1.ª edición: marzo, 2016
© 2016 by Juan Madrid
© Ediciones B, S. A., 2016
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ISBN DIGITAL: 978-84-9069-280-6
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Contenido
Portadilla
Créditos
Prólogo
Dedicatoria
Agradecimientos
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PRÓLOGO
Las historias tienen historia. Y la de Toni Romano surgió en 1976, cuando yo era periodista en la revista Cambio 16. En aquella época aún no había leído novela negra, conocía a los clásicos policiales, Agatha Christie, Conan Doyle, Poe, Simenon… y unos cuantos más. Me gustaban, pero conservaba una cierta pedantería intelectual —tan extendida— que consideraba a esos autores como escritores menores.
Nunca estudié periodismo, ni fui a ninguna facultad de Ciencias de la Información. Me gradué en Filosofía y Letras, sección de Historia, en la Universidad de Salamanca en el año 1972. Mi destino era ser profesor y de hecho lo fui durante poco tiempo. Pero me hacía falta el certificado de buena conducta social y moral —un bonito eufemismo— para acceder al funcionariado de la enseñanza. En el corto espacio de tiempo que duró mi vida académica pergeñé lo que yo pensaba que podría ser mi tesis doctoral, sobre las sublevaciones campesinas andaluzas.
No la terminé, claro, pero con el título de La Mano Negra publiqué en Temas de Hoy (1998) parte de mis investigaciones académicas que recogían uno de los fraudes criminales más notorios —uno más— de la historia reciente de la lucha de clases en nuestro país. A finales del siglo XIX, la Guardia Civil se inventó una organización anarquista, La Mano Negra, cuyos miembros eran, naturalmente, de la Asociación Internacional de Trabajadores, y cuya supuesta finalidad no era otra que la «destrucción de la burguesía, la quema de sus propiedades, la disolución de la familia y la creación de un orden nuevo revolucionario».
Ese panfleto justificó una sistemática y cruel represión de los jornaleros sin tierra y de sus líderes naturales, que encabezaron una de las huelgas campesinas más notorias de un país rico en luchas campesinas. Me refiero a la de 1883, durante una época de sequía y hambruna que provocó —literalmente— muertes por inanición y miseria entre las familias de jornaleros temporarios del campo andaluz.
El invento de un enemigo ficticio, especialmente cruel y despiadado, que sirva de contrapunto justificatorio a la posterior represión, no es nuevo ni lo ha sido y, nos tememos, tampoco lo será en el futuro. La historia reciente así lo demuestra. El exterminio de los indios americanos, a manos de los españoles y luego de los yanquis, justificado por su «supuesta crueldad», pasando por las sectas indostánicas de «asesinos» en la India, Congo, con el Mau-mau, Argelia, Vietnam, El Salvador, Argentina, Chile, Indonesia, etcétera, atestiguan este comportamiento.
En 1976 yo tenía veintinueve años y desde 1973 había sido colaborador de Índice, Triunfo y La Calle. En 1974 comencé a colaborar en Cambio 16 y más tarde en Historia 16 y Diario 16. En 1975 entré en plantilla. La colaboración con el grupo que comandaba Juan Tomás de Salas duró hasta 1992.
Pero yo quería ser escritor. Desde los once años lo intentaba. Escribía cuentos y comienzos de novela que no podía continuar. Me atascaba siempre. ¿Cómo se contaba una historia? ¿Cuáles eran los mecanismos que arrastran a los personajes hasta el final? ¿Existe una estructura básica en un relato? ¿O hay varias?
Iba pasando el tiempo y yo continuaba sin saberlo, a pesar de que cada novela que leía la destripaba con la pretensión de conocer los secretos mecanismos del relato.
Pero volvamos a 1976.
Desde unos años antes de la muerte de Franco la violencia había alcanzado en España cotas inimaginables. ETA, después de volar el coche de Carrero con él dentro, no para de realizar atentados mortales, extraños grupos de extrema izquierda aparecen en el panorama político actuando con inusitada virulencia, al tiempo que falangistas organizados mataban líderes sindicales, estudiantes de izquierdas o simples manifestantes. La llamada transición costó más de cien víctimas.
En aquel año y por una casualidad, consigo que un supuesto falangista me cuente que no todos lo son, aunque lleven el uniforme azul. La mayoría son marginales y pistoleros organizados, pagados y entrenados por los servicios de inteligencia de la policía. Objetivo: sembrar el caos.
Y hay más. Sobre esas bandas planea un posible vasto plan inmobiliario. Los ataques de esos supuestos falangistas, entre los que hay «verdaderos», se dan, sobre todo, en un determinado barrio de Madrid. Un importante grupo inmobiliario y bancario necesita el clamor popular de paz y tranquilidad para presentar un plan urbanístico y transformar la zona en un lugar apacible.
Con beneficios inconmensurables, por supuesto.
Pero eso hay que