Índice
Portadilla
Índice
Personajes
Mapa
Capítulo 1. Un carro guapo, guapo
Capítulo 2. Me caen bien los vampiros
Capítulo 3. Un encuentro embrujado
Capítulo 4. La tienda del cazavampiros
Capítulo 5. Un bosque superanimado
Capítulo 6. El Pantano Fantasmal
Capítulo 7. Un delicioso olor a humano
Capítulo 8. El gran Vlad, el Empapador
Capítulo 9. De puente a puente
Capítulo 10. La posada encanijada
Capítulo 11. A ver cómo me las pinto si caigo en el laberinto
Capítulo 12. Atrapados por los pelos
Capítulo 13. Una chica con carácter
Capítulo 14. La última casilla
Capítulo 15. ¿Truco o trato?
Ahora te toca a ti
Si te ha gustado este libro...
Sobre el autor
Créditos





Caca de la vaca Paca. Eso era lo que buscábamos aquella noche de luna llena mi amigo Miguel Ángel y yo, adentrándonos de puntillas en la granja de don Girolamo. ¡Uy, don Girolamo, qué malas pulgas tenía! Claro, que su vaca no era mucho más simpática que él. Cuentan que, hacía un año, a un joven pastor que se le ocurrió ordeñarla para tomarse un vaso de leche con cacao le arreó una coz tan grande que le lanzó volando por los aires en dirección a Marte… ¡y todavía no ha aterrizado!
Pero es que Paca no solo era una vaca karateka, ¡también mordía! Pero no un mordisquito amable y baboso como corresponde al rumiante que es, no. Paca te clava los dientes como los cocodrilos y cuando te tiene bien agarrado, se lía a mugir, a darte pisotones y a tirarse pedos. Y luego se parte de risa. ¿Que qué es lo único que tiene de bueno? Que da el mejor estiércol de todo Vinci. Por eso habíamos decidido robar su boñiga. Os preguntaréis «¿Pa’ qué?». Muy sencillo. Para utilizarla como combustible en el motor del vincicarro, o sea, de mi carro nuevo.
Hace poco descubrí que de esa caca sale un gas que no se llama fulano ni mengano, sino metano, y genera una energía superchula que no contamina y que estoy seguro de que moverá a toda velocidad las ruedas de mi vehículo. Y además, así reciclamos. ¿A que mola mi invento? Pues a Paca no le gustó. Y eso que nos acercamos a ella con sigilo, de buen rollito, para no molestarla puesto que estaba durmiendo.
Miguel Ángel llevaba una pala y yo un cubo para recoger la boñiga. Y, por supuesto, nos habíamos puesto una pinza en la nariz, porque la caca, la mires por donde la mires… ¡huele fatal!
—¡Puaj! Creo que voy a vomitar… —susurró Miguel Ángel, conteniendo una arcada.
—¡Amigo, tienes que ser fuerte! —le supliqué, a punto de echar la cena por el olor nauseabundo—. Coge el Objetivo Cacafuti con tu pala y larguémonos cuanto antes.
—No —me contestó muy chulito.
—¿Cómo que no? —le repliqué, sorprendido.
—Pues no, porque no hay boñiga de vaca por ningún lado.
Y era cierto. Cero caca. Debía de estar estreñida, porque el suelo de aquel establo estaba limpísimo. Sin embargo un «perfume embriagador» delataba inequívocamente la presencia de estiércol. Así que saqué a pasear mis dotes detectivescas y de repente descubrí unas moscas que parecían acudir presurosas a un banquete. Seguí su endiablado revoloteo por todo el establo hasta que se perdieron en una esquina… ¡justo detrás de la vaca Paca! O, para ser más exactos, ¡entre la vaca y la pared! Y estaba claro que, para poder recoger nuestro objetivo, habría que pasar por encima o por debajo de Paca, jugándonos el tipo.
—¿Ahí está la boñiga? —dijo Miguel Ángel, incrédulo—. Me vuelvo a mi casa —añadió, dirigiéndose a la salida.
—¡Para, tío! —le pedí, deteniéndole con el brazo—. Tenemos que intentarlo o, de lo contrario, no podré mover el nuevo motor de mi carro.
—¡Pues le pones un burro para que tire de él, como todo el mundo, que estamos en el Renacimiento, no en el 2016! —añadió mi amigo.
—¿Y qué hacemos con la tecnología y con el progreso de la ciencia? —pregunté con indignación.
—Me importan un pimiento. A mí no me patea Paca por nada del mundo.
—¿Y si te hago los deberes de mates durante una semana? —le dije con aire negociador.
—¡¡Pero si estamos con las lecciones más difíciles del trimestre!! —contestó él, entre alucinado e incrédulo.
—Pues son tuyos si me ayudas —le solté, chulito.
—Mmm… ¡Hecho! —respondió mi amigo—. Los deberes de mates del pelma de don Pepperoni bien valen una coz de Paca.
Eso era lo que quería oír. Así que me puse a estudiar la situación: Paca estaba repanchingada en el suelo. La boñiga se situaba a treinta centímetros de ella y, afortunadamente, próxima a nosotros se encontraba una escalera que podría servirnos de puente. La utilizaríamos para pasar por encima de ella sin despertarla.
¡¡Shhh, nada de despertarla!! No desperteishion.
De repente, escuché a Miguel Ángel diciendo a grito pelao mientras tiraba del rabo a la vaca:
—¡¡Pacaaaaaa, vaca petardaaaaa, quítate de ahíííííí!!
No, esto no estaba pasando.
—¿Te has vuelto loco? —le dije más furioso que un basilisco con paperas—. ¿Por qué le haces eso al bicho?
—¿Para qué va a ser? —contestó mi amigo, tan tranquilo—. Para que se despierte, se aparte y podamos coger su boñiga —y añadió, displicente—: De verdad, Leo, que a veces pareces tonto, hay que explicártelo todo…
Pero a quien hubo que darle explicaciones fue a Paca:
—¡Muuuuuu! —mugió, furiosa, al ver que la despertaban a tirones. Se puso en pie de un brinco propio de un leopardo, se revolvió con la destreza de una serpiente y tras enseñarle los dientes a Miguel Ángel con la sonrisa