Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Cita
La difícil sencillez
Introducción
La búsqueda interior
A la vida se le puede pedir lo que la vida puede dar
Nostalgia del infinito
El señor de la mente
Humildemente yo
El genio
Surfista
La pregunta del niño que va a nacer
Reflexionar sobre el tiempo
Las tres pipas
Una razón para vivir
El atrapasueños
Tenemos la palabra
Palabras con duende
Animales de compañía
Póngase en su lugar
Antinatura
No hacerse trampa a uno mismo
Lucha interna
En un centro de salud
Nobleza obliga
Compartamos el paraguas
¿Adónde vamos?
Sabia respuesta
El prójimo
Números rojos
Más que pan
La causa de la felicidad
Vulnerables pero invencibles
Vivir todos los días de la vida
Dos expertos
Tiempo al tiempo
Simplificar
Gratitud
Regalo de reyes
La voz del vacío
Al principio no existía el cero
Ponderar mucho, prometer poco
El vínculo
Parecemos hámsteres
Corazón de cebolla
Eran las siete de la mañana
Yo te bendigo, vida
Carta del jefe Seattle al presidente de Estados Unidos
Al borde de la intemperie
Generaciones
En dos palabras
Chivo expiatorio
A trompicones
La opinión ajena
Un día
Tomarse en serio
El mosquito y el elefante
Del éxito a la ruina
Su majestad el yo
Dar y recibir
La réplica
El valor de lo cotidiano
Situémonos
Nuestros mayores
Inaprensible conciencia
Alguna pregunta tonta
En busca de la paz
Cita con el destino
Flexibilidad
El labrador
Lenguaje interior
El resentimiento
Un interrogante
Gloriosos fracasos
Estamos perdiendo el norte
Problemas
Puntos de sutura
El mejor regalo
Un pequeño gesto
Guionista
Le oí contar a un anciano
Habrás triunfado
La esperanza como obligación ética
Conceptos
Preguntas y respuestas
Enseñar lo aprendido
De lo más fastidiado
Vivió y murió a su manera
La llave
Libres
Y...
Ojalá nos veamos en el paraíso Citas de cine
Citas de escritores y pensadores
Citas de canciones
Citas de obras clásicas
Poemas
Películas
Bibliografía
Sobre el autor
Créditos
Grupo Santillana
A tantas y tantas personas de las que sin duda he obtenido estas ideas.
«Pidamos a la vida lo que la vida puede dar,
comprometámonos en su mejora».
«Que siempre nos acompañe un bolígrafo y un bloc para tomar notas, para clasificar lo que pensamos, para degustar y ser conscientes del tránsito vital».
«Reinventemos la vida y convirtámonos
en lo osible en forjadores del destino».
JAVIER URRA
La difícil sencillez
En realidad nuestra identidad está conformada con un conjunto de realidades, de vivencias y de experiencias, que se tejen como textos que nos componen. Somos no sólo lo que vivimos, también lo que leemos. Un conjunto de diminutas partituras se nos ofrecen para nuestra propia interpretación, como muestras de un jazz que hemos de improvisar sobre la base del legado que recibimos. Que alguien nos ofrezca una muestra de su repertorio ha de entenderse como generosidad. Cuando alguien nos muestra lo que le da que pensar, que vivir, que decir, lo que le emociona o conmueve inaugura un contagio que hemos de agradecer. Y nos sentimos convocados.
No hay voluntad de impresionar ni de exhibir sino de dar y de compartir. El presente libro está impregnado de una inequívoca bondad. Cuando más bien parece desaconsejarse tamaña reivindicación, nos encontramos con la originalidad, tan necesaria, de que no sólo es compatible la bondad con el vivir, sino condición de la belleza. Y me atrevería a decir que con la verdad. Siempre que no tratemos de hacer una lectura grandilocuente y nos dejemos impregnar por otra de las señas de identidad de este libro, la sencillez. Resulta realmente difícil acceder a ella. Tenemos una irrefrenable tendencia a confundir el sentido de algo con su complicación, creyendo que es lo mismo que su complejidad, o con su oscuridad, como si en la superficie no habitara la dignidad que supuestamente destinamos a profundidades de lodo. Bondad y sencillez escriben un conjunto de frases, citas, referencias que, sin embargo, se comportan narrando una historia, la de la vida vivida, la de la vida buscada, la vida que tal vez sólo se puede corresponder con la amabilidad del lector.
Por eso es tan sintomático que el libro contenga una serie de avisos. No son prevenciones, son una forma bien conocida, clásica, de conversación, la que se establece ahora entre Javier Urra y todo aquel que se sienta convocado a compartir este banquete, el de la búsqueda de fuerzas y de razones para vivir. Y no de cualquier modo, sino dichosa y gozosamente. En este libro de historias sólo en rigor se encuentra una, la que queda por contar, la que nos queda por vivir y la propia de cada cual. Por eso cabe decir que es una historia respetuosa con las elecciones que hemos de hacer, con las decisiones que poco a poco van labrando nuestra existencia.
No puede vivirse a la expectativa, sin correr la propia suerte, el riesgo, la aventura de la propia experiencia. Nadie vivirá nuestra vida, nadie morirá nuestra muerte, nadie dirá nuestra palabra. Y sobre todo nadie establecerá con los demás las relaciones que sólo son las nuestras. Nadie querrá al otro con nuestro corazón. Por eso este libro es una llamada al compromiso y a la responsabilidad de vivir de verdad. Y, en definitiva, hacerlo con intensidad. No es aconsejable dejar pasar de largo esta irrepetible posibilidad.
Para ello no hay receta, ni consignas. Nunca dejaremos de necesitar aprender. Y resulta indispensable entonces escuchar, que es más que oír un conjunto de dimes y de diretes. El murmullo incesante de la vida de los otros significa atender incluso a quienes ya no están o están por venir y esa solidaridad para con ellos les da una vida singular, que alienta a quienes juntos buscamos espacios en los que poder respirar, esperar y desear.
Este libro de gestos está trufado de guiños, de complicidades y de palabras al oído, que puede ser el oído interno. Los sentidos y los sentimientos se encuentran en un mar de dudas e incertidumbres que se ofrecen como sugerencias para proseguir la navegación.
Y, sobre todo, pone en cuestión una supuesta escala de valores sobre el éxito que parecen sostenerse en la acumulación. Aquí más bien se propone una suerte de desposesión, de despojamiento, que deja en evidencia hasta la desnudez la estulticia de vivir por los poderes, los honores y las riquezas, por expresarlo clásicamente. Abandonemos palacio. La calle, la mesa, el lecho son materia de vida de hombres y de mujeres, materia y forma para generar un espacio de libertad, que deseamos justo.
El presente libro para leer con música nos ofrece incluso sugerencias para hacerlo. Trae sus propias melodías y comprende que el lenguaje se hace espacio y movimiento, cine en el que reflejar nuestros sueños y recrearlos hasta inaugurar un nuevo modo de decirnos. Con estos retales hemos de componer nuestra realidad. Somos seres cotidianos que nos debatimos en un mundo que queremos mejor. Y en ello estamos. Y así la bondad y la sencillez no son debilidades, sino insurrecta transformación en la que nos incluimos. No vaya a ser que nuestra curiosidad nos conduzca a necesitar que todo sea diferente para seguir nosotros siendo los mismos. Quizá Javier Urra no puede dejar aquí de estar seducido por la educación como el mejor regalo, el verdadero legado. Pero bien entiende que la paideia ha de ser metanoia, es decir, debe empezar por la convocatoria a la transformación de uno mismo. Este libro que alienta está atravesado a su vez por una experiencia, la de lo sencillo y difícil que es vivir. Imposible vivir bien sin bien vivir. Al menos desde este texto.
ÁNGEL GABILONDO
Introducción
¿Qué se le puede pedir a la vida? Es una forma amable de preguntarnos con sinceridad hasta dónde nos comprometemos con la misma, cuál es nuestra capacidad para emprender aventuras, para profundizar, para sorber la existencia, poniéndonos en riesgo sin perder la cordura y el equilibrio.
Y qué aportamos nosotros a la vida, a la naturaleza, a los otros, qué legado dejaremos un día de éstos.
Sí, llegará un día en que será tarde para dar respuesta a esta pregunta.
Seamos valientes, miremos a la vida cara a cara, abracémonos a ella, preservemos nuestra independencia, pero no dejemos que el tiempo se pierda tontamente.
Vida social, vida íntima, el yo en conjunción con el universo. Sin buscar afanosamente atracarnos de gozo o placer. Sin buscar ser únicos, sino parte de un todo, de ser parte insignificante pero insustituible de un cosmos inimaginable, inabarcable en tiempo y espacio, sabedores de nuestro ser, de la defendible dignidad, de una libertad tan relativa como cierta.
La vida es la que es, o en gran medida la que decidimos que sea, porque ¿es igual la vida para todos? Ciertamente la vida no es justa, nada tiene que ver nacer en una época, en un lugar, en una familia, en una clase social, o con una dotación genética, pero, más allá de lo que entendemos por azar, nos cabe actuar, implicarnos, jugar la partida, girar el tablero; al fin, llevar la vida en los propios brazos y en lo posible dar pequeños golpes de timón a nuestra singladura.
No estamos predestinados, somos actores de esta vida que pudiera ser única. Seamos, pues, conscientes de nuestro existir y tomemos decisiones. Anticipemos si el último día valoraremos como positivo nuestro discurrir vital y mientras tanto sintamos cada día y a cada rato que vivimos plenamente.
No matemos el tiempo, no nos dejemos atrapar por el aburrimiento, la monotonía, innovemos, recreémonos.
Estimada lectora y estimado lector, gracias por dedicar un tiempo de su vida a leerme, a pensar, a sentir sobre lo escrito. Cada frase ha sido elaborada con mimo para que tenga valor por sí misma. Me he basado en grandes pensadores, en filósofos, en los clásicos, dándoles el toque psicológico que me es propio. Asimismo, junto a ideas personales y acontecimientos que he vivido, he enriquecido el texto con bellas historias, leyendas, fábulas —cuyo título aparece destacado en el texto en cursiva y con capitular— que se han transmitido de generación en generación y que condensan mensajes importantes, enseñanzas plenas para el hoy y el mañana.
La búsqueda interior
Amiga o amigo lector, me dirijo a usted, conversemos. Hemos nacido para la ayuda mutua, alimentemos nuestra intransferible relación, preservemos la intimidad. Dialoguemos mediante las palabras, uno con otro, pero también conmigo mismo mediante el pensamiento; sintámonos.
Conscientes de nuestra finitud, reflexionemos sobre el denominado misterio de la vida y la muerte. Iniciemos una búsqueda de sentido interior que aleje el absurdo, mostrémonos tal y como somos, simplifiquemos, aspiremos a la sencillez, recreémonos en el agradecimiento.
Aprendamos a vivir, que las ocupaciones diarias no impidan la paz interior, tomemos decisiones de manera voluntaria, orientemos libremente nuestra existencia. Defendamos el equilibrio interno sin permitir que las circunstancias placenteras o dolorosas lo alteren gravemente, emitámonos ideas positivas para contrarrestar el impacto de tantas negativas que nos bombardean desde el exterior. Regalémonos cada día la esperanza mediante la generación de nuevas ideas y proyectos, tomemos conciencia de que cada momento es único.
Lector o lectora, no conozco su edad, es igual, aprendamos a valorar la importancia de cada etapa. Aprovechemos cada oportunidad para mejorar, seamos auténticos, alegrémonos con los demás y compartamos las tristezas; la vida no tiene sentido, no merece la pena sin un buen amigo, un vínculo de lealtad con el que compartir el deambular. Aprendamos a convivir con la incertidumbre y desarrollemos el arte de la espera.
Confío en que usted como verdadero interlocutor argumente a favor o en contra de lo que sostengo, que lejos de una lección magistral es para ser discutido. Como en todo proceso de aprendizaje, perseverar depende únicamente de la voluntad, sí, lo que nos ocupa exige de usted y de mí esfuerzo e interés, pero, no lo dude, nos aportará felicidad, algo que va mucho más allá del placer, pues se trata de un bien humano y por ende del alma (aunque debiéramos definir esta entidad inaprensible, discutible, pero que creo se percibe). Para conocernos a nosotros mismos y en algo a aquellos con los que nos cruzamos contamos con un legado estupendo de los filósofos clásicos, a los que voy a invitar para que alumbren nuestro discurrir.
A la vida se le puede pedir lo que la vida puede dar
A la vida se le puede pedir lo que la vida puede dar, así de claro. Puestos a portar una pancarta, que ponga: No a la mentira vital. Una vez que contamos con la licencia para vivir y conocedores de que los determinantes genéticos existen, y junto a los límites de lo posible enmarcados por la biología, nos queda darle significado. Hay que aprovechar esta única (creemos) oportunidad, iniciemos esta lección, este ejercicio de valentía; la vida se entreteje de ilusiones con las que construimos los sueños.
Lectora o lector, su vida es suya, no la entregue a desconocidos, viva con detenimiento (ésta no es una carrera de velocidad), plantéese qué merece ser recordado, busque estar en paz consigo mismo, pregúntese ¿doy gracias a la vida? Compartirá conmigo que la vida se puede medir por la intensidad con la que se vive, que el tiempo perdido es irrecuperable, que actuar es vital en un mundo lleno de posibilidades; nos cabe rebajar la necesidad de sensaciones, dejar de mirar al futuro poniendo en riesgo el presente al llenarlo de ansiedad; imaginar, sí, imaginar situaciones que generan bienestar. La verdad es que recibimos vida cuando la entregamos y que lo que hacemos con nuestra existencia conforma la historia colectiva.
Perdóneme porque lo hasta aquí comentado y lo que continuará es opinable, no me permitiré afirmar como si de principios universales (como el día y la noche, las mareas o la ley de la gravedad) se tratara y es que la propia existencia es una incógnita, la vida en sí es incierta, la seguridad es una quimera, el destino se ríe de la probabilidad, sabemos que nunca nos entenderemos del todo y que lo humano se caracteriza por ser frágil.
En un profundo y reducidísimo lugar del inabarcable macrocosmos, unos pequeños e indefensos seres nacen, crecen, ríen, lloran, se marcan objetivos, prometen, aman, se comunican gestual, verbalmente y por escrito, aprenden a decir no, en ocasiones se reproducen, siempre mueren (lo saben y lo anticipan) y además se sienten grandes, a veces (las más) el centro de la creación; somos usted y yo, los seres humanos. Ayer, hoy y mañana la vida será ese fugaz destello de luz en el que nos creemos escultores de nuestro destino, pero es poco más que el aroma a tierra mojada que nos retrotrae al pasado, un latido de trascendencia, breve juego el de la existencia.
La vida con alrededor de treinta mil días —si las cosas van bien— se mide por lo realizado. ¡Póngale entusiasmo! ¡Comprométase! Debiéramos contabilizar sólo como vivido el tiempo ilusionado y emocionado, la vida es elección, por tanto, un dilema; hemos, por ende, de capacitarnos para comprender y variar el devenir, sabedores de que la historia no está escrita de antemano. El mundo que nos rodea lo creamos en parte con el pensamiento, construimos el futuro cada día, nuestro recurso es el ahora.
Amar la vida, saborearla. Vale la pena vivir por una tertulia, una caricia, una sobremesa, un paisaje, un viaje, un libro o una sinfonía. Vivir en plenitud de forma deliberada, saber que para preservar el equilibrio precisamos el cambio, elegir la actitud, actuar como lo mejor que uno es.
Quisiera transmitir que cada amanecer es el inicio de una aventura, cuando nuestra mente y nuestra conducta descubren un mundo nuevo al que hemos de abrirnos con cierta dosis de ingenuidad. Una aventura compartida. Seamos reflexivamente conscientes de que vivimos, hagámoslo con naturalidad, sin analizar inquisitivamente, vivamos incondicionalmente, la vida no nos puede ser indiferente.
Estar vivo es mucho más que no estar muerto, es nacer a cada instante, conocedores de que la vida es efímera, fugaz, apreciemos el milagro de vivir con pasión enamorada. Remansemos el presente, hagamos las paces con el pasado, aprendamos a fluir, propiciemos motivos para el agradecimiento, elijamos alguno de los futuros posibles, pues somos memoria del futuro, todavía intacto. Paradoja temporal, es en el mañana donde se encuentran el hoy y el ayer. Quizá sí hay una segunda oportunidad. Compañera y compañero de lectura, acordemos que no se trata de dar sentido a la vida vivida, sino desde el inicio ir orientándola para vivirla como propia.
Nostalgia del infinito
Nostalgia del infinito, eso somos. Precisamos levantar los ojos, mirar las estrellas, confundirnos con el universo y preguntarnos por el sentido que estamos dando a nuestra existencia. La vida, que es un gran enigma, debe aliñarse con imaginación y fantasía, lo que permite ensanchar su horizonte; al final, la existencia es susceptible de muy variadas interpretaciones. Considero que lo importante en la vida es el sentido, no el éxito, y que cada día creamos nuestro destino. Además confío en no sufrir remordimiento por haber vivido.
Tenemos por delante un trayecto relativamente corto, incierto e inexplicable, nos cabe encontrar el camino o abrírnoslo, dar un primer paso, aprovechar cada oportunidad, pues, al igual que acontece con el amanecer, si se llega tarde ya se ha ido. Buscamos no vivir en vano, nuestra vocación es alcanzar la felicidad, pero para ello hay que atreverse y darle más sentido realizando un mayor número de actividades significativas. Precisamos un proyecto que nos ilusione, pues somos lo que nos queda por vivir, habitantes del futuro —aun a tiempo parcial.
Creer que se puede es casi poder, nos cabe motivarnos, proyectarnos hacia el mañana, construir un porvenir, soltar amarras del pasado para atisbar un sueño. En general nuestra vida es reflejo de nuestros pensamientos (aunque no siempre), erradiquemos, por tanto, el adjetivo de los impotentes: imposible. En cambio, incentivemos la esperanza como la confianza de conquistar el futuro. Sintámonos cómodos con la propia existencia, sabedores de que hemos sido obsequiados, creemos un bucle de retroalimentación, vivamos según nuestra elección, decidamos (¡insisto!) la actitud personal ante la totalidad de las circunstancias.
Compañera, compañero, miremos a la bóveda celeste, recordemos nuestro humilde origen evolutivo y no escupamos al firmamento; en nuestra naturaleza de mortales está ensalzar lo que se perdió, pero debemos ser activistas por un mundo libre de quejas. Desde el gusto por la vida, hemos de legar el futuro, convencidos de que ya vale la pena haber vivido, contemplando lo acontecido con cariño.
Incidentes, accidentes, contingencias, causas y efectos, más causalidades que casualidades. Vida para ser examinada, que hemos de fabricar con las propias manos para ser abrazada con una sonrisa, pues no saldremos vivos del encuentro. Vida que vemos como una película a la que llegamos tarde y de la que hemos de irnos antes de que termine. ¡Escojamos al menos la película!
Y dado que la vida es inevitable, estrenémosla con admiración e ingenuidad infantil. Es un regalo, un escenario incesante de aprendizaje. No seamos esclavos de nuestras costumbres, de la profecía autocumplida, ni de la libertad; no endeudemos la vida, no nos alojemos en la existencia de alquiler.
Creo que en gran medida la vida se construye de dentro afuera, que la vida es para vivirla, que nunca es aburrida (aburrido es el que se aburre o «mata el tiempo»). No tengo claro si es una carrera de fondo o si somos peregrinos, pero sí sé que su alma se encuentra en lo sencillo, que tiene sus tiempos, que está impregnada de belleza, por eso hay que aprender a disfrutar, estar en contacto con la naturaleza, comer cosas que nos gustan, escuchar música, pasear, ayudar a quien lo necesita, reírse más, disfrutar con la lectura, pisar charcos de lluvia...
Hemos de redescubrir la realidad, asombrarnos de nosotros mismos, mostrar los sentimientos, sonreír a la vida, confiar en que sucedan cosas agradables, mirar hacia delante, proyectarnos en el futuro. Pongámonos a hacer, sepámonos eficaces en el mundo sin por eso querer pasar a la posteridad. La vida exige un propósito y un sentimiento de interdependencia con los demás.
Podemos contemplar libremente lo posible, marcarnos metas que nos ilusionen, creer en un sueño y luchar día a día por conseguirlo, la meta está donde uno la sitúa.
He comprobado que se alcanza casi todo lo que de verdad se desea, que los sueños pueden materializarse. Para eso debemos asegurarnos de que cada paso que damos va en la dirección del objetivo al que aspiramos, podemos provocar el mañana desde el ahora, con nuestra psicohistoria, disfrutando de superar las dificultades, valorando el reto, desechando la creencia en la suerte, pues es arbitraria, ilógica y no depende de uno mismo.
Estimada compañera o compañero de viaje, permítame que en esta nuestra silenciosa conversación incluya algunas leyendas, pues de su mano aflorarán pensamientos inteligentes y sentimientos hermosos.
El señor de la mente
Me contaron una vez que en una tribu perdida en las montañas, allí donde dicen que se acuesta el sol, había un hombre sabio muy respetado al que le preocupaba que muchos hombres del poblado saliesen a cazar desde que amanecía hasta que anochecía, olvidando que tenían mujer e hijos.
Reunió a todos estos varones en el centro del poblado y les enseñó una gran olla donde día a día se preparaba la comida, alcanzó unas piedras gordas, redondas que llamaban cantos rodados y que cogían de los ríos que por allí regaban las tierras de agua. Llenó poco a poco el cuenco de piedras y les preguntó: «¿Creéis que cabe algo más?». Uno de los reconocidos cazadores contestó: «No, seguro que no cabe más». Entonces el hombre al que llamaban «el conocedor de la mente» sacó de debajo de una manta que tenía al lado unas piedrecitas y las dejó caer en la olla, éstas se fueron introduciendo entre las grandes piedras. Todos miraban sorprendidos, entonces el hombre que tanto pensaba les preguntó: «¿Creéis que cabe algo más?». Alguno en voz bastante baja dijo: «Creo que no». En ese momento el hombre que siempre miraba con atención y escuchaba interesado cogió un puñado de arena y lo depositó en el cuenco que ya estaba —o parecía— lleno, y para sorpresa de todos la arena fue introduciéndose entre las piedras grandes y pequeñas.
El sabio preguntó: «¿Cabe algo más?». Todos callaron. El hombre que aprendía de la naturaleza, de los animales, de las mujeres y hombres de ese y otros poblados cogió una vasija con agua y con delicadeza la vertió en la olla, el agua penetró y humedeció la arena y las piedras. Entonces este hombre que hablaba tan bien preguntó: «¿Qué habéis aprendido?». Un cazador joven y fuerte dijo con seguridad: «Que por más que se cace siempre se podrá cazar más».
El hombre que estudiaba la mente le dijo con seriedad: «No has entendido nada. Lo que os he mostrado es que para que quepa todo hay que realizar primero lo más importante y lo más importante es estar con vuestros hijos y con vuestras mujeres; el resto vendrá por añadidura».
Pasaron muchos días y sus consecuentes noches. Una de ellas, mientras estaba alrededor del fuego, se le acercaron algunas mujeres y varios hombres para preguntarle cómo serían sus hijos de mayores.
Al día siguiente reunió a los niños y los hizo sentar en el suelo; dio a cada uno un dulce muy rico que había preparado con chocolate, miel y hierbabuena y les dijo: «Os doy a cada uno un pequeño dulce, miradlo pero no os lo comáis hasta que regrese, pues voy a por otros dulces que os daré si no os habéis comido el que tenéis delante». Unos niños se quedaron absolutamente quietos, otros se taparon los ojitos (pero no comieron el dulce), y otros se comieron inmediatamente tan gustoso bocado.
El hombre que quería ser sabio dijo a madres y padres: «O educáis bien o aquellos cuyos hijos se han comido el chocomiel aromatizado tendrán problemas, pues vuestros descendientes no saben dominarse y dejar para más tarde algo que les gusta con la condición de obtener otra recompensa mayor». Concluyó: «En todos los poblados hay niños que gritan: “¡Lo quiero aquí y ahora!”. Serán un problema para ellos mismos, para sus padres y para el resto».
Muchas lunas pasaron y un día que todos estaban de fiesta preguntaron hombres y mujeres del poblado al hombre que aspiraba a ser sabio: «¿Cómo entiendes la vida?». Este aprendiz ilusionado contestó: «Un día un hombre viejo lleva de la mano al hijo de sus hijos mientras cruzan sobre las rocas el cauce de un río. Pasan algunas estaciones de lluvias, de sol y el niño ya joven ayuda al padre de sus padres a cruzar el río, pues la vista está cansada y las piernas no son ya tan seguras».
Un día el señor de la mente se puso a hablar a los niños del necesario amor a la naturaleza, también a esa especie animal llamada humana que sabe compartir sonrisas, usar las palabras, compadecerse por el dolor ajeno, recordar con nostalgia, imaginar el futuro y mirar a las estrellas intuyendo que allí está nuestro destino. Cuando se dio cuenta, estaba rodeado de todo el poblado, de niños y no tan niños. Se sintió tan feliz que lloró y les contó que hace mucho pero mucho tiempo un hombre estaba tumbado cerca de un árbol y no tenía nada, pues vivía en una cabaña hecha con cuatro maderas. Pasó un hombre rico (tenía cabras y vacas y campos de trigo), se paró al verlo y le preguntó: «¿Qué es lo que deseas?». Y ese hombre sencillo le dijo con cariño: «Que te retires a un lado para que sigan dándome los rayos del sol».
Otro día (la vida tiene muchos y variados días) el hombre que estudiaba lo que los otros pensaban y sentían invitó al resto del poblado ante un fuego que