensar, que vivir, que decir, lo que le emociona o conmueve inaugura un contagio que hemos de agradecer. Y nos sentimos convocados.
No hay voluntad de impresionar ni de exhibir sino de dar y de compartir. El presente libro está impregnado de una inequívoca bondad. Cuando más bien parece desaconsejarse tamaña reivindicación, nos encontramos con la originalidad, tan necesaria, de que no sólo es compatible la bondad con el vivir, sino condición de la belleza. Y me atrevería a decir que con la verdad. Siempre que no tratemos de hacer una lectura grandilocuente y nos dejemos impregnar por otra de las señas de identidad de este libro, la sencillez. Resulta realmente difícil acceder a ella. Tenemos una irrefrenable tendencia a confundir el sentido de algo con su complicación, creyendo que es lo mismo que su complejidad, o con su oscuridad, como si en la superficie no habitara la dignidad que supuestamente destinamos a profundidades de lodo. Bondad y sencillez escriben un conjunto de frases, citas, referencias que, sin embargo, se comportan narrando una historia, la de la vida vivida, la de la vida buscada, la vida que tal vez sólo se puede corresponder con la amabilidad del lector.
Por eso es tan sintomático que el libro contenga una serie de avisos. No son prevenciones, son una forma bien conocida, clásica, de conversación, la que se establece ahora entre Javier Urra y todo aquel que se sienta convocado a compartir este banquete, el de la búsqueda de fuerzas y de razones para vivir. Y no de cualquier modo, sino dichosa y gozosamente. En este libro de historias sólo en rigor se encuentra una, la que queda por contar, la que nos queda por vivir y la propia de cada cual. Por eso cabe decir que es una historia respetuosa con las elecciones que hemos de hacer, con las decisiones que poco a poco van labrando nuestra existencia.
No puede vivirse a la expectativa, sin correr la propia suerte, el riesgo, la aventura de la propia experiencia. Nadie vivirá nuestra vida, nadie morirá nuestra muerte, nadie dirá nuestra palabra. Y sobre todo nadie establecerá con los demás las relaciones que sólo son las nuestras. Nadie querrá al otro con nuestro corazón. Por eso este libro es una llamada al compromiso y a la responsabilidad de vivir de verdad. Y, en definitiva, hacerlo con intensidad. No es aconsejable dejar pasar de largo esta irrepetible posibilidad.
Para ello no hay receta, ni consignas. Nunca dejaremos de necesitar aprender. Y resulta indispensable entonces escuchar, que es más que oír un conjunto de dimes y de diretes. El murmullo incesante de la vida de los otros significa atender incluso a quienes ya no están o están por venir y esa solidaridad para con ellos les da una vida singular, que alienta a quienes juntos buscamos espacios en los que poder respirar, esperar y desear.
Este libro de gestos está trufado de guiños, de complicidades y de palabras al oído, que puede ser el oído interno. Los sentidos y los sentimientos se encuentran en un mar de dudas e incertidumbres que se ofrecen como sugerencias para proseguir la navegación.
Y, sobre todo, pone en cuestión una supuesta escala de valores sobre el éxito que parecen sostenerse en la acumulación. Aquí más bien se propone una suerte de desposesión, de despojamiento, que deja en evidencia hasta la desnudez la estulticia de vivir por los poderes, los honores y las riquezas, por expresarlo clásicamente. Abandonemos palacio. La calle, la mesa, el lecho son materia de vida de hombres y de mujeres, materia y forma para generar un espacio de libertad, que deseamos justo.
El presente libro para leer con música nos ofrece incluso sugerencias para hacerlo. Trae sus propias melodías y comprende que el lenguaje se hace espacio y movimiento, cine en el que reflejar nuestros sueños y recrearlos hasta inaugurar un nuevo modo de decirnos. Con estos retales hemos de componer nuestra realidad. Somos seres cotidianos que nos debatimos en un mundo que queremos mejor. Y en ello estamos. Y así la bondad y la sencillez no son debilidades, sino insurrecta transformación en la que nos incluimos. No vaya a ser que nuestra curiosidad nos conduzca a necesitar que todo sea diferente para seguir nosotros siendo los mismos. Quizá Javier Urra no puede dejar aquí de estar seducido por la educación como el mejor regalo, el verdadero legado. Pero bien entiende que la paideia ha de ser metanoia, es decir, debe empezar por la convocatoria a la transformación de uno mismo. Este libro que alienta está atravesado a su vez por una experiencia, la de lo sencillo y difícil que es vivir. Imposible vivir bien sin bien vivir. Al menos desde este texto.
ÁNGEL GABILONDO
Introducción
¿Qué se le puede pedir a la vida? Es una forma amable de preguntarnos con sinceridad hasta dónde nos comprometemos con la misma, cuál es nuestra capacidad para emprender aventuras, para profundizar, para sorber la existencia, poniéndonos en riesgo sin perder la cordura y el equilibrio.
Y qué aportamos nosotros a la vida, a la naturaleza, a los otros, qué legado dejaremos un día de éstos.
Sí, llegará un día en que será tarde para dar respuesta a esta pregunta.
Seamos valientes, miremos a la vida cara a cara, abracémonos a ella, preservemos nuestra independencia, pero no dejemos que el tiempo se pierda tontamente.
Vida social, vida íntima, el yo en conjunción con el universo. Sin buscar afanosamente atracarnos de gozo o placer. Sin buscar ser únicos, sino parte de un todo, de ser parte insignificante pero insustituible de un cosmos inimaginable, inabarcable en tiempo y espacio, sabedores de nuestro ser, de la defendible dignidad, de una libertad tan relativa como cierta.
La vida es la que es, o en gran medida la que decidimos que sea, porque ¿es igual la vida para todos? Ciertamente la vida no es justa, nada tiene que ver nacer en una época, en un lugar, en una familia, en una clase social, o con una dotación genética, pero, más allá de lo que entendemos por azar, nos cabe actuar, implicarnos, jugar la partida, girar el tablero; al fin, llevar la vida en los propios brazos y en lo posible dar pequeños golpes de timón a nuestra singladura.
No estamos predestinados, somos actores de esta vida que pudiera ser única. Seamos, pues, conscientes de nuestro existir y tomemos decisiones. Anticipemos si el último día valoraremos como positivo nuestro discurrir vital y mientras tanto sintamos cada día y a cada rato que vivimos plenamente.
No matemos el tiempo, no nos dejemos atrapar por el aburrimiento, la monotonía, innovemos, recreémonos.
Estimada lectora y estimado lector, gracias por dedicar un tiempo de su vida a leerme, a pensar, a sentir sobre lo escrito. Cada frase ha sido elaborada con mimo para que tenga valor por sí misma. Me he basado en grandes pensadores, en filósofos, en los clásicos, dándoles el toque psicológico que me es propio. Asimismo, junto a ideas personales y acontecimientos que he vivido, he enriquecido el texto con bellas historias, leyendas, fábulas —cuyo título aparece destacado en el texto en cursiva y con capitular— que se han transmitido de generación en generación y que condensan mensajes importantes, enseñanzas plenas para el hoy y el mañana.
La búsqueda interior
Amiga o amigo lector, me dirijo a usted, conversemos. Hemos nacido para la ayuda mutua, alimentemos nuestra intransferible relación, preservemos la intimidad. Dialoguemos mediante las palabras, uno con otro, pero también conmigo mismo mediante el pensamiento; sintámonos.
Conscientes de nuestra finitud, reflexionemos sobre el denominado misterio de la vida y la muerte. Iniciemos una búsqueda de sentido interior que aleje el absurdo, mostrémonos tal y como somos, simplifiquemos, aspiremos a la sencillez, recreémonos en el agradecimiento.
Aprendamos a vivir, que las ocupaciones diarias no impidan la paz interior, tomemos decisiones de manera voluntaria, orientemos libremente nuestra existencia. Defendamos el equilibrio interno sin permitir que las circunstancias placenteras o dolorosas lo alteren gravemente, emitámonos ideas positivas para contrarrestar el impacto de tantas negativas que nos bombardean desde el exterior. Regalémonos cada día la esperanza mediante la generación de nuevas ideas y proyectos, tomemos conciencia de que cada momento es único.
Lector o lectora, no conozco su edad, es igual, aprendamos a valorar la importancia de cada etapa. Aprovechemos cada oportunidad para mejorar, seamos auténticos, alegrémonos con los demás y compartamos las tristezas; la vida no tiene sentido, no merece la pena sin un buen amigo, un vínculo de lealtad con el que compartir el deambular. Aprendamos a convivir con la incertidumbre y desarrollemos el arte de la espera.
Confío en que usted como verdadero interlocutor argumente a favor o en contra de lo que sostengo, que lejos de una lección magistral es para ser discutido. Como en todo proceso de aprendizaje, perseverar depende únicamente de la voluntad, sí, lo que nos ocupa exige de usted y de mí esfuerzo e interés, pero, no lo dude, nos aportará felicidad, algo que va mucho más allá del placer, pues se trata de un bien humano y por ende del alma (aunque debiéramos definir esta entidad inaprensible, discutible, pero que creo se percibe). Para conocernos a nosotros mismos y en algo a aquellos con los que nos cruzamos contamos con un legado estupendo de los filósofos clásicos, a los que voy a invitar para que alumbren nuestro discurrir.
A la vida se le puede pedir lo que la vida puede dar
A la vida se le puede pedir lo que la vida puede dar, así de claro. Puestos a portar una pancarta, que ponga: No a la mentira vital. Una vez que contamos con la licencia para vivir y conocedores de que los determinantes genéticos existen, y junto a los límites de lo posible enmarcados por la biología, nos queda darle significado. Hay que aprovechar esta única (creemos) oportunidad, iniciemos esta lección, este ejercicio de valentía; la vida se entreteje de ilusiones con las que construimos los sueños.
Lectora o lector, su vida es suya, no la entregue a desconocidos, viva con detenimiento (ésta no es una carrera de velocidad), plantéese qué merece ser recordado, busque estar en paz consigo mismo, pregúntese ¿doy gracias a la vida? Compartirá conmigo que la vida se puede medir por la intensidad con la que se vive, que el tiempo perdido es irrecuperable, que actuar es vital en un mundo lleno de posibilidades; nos cabe rebajar la necesidad de sensaciones, dejar de mirar al futuro poniendo en riesgo el presente al llenarlo de ansiedad; imaginar, sí, imaginar situaciones que generan bienestar. La verdad es que recibimos vida cuando la entregamos y que lo que hacemos con nuestra existencia conforma la historia colectiva.
Perdóneme porque lo hasta aquí comentado y lo que continuará es opinable, no me permitiré afirmar como si de principios universales (como el día y la noche, las mareas o la ley de la gravedad) se tratara y es que la propia existencia es una incógnita, la vida en sí es incierta, la seguridad es una quimera, el destino se ríe de la probabilidad, sabemos que nunca nos entenderemos del todo y que lo humano se caracteriza por ser frágil.
En un profundo y reducidísimo lugar del inabarcable macrocosmos, unos pequeños e indefensos seres nacen, crecen, ríen, lloran, se marcan objetivos, prometen, aman, se comunican gestual, verbalmente y por escrito, aprenden a decir no, en ocasiones se reproducen, siempre mueren (lo saben y lo anticipan) y además se sienten grandes, a veces (las más) el centro de la creación; somos usted y yo, los seres humanos. Ayer, hoy y mañana la vida será ese fugaz destello de luz en el que nos creemos escultores de nuestro destino, pero es poco más que el aroma a tierra mojada que nos retrotrae al pasado, un latido de trascendencia, breve juego el de la existencia.
La vida con alrededor de treinta mil días —si las cosas van bien— se mide por lo realizado. ¡Póngale entusiasmo! ¡Comprométase! Debiéramos contabilizar sólo como vivido el tiempo ilusionado y emocionado, la vida es elección, por tanto, un dilema; hemos, por ende, de capacitarnos para comprender y variar el devenir, sabedores de que la historia no está escrita de antemano. El mundo que nos rodea lo creamos en parte con el pensamiento, construimos el futuro cada día, nuestro recurso es el ahora.
Amar la vida, saborearla. Vale la pena vivir por una tertulia, una caricia, una sobremesa, un paisaje, un viaje, un libro o una sinfonía. Vivir en plenitud de forma deliberada, saber que para preservar el equilibrio precisamos el cambio, elegir la actitud, actuar como lo mejor que uno es.
Quisiera transmitir que cada amanecer es el inicio de una aventura, cuando nuestra mente y nuestra conducta descubren un mundo nuevo al que hemos de abrirnos con cierta dosis de ingenuidad. Una aventura compartida. Seamos reflexivamente conscientes de que vivimos, hagámoslo con naturalidad, sin analizar inquisitivamente, vivamos incondicionalmente, la vida no nos puede ser indiferente.
Estar vivo es mucho más que no estar muerto, es nacer a cada instante, conocedores de que la vida es efímera, fugaz, apreciemos el milagro de vivir con pasión enamorada. Remansemos el presente, hagamos las paces con el pasado, aprendamos a fluir, propiciemos motivos para el agradecimiento, elijamos alguno de los futuros posibles, pues somos memoria del futuro, todavía intacto. Paradoja temporal, es en el mañana donde se encuentran el hoy y el ayer. Quizá sí hay una segunda oportunidad. Compañera y compañero de lectura, acordemos que no se trata de dar sentido a la vida vivida, sino desde el inicio ir orientándola para vivirla como propia.
Nostalgia del infinito
Nostalgia del infinito, eso somos. Precisamos levantar los ojos, mirar las estrellas, confundirnos con el universo y preguntarnos por el sentido que estamos dando a nuestra existencia. La vida, que es un gran enigma, debe aliñarse con imaginación y fantasía, lo que permite ensanchar su horizonte; al final, la existencia es susceptible de muy variadas interpretaciones. Considero que lo importante en la vida es el sentido, no el éxito, y que cada día creamos nuestro destino. Además confío en no sufrir remordimiento por haber vivido.
Tenemos por delante un trayecto relativamente corto, incierto e inexplicable, nos cabe encontrar el camino o abrírnoslo, dar un primer paso, aprovechar cada oportunidad, pues, al igual que acontece con el amanecer, si se llega tarde ya se ha ido. Buscamos no vivir en vano, nuestra vocación es alcanzar la felicidad, pero para ello hay que atreverse y darle más sentido realizando un mayor número de actividades significativas. Precisamos un proyecto que nos ilusione, pues somos lo que nos queda por vivir, habitantes del futuro —aun a tiempo parcial.
Creer que se puede es casi poder, nos cabe motivarnos, proyectarnos hacia el mañana, construir un porvenir, soltar amarras del pasado para atisbar un sueño. En general nuestra vida es reflejo de nuestros pensamientos (aunque no siempre), erradiquemos, por tanto, el adjetivo de los impotentes: imposible. En cambio, incentivemos la esperanza como la confianza de conquistar el futuro. Sintámonos cómodos con la propia existencia, sabedores de que hemos sido obsequiados, creemos un bucle de retroalimentación, vivamos según nuestra elección, decidamos (¡insisto!) la actitud personal ante la totalidad de las circunstancias.
Compañera, compañero, miremos a la bóveda celeste, recordemos nuestro humilde origen evolutivo y no escupamos al firmamento; en nuestra naturaleza de mortales está ensalzar lo que se perdió, pero debemos ser activistas por un mundo libre de quejas. Desde el gusto por la vida, hemos de legar el futuro, convencidos de que ya vale la pena haber vivido, contemplando lo acontecido con cariño.
Incidentes, accidentes, contingencias, causas y efectos, más causalidades que casualidades. Vida para ser examinada, que hemos de fabricar con las propias manos para ser abrazada con una sonrisa, pues no saldremos vivos del encuentro. Vida que vemos como una película a la que llegamos tarde y de la que hemos de irnos antes de que termine. ¡Escojamos al menos la película!
Y dado que la vida es inevitable, estrenémosla con admiración e ingenuidad infantil. Es un regalo, un escenario incesante de aprendizaje. No seamos esclavos de nuestras costumbres, de la profecía autocumplida, ni de la libertad; no endeudemos la vida, no nos alojemos en la existencia de alquiler.
Creo que en gran medida la vida se construye de dentro afuera, que la vida es para vivirla, que nunca es aburrida (aburrido es el que se aburre o «mata el tiempo»). No tengo claro si es una carrera de fondo o si somos peregrinos, pero sí sé que su alma se encuentra en lo sencillo, que tiene sus tiempos, que está impregnada de belleza, por eso hay que aprender a disfrutar, estar en contacto con la naturaleza, comer cosas que nos gustan, escuchar música, pasear, ayudar a quien lo necesita, reírse más, disfrutar con la lectura, pisar charcos de lluvia...
Hemos de redescubrir la realidad, asombrarnos de nosotros mismos, mostrar los sentimientos, sonreír a la vida, confiar en que sucedan cosas agradables, mirar hacia delante, proyectarnos en el futuro. Pongámonos a hacer, sepámonos eficaces en el mundo sin por eso querer pasar a la posteridad. La vida exige un propósito y un sentimiento de interdependencia con los demás.
Podemos contemplar libremente lo posible, marcarnos metas que nos ilusionen, creer en un sueño y luchar día a día por conseguirlo, la meta está donde uno la sitúa.
He comprobado que se alcanza casi todo lo que de verdad se desea, que los sueños pueden materializarse. Para eso debemos asegurarnos de que cada paso que damos va en la dirección del objetivo al que aspiramos, podemos provocar el mañana desde el ahora, con nuestra psicohistoria, disfrutando de superar las dificultades, valorando el reto, desechando la creencia en la suerte, pues es arbitraria, ilógica y no depende de uno mismo.
Estimada compañera o compañero de viaje, permítame que en esta nuestra silenciosa conversación incluya algunas leyendas, pues de su mano aflorarán pensamientos inteligentes y sentimientos hermosos.
El señor de la mente
Me contaron una vez que en una tribu perdida en las montañas, allí donde dicen que se acuesta el sol, había un hombre sabio muy respetado al que le preocupaba que muchos hombres del poblado saliesen a cazar desde que amanecía hasta que anochecía, olvidando que tenían mujer e hijos.
Reunió a todos estos varones en el centro del poblado y les enseñó una gran olla donde día a día se preparaba la comida, alcanzó unas piedras gordas, redondas que llamaban cantos rodados y que cogían de los ríos que por allí regaban las tierras de agua. Llenó poco a poco el cuenco de piedras y les preguntó: «¿Creéis que cabe algo más?». Uno de los reconocidos cazadores contestó: «No, seguro que no cabe más». Entonces el hombre al que llamaban «el conocedor de la mente» sacó de debajo de una manta que tenía al lado unas piedrecitas y las dejó caer en la olla, éstas se fueron introduciendo entre las grandes piedras. Todos miraban sorprendidos, entonces el hombre que tanto pensaba les preguntó: «¿Creéis que cabe algo más?». Alguno en voz bastante baja dijo: «Creo que no». En ese momento el hombre que siempre miraba con atención y escuchaba interesado cogió un puñado de arena y lo depositó en el cuenco que ya estaba —o parecía— lleno, y para sorpresa de todos la arena fue introduciéndose entre las piedras grandes y pequeñas.
El sabio preguntó: «¿Cabe algo más?». Todos callaron. El hombre que aprendía de la naturaleza, de los animales, de las mujeres y hombres de ese y otros poblados cogió una vasija con agua y con delicadeza la vertió en la olla, el agua penetró y humedeció la arena y las piedras. Entonces este hombre que hablaba tan bien preguntó: «¿Qué habéis aprendido?». Un cazador joven y fuerte dijo con seguridad: «Que por más que se cace siempre se podrá cazar más».
El hombre que estudiaba la mente le dijo con seriedad: «No has entendido nada. Lo que os he mostrado es que para que quepa todo hay que realizar primero lo más importante y lo más importante es estar con vuestros hijos y con vuestras mujeres; el resto vendrá por añadidura».
Pasaron muchos días y sus consecuentes noches. Una de ellas, mientras estaba alrededor del fuego, se le acercaron algunas mujeres y varios hombres para preguntarle cómo serían sus hijos de mayores.
Al día siguiente reunió a los niños y los hizo sentar en el suelo; dio a cada uno un dulce muy rico que había preparado con chocolate, miel y hierbabuena y les dijo: «Os doy a cada uno un pequeño dulce, miradlo pero no os lo comáis hasta que regrese, pues voy a por otros dulces que os daré si no os habéis comido el que tenéis delante». Unos niños se quedaron absolutamente quietos, otros se taparon los ojitos (pero no comieron el dulce), y otros se comieron inmediatamente tan gustoso bocado.
El hombre que quería ser sabio dijo a madres y padres: «O educáis bien o aquellos cuyos hijos se han comido el chocomiel aromatizado tendrán problemas, pues vuestros descendientes no saben dominarse y dejar para más tarde algo que les gusta con la condición de obtener otra recompensa mayor». Concluyó: «En todos los poblados hay niños que gritan: “¡Lo quiero aquí y ahora!”. Serán un problema para ellos mismos, para sus padres y para el resto».
Muchas lunas pasaron y un día que todos estaban de fiesta preguntaron hombres y mujeres del poblado al hombre que aspiraba a ser sabio: «¿Cómo entiendes la vida?». Este aprendiz ilusionado contestó: «Un día un hombre viejo lleva de la mano al hijo de sus hijos mientras cruzan sobre las rocas el cauce de un río. Pasan algunas estaciones de lluvias, de sol y el niño ya joven ayuda al padre de sus padres a cruzar el río, pues la vista está cansada y las piernas no son ya tan seguras».
Un día el señor de la mente se puso a hablar a los niños del necesario amor a la naturaleza, también a esa especie animal llamada humana que sabe compartir sonrisas, usar las palabras, compadecerse por el dolor ajeno, recordar con nostalgia, imaginar el futuro y mirar a las estrellas intuyendo que allí está nuestro destino. Cuando se dio cuenta, estaba rodeado de todo el poblado, de niños y no tan niños. Se sintió tan feliz que lloró y les contó que hace mucho pero mucho tiempo un hombre estaba tumbado cerca de un árbol y no tenía nada, pues vivía en una cabaña hecha con cuatro maderas. Pasó un hombre rico (tenía cabras y vacas y campos de trigo), se paró al verlo y le preguntó: «¿Qué es lo que deseas?». Y ese hombre sencillo le dijo con cariño: «Que te retires a un lado para que sigan dándome los rayos del sol».
Otro día (la vida tiene muchos y variados días) el hombre que estudiaba lo que los otros pensaban y sentían invitó al resto del poblado ante un fuego que había encendido. Todos creyeron que iba a prepararles una recia carne o un fresco pescado. Pero no. Cogió un huevo de gallina e hizo un huevo duro. Después cogió el unto que se obtiene con leche y huevo batido (hoy lo llamamos mantequilla) y lo puso al fuego. Se derritió. Ésta fue su moraleja: «Con el mismo fuego se puede endurecer o derretir. Cada niño, cada persona es distinta y la misma educación desemboca en distintas conductas». Todos sus convecinos (auténticos admiradores) entendieron.
Otra tarde les contó que un hombre mayor y otro más joven caminaban hacia el horizonte y el horizonte se alejaba y caminaban pero no alcanzaban el horizonte. El joven exclamó: «¡Nunca alcanzaremos el horizonte!». El mayor le indicó: «Así es, pero nos permite avanzar». La moraleja, la lección es clara.
Cuando el sabio se supo mayor, se retiró al bosque, tranquilo, relajado, a descansar para siempre, contento de haber aprendido tanto, de haber conocido a mucha gente y de haber enseñado aquello que sabía (porque se lo había oído posiblemente a los viejos del lugar que contaban cuentos y leyendas).
Sonrió, pues su vida había tenido sentido.
Humildemente yo
Humildemente yo busco compartir el arte de amar la vida, de ser actores y no espectadores en una obra que admite pocos ensayos, que unos definen como tragedia y otros como comedia con mal final. Usted y yo precisamos apropiarnos de nuestra propia vida, que no pase a nuestro lado mientras realizamos otros planes.
Entiendo que debemos forjarnos una imagen de cómo quisiéramos ser, pues facilita serlo y pensar día a día en cómo mejorar, desplegando el buen humor, la solidaridad y mecanismos de defensa, como la sublimación. Sería además magnífico definir correctamente nuestro sentir y nuestro pensar, marcarnos unos claros objetivos, aprender de la experiencia y evaluar con periodicidad cómo va nuestra cuenta de resultados afectivos, profesionales y de ocio.
Hemos de comprometernos con nuestro crecimiento personal, aprender a autogestionarnos, defender la independencia, responsabilizándonos de nuestros actos, saber envejecer, convertirnos en hacedores de nosotros mismos. Precisamos capacidad de análisis para saber discernir, clasificar, combinar lo que nos ofrece la vida. Para formularnos preguntas que un día se irán conformando en respuestas. Y desde luego para desafiar a los pensamientos derrotistas. Hay que echarle ganas, pues en la escuela de la vida la responsabilidad es del alumno, no del profesor.
Nos salva el humor, pues de otra forma se adueña de nosotros la tristeza si pensamos que la vida es ir dejando atrás lo vivido. Ser simpático, ése es el secreto para ser querido y aplaudido. Sonreír es un imán pro social, un pasaporte que abre todas las fronteras, un gesto honesto. La magia de la sonrisa inicia conversaciones, amistades, amores y concluye debates, discusiones, disgustos.
Somos nosotros mismos los que hemos de encontrar las motivaciones para descubrir la alegría de vivir, fortalecer la buena disposición de ánimo y contribuir a la esperanza. Nos arrepentiremos de lo que dejamos de hacer.
Considero que ser feliz es una decisión, hay que proponérselo. La vida feliz no es una suerte o un don, sino la combinación de la herencia educativa y el logro personal. La felicidad es episódica; no se encuentra, se crea y, cuando se comparte, en lugar de disminuir aumenta.
Ser es buscar la felicidad en lo sencillo, hacer que lo extraordinario sea parte del acontecer diario, aceptar los malos momentos, crecer, conquistar la libertad día a día, no repatriarse en momentos gozosos ya vividos, sino recorrer el camino, apasionarse por descubrir un fugaz destello de luz. En algo la vida se asemeja a un eco: si lo que escuchas no te gusta, presta atención a lo que emites.
Recuerda que aquello que es importante para ser feliz no se puede comprar y que compartir alegría supone doble alegría y que repartir dolor, sin embargo, es medio dolor. La vida sencilla proporciona el mayor de los placeres, que llega sin duda como recompensa al trabajo y al sacrificio.
No debemos vivir en el paraíso de los necios, seamos conscientes de que toda posesión puede perderse y de que una de las causas del sufrimiento es la obsesión por el dinero y el patrimonio. Vayamos más allá de los deseos, tomemos conciencia del valor de la existencia, orientémonos a la cooperación y la convivencia armónica, cuidemos a aquellos que queremos, cultivémonos intelectualmente y eduquémonos el carácter. Avivemos el placer del aprendizaje y la adquisición de nuevos conocimientos que amplían el horizonte de libertad, indaguemos en la filosofía como medio para alcanzar el bienestar del alma o para zarandearla.
Usted y yo somos dueños de volver al lugar de donde hemos venido, de que nuestra existencia no sea una mera supervivencia, sino una vida propiamente humana, de la que seamos protagonistas, asumiendo la coherencia interna respecto a unos valores y unas normas éticas defendidas.
Comenzaba este texto con el título Humildemente yo. Y me pregunto: ¿es la humildad un valor en decadencia? Creo que la soberbia debe sofocarse con más prontitud que un incendio. No somos más que una parte de un todo, un pequeñísimo reducto de un continente, nadie es en sí una isla, nadie. Lo más bello de nuestra existencia es ser útil al prójimo, en ese momento somos fértiles.
Humildes, sí, pues somos únicos, pero no podemos permanecer en nuestra soledad. Miremos alrededor o mirémonos al espejo y veremos una tipología y un número de estúpidos casi infinito que se sienten orgullosos de serlo, rematadamente tontos que se adornan de datos e historias aprendidas, pero incapacitados para obtener conclusiones o trascender de la anécdota, ilusos que creen comprender el mundo y elevan el tono de voz.
En ocasiones el peor enemigo es uno mismo. Ya voy teniendo edad para aprender a dudar, para plantearme si la nada, su ininteligibilidad, es nuestra mayor ocasión para superarnos en nuestra relatividad. No soy el que fui y no seré el que soy.
Vivo siempre en un instante donde nacimiento, vida y muerte se solapan. Intuyo que se trata de ser o no ser, de permitirnos ser libres para pensar, hablar, actuar y corregirnos, de tomar conciencia de las cosas sin poder controlarlas y por ende zambullirnos en la angustia.
El genio
Se cuenta que un pescador encontró una lámpara de la que liberó al genio y éste en agradecimiento le indicó: «Pide tres deseos y te los concederé».
El pescador pensó durante un tiempo y dijo: «Hazme lo suficientemente inteligente para que la elección que realice con los otros dos deseos sea perfecta».
«Hecho», dijo el genio. «Y ahora ¿cuáles son esos dos deseos?».
El pescador volvió a meditar y contestó: «Gracias, ya no tengo más deseos».
Surfista
Surfista para desplazarse por la vida, sintiéndose en alguna medida dueño de la misma. Cuando tenemos un propósito claro formulado con convicción, ese estado mental se abre paso encontrando apoyos y sinergias tanto de las personas como de las situaciones. Sepamos adónde queremos ir y hasta dónde debemos llegar.
Desarrollemos el proyecto vital, encontremos un motivo en el que proyectarnos, pues de otra manera maduraremos y envejeceremos pero sin historia. Fabriquemos nuestros sueños trenzando las ilusiones, sabedores de antemano de que sólo alcanzaremos algunas metas y que las satisfacciones llegarán desde distintos contextos.
Para que los vientos nos sean favorables precisamos saber previamente adónde vamos, superar diversos fracasos, sacar provecho de los errores (como el de navegación que propició el descubrimiento de América), perseguir el objetivo con tesón, organizar correctamente el tiempo dedicando algo del mismo a pensar en cómo dotarnos mejor para afrontar el desafío de vivir.
Se disfruta al menos tanto del placer en el progreso dificultoso y lento hacia la meta como al conseguirla. Para alcanzar el éxito deberemos aunar optimismo y realismo, cuidando de que no se fatiguen las ideas o se agosten las ilusiones. Partimos de que vivimos para algo, de que tenemos una misión y que hemos de encontrar las tres p (propio, proyecto, personal).
Sabedores de que las posibilidades son casi infinitas, que la vida es una elección permanente, asumamos responsabilidades, marquémonos pequeñas metas y grandes objetivos, aceptemos el compromiso con un proyecto vital que aúne lo racional y lo emocional; en búsqueda de la verdad, actuemos, pues la oportunidad no admite aplazamiento y digámonos con asiduidad: querer es poder.
Perdamos el miedo al miedo, exiliemos la fatalidad, aceptemos que el azar también juega. Vivir es arriesgar, seamos conscientes de lo que sucede y de la respuesta que damos. En realidad nos sentimos indefensos ante fuerzas externas, pero podemos cabalgar sobre las olas de los acontecimientos. Empleemos la inteligencia emocional, buena compañera en tiempo de bonanza, imprescindible en tiempos tormentosos. Aclimatemos el deseo a la realidad, no desesperemos; distingamos lo importante de lo urgente; mostremos en ocasiones desapego, permitiendo que todo se desarrolle con naturalidad.
Es importante darnos cuenta de cómo interpretamos lo que nos ocurre; por tanto, valoremos los problemas como pasajeros, relativicemos, no dramaticemos, seamos responsables y en consecuencia juguemos a vivir, pues una herida no es un destino. Aprendamos a superar las borrascas en tiempo de crisis, practiquemos la adaptación. No se trata de quejarse, sino de propiciar soluciones (cierto es que mientras algunos gritan en la oscuridad, otros encienden una vela).
Habremos de sobreponernos a las contradicciones existenciales para no quedarnos colgados de algún recuerdo. Preparémonos para afrontar las inclemencias de la vida, para resurgir tras la caída, para ser proactivo, ocupándonos en lugar de preocupándonos, aceptando lo inevitable, armándonos de paciencia ante la adversidad, propiciando elasticidad suficiente para recuperarnos de los reveses. Los traumas no admiten reversibilidad, pero sí metamorfosis. Dejan una huella que no determina, así que podemos darle otro sentido haciéndola soportable e incluso con sentido. Esto nos hará más fuertes, pues conseguiremos hacer palanca valiéndonos de nosotros mismos. No hemos de perder la capacidad de sufrir, de esperar, de sobreponernos, de albergar la esperanza, de olvidar o atenuar las malas experiencias. Aferrémonos a la normalidad, seamos valientes con nosotros mismos. Ante el vaivén vital sigamos soñando con el futuro.
A veces hay que sufrir y luchar cuerpo a cuerpo con el destino. A veces se nos resbala la vida y habremos de restañar las heridas. No podemos erradicar el dolor, ni evitar el sufrimiento, eso no se le puede pedir a la vida, pero sí un bien común como es la esperanza y la capacidad para elegir lo menos malo.
No podemos pasarnos la vida rumiando problemas y desgracias. Una vez apreciada la breve transitoriedad, seamos disfrutones y afrontemos el riesgo. Vivir es siempre sobreponerse, es ir de crisis en crisis, por eso hay que echarle coraje; siempre nos cabe un esfuerzo para la reconstrucción parcial de nuestras vidas.
Aceptemos la realidad que también se compone de dolor y de mal. Aprendamos a despedirnos. Seamos conscientes de que contamos con la capacidad para hacer frente a las adversidades, para superarlas o incluso para ser transformados por ellas y así alcanzar un nivel de conocimiento superior.
Vencer los contratiempos nos dignifica, nos fortalece hacerlo con una sonrisa cómplice, conocedora de lo que es la vida y lo que se le puede exigir. Nos confiere una elegancia personal, un halo de humanidad que nos hace olvidar nuestras miserias y nuestras limitaciones.
La pregunta del niño que va a nacer
¿Merece la pena?
Reflexionar sobre el tiempo
Se equivoca la urgencia. Es importante deconstruir el tiempo cronológico y construir el psicológico. Hoy erróneamente se quiere ser súper en todos los ámbitos —ya sea en el sexual, el relacional, como padres, como profesionales— y se acaba estresado, agotado y con un preocupante sentimiento de que la vida no se dirige, sino que nos atropella. Un día a solas nos preguntamos: ¿hacemos lo que queremos hacer?
Es verdad que las horas, los minutos no han de volver, pero no es menos cierto que todo mañana se convertirá en ayer y que la pérdida del ahora es la pérdida del ser. En fin, que el tiempo no se puede domesticar. Si bien todos tenemos veinticuatro horas cada día, lo que nos diferencia es la creatividad para utilizarlas.
Reflexionar sobre el tiempo considero que puede ser hasta una forma de disfrutarlo, puesto que sin tiempo todo ocurriría a la vez. Debiéramos interpretar la vida como lo que es: un viaje. No se trata de alcanzar una estación siempre huidiza. Desde esta perspectiva pudiéramos llegar en algún momento a ser dueños del tiempo que nos corresponda y concedérnoslo para disfrutar. El problema estriba en que por la obsesión de conseguir algo nos olvidamos de disfrutar del presente. Percatémonos de que lo que vemos ya es pasado y lo que soñamos, futuro.
Hace tiempo que decidí no ir siempre por el camino más corto, sino por el más bonito y así he podido constatar que no existen cometidos inalcanzables sabiendo organizar el tiempo siendo, eso sí, disciplinado.
Considero importante hacer un alto en el camino, saber perder el tiempo jugando con pompas de jabón, no encadenarse interiormente, hacer de la costumbre una aventura. No lo dude: la serenidad se obtiene también a base de renuncias. Tiempo al tiempo.
Pareciera que domeñamos el tiempo, pues lo llevamos en la muñeca, pero en general no disponemos de tiempo; debiéramos vivir de dentro hacia fuera, pero no es fácil.
Me parece apreciar que los hombres fuertes no tienen prisa, que dirigen con sentido su propia vida. Estimo inteligente dedicar unos minutos al inicio del día para proyectar la jornada y otros al finalizarla para valorarla.
Se calcula que un 12 por ciento de nuestros pensamientos se relacionan con el futuro. ¿Qué espera la vida de nosotros? A nuestro cerebro le gusta anticipar las experiencias que vamos a tener, pues cada decisión es tomar postura ante un dilema.
Nuestra materia es el tiempo, el problema llega de la mano de las nuevas tecnologías, que cambian a ritmo desenfrenado y multiplican nuestras capacidades y nos dejan impotentes y exhaustos. En este momento no me atrevería a predecir cómo nos sentiremos en el futuro, lo que sí aconsejo es que, si no podemos gobernar los acontecimientos, nos gobernemos a nosotros mismos; seamos conscientes de nuestro tiempo biográfico y autogenerémonos ánimo para seguir transitando por esta vida lo más alegremente que podamos y siempre viajando hacia uno mismo y en busca de sentido.
Libre de mis prisas, alejado de la vorágine, busco un espacio de quietud, intento generar una estructura que facilite la paz interior, hermanada con los otros y con la naturaleza para alcanzar el sentimiento de plenitud. La vida urbana, absolutamente frenética, exige meditación, dejar la mente vacía, permitirnos el ejercicio de observación de los pensamientos que atraviesan la mente, conectar con el mundo a través de uno mismo.
En el umbral del silencio, respirando de forma profunda, pausada, rítmica, nos cabe mirar hacia la auténtica intimidad, hacia nuestro paisaje emocional.
Hay un tiempo para nacer, otro para vivir y otro para morir, hagamos que la vida no vaya por delante de nosotros, no nos impacientemos por querer estar en el futuro cuando estamos en el presente o por querer estar allí cuando estamos aquí; es más, en ocasiones y cuando el tiempo nos demanda aceleración, debemos actuar con tranquilidad, adiestrarnos en el ejercicio de la serenidad.
Disfrutemos del tiempo de ocio, practiquemos ejercicio. Demos de vez en cuando una patada al tiempo, disfrutemos contemplando la lluvia, aprendamos de la naturaleza para aquietarnos. Serenemos el espíritu. Es recomendable poseer una casa en un pueblo, donde encontrarse con las gentes, la naturaleza, los recuerdos y uno mismo.
La serenidad tiene encanto, debiéramos saber en algún momento relativizar la importancia del tiempo.
Hemos de obtener tiempo para pensar, lo contrario es exactamente como no echar gasolina, porque estamos conduciendo. Aprendamos a diferir gratificaciones, lo opuesto a «lo quiero aquí y ahora». No juguemos a ser dios, evitemos caer en el activismo, pues no poseemos el don de la ubicuidad. Hagamos pausas para formularnos preguntas —a ser posible inteligentes—, para reorganizarnos los objetivos, para sentirnos plenamente, para escucharnos desde nuestra experiencia.
La vida está jalonada de momentos frustrantes; resulta esencial aprender a tolerar la frustración. Hemos de convivir con el desasosiego ejerciendo autocontrol sobre los impulsos, forjando la templanza.
Tenemos fecha de caducidad, la anticipación de que vamos a morir, de que nos fundiremos para formar parte del todo nos debe ayudar a posicionarnos con una distancia óptima y desde esa perspectiva vivir; sí, vivir.
En todo caso no debemos matar el tiempo. Él morirá sin nuestra ayuda; es más, él acabará con nosotros.
Las tres pipas
Cuenta una leyenda india que un miembro de la tribu se presentó ante el jefe fuera de sí para hacerle saber que iba a tomar venganza contra un enemigo que lo había ofendido, pensaba ir corriendo y matarlo sin piedad.
El jefe lo escuchó y le propuso que fuera a hacer lo que pensaba pero que antes llenara su pipa de tabaco y la fumara a la sombra del árbol sagrado.
Así lo hizo el guerrero, fumó bajo la copa del árbol, sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para hacerle saber que lo había pensado mejor, que entendía que era excesivo matar a su enemigo, pero que había decidido pegarle una paliza inolvidable.
El anciano jefe volvió a escucharlo y aprobó su decisión pero le hizo ver que, ya que había cambiado de opinión, debería volver al mismo lugar y fumarse otra pipa.
Así lo hizo el indio, fumó y meditó. Al terminar regresó ante el cacique para comentarle que estimaba excesivo el castigo físico pero que iría a afearle su conducta delante de todos para que se avergonzara.
Con bondad fue escuchado y orientado de nuevo por el anciano a que repitiera su conducta y la meditación.
Bajo el árbol centenario el guerrero convirtió el tabaco y el enfado en humo.
Pasado el tiempo, volvió ante el jefe para decirle que lo había pensado mejor y que había decidido acercarse a quien lo agredió y darle un abrazo porque «así no será mi agresor sino que recuperaré al amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho».
El anciano jefe le regaló dos cargas de tabaco para que ambos fueran a fumar juntos al pie del árbol y le comentó que «eso quería pedirte pero no era yo quien debía decírtelo, sino tú mismo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras».
Una razón para vivir
Una razón para vivir, ¡eso es lo importante! Buscamos una vida plena, precisamos alguien a quien amar, algo que desear y algo que hacer (a ser posible interesante). Sólo desde la grandeza del ánimo se disfruta de una existencia ilusionada.
Mantengamos siempre proyectos novedosos para que el futuro no esté repetido, descubramos la épica de lo cotidiano. Siempre necesitaremos un porqué y un para quién vivir.
Huyamos del relativismo existencial, vivamos de forma genuina, comprobemos que el futuro no es monopolio de la juventud, seamos perseverantes, mostremos confianza, cooperemos.
Creo que se llega a ser en función de la causa a la que uno se ha dado y desde la fidelidad a uno mismo, comportándonos en coherencia con nuestra ley interior. Llegamos a ser como somos, pero está claro que hubiéramos podido ser otro individuo de haber tenido valor.
A estas alturas usted ya se ha percatado de que mucho de lo aquí escrito es más que discutible y eso es lo que le agradezco, su disposición a conversar, entendido como escuchar lo leído, reflexionar sobre ello y contestarse (espero que en voz baja). Permítame que le traslade un guiño, una sonrisa sólo enunciada.
El hecho es que vivimos, que somos nosotros ¿por azar? De las cuasi infinitas combinaciones posibles que acontecen durante la fecundación nacimos nosotros, usted y yo; pareciera una razón para vivir y aprovecharlo.
Somos complejos mental, moral y emocionalmente, nos gustaría dejar huella en el camino pero nos cuesta dejar de ser lo que somos para convertirnos en lo que quisiéramos ser.
Bueno será que hagamos lo que amamos y amemos lo que hacemos, pienso que se es inteligente cuando uno mismo es capaz de propiciarse su propia motivación, su razón de ser y alegría, cuando se atreve a trascender y a vivir de forma plena. Hemos de ser parte activa en nuestro proyecto vital, conscientes de que tenemos una razón de ser.
Ser en el mundo exige responsabilidad, coherencia y veracidad, afrontar los retos, aceptar los compromisos, trabajar el crecimiento personal, ser auténtico, hacer lo que se debe y exorcizar los pensamientos mágicos tales como creer ciegamente en el destino.
Hemos de, en gran medida, ser creadores de nosotros mismos, escuchar nuestro diálogo interior (alejando los fantasmas), cuidando lo que nos decimos de lo que nos sucede, siendo sinceros, sintiendo el yo profundo. La verdadera conversación la mantenemos con nosotros mismos, la cualidad dialógica exige respeto, los diálogos internos conllevan autodisciplina. La pasión por el autoconocimiento en busca de la lucidez implica circunloquios sin noción de tiempo, en ocasiones autocríticas para evitar angustiarse con la culpabilidad, algo claramente diferenciado de emitir mensajes autodestructivos como forma masoquista de maltrato.
La emigración interior busca reencontrarse con el «sí mismo» para gobernarse, autorrealizarse, evitar dar una imagen irreal pues cercena la libertad y conlleva un gran coste psíquico. El verdadero viaje no es sólo el que nos lleva lejos, sino el que conduce al interior, allí donde hemos de invertir para aumentar nuestro capital psicológico para el futuro.
Para encontrarse con uno mismo hay que encarar y aceptar la verdad, la libertad interior exige capacidad autocrítica y sentido del humor. Lo cierto y verdad es que somos excesivamente benévolos en el juicio a nosotros mismos, amarse a uno mismo es el inicio de un gran amor que durará toda la vida pero francamente es muy limitado, pues conduce sólo a ser y estar muy feliz consigo mismo. Cuidado con sobrevalorar la autoestima, la imagen de uno mismo y el concepto de uno mismo. El «yo» en gran medida es insignificante.
Consigamos la autonomía, démonos la ley a nosotros mismos, las frases que nos emitimos cotidianamente han de ser responsables de nuestros estados emocionales (y no a la inversa). Erradiquemos nuestros monólogos interiores tóxicos, apliquemos antídotos contra los pensamientos negativos invasivos. Precisamos escucharnos, ir conociéndonos, hablarnos, sabedores de que el perdón tiene valor terapéutico, que la gratitud tiene un efecto beneficioso de amplio espectro y el optimismo fortalece el sistema inmunitario. Por tanto, emitámonos mensajes positivos, vitalistas, mejoremos las vivencias respecto a las intenciones ajenas.
Ser el propio jardinero emocional exige fijarse en los detalles, saber cultivarse psíquicamente, pensarse, escuchar los ecos interiores, descansar la mente, promover incentivos internos, abrir las puertas del alma. Conocerse a sí mismo supone o debe suponer mejorarse y aceptar a los demás. Aprender a estar solos acompañados por nosotros mismos exige reciedumbre; desde la quietud apreciaremos las cicatrices pero, libres de miedos y remordimientos, podremos escuchar el viento.
Hemos titulado este pasaje «Una razón para vivir» y elegir es un buen regalo de la inteligencia, sintamos el duende de una noche iluminada por la luna. Degustemos la vida, hagamos que nuestros surcos sean fértiles, ahuyentemos el aburrimiento, busquemos comprender en lugar de juzgar, sugiramos con sutileza en lugar de afirmar con incontrovertible certeza, gustemos de asumir las normas éticas, pongamos magia a la realidad, captemos el soplo divino dentro de nuestro ser pero recordando que no somos el centro cósmico, seamos proclives a enamorarnos de la belleza, a disfrutar de lo sencillo.
Creo estar seguro de que usted comparte conmigo que el sentido de la vida se encuentra en los demás, que no se trata de racionalizar la vida, sino de sentirla, de ilusionarse, de mostrarse amable, de sentir como propio el dolor ajeno, de querer y sentirse querido con un amor verdadero, a la intemperie, de descubrir en el tú otro yo, valorando a las personas por ser como son, pues tienen muchas lecciones que darnos; los otros no son yo, pero no me son ajenos; al final, somos mucho más que un «yo».
Vivir es convivir, compartir nos hace mejores, hay que generar equipo, dar y recibir, expresar cálidamente la gratitud, respetar la intimidad de los otros.
Sintámonos partícipes de este mundo, compartamos su emoción, seamos parte del esfuerzo colectivo, entendamos la solidaridad como una forma de ensanchar el «nosotros», una solidaridad horizontal, no una caridad vertical o esa despreciable forma de rebajar la solidaridad prostituyéndola, como es aportar algo llevando una pulsera o similar. Seamos altruistas de verdad, a fondo perdido.
Lo rutinario también tiene su encanto. Hay que retomar lo sencillo, los placeres elementales debieran aproximarnos al agradecimiento a la vida; gobernar los insignificantes momentos nos hace libres.
Para alcanzar una buena calidad de vida precisamos de buenas relaciones personales (las denominadas sociales). Practiquemos la amabilidad, la elegancia, la delicadeza y la cortesía porque son como el cero en matemáticas: no es nada en sí mismo pero añade valor (y mucho) a cualquier cifra.
Valoremos lo sencillo, lo humilde, lo bien hecho, sintamos el trabajo como gratificante, retomemos lo que significa vocación y esfuerzo, un verdadero capital intangible.
Estaremos de acuerdo en que una de las razones para vivir es la satisfacción interior que se alcanza al aprender algo o al mejorar en algo, resulta atractivo considerarse un alumno permanente.
Lectora, lector, habrá captado que tengo una cosmovisión poética del mundo: éste es un mundo hermoso, un atractivo espectáculo que, eso sí, precisa ser más justo. Incentivemos la curiosidad, disfrutemos de las ideas, sustituyamos en algo la memoria por la imaginación, alcancemos el conocimiento, el sentimiento con una pintura, una danza, un poema, una música, una escultura, una obra de teatro o una obra arquitectónica.
Nos cabe recrear la vida, admirarnos del ser humano luchando contra la adversidad y del que se detiene para ayudarlo.
El atrapasueños
Hace mucho, mucho tiempo, cuando el mundo era joven, un viejo líder espiritual lakota subió a una alta montaña y tuvo una visión en la que el Gran Maestro de la Sabiduría se le aparecía en forma de araña y le hablaba en lenguaje sagrado mientras tomaba un aro del sauce de mayor edad, sacaba de una bolsa de piel plumas de ave, cuentas de huesos, una trenza de pelo de caballo y otros abalorios y empezaba a tejer una tela de araña.
El Gran Maestro le habló al viejo líder lakota sobre los círculos de la vida, de cómo empezamos como bebés y crecemos para ser niños, luego adultos y por fin ancianos, época en la que se debe ser tan cuidadoso como de bebé, cerrando el círculo.
El Maestro de la Sabiduría reflexionaba en su monólogo: «En cada tiempo de la vida hay muchas fuerzas, unas son buenas y si te pones en su favor ellas te guiarán en la dirección correcta, pero también hay fuerzas malas y si las escuchas te guiarán en la dirección equivocada y te lastimarán. Hay muchas fuerzas y diferentes vientos, algunos interfieren con la armonía de la naturaleza».
Mientras hablaba el Gran Maestro entretejía una vistosa telaraña que inició por fuera y continuó trabajando hacia el centro. Al terminar le dijo al anciano: «Mira la telaraña en un círculo perfecto, pero en el centro hay un gran agujero, úsalo para ti mismo y para tu gente para hacer buen uso de las ideas, los sueños y las visiones. La telaraña atrapará las buenas y las malas se irán por el agujero».
El anciano lakota transmitió su visión y ahora la gente usa el atrapasueños como la red de su vida. Lo cuelgan en la cabecera de sus camas, lo malo de sus sueños escapa a través del agujero que hay en el centro de la red y así no volverá a formar parte de ellos; por el contrario, capta lo bueno de los sueños. Todos creen que el atrapasueños vela por el destino de su futuro.
Tenemos la palabra
Tenemos la palabra que sirve para informar, denunciar, conmover, convencer. La palabra, esa magia que permite tocar el alma humana, que se dota de dignidad, de aroma. Palabras de vida que se utilizan como colchón afectivo, como mediador verbal. No devaluemos su uso, transmitamos el amor a las palabras, su uso correcto, callemos cuando no sepamos qué decir, hablemos sólo para decir la verdad, seamos dueños de nuestras palabras, utilicémoslas con sobriedad, dispongamos de un vasto y rico vocabulario, busquemos la precisión y la sonoridad, utilicemos el diccionario, pensemos antes de hablar, luchemos para que pensamientos y palabras se eleven intelectualmente.
Dejo constancia de mi incredulidad respecto a la afirmación «una imagen vale más que mil palabras» y es que todos los animales ven, sólo el ser humano tiene un lenguaje que le permite transmitir cultura y psicohistoria, puede concentrar su atención en el yo, planificar a largo plazo, tomar decisiones de forma consciente, alcanzar el autocontrol, comprender el punto de vista de otra persona y cooperar para desarrollar ambiciosos proyectos. Y es que no sólo el cerebro crea el lenguaje, sino que el desarrollo en el lenguaje hace evolucionar el cerebro.
Mediante el lenguaje creamos el mundo; es esencial, etimológicamente imprescindible, enriquecer el lenguaje gestual, el verbal y el escrito, pues tienen distintas connotaciones y exigencias en el desarrollo mental. Para la realización de nuestros deseos y el enriquecimiento de los sentimientos las palabras son imprescindibles. En gran medida el lenguaje que poseemos determina nuestro paso por la vida. Hay quien piensa todo lo que dice (y hay quien se conduce inversamente), los hay que desde el conocimiento y la razón argumentan (por el contrario, encontramos a quienes desde la ignorancia gritan), algunos —los menos— son personas interesantes que hablan de las ideas, otros inteligentes comentan sobre lo que acontece y la gente vulgar sobre el tiempo y lo que come.
El lenguaje socializador es esencial para comunicarse, para entender el mundo. Debemos utilizar palabras ajustadas, frases precisas y, en la medida de lo posible, buenas ideas; hemos de comunicarnos de forma clara e inequívoca, para ello hay que saber escuchar, analizar de forma objetiva, razonar con criterio, transmitir correctamente lo que pensamos y lo que sentimos, demostrar aprecio a los demás, evitar los diálogos contaminantes, escuchar, que implica poner atención (no interpretable como oírse a uno mismo).
La verdad es que en general no escuchamos, a veces no comprendemos y, por si faltaba algo, puntualmente no recordamos. Añádanle que, si nos escucháramos cuando hablamos, hablaríamos menos y desde luego seríamos más cautos sin aseverar con rotundidad «siempre», «nunca» o «todo», «nada».
Reitero la importancia del lenguaje socializador utilizado como imán pro social, como fórmula de solucionar conflictos, de manejarse en la duda, de acariciar verbalmente, de resucitar tras las rupturas. Utilicemos un pensamiento vertebrado frente a los eslóganes reduccionistas, las frases impactantes y los saciadores tópicos, y así podremos pensar de otra manera a como pensamos y percibir de forma distinta a como percibimos.
En ocasiones debiéramos dejar hablar a nuestro niño interior, no olvidemos que somos el desarrollo del niño que fuimos. Silencios compartidos, intuidos, propiciados. Preguntas que no esperan respuesta, silencios que todo lo dicen y borracheras de palabras que nada dicen. Secretillos u oscuras sombras imposibles de vomitar, pues sabemos que dañaríamos de forma indeleble al receptor o a nosotros mismos; así somos las personas, así somos usted y yo.
Debiéramos comunicarnos mucho más desde el yo que desde el ego, así evitaríamos el mareo existencial. Precisamos imaginación para disfrutar del silencio, para entender que hay variadas formas de pensar y de hacer las cosas, que la realidad es una construcción mental, que somos nosotros los que atribuimos un significado a las cosas. Somos como aquel borracho que busca sus llaves bajo un farol de la calle cuando un viandante le pregunta: «¿Se le cayeron aquí?». Contesta: «No, se me cayeron en el callejón pero aquí hay mejor luz para buscarlas». Sólo apreciamos parte de nuestra mente, por eso nos sorprende no ver de dónde emergen nuestros deseos, nuestras tentaciones y nuestros impulsos. Y es que en ocasiones razonamos con solidez tesis absolutamente absurdas.
Es importante hablar claro y llamar a las cosas por su nombre, pero para ello debemos partir de un pensamiento propio confeccionado desde la reflexión, buscando ser ecuánimes. Se trata de pensar lo que se dice y decir lo que se piensa, de decir lo que se siente y sentir lo que se dice, al tiempo de mirar en los ojos de los otros y arrumbar la propia subjetividad, pues quien no capta e interpreta una mirada tampoco entenderá una larga explicación.
Es entrañablemente humano decir TE QUIERO, y es que querer y ser querido son la razón de vida. Debemos estar motivados para coincidir, para dialogar, para usar la palabra como puente entre el yo y el tú, entre el yo y el vosotros, para redescubrir el arte de conversar, de la tertulia, para entender al otro como verdadero interlocutor. Cuidemos la calidad de nuestras conversaciones. Aprendamos a decir tú.
Debemos buscar el conocimiento en el que discrepa, en el que mantiene un punto de vista muy distinto al nuestro, compartir con quien reflexiona, alejarnos del pensamiento único, estimular la argumentación propia más que dedicarnos a rebatir las opiniones ajenas.
En la vida hay que saber pedir ayuda y en otras ocasiones decir correctamente no, ambas conductas nos hacen más libres. Filtremos lo que nos perjudica, pensemos en matices, estemos informados, decodifiquemos y deconstruyamos los mensajes mediáticos, utilicemos la capacidad crítica para realizarnos cuestionamientos, para escapar del borreguismo, para no quedar atrapados en el catastrofismo social que esparcen los medios y primordialmente la televisión.
Dialoguemos con quienes convivimos, interesémonos por su punto de vista, difícilmente coincidente con el nuestro, tendamos puentes para salvar el abismo entre la motivación y la interpretación del emisor y del receptor. Hagamos uso de la libertad para decir lo que sentimos, para arriesgarnos; seamos espontáneos, teniendo en cuenta que, si los seres humanos dijéramos todo lo que pensamos, la vida sería imposible. Sin la mentira estaríamos a la intemperie; lo grave, lo inaceptable es cuando la mentira se reviste de maldad instrumentalizando a otra u otras personas.
Defendamos y no invadamos la intimidad, compartamos el lenguaje del entusiasmo, ahuyentemos a los agoreros que viven en o de su pesimismo entristecido, hagamos luz de gas a los palurdos ilustrados, mutis por el foro cuando se nos aproxima un imbécil que aúna la maldad con la indiferencia, corramos en sentido contrario a la multitud ejecutando la justicia de forma cruel y feroz (tan dada a hacerse eco de las injurias y propagarlas), no perdamos el tiempo hablando como a un sabio a quien es un necio.
Hablemos bien de los demás, o callemos, son muchas y variadas las situaciones en que lo más aconsejable e inteligente es el silencio (en ocasiones sonoro). Lo que sí les gusta a las personas es que se les formule preguntas que no sean indiscretas.
La comunicación requiere de la coherencia entre la verbal y la gestual, de la distancia óptima, de la calidez, de la anécdota contada oportunamente, de utilizar el humor con mesura, de regalar la palabra apropiada, de poner atención a lo que se nos dice, de ser breve y claro en la exposición de la idea (por cierto, pánico me dan los que se inician con un «¡seré breve!»).
Resulta grato emitir mensajes positivos, sugerir e insinuar. Desde luego no rumiemos las discusiones. Aprendamos a hablar en público sin miedo al ridículo y utilicemos un lenguaje correcto con una positiva vivencia de las intenciones ajenas. No somos mucho más que nuestro lenguaje y nuestros silencios, así nos posicionamos ante nuestro «yo» y el entorno. La imagen de uno mismo se conforma desde el lenguaje interior que propicia el pensamiento.
Vivimos la inmediatez, la superficialidad de la imagen momentánea, unos pocos leemos mucho pero la mayoría leen poco o no leen, se escribe aún menos —y en general mal—, se reflexiona escasamente, hay quien padece de estupor comatoso crónico sentado ante una pantalla de televisión, los hay pobres que sólo tienen dinero. Habremos de formar a los niños, pues son un presente cargado de futuro, difícil tarea la de interrogarnos sobre cómo ampliar el ángulo vital, cómo hacer que sean la obra maestra de su propia vida.
Amiga, amigo, sigamos escribiendo el argumento de nuestra existencia.
Palabras con duende
Un sultán soñó que se le caían todos los dientes, por lo que llamó a un sabio para que interpretara lo soñado.
El sabio, consternado, le dijo: «Gran desgracia, mi señor, pues cada diente representa la pérdida de un familiar de vuestra majestad».
El sultán se enfureció por su insolencia y mandó castigarlo.
Ordenó que fuera puesto ante él otro sabio que al escuchar el sueño exclamó: «Gran felicidad os ha sido dada, excelso señor, pues significa que sobrevivirá a todos sus parientes».
El sultán asintió y, agradecido, ordenó que le dieran cien monedas de oro al sabio.
Un cortesano preguntó a este verdaderamente sabio cómo era posible que, habiendo realizado la misma interpretación del sueño, un sabio recibiera un castigo y él cien monedas de oro. Contestó sabiamente: «Todo depende de la forma en que se dice, los seres humanos debieran aprender a comunicarse, pues de las palabras depende en gran medida la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. La verdad es como una piedra preciosa: si la lanzas, puede herir; por el contrario, si la envuelves con delicadeza y la ofreces con ternura, será aceptada y agradecida».
Animales de compañía
Animales de compañía, eso somos. El yo es insignificante, el tú, el vosotros son los que permiten componer un amplio y acogedor nosotros. Nos resulta esencial la mirada del otro, su recepción, el lenguaje de las caricias. El verdadero objetivo de la vida es hacer felices a los demás.
Somos muy vulnerables, precisamos estar bien con los otros, no dejarnos herir emocionalmente (lo cual es difícil que se produzca sin nuestro consentimiento). Tampoco hemos de dejarnos robar el tiempo, de caer en el «zapping emocional» de tipo utilitarista, dañino para quien se queda enganchado y para el que muestra incapacidad de implicación afectiva. Hagamos que los que nos rodean se sientan importantes, somos criaturas sociales, precisamos amor y apego.
Y, sin embargo, cuando alguien nos dice «voy a hablarte con entera franqueza» nos ponemos a temblar, quizá sea miedo a la cruda verdad. Fíjense en que nos molesta la vanidad de los demás porque hiere la nuestra.
Ciertamente somos solos y respetarse a uno mismo facilita la correcta relación con los demás. Con disciplina hemos de vacunarnos contra la pasión por dominar y aprender a manejar los desencuentros interiores.
Precisamos deseabilidad social y ser tolerantes con nosotros mismos y con los demás, así que admitamos los errores, sepamos perdonar y perdonarnos; antes de referirnos a los errores ajenos, empecemos por los propios, no caigamos en el despecho, que es un furor impotente, ni en el resentimiento, una verdadera autointoxicación psíquica.
Me preocupan aquellos que sólo tienen certezas, estará de acuerdo conmigo en que hay que ayudar a quien piensa en sí mismo a que piense en los demás. En ocasiones hay que aparcar el amor propio.
Para llevarse bien con los demás resulta imprescindible la reciprocidad, la cordialidad, ponerse en el lugar del otro, cómo siente, cómo piensa y el ungüento del perdón, pues odiar a alguien resulta destructivo y contaminante. Demostrar que se sabe rectificar y pedir disculpas humaniza la relación. El perdón se puede ejercer ante cualquier hecho, ante cualquiera y además para siempre, es un acto a favor del futuro, mucho más que de eliminación del pasado.
No convivamos con el dolor del alma que conlleva el remordimiento, no nos posicionemos en el sospechoso victimismo, asumamos el arrepentimiento con su salobre sabor. Olvidemos, pues con el tiempo aquel que nos ofendió y nosotros mismos hemos cambiado. Ya nos dijo Aristóteles que «enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el mome