Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Prolegómeno
1. MISs tupper SEX
2. Apetito sexual
3. Lencería
4. Juegos
5. Masajes
6. Sanidad
7. Zonas sensibles
8. Lubricantes
9. Estimuladores
10. Punto G
11. Punto P
12. Vibradores
13. Complementos
14. Me duele la cabeza
15. Bonus track
16. Ellos
17. Postcoital
Twitterías
Enlaces de interés
Agradecimientos
Sobre la autora
Céditos
Grupo Santillana
A mi madre
Prolegómeno
A mí, como a otras tantas mujeres, me han timado en la vida. Nos dijeron que debíamos cumplir con nuestra obligación de «mujer» en este mundo. ¿Sabéis la típica frase que nos cuentan a las niñas? La de: «Tienes que casarte, tener hijos y formar una familia. Así, cuando seas mayor, te sentirás realizada». Pero ¿qué leches quiere decir eso? ¿Alguien puede explicarme qué significa exactamente la palabra realizada? Pero ¿qué es lo que querían que realizáramos: ¿la casa, la comida para el maridito? ¡Vamos, no me jodas! ¿A cuántas mujeres les han contado la misma milonga?
Pues que sepáis que nos han timado. Sí, porque hasta yo piqué; bueno, incluso Shakira también... Piqué.
Me lo creí y así lo hice: me casé, tuve una hija y formé una familia. Claro que después me separé, no obstante, me volví a casar con un divorciado que tenía un hijo y formé una segunda familia. Conclusión: Ahora por fin estoy realizada; sin embargo, me siento engañada, rebotada y desesperada.
Para empezar mi padre se casó tres veces y con todas sus mujeres tuvo hijos. Así era mi padre, un lobo de mar. Tengo tantos hermanos que no los puedo ni contar, la verdad es que a la mayoría de ellos ni siquiera los conozco.
Cuando alguien me saluda por la calle siempre pienso: «¿Será hermano mío?». Y por si acaso, aunque no sepa quién es, le contesto: «Adiós, adiós»; por aquello de quedar bien con la familia. Cada vez que veo a cualquiera en la tele que se parece a mí siempre digo: «¿Será hermano mío?». Estoy tan paranoica con este tema que el otro día me quedé mirando al gato y le saqué parecido. Sueño que estoy rodeada de gente y que todos son mis hermanos. Hermanos que me telefonean, hermanos que me visitan, hermanos que me persiguen. ¡Qué pesadilla! Por último nació mi hermana pequeña (rubia, ojos azules y que en la actualidad mide dos metros diez). Definitivamente, de otra camada; pero también era mi hermana. Ahora resulta que incluso los que no se me parecen también son hermanos míos. ¡Qué angustia! El caso es que cuando nació yo tenía 14 años y, claro, tuve que ayudar a criarla, así que fui una madre prematura. Al cumplir los 16 mis padres se separaron y, claro, tuve que ayudar a cuidar de la casa, así que volví a ser una madre prematura. A los 17 me eché novio y, claro, tuve que ayudar a criarle, a cuidarle y a reprogramarle. Así que no es que fuera una madre prematura, es que fui una madre reincidente, vamos, que lo mío ya era vicio.
La verdad es que cómo no iba a cuidar de mi novio, si solo tenía un año más que yo, 18 añitos. ¡Angelito! ¡Animalito! Qué bonito es el amor... Consumados tres años de noviazgo a lo mejor ya no era tan bonito el amor. Aun así, y con el plan que tenía en casa, pues ya te plantas y le dices:
—Oye tú, macho, o pa’lante o pa’trás, pero así ya no pueden seguir las cosas.
Y él te contesta… porque siempre te contesta:
—Mira, Pilar, vamos a hacer como los de Alicante, primero un pasito pa’trás y luego ¡hala! to pa’lante.
—¡Torero, torero, torero! —le decía yo.
Y es que mi novio era torero, aunque quizá por eso nunca quise tragarme las corridas.
Para realizarme de una vez por todas decidimos casarnos. Eso sí, a to lujo, con to’l bodegón allí preparao, o sea, con los doscientos invitados, el vídeo de la boda y su traje de luces. Por cierto, yo no sabía que los trajes de los toreros llevan un mecanismo ahí mismo, que cuando se le da al botón, se ilumina el organismo.
¡Cómo no iba a casarme con él! Si con la energía que ya traía incorporada me ahorraba la factura de la luz… Nos casamos por todo lo alto, en la iglesia de los Jerónimos de Madrid, donde se casan los marqueses, los duqueses y alguien como la Pili una vez todos los meses. Con bendición papal y to la pesca, vamos pa que no farte de na. ¡Ea! Con su familia de cuerpo presente, con mis diez millones de hermanos y con unos tirabuzones en el pelo, que parecía la hermana fea de Bisbal. Iba vestida de organdí blanco y mi prima al verme exclamó:
—¡Pili, si parece el vestido de la primera comunión!
Porque yo era tan pequeña y tan delgada que tenía las piernas como una horquilla de moño. Al poco tiempo, tal y como nos habían educado, tuvimos una hija, mi Lauri, ¡qué mona! Y es que cuando son bebés son tan ricos… te puedes quedar horas y horas enganchada mirándolos. Cucú tras, cucú tras, cucú tras. ¿Oye, vosotros sabéis por qué todas las madres del mundo hacen este juego al revés? Porque yo entiendo que cuando dices cucú, tienes que asomar la cara entre las manos como los relojes de cuco, que cuando sale el pajarito se abre una puertecita y dice cucú, y cuando dices tras, tienes que esconderte como si se cerraran las puertecitas. ¡Vamos, eso es como yo lo entiendo! Pues ahora resulta que todas las madres de la humanidad hacen al revés: ¡cucú!, mientras se esconden, ¡tras!, cuando se asoman. ¡Qué cosa más rara!
Después los bebés crecen y cumplen 5 añitos, entonces son divinos y ya razonan porque dicen: «Mi mamá es la más guapa». ¡Qué monos! Y no te cuestionan y les pareces perfecta… ¡Qué ricos! El problema es que siguen creciendo y se convierten en adolescentes. Y cuando son adolescentes tienen dos hostias.
Os juro que mi Lauri era un amor de bebé y ahora mírala, mírala, mírala… la puerta de Alcalá. A veces pienso que tener hijos es una pérdida de tiempo. Bueno y tener marido también.
Con esa manera de pensar al poco tiempo mi marido se fue con otra, ¡qué se le va a hacer! Nos separamos, eso sí muy civilizadamente porque ante todo soy civilizada, aunque me quedé con ganas de pegarle una «corná en el paquete las pilas». El divorcio se hizo por la ley de Salomón, o sea, que le dije: «Sal de esta casa, cabrón». Y partimos todo por la mitad: la mitad del coche, la mitad de la cuenta… y casi le parto la cabeza por la mitad. Hasta la casa dividimos. Tuvimos una idea: en medio del salón subimos un tabicón, y empezamos a vivir de esta manera: mi ex en el ala norte, yo en el ala sur y la niña ni siquiera notó el cambio. Siguió diciendo: «O sea, o sea, ahora tengo dos habitaciones en la misma casa y, qué fuerte, ni siquiera sé por qué».
El caso es que al poner el muro en el centro del salón, cada uno se quedó con los muebles que había a cada lado. A mí me tocó la parte del piso que no tenía lavadora, y como la niña se cambiaba cuatro veces al día, no paraba de generar ropa sucia.
—Hija, sé un poquito más solidaria —le dije yo.
—¡Jo, mamá! Es que con el estrés de la separación, tengo ansiedad de ropa, ¿sabes? —me contestó.
—Mira Lauri, como saque la manita a pasear, te vas a enterar de lo que es ansiedad —concluí.
Así que decidí llevar la ropa a lavar a casa de una amiga. En el metro, cargada de bolsas hasta las cejas, todas ellas rebosantes de ropa sucia que se me iba cayendo en los pasillos, en el andén, y hasta en la funda de la guitarra de un músico ambulante.
—Señora, ¿esto es suyo? —me gritó el artista sujetando con el mástil de la guitarra el tanga de mi Lauri.
—Quédate con el cambio, hijo, que tengo más —le dije muriéndome de la vergüenza.
A partir de entonce decidí lavar la ropa interior en el lavavajillas, secarla en el microondas y ponérmela calentita.
En esta especie de «no convivencia» iban pasando los días, los meses, las novias de mi marido… Pero como el muro no era de ladrillo macizo sino de rasillón, pues se oía absolutamente todo. Escuchaba el chorrito del pis de mi ex cuando iba al baño, los ronquidos que daba mi ex cuando dormía y el triqui triqui cuando jodía, ¡qué jodío por culo!
Y es que cuando ponía la tele se oían perfectamente hasta los diálogos de las pelis. Si parecía que Van Damme iba a asaltar mi casa a través del muro, de una mano con Chuck Norris y de la otra con Rambo gritando aquello de: «No siento las piernas». Ese era todo el cine que veía mi ex. Él era tan… ¿tan rubio?
¡Dios mío! Si al menos me hubiera podido librar de sus mil quinientos ruidos, los mismos que me habían molestado toda la vida. Pero si parecía el hombre orquesta de la cantidad de sonidos que era capaz de emitir por todos los orificios de su cuerpo. Como era imposible vivir de esa manera, me alquilé una casa a cuarenta kilómetros, para no oírle ni aunque tuviera puestos los bafles a todo volumen, que los tenía. Ahora sí que me lo iba a quitar de encima, y a la niña también. Únicamente la iba a tener la mitad del tiempo, por fin haría lo que me diera la gana con la otra mitad. El negocio del siglo, cómo no se me había ocurrido antes, pues menudo chollo.
Me fui a vivir a las afueras de Madrid, y allí conocí a un hombre muy atractivo. ¡Umm! Se parecía a Brad Pitt. ¡Umm! Y pensé, con este sí que me voy a excitar, mira tú por dónde. ¡Umm! Pero… porque todos tienen un pero, también tenía una ex y un hijo adolescente.
Nos hicimos novios, me presentó a su padre, y apareció la ex en la comida, ¡qué mona! Conocí a toda la familia de mi novio en Nochebuena y estaba su ex en la cena, ¡qué rica! Jugamos en Reyes al amigo invisible y me tocó la gorda de la lotería.
Ahora, eso sí, el día de los enamorados siempre teníamos que pasar la velada con el adolescente lleno de granos, porque ella no podía encargarse del niño. Que tenía una cena, decía. ¿Y cómo se llama lo que nosotros estamos haciendo, una clase de hostelería para la que necesitamos alumnado y todo, o qué? —me preguntaba yo.
No fallaba, siempre que debía encargarse del chaval, tenía una cena. No me extraña que fuera tan pesada la ex, si no paraba de zampar con tanta cena. Así que mi novio, para aliviar tensiones, me propuso que nos casáramos y yo le dije: ¿Cómorrr? ¿Otra vez? Ni muerta. No, no, no y NO. En la secuencia siguiente ya estábamos en el ayuntamiento con «tol’bodegón» allí preparado, o sea, con los doscientos invitados, el vídeo de la boda y mi Brad Pitt sin traje de luces. Con toda su familia de cuerpo presente, con mis diez millones de hermanos, y yo, esta vez sin tirabuzones en el pelo.
Adivina quién vino también a la boda… ¡Cómo no, la ex, que se comió todo el catering y se piró sin darnos ni siquiera la enhorabuena! Ahora vivimos los cuatro juntos, y la ex, que de vez en cuando se pasea por nuestra casa con el pretexto del niño. Eso sí, a los nenes solo los disfrutamos el cincuenta por ciento del tiempo. ¡Qué pena! ¡Bueno, estoy deshecha!
El caso es que con ese planazo, para relajarme y despejarme un poco, me gusta salir de casa: al teatro, al cine, a un concierto de Amaral… La última vez que fuimos a ver actuar al grupo, cantaban en una sala pequeña de Madrid. Seguramente pensaron vamos a probar unos temitas, pero sin que se entere nadie, solo entre amigos. Joder, sin que se entere nadie. Estaba el garito de público hasta la bandera, todo el mundo apelotonado y la sala a tope de gente diciendo:
—¡Los Amaral, venid!
Vamos, que no te podías ni mover, no cabía un alfiler, cómo sería que estuve a punto de hacerme pis encima porque no había manera de llegar al baño.
—¡Cariño, esto va a ser Amaral en tiempos revueltos! —exclamé.
De pronto, alguien por detrás toca en la espalda a mi marido, que estaba a mi lado, y le dice:
—¿Me dejas pasar?
—Pero ¿por dónde? —pensó él, y le contestó con mal tono—. ¿Y por qué voy a dejarte pasar?
—Porque soy el camarero y trabajo aquí —le dijo con total rotundidad.
Oye, qué corte, mi pobre marido se quedó planchado, completamente abochornado y le leí en los ojos: ¡Tierra, trágame! Así que decidió escabullirse entre la gente, y reptando por el suelo como un discípulo más de Rambo, consiguió llegar a su destino y cumplir su misión: encenderse un cigarrillo, en la calle, claro. ¿Sabéis ese lugar tan mono donde se relacionan ahora los fumadores, que han hecho parejas y todo? Sí, ese lugar donde se pasa un frío de pelotas o una calorina del norte, dependiendo de la estación del año. Oye, que volvió congelado el angelito, ¡pobrecito! Y yo le dije:
—Tranquilo, mi amor, que para tu cumpleaños te voy a regalar algún artículo de fumador. ¿Qué te apetece: un abriguito, unos guantes o un paraguas?
Pero él se acurruca conmigo para entrar en calor mientras me propone que tengamos un hijo, porque es muy niñero y dice que a los otros dos solo los disfrutamos la mitad del tiempo.
—¿Solo? —decía yo—. Pero si están todo el día chinchándose, si ya no puedo más, tan solo espero que no coincidan en su cincuenta por ciento de convivencia, si es que me va a dar un ataque.
Él insiste:
—Qué bonito sería un hijo de los dos para terminar de sentirte realizada.
—¡Vaya! Dijo la palabrita clave —pensé—. A ver, yo ya estoy realizada. Ya me he casado, he tenido una hija y he formado una familia. Me he vuelto a casar con otro que ya tenía un hijo y he formado una segunda familia. Yo ya he cumplido con la sociedad, o sea, ni muerta, ¡no, no, no y NO!
En la secuencia siguiente ya estaba embarazada. ¡Leche!
El caso es que me pasaba el día entero pensando en cómo íbamos a educar a ese niño, y como soy muy práctica, pues me fui a entrevistar a los directores de todos los colegios cercanos, para matricular a mi hijo. Solo a los colegios privados, claro, que es lo moderno ahora. Para mí el inglés es muy importante, así que visité los colegios bilingües, donde a mi nene le educaran perfectamente en dos idiomas para que más tarde pudiera hacer una carrera en Estados Unidos. Aunque, sobre todo, me preocupaba que no le hicieran bulling. Porque solo me faltaba eso ahora, tener que pelearme también con sus compañeros de clase. ¡Ah no, a mi hijo no! Nadie se va a meter con mi hijo. ¡Yo por mi hijo mato! ¿Me entiendeees?
¡Vamos, que ya estaba sufriendo por el chaval y la criatura ni siquiera había nacido! Tanto agobio pasé que yo creo que del susto me bajó la menstruación.
—Cariño, falsa alarma. ¡Uff, qué relajación!
Mi marido se quedó todo triste, compungido y desilusionado, era como un alma en pena, iba llorando por los rincones cabizbajo y meditabundo. ¡Pobrecito!
—Pero piltrafilla humana —le decía yo—, ¿no te ves cómo estás?
Yo no sabía qué hacer para contentarle, y le dije:
—¿Te pongo el vídeo de la boda?
Pues ni con esas. Y para alegrarle un poco, tiré por la calle del medio y le propuse:
—Cariño, ¿y por qué no acogemos a un niño de otro país este verano, que es lo moderno ahora?
Es que hay que ser moderna en todo, hasta en la maternidad, así que: ¡Toma, una niña más! Y vino una niña saharaui de 9 años, monísima, y veíamos el mundo a través de su mirada. ¡Ay, era tan bonito! Ella no sabía ni de consumismo ni de Internet ni de las pijas. Nosotros encantados, claro; por fin éramos una familia moderna con niños de otras razas y todo, como Brad Pitt y «Angelines Jolín».
El caso es que nuestra niña saharaui era maravillosa, y todo iba sobre ruedas. Se adaptaba perfectamente a nuestra vida, convivía sin problemas con mi Lauri superpija y el adolescente lleno de granos, que, por cierto, habían dejado de pelearse para focalizar su energía positiva en la niña saharaui. Le enseñaban a hablar nuestro idioma, a leer y escribir, y a chatear con la BlackBerry de los cojones.
La niña imitaba a los chavales en todo, y así aprendía rápidamente, hasta que un día, vi en la expresión de su cara la globalización. Os lo juro, la pillé con las pupilas dilatadas y la boca abierta delante de una hamburguesa de McDonald’s, con su ketchup, sus patatas fritas y su Coca-Cola. Ese día me di cuenta de que la había cagao. A partir de entonces ya no hubo manera de quitarle el Disney Channel, la ropa de marca y «los chuches». ¡Ay no, que esa era la niña de Rajoy! La de «los shushessss, la ropa de Berssssska y el scalextricssssss».
Conclusión: Ahora tengo otra pija más en casa pero con acento árabe, ¿qué te parece? ¡Lo que me faltaba! Y cuando la recrimino me contesta; porque siempre te contestan:
—¿A que no sabes cómo se dice tsunami en español? —te quedas atónita y suspensa…
—¿Cómo dices, nena? —le preguntas, mientras ella tranquilamente te contesta:
—Hola, hola y superhola —y se pira riéndose.
—A que te meto…—la amenazas como último recurso.
¡Bueno! Hasta aquí hemos llegado, como yo ya me siento realizada, es el momento de regalar a los chavales. Sí, lo habéis leído bien, regalarlos en un paquetito con su lazo y todo. La pregunta es esta (concisa, con Greta y con garbo): ¿Quién estaría dispuesto a compartir su vida ahora mismo, con la crisis, la subida de los impuestos, la bajada de los sueldos, etcétera, con un par de adolescentes más y otra pre, y además pija, saharaui? Seguro que no se atreve ni el típico machirulín de los que dicen: «Esto lo voy a hacer por mis santos cojones».
Está claro que ni regalados me los quito de encima. Presiento que estaremos todos juntos las próximas vacaciones. ¡Qué ilusión! No veo el momento de sentarnos todos alrededor de la mesa disfrutando del vídeo de la boda. ¡Qué bonito! Con to’l bodegón; o sea, con la pija, el de los granos, la saharaui y la ex, que dicho sea de paso, no hay manera de que se desapunte de la familia. Y hasta con el Rambo torero. ¿Qué, os habíais olvidado de él? Pues ¡pa’que no farte de na! ¿Alguien más se quiere venir a cenar a mi casa? Pero si donde comen tres comen cuatro, comen seis, comen ocho, comen diez… ¡Uy! No lo voy a decir muy alto, vaya a ser que me oigan mis diez millones de hermanos y se quieran apuntar también. Entonces sí que no tengo comida para tantos, sobre todo viniendo la ex, con lo que le gustan a ella las cenas en casas ajenas.
Bueno, ¿qué? ¿Ahora me entendéis cuando decía al principio que me habían timado en la vida? ¿Y a cuántas mujeres les ha pasado lo mismo? Pues que sepáis que así es, en el mejor de los casos, y que esta es la grandeza de tener una familia moderna.
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MISs tupper SEX
Hice el espectáculo multidisciplinar Pilates: 4 mujeres, 4 causas, porque sentía la necesidad de hablar de todas aquellas cosas que me preocupan como mujer. Abordé el tema de la violencia de género, los movimientos migratorios de las mujeres, la conciliación y la sexualidad. De este último apartado enseguida me di cuenta de que las mujeres por lo general no saben mucho y sobre todo no tienen a nadie a quien preguntar sin sentir vergüenza, o que se lo expliquen con un mínimo de rigor, dejando supeditado este tema a los hombres con los que tienen relación, que realmente saben menos que nosotras.
Una mujer me dijo:
«A nadie le han educado sexualmente, ni para el sexo ni para el amor, y en las relaciones vas aprendiendo unas veces bien y otras no tan bien; todas las mujeres aprendemos por el método prueba-error».
Nuestra sexualidad