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Dedicatoria
Citas
Prefacio
Crónica del escritor en la calle
Quien se llama José Saramago
Azinhaga
Autorretrato
Lisboa
Vida
Portugal
Ética
Dios
Razón
Pesimismo
Ser humano
Lanzarote
Muerte
Por el hecho de ser escritor
Literatura
Escritor
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Estilo
Novela
Historia
Mujer
Obra literaria propia
Lectores
Premio Nobel
El ciudadano que soy
Compromiso
Comunismo
Ciudadanía
No
Democracia
Iberismo
Latinoamérica
Europa
Política
Medios de comunicación
Derechos humanos
Pensamiento crítico
Referencias bibliográficas
Sobre el autor
Créditos
A José, in memoriam, razón de vida.
Y a Pilar, abrazando el porvenir.
A Marga, Carla y Alonso, que han respirado
este libro y son la respiración de los días.
Yo soy una persona pacífica, sin demagogia ni estrategia. Digo exactamente lo que pienso. Y lo hago en forma sencilla, sin retórica. La gente que se reúne para escucharme sabe que, con independencia de si coincide o no con lo que pienso, soy honesto, que no trato de captar ni de convencer a nadie. Parece que la honestidad no se usa mucho en los tiempos actuales. Ellos vienen, escuchan y se van contentos como quien tiene necesidad de un vaso de agua fresca y la encuentra allí. Yo no tengo ninguna idea de lo que voy a decir cuando estoy frente a la gente. Pero siempre digo lo que pienso. Nadie podrá decir nunca que le he engañado. La gente tiene necesidad de que le hablen con honestidad.
JOSÉ SARAMAGO, 2003
Sé lo que es, sé lo que digo, sé por qué lo digo y preveo, normalmente, las consecuencias de aquello que digo. Pero no lo hago por un deseo gratuito de provocar a la gente o a las instituciones. Puede que se sientan provocadas, pero en ese caso el problema es suyo. Mi pregunta es: por qué tengo que callar cuando sucede algo que merecería un comentario más o menos ácido o más o menos violento. Si fuéramos por ahí diciendo exactamente lo que pensamos —cuando mereciera la pena—, viviríamos de otra manera. Existe una apatía que parece haberse vuelto congénita y me siento obligado a decir lo que pienso sobre aquello que me parece importante.
JOSÉ SARAMAGO, 2008
Me dicen que las entrevistas han valido la pena. Yo, como de costumbre, lo dudo, tal vez porque estoy cansado de oírme. Lo que para otros todavía puede ser novedad, para mí se ha convertido, con el paso del tiempo, en comida recalentada. O algo peor, me amarga la boca la certeza de que unas cuantas cosas sensatas que he podido decir durante la vida no habrán tenido, a fin de cuentas, ninguna importancia. Y ¿por qué habrían de tenerla? ¿Qué significado tiene el zumbido de las abejas en el interior de la colmena? ¿Les sirve para comunicarse unas con las otras?
JOSÉ SARAMAGO, 2008
Creo que me han hecho todas las preguntas posibles. Si yo mismo fuera periodista no sabría qué preguntarme. Lo malo son las innumerables entrevistas que he dado. En todo caso, procuro responder seriamente a lo que se me pregunta, lo cual me da derecho a protestar contra la frivolidad de determinados periodistas a quienes sólo interesa el escándalo o la polémica gratuita.
JOSÉ SARAMAGO, 2009
Prefacio
Crónica del escritor en la calle
La intervención en la esfera pública constituye uno de los rasgos centrales del perfil intelectual de José Saramago, un escritor en permanente elusión de cualquier torre de marfil, alejado del ensimismamiento. A donde va el escritor, va el ciudadano solía reiterar con convicción, despejando cualquier eventual duda sobre su compromiso civil, asumido como imperativo cívico, emanado tanto de sus convicciones políticas cuanto de la impregnación humanista —nihil humanum puto alienum mihi— que se filtra con brío por el tejido de su estructura cultural y de su musculatura de incombustible y vigoroso polemista. Como sucediera con Albert Camus, no cabe la posibilidad de disgregar la escritura de sus principios frente a las circunstancias de la realidad, se deriven las consecuencias que se deriven de este hecho. El autor concentra, sin fisuras, en la persona que es, el haz de obligaciones desprendido de sus actos, ya sean los específicos de la literatura, los propios del ejercicio de la ciudadanía o los concernientes a la simple vida, porque, para Saramago, la obra es el novelista y el novelista resulta de la proyección de la persona que lo anima. De este modo, la responsabilidad —también su variante consanguínea, concretada en un arraigado sentido del deber— afirma una de las categorías que definen su carácter, marcando el conjunto de valores que orientan su conducta ética, pero también su quehacer creativo y reflexivo.
A partir de su eclosión como narrador, a comienzos de los ochenta, desarrollaría una creciente e intensa tarea de vertido de ideas, valoraciones y denuncias en foros y medios de comunicación internacionales, hasta convertir su voz en una referencia global, particularmente identificada con el pensamiento crítico, la defensa de los excluidos y la reivindicación de los derechos humanos. La concesión del Premio Nobel de Literatura en 1998, antes que modular su discurso enfático, contribuyó a subrayarlo, a estimular su conducta y a acrecentar el alcance de sus palabras. Apenas podría entenderse hoy adecuadamente la figura del escritor sin tomar en consideración su faceta pública, que, vista en perspectiva, adquiere la forma de una suerte de sostenido comportamiento activista, aprovechando la plataforma ofrecida por prensa y tribunas para difundir sus ideas y combatir las desviaciones que, a su juicio, perturbaban el orden del mundo y el bienestar de la humanidad. Mediante declaraciones, entrevistas y rotundos titulares, Saramago compartía consideraciones sobre su propia creación o trataba abiertamente cuestiones palpitantes de nuestro tiempo, elaborando un rico sistema de pensamiento de raíz radical, pero también forjándose un rostro social que forma parte sustantiva de su robusta figura. Y lo practicó de tal modo, que, mientras contribuía a crear opinión y a dibujar su silueta del mundo, iba construyendo su visibilidad pública como intelectual comprometido, más allá del rotundo espacio ocupado por el hombre de letras, de quien Harold Bloom comentaría en 2001: «Saramago es extraordinario, casi un Shakespeare entre los novelistas. No hay ningún autor de narrativa vivo en Estados Unidos, en Sudamérica o en Europa que tenga su versatilidad. Diría que es tan divertido como punzante. Sé que es marxista, pero no escribe como un comisario y se opone a los impostores de la Iglesia católica. Su trabajo está por encima de todo eso».
Controvertido y racionalista, sentencioso e imaginativo, original y provocador, político y combativo, articulaba y desplegaba una refinada autoconciencia sobre su trabajo, de manera que, a través de sus manifestaciones, puede rastrearse una fina percepción analítica de las claves de su obra, cuyos juicios e informaciones contribuyen a esclarecerla y a comprenderla. Además de plantearse el papel del escritor, piensa en voz alta sobre la motivación de sus libros, se vincula a su específico árbol genealógico literario, dilucida las relaciones y diferencias entre Historia y ficción o entre literatura y compromiso, aclara su concepción simultaneísta de la temporalidad, desmitifica la creación y desentraña su proceso de formalización textual, la singularidad de su estilo o las reservas con que se aproxima a los géneros, en tanto que apuesta por innovaciones o por desarrollos fronterizos.
Pero su capacidad de ponderación y de penetración en el sentido oculto de las cosas supo desplazarse de la escritura para ponerse al servicio de la indagación en las zonas oscuras de la Historia, del ser humano y de los mecanismos de poder, de control ideológico y de injusticia que condicionan nuestro entorno determinando el sentido de nuestras vidas. Resistiéndose a las ideas recibidas, afila su bisturí, iluminado por una pertinaz conciencia insatisfecha instalada en la interrogación permanente, en una confesada desconfianza y pesimismo volterianos que arrojan una mirada disgustada, irónica y melancólica sobre lo real. Extiende sus testimonios, diversificados en cuanto a sus intereses —no sólo profesionales, sino, con frecuencia, sociales y políticos—, al terreno de los valores éticos y la quiebra de los derechos humanos. Censura el fracaso de la razón como modulador de nuestro comportamiento individual y colectivo, denuncia el vaciamiento ceremonial de la democracia —cuyo paradigma contemporáneo cuestiona— y la hegemonía global del poder económico a instancias de un mercado gobernado por códigos autoritarios y amorales, en un mundo que, crecientemente, se hace inhumano. No resultan ajenos a sus preocupaciones el tratamiento de sus difíciles relaciones con Portugal, la defensa del iberismo transcontinental, la reprobación de la Iglesia, el análisis severo del papel desempeñado por los canales de información, el reconocimiento de los errores del marxismo y la reivindicación, desde su condición de militante comunista, de un nuevo pensamiento de izquierda, construido en tensión con los desafíos contemporáneos y superador de las obsoletas fórmulas del pasado. En definitiva, en las observaciones vertidas en la prensa, comparte fatigas filosóficas y políticas con la literatura —a la que, como hizo Sartre, tampoco priva de esos contenidos—, al tiempo que muestra su vocación para hablar y dialogar franca y polémicamente con su presente.
La prodigalidad con que el autor de Ensayo sobre la ceguera se relacionó con los medios de comunicación, sin atender a límites geográficos, le sirvió para trasladar ampliamente ideas y apreciaciones, apoyado en una solvente capacidad de comunicación, un notorio didactismo y la inclinación a difundir y compartir sus impresiones, como si se tratara de un estricto acto de militancia o, más bien, de pleno ejercicio de su libertad y responsabilidad social. El propio escritor fue muy consciente de la frecuencia y amplitud con que se distribuía su pensamiento: «Mis ideas son conocidísimas, nunca las he disfrazado ni las he ocultado. Mi vida es tan pública, que se conoce todo cuanto he pensado sobre cada acontecimiento». Sin duda, un mecanismo engrasado que, por su colosal volumen y su resonancia, sustenta una efusiva relación de atracción con el público. José Saramago sabe trabajar los registros comunicativos manejando ideas fuertes que problematizan las convenciones, favorecidas por un lenguaje accesible, directo, sin aparente elaboración —sin embargo, digerido siempre intelectualmente—, filtrado por las reglas del periodismo y sostenido sobre grandes metáforas y sugerentes imágenes. Además de sus inquietudes morales, sociopolíticas y literarias, en unos y otros periódicos y revistas, en radios y televisiones, en encuentros y conferencias, dejó pormenorizada constancia de su biografía, sus convicciones y su talante personal.
En esta compilación que ahora ocupa al lector, se ofrece un amplio repertorio de palabras suyas extraídas exclusivamente de periódicos, revistas y libros de entrevistas —cinco publicaciones de referencia para conocer al escritor, que recogen sus conversaciones con Armando Baptista-Bastos, Juan Arias, Carlos Reis, Jorge Halperín y João Céu e Silva, además de una monografía de Andrés Sorel—, en un abanico cronológico que abarca desde la segunda mitad de los años setenta hasta marzo de 2009. Los extractos seleccionados se han obtenido a partir de la consulta de un amplio corpus de declaraciones publicadas en países muy diversos: Portugal, España, Brasil, Italia, Inglaterra, Estados Unidos, Argentina, Cuba, Colombia, Perú... Naturalmente, el paisaje resultante no pretende ni podría ser completo, pero sí resulta exhaustivo y suficientemente significativo del equipaje de actitudes y pensamiento con que el Premio Nobel portugués ejerció su fecunda responsabilidad cívica a través de los medios, en permanente vigilia a la hora de meditar y dialogar con su tiempo, construyendo un auténtico espacio de resistencia con capacidad de resonar globalmente. Su vertiente de creador de opinión pública queda bien patente en las páginas que siguen, sólo una metonimia en relación con el inabarcable caudal de materiales periodísticos que generó a lo largo y ancho del mundo.
Siempre en guardia a la hora de interactuar con la Historia y con el contexto, dispuesto a subvertir los grandes relatos y a manifestarse públicamente con la posibilidad de acceder a amplias capas de la sociedad, compareció ante la prensa sin fatiga y con infrecuente generosidad, movido por la necesidad imperiosa de expresar abiertamente lo que tenía que decir, sin artificios, inhibiciones o dobles lenguajes. Y esa amplia red de comunicación que tejió le serviría, a su vez, de estímulo y pretexto para reflexionar cumplida y minuciosamente, también con continuidad, tanto sobre su producción como sobre la deriva de su época. Saramago no sentía preferencia por el diagnóstico bucólico ni ha de rastrearse su pensamiento en el espacio acomodado del consenso. Por lo general, procura el desasosiego, porque entiende las funciones creativas y de conocimiento como instrumentos al servicio de un proyecto cívico y humanizador, cuya fase previa exige el desenmascaramiento y la hostilidad crítica que combata el desvío, el error. Al igual que la escritura exige la perturbación del idioma cosificado y de la realidad establecida mediante la aportación de nuevas formas lingüísticas y configuraciones mentales no codificadas hasta el momento de su aparición, pensar significa desestabilizarse interiormente y desestabilizar el discurso consolidado.
En este sentido, el reiterado pesimismo que le caracteriza —provocado por el malestar con que reaccionaba ante la situación del mundo y la deriva de los seres humanos— debe entenderse no como una claudicación, sino como una energía que pone en cuestión el orden convencional, que penetra y hace tambalearse la fachada de la apariencia y el statu quo para modificar la perspectiva e incorporar otros ángulos, lecturas y protagonistas. Anticipa, pues, una sacudida que desencadena nuevas reconfiguraciones, con las que se persigue avanzar, mejorar, a pesar del escepticismo que envuelve su visión del mundo, pero sin atenazarla ni estrangularla. Como en su momento apuntara Gramsci, se trata de hacer compatible el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad. Sólidamente anclado en una arquitectura racional ilustrada, en la coherencia moral ejercitada a lo largo de su vida y en la reinterpretación de las ideas políticas comunistas —matizadas por una cierta heterodoxia—, supo alojar su obra y sus reflexiones en el lugar del cuestionamiento y la deconstrucción del cliché.
Es éste, en fin, un libro de los muchos posibles que podrían plantearse bajo la orientación que lo anima y es, asimismo, una obra abierta, que no se agota en la literalidad que aquí adopta, con la voluntad, no obstante, de esbozar una arquitectura ideológico-social saramaguiana suficiente, de conformar una identidad congruente. Los textos se presentan organizados cronológicamente a partir de etiquetas o núcleos temáticos que, en sí mismos, constituyen conceptos recurrentes sobre los que el escritor se ha pronunciado y ha dotado de sentido. Poseen, por lo tanto, la virtualidad de actuar a modo de articulaciones en torno a las cuales se desenvuelve su personalidad cultural, anotando algunos de los nódulos inconcusos de su mapa literario, intelectual y vital. A su vez, esas etiquetas conceptuales se presentan agrupadas en tres grandes epígrafes que ahondan en la identidad de José Saramago como persona, como escritor y como ciudadano comprometido. Naturalmente, los compartimentos no son estancos, ni en lo que concierne a la clasificación de las citas ni en lo referido a la ubicación de las entradas. El lector quizá se inclinara por otra ordenación, pero a buen seguro que el orden de los factores no alteraría el producto final: la imagen fiel que arrojan del personaje.
Valoradas con el horizonte que ofrece el trascurso de los años, estas declaraciones fragmentarias constituyen hoy un valioso caudal de información y de presentación de ideas y valores éticos, así como una estimulante práctica de disidencia y de contestación pública. En ellas está Saramago, el testimonio de un librepensador en el que resuenan formidablemente las tensiones, anhelos y fracasos de nuestro tiempo. Pero la taracea ofrecida en este libro aporta asimismo un compendio de sabiduría. Cada esquirla supone una ráfaga de iluminación y de sentido, configurando la imagen de una personalidad brillante y compleja, capaz de radiografiar al ser humano y a su circunstancia, de diagnosticar sus males y de sugerir antídotos o de confirmar decepciones y frustraciones. Saramago observa, analiza y saca conclusiones poderosas formuladas mediante frases robustas y sugerentes. Esta colección de agudezas, unas veces cargadas de materia informativa y otras, por su fondo sentencioso —como corresponde a la actitud grave e irónica con que el autor de Ensayo sobre la ceguera se enfrentaba a la vida—, construidas como apotegmas y máximas propias de la literatura paremiológica y las colecciones gnómicas, tiene el propósito de ofrecer una especie de levantamiento topográfico del pensamiento y la visión del mundo del autor, expresado a través de sus palabras tal y como fueron recogidas y publicadas por los mass media, con la inmediatez, espontaneidad y expresividad características de ese modo de comunicación escrita. Si se prefiere, el lector puede también tomar el florilegio como un autorretrato sobre cuyo trazo es posible advertir las facciones mayores de su rostro en tanto que novelista, persona y ciudadano: una crónica de su imaginario profesional y vital. Del conjunto, se desprende un tejido compacto y denso, hilvanado por una invariable voluntad de inteligencia, de comprensión y de musculoso diálogo con la realidad, entre cuyas hebras no será difícil reunir una buena representación de perdurables dicta memorabilia, nacidos de la facultad de aforista del Premio Nobel portugués. Chéjov, que rehuyó trabajar con héroes y no cesó en su afán de desacralizar la literatura y la labor del escritor —rasgos compartidos por Saramago—, lo dejó dicho: «La originalidad de un autor estriba no sólo en su estilo, sino también en su manera de pensar».
FERNANDO GÓMEZ AGUILERA
Quien se llama José Saramago
A través de sus frecuentes intervenciones en los medios de comunicación, Saramago abordó las cuestiones más diversas, proporcionando juicios e informaciones sobre su concepción del mundo y su propia trayectoria vital, sobre sus ideas y sus sentimientos. Explorando esos materiales en la perspectiva del tiempo, tesela a tesela podrían recomponerse los rasgos mayores del mosaico de su propia etopeya, de su autorretrato moral, pero también de las circunstancias más sobresalientes de su vida. Sin duda, se trata de una actitud coherente en un escritor que no dudó en reivindicarse a sí mismo, en cuanto persona, como materia de su escritura y que practicó un alto grado de exposición pública.
En las innumerables entrevistas que concedió, así como en los reportaj