Cásate conmigo

Fragmento

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La misma de siempre

 

Cuando llegué al hospital encontré a mi novia al borde de la muerte. Para consolarla en sus últimas horas, le pedí que se casara conmigo. Ella aceptó y, arropados por la familia directa y los amigos más íntimos, celebramos la ceremonia allí mismo. Se le entrecortaba tanto la voz que por momentos me pregunté si llegaría a los votos.

En cuanto tuvo el anillo en el dedo empezó a recuperarse, y al cabo de unos minutos estaba sentada en la cama. Yo no podía creer lo que veía; nunca me habría casado con ella si hubiera tenido la menor sospecha de que iba a seguir viva.

—Me voy al pub a celebrarlo —dije, desesperado por largarme.

—De eso nada —me cortó—. Aún no has puesto la cortina en el cuarto de los invitados. ¿Y has llamado a aquel hombre para que desatasque el desagüe del patio? Y te toca a ti limpiar las ventanas: esta vez por dentro y por fuera. Y mañana recogen la basura, si te acordaras de sacar los cubos por una vez en tu vida... —no daba tregua. Me parecía increíble que todo el mundo se alegrara tanto de ver que volvía a ser la misma de siempre—. Y no olvidemos que está pendiente el asunto de la consumación —dijo.

Los otros se retiraron discretamente y nos quedamos a solas.

—No te quedes ahí pasmado —me gruñó—. Vamos, empieza de una vez.

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Previsible

 

Starlight me dijo que había decidido poner fin a nuestro matrimonio. Cuando le pregunté por qué, dijo que me había vuelto demasiado previsible. Le supliqué que recapacitara.

—Sin ti no sé qué haría —sollocé.

Sacudió la cabeza, exasperada.

—Sabía que ibas a decir eso.

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Velo

 

Amethyst no dejaba que sus pretendientes le vieran la cara: quería que la amaran por cómo era por dentro, no por fuera. Durante nuestro noviazgo hizo las mil y una para no dejarme intuir lo que había tras las impenetrables capas de bufandas, pasamontañas y gafas oscuras que llevaba siempre, pero su conversación chispeante me cautivó y enseguida supe que era la chica perfecta para mí. Toqué el cielo cuando dijo que quería ser mi mujer, y el día en que la vi acercándose al altar no sabía con qué me encontraría cuando se levantara el velo. Presentía que sería una belleza arrebatadora o un espantajo horrible, pero sabía que la querría igual de todos modos. Cuando llegó el momento y le vi la cara por primera vez, no me lo podía creer.

Me pareció mona, dentro de lo que cabe. Desde luego no era fea, pero tampoco nada especial. No entendí por qué se había tomado tantas molestias.

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Revés

 

Al abrir la puerta me encontré a mi exmujer en la entrada, más guapa aún de lo que la recordaba.

—¡Has vuelto! —grité loco de alegría.

—Por Dios —me dijo—. Lo entiendes todo al revés. Las tiendas están cerradas y mi nuevo marido necesita un poco de WD-40. Creo que guardas un bote debajo del fregadero, ¿no?

Agaché la cabeza, derrotado, y fui a la cocina a buscarlo. Ella me siguió y se quedó mirándome mientras rebuscaba en el armario.

—Se está arreglando la moto —me explicó—. Sin camiseta.

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Retos

 

Oleander me dijo que, después de mucho pensarlo, había decidido encarar nuevos retos.

—No ha sido una decisión fácil, pero me parece que ha llegado la hora.

Me dijo que se sentía privilegiada de haber vivido una experiencia tan gratificante como nuestro matrimonio, y que ser mi mujer la había ayudado a desarrollar una serie de cualidades valiosas. Me dio las gracias por las oportunidades que le había dado, me deseó lo mejor para el futuro y me dijo que estaba dispuesta a seguir en mi vida durante un mes natural, en el que se esforzaría para que mi vuelta al estatus de soltero fuese lo más llevadera posible.

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Noticia

 

Cuanto más se acercaba el día de nuestra boda, menos me convencía la idea de pasar el resto de mi vida con mi prometida. Empecé a pensar en serio en suspenderlo todo. Se lo estaba contando a mi amigo Demetrio cuando nos enteramos de la noticia: un tigre a la fuga había atacado ferozmente a mi novia. Fui corriendo al hospital y la encontré en la cama, mirándome por una rendija entre los vendajes. Comprendí que tenía que confesarle mis dudas de inmediato.

Me acusó de dejarla plantada porque ya no volvería a ser tan guapa como antes. Por suerte, me había adelantado a esa posibilidad y llevaba a Demetrio como testigo. No habla muy bien inglés, pero con unas cuantas frases inconexas y una mímica lograda pudo corroborar que mis dudas venían de tiempo atrás. Tiene una de esas caras que inspiran confianza, así que a mi prometida no le quedó más remedio que aceptar que mi amor no era lo bastante fuerte para soportar el peso del matrimonio. Lloró un poco y le aseguré que podíamos seguir siendo amigos.

—Pero ¿y el tigre? —preguntó. Siempre había sido muy amante de los animales—. No lo habrán matado, ¿verdad? —dijo con la mirada desencajada de preocupación—. Dime que no lo han matado.

Pero resultaba que sí, le habían volado la cara con una escopeta gigante. En un alarde de imaginación, Demetrio recreó los últimos momentos del animal, que desataron una nueva oleada de llanto. Lidiar con esas cosas ya no era responsabilidad mía y, tras sopesar mis opciones, decidí dejar que se las arreglara sola.

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