¡Que gane el mejor! (Chicas contra Chicos 2)

Fragmento

libro-5

 

cap-9.psd

—¡¿Que hiciste qué?!

Les quedó igual de bien que si hubiesen pasado la tarde ensayándolo: el mismo tono, los mismos ojos abiertos de par en par, la misma forma de echarse hacia delante, sentadas en la grada al borde de la pista de hielo… Me entró la risa y vi que Lena fruncía el ceño.

—¡Ali! Que va en serio.

Sue asintió mientras intentaba quitarse una zapatilla sin desabrocharse los cordones: habíamos llevado los patines. Yo me encogí de hombros.

—Pues eso —les dije—. ¿Qué habríais hecho vosotras?

—Para empezar, yo ni siquiera habría ido —replicó Lena—. ¿Te has vuelto loca? ¿Qué pasa con la guerra?

—Era por un tema de clase —una excusa rastrera—. Tenía que ir, no podía explicarle al Nogueira que somos enemigos, ¿no?

—¿Por qué no? —dijo Sue—. Es majo.

Era el primer año que el señor Nogueira nos daba clases de Lengua y Literatura, pero todos lo conocíamos de antes, porque también dirigía el grupo y las funciones de teatro del Monteblanco. Que no solían salir muy bien, la verdad.

—¿Por qué no quedaste con Max mejor? —volvió a hablar Lena—. O con cualquiera. ¿No hay más gente en tu clase?

—Nico me lo preguntó antes —mentira, mentira, mentira—. Y además, somos vecinos.

—Pero ¿y lo de veros en el Zoco?

Cuando Lena le hinca los dientes a algún asunto, malo. Cuesta soltarse, y si seguía por ese camino, yo iba a terminar fatal. Por suerte, podía contar con Sue, que estaba más interesada en lo que había pasado que en cómo era posible que hubiésemos llegado a ese punto. Solo necesitaba un empujoncito:

—Es que en el Oso Burger tienen patatas fritas —respondí—. Y Coca-Cola.

Ahí estaba el recordatorio que Sue necesitaba, y mi salida de incendios para que Lena dejase de interrogarme. Funcionó: Sue levantó la cabeza, me clavó los ojos y dejó de abrocharse los patines.

—Eso que has dicho antes… —dijo cortando la pregunta que ya había empezado Lena—. ¡¿De verdad le tiraste a Nico la Coca-Cola por encima?!

—Ajá.

Lena me sonrió, con una medio sonrisa de lo más malvada:

—Un baño de burbujas —dijo mientras se imaginaba a Nico calado de Coca-Cola de arriba abajo.

Sue se rio otra vez y yo también. No subiría al marcador del Muro de chicas contra chicos, pero era un tanto para nosotras, ¿no?

Hacía ya unos meses que había empezado la guerra entre el grupo de Turo y el nuestro. Desde que arrancó el curso éramos algo así como enemigos, aunque seguíamos hablando en el instituto y hasta habíamos ido a verlos actuar en el concierto de Los Lirones del pasado sábado. Fue ahí cuando Nico salió al escenario con un ukelele y mi gorro de la suerte, y de vuelta a casa yo quise recuperarlo porque en realidad nunca debería habérselo dado (es una larga historia) y, no sé cómo, terminé aceptando a cambio una púa de guitarra y una quedada con él, los dos solos.

El caso es que no tenía demasiado claro si eso podía considerarse «traición», porque aparte de las Cinco Leyes de la Guerra que acordamos entre los siete, tampoco es que nos sentásemos a escribir un reglamento en serio, y no era cuestión de preguntarle a Lena y a Sue qué les parecía que yo quisiese llevarme bien con mi nuevo vecino, que encima era compañero de clase.

Pero bueno, ahora ya no importaba. Porque Nico era un idiota.

—Se la tiraste, ¿así, sin más? —Sue alucinaba.

Miré a Lena y las dos nos reímos.

—No, antes nos dijimos hola.

—Y luego los dos cogieron sus vasos, se pusieron espalda contra espalda, dieron tres pasos al frente y…

—… yo fui más rápida —terminé la frase de Lena.

Ella y Sue habían acabado con sus patines y ya estaban de pie, apoyadas en el murete bajo de la pista, esperándome. Me di prisa, mientras les contaba cómo había ido.

—Es que estuvo en plan borde desde que llegamos, ni siquiera me miraba. Pedimos las Coca-Colas, nos sentamos en una mesa y él todo el rato en modo «no hablo con desconocidos, deja de acosarme», así que le dije que si iba a estar así, que mejor lo dejábamos, y él me dijo que a lo mejor tenía motivos para ser borde, y yo le dije que cuáles, y él dijo que yo sabría, y yo no lo sabía, así que le dije que no, que no tenía ni idea y que no entendía nada, y él dijo que sí, que ya, y yo le dije que se fuera al cuerno y que mejor nos íbamos, y él dijo que sí y que no sabía por qué habíamos quedado, y yo le dije que había sido idea suya y que la próxima vez que pensase en hablarme, que se lo pensase mejor, y él resopló y yo me puse de pie y… me fui.

Lo había soltado del tirón, casi sin respirar, mientras me abrochaba los patines: un buen resumen de los quince minutos más largos de las vacaciones de Navidad. Cuando me incorporé, Sue me miraba con la boca abierta.

—¿Y la Coca-Cola? —preguntó Lena con la cara ladeada y los ojos entrecerrados.

—Ah, sí: eso fue después de levantarme y antes de salir.

—Se la tiraste por encima —esa era Sue.

—Sí.

—¿Con hielo y todo?

—Con hielo y todo.

—Bien. Un lirón en remojo —dijo entre risas mientras salía por la puertecita abierta en el muro.

P.12.psd

En realidad, al ponerme de pie moví la mesa y el vaso de Nico se volcó y le empapó una de las zapatillas. Creo que le salpicó un poco los pantalones. De todos modos, si preferían pensar que yo había cogido el vaso y le había tirado la Coca-Cola a la cara en plan película… Tampoco iba a decirles que fue sin querer, que le pedí perdón corriendo (sin querer también, respuesta automática) y que faltó un pelo para que me pusiese a limpiarlo con un montón de servilletas, pero es que eso no se hace si quieres irte con algo de dignidad.

Aun así, para Sue no había más que hablar: ya estaba patinando. Seguramente ya se le habría olvidado, no es que tuviese demasiada memoria. Lena también cruzó la puertecita y me sonrió.

—Vaya desastre, ¿no? —dijo—. Que le den. Es la guerra.

Yo asentí con la cabeza. Todavía estaba enfadada con Nico.

—Idiota —dije en voz baja, un poco por él y un poco por mí.

Lena tenía razón: ¿en qué estaba pensando? No es que tuviese mucha experiencia ni nada, pero creo que esa habría ganado el premio a Peor Quedada de la Historia. Al menos había sacado algo bueno: había recuperado mi gorro de la suerte. El año nuevo empezaba dentro de dos días, y quería todo mi arsenal de buen rollo en plena forma.

Me lo calé bien y salí con Lena y Sue a la pista de hielo.

libro-6

 

cap-15.psd

Hay dos tipos de personas: las que apagan el despertador a la primera y se levantan, y las que lo apagan una vez, y luego otra, y otra, y pueden pasar así una hora. Yo soy de estas. Por eso, cuando el móvil empezó a vibrar en la mesilla de noche, le arreé un golpe a la pantalla casi sin abrir los ojos y me di la vuelta, pero no había pasado ni medio minuto y ya estaba vibrando otra vez como loco.

Como seguía más dormida que despierta, no reaccioné muy rápido que digamos: me quedé mirando el móvil sin entender nada. En casa no había ruido, estaba todo oscuro fuera… Tardé cinco segundos en enfocar mejor la pantalla y ver que aún faltaba media hora para que me tocase levantarme en el primer día de clase después de las vacaciones, y que no era el despertador lo que me había despertado.

Era una llamada. Lena.

—Ya creía que no lo cogías —me soltó sin más en cuanto conseguí unir dos neuronas para acertar en la tecla verde.

—Mmmphf —respondí yo, que viene a traducirse como «buenos días a ti también». Sacudí la cabeza de lado a lado para despejarme y me senté en la cama, apoyada contra el cabecero—. ¿Qué pasa? —susurré—. ¿Estás bien?

—No sé qué han hecho.

—¿Qué?

—Turo y el resto.

—¿Qué? —me despierto despacio, es lo que hay. Uno no entra a un partido sin calentar antes, ¿no? Pues eso: yo aún no estaba para esprints.

—¿Viste algo raro ayer?

Lo pensé un segundo. Había sido un día de Reyes normal: roscón, regalos, vi una peli con mis padres, acabé los deberes que tendrían que llevar una semana hechos…

—Me tocó la figurita del roscón. Eso es raro: no me toca nunca. Una cosa mitad elefante mitad pollo —pensándolo bien, eso también era raro.

—Ali…

—Vale, vale. Define «raro».

—No sé. ¿Te cruzaste con alguno de ellos? ¿Viste a Turo en algún sitio?

Pues no. Llevábamos sin verlos desde la mañana de Nochevieja, cuando nos los encontramos en el parque de la Fuente, pero ahí todo había sido normal: los piques de Lena y Turo, las bromas de Max, la chulería de Daniel, la cara seria de Nico. «Idiota». Lena seguía hablando:

—Algo han hecho. Seguro.

—¿Lo has soñado? —no era la pregunta más inteligente, aunque no sonaba tan absurda en mi cabeza antes de decirla.

—¿Que si lo…? ¡No! Enciende el ordenador: han subido al Muro un nuevo tanteo. Ganábamos 4-3. Ahora vamos empate.

—¡Pero si no son ni las ocho de la mañana! ¿Cómo lo han hecho?

Lena suspiró. Casi pude ver cómo negaba con la cabeza.

—Debían de tenerla guardada. Creo que nos enteraremos cuando lleguemos al instituto.

—¿Y qué hacemos?

—La verdad… No creo que podamos hacer nada.

Cuando colgamos, me quedé tirada en la cama veinte minutos con los ojos abiertos y mirando al techo. Mi padre ya se había ido a trabajar, pero oí el despertador de mi madre, la ducha y mi despertador (esta vez sí), y durante todo ese rato no dejé de pensar que no quería ir a clase. Prefería no saber qué se les había ocurrido a los chicos para complicarnos todavía más el primer día de curso del año.

Mientras caminaba hacia la tienda del Chino donde quedábamos Lena, Sue y yo todas las mañanas, no podía parar de mirar alrededor, como si fuese a salir algún escuadrón de combate de detrás de cualquier esquina. Un ninja dando volteretas. Un dron con el logo de Los Lirones.

A punto de llegar, una señora le dio un grito a su perro a mi espalda y hasta pegué un salto. Sue me vio de lejos y empezó a reírse. Eso también era raro: no que se riera —siempre se está riendo—, sino que llegase la primera; Sue suele llegar tarde.

—A Ali le asustan los chihuahuas —canturreó tan sonriente.

Yo también me reí. Por un segundo se me olvidó que había motivos para estar de los nervios.

—¿Lena no ha llegado todavía?

—Sí —contestó mientras echaba a andar—, pero me ha dicho que nos esperaba en el insti, que iba a investigar.

Llevaba en la mano la bolsa con los desayunos que comprábamos en el Chino, y me fijé en que tenía las uñas de morado. Si no la conociese, podría haber pensado que se las había pintado a juego con la camiseta que se había puesto ese día, pero no: Sue se pinta las uñas a juego con su ánimo, y supongo que el morado era el color de «esto no me gusta». Lena también la había llamado por teléfono a ella.

—¿Tú qué crees que han hecho? —le pregunté.

—Ni idea. A lo mejor no han hecho nada. Puede que se haya cambiado sin querer.

—¿Cómo?

—No sé. Los ordenadores hacen cosas raras todo el rato, ¿no?

Sue la optimista. Iba a responderle cuando vimos a Lena en lo alto de las escaleras, leyendo muy concentrada algo que tenía entre las manos. Al llegar a su altura, levantó la mirada, cerró la revista y nos la tendió sin decir ni una palabra. Número nuevo de La Gaceta del Monteblanco. Veinticuatro páginas grapadas y encuadernadas en cartulina.

—¡Anda! ¿Van a hacer obras en el salón de actos? —dijo Sue, mientras leía el titular de la página de noticias de última hora.

Lena le quitó la revista de las manos y me la plantó a mí delante; Sue se arrimó para seguir leyendo por encima de mi hombro. Empecé a pasar las hojas: noticias sobre la nueva decoración de la cafetería, una entrevista a Mister Teacher —siempre había una a algún profesor, para «conocerlos mejor»—, un reportaje sobre el concierto de Nochevieja del coro de don Marcelo —a Max no se le veía, aunque había un bulto en la última fila que podría ser él—, una sección de cuatro páginas sobre los equipos de fútbol y baloncesto del Monteblanco —con una columna sobre nuestra victoria contra las chicas del Saint Patrick que nos paramos a leer— y al pasar la página, ahí estaba.

Era un especial de ocho páginas de los espectáculos navideños del barrio que habían ayudado a organizar los padres de Lena. Hablaba de la feria, de los puestos del mercadillo… y del concierto de Los Lirones.

—«Los Lirones llegan pisando fuerte» —leí el titular en voz alta. Y debajo—: «Turo, Nico y Max: del Monteblanco a los escenarios».

A Daniel no lo mencionaba ahí. Lo vi citado más abajo, en el texto que hablaba de lo impresionante que había sido el concierto, y de la fuerza de Turo delante del micrófono, y blablablá.

Sin embargo, eso no era lo malo. Para nada.

Lo malo era que el artículo que se centraba en el concierto venía con dos fotos a página completa. En una se los veía a ellos en el escenario. En la otra aparecíamos Sue, Lena y yo en un primer plano en blanco y negro, y todo apuntaba a que estábamos cantando a voces la única canción que cantamos en todo el concierto. Debajo, el pie de foto remataba la jugada:

«¡Los Lirones ya tienen sus propias fans!».

Levanté los ojos y miré a Lena. Ahí estaba el 4-4: de pronto éramos las groupies oficiales de Turo y su banda.

P.20.psd

libro-7

 

cap-21.psd

—¡Eh, Al

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos