Nadie

Fragmento

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Sueño…

Una vez oí hablar de ritos extraños con sonidos de fatuas campanas que parecían estar escondidas. Y de un camino que deja de existir al amanecer porque está perdido en nieblas inventadas y falsos brillos. Y recuerdo haberme quedado dormido con insípidas proclamas que me rodeaban sin decirme nada, ni siquiera algo con sentido.

Y cogí una última manta y me aferré a ella como me dijo una maga onírica por la que me dejé engañar. Podía haberle hecho caso al viejo cínico que me invitaba a solo pensar en el mañana y en el después y en dejar que los demás llevaran una vida recta aunque en el fondo despreciaban los usos de la sociedad.

Que si acaso, la propiedad es un impedimento para la vida si nos vemos en la seguridad de poseerla. Que la sociedad es el origen de las necesidades que desconocemos y solo en el mismo instante que sabemos de su existencia nos hacemos esclavos de ellas y en el fondo, todas pueden evitarse a no ser las de sustento.

¡Oh, humanos, cargados de civilizaciones creadas al único interés de los déspotas! Esos que nos llevan a las conquistas y a las guerras dejando atrás lo que amamos y destruyendo lo que otros aman sin importarnos el destino que nos marcan y siendo peones de su interés en aquellos tiempos de juventud donde se siente el ideal de la paideia.

Tiempos felices donde la sociedad nos moldea y destruye nuestra alma desde dentro haciéndola caer en el olvido. Matemáticas, Retórica, Filosofía… y luego, para qué, si no es embarcarnos en guerras. Y nos formaban para alcanzar el areté que en lo interior era el suyo y no el nuestro. Y si esto es vida o es sueño seré yo el que lo deba ver porque dicen que los dioses nos crearon una vida fácil y nosotros nos encargamos de complicarla en nuestro afán de egoísmo y de riqueza.

Pero ahora, ¿dónde estoy? Que alguien me lo diga. Qué es lo que me ciega en estos pensamientos extraños.

Parece que sueño pero no estoy dormido. Hace un rato las olas me golpeaban en los pies mientras yacía en la playa, pero ahora o alguien me ha arrastrado hacia tierra o las mareas han retrocedido las aguas que hasta hace poco querían robarme el poco hálito de vida que me quedaba. No sé si fue en un ayer o en un antes cualquiera cuando creí estar entre preciosos ángeles sin alas. No eran criaturas desconocidas para mí porque algo muy dentro me decía que las había vuelto a encontrar. Extrañas tierras son aquellas donde sus gentes no parecen excluidas de vidas pasadas. Pero ¿qué clase de viento me acaricia la frente? Alguien sopla su dulce aliento ¿Será Nausícaa, la hija de la reina Arete?

El brillo de la mañana me ciega. Mi piel respira únicamente arena pegada a ella. Mi cuerpo es un peso que no parece mío y soy incapaz de levantarme o mover nada. Solo percibo un lado de una extensa playa, la que mi cabeza tendida me deja ver. Entre ciegos reflejos consigo vislumbrar mi casco y mi arma que entre maderos rotos y astillados se han salvado también de la tormenta. No hay nada más. Pero creo que no viajaba solo. Es más, estoy seguro de ello. ¿Dónde estarán ahora mis compañeros? ¿Habrán perecido? ¿Me habrán abandonado?

Sé también que respiro, y aún no se cómo, porque el escozor de decenas de arañazos y erosiones me recorren el cuerpo. El dolor siempre te recuerda que estás vivo.

Sin haber nubes alguien extiende su oscuridad separándome del sol y nublándome del cielo. Su sombra me invade el cuerpo y siento que se ha acercado tanto que me observa muy de cerca. Solo cuando me rodea y se arrodilla a mi lado consigo verla. Lleva una sonrisa en los labios. Y la recuerdo de uno de mis últimos sueños, uno que me acercó olvidos, instantes de un patio muy lejano rodeado de vallas, estancias frente a viejos maestros hábiles en enseñarnos o aterrorizarnos según les diera. Este ser me trae olor a infancia. Pero quiero seguir mirándola en silencio. Sin duda es más atractiva que Circe aunque no podría decir si la brujería yace en ella o simplemente es porque tiene ojos de un color atrayente, ojos que parecen haberse posado durante toda una vida en momentos ya pasados, pero que han recolectado en su color, sin duda, la belleza de lo que han ido encontrando. Esa sonrisa, esa mirada de duende y maga me hace temer lo peor ¿Volveré a estar encantado como en la isla de Eea?

Noto como me sujeta un brazo, elevándolo y con una tela húmeda limpia mis heridas de arena. Vierte de un cuenco que trae consigo agua sobre mi nuca y luego sobre mi espalda desnuda. Me ayuda a incorporarme un poco de lado y moja mis labios cortados, con esa agua dulce y cristalina que provoca alivio en el escozor de mis yagas a la vez que calma la sed de mi cuerpo y de mi alma.

Me siento todavía algo mareado. El vértigo del cansancio me invade de nuevo y caigo desplomado.

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Duendes y ninfas

Al abrir los ojos, la duendecilla que me dio el aliento de vida ya no estaba. ¿Otro sueño, quizás? ¿Por qué juegan los dioses conmigo? Los rayos del sol apenas me dejan ver alrededor, pero no, ya no está. ¡Oh, dime Apolo! Ya que protegiste a los hijos de Teucro, ¿eres tú quien te la has llevado? Es una venganza sin duda por luchar junto a los aqueos. Pero yo no rapté a Helena. Habla con Afrodita y te dirá de quién fue la idea.

Helios, qué distinto eres de tu hermana Selene a la que siempre tengo en mis pensamientos. Tú también me torturas con tus rayos porque sabes que necesito agua. ¡Flegonte! ¡Aetón! ¡Pirois! ¡Éoo! Llevaos a vuestro amo hasta el océano y hundidle en él, pero antes, decidme dónde abreváis cuando tenéis sed.

Estoy casi inerte, cansado, pero en lo más profundo de esta tierra tiene que haber agua y algo que comer. Ya no se alarga la sombra de las altas pináceas, media jornada ha pasado y nada encuentro. El viento ha callado y oigo el ruido de un torrente. Desenvaino mi xifos afilado y me coloco a kranos. Al menos estos dos amigos también se salvaron.

¿Quién será ella? Está de espaldas sentada en una piedra al borde de un pequeño estanque y no conoce aún mi presencia. Tiene el pelo oscuro, rizado, con una mecha más castaña, igual de precioso al de Faetusa y Lampecia. Embobado con semejante ninfa no veo donde piso y he tropezado. Ella sigue igual, hipnotizada por el reflejo de las nubes en el espejo del agua. Yo no resisto más, estoy mareado y me abalanzo a beber el líquido que me hace falta. Se ha asustado. La hermosa deidad desaparece. Y yo me calmo el deseo hundiendo la cabeza en la pequeña charca.

Oigo de nuevo un ruido. Separando unos juncos veo asomar a la princesa. Tengo la sensación extraña de parecerme una cara conocida. Recuerdo a una niña de un patio entre vallas, con dos coletas de un pelo parecido y que leía muchos libros entre rosas. Y que más tarde supe que robaba almas plasmándolas con sortilegios extraños en verdaderos instantes maravillosos, donde le daba igual hacer eterno un paisaje o una cena entrañable entre amigos. Con una dulce sonrisa, deja una cesta llena de fruta en el suelo y vuelve a desaparecer.

No entiendo nada. ¿Por qué mi mente cuando percibe el presente parece escarbar en momentos del pasado? Recuerdos que me vienen a este instante donde no sé si estoy vivo o muerto, o simplemente soñando. Sé que existo por lo que percibo mas no sé si es mi verdadera existencia. Porque aun percibiendo lo que diviso, dentro de mí fluye la sensación de un pasado y otra vida y eso me hace estar inseguro de lo que estoy viendo.

Comiendo una manzana me veía en la misma Ilión, rodeado de un grupo de aqueos donde reconocía a algunos como mis amigos. Las calles ardían en fuego de muerte y silencio mientras se convertían en ríos de sangre de los que siempre morían dentro de las ciudades, los inocentes. Cientos de batallas me habían envuelto en mitad de los campos inertes de plantíos, yermos de vida y donde igual que se regalaba muerte podías tú recibirla. Pero todos eran guerreros. Engañados o hipnotizados por las palabras de otros se enfrentaban a semejantes que alguien había descrito como enemigos. Pero cuando la muerte de la guerra entraba en las calles de las ciudades, se convertía en saqueo y violación, y mi alma quería evadirse deseando mirar a otro sitio. En esa escena que veía no estaba lejos de nuestro engaño, la obra de Epeo, aquella que nos había permitido flanquear las puertas. Troya era muerte y fuego. Y ni siquiera esperé a que el fantasma de Aquiles ordenara la muerte de Políxena para huir de allí.

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