Título original: The Middle Way
Traducción: Daniel Cortés y Rosa Pérez
1.ª edición: noviembre, 2015
© 2015 by Lou Marinoff
© Ediciones B, S. A., 2015
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
ISBN DIGITAL: 978-84-9069-258-5
Maquetación ebook: Caurina.com
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Este libro está dedicado al Amor que nos sostiene a todos, a la luz que nos baña a todos, al Camino que nos guía a todos.
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Agradecimientos
Introducción
Primera parte. LOS FILÓSOFOS ABC
1. La globalización y sus injusticias: convergencia y divergencia de cuatro civilizaciones
2. La proporción áurea de Aristóteles: cómo realizarse y ser feliz en la insensatez
3. El camino medio de Buda: cómo crear valores y compasión en el sufrimiento
4. El orden equilibrado de Confucio: cómo restaurar la armonía y la virtud en la discordia
5. Geometría de los filósofos ABC: la proporción áurea, el camino medio y el orden equilibrado están profundamente relacionados
Segunda parte. LOS EXTREMOS Y LOS FILÓSOFOS ABC
6. Extremos políticos: una sociedad estadounidense polarizada y la ausencia de un bien común
7. Extremos profanos y sagrados: fe ciega frente a negación de la fe
8. Extremos tribales: dispersión natural y mestizaje cultural en la aldea global
9. Los extremos de Pandora: la politización de la diferencia entre los sexos
10. Los extremos cognitivos: las tradiciones oral, escrita, visual y digital
11. Los extremos educacionales: el desfase global y el gulag estadounidense
12. Los extremos económicos: superabundancia y penuria
13. Los extremos totémicos: McComidas, McDrogas y McMundos felices
14. Los extremos de Oriente Medio: escorpiones venenosos e higos regalados
15. Los extremos terroristas: hagamos lo que hagamos, seguirán con los atentados
Tercera parte. LOS FILÓSOFOS ABC AQUÍ Y AHORA
16. Cómo importar los filósofos ABC a su vida; cómo exportarlos a su entorno
Lecturas recomendadas
Agradecimientos
Este libro surgió de un ensayo que escribí durante 2003 para Global Agenda, la revista anual del Foro Económico Mundial.1 El ensayo aplica las filosofías de Aristóteles, Buda y Confucio (los filósofos ABC) al arte del liderazgo moderno. Doy las gracias a Nick Evans por pedirme que lo escribiera, así como por revisarlo, y al profesor Klaus Schwab por inspirarlo. El libro tomó forma durante una cena celebrada en Manhattan en junio de 2003. Expreso mi agradecimiento a quienes me acompañaron durante aquella cena, por su impulso y aliento: Joelle Delbourgo, Santiago del Rey y Julian Marinoff.
Llamo filósofos ABC a Aristóteles, Buda y Confucio, tres de los más grandes maestros que la humanidad ha conocido jamás. Para la redacción de este libro, no sólo me he inspirado en sus enseñanzas atemporales, sino también en lecciones que he aprendido directamente de algunos de sus venerables sucesores. Así pues, extiendo mi gratitud a apreciados maestros y mentores de las tradiciones aristotélica, budista y confuciana, incluidos el profesor David Bohm, el presidente Daisaku Ikeda, el roshi Robert Kennedy (jesuita), el gran maestro S. M. Li, la profesora Elaine Newman, Sogyal Rinpoche y el profesor Klaus Schwab.
También doy las gracias a los amigos y colegas que tuvieron la amabilidad de leer el manuscrito y ofrecerme sus valiosos consejos: Moshe Denburg, Pierre Grimes y Michael Grosso. Así como a muchos otros amigos y colegas cuya buena disposición para dialogar conmigo mejoró mi comprensión de los temas que aquí trato: el doctor Ibrahim Abouleish, el profesor Dominique Belpomme, la doctora Virginia Bonito, Salvatore Geraci, Ida Jongsma, el doctor Yoichi Kawada, la doctora Patti Knoblauch, Elisa Manzini, la doctora Pamela Mar, William O’Chee, el profesor Per Pinstrup-Andersen, Denise Railla, el doctor Frank-Jürgen Richter, el doctor Peter Ritter, Paul Robertson, Guy Spier, el doctor Tan Chin Nam, Matt Taylor, Sundeep Waslaker, el doctor Albert Werckmann y Masao Yokota, entre otros. Asimismo, expreso mi agradecimiento a Stephanie Land por su maravillosa labor como redactora.
También doy las gracias a muchas organizaciones hospitalarias y a las atentas personas que en ellas trabajan, quienes tuvieron la amabilidad de invitarme a colaborar y me brindaron la oportunidad de realizar memorables viajes mientras me documentaba para el libro y durante su redacción. Se incluyen la Asociación de Universidades de la Commonwealth y el British Council (RU), De Arbeiderspers (Países Bajos), el Instituto Aspen, el Institute for Local Government y el Instituto Omega (Estados Unidos), el Centro para el Liderazgo en las Artes (Dinamarca), Commonwealth Publishing Group (Taiwán), Eco-Festival Bourbon-l’Archambault (Francia), Ediciones B (Argentina, Chile, España, México, Uruguay), ETOR (España), Agencia Federal para la Educación Cívica (Alemania), Keter (Israel), Nuevos Pasos (Argentina), Paideia (Italia), Record (Brasil), sekem (Egipto), Soka Gakkai International (Canadá, Japón, Estados Unidos) y el Foro Económico Mundial (China, India, Singapur, Suiza, Estados Unidos).
Querría dar especialmente las gracias al presidente Daisaku Ikeda, de Soka Gakkai International (SGI), por su inspiración, aliento y aportaciones al libro. Es un extraordinario maestro, líder y ejemplo de la tradición budista mahayana. A lo largo de estas páginas, lo he citado textualmente o me he referido a sus obras.
Los filósofos ABC tienen mucho que ofrecer, al igual que sus ilustres sucesores. El camino medio nunca ha sido más vital para el bienestar de la humanidad que en la aldea global de hoy. Así pues, pese al mandamiento del Eclesiastés según el cual «El hacer muchos libros no tiene fin», el deber y el dharma me obligan a compartir con usted algunas de las ideas principales del camino medio. Asumo toda la responsabilidad de cualquier error o equivocación.
Lou Marinoff
La aldea global, 2006
1 http://www.globalagendamagazine.com/2004/loumarinoff.asp.
Introducción
A estas alturas, seguramente ya sabrá que toda la humanidad habita un lugar denominado «la aldea global», término acuñado por Marshall McLuhan durante la década de 1960. Se trata de una comunidad planetaria constituida por miles de millones de personas, donde no todo el mundo está en paz consigo mismo o con sus semejantes en un determinado día. El crecimiento y la evolución de esta aldea son constantes y no se pueden frenar; pero sus habitantes experimentan, al igual que los adolescentes durante la pubertad, diversas clases de «dolores de crecimiento», tanto agudos como crónicos. La primera premisa de este libro es que el sufrimiento humano está en su mayor parte causado, o agravado, o no aliviado, por extremismos de diversos tipos, que van (por ejemplo) del fanatismo religioso a la anarquía moral, del analfabetismo funcional a una educación superior deconstruida, del machismo al feminismo militante. La segunda premisa es que tres grandes sabios de la Antigüedad, a saber, Aristóteles, Buda y Confucio, a quienes me refiero colectivamente como los filósofos ABC, enseñaron formas de eliminar el sufrimiento innecesario, de guiar a los seres humanos para que pudieran realizarse como personas, conocerse interiormente y convivir socialmente en armonía. Todos ellos reconocieron que el extremismo destruye la felicidad, la salud y la armonía de usted y de todos sus semejantes.
Los filósofos ABC también tienen otra cosa en común: la noción sumamente importante de que el principal propósito de estar vivo es llevar una «vida buena», aquí y ahora. Sus diversas teorías y prácticas están concebidas para generar bondad en este instante, y en el otro, y en el de más allá... lo cual perpetúa la bondad en este mundo para usted y los demás. Los filósofos ABC no tienen interés en las vidas pasadas ni en las futuras. Se ocupan de los cielos y los infiernos que creamos para nosotros mismos y para los demás aquí en la Tierra, a cada instante. Los filósofos ABC enseñan que, si uno ejerce debidamente el considerable poder que posee sobre este momento de su vida, lo bueno se manifestará para sí y para los demás. Por el contrario, todos advierten que si a este poder se le da un mal uso y no se le presta la debida atención, lo malo se manifestará para todos por igual. Así que usted decide: si prefiere los cuentos de hadas con final feliz, deje este libro y coja Los cuentos de Mamá Oca. Si prefiere llevar una vida buena ahora, siga leyendo.
Este libro consta de tres partes. La primera analiza las dinámicas culturales que impulsan tanto la cooperación como los conflictos en la aldea global y presenta a los propios filósofos ABC. El capítulo 1 examina las ideas en que se sustentan cuatro grandes civilizaciones cuyas creencias y valores fundamentales tienden a divergir o a entrar en conflicto, pero que a la vez se ven presionados por la globalización para convergir y mezclarse. Si queremos reconciliar los extremos que existen en y entre estas grandes civilizaciones —Occidente, las civilizaciones islámica e india y el Lejano Oriente—, debemos decodificar su «adn cultural» y hallar un terreno común. El capítulo 2 presenta la proporción áurea de Aristóteles, una ética de la virtud arraigada en la geometría euclidiana que nos ayuda a descubrir nuestras virtudes, mientras nos realizamos como personas. El capítulo 3 presenta el camino medio de Buda, una forma sumamente eficaz y no violenta de unir y compatibilizar los mejores intereses tanto de los individuos como de las comunidades. El capítulo 4 presenta el orden equilibrado de Confucio, una ética de la virtud arraigada en la metafísica del yin y el yang que nos ayuda a alcanzar y mantener la armonía en nuestras relaciones con los demás. El capítulo 5 explora la geometría sagrada de los filósofos ABC, mostrando cómo sus símbolos reflejan sus respectivas filosofías de la moral, la sociedad y la política. Este capítulo también revela e ilustra sorprendentes vínculos geométricos que sugieren que los filósofos ABC están relacionados por leyes cósmicas.
La segunda parte examina algunos extremos que, por desgracia, todos conocemos y explica cómo pueden los filósofos ABC ayudar a reconciliarlos a través del camino medio. Todos nosotros tendemos de vez en cuando a un extremo u otro, de manera que usted se puede encontrar en algún punto de este libro, en un extremo que posiblemente ha tomado por norma. El camino medio también es para usted, no sólo para los extremistas que viven en la puerta de al lado o en un país vecino. El capítulo 6 evalúa la polarización política, particularmente en Estados Unidos, poniendo de relieve la ausencia de un bien común en las enconadas luchas culturales entre los extremistas de izquierdas y los de derechas. ¿Puede Estados Unidos alcanzar la armonía civil y racial? El capítulo 7 examina los extremos sagrado y profano que engendran el fanatismo religioso, por una parte, y la anarquía posmoderna, por otra. ¿Pueden los fanáticos religiosos y los anarquistas morales hallar un terreno común? El capítulo 8 analiza la paradoja de los extremos tribales. La selección natural ha favorecido la dispersión demográfica y las hostilidades tribales durante muchos milenios, mientras que la globalización favorece y fuerza ahora la homogeneización y la mezcla tribal. ¿Hay un camino medio? El capítulo 9 abre la caja de Pandora de los extremos: la política de las diferencias sexuales humanas y las guerras de los sexos que llevan asociadas. ¿Puede el camino medio reconciliar eternos conflictos entre ambos sexos? El capítulo 10 investiga los extremos cognitivos, examinando el papel de cuatro tradiciones culturales —oral, escrita, visual y digital— tanto en la promoción como en el entorpecimiento del desarrollo cognitivo, especialmente el de los niños. ¿Cuál es el camino medio de la cognición humana? El capítulo 11 expone los extremos educacionales que conllevan el analfabetismo de los pobres, por una parte, y el adoctrinamiento de los ricos, por otra. ¿Cuál es el camino medio educacional entre el empobrecimiento y la deconstrucción? El capítulo 12 evalúa los extremos económicos de la superabundancia y la penuria de necesidades materiales, así como la codicia o desesperación que engendran. ¿Pueden reconciliarse la riqueza y la pobreza? El capítulo 13 examina los extremos totémicos, desde los nombres comerciales y la imposición de McComidas y McDrogas tóxicas hasta la prohibición de remedios naturales de utilidad demostrada. ¿Qué receta el camino medio? El capítulo 14 se centra en Oriente Medio, la cuna de los extremismos, una región donde ser extremista es lo normal. Uno de los grandes desafíos a los que se enfrenta la aldea global radica en encontrar un camino medio en Oriente Medio. El capítulo 15 analiza el terrorismo, preguntando «¿Qué es?», «¿Qué podemos hacer?» y «¿Dónde está el camino medio?».
La tercera parte se centra en qué puede hacer usted para aplicar la sabiduría de los filósofos ABC a la mejora de su vida y del patrimonio de la humanidad. Todos somos nodos de una red mundial y, por tanto, todos podemos ejercer una influencia palpable aplicando los principios de los filósofos ABC a la reconciliación de los extremos con que nos topamos a diario, comenzando por los nuestros propios. El capítulo 16 sugiere formas de aplicar estos principios aquí y ahora, en cuanto termine de leer este libro. Aparte de ello, aporto una lista de bibliografía recomendada para cada capítulo. Además, dado que, como reza el refrán, una imagen vale más que mil palabras, encontrará una serie de ilustraciones en blanco y negro acompañando a diversos capítulos. Le invito a verlas a todo color en www.themiddleway.us.
Primera parte
Los filósofos abc
1
La globalización y sus injusticias: Convergencia y divergencia de cuatro civilizaciones
Así, una sola armonía ordena la composición del todo [...] mezclando los principios más contrarios.
Aristóteles
Nada existe enteramente por sí solo; todo es en relación con todo lo demás.
Buda
Tiempo ha que el Camino no impera en el mundo.
Confucio
Había una vez, hace muchísimo tiempo...
Aproximadamente entre 10000 y 4000 a. C., cuatro semillas germinaron en el fértil suelo de la conciencia humana. De ellas brotaron cuatro jóvenes civilizaciones. Con el paso de los milenios, estas civilizaciones arraigaron y se ramificaron, fructificaron y florecieron, se propagaron y formaron tupidos bosques. Hoy en día, la inmensa mayoría de la humanidad habita bajo sus copas. Este libro ilustra cómo los extremismos que afligen a cada civilización y las enfrentan entre sí han convertido el mundo en un lugar más conflictivo de lo necesario y sugiere cómo puede utilizarse el camino medio, surgido de las tradiciones antiguas de Aristóteles, Buda y Confucio, para reconciliar estos extremos.
Si presta atención a las noticias, a cualquier noticia, incluso a las distorsiones y a las medias verdades sensacionalistas que los medios de comunicación dominantes nos retransmiten como tales, sabrá que vivimos en un mundo complejo que, a veces, parece de locos. Su propia vida puede parecerle en ocasiones increíblemente complicada, y es posible que haya presenciado o se haya visto mezclado en enfrentamientos sin aparente solución. Estos problemas y dificultades pueden atañer a su familia, a sus relaciones, a su carrera profesional, a su creatividad o a la realización de sus aspiraciones en esta vida. La aldea global está repleta de gente que habla en todas las frecuencias concebibles, y todos estamos siendo presionados para hacer más en menos tiempo. Además, usted es probablemente consciente de que algunas personas trabajan sin cesar para que haya guerra, mientras que otras se esfuerzan sin cesar para conseguir la paz. Casi todos nos vemos atrapados en un fuego cruzado entre todo tipo de extremos enfrentados —guerras galácticas, guerras culturales, guerras de los sexos, guerra a la pobreza, guerra a las drogas, guerra al terror—, y hay muchas víctimas tanto figuradas como literales. ¿Qué puede hacer usted para resolver sus propios problemas y para ayudar a reconciliar tantos extremos? Pues da la casualidad de que puede acometer ambas tareas a la vez. ¿Cómo? Siguiendo el camino medio.
Antes de profundizar en el camino medio, quiero ponerlo en situación, procurándole una «visión panorámica» de la aldea global. Para ello, quiero que se relaje, se siente en una silla cómoda y deje por un momento a un lado sus propias complejidades y conflictos. No tardaremos en retomarlos, se lo prometo. Pero, si es capaz de reducir el zumbido de su mente durante sólo un rato, podré compartir con usted una vista espectacular de la Tierra desde el espacio, no una fotografía satélite del planeta Tierra, sino una instantánea filosófica de la globalización y sus injusticias. Si contempla nuestro globo terrestre desde la órbita de un satélite, distinguirá prominentes características geográficas: mares, lagos, ríos, montañas, bosques, desiertos. Si contempla la aldea global desde la órbita de un filósofo, distinguirá prominentes características humanas: políticas, religiones, culturas, ciencias, tecnologías, artes.
En particular, le pido que centre su atención en cuatro grandes civilizaciones humanas, arraigadas en diversos suelos geoculturales, todas las cuales han florecido en momentos distintos, en aspectos distintos, por razones distintas y con propósitos distintos. Estas cuatro civilizaciones son Occidente, las civilizaciones islámica e india y el Lejano Oriente. La civilización occidental tiene su base en la Unión Europea (ue), Escandinavia y América del Norte, con puestos avanzados en América Latina, Australia e Israel. La civilización islámica tiene su base en Oriente Medio, África del Norte, Asia central, Malasia e Indonesia, con influencia en la India y la ue. La civilización india tiene su base en el subcontinente, con ramificaciones en países adyacentes situados más al norte (por ejemplo, Nepal) y en el sureste asiático. La civilización del Lejano Oriente tiene su base en China, Corea y Japón. Cada una de estas grandes civilizaciones tiene a más de mil millones de personas viviendo bajo su inmenso dosel arbóreo multicultural. Juntas, representan más del 80% de la población humana.
No he olvidado el África subsahariana, donde posiblemente se originara la propia humanidad y donde algún día puede surgir una quinta gran civilización (¿los Estados Unidos de África? ¿la Unión Africana?). Las destacadas aportaciones a la civilización occidental de tantos estadounidenses de raza negra, antes pero especialmente desde su emancipación del doble yugo de la esclavitud y la segregación, lo dicen todo. África, en cambio, está acosada por males extremos de cualquier índole concebible. Y, no obstante, también tiene puestas muchas esperanzas en el éxito de iniciativas de cooperación entre los pueblos indígenas y expertos en desarrollo, un éxito que requerirá el camino medio. El filósofo estadounidense de raza negra Kwame Anthony Appiah ha llamado a África «el mayor desafío» al que se enfrenta la globalización.1 Aunque este desafío es un tema para otro libro completamente distinto.
No he olvidado Turquía, un estado fundamental y un pueblo excepcional encaramado a la cúspide de Occidente y Oriente Medio. Tampoco he olvidado Rusia, un país inmenso que influye en las cuatro civilizaciones y a la vez es influido por ellas, y cuyas aportaciones serán fundamentales para la plena funcionalidad de la aldea global. Como tampoco he olvidado Brasil, el país más grande e influyente de América Latina. Ni he olvidado a muchos otros. Pero, en este libro, voy a centrarme en la dinámica que impulsa a las cuatro civilizaciones más grandes del mundo: Occidente, las civilizaciones islámica e india y el Lejano Oriente.
Con el paso de los siglos, estas cuatro grandes civilizaciones han conservado sus diferencias en algunos aspectos y han convergido en otros. Todas han consolidado su propia versión de identidad humana, pero la versión de cada una de ellas ha sido también víctima de extremismos de diversa índole. Estas civilizaciones sufren continuos enfrentamientos internos y externos con sus extremos, pero también se pueden unir gracias al camino medio. Aunque los atentados del 11-S y sus secuelas fueron el resultado de uno de estos prolongados conflictos —1.500 años de guerra intermitente entre las civilizaciones occidental e islámica—, cada una de estas cuatro grandes civilizaciones tiene la capacidad de cooperar consigo misma y con todas las demás. Parte del propósito de este libro reside en arrojar luz sobre el modo de hacerlo.
Antes de empezar a analizar con más detenimiento cada civilización, es importante que aclare una cosa: todas las personas y todos los países pueden ser magníficos y terribles a su manera. Mi propósito en este libro no es elogiar, condenar ni juzgar ninguna de estas grandes civilizaciones, sino caracterizarlas, articular los principios fundacionales que integran sus «sistemas operativos», comprender cómo convergen y entran en conflicto estos principios dentro de cada una y entre ellas, y aplicar el camino medio a la reconciliación de algunos de los extremos que provocan los conflictos más destructivos.
Comencemos contemplando una imagen simplificada, pero representativa, de las ideas que definen a cada civilización: su «ADN cultural». Yo llamo a esta imagen «ideograma», porque representa gráficamente las ideas esenciales y algunas de sus interconexiones. Puede ver el ideograma completo en la figura 1.1.
Civilización occidental
Empezaremos por Occidente. Su conjunto de países conforma el «barrio» de la aldea global donde más tiempo he pasado y con el que más familiarizado estoy. Cualquiera que sea el idioma en que usted esté leyendo ahora estas palabras, sepa que yo las escribo en mi lengua materna, el inglés, uno de los idiomas más destacados tanto de la civilización occidental como de la globalización. No obstante, el inglés es una lengua indoeuropea que tiene sus raíces en el sánscrito, originado en la civilización india. La familia de lenguas indoeuropeas refleja una antigua interconexión entre pueblos que se fueron dispersando geográfica, cultural y políticamente a lo largo de muchos milenios, pero que ahora se están volviendo a conectar, a muchos niveles, debido a la globalización.

Figura 1.1. Ideograma de cuatro civilizaciones, desde aproximadamente 5000 a. C. hasta 1900 d. C.
La civilización occidental está caracterizada por una «doble hélice» cultural. Una hebra es la filosofía helénica; la otra, la religión judeocristiana. El entrelazamiento de estas hebras es exclusivo de Occidente. Los imperios romano, español, francés, holandés, portugués, austrohúngaro, británico y estadounidense, cuyas causas y efectos aún tienen vigencia en la historia mundial, se han contado entre los principales impulsores de la civilización occidental, y todos han portado en su adn la doble hélice cultural: la filosofía helénica y la religión judeocristiana.
La hebra helénica contiene el linaje definitorio de la filosofía occidental: Sócrates, Platón y Aristóteles. Atenas fue el prototipo de ciudad-estado: democrática, progresista, divisiva, capitalista, corruptible, excéntrica y propensa a imprevisibles vacilaciones políticas. Dio muerte a Sócrates, pero permitió que su fiel alumno, Platón, fundara la Academia, el modelo para nuestras universidades. El mejor alumno de Platón fue Aristóteles, quien desarrolló la lógica, la ciencia, la retórica, la poética, la ética y la política, y quien fue conocido en Occidente, hasta ser cuestionado en el siglo XVII por los primeros filósofos modernos, como «El Filósofo». Para entender la importancia de Aristóteles en su justa medida, ¿durante cuánto tiempo puede alguien o algo ser «número uno»? Un éxito inmortal de los años sesenta, A White Shade of Pale de Procol Harum, fue la canción más oída en Francia durante aproximadamente dos años. (A lo mejor estaban intentando entender la letra.) Pete Sampras, uno de los mejores tenistas de todos los tiempos, fue considerado el mejor jugador del mundo durante seis años consecutivos, un logro extraordinario en el tenis profesional masculino. En el ajedrez, Gary Kasparov fue líder mundial durante unos quince años, una hazaña excepcional. ¿Cuánto tiempo puede mantenerse en el poder un dirigente político? Ocho años en Estados Unidos, por imposición de la ley. Más tiempo en algunas democracias, y aún más en las dictaduras; aunque sólo durante unas décadas, a lo sumo. Imagine, pues, la impresionante influencia de Aristóteles, venerado en Occidente como «El Filósofo» durante 2.000 años. Esto se debe a su genialidad y a su influencia en esta hebra helénica, así como a la interacción amplificadora y estimulante de las hebras helénica y judeocristiana.
La hebra judeocristiana contiene la religión definitoria de Occidente: el cristianismo. El cristianismo fue la primera religión organizada que ganó adeptos en todo el mundo con su intención de completar el judaísmo. Los judíos continúan esperando al Mesías; los cristianos, por su parte, fueron inicialmente una secta de judíos radicales que aceptó a Jesús como tal. Los cristianos creen que están «salvados» ahora y siempre, gracias a Jesús; de ahí que también quieran «salvar» ellos al resto del mundo. Los judíos creen en que al final serán redimidos, pero, entretanto, continúan esperando e intentando sobrevivir hasta que llegue el momento. Hay más de 1.000 millones de católicos romanos y más de 500 millones de ortodoxos orientales, protestantes y otras confesiones: en torno a 1.500 millones de cristianos, la mayoría en Occidente. Hay alrededor de 12 millones de judíos; la mitad en Israel y la otra mitad aún dispersa por todo el mundo desde la diáspora romana acaecida en el año 70. Así pues, hay más de 100 cristianos por judío. Hablamos de judeocristianismo porque judíos y cristianos comparten Dios y escrituras, incluido el mismo mito de la creación en el Génesis. La Torá judía contiene los cinco libros de Moisés, que se convirtieron en el Pentateuco griego y, al incorporar a los profetas de Israel, en el Viejo Testamento compartido por judíos y cristianos contemporáneos.
Santo Tomás de Aquino, católico romano, contribuyó a consagrar a Aristóteles, junto con san Agustín, en su Summa Theologica. En este sentido, Aristóteles ha contraído una gran deuda con el cristianismo por reconocer éste su genialidad y preservar su filosofía, aunque los eruditos religiosos interpretaran a veces como dogmas algunos de sus errores científicos. No obstante, si ampliamos el contexto para incluir a su maestro Platón, encontramos una deuda más profunda: la contraída por el judeocristianismo con el helenismo. Cuando la filosofía helénica hizo su aparición en el antiguo Israel, provocó un cisma entre los saduceos (que la aceptaron) y los fariseos (que la rechazaron). Entretanto, la tríada platónica constituida por las formas eternas, sus esencias y las copias que las encarnan sentó en la civilización pagana occidental las bases metafísicas en las que la Trinidad cristiana —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— encajaba como un guante.2
Este constante refuerzo y renovación de la doble hélice occidental, la filosofía helénica y la religión judeocristiana dio origen a episodios de desarrollo cultural de una creatividad sin precedentes, desde los resurgimientos neoplatónicos hasta el Renacimiento italiano, desde la Reforma hasta la Ilustración, desde la Revolución Industrial hasta la era cibernética. Con sus variaciones más divinas, J. S. Bach tañó estas hebras al componer su música, un reflejo de la geometría helénica, la numerología cabalística y la liturgia cristiana. La pulsante doble hélice de la civilización occidental, con su interacción de linajes patriarcales sumamente creativos —la filosofía de Sócrates, Platón y Aristóteles combinada con las enseñanzas de Abraham, Isaac y Jacob— definió lienzos en los que pudo pintar un panteón de creativos genios occidentales. Por encima de todo, la doble hélice de la civilización occidental ha favorecido y celebrado el éxito individual, desde los Juegos Olímpicos hasta el premio Nobel, donde se premian tanto las excelencias del cuerpo humano como las de la mente; y desde la Speaker’s Corner de Hyde Park hasta la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, donde la libertad de expresión individual se consagra, alienta y (un buen día) protege.
En Occidente, este amor a la libertad se ha traducido en una vida comparativamente buena para el ciudadano medio. La vida occidental se caracteriza por el mayor nivel material del mundo, por el mayor número de ciudadanos y por la mayor longevidad. Y precisamente porque el ciudadano medio occidental ha estado tan acomodado —en riquezas materiales, en amparo de la ley, en libertades civiles—, comparado con el ciudadano medio de las otras tres civilizaciones, ha estado dispuesto a defender las libertades que tanto le ha costado ganar con una creatividad y vigor sin precedentes, respaldado por la ciencia y la tecnología de vanguardia que los pueblos librepensadores de Occidente han desarrollado sin cesar.
Si considera los increíbles inventos que han transformado y continúan transformando la aldea global, no es una coincidencia que tantos se hayan originado en Occidente. La lista incluye: la imprenta, el telescopio, el microscopio, el sextante, la despepitadora de algodón, la máquina de vapor, la pila eléctrica, la bombilla, el motor de combustión interna, el automóvil, el avión, el teléfono, el telégrafo, la radio, la televisión, el aparato de rayos X, las vacunas, el motor de reacción, el motor cohete, el transistor, el ordenador personal, internet, la web. Todos estos inventos son fruto de la fértil interacción entre la ciencia aristotélica y la religión judeocristiana, con un énfasis en el individualismo, que caracteriza a la civilización occidental.
Gracias a la innovación y al individualismo sin precedentes de Occidente, entre otras razones, los ejércitos occidentales también han tendido históricamente a vencer en las guerras a los no occidentales, incluso cuando éstos eran muy superiores en número. De las falanges griegas y macedonias a las legiones romanas, de los caballeros normandos a los conquistadores españoles, de los casacas rojas británicos a los marines estadounidenses, Occidente ha repelido repetidamente a invasores no occidentales, sometido a agresores no occidentales, conquistado agresivamente nuevos territorios y colonizado gran parte del resto del mundo. La influencia de Roma perdura hasta el día de hoy, metamorfoseado su imperio material en uno espiritual. Los hispanohablantes continúan siendo el tercer grupo lingüístico más numeroso del mundo, un legado de las conquistas españolas en las Américas y el Caribe. Hasta bien avanzado el siglo XX, los británicos podían afirmar que en su imperio nunca se ponía el sol. Después de la Segunda Guerra Mundial, el poder de Estados Unidos los empequeñeció a todos; no obstante, al igual que el resto, también éste declinará a su debido tiempo.
Hasta la fecha, la historia de la humanidad también es, lamentablemente, una historia de derramamiento de sangre a escala exorbitante. De la civilización china surge el concepto de Tao y complementariedad. Los taoístas dirían que el incomparable poder creativo de Occidente entraña un potencial igual y opuesto a la destructividad. Llevan razón.
Esto se pone especialmente de manifiesto si consideramos las horribles guerras que los países occidentales libran entre sí. Las masacres perpetradas en las guerras napoleónicas, la guerra de Secesión y las dos guerras mundiales no tienen precedentes, ni tan siquiera en la fecunda historia de los conflictos humanos. Las armas más destructivas del mundo, las nucleares, también fueron inventadas por Occidente.
Muchas sociedades han sufrido la disgregación de su cultura frente a la civilización occidental. Para los pueblos autóctonos y aborígenes, así como para los africanos esclavizados y los pueblos colonizados, Occidente ha sido un desestabilizador o un destructor, a menudo en dolorosa cámara lenta, de sus existencias más bucólicas. Pero, en este mundo, las cosas no son nunca blancas o negras. Lo cierto es que innumerables pueblos formaron también alianzas con los invasores occidentales, a menudo porque aquellos «demonios blancos» les parecieron menos tiránicos que sus señores indígenas. De este modo, los españoles hallaron aliados indígenas bien dispuestos contra los aztecas; los franceses y los estadounidenses los encontraron contra los indios iroqueses y lakota; y los británicos hallaron aliados árabes contra los turcos otomanos. Occidente también ha atraído a millones de pueblos esclavizados que iban en pos de su libertad: asilo político, movilidad socioeconómica, tolerancia religiosa, así como libertad para practicar la intolerancia en un lugar seguro. Todas las civilizaciones tienen contradicciones y paradojas. Para mencionar una más: Occidente se está autodestruyendo, mediante un abuso constante de sus propias libertades. Retomaremos el tema más adelante.
Debido a su elevado grado de evolución, las libertades occidentales permiten que el individuo se guíe por el Dios, el libro o el profeta que prefiera, o por dioses, libros y profetas distintos todos los días de la semana, o por ninguno en absoluto. Occidente publica muchos más libros al año que ninguna otra civilización y, en general, prohíbe muchos menos. De este modo, la fórmula poscristiana posmoderna «Cualquier Dios, cualquier libro, cualquier profeta» se ha trocado en una norma occidental. Esto, a su vez, se convierte en motivo de conflictos, tanto internos como externos, con otras fórmulas culturales, sobre todo las fórmulas unitarias abrahámicas.
La civilización islámica
Oriente Medio es un lugar especial por méritos propios, entre otras cosas porque dio origen al islam, la tercera religión del linaje abrahámico. Fundado en el siglo VII por el carismático profeta árabe Mahoma, el islam enseguida se extendió por Oriente Medio y mucho más allá de sus fronteras, convirtiéndose en una fuerza lo bastante poderosa como para unir a las feroces y orgullosas tribus guerreras que han poblado la región desde los albores de la humanidad. La tradición tribal de la que los musulmanes árabes afirman descender directamente, tanto por lazos de sangre como de fe, es idéntica a la de judíos y cristianos. Es la tradición de los patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob. El nombre Ibrahim, Abraham en árabe, es muy común en todas las culturas islámicas. Siempre que saludo a un amigo que se llama Ibrahim (y conozco a varios), recuerdo que el segundo nombre de mi padre era Abraham y colijo, pues, que estoy saludando a un hermano, o a un tío, o a un primo. Los judíos y los árabes tienen una historia tan antigua como sus patriarcas, pero el islam es la más joven de esta familia de religiones abrahámicas.
Oí por primera vez la expresión «religión abrahámica» como conductor del diálogo entre prominentes jefes religiosos y portavoces de cada religión. El primer propósito de tal diálogo era encontrar valores comunes entre los líderes espirituales; el segundo, construir sobre estos cimientos de valores comunes. ¿Construir qué? Una comprensión de algunos de los malentendidos que han contribuido a la reciente avalancha de enfrentamientos entre Occidente y las civilizaciones islámicas. Dado que estos enfrentamientos se ven exacerbados por motivos religiosos, además de políticos y económicos, es imprescindible para la paz que los líderes mundiales de las religiones abrahámicas (el judaísmo, el cristianismo y el islam) cultiven un mayor entendimiento mutuo y una versión común de su historia. El tercer propósito se derivaba de esto. Si lograran trasmitir un mayor entendimiento mutuo a sus respectivas congregaciones, esto surtiría un efecto apaciguador en extremismos de cualquier índole y conduciría a la paz mundial. Ésa es la teoría.
No obstante, para llevarla a la práctica, hay que hallar un primer valor común, el «primer motor» de Aristóteles, que los reúna a todos, que permita iniciar la búsqueda de ulteriores valores. «Un anillo para unirlos», como diría Tolkien. La buena noticia es que todos ellos profesan una religión abrahámica, por lo que el primer patriarca los une. Hasta aquí, bien. Pero, a partir de aquí, como todos sabemos, las cosas se complican.
El islam ha seguido un patrón proselitista similar al de su hermano mayor, el cristianismo. La más joven de las religiones abrahámicas, el islam, que cumple 1.400 años en el siglo XXI, ha reunido ya a 1.500 millones de fieles en todo el mundo, y esta cifra va en aumento. Durante su rápido ascenso desde sus orígenes tribales en el desierto hasta su estatus actual de gran religión mundial, el islam se encontró, y continúa haciéndolo, con pruebas y tribulaciones semejantes a las de su proselitista hermano cristiano, nacido 600 años antes. Al igual que el cristianismo, el islam ha conseguido adeptos a través de la coacción política, la conquista militar y la conversión. Al igual que el cristianismo, el islam ha visto períodos de cisma y guerra civil, de expansión y contracción, de renacimiento y represión, de tolerancia e intolerancia.
El ensayista y mordaz ingenio británico Thomas Carlyle fue un agnóstico producto de la Ilustración. Impresionado por los progresos de la ciencia occidental, opinó que «el alma es un gas y el otro mundo, un ataúd». Carlyle defendía la teoría de la historia del «Gran Hombre», según la cual los acontecimientos de trascendencia histórica son fruto de la inspiración y el esfuerzo de individuos, y de su influencia en las masas. Carlyle escribió que «Ningún hombre falso puede fundar una religión». Con ello, no quería decir que considerara alguna o todas las religiones verdaderas; más bien, que creía que los fundadores de una religión deben tener la mente clara y el corazón limpio. Viven y mueren fieles a sí mismos y, por ello, otros los siguen de buena gana, puesto que muchas personas viven y mueren sin ser fieles a sí mismas y necesitadas del respaldo de personas que sí lo son. Los fundadores de las religiones habitan un lugar que Laozi (a quien conoceremos más adelante en este capítulo) situó «más allá de la región de la vida y la muerte». ¿Dónde moran? Moran en la claridad del pensamiento y la autenticidad de las obras. Éste fue sin duda el caso de Abraham, Moisés, Jesús y Mahoma. Para Carlyle, así se explicaba la persistencia de las religiones abrahámicas a lo largo del tiempo.
La Ilustración enseñó a Carlyle que las ideas falsas no resisten indefinidamente las pruebas a que las somete el ingenio humano, y que las verdades siempre triunfan. Todas las religiones inciden en este triunfo de la verdad, más importante que los detalles de sus escrituras. Atañe a los elegidos y a los cultos eruditos discutir las interpretaciones del texto. La mayoría de los fieles aspiran a bañarse en la luz de la verdad, que limpia y purifica el alma.
Es posible apreciar el pensamiento estratégico de Mahoma y sus sucesores en el siglo VII. Ya habían observado la improbable persistencia del judaísmo durante milenios y conocían los éxitos del cristianismo, que, en aquellos tiempos, sólo tenía 600 años de antigüedad. Debieron de llamarles la atención los denominadores comunes. Los judíos eran los inventores de la religión monoteísta, el pueblo original de la Biblia. «Un Dios, un profeta, un libro» es un triunvirato fascinante, aunque no tan mínimo como «Ningún dios, ningún profeta, ningún libro», que encontraremos en el Lejano Oriente. Los cristianos también tenían una Trinidad: un Padre, un Hijo, un Espíritu Santo. Los árabes concebían el cristianismo como una ampliación o posible compleción del judaísmo; pero en general no se identificaban con él, aunque hay numerosas sectas de árabes cristianos (por ejemplo, los maronitas), persas cristianos (por ejemplo, los nestorianos) y egipcios cristianos (por ejemplo, los coptos). Sin embargo, los árabes del siglo VII estaban impresionados con el fascinante minimalismo hebraico de «Yahvé, Moisés, Torá». Así que «Alá, Mahoma, Corán» caló de inmediato en Arabia, y muy pronto más allá de sus confines, como la interpretación islámica de «Un Dios, un profeta, un libro».
Al igual que mi padre y sus antepasados, he caminado por las ardientes arenas de Oriente Medio y África del Norte, donde apenas crece nada. Menos aún crecía allí en el siglo VII, cuando el islam corrió por aquellos desiertos como un reguero de pólvora, avivado por el exotismo espiritual. Después de incorporar en su ummah a los bereberes y a los moros, el islam formó un ejército de 10.000 hombres con el que atravesó el estrecho de Gibraltar hasta el peñón homónimo. En el año 711, los conquistadores islámicos sometieron rápidamente a una Iberia que había degenerado bajo el decadente gobierno de los visigodos, descendientes de los bárbaros de Alarico que habían saqueado Roma tres siglos antes. Los invasores islámicos atravesaron los Pirineos y se abrieron paso hasta París, profanando y saqueando a su paso lugares de culto cristiano. En el año 732, fueron detenidos y obligados a retroceder por los caballeros de Carlos Martel en la batalla de Poitiers. Se retiraron a Iberia, donde los califas islámicos y sus sucesores gobernaron durante más de trescientos años antes de ceder gradualmente todas sus conquistas íberas, ciudad a ciudad, siglo a siglo, hasta que el último baluarte moro, Granada, fue tomado por Fernando e Isabel en 1492. En aquel año funesto, árabes y judíos compartieron un amargo éxodo de Iberia.
No obstante, durante la ocupación mora de España, y gracias a la influencia mora en toda África del Norte, una época dorada floreció bajo el dominio islámico. Los conquistadores sintieron curiosidad por las culturas romana y helénica y, por ese motivo, tradujeron al árabe las obras griegas y latinas más representativas. Es más, deseosos de entablar un diálogo con los sucesores intelectuales de la civilización occidental, que en Europa se habían convertido en una especie en peligro de extinción cuando el Imperio romano de Occidente se desmoronó para dar paso a la Edad Media, los califas cobijaron y socorrieron a eruditos y filósofos judíos y cristianos y fomentaron el entusiasmo intelectual en las comunidades islámicas. Esta clase de tolerancia siempre engendra una polinización cruzada de ideas y así emergió una vasta constelación de grandes filósofos, poetas, legisladores, teólogos, científicos, matemáticos y médicos, junto con intelectuales no islámicos.
Figuras destacadas de la edad de oro islámica incluyen a al-Khwa-rizmi (hacia 780-840), cuyas obras forman la piedra angular de la matemática moderna y de cuyos libros derivamos los términos «álgebra» y «algoritmo»; Avicena (980-1037), el célebre médico y filósofo cuyas obras influyeron en santo Tomás de Aquino, entre otros teólogos cristianos fundamentales; al-Ghazali (1058-1111), uno de los eruditos y místicos preeminentes del islam, cuyas obras contribuyeron a forjar la identidad de su civilización; Maimónides (1135-1204), quien huyó de Córdoba y halló refugio en El Cairo, donde se convirtió en el médico del sultán Saladino, una gran figura de la comunidad judía egipcia con influencia rabínica en el judaísmo de todo el mundo; y Leonardo Fibonacci, nacido en Pisa pero educado en África del Norte, quien descubrió los valiosísimos tesoros geométricos que desvelaremos en los capítulos 2 y 5. El islam fue abierto y tolerante durante su edad de oro, período en que se convirtió en custodio y colaborador de la civilización occidental; lo cual, a su vez, contribuyó a impulsar su propio desarrollo.
El islam también se extendió por el norte y el este de Arabia. Hacia el norte, floreció en Constantinopla, la capital de Bizancio, y en toda Turquía. El período Seljuk alumbró a uno de los místicos y poetas islámicos más grandes de todos los tiempos, Jalaluddin Rumi (1207-1273). Hacia el este, los combatientes islámicos establecieron en 711 una base en la India, lo cual inauguró una larga serie de incursiones y conquistas, saqueos y transacciones comerciales. En otras palabras, se dedicaron a construir un imperio como ya había hecho la civilización occidental. Grandes partes de Asia central cayeron bajo el dominio musulmán: Irán, Afganistán, la India septentrional y, durante un tiempo, también la India meridional. Como más tarde les ocurriría a los conquistadores cristianos en tierras lejanas, el dominio político de los invasores islámicos fue menguando con el tiempo, pero la influencia religiosa del islam arraigó y floreció. El islam también impregnó profundamente el arte y la arquitectura, influyendo en monumentos como el Taj Mahal, una de las maravillas del mundo, construido en el siglo XVII por el sah Yahan para su amada princesa difunta. El islam ofreció una forma de vida atractiva y reconfortante a los pueblos indígenas de la India, muchos de los cuales estaban condenados por su propio sistema de castas u oprimidos por príncipes despóticos y brahamanes corruptos.
Los mercaderes islámicos establecieron bases de operaciones a lo largo de la ruta de la seda entre otras rutas comerciales del Lejano Oriente y, con ello, el islam echó raíces en Malasia e Indonesia, dos populosos países islámicos. Las frondosas selvas monzónicas y los idílicos atolones del Pacífico tienen poco que ver con los desolados desiertos de Arabia; no obstante, el islam ha calado hondo en estos lugares. Una vez más, la «forma de vida» unificada que propone suscitó una fuerte atracción en los pueblos de Malasia e Indonesia, quienes más adelante fueron colonizados por potencias occidentales en expansión, oprimidos por sátrapas indígenas y gobernantes al servicio del Imperio, y quienes no se identificaron con las versiones despóticas y comerciales del cristianismo importado por sus señores europeos. Así pues, los muchos y diversos constituyentes geopolíticos del islam —africano, árabe, turco, asiático central, asiático occidental, asiático meridional— comparten una concepción unificada de civilización islámica, con su gloriosa historia, imponente presencia y esperanzado futuro.
No obstante, al igual que la civilización occidental, la islámica está escindida por complejas facciones internas religiosas y tribales: wahabitas, suníes y chiíes, por citar unas pocas. En su libro From Beirut to Jerusalem, Thomas Friedman describe cómo no menos de catorce facciones en guerra desmantelaron el Líbano en la década de 1980. Y, exactamente igual que el cristianismo, el cual atravesó una época negra, oprimiendo el espíritu humano con teocracias, inquisiciones, la censura de libros y la quema en la hoguera de «brujas», «herejes» e «infieles», algunos pueblos y países islámicos también están atravesando ahora una etapa similar en su desarrollo. Durante los atentados del 11-S, supuestos «infieles» fueron condenados también a morir en la hoguera por islamistas suicidas saudíes inflamados por odios religiosos multiseculares, no muy distintos de los que, en su momento, habían avivado las hogueras de la Inquisición española y la caza de brujas de los puritanos en Nueva Inglaterra. When will they ever learn? («¿Cuándo aprenderán?»), cantó Pete Seeger en la década de 1960. También esta pregunta quema.
Los conflictos entre las sectas islámicas árabes, y entre el islam y Occidente, también están avivados por el petróleo. El petróleo continúa siendo la mayor industria mundial, y la civilización islámica ha sido a la vez bendecida y maldecida con los campos petrolíferos más extensos y accesibles del mundo, particularmente los situados en el Golfo Pérsico y en sus inmediaciones. El negocio y la política del petróleo hicieron inevitables tanto el comercio como el conflicto entre Occidente y las civilizaciones islámicas. Sólo cuando las tecnologías basadas en el petróleo sean finalmente desbancadas remitirán algunos aspectos de este conflicto.
Los 600 años de diferencia que existen entre el cristianismo y el islam también causan tensiones en la aldea global. Al igual que el cristianismo no reformado de antaño, el islam no reformado es una religión fundamentalista, reacia a evolucionar y a cambiar. Pero la globalización nos obliga a cambiar a todos, y la mayoría de los líderes islámicos son conscientes de que también ellos se deben adaptar. Muchos tienen la voluntad de hacerlo, pero su desafío es monumental. Deben salvar un abismo de siglos en desarrollo político, filosófico, científico y tecnológico, y realizar progresos visibles en cuestión de décadas. La India y China lo están haciendo ahora, como veremos a continuación. Pero la India y China no están gobernadas por religiones abrahámicas, cuyos fieles son famosos por su orgullo y obstinación, por su afán de venganza y su impiedad. Estas cualidades pudieron ser de utilidad en los albores de la historia humana, pero también deben quedar atrás para que la humanidad alcance su madurez.
Que los hijos de la civilización occidental no olviden, y que los hijos de la civilización islámica sepan, que la evolución cultural del mismo Occidente ha estado infestada tanto de una ocultación teocrática reaccionaria como de una intolerancia política retrógrada de los conocimientos y métodos científicos fiables. Entre muchos ejemplos, cabe citar la prohibición por parte de la Iglesia romana de la astronomía de Galileo, la censura anglicana y católica romana de la teoría política de Hobbes, la negación creacionista del evolucionismo darwiniano, la proscripción nazi de la «física judía», la adopción soviética de la agronomía lamarckiana, el repudio de la ciencia misma por parte de los aliados3 antirrealistas en Estados Unidos. (En la segunda parte abundaremos sobre cada uno de estos ejemplos.) Y, no obstante, la ciencia y la tecnología occidentales han resultado ser imparables, pese a la ocultación reiterada (o tal vez incluso gracias a ella) de hechos objetivos por parte de la religión dogmática.
El progreso científico y la innovación tecnológica no extinguen las llamas hermanas de la verdad espiritual y la veneración religiosa. Al contrario, arrojamos más luz sobre las vidas humanas cuando reconocemos el descubrimiento por parte del hombre de procesos naturales que obedecen a leyes y aplicamos tecnologías que fomentan la práctica espiritual y sustentan la comunidad religiosa. Ciencia y religión no son incompatibles. La civilización occidental alcanzó su preeminencia favoreciendo su coexistencia en su doble hélice. La civilización islámica puede obrar de igual forma. De hacerlo, alcanzará una grandeza mucho mayor y añadirá futuros capítulos a la historia de la humanidad, que rivalizarán con sus glorias pasadas y las eclipsarán. Pero, entretanto, la civilización islámica se ha quedado muy rezagada con respecto a Occidente y el Lejano Oriente en lo que atañe a modernización y productividad económicas. Esto es a la vez una causa y un efecto de que el extremismo religioso se haya convertido en una forma de vida.
Fiel al legado de las religiones abrahámicas, Oriente Medio es la cuna del islam y Arabia Saudí continúa siendo su hogar espiritual. La Meca es el lugar más sagrado del islam y el hajj (peregrinaje a la Meca) es un deber espiritual de todos los musulmanes. Si Arabia Saudí se reforma, tal vez lo haga todo el islam. Los británicos entregaron a los árabes a Lawrence de Arabia, quien fomentó el nacionalismo árabe. Aunque esta táctica política les ayudó a derrotar a los turcos otomanos durante la Primera Guerra Mundial, también exacerbó y les legó la insostenible política de Oriente Medio (que trataremos en los capítulos 14 y 15). Por ahora, los países de Occidente y Oriente Medio están colaborando; pero continúan teniendo enfrentamientos, y este combate multisecular arrastra a la totalidad de las civilizaciones islámica y occidental.
Es posible que los judíos tengan un papel único que desempeñar, como comentaristas si no árbitros de esta disputa mundial. Los judíos son la primera nación del linaje de Abraham y han obedecido el mandamiento de Dios de «creced y multiplicaos», aunque de modos sorprendentes e imprevisibles. Los «descendientes» abrahámicos de ese mandamiento ascienden a unos tres mil millones de cristianos y musulmanes. Los judíos pueden comprender tanto el cristianismo como el islam, en algunos sentidos mejor de lo que cristianos y musulmanes se comprenden a sí mismos y mejor, sin duda, de lo que se comprenden entre sí. A lo largo de muchos siglos, los judíos han ido alternando períodos de prosperidad con otros de persecución, bajo el dominio tanto cristiano como musulmán. El judaísmo quizá pueda contribuir ahora a la reconciliación de esta «rivalidad fraterna» entre cristianos y musulmanes, la cual enfrenta a dos grandes civilizaciones en violentos conflictos de alcance mundial.
Permítame sugerirle lo que sugerí a los líderes de las religiones abrahámicas para promover su noble y valiente búsqueda de valores comunes. Parafraseé a Trotski. (Para el fbi no soy, ni he sido nunca, miembro del partido comunista.) León Trotski fue un judío ruso, un líder bolchevique y el fundador del Ejército Rojo. Más tarde fue asesinado en Ciudad de México por el largo brazo psicopático de Stalin. Trotski había dicho bromeando en una ocasión que «aunque no tenga interés en la dialéctica, la dialéctica tiene interés en usted». Y lo mismo ocurre con la globalización: aunque no tenga interés en la globalización, la globalización tiene interés en usted. Mis palabras convencieron a los líderes judíos, cristianos y musulmanes, porque todos son profundamente conscientes de la enorme magnitud de las fuerzas que la globalización ejerce en la vida de sus fieles, tanto para bien como para mal. Todos tienen preocupaciones fundadas acerca de los efectos perjudiciales de la globalización —una revolución en la cibernética, el comercialismo y la conciencia— en el estado espiritual de sus respectivas congregaciones. Así pues, pueden unirse en su interés común por el interés que en ellos tiene la globalización.
Los terroristas islámicos ni hablan ni actúan en nombre de la mayoría de los musulmanes. Como veremos más adelante, los intelectuales de la civilización islámica denuncian el terrorismo de un modo cada vez más categórico. Líderes y eruditos están reexaminando meticulosamente las raíces y las ramificaciones del islam, para hallar la mejor forma de injertar en ellas la modernidad. Puesto que el judaísmo y la modernidad son compatibles, y puesto que el cristianismo y la modernidad son compatibles, el islam y la modernidad pueden serlo también. Éste es el gran desafío al que se enfrenta la civilización islámica: modernizarse sin perder su identidad.
La civilización india
Para mí, como para muchos otros, el cautivador subcontinente indio es el lugar espiritualmente más rico de la Tierra. Debe serlo, para contrarrestar su aplastante pobreza material. En la filosofía india, el dualismo determinante no se da entre cuerpo y mente (como en Occidente se dio, entre otros muchos, para Descartes), sino entre materia y espíritu. La materia se considera poco importante y transitoria; el espíritu, fundamental y permanente. No obstante, si la civilización occidental peca de materialista, la india peca de espiritualista. Los intelectuales y autores occidentales que visitan la India, desde el perspicaz y atrevido psiquiatra Erik Erikson4 (el psicoanalista póstumo de Gandhi) hasta el Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel5 (testigo y superviviente del horror nazi), refieren sentirse simultáneamente impresionados por su inmensa riqueza espiritual y desmoralizados por su aplastante pobreza material.
La India está constituida por un tapiz ecléctico y casi psicodélico de religiones, culturas, etnias y prácticas espirituales. Sus principales grupos etno-religiosos son los hindúes, los musulmanes y los sijs, pero es posible encontrar budistas, jainistas, judíos, cristianos y partidarios de todos los sistemas de creencias que existen, incluidos los confucionistas chinos. El término etno-religioso dominante, hindú, es una denominación británica errónea tan universalizada que hasta los mismos indios la utilizan ahora. Alejandro Magno empleó el término «India» cuando llegó allí en 325 a. C. Los subsiguientes invasores, desde los musulmanes hasta los británicos, pronunciaron el nombre del valle del río Sindhu como «Indus», el cual mutó a «hindú».
Lo llamemos como lo llamemos, una gran civilización arraigó en este valle hace quizá 10.000 años, durante la revolución neolítica. Estaba constituida por los «arios» originales, un término del que los nazis se apropiaron más adelante para sus horrendos propósitos. La civilización del valle del Indo legó a la humanidad una mitología de una riqueza incomparable y una avanzada filosofía, contenida en los voluminosos Vedas. Estrictamente hablando, el «hinduismo» no existe. La plétora de religiones indias aborígenes son manifestaciones sociales de un núcleo de escuelas filosóficas indias, las cuales proceden de la tradición védica. Transmitidos oralmente ya en 4000 a. C., y compilados luego gradualmente en sánscrito, los Vedas consisten en cuatro textos —Rig, Yagur, Sama, Atharva— de unos 20.000 versos en total. Cada Veda pasó por cuatro etapas distintas de profundización y desarrollo: Samhita, Brahmana, Aranyaka y Upanishad. Hay 108 Upanishads, que representan la culminación del pensamiento y la práctica védicos y que se conocen colectivamente como «Vedanta». «Veda» significa conocimiento; «Vedanta», cumbre del conocimiento. Los primeros Upanishads datan de 1000 a 400 a. C. y, por tanto, existieron durante los tiempos de Buda.
En contraste con las religiones abrahámicas, que son paradigmas del monoteísmo (un Dios, un profeta, un libro), el politeísmo y el pluralismo de las filosofías indias aborígenes son increíbles. «Hinduismo» hace referencia a una multitud de escuelas, sectas y confesiones que no se prestan a una clasificación rígida, pero que comparten el concepto de que filosofía y religión son inseparables. Por lo común, hay en la filosofía india en torno a nueve «tradiciones» o «escuelas» reconocidas, seis ortodoxas y tres heterodoxas. Las escuelas ortodoxas, que aceptan la autoridad de los Vedas, son nyaya, vaisesika, samkhya, yoga, mimamsa y vedanta. Estas escuelas están todas ellas interrelacionadas y son de una enorme complejidad.6 No obstante, su espíritu común está conformado e impregnado por una tríada de obras inmortales —el Bhagavad Gita, los Upanishads y los Yoga Sutras de Patanjali—, guías espirituales para toda la humanidad. Las escuelas heterodoxas, que rechazan la autoridad védica, son la carvaka, el jainismo y el budismo. La carvaka es una forma de materialismo que incluso Buda censuró por su inmoralidad. Los jainistas son célebres por su práctica de la ahimsa, la no agresión a todo ser sensible, una práctica que también comparten muchos budistas.
Trataremos el budismo en mayor detalle en el capítulo 3 y a lo largo de todo este libro. Es fascinante que las escuelas ortodoxas indias continúen considerando como parte de la tradición védica a las supuestas escuelas «heterodoxas», aunque éstas rechacen la autoridad de los Vedas. De hecho, los eruditos védicos pueden demostrar que son las propias ortodoxias las que siembran el germen de la heterodoxia. Si el Vedanta es realmente la «cumbre del conocimiento», concretamente del conocimiento que permite el progreso espiritual y la reunión con la divinidad, todo lo que sea posterior a los Vedas debe estar contenido o vaticinado en ellos. Por eso parece que tantas religiones indias, sobre todo en contraste con las abrahámicas, estén tan abiertas a todo. Al no verse limitadas por «Un Dios, un profeta, un libro», absorben felizmente «Todos los dioses, todos los profetas, todos los libros».
Sólo en la India alguien que rechaza los Vedas puede seguir considerándose un adepto de los Vedas. Esta apertura tan antigua y cautivadora queda reflejada en el Bhagavad Gita, cuando Krishna dice a Arjuna: «Por cualquier camino que sigan, al fin vendrán a mí.» Compare esta postura tolerante con la inflexibilidad de algunos devotos de otras religiones, quienes insisten dogmáticamente en que su vía particular es el único camino hacia la salvación. No obstante, sólo el camino medio, derivado como lo está de la filosofía india, puede mediar entre todos los caminos, cualquier camino, un solo camino y ningún camino.
Las escuelas indias ortodoxas reconocen a tres dioses principales, la Trimurti: Brahma, Vishnu y Shiva. Éstos representan el ciclo de creación, conservación y aniquilamiento que atraviesan todos los fenómenos, incluyendo el propio cosmos. Cada deidad tiene muchas encarnaciones. Krishna, por ejemplo, es el octavo avatar de Vishnu. ¿Qué ha sucedido con los otros siete? Es una larga historia. Hacen falta muchas vidas para conocerla, e incluso más reencarnaciones para contarla. No hay prisa en la India, donde las almas no sólo disponen de todo el tiempo del mundo, sino también de todo el tiempo del universo.
La mitología cósmica india también es una larga historia y es asimismo la mitología con cuyas cifras más coincide la ciencia moderna de la cosmología. El kalpa, o edad del universo, tiene un orden de magnitud más próximo a los cálculos científicos actuales que el de cualquier otra cosmología antigua. Además, los indios creen que el universo atraviesa largos ciclos de desarrollo, decadencia, destrucción y renacimiento. Esto también es congruente con gran parte de la cosmología científica occidental moderna. La concepción india de la naturaleza del mundo fenoménico, de los órdenes de seres que contiene y de las leyes que rigen no sólo sus interacciones físicas sino también las espirituales, es realmente profunda. De esta cosmología surgen una teología compleja y una filosofía repleta de matices, posiblemente la filosofía más antigua que el hombre conoce.
El antiguo sistema filosófico de la India posee un alto grado de sofisticación en su comprensión de las leyes cósmicas y, no obstante, lleva milenios demostrando su compatibilidad con las personas corrientes, aunque su vida esté en su mayor parte determinada desde que nacen por la casta a la que pertenecen. La India está inundada de paradojas. He aquí otra: la estricta rigidez del sistema de castas, que lleva siglos manteniendo a cientos de millones de personas en una pobreza que apenas les permite subsistir y ha imposibilitado la movilidad social, está contrarrestada por una cordial amplitud de miras que es optimista y flexible. Así pues, los occidentales que visitan la India se encuentran con demacrados pordioseros muriendo como perros en las calles y se quedan horrorizados; a continuación, se encuentran con niños alegres y sonrientes y se quedan cautivados. De hecho, no conozco ningún lugar que sea al mismo tiempo más cautivador y más horroroso que la India. Pero asimilar y experimentar el Bhagavad Gita (entre otros muchos grandes libros indios) como una obra de sabiduría práctica para la propia vida también es enamorarse de la filosofía india de la vida.
Alejandro Magno tomó y ocupó parte de la India, pero dejó pocos vestigios de la tradición filosófica de su maestro, Aristóteles. El conquistador macedonio fue a Oriente no para construir liceos, sino para destruir a la dinastía seléucida persa que casi había derrotado a Atenas y también a Occidente. Pero la posterior invasión musulmana de la India se encontró con una receptividad mucho mayor y el islam estableció una presencia palpable en la India, algunas de cuyas consecuencias contemporáneas trataremos más adelante. Al igual que el hinduismo, el islam ofrecía una forma de vida integral; pero, a diferencia del sistema de castas hindú, su tejido social no estaba estratificado por clases estancas. Aquello debió de tentar a muchas de las castas inferiores. Aunque con su conversión al islam no se libraban de la pobreza, sí ganaban en dignidad.
Cuando la India estuvo al fin preparada para absorber a Aristóteles, éste apareció en forma de Imperio británico. El dominio británico de las rutas marítimas mundiales y la docilidad con que millones de indios permitieron que unos cuantos hombres blancos gobernaran su subcontinente durante un breve período de tiempo, permitió a la Compañía Británica de las Indias Orientales monopolizar los mercados indios del algodón y la sal y, como es bien sabido, crear un minipaís de adictos al opio en China, obligando a los agricultores indios a cultivar adormideras. No obstante, la India absorbió la lengua inglesa, lo cual contribuyó a unificar sus 500 lenguas e innumerables dialectos, absorbió la administración pública británica y su modelo mandarín de gobierno, y comenzó a absorber la ciencia, la tecnología, el comercio y la educación de Occidente. Y, de paso, absorbió a judíos y cristianos. Ya hacía tiempo que había reabsorbido el budismo, el cual había pretendido reformar la filosofía india y en cambio se había convertido en una escuela heterodoxa de esa misma filosofía india.
La capacidad de la India para absorber filósofos y religiones se nos antoja infinita. La visión del mundo global y no proselitista de los Vedas parece acoger sin ningún esfuerzo en su seno a «Todos los dioses, todos los profetas, todos los libros» y se mantiene tolerante a todas las interpretaciones de todo, incluida ella misma. La núbil mentalidad india puede de este modo aceptar, si no reconciliar, las contradicciones desde un buen principio. Además (al igual que la mentalidad china pero a diferencia de la occidental), no está obsesionada por la paradoja, una auténtica reliquia helénica. La filosofía india concibe el cosmos como un espectáculo teatral, donde la materia ilusoria se encuentra con el espíritu juguetón, donde los fenómenos danzan y giran al son de la Trimurti, donde los cuerpos materiales no son sino atuendos desechables para las almas, que saltan de vida en vida en el río que las conduce a su imprevisible inmersión en el luminoso y amoroso mar de Brahma. Las ideas son las emanaciones de la conciencia divina, no las piezas de la discusión académica. Así pues, los indios expuestos a la matemática y a la ciencia de Occidente las absorbieron con gran facilidad y comenzaron a hacer importantes aportaciones propias en el siglo XX, incluyendo la representación de π de Ramanujan y la física de los agujeros negros de Chandrasekar.
La influencia de la filosofía india en Occidente es considerable y está cada vez más extendida. A medida que la ciencia aristotélica dejaba gradualmente atrás a su progenitora, la filosofía ateniense, iba alcanzando el grado de evolución suficiente (al cabo de dos mil años) como para engranarse con la filosofía india. Y la filosofía budista, hija de esta prodigiosa progenitora, se engrana sencillamente con todo.
Un indio llamado Monadas Ghandi, formado en derecho británico y filosofía socrática e influido por el tratado sobre desobediencia civil no violenta del idealista de Nueva Inglaterra Henry David Thoreau, absorbió todas estas enseñanzas y las combinó con algunas austeras prácticas indias, incluyendo largos períodos de abstinencia sexual. A lo largo de décadas, Gandhi cultivó la suficiente fuerza espiritual y atrajo a los suficientes seguidores como para convencer a los británicos de que cedieran la India pacífica y cortésmente. También intentó distender el rígido sistema de castas indio y llevó a cabo la reforma agraria. Su forma de resistencia militante pero no violenta a la opresión, «la satyagraha» o confianza inquebrantable en la verdad, también fue adoptada en Estados Unidos por Martin Luther King, quien la encontró igual de eficaz como catalizador de los derechos civiles de la población negra. Tanto Gandhi como King fueron asesinados, pero su influencia moral en la aldea global es imperecedera.
Gotas dispersas de la cultura india llovieron en el Occidente decimonónico, precediendo al monzón del siglo XX. Schopenhauer reconoció la filosofía india como una panacea contra el sufrimiento, mientras que Gurdjieff7 buscó la revelación mística en Oriente. El médico canadiense R. M. Bucke se embarcó para el resto de su vida en un peregrinaje espiritual después de que una experiencia espontánea kundalini le abriera el chakra de la corona.8 Sin embargo, cuando el yogui indio Vivekananda se estableció en Nueva Inglaterra a principios del siglo XX, lo tomaron probablemente por un excéntrico. Fue durante este período cuando Rudyard Kliping predijo, con respecto a Oriente y Occidente, que «no se encontrarán nunca». Por lo visto, Kipling fue mucho mejor poeta que profeta.
Sólo un siglo después, Nueva Inglaterra, al igual que el resto de Estados Unidos, abunda en toda clase de gurúes, ashrams y campamentos para practicar yoga. Los años sesenta fueron la década fundamental durante la cual las filosofías orientales —el hinduismo, el budismo y el taoísmo— se dieron a conocer en la cultura occidental y fueron absorbidas por ella, gracias en parte a músicos, poetas y autores famosos que las adoptaron para su desarrollo espiritual, popularizándolas. Estas prácticas también fueron muy beneficiosas para su desarrollo artístico.
En la música pop, los Beatles y su relación con el yogui Maharishi Mahesh importaron al por mayor la meditación trascendental a la conciencia pública occidental. En el legendario South Side de Chicago, The Paul Butterfield Blues Band grabó su álbum East-West, cuyo tema homónimo mezclaba el dixieland con el raga. Sri Chinmoy se convirtió en el gurú del guitarrista de fusión jazz-rock John McLaughlin. Los inmortales del jazz Wayne Shorter, Herbie Hancok y Larry Coryell descubrieron el budismo nichiren, una tradición japonesa basada en el Sutra del Loto de Buda que aumentó su energía, claridad y creatividad e inspiró su evolución musical. Gracias al genio de Ravi Shankar, la música clásica india también se hizo famosa en Occidente, atrayendo a personas como el violinista Yehudi Menuhin, cuyas grabaciones con Shankar son jubilosos encuentros entre la antigua tradición clásica india y la europea relativamente reciente. Al Di Meola y L. (Lakshiminarayana) Subramanian fusionaron aún más las formas occidentales e indias. Un triunvirato de poetas judíos que definieron toda una generación, Allen Ginsberg, Bob Dylan y Leonard Cohen, coqueteó con el budismo, a medida que la gran familia de la filosofía india iba emigrando a Occidente.
También la industria de los gurúes indios prosperó. Los sannyasin de Osho con sus hábitos naranja, los extasiados premies del gurú Maharaj Ji, los cantores harekrishna del swami Prabhupada, así como bohemios eclécticos y hippies inveterados, recibieron, absorbieron, reflexionaron y transmitieron el satsang al pensamiento occidental.
Y, puesto que la filosofía india está tan bien sintonizada con las vibraciones fundamentales que crean, sustentan y aniquilan el cosmos, la física occidental y la cosmología india también se fusionaron en la era atómica. Cuando Robert Oppenheimer, el «padre» de la bomba atómica, presenció la primera detonación nuclear en Alamogordo, no pensó en Prometeo robándoles el fuego a los dioses, sino en Krishna metamorfoseándose en Kali, la diosa de la Destrucción, y en sus terribles palabras a un Arjuna atemorizado: «Ahora soy la Muerte, la destructora de mundos.» La siguiente generación de este linaje es más pacífica. David Bohm, alumno de Oppenheimer, quien posteriormente reveló el orden implicado y descubrió el potencial cuántico, también se asoció con el gurú indio J. Krishnamurti para dialogar con él sobre educación y el mejoramiento de la humanidad.
Aunque las civilizaciones occidental e islámica ocuparon la India, también fueron absorbidas por ella. Ahora este país está comenzando a despertar en respuesta a la globalización, a considerar su población de más de mil millones de habitantes como una voz cultural importante y un inmenso bien económico en la aldea global. La India es la democracia más grande del mundo, así como su civilización más tradicional y, no obstante, más anárquica. La India mantiene una postura mayoritariamente neutral en los conflictos occidentales, pero tiene sus propios conflictos con estados islámicos. La India y Pakistán poseen armas nucleares y libran una guerra fría, así como una reñida guerra por Cachemira. Económicamente, la India se identifica con la próspera China, cuya economía eclipsará bien pronto a la de Estados Unidos. Los empresarios indios querrían emular los índices chinos de crecimiento, y se están volviendo cada vez más competitivos en sectores de alta tecnología. La India ha formado un eje con China y Brasil, tres populosos países en vías de desarrollo, cada uno de los cuales ejerce una influencia económica decisiva en su respectiva región geopolítica. No obstante, la India y China también se han enfrentado militarmente, sobre todo en forma de refriegas fronterizas. Conforme vaya aumentando su poderío económico, es previsible, aunque confiemos en que no inevitable, que entre estos dos monstruos asiáticos surjan futuros conflictos.
La civilización india hará notar cada vez más su presencia en la aldea global. Pero su mejor exportación de todas quizá resulte ser la más antigua: el budismo, que retomaremos en el capítulo 3 y que constituye un tema central de este libro.
La civilización del Lejano Oriente
China es el inmenso sol de la civilización del Lejano Oriente por su historia, su geografía, su población, su desarrollo económico y su creciente influencia en la aldea global. China tiene muchos «planetas» importantes en su órbita, particularmente Japón, que la considera su cultura madre y cuyos éxitos económicos China aspira a emular. China también tiene en cuenta los «Cuatro Tigres» —Singapur, Hong Kong, Taiwán y Corea del Sur—, todos los cuales se enorgullecen de poseer una próspera economía de corte occidental arraigada en una escala de valores oriental. La propia China tiene más de mil millones de habitantes, incluso con la limitación de «un solo hijo por familia» que evitó su explosión demográfica. China es el centro de la civilización del Lejano Oriente y está lista para convertirse en la eminente potencia de la aldea global. Las dinámicas política y cultural que acompañan su ascenso a potencia mundial están evolucionando y nadie sabe aún qué formas adoptarán. El gobierno chino es a la vez cauto y entusiasta: comprometido con la apertura que exige el crecimiento económico y, no obstante, consciente de que es necesaria una cierta constancia conservadora como base estable para el cambio constructivo.
Al igual que la India, China ha conocido civilizaciones antiguas y dinastías rivales, tanto progresistas como despóticas. Mencionaremos algunas de ellas cuando tratemos con mayor detalle a Buda (capítulo 3) y Confucio (capítulo 4). No obstante, a diferencia de la India, cuya lengua sánscrita es la matriarca de la gran familia de lenguas indoeuropeas, la lengua escrita original de China es ideográfica, o pictórica, y no alfabética. No existe ninguna lengua hablada que se llame «chino», sino únicamente una escrita. Quienes hablan dialectos del chino como el mandarín, el jin, el jianghuai, el wu, el huanés, el gan, el hakka, el bei min, el nan min, el yue y el pinghua, no se entienden entre sí y, no obstante, todos leen los mismos caracteres. La única situación comparable en Occidente, Oriente Medio o la India atañe a los lenguajes formales, tales como la lógica o la matemática. Físicos de diversas culturas comprenden las mismas ecuaciones escritas, aunque puedan referirse a los símbolos por nombres distintos.
Las tradiciones filosóficas chinas también son únicas, sin parangón en Occidente. El Tao es uno de los conceptos más hermosos y profundos que ha engendrado la mente humana y, sin embargo, es inexplicable por definición en cualquier lengua y durante mucho tiempo ha sido incomprensible para Occidente. Intentaré aclarar algunos de sus principios básicos aquí y en el capítulo 4. El Tao también ha degenerado en China y es ignorado por muchos chinos, pero bajo ningún concepto por todos. Hay maestros chinos vivos que pueden disertar largo y tendido sobre él e ilustrar sus aplicaciones directas a muchas y variadas artes: de la caligrafía al taichi, de la acupuntura a la fitoterapia. El Tao es una de las hebras filosóficas de la triple trenza que, completada por el confucianismo y el budismo, define el adn de la civilización del Lejano Oriente.