La guerra de 6ºA 6 - Se busca a... 6ºC

Fragmento

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carachica_fmt.jpegJusto cuando iba a abrir la puerta del patio, una mano se cerró en torno a mi muñeca y volvió a arrastrarme con fuerza al interior del colegio.

—¡¿Pero qué haces, Piscis insensata?!

Envuelta en el remolino de cascabeles y plumitas de su atrapasueños, Yuli me miró como si hubiera intentado cruzar una autopista con los ojos vendados.

Retorcí la mano para soltarme y puse los brazos en jarras. No me quería enfadar con ella, pero es que a veces se pasa un poco con ese rollo místico suyo.

—A ver, Yuli, ¿qué catástrofe cósmica he estado a punto de provocar? ¿Tengo a Leo en Mercurio? ¿Los posos del chocolate dicen que van a darme un balonazo en la cara? ¿Tengo el aura sucia?

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—No hay peligros astrales a la vista —respondió mi amiga, muy seria—. Pero, hablando de vista…

Yuli rebuscó en su inmenso bolso sin fondo y sacó dos pares de gafas de sol. Se puso unas y me dio las otras.

—Ostras, se me habían olvida…

—Lo sé, lo he visto en los posos del chocolate. ¿Preparada?

—Sí —le dije, con una sonrisa—. Uno…, dos…, ¡tres!

¡ZOUM!

La explosión de claridad fue tan fuerte que mis pupilas se convirtieron inmediatamente en dos puntitos diminutos. No veía un pimiento, ni siquiera con los cristales oscuros. ¡Aquello era peor que mirar directamente al sol en un eclipse!

Las dichosas sudaderas blancas de Kurumi ActionGames estaban por todas partes, y a nadie parecía importarle que fuesen más feas que un pie. Estaban hechas de un plástico que reflejaba el sol en todas direcciones, y en la espalda tenían unas letras plateadas que cambiaban de color dependiendo de cómo les diera la luz. Más que sudaderas a mí me parecían chubasqueros, la verdad, pero desde hacía dos semanas eran el uniforme oficial de todos los alumnos de 6º. Mis compañeros no se las quitaban ni para dormir (para mí que Álber no se la quitaba ni para ducharse, el muy guarro, porque la suya atufaba que no veas). A la hora del recreo, el patio parecía una convención de pescadores de atunes intergalácticos.

A nuestro lado pasó una hilera de microadmiradores de 5ºA. Los muy coquetos se habían hecho sudaderas de imitación con bolsas de basura blancas y un trozo de papel de aluminio pegado a la espalda que complementaban con gafas de cartulina negra.

—Esto ya es dema… —me quejé, girándome hacia Yuli. Otro fogonazo cegador me obligó a apartar la vista—. ¡No, Yuli! ¡Tú, no!

—Lo siento, tía… —respondió ella, bajando la mirada hacia las joyas místicas que llevaba colgadas del cuello… justo encima de la sudadera de las narices—. Mi horóscopo dice que hoy es mejor intentar no desentonar…

—Vamos, que a ti también te mola la horterada esta… —traduje, y eché a andar hacia el lugar donde se agrupaban las siluetas reflectantes.

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—Ay, es que son tan chulas…

—¡Di que sí, Profeta!

La figura de Álber se plantó delante de nosotras con gesto victorioso. Tenía la capucha echada sobre su gorra de siempre y, aunque no podía verlo bien por el brillo cegador, estoy segura de que sonreía de oreja a oreja.

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—Es imposible que no te molen, Inés. ¡Si son réplicas exactas de las capas oficiales de Kurumi ActionGames! ¡Son un regalo del mismísimo Kokoro Kakari! —Acarició el tejido de su sudadera de barrendero espacial con más cariño que a su coneja Punki—. ¡Las manos del maestro han rozado esta tela, Inés!

A su lado, Hugo, el insoportable líder de 6ºB, me enseñó los piños como si fuera el modelo de un anuncio de pasta de dientes.

—Yo solo me la pongo porque hace juego con mi sonrisa —soltó, encantado de conocerse. Luego señaló con la barbilla a Borja y Rodri, que siempre van pegados a él como una caca a la suela de una zapatilla, y añadió—: Y estos dos se la ponen para ir a juego conmigo.

—¡Con estas sudaderas brilláis todavía más, chicas! —Antón, nuestro artista favorito, revoloteaba como una luciérnaga alrededor de las 3As.

—Eso es porque las chispitas… —dijo Áurea, dando una voltereta.

—… quedan alucinantes… —añadió Alejandra, haciendo el pino-puente.

—… en nuestras coreografías… —remató Adriana, rodando por el suelo.

—¿Os gustan las chispitas? —El Calambres les guiñó un ojo, sacó una bengala del bolsillo de su disfraz de astronauta y la encendió con un elegante soplido—. Pues yo tengo todas las que queráis.

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Con tres gráciles piruetas, las 3As se apartaron de Antón y rodearon al Calambres para admirar su dominio del fuego y las cosas brillantes.

—Jo… —murmuró Antón.

Esther, Alicia y Lorena, las integrantes de la Hugomanía, trataron de imitar las acrobacias de las 3As para llamar la atención de su ídolo, pero Hugo estaba demasiado ocupado usando al Zanahorio (y su sudadera reflectante) como espejo humano para repeinarse el flequillo.

—Pues yo la llevé el otro día al conservatorio y me han ofrecido hacer un concierto de flauta-rock —contó la Bemoles, orgullosa.

—¡Si quieres dejar a tu público flipando / nosotros podemos ayudarte rapeando!

Ro-róber agarraba con fuerza la mano de María, alias la Sombra, que estaba como siempre escondida tras la capucha de su sudadera. Por alguna misteriosa razón, Kokoro Kakari había hecho que la suya fuera negra en lugar de blanca.

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Si estáis alucinando en colores fosforitos con tanta paz, poneos a la cola. Yo llevaba quince días viendo cómo 6ºA y 6ºB, enemigos desde la guardería, se pasaban el recreo juntitos y presumían de sus sudaderas futuristas delante del resto del colegio, y aún no había conseguido acostumbrarme.

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—«El curso que vence unido, permanece unido» —me recordó Max, imitando la voz del sensei Sikomoro.

—Ya, Max, entiendo que ganar la Copa Kurumi nos ha unido mogollón, pero… ¿no se te hace rarísimo que ahora seamos todos amiguitos? Tanto colegueo es antinatural.

Al ver mi cara de cara de lémur con conjuntivitis, nuestro estratega jefe se recolocó las gafas de sol graduadas y sonrió:

—Inés, juntos hemos conseguido algo que ningún 6º ha logrado jamás: creo que la paz por fin ha llegado.

—Uy, qué va. La balanza entre las fuerzas positivas y negativas está desequilibrada, lo presiento… —susurró Yuli, agitando el atrapasueños.

—Julieta tiene razón, porque desde que pasamos el recreo con los de 6ºB, a mí el dónut del almuerzo me sienta mal —confirmó Joaquín, chocándose contra mi espalda y haciéndome tambalear—. Uy, perdona, Inés. Como no llevas sudadera, no te he visto.

Joaquín, también conocido como el Estorbo por su asombrosa capacidad de chocarse con todo y con todos en los momentos más adecuados (o no), iba embutido en una sudadera de Kurumi ActionGames tres tallas más pequeña de lo que le correspondía. Parecía un muñeco de nieve del futuro.

—A ti no te sienta mal el dónut del recreo, Joaco —le corrigió Max—. Es que tú te comes un dónut, un bocata de salchichón, otro de mortadela, te bebes un batido de chocolate y, de postre, te sacas los macarrones con chorizo que han sobrado de la cena.

El Estorbo se relamió los restos de tomate que tenía alrededor de la boca y se llevó la mano al lugar donde la cremallera de su sudadera parecía pedir auxilio para no reventar.

—Mi madre dice que me viene bien tener reservas para cuando pegue el estirón… —se excusó, frotándose la tripita con pena.

—Mira, Max, hasta a él se le atraganta el zumo de tanto ver por aquí a los de 6ºB, y eso que tiene el estómago hecho a prueba de bombas —insistí—. Tarde o temprano, las cosas acabarán volviendo a la normalidad.

—¿A la normalidad? ¿Quién quiere volver a la normalidad? —Los ojos de Max brillaron de la emoción—. ¡Ahora somos leyendas, Inés! ¡Esto ya es para siempre!

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Max sacó de su mochila la tablet de la que no se separaba ni para dormir y, por si acaso no me había enterado bien las ochocientas veinticinco veces anteriores, volvió a ponerme el tráiler promocional de Super Sixth Warriors. El próximo videojuego de Kokoro Kakari estaba basado en las ideas de mi escritora favorita del mundo entero, Stephanie Queen, y, como premio por haber ganado la Copa Kurumi, nosotros éramos los protagonistas.

En cuanto la melodía empezó a sonar, las orejillas de Álber se levantaron como las de un perro de caza. Nuestro amigo vino corriendo y se colocó a mi derecha con cara de flipe.

—¡Buah, es que no me canso de verlo! —dijo, señalando su personaje, que daba sablazos a diestro y siniestro con una espada más grande que él mientras se enfrentaba al caballero inspirado en Hugo.

—No, si tu bichejo es muy bonito, pero se ve a kilómetros que el mío le va a dar una paliza —se pavoneó el rubito, apareciendo a mi izquierda—. Habría que ser muy tonto para preferir esta birria de armadura —Hugo señaló el yelmo del personaje de Álber, que parecía una especie de gorra hecha de hojalata— a esta obra de arte. —Señaló su avatar, que iba protegido por un casco con flequillo.

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—Bueno —Max carraspeó y abrió en la tablet un montón de gráficos estadísticos—, seguramente el maestro Kakari habrá diseñado el videojuego para que los que lo hicieron mejor en la Copa Kurumi tengan los personajes más poderosos. Y, dado que nuestra clase elaboró el 99,9 % de la estrategia de ataque y que el 100 % del éxito se debió a nuestro ingenio..., yo diría que nuestros guerreros serán mucho mejores que los vuestros.

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—A ver, gafillas, deja ya de hablar en código friki, que no te entiende nadie —rio falsamente Hugo, dándole un codazo un poco demasiado fuerte a Max mientras Borja y Rodri lo acompañaban con sus característicos rebuznos.

—¡Pues si no te enteras es porque no quieres! —replicó Álber, fingiendo buen rollo y dándole otro codazo a Hugo—. Lo que dice Max es verdad: si ganasteis la Copa Kurumi fue gracias a que nosotros fuimos el cerebro de la operación.

—¿El cerebro de qué? —preguntó Hugo, sin entender, pero devolviéndole el codazo a Álber, por si acaso.

—¡Que nosotros pensamos todas las estrategias! —respondió Álber, dándole un pisotón al líder de 6ºB.

—¿Estás diciendo que ganamos la Copa Kurumi porque mandabais vosotros? —preguntó Hugo, empujando a mi amigo con fuerza.

En menos de un segundo, las sudaderas de 6ºA estaban en un lado del patio lanzando miradas asesinas a las sudaderas de 6ºB, que hacían chirriar los dientes con odio.

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—Uy, uy, uy… —El Estorbo se hizo una bola y se alejó rodando.

Nuestros microadmiradores, que llevaban dos semanas siguiéndonos como si fuéramos estrellas de cine, formaron un corrillo a nuestro alrededor. Como yo no llevaba sudadera, decidí seguir el ejemplo de Joaquín y camuflarme entre la multitud.

La normalidad estaba a punto de darnos un tortazo en plena cara.

—A ver, es evidente que nosotros éramos los expertos en el universo de videojuegos de Kokoro Kakari —dijo Álber, claramente molesto—. No digo que no hicierais nada, pero…

—… pero casi —remató Max por lo bajini.

—¡Eso no es verdad! —protestó Hugo—. ¡Gracias a mí, ganamos la prueba esa de los huevos extraterrestres fritos!

—¡Pero eso solo lo hiciste para impresionar a la Estupenda! —le recordó Max—. El resto del tiempo no hacías más que ponernos la zancadilla.

—¡Yo me pasé la competición entera tuneando armas y haciendo que saltaran chispas! —gritó el Calambres.

—¡Aunque no lo queráis reconocer, / sin los poderes de la Sombra estábamos condenados a perder! —Ro-róber levantó el brazo de María como si ella fuera una boxeadora y él su entrenador.

—¡A lo mejor habríamos perdido si yo no me hubiera dedicado a dormir monstruitos con mi música! —alegó la Bemoles.

—¡Buah! Eso no habría servido de nada si mis chicas no hubieran averiguado en qué consistían las pruebas —declaró Antón, acercándose a Áurea, Alejandra y Adriana.

—Ajá.

—Ajá.

—Ajá.

—¡Nosotras evitamos que Hugo se despeinara! —saltó la Hugomanía.

—La humanidad os lo agradecerá —les sonrió el chulito, y ellas suspiraron con adoración.

—Pues…, pues… ¡Sin el llamador de ángeles de la Profeta, nos habríamos quemado en el infierno! —dijo Álber, abrazando a Julieta como si fuera su mejor amiga.

—¡¿Pero qué haces, Álber?! ¡Que eres Leo! ¡Me estás enturbiando el aura!

Mi cabeza iba de un lado para otro, como en un partido de tenis. De repente, una enorme bolsa de palomitas de chocolate apareció frente a mi cara.

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—¿Mmmpf? —me ofreció el Estorbo.

—¿Ya no te duele la tripa? —pregunté, con una sonrisa.

Joaquín negó con la cabeza muy deprisa y me regó la cara de miguitas de maíz, chocolate y babas. Lanzó un puñado de palomitas a la nubecilla de hambrientos microestorbos que zumbaba a su alrededor y me sonrió.

—Mmmpfff —farfulló.

No me hizo falta Max, su traductor oficial, para entender lo quería decir.

—Sí. Estaba claro que la paz no iba a durar… —respondí, devolviéndole la sonrisa.

Joaquín se quitó la sudadera intergaláctica (decía que le daba calor, pero yo me di cuenta de que la cremallera se le estaba rompiendo a la altura del ombligo) y los dos nos camuflamos aún más en el corrillo de curiosos que no dejaba de crecer a nuestro alrededor.

El duelo de chulería entre las sudaderas reflectantes de 6ºA y 6ºB había conseguido llamar la atención del patio entero. A los microestorbos de 5ºA se unieron también los de 5ºB. Después llegaron los minisiervos de 4º, que creían que los de 5º eran lo mejor que existía en el planeta. Detrás de ellos, dando saltitos para intentar ver algo, llegaron los nanosiervos de 3º, que a su vez pensaban que los de 4º eran los alumnos más molones del colegio.

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Cuando Joaquín ya iba por su tercera bolsa de palomitas (en cuanto acababa una, los microestorbos le traían más munición de no se sabe dónde), un resplandor mucho más potente que el de las sudaderas de Kurumi ActionGames hizo que todas las cabezas se giraran inmediatamente. Alejados unos cuantos metros de nosotros, en el Morro de la Serpiente, los alumnos de 1º de la ESO brillaban de pura molonidad mientras observaban el duelo fingiendo que todo aquello no les interesaba, pero sin perder detalle de lo que ocurría. Jorge, Javier y Juan, los 3Jotas de 1ºA, animaban a las 3As mientras ellas, muy dignas, fingían ignorarles (todos pensamos que las 3As nacieron ya siendo de la ESO, porque tanto glamour no es normal).

—¡Frikis! —gritó Hugo.

—¡FRI-KIS, FRI-KIS! —coreaban la Hugomanía, Borja y Rodri (que yo creo que también deberían formar parte oficialmente de la Hugomanía).

La Bemoles acompañó el canturreo con su flauta travesera mientras el Zanahorio daba palmas y el Calambres seguía el ritmo golpeando dos piedras con la esperanza de que saltaran chispas.

—¡Aprovechados! —contraatacó Álber.

—¡Eso! —le apoyó Max—. ¡Nunca habríais ido a la Gametrón, y mucho menos a Kurumiland, de no haber sido por nosotros!

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—Ajá.

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—Ajá.

—Ajá —confirmaron las 3As.

—¡Si habéis ganado / es porque os habéis pegado como lapas a nosotros! —exclamó Ro-róber mientras la Sombra miraba a los de 6ºB con una intensidad peligrosa.

—¡Sí! ¡Vosotros no pintáis nada en la victoria! —Antón no perdió la oportunidad de marcarse un chiste de artista.

—¡La copa me la dio el mismísimo Kokoro Kakari! ¡A mí! —dijo Álber, indignado—. ¡Pertenece a 6ºA!

—Eso no es lo que pone —respondió Hugo, con una sonrisa triunfal.

—¿Pero qué dice el rubiales este? ¡Que alguien traiga la Copa Kurumi! —exigió Álber, con la vena del cuello hinchada.

Joaquín hizo una señal y un grupo de microestorbos salió disparado para volver unos segundos después con el trofeo. Como premio, Joaquín les lanzó un puñado de palomitas al aire y ellos las devoraron como una marabunta de termitas mientras le acercaban la copa a Álber.

Mi amigo recibió la Copa Kurumi con una reverencia, como si fuera una especie de reliquia sagrada, y se la acercó a la cara para leer la placa conmemorativa. Sus párpados se entrecerraron tanto que, por un momento, me recordó mucho a su adorado Kokoro Kakari. De repente, abrió los ojos y se puso blanco como la harina, amarillo como un limón, naranja como..., bueno, eso, y después rojo como un tomate.

—A ver, listillo, ¿qué pone? —preguntó Hugo, mirándose las uñas.

A Álber se le debía de haber quedado la boca seca, porque Max tuvo que quitarle la copa de las manos y leer:

—«Trofeo concedido al curso de 6º al completo por su victoria en el primer Torneo Copa Kurumi» —dijo en voz baja.

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