Título original: Seriously Sexy 3
Traducción: Sonia Tapia
1.ª edición: octubre de 2010
© Accent Press Ltd 2008
© Ediciones B, S. A., 2010 para el sello Vergara
Consejo de Ciento 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito Legal: B.19305-2012
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-183-5
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Contenido
Portadilla
Créditos
La presa. Penelope Friday
Paloma cautiva. Alcamia
De rompe y rasga. Les Hansom
Liberación. Beverly Langland
El club de fans de Peachy Talbot. Carmel Lockyer
Rosa de papel. J. S. Black
Un artículo fantástico. Lucy Felthouse
La paleta del pintor. Joe Manx
El Examinador. Roger Frank Selby
La dama y el bandolero. Charlotte Wickmam
El capricho. Amelia Flint
La llave. Jim Baker
Los hermanos. Mark Farley
El guardarropa. Joe Manx
La cascada. Katie Lilly
Algo perverso. Jim Baker
Cuando éramos dos. Rommer Marsden
¿Quién se ha puesto las bragas de tía Clarissa? Jeremy Edwards
Sex Shop. Elizabeth Gage
La sauna de Sonja. Roger Frank Selby
Otros títulos de la colección
COMPLÁCEME
SATISFÁCEME
SEDÚCEME
AZÓTAME
LA PRESA
Penelope Friday
En cuanto entro en el pub echo un vistazo y elijo mi blanco, la presa de esta noche. Esta noche... sí, ahí está, el tipo del jersey rojo y pelo castaño. Se cruza con mi mirada y de inmediato aparta la vista. Eso lo hacen todos al principio. Más tarde... bueno, ya veremos si éste cambia de actitud. Pido un vodka con naranja y me acerco a la mesa junto a la de él. Se cruzan de nuevo nuestras miradas y se sonroja. Vaya, es tímido el muchacho. Más que la mayoría. ¿Tendrá también más complejos? ¿Más inseguridades? Podría ser todo un reto.
Me gustan los retos.
Ahora finge leer el periódico con la vista clavada en la mesa, con miedo a alzar la cabeza. Yo me acerco un poco más y le digo:
—¿Qué, hay algo interesante?
Le sobresalto de tal manera que hasta pega un respingo, el pobre, y tengo que disimular una sonrisa. Se arriesga a echar un rápido vistazo en mi dirección, se pasa la mano por el pelo.
—Bueno... lo de siempre, ya sabes.
Vaya, esta vez he elegido bien. Tiene una voz preciosa de barítono con un ligerísimo acento del norte.
—Pues no, no sé —replico sonriendo—. Cuéntamelo tú. —Imitando su gesto me paso la mano derecha por el pelo. Al ver que titubea me acerco un poco más—. Sabes que lo estás deseando —susurro.
Me está echando «La Mirada». Algunos hombres me calan enseguida y saben exactamente adónde voy. La mayoría, sin embargo, vacilan. Los que vacilan tienen siempre exactamente la misma expresión, que yo interpreto como un libro abierto:
«Parece que está tonteando conmigo. ¿Será verdad? No puede ser, pero es que tiene toda la pinta. No, serán imaginaciones mías. No puede estar tonteando. Va en silla de ruedas.»
Se ve que, según el juicio inicial de casi todos los hombres, la silla me impide funcionar como una mujer normal. Pero aprenden. Aprenden enseguida. Me gusta pensar que estoy contribuyendo a romper con los estereotipos, pero la verdad es que lo que hago es follar muchísimo. Lo cual me parece estupendo, gracias.
Pero en fin, volviendo a Don Jersey Rojo. Me he inclinado y tengo los codos sobre su mesa. Con la cabeza apoyada en mis puños le echo un buen vistazo desde más cerca, sin disimular en absoluto. ¿Para qué iba a disimular, cuando éste da la talla perfectamente? ¿Para qué iba a disimular, si vamos a estar juntos en la cama esta misma noche? Mi evaluación será mucho más exhaustiva, pero de momento me abro paso con cuidado entre sus prejuicios y le doy un tiempo para acostumbrarse a la idea.
—Hum —balbucea—, el precio de la gasolina... las críticas al gobierno por su nueva política de vivienda... —Se encoge de hombros como pidiendo disculpas—. Nada muy interesante.
—Vaya, qué pena. Pero es que lo leías con tal concentración que pensé que debía de haber algo fascinante.
—Pues no.
—Pero eso es bueno.
—¿Ah, sí? —Parece un poco alarmado. Yo me preparo para el primer ataque.
—Sí. —Sonrío de nuevo, con la cabeza ladeada—. Porque eso significa que podemos pasar de esto —y aparto el periódico hasta el otro extremo de la mesa— para ir directos al grano.
Él me devuelve inseguro la sonrisa y yo le obligo a mantenerme la mirada durante cinco... diez... quince segundos. No sé que leerá en mi cara, pero la sonrisa se torna más auténtica.
—¿Siempre avasallas así?
—Por lo general. —Doy pensativa un trago a mi copa y añado—: Y tienes razón, ¿sabes?
—¿En qué?
—Estoy tonteando contigo. ¿Te importa?
—Eh... —La timidez ha vuelto—. Creo que eso no me lo habían dicho nunca de manera tan directa.
—Porque no les hará falta. Si no fuera por esto —explico, dando unas palmadas a la silla de ruedas—, no lo habrías dudado ni un momento.
—No... Ay, Dios, seguramente tienes razón —confiesa avergonzado—. Es horrible, ¿no?
—Es de lo más común. Por eso tiendo a avasallar un poco. —Le guiño un ojo—. Pero no pasa nada, no te preocupes.
Se cree que le estoy perdonando por sus prejuicios y se disculpa balbuceando. Eso está muy bien. Me da la ocasión de tocarlo.
—¡Shh! —Le pongo el dedo en los labios—. No me refería a eso. Sólo quería decir que las circunstancias me han dado la oportunidad de ser mucho más... creativa... que la mayoría de las mujeres. Para mí es una ventaja, no un inconveniente.
Él se echa a reír. Todavía se muestra un poco reservado, pero parece haberse relajado ligeramente en mi compañía.
—Veo que eres muy directa. Por cierto, me llamo Dan.
—Ellie. Siempre va bien saber el nombre de la persona antes de acostarte con ella, ¿no te parece?
—Ellie, nombres aparte, eres tremenda. ¡Ni siquiera nos hemos besado! —Pero el brillo en sus ojos muestra que ahora lo está considerando, que está empezando a verme como una perspectiva real.
—Ya nos besaremos.
—Igual tengo novia.
Yo niego con la cabeza.
—No tienes novia.
—Podría tenerla.
Ahora me echo a reír.
—Pues entonces tendrás que decirle que las circunstancias te han empujado. Que lo sientes y todo eso, pero que te hicieron una oferta que no pudiste rechazar.
—¿Y es verdad eso?
—Desde luego —le aseguro.
Y ahora le toca a él mover ficha. Se inclina sobre la mesa y me da un ligero beso en la boca. Me hormiguean los labios con el contacto y sé una vez más que mi instinto no me ha fallado. Esta noche va a estar bien.
—Podrías repetir eso —sugiero.
—Podría —conviene. Se desliza en torno a la mesa para ponerse a mi lado—. Pero también podría ir un poco más lejos, así...
Esta vez el beso no es ligero en absoluto. Es exigente. Me explora la boca con la lengua, con una mano en mi cabeza para sujetarme y tenerme donde quiere. Y no me quejo, ¿eh? En absoluto. Su jersey es suave y mullido, pero noto debajo la fuerza de sus músculos. Por lo visto Dan está en forma. Bajo una mano a su cintura, aparto de mi camino jersey y camisa y presiono los dedos contra su piel. Recorro con las uñas la longitud de su espalda arriba y abajo. Por fin él se aparta. Ahora ya puede mirarme sin timidez, pero prefiere inclinarse y susurrarme al oído:
—¿No es ilegal hacer esto en un sitio público?
—¿Ah, sí? —pregunto inocente, apartando la mano de su espalda para deslizarla por su muslo. Él me la agarra.
—¡Para!
—¿De verdad quieres que pare?
—No —confiesa—, pero aquí no se puede. —Mira nuestras copas—. Sería una pena desperdiciarlas, pero depende de cuáles sean las alternativas.
—Pues bebe, Danny —replico yo, apurando el vodka de un trago—. Que me vas a llevar a casa.
Él enarca una ceja, pero obediente da un sorbo a su cerveza. Luego aparta el vaso casi vacío hasta el centro de la mesa y se levanta.
—No me importa dejármela, pero tú me has hecho una promesa.
—¿Yo? —Me dirijo hacia la puerta, y una vez fuera pregunto—: ¿Qué promesa?
—¿Cuál va a ser? Me tienes que demostrar tu creatividad, guapa.
Yo sonrío. Esa frase siempre triunfa. La que yo digo a continuación es intencionadamente predecible:
—¿Mi casa o la tuya?
Él se inclina para besarme de nuevo, y me pasa la mano por el pecho, poniéndome firme un pezón.
—La que quede más cerca, Ellie —murmura.
—Pues ven.
Mi casa está a menos de cinco minutos del pub, que por eso es uno de mis territorios de caza favoritos. Nunca había visto allí a Dan, aunque cuando entré esta noche advertí un par de caras conocidas (y algo más que las caras). Llegamos a casa en un momento. Dan me ha ido tocando todo el camino: una mano en el hombro, sus dedos en mi pelo... Me gusta que tenga tantas ganas. Abro la puerta, entro y me giro para mirarlo.
—Bienvenido a mi casa.
Él ha cerrado la puerta. Mira alrededor, algo desconcertado por la decoración. En el salón opté por el colorido, y una pared escarlata contrasta con el crema de las otras tres. Dan guarda silencio un momento antes de volverse hacia mí.
—Rojo pasión —dice con voz ronca—. Muy propio, Ellie.
Yo me desabrocho los primeros dos botones de la blusa, nada más. Ya he realizado el primer asalto brusco y ahora prefiero un ritmo más comedido, más seductor. Su mirada recae en la curva de mis pechos, en el encaje blanco del sujetador. Quiere más. Siempre los dejo con ganas de más. Tiendo la mano en una muda invitación y en un segundo está a mi lado, trazando con el dedo la línea de tela de mi escote abierto. Su otra mano reposa en mi pierna, y vacila.
—¿No te hago daño?
—Es imposible —digo sincera—, pero si me haces daño te prometo decir «ay». —De nuevo el efecto «silla de ruedas». Tiro de él para besarlo y añado—: Confía en mí.
—Quiero pensar que lo hago. —Sonríe. Y luego—: Enséñame.
Es una invitación que estoy encantada de aceptar. Veo que no sabe muy bien si seguir de pie o arrodillarse, y por más que me guste tener a un hombre arrodillado a mis pies, la ansiedad es menos erótica.
—Ven a la cama.
Me encanta mi cama. Todo el mundo debería hacer algo escandalosamente extravagante una vez en la vida. Yo lo hice al comprar mi cama. Una cama con dosel impresionante, perfecta. Observo el efecto que obra en Dan. Algunos se quedan blancos al verla, pero él no.
—Rojo pasión, una cama de lujo... —aprueba—. Me gusta tu estilo.
Me dejo caer en el centro, toqueteando con dedos juguetones el siguiente botón de mi blusa: me lo abrocho, me lo desabrocho, me lo abrocho, me lo vuelvo a desabrochar.
—¿Te vienes? —sugiero.
—Ahora mismo.
Se quita el jersey y la camisa, quedándose desnudo hasta la cintura. Yo lanzo un silbido.
—No está nada mal —comento.
—¿Doy la talla para la cama? —pregunta.
Y a mí me excita su perspicacia. No todos se dan cuenta del simbolismo de mi cama. Le miro los pectorales y asiento.
—Más o menos.
Se ha quitado los zapatos y se arrodilla para descalzarme a mí también con sugerente delicadeza. No llevo medias ni calcetines, y aprovecha la oportunidad para jugar con mis pies, lamiéndome todos los dedo