Persuasión (Saga de los Malory 11)

Fragmento

Creditos

Título original: Stormy Persuasion

Traducción: Sonia Tapia

1.ª edición: junio 2015

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: DL B 12321-2015

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-116-8

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1

Judith Malory se arrodilló delante de la ventana del dormitorio que compartía con su prima Jacqueline. Ambas miraban la casa en ruinas detrás de la mansión del duque de Wrighton y sus jardines formales. Aunque Judith era la mayor de las dos jóvenes, por unos pocos meses, Jack, como su padre la llamaba solo para irritar a sus cuñados norteamericanos, siempre había sido la líder, o más bien sería más correcto decir la instigadora. Jack decía que iba a ser una libertina, igual que su padre, James Malory. Jack decía que iba a ser pirata, igual que su padre. Jack decía que iba a ser una boxeadora de altura... La lista era interminable. Judith le preguntó una vez por qué no tenía ningún propósito de parecerse a su madre, y Jack le replicó de inmediato:

—Porque eso no tendría nada de emoción.

Judith no estaba de acuerdo. Ella quería ser esposa y madre, en ese orden. Y ya no era un objetivo tan lejano. Ese mismo año Jacqueline y ella alcanzarían la mayoría de edad. Judith ya había cumplido los dieciocho la semana anterior, y el cumpleaños de su prima se celebraría al cabo de un par de meses. De manera que las dos serían presentadas en sociedad en el verano, pero el debut de Jacqueline tendría lugar en Norteamérica y no en Londres, y a Judith le resultaba insoportable la idea de no poder compartir esa ocasión con su mejor amiga. Pero todavía le quedaban un par de semanas para idear un plan que corrigiera tan desagradable circunstancia.

Las chicas, hijas de los dos hermanos Malory más jóvenes, James y Anthony, habían sido inseparables hasta donde les alcanzaba la memoria. Y cada vez que sus madres las llevaban a visitar a sus primos Brandon y Cheryl en la mansión solariega de Hampshire, se pasaban horas en esta ventana, esperando volver a ver una luz fantasmagórica entre las ruinas. No podían evitarlo, puesto que la primera noche que la advirtieron les resultó de lo más emocionante.

Desde entonces la luz solo había vuelto a aparecer en otras dos ocasiones, pero para cuando hubieron cogido unos candiles y atravesado a la carrera la gran extensión de césped para llegar a la vieja casa abandonada en la propiedad de al lado, allí ya no había nada.

Tenían que contárselo a su primo Brandon Malory, por supuesto. Era un año más joven que ellas, pero al fin y al cabo estaban de visita en su casa. Había heredado el título y las propiedades del duque de Wrighton a través de su madre, Kelsey, que se había casado con Derek, el primo de las chicas. Los padres de Derek habían decidido mudarse a la mansión cuando nació Brandon, para que el niño creciera consciente de su importancia y su posición. Por suerte, el hecho de ser un duque no lo había convertido en un niño malcriado.

Pero Brandon nunca había visto aquella luz, así que no tenía el más mínimo interés en hacer vigilia esa noche ni ninguna otra. En este momento se encontraba al otro lado de la habitación, concentrado en enseñar a jugar al whist a Jaime, la hermana pequeña de Judith. Además, ahora que acababa de cumplir los diecisiete años, tenía más aspecto de hombre que de niño, y no era de extrañar que le interesaran mucho más las chicas que los fantasmas.

—¿Soy bastante mayor ya para que me contéis «el Secreto»? —preguntó Cheryl, la hermana menor de Brandon, desde la puerta abierta de la habitación de sus primas.

Jaime Malory se levantó de un brinco de la mesa de cartas, corrió hasta Cheryl, le cogió la mano y tiró de ella antes de volverse hacia su hermana mayor, Judith.

—Sí que lo es. Yo tenía su edad cuando me lo contasteis.

Pero fue Jacqueline la que contestó, burlándose de su prima:

—Eso fue solo el año pasado, enana. Y a diferencia de ti, Cheryl vive aquí. Cuéntaselo, Brand. Es tu hermana. Eso sí, tendrá que prometer que no irá nunca a investigar ella sola, y tú tendrás que asegurarte de que cumpla su palabra.

—¿Investigar? —Cheryl miró a sus primas, que llevaban años negándose a contarle su secreto—. ¿Cómo puedo hacer una promesa si no sé lo que estoy prometiendo?

—Este no es momento para discusiones, pequeñaja —replicó Judith, que estaba de acuerdo con Jacqueline—. Primero tienes que prometerlo. Con Jaime también fue así, y eso que ni siquiera vive aquí, y tú sí. Así que si no lo prometes, acabaremos preocupadas por ti, y eso no puede ser, ¿no te parece?

Cheryl se lo pensó un momento antes de aseverar:

—Vale, lo prometo.

Judith le dio un codazo a Jacqueline para que hiciera los honores, y Jack no la decepcionó, porque declaró sin rodeos:

—Tenéis de vecino a un fantasma. Vive en la casa de al lado.

A Cheryl le dio la risa tonta, pero se le pasó en cuanto se dio cuenta de que sus primas no se reían.

—¿De verdad? —preguntó con unos ojos abiertos como platos—. ¿Lo habéis visto?

—Hace unos cinco años, sí —contestó Judith.

—Judy hasta habló con él —añadió Jacqueline.

—Pero Jack fue la primera en ver la luz, desde esta mismísima ventana. Así que, claro, teníamos que ir a investigar de qué se trataba. Siempre habíamos pensado que esa vieja casa estaba encantada. ¡Y no veas si teníamos razón!

Cheryl se acercó muy despacio a la ventana para echar un rápido vistazo a aquella fea ruina de la que sus padres se habían quejado más de una vez. Suspiró aliviada al no ver ninguna luz. No era ni muchísimo menos tan valiente como sus primas. Pero a la luz de la luna se recortaba la clara silueta de la enorme y vieja mansión, que ya estaba en ruinas mucho antes de que cualquiera de ellos hubiera nacido, una silueta grande, oscura y aterradora. La niña se dio media vuelta con un escalofrío y corrió bajo la protección de su hermano.

—No llegaríais a entrar en esa casa, ¿verdad? —preguntó.

—Pues claro que sí —afirmó Jack.

—¡Pero si a todos nos han dicho que no vayamos!

—Solo porque es peligrosa, porque hay agujeros en el suelo, las paredes se caen y gran parte del tejado se ha desplomado. Y por las telarañas, que están por todas partes. Judy y yo tardamos una eternidad esa noche en quitárnoslas del pelo.

Cheryl abrió aún más los ojos.

—No me puedo creer que llegarais a entrar en la casa. ¡Y de noche y todo!

—Bueno, ¿cómo íbamos a averiguar si no quién se había metido allí? Todavía no sabíamos que era un fantasma.

—Al ver la luz deberíais haber avisado a mi padre —declaró Cheryl.

—Pero eso no tiene nada de divertido —objetó Jack.

—¿Divertido? No tenéis que haceros tanto las valientes solo porque vuestros padres lo sean. —Al ver que sus primas se echaban a reír, la chica añadió—: Conque me estáis tomando el pelo, ¿eh? ¡Cómo no me he dado cuenta!

Jacqueline la miró sonriendo.

—¿De verdad crees que íbamos a ocultarte el secreto todos estos años solo para tomarte el pelo? ¿No lo querías saber? Pues por fin te lo estamos contando. Fue de lo más emocionante.

—Y solo nos asustamos un poco —añadió Judith.

—Fue una imprudencia —insistió Cheryl.

Jack rio con ganas.

—Si nos echáramos atrás por esas cosas, no nos divertiríamos nada. Y además, íbamos armadas: yo agarré una pala del jardín.

—Y yo llevaba mis tijeras —apuntó Judith.

Cheryl siempre había deseado ser tan valiente como aquellas dos, pero ahora se alegraba de no serlo. Creían que se iban a encontrar con un vagabundo y fueron a dar con un fantasma. Era un milagro que no se les hubiera vuelto todo el pelo blanco esa noche. Pero el pelo dorado de Judy seguía teniendo sus mechas cobrizas, y Jack continuaba siendo tan rubia como su padre.

—Cuando entramos en la casa esa noche no podíamos saber de dónde venía la luz —contaba Jack—. Así que nos separamos.

—Y lo encontré yo —prosiguió Judy—. Ni siquiera sé muy bien en qué habitación estaba. No vi la luz hasta que abrí una puerta. Y allí estaba, flotando en mitad de la sala. Y no le hizo ninguna gracia verme allí. Yo enseguida le dije que estaba allanando la propiedad, y él me replicó que la intrusa era yo, que la casa era suya. Y yo, que los fantasmas no pueden ser dueños de ninguna casa. Y entonces él estiró el brazo como señalando y me dijo que me largara. Estuvo un poco grosero, la verdad. Me gruñó y todo, así que di media vuelta para marcharme...

—Y entonces llegué yo —la interrumpió Jack—. Solo alcancé a verle la espalda, porque ya se alejaba flotando. Le pedí que esperase un momento, pero no me hizo caso. Se limitó a bramar: «¡Largo de aquí las dos!» Pegó tal berrido que hasta temblaron las vigas; bueno, lo que queda de ellas. Así que nos fuimos precipitadamente. Pero cuando ya estábamos a medio camino nos dimos cuenta de que en realidad no podía hacernos daño. Y nos estábamos perdiendo la oportunidad de ayudarle a pasar a mejor vida, así que volvimos y buscamos en todas las habitaciones, pero ya se había desvanecido.

—¿Queríais ayudarle? —preguntó Cheryl sin poder creérselo.

—Bueno, eso Judy —contestó Jacqueline.

Cheryl se quedó mirando a la mayor de las dos primas.

—Pero ¿por qué?

Judy se encogió de hombros, evasiva.

—Bueno, era un chico muy guapo. No debía de tener más de veinte años cuando se murió. Y la primera vez que lo vi parecía muy triste. Por lo menos antes de darse cuenta de mi presencia, porque entonces se mostró muy agresivo y de lo más posesivo con esa ruina de casa.

—Y porque esa noche se enamoró de un fantasma —añadió Jack con una risita.

Judith lanzó una exclamación.

—¡Mentira!

—¡Verdad! —se burló Jack.

—Yo solo quería saber por qué se había convertido en un fantasma. Debió de ser algo de lo más trágico y terrible, para que se le pusiera todo el pelo blanco antes de morirse.

—¿Tenía el pelo blanco? —preguntó Cheryl, con los ojos abiertos como platos—. Entonces sería viejo.

—No seas tonta, enana —la reprendió Jacqueline—. Mi cuñada Danny tiene el pelo blanco, ¿no? Y tenía la edad que tenemos nosotras ahora cuando conoció a Jeremy.

—Es cierto —concedió Cheryl—. ¿De verdad era tan guapo? —le preguntó a Judith.

—Mucho. Y alto. Y tenía unos ojos verde oscuro preciosos que brillaban como esmeraldas. Y no te atrevas a ir a buscarlo sin nosotras —añadió al final, un poco celosa.

Cheryl resopló.

—Yo no soy tan curiosa ni tan atrevida como vosotras. Y no tengo ningunas ganas de conocer a un fantasma, por eso no os preocupéis.

—Bien. Porque debe de tener también poderes mágicos, ¿o no te has dado cuenta de que han reparado el tejado?

Cheryl se quedó sin aliento.

—¿Lo ha arreglado un fantasma?

—¿Y quién si no?

—Pues no, no me había dado cuenta. Mi habitación da al otro lado de la casa.

—Yo sí me había fijado —terció Brandon—. Y nunca he visto allí ningún obrero ni nada, pero es verdad que hace poco han arreglado el tejado.

—Espero que no se lo hicieras notar a tu padre —dijo Jacqueline.

—Qué va, porque entonces habría tenido que contarle el secreto, y no voy a romper esa promesa.

Jacqueline le dedicó una sonrisa radiante.

—Sabía que podíamos contar contigo, Brand.

—Además, papá se pone a gruñir cada vez que alguien le menciona el caserón. Le molesta mucho no poder librarse de él. Ha intentado comprarlo, para hacerlo derribar, pero la última dueña de la que se sabe era una tal Mildred Winstock, que por lo visto lo heredó pero nunca vivió allí. La verdad es que lleva vacía desde los tiempos de mi tatarabuelo, lo cual explica que se esté cayendo a pedazos. Pero bueno, ya os he contado quién construyó la mansión y a quién se la dio.

—¿A quién? —quiso saber Cheryl.

—Tú eres demasiado pequeña para saberlo —le espetó Brandon.

—¿A su amante? —aventuró la niña.

Judith hizo una mueca a su precoz prima y cambió de tema.

—Lo increíble es que esta casa no se quedara también hecha una ruina, después de haber estado abandonada durante cinco generaciones.

—Bueno, abandonada del todo, no —apuntó Brandon—. El patrimonio ducal siempre ha mantenido un mínimo de personal para evitar justo eso. Pero papá no encontró ningún registro que indicara a quién había legado esa ruina la señorita Winstock a su muerte, de manera que no tenemos manera de librarnos de esa porquería pegada a nuestra casa.

Derek había plantado árboles y densos matorrales a lo largo de los lindes de la propiedad para ocultar de la vista el ruinoso caserón y que la gente pudiera disfrutar de los jardines ducales sin tener que ver aquel espanto. Pero los árboles no evitaban que se divisara desde los pisos superiores de la mansión.

Judith suspiró apartándose de la ventana.

—Bueno, primos, es hora de que Judy y yo nos acostemos, así que vosotros seguramente también deberíais iros a la cama. Volvemos a Londres por la mañana.

En cuanto se quedaron a solas, Jacqueline preguntó:

—¿Qué esperabas? Ellos no han visto al fantasma como nosotras.

Judith suspiró.

—Bueno, no me sorprende nada que Cheryl carezca de espíritu de aventura. Derek y Kelsey la tienen aquí demasiado protegida, mientras que tú y yo nos hemos criado en Londres.

—Ah, así que ese suspiro tuyo era porque esta vez no hemos visto la luz, ¿eh? Podemos ir esta noche a buscar en el caserón, si quieres.

—No. El fantasma solo se nos ha aparecido una vez. Estoy segura de que ahora se esconde cuando invadimos sus dominios. Una lástima. —Judith suspiró de nuevo.

Jacqueline le tiró una almohada.

—Deja de suspirar por un fantasma. Te darás cuenta de que no es de los que se casan, ¿no?

Judith se echó a reír.

—Sí, hasta ahí llego.

—Bien, porque si ya sería bastante difícil conseguir un beso de un fantasma, mucho más un buen revolcón.

Judith enarcó una ceja.

—¿Un revolcón? Pero ¿tú no borraste de tu lista el año pasado lo de ser una libertina?

—Calla. Yo voy a seguir el ejemplo de Amy y me negaré a aceptar un no por respuesta... cuando encuentre al hombre adecuado para mí. Y cuando eso pase, que Dios le ayude, porque no sabe la que se le va a venir encima —añadió Jacqueline con una sonrisa traviesa.

—Bueno, pero no lo encuentres demasiado pronto. Y sobre todo, no lo encuentres en Norteamérica.

Otra vez el mismo tema: el viaje de Jacqueline que se cernía sobre ellas como una sombra. La primera vez que la joven se marchó a América con sus padres, Judith estuvo consternada e inconsolable durante los dos meses que duró su ausencia. Las chicas habían jurado no volver a estar nunca lejos la una de la otra, de manera que la siguiente vez que Jack se fue, Judy tuvo que ir con ella. Pero en aquel entonces las chicas no sabían la promesa que James Malory había hecho a los hermanos Anderson cuando nació Jack. Sus tíos americanos habían accedido a que Jacqueline se educara en Inglaterra siempre que su presentación en sociedad tuviera lugar en Norteamérica, porque esperaban que se casara con un americano. O por lo menos que tuviera ocasión de hacerlo.

Cuando le preguntaron por qué había accedido a algo tan poco propio de él, James contestó:

—Eso me evitó tener que matarlos. George se habría enfadado mucho conmigo.

Es cierto que al fin y al cabo eran hermanos de George, y James tampoco bromeaba cuando hablaba de matarlos. George era la madre de Jacqueline, o más bien Georgina, para ser exactos, aunque James insistía en llamar George a su esposa porque sabía que a sus hermanos les desagradaba. Pero lo cierto es que incluso sus cinco hermanos mayores la llamaban ahora así alguna que otra vez. Esa promesa de James Malory había servido para mantener con sus cinco cuñados norteamericanos una efectiva tregua tácita durante todos estos años. Una tregua muy necesaria, teniendo en cuenta que una vez intentaron ahorcarle.

—Yo no pienso casarme hasta que te cases tú —aseguró Jacqueline a su prima—, así que tú tampoco tengas prisa. No tenemos por qué ser como todo el mundo y casarnos en nuestra primera temporada social, por mucho que sea lo que esperan nuestras madres. Este año es para divertirse, ya nos casaremos el que viene.

—Ya, pero eso no va a evitar que te marches sin mí —se quejó Judith.

—No, pero todavía nos quedan un par de semanas para dar con alguna solución. Hablaremos con nuestros padres en cuanto volvamos a Londres. Es a tus padres a los que hay que convencer. Mi padre te llevaría encantado, pero cuando el tío Tony dijo que ni hablar, no le quedó más remedio que estar de acuerdo con él. Ya sabes que los hermanos, y sobre todo esos dos, siempre se respaldan el uno al otro. Pero si les digo que me niego a ir a Norteamérica si no te vienes conmigo, entrarán en razón. Y además, ¿por qué no te deja tu padre? Tampoco es que le haga mucha ilusión tu presentación en sociedad. Está hecho un verdadero ogro con el tema.

Judith se echó a reír.

—Mi padre nunca es un ogro. Últimamente está un poquito brusco y cortante, vale, pero... sí, tienes razón, en realidad le encantaría que no me casara nunca.

—Exacto. Así que debería haber aprovechado encantado la ocasión de que te vinieras conmigo, por lo menos para demorar lo inevitable.

—Pero ¿es el matrimonio inevitable, con padres como los nuestros?

Ahora la que se rio fue Jacqueline.

—Tú estás pensando en que a la prima Regina la criaron los cuatro Malory mayores cuando murió su hermana Melissa, y luego ninguno de ellos encontraba un hombre bastante bueno para su sobrina, consecuencia de lo cual la pobre Reggie tuvo que soportar un montón de temporadas. Pero acuérdate de que en esos tiempos los hermanos Malory no tenían esposas que les plantaran cara, como pasa ahora. ¿De verdad crees que nuestras madres no se impondrán cuando encontremos el amor? ¡Un momento! ¡Eso es! Ha sido la tía Roslynn la que dijo que no podías ir, y el tío Tony le siguió la corriente para que hubiera paz, ¿no?

Judith asintió con una mueca sufrida.

—Está de verdad entusiasmada con mi presentación en sociedad aquí, mucho más que yo. Hasta tiene puestas sus esperanzas en un hombre en particular que cree que será perfecto para mí.

—¿Quién?

—Lord Cullen, el hijo de una de sus amigas escocesas.

—¿Ya lo conoces?

—No lo veo desde que éramos pequeños. Pero mi madre sí, y asegura que es rico, guapo y un buen partido en todos los aspectos.

—Y supongo que vivirá en Escocia.

—Sí, claro.

—¡Entonces no nos vale! Pero ¿en qué está pensando tu madre? ¿Cómo te va a casar con un hombre que te apartará de nosotras?

Judith se echó a reír.

—Probablemente nos comprará una casa para que vivamos en Londres.

Jack resopló.

—No podemos correr ese riesgo, y menos con los escoceses, que son muy tercos. ¡Espera un momento! ¿Por eso tu madre no quiere ceder?

—Le preocupa que lo pesque cualquier otra si no estoy aquí al principio de la temporada. Así que sí, no me sorprendería nada que fuera la auténtica razón de que no me deje ir a Norteamérica y retrasar mi debut en sociedad.

—Ay, qué tonta —exclamó Jacqueline con una mueca exasperada—. Lo que pasa es que todavía no nos hemos enfrentado a esto juntas. Juntas somos mucho más fuertes. Tú créeme, vas a venir en el barco conmigo. No me cabe la más mínima duda.

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2

Judith estaba en la cama con los ojos totalmente abiertos. Jacqueline se había quedado dormida de inmediato, pero ella seguía despierta porque se había dado cuenta de que la siguiente vez que visitara a sus primos de Hampshire tal vez estuviera casada. No con Ian Cullen, sino con algún hombre al que no hubiera podido resistirse. Aunque ninguna de las dos quería enamorarse pronto, desde luego no ese mismo año, Judith ya había visto lo que le pasó a sus primas Malory mayores. El amor siempre encontraba la forma de desbaratar los planes mejor trazados. Y en cuanto estuviera casada, seguramente se olvidaría de su fantasma.

Era una perspectiva muy triste. La verdad es que, no sabía por qué, pero no quería olvidarse de tan emocionante encuentro ni pensar que no volvería a verlo de nuevo. Y entonces se le metió en la cabeza que a lo mejor el fantasma se le volvía a aparecer si entraba en la casa ella sola. Y esa idea era la que no la dejaba dormir.

Finalmente cedió a la tentación: se puso una capa con capucha y unos zapatos, bajó a por un candil y luego atravesó corriendo el jardín trasero. Pero cuando llegó al oscuro caserón e intentó entrar por la puerta como había hecho antes, se la encontró bien cerrada. No atascada, sino cerrada con llave. ¿Sería cosa de Derek? Pero ¿por qué, cuando había tantas ventanas sin cristal por las que era facilísimo colarse?

Dejó el candil en el suelo a través de una ventana y entró por ella. No se veía ninguna luz desde fuera, pero de todas formas fue directa a la sala en la que había visto anteriormente al fantasma. El suelo de madera crujía bajo sus pies, de manera que si estaba ahí la oiría seguro... y volvería a desaparecer.

Se le ocurrió decirle en voz alta: «No te escondas de mí. Sé que estás aquí. Aparécete.» Pero no lo hizo, claro. Se reprendió a sí misma por pensar que un fantasma la iba a obedecer. La última vez consiguió sorprenderlo, pero ahora había perdido tontamente ese elemento sorpresa. No obstante, estaba decidida a mirar de nuevo en aquella sala antes de darse por vencida y volver a la cama.

Abrió la puerta, que esta vez no chirrió. ¿La habían engrasado? Alzó bien el candil para iluminar la habitación. Parecía distinta. Muy distinta. Las telarañas habían desaparecido, el viejo sofá ya no estaba lleno de polvo, y en un rincón había un catre con una almohada y una sábana arrugada. ¿Habría allí alguien más, aparte del fantasma? ¿Un intruso de verdad? Hasta las ventanas estaban cubiertas con mantas, de manera que la luz del candil no se veía desde fuera, y por eso no habían visto la luz del fantasma desde hacía tanto tiempo. Seguramente le pondría furioso que un vagabundo estuviera viviendo en su casa y el hecho de no haber podido asustarlo.

Pero el vagabundo ahora no estaba. A lo mejor el fantasma sí. Estaba a punto de decirle a su amigo invisible que podía ayudarle con el problema del intruso, cuando de pronto una mano le tapó la boca y un brazo le rodeó la cintura. Se llevó tal sobresalto que se le cayó el candil. No se rompió, pero sí salió rodando por el suelo y se apagó. ¡No! Oscuridad total y un hombre muy real agarrándola.

Estaba a punto de desmayarse cuando él le susurró al oído:

—Has elegido muy mal sitio para un encuentro amoroso, preciosa. ¿Está tu amante también en la casa? ¿Era con él con quien hablabas? Asiente o niega con la cabeza.

Ella hizo las dos cosas y él resopló exasperado.

—Si te quito la mano de la boca para que puedas contestar, no quiero oír ni un grito. Como grites, te ato y te amordazo y dejo que te pudras en el sótano. ¿Está claro?

Lo de que la ataran y la amordazaran no la asustaba tanto e incluso era preferible a cualquier otra cosa que aquel hombre pudiera hacerle. Jack la encontraría por la mañana, porque al ver que había desaparecido sabría perfectamente dónde estaba. De manera que asintió. Él apartó la mano, pero sin dejar de estrecharla con fuerza con el brazo, para que no pudiera huir. Lo de gritar todavía era una opción...

—A ver, ¿cuándo tiene que aparecer tu enamorado?

—No he quedado con nadie —le aseguró ella sin pensar. ¿Por qué no había dicho: «En cualquier momento»? Así su asaltante se marcharía... ¿no?

—Entonces ¿qué haces aquí y cómo has entrado? He cerrado con llave la maldita puerta.

—¿Fuiste tú? Pero ¿para qué, cuando hay muchas ventanas abiertas?

—Porque una puerta cerrada es un mensaje. Dice claramente que no eres bienvenida.

Ella resopló indignada.

—Ni tú tampoco. ¿Es que no sabes que esta casa está encantada?

—¿Ah, sí? Solo estoy de paso. Si hay por aquí algún fantasma, todavía no ha aparecido.

—¿De paso, y tienes hasta una cama? —protestó ella—. Me estás mintiendo. Y hace un momento no estabas aquí. ¿O es que has entrado a través de la pared? ¿Hay alguna habitación secreta que conecta con esta?

Él se echó a reír, pero la risa sonaba forzada. Judith tuvo la sensación de que no se había equivocado en su hipótesis. ¿Cómo no se les había ocurrido antes a Jack y a ella? Hasta la mansión ducal tenía habitaciones y pasadizos secretos.

Él apoyó la barbilla sobre su hombro.

—Menuda imaginación tienes, preciosa. Mejor contesta a mis preguntas. ¿Qué estabas haciendo aquí en plena noche si no era para encontrarte con un amante?

—Venía a visitar al fantasma de la casa.

—¿Otra vez con esas tonterías? —se burló él—. Los fantasmas no existen.

Habría sido estupendo que su fantasma apareciera justo entonces para darle la razón. El vagabundo se distraería el tiempo suficiente para que ella pudiera escaparse y traer a Derek para que lo echara. Pero entonces cayó en la cuenta de que la habitación estaba demasiado oscura para poder ver al fantasma, por más que apareciera. Le exasperaba que aquel intruso estuviera dando al traste con su última ocasión de ver de nuevo al fantasma, y ya solo quería volver a la cama. Intentó zafarse, pero él la estrechó con más fuerza.

—Deja de agitarte así, porque si no voy a pensar que lo que buscas son otro tipo de atenciones. ¿Es eso, preciosa? Porque si quieres, yo estoy más que dispuesto. —Judith contuvo el aliento y se quedó absolutamente quieta—. Vaya, pues qué lástima —dijo él, y parecía sincero—. Hueles muy bien. Estás muy bien. Esperaba descubrir que también sabes muy bien.

Ella se puso rígida.

—Soy más fea que un demonio, llena de forúnculos y verrugas.

Él lanzó una risita.

—¿Por qué será que no me lo creo?

—Enciende el candil y lo verás.

—No, ya estamos bien a oscuras. Veo tus forúnculos y verrugas y subo la apuesta a una ardorosa pasión. Creo que esta mano la voy a ganar yo.

A pesar de la advertencia, porque había sido una advertencia, cuando le dio la vuelta en un instante y la besó, a Judith la pilló tan de sorpresa que no pudo hacer nada por evitarlo. Pero no le dieron náuseas ni nada. De hecho, el aliento le olía a brandy. Y para ser un primer beso, no habría estado tan mal si ella hubiera tenido ganas de explorar sus sensaciones. Pero no le apetecía. Lanzó un fuerte manotazo a ciegas, pero tuvo suerte con la puntería, porque le acertó de pleno en la mejilla y logró zafarse.

Él se limitó a reír.

—¿Cómo? Solo te he robado un rápido beso. No tienes por qué ponerte tan violenta.

—Me voy ahora mismo, y tú también te irías si tuvieras dos dedos de frente.

—Sí, eso ya lo sé. Pero déjame que te acompañe, que si luego te caes por un agujero y te rompes el cuello no quiero tenerlo sobre mi conciencia.

—¡No! ¡Espera! —gritó Judith, al ver que la cogía en brazos—. ¡Conozco esta casa mejor que tú!

—Lo dudo —masculló él, y cargado con ella atravesó la habitación principal hasta la ventana más cercana y la hizo pasar por el hueco—. No digas nada de que me has visto aquí, y por la mañana me habré marchado.

—¡Pero si no te he visto! Ya te has cuidado bien de que no pudiera hacerlo.

Y seguía sin poder verlo. La luna iluminaba un poco el porche, pero él se apartó de la ventana en cuanto la soltó, desapareció en la oscuridad de la casa. Judith no aguardó respuesta. Echó a correr y no paró hasta llegar a su habitación en la mansión ducal.

Estuvo a punto de despertar a Jacqueline para contarle su accidentada aventura, pero decidió esperar a la mañana. Todavía estaba rumiando cómo un pobre vagabundo podía permitirse un brandy francés, cuyo precio tan alto solo era accesible a los ricos. Por eso era la mercancía principal de los contrabandistas...

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3

—¿Por qué me miras como si hubiera hecho algo? —se preguntó Boyd Anderson en voz alta cuando entró en el comedor para almorzar con su hermana, Georgina.

Su voz era burlona; su sonrisa, radiante, pero se puso bastante serio al ver cómo ella fruncía el ceño. Los dos hermanos tenían idénticos ojos oscuros, aunque Georgina era bastante más morena de pelo. Hoy lucía para las visitas un bonito vestido color coral, pero llevaba el pelo suelto, como solía hacer cuando solo esperaba recibir a la familia.

Boyd era el más pequeño de los cinco hermanos de Georgina, y el único que vivía permanentemente en Londres. Había sido decisión suya, y muy buena por cierto, puesto que era el tercer Anderson que se casaba con alguien del clan Malory. Su mujer, Katey, era la hija ilegítima de Anthony Malory, una hija cuya existencia Anthony desconocía hasta el momento en que Boyd comenzó a cortejarla. Por más que fuera una pariente recién descubierta, los Malory, y eran unos cuantos, se habrían levantado en armas si Boyd hubiera intentado marcharse a Norteamérica con ella, a pesar de que Katey se había criado en ese lugar.

Georgina intentó esbozar una sonrisa tranquilizadora, pero no lo logró del todo.

—Siéntate —indicó, señalando la silla que tenía enfrente—. Le he pedido a la cocinera que prepare tu plato favorito. No ha sido nada fácil encontrar almejas.

—¿Me quieres sobornar? No, da igual, no contestes. Es por el viaje de Jacqueline, ¿a que sí? ¿Qué es? ¿Ha pasado algo con los chicos?

—No, están dispuestos a quedarse en el colegio. No tienen ningún interés en la presentación en sociedad de su hermana.

—Pensaba que a ti te parecía bien que fuera a Norteamérica.

—Y me parece bien. Sé que nuestros hermanos y tú solo queréis lo mejor para Jack. Y este viaje crucial ha mantenido la paz en mi familia... por más que nos haya sido impuesto a la fuerza.

Boyd dio un respingo.

—Tampoco hace falta que lo digas así.

—Pues sí, porque es verdad.

Boyd suspiró.

—Ya sé que estuvimos bastante vehementes cuando insistimos en que tenía que celebrar su debut en sociedad en América...

—Mucho.

—... y sí, ya sé que todos pasamos últimamente más tiempo en Inglaterra que en Connecticut, como hacíamos antes. Pero hay una razón más importante para este viaje. —Boyd se interrumpió un momento para mirar hacia la puerta antes de añadir en un susurro—: Confío en que tu esposo no se encuentre en casa. No me gustaría que oyera esta conversación.

—Sí, James ha ido al muelle para asegurarse de que han llegado ya todas las provisiones del viaje. Pero no me sorprendería que primero se llevara a Tony a Knighton’s.

—Maldita sea. Ojalá me avisaran cuando van. Me gusta ver peleas de ese calibre.

—Hoy no te gustaría. James está bastante enfadado, así que la cosa sin duda va a ser brutal.

—¡Mejor me lo pones! No, espera. ¿Por qué está enfadado? ¿Tal vez porque tú estás enfadada... con alguien?

—No estoy enfadada con nadie. Solo preocupada. Es Jack la que tiene una rabieta de espanto.

—¿Por el viaje?

—En cierta manera.

—Pero yo pensaba que quería ir.

—Sí, sí, pero creía que Judy iría con ella, y resulta que no. Y ahora Jack se niega a marcharse sin su prima.

Boyd se echó a reír.

—Vaya, el caso es que no me sorprende nada. Esas dos siempre han sido inseparables. Lo sabe todo el mundo. ¿Y por qué no puede ir Judy?

—Su madre no se lo permite. Roslynn lleva meses preparando la temporada social aquí, le hace más ilusión incluso que a nuestras hijas. Ya está al tanto de quién celebrará qué fiestas y bailes, y le han prometido invitaciones para todos ellos. Y sabe también quiénes son los solteros más codiciados, incluido un escocés al que le tiene puesto el ojo para Judy, porque es hijo de una buena amiga suya. No quiere dejar nada al azar y cree que Judy se perderá algún evento significativo si se viene con nosotros.

Boyd echó la mirada al techo.

—No obstante, las chicas volverían a tiempo para la temporada aquí, solo se perderían una o dos semanas, y todavía les quedaría el resto del verano. Por eso precisamente nos vamos ahora, en primavera.

—Pero es que la madre de Judy lo que no quiere que se pierda es el principio, y esa mujer puede ser muy testaruda. Y la verdad es que en cierto modo la entiendo, puesto que es al comienzo de la temporada cuando surge la chispa entre los jóvenes, cuando se hacen las parejas y cuando se inician los cortejos. Podría ser una fatalidad llegar tarde aunque solo fuera una semana, cuando los mejores partidos ya están tomados. Por supuesto, quien más le preocupa es el escocés. No quiere que otra joven pesque a lord Cullen, de manera que está empeñada en que Judy esté aquí al principio de la temporada.

—¿De verdad crees que eso importa, siendo las dos debutantes más guapas de este año?

—Para Jack no tendr

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