Frank Einstein 1 - El pequeño (y algo chiflado) Frank Einstein

Fragmento



ÍNDICE

Portadilla

Índice

Fragmento de materia: partícula 166-167

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Notas de Frank Einstein acerca de la materia

Klink y Klank presentan cómo hacer tu propio motor antimateria

Los nuevos inventos de T. Edison

Alfabeto de signos de Mr. Chimp

Sobre el autor

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Créditos

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Materia —dice Frank Einstein, genio e inventor de corta edad—. Aquello de lo que están hechos todos los seres vivos y todas las cosas que no están vivas. En eso consiste todo.

—Genial —dice Watson, amigo de Frank de tantos años, agachado detrás de él—. Y ¿cómo nos ayuda eso a salir de aquí?

Frank Einstein, como siempre, aplica el método científico que ha aprendido de su abuelo Al.

Frank piensa:

Observación:

Luces rojas que centellean dos veces por segundo.

Un sonido atronador que resuena contra el suelo de la nave industrial, Uoooo-uoooo.

Unos barrotes de color blanco metálico, ligeros, de alta resistencia.

Dos formas mecánicas contra la pared de ladrillo del fondo.

Dos siluetas en la penumbra sobre la plataforma elevadora que hay más arriba, ambas con corbata.

Un rayo de luz blanca concentrada chisporrotea y derrite una línea horizontal que atraviesa la pared de ladrillo más cercana y sigue un rumbo que se cruzará con la posición de Einstein y Watson dentro de veintiocho segundos.

Frank dice:

—Hipótesis:

»Luces y sirena: probablemente una alarma.

»Barrotes: de titanio e irrompibles, seguramente.

»Aquellos dos de allí tal vez nos ayuden.

»Los dos de arriba no lo harán.

»Disponemos ahora de trece segundos antes de que cada átomo, elemento, molécula y fragmento de materia de los que estamos hechos estalle con violencia en una nube de humo, calor y cenizas.

—¿Por qué te escucharé siempre? —pregunta Watson, que se aleja tanto como puede del avance del rayo de luz que chisporrotea sobre los ladrillos.

Frank Einstein sonríe.

—Comenzar experimento…

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Exactamente 48 horas o dos rotaciones de la Tierra antes…

Noche.

Oscuridad.

¡Relámpago!

Un brillante rayo rasga la oscuridad y centellea sobre el tragaluz.

Fran Einstein levanta la vista de su trabajo. Cuenta en voz alta.

—Mil ciento uno. Mil ciento dos. Mil ciento tres…

¡Craaac bruum!

La onda vibratoria del sonido del trueno sacude las viejas ventanas de marco metálico del taller y laboratorio de ciencias de Frank.

—Tres segundos entre la luz y el sonido por cada kilómetro…, así que está a un kilómetro de distancia —calcula Frank por medio de la diferencia entre la velocidad de la luz, casi instantánea, y la velocidad del sonido, mucho más lenta—. Justo a tiempo.

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—¿Estás seguro de que va a funcionar? —le pregunta Watson mientras se pone unos guantes de fregar los platos, amarillos y largos, para protegerse—. Porque, colega, esto parece una locura de las buenas.

—Es perfecto —responde Frank—. Es perfecto que mis padres se hayan ido otra vez a hacer uno de sus viajes turísticos. Es perfecto que el abuelo Al me haya permitido montar mi laboratorio en su garaje y aprovechar todas estas piezas sobrantes de su tienda de reparaciones. Y es perfecto que podamos utilizar esta tormenta de rayos para aplicar una sobrecarga a mi SmartBot, este robot inteligente, para que cobre vida y así ganar el Premio de Ciencias de Midville.

Un relámpago centellea.

Un trueno retumba.

—Ese premio en metálico de cien mil dólares servirá para pagar todas las facturas del abuelo Al, y el SmartBot nos ayudará a inventar cualquier otra cosa que queramos —Frank coloca el último cable de cobre en el cerebro de su robot inteligente—. ¿Qué podría salir mal?

—Pues, ¿te acuerdas de aquella vez en que estábamos fabricando unos coches de carreras…?

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Frank extiende la mano abierta como si fuera un cirujano en un quirófano.

—¡Conmutador de vacío!

—¿… y atornillaste el reactor al carrito de bebé…?

—¡Unidad GPS!

—¿… y entonces decidiste que tendría más «eficiencia energética» sin los frenos?

—¡Cráneo!

—Te puedo enseñar la cicatriz.

—¡Cráneo!

Watson echa un vistazo por la mesa de trabajo cubierta de todo tipo de piezas y componentes resultado de veinte años de reparaciones mecánicas, eléctricas y de fontanería. Coge una pieza metálica brillante con dos ranuras.

—¿Te refieres a esta especie de tostador?

¡Relámpago!

Frank levanta la mirada hacia el tragaluz y cuenta.

—Mil ciento uno. Mil ciento…

¡Bruuum!

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—Menos de medio kilómetro. ¡Sí! La pieza del cráneo. ¡Ahora!

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Watson le lanza el cráneo-tostador.

Frank atornilla la pieza en su sitio. Coloca el SmartBot tumbado sobre el armazón de un carrito rojo oxidado y atado a un arnés con una cuerda que pasa por una polea y está conectada al motor que abre la puerta del garaje.

Retrocede unos pasos y admira su obra una última vez.

—Un robot que será capaz de pensar, de aprender y de ser cada vez más inteligente. Solo necesita la energía de un rayo para cobrar vida.

Frank presiona el botón del mecanismo de apertura de la puerta.

Huuummmmmmm, suena el motor. Se tensa la cuerda. Montado en el viejo carrito-mesa de operaciones de Frank, el SmartBot se eleva hasta el techo del garaje mientras se abre el tragaluz.

—¡Sí! —dice Frank Einstein con una risa disparatada.

El pelo y la bata de laboratorio se le revuelven en la corriente de aire que entra de pronto en el garaje. Frank agarra el pincho de barbacoa que hace las veces de interruptor para transferir la energía al SmartBot justo cuando caiga el rayo.

—¿Estás listo, Watson? —grita.

Watson se ajusta la goma de las gafas de seguridad y hace un gesto negativo e inconsciente con la cabeza, pero de todas formas le dice que sí a Frank mostrándole un pulgar amarillo y un poco fofo.

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Una fuerte ventolera recorre el laboratorio.

La mesa de operaciones asciende hacia el cielo cargado de rayos.

Frank cuenta.

—¡Uno! ¡Dos!…

Y entonces, de repente, ¡fisssss!

Las luces del garaje parpadean… tiemblan. El laboratorio se queda a oscuras.

Frank oye a Watson gritar:

—¡Oh, no!

El motor de la puerta del garaje se queda sin electricidad y suelta la cuerda del carrito, que cae contra el suelo de cemento con un estruendo metálico terrible.

¡Relámpago! ¡Bruuum! El rayo y el trueno estallan justo al mismo tiempo sobre sus cabezas. La descarga de energía eléctrica de color blanco azulado que se suponía que iba a dar vida al SmartBot desciende por el pararrayos entre crujidos y pasa por la toma de tierra hasta el suelo sin causar ningún daño.

En los fogonazos de luz de la tormenta, Frank y Watson ven una serie de imágenes como si fuesen fotografías:

El SmartBot sale volando del carrito, por los aires.

La cabeza-tostador del SmartBot sale dando vueltas en una dirección.

El cuerpo-aspiradora del SmartBot sale dando vueltas en la dirección opuesta.

Luego, la oscuridad.

Bruuuuum, brrrummmmm… Se alejan los truenos de la tormenta.

—¿Frank? —dice una voz desde la puerta de la cocina—. Chicos, ¿estáis bien ahí dentro?

El rostro del abuelo Al, iluminado por la vela que lleva en la mano, se asoma al laboratorio de Frank.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Watson.

—Bonitos guantes —dice el abuelo Al—. Se habrá ido la luz, aunque parece que ha sido solo en esta casa.

La vela del abuelo Al proyecta un círculo de luz amarilla que ilumina las piezas rotas de lo que era el SmartBot de Frank.

—¿Qué es todo esto?

—Ah, una cosa con la que estaba trasteando para el Premio de Ciencias de este fin de semana —dice Frank.

—No se habrá estropeado, ¿verdad?

—Solo un poco —responde él, que no quiere preocupar a su abuelo.

Frank recoge la cabeza y los fragmentos del cuerpo inerte del SmartBot y los coloca con cuidado sobre la mesa de trabajo.

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—Lo arreglaré por la mañana.

Watson se quita los guantes de goma, le da unas palmaditas a la cabeza-tostador sin vida y se cuelga la mochila al hombro.

—Un robot capaz de aprender cosas por sí solo sigue siendo un

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