Título original: Worth Any Price
Traducción: Ricard Biel
1.ª edición: Junio 2004
© 2003 by Lisa Kleypas
© Ediciones B, S. A., 2012
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
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Depósito Legal: B.31148.2012
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-296-2
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A mi suegra, Ireta Ellis, por su amor, generosidad
y comprensión, y por hacerme feliz allí donde esté.
Con amor, de tu agradecida nuera,
L. K.
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
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Epílogo
Prólogo
Londres, 1839
Tenía veinticuatro años y era la primera vez que visitaba un burdel. Nick Gentry se maldecía por el sudor frío que perlaba su rostro. Helado de terror, ardía de deseo. Lo había evitado durante años, hasta que al final la desesperación lo había obligado a ello. La urgencia de compañía femenina se había convertido en un impulso más poderoso que el temor.
Obligándose a avanzar, Nick subió los escalones del local de ladrillo rojo de la señora Bradshaw, el selecto burdel que acogía a clientes adinerados. Era de dominio público que una noche con una de las chicas de la señora Bradshaw costaba una fortuna, ya que eran las prostitutas más expertas de Londres.
Nick podía permitirse pagar cualquier precio que le pidieran. Había ganado mucho dinero como cazarrecompensas, pero su fortuna procedía sobre todo de sus negocios con el mundo del hampa. Aunque en general era muy popular, el hampa lo temía y los agentes de Bow Street lo detestaban, pues lo consideraban un rival sin principios. En ese aspecto los agentes tenían razón —sin duda no tenía principios—. Los escrúpulos interferían los negocios, y por tanto Nick prescindía de ellos.
Se oía la música a través de las ventanas, y Nick pudo ver a hombres y mujeres vestidos con elegancia, relacionándose como si estuviesen en una velada de postín. En realidad eran prostitutas que negociaban con sus clientes. Era un mundo muy alejado de su casa cerca de Fleet Ditch, donde prostitutas de poca monta ofrecían sus servicios en los callejones por cuatro chelines.
Irguiendo la espalda, Nick hizo sonar la aldaba de cabeza de león. Abrió la puerta un mayordomo de expresión imperturbable que le preguntó por el motivo de su visita.
¿No le parece obvio?, se preguntó Nick, irritado.
—Quisiera conocer a alguna señorita.
—Me temo, señor, que a estas horas la señora Bradshaw no acepta nuevos clientes.
—Dígale que está aquí Nick Gentry. Hundió las manos en los bolsillos de su abrigo y lo miró con ceño.
Un destello en los ojos del hombre delató el reconocimiento de ese nombre infame. Abrió la puerta e inclinó la cabeza con cortesía.
—Sí, señor. Si espera en el vestíbulo, informaré a la señora Bradshaw de su presencia.
El aire estaba impregnado de un ligero aroma de perfume y humo de tabaco. Respirando hondo, Nick observó el vestíbulo de suelo de mármol, flanqueado por altas y blancas pilastras. El único adorno era un cuadro de una mujer desnuda contemplándose en un espejo oval, con una delicada mano reposando sobre su muslo. Fascinado, Nick se concentró en el cuadro de marco dorado. La imagen femenina en el espejo era algo borrosa, y el triángulo del pubis estaba trazado con pinceladas neblinosas. Nick sentía el estómago lleno de plomo frío. Un criado vestido con pantalones de montar cruzó el vestíbulo con una bandeja de copas, y Nick desvió la mirada hacia abajo.
Era muy consciente de la puerta, del hecho de que podía darse la vuelta y marcharse en ese momento. Pero había sido un cobarde demasiado tiempo. Ocurriese lo que ocurriese aquella noche, estaba dispuesto a superarlo. Apretando los puños en los bolsillos, miró el reluciente suelo, con los dibujos blancos y grises del mármol reflejando el brillo de la araña del techo.
De repente oyó la voz de una mujer.
—Qué honor recibir al distinguido señor Gentry. Bienvenido.
La mirada de Nick se desplazó desde el dobladillo del vestido de terciopelo azul hasta los castaños y sonrientes ojos. La señora Bradshaw era una mujer alta y de maravillosas proporciones. Su piel pálida estaba salpicada de pecas ámbar, y llevaba recogido su cabello rojizo en flojos rizos. No era bella en el sentido convencional —la cara era demasiado angulosa y tenía una nariz grande—. Sin embargo era elegante, iba acicalada a la perfección y había algo tan magnético en ella que la belleza convencional parecía del todo superflua.
Sonreía de una forma que hizo relajar a Nick. Más tarde aprendería que no era el único en experimentarlo. Todos los hombres se relajaban ante la agradable presencia de Gemma Bradshaw. Con sólo mirarla se podía apreciar que no le importaban las palabras soeces o las botas sobre la mesa, que le encantaba un buen chiste y que nunca se mostraba tímida o desdeñosa. Los hombres adoraban a Gemma porque sin duda ella los adoraba.
Dedicó a Nick una sonrisa de complicidad y le hizo una reverencia inclinándose lo suficiente para mostrar su magnífico escote.
—Dice que has venido por placer y no por negocios. —Él asintió con brevedad, y ella sonrió de nuevo—. Qué agradable. Venga conmigo a visitar el salón, y hablaremos de lo que más le conviene. Se acercó para deslizar su brazo por el de Nick, que dio un respingo al sentir el impulso de quitarse de encima aquella mano.
La madame advirtió el nerviosismo de Nick. Apartó el brazo y siguió hablando con naturalidad.
—Por aquí, por favor. A mis invitados a menudo les gusta jugar a las cartas, al billar, o relajarse en la sala de fumadores. Puede hablar con tantas chicas como quiera antes de decidirse por una. Le acompañará a una de las habitaciones de arriba. Tendrá que pagar por una hora de compañía. Yo misma he enseñado a las chicas. Ya verá como cada una tiene su propio talento especial. Por supuesto, hablaremos de sus preferencias, ya que algunas chicas son más complacientes que otras.
Cuando entraron en el salón, algunas mujeres lanzaron a Nick miradas insinuantes. Tenían todas buen aspecto y se las veía bien cuidadas, muy distintos de las prostitutas de Fleet Ditch y New Gate. Coqueteaban, hablaban, negociaban, todas con el mismo estilo relajado que poseía la señora Bradshaw.
—Sería un placer presentarle a algunas de ellas. —La señora Bradshaw se acercó y le susurró al oído—: ¿Le llama alguna la atención?
Nick negó con la cabeza. Se le conocía por su desenvuelta arrogancia, por tener la sorna fácil y superficial del timador. Sin embargo, en esa situación inusual le abandonaban las palabras.
—¿Le hago alguna sugerencia? Esa chica morena del vestido verde está muy solicitada. Se llama Lorraine. Es encantadora, vital, y posee una sorprendente agudeza. La que está de pie cerca de ella, la rubia... ésa es Mercia. Es más tranquila, con unas maneras suaves que satisfacen a muchos clientes. La otra es Nettie, la bajita junto al espejo. Tiene experiencia en las artes más exóticas... —Se interrumpió al observar la tensa mandíbula de Nick—. ¿Prefiere la ilusión de la inocencia? —sugirió con dulzura—. Puedo ofrecerle una campesina que parece una auténtica virgen.
Nick no tenía ni idea acerca de sus preferencias. Se fijó en todas, morenas, rubias, delgadas, voluptuosas, de todas las formas, medidas y matices imaginables, y de repente la simple variedad lo apabulló. Intentó imaginar que se iba a la cama con cualquiera de ellas, y un sudor frío perló su frente.
Su mirada volvió a la señora Bradshaw. Sus ojos eran de un claro y cálido castaño, coronados por unas cejas rojizas algo más oscuras que su cabello. Su cuerpo era un atractivo terreno de juego, y su boca era carnosa y suave. Y las pecas eran subyugantes. Los puntos ámbar salpicaban su pálida piel, dándole un tono festivo que provocaban en Nick el deseo de sonreír.
—Eres la única de aquí que vale la pena poseer —se oyó decir.
La madame bajó sus largas pestañas ocultando sus ojos, pero él supo que la había sorprendido. Una sonrisa curvó los labios de ella.
—Mi querido señor Gentry, qué delicioso cumplido. No obstante, no me acuesto con los clientes de mi local. Esos días pasaron hace tiempo. Debe permitirme que le presente a una de las chicas y...
—Te quiero a ti —insistió.
Cuando la señora Bradshaw observó la cruda sinceridad que reflejaban sus ojos, un ligero rubor tiñó sus mejillas.
—Dios mío —dijo, y de repente se echó a reír—. Es todo un éxito hacer sonrojar a una mujer de treinta y ocho años. Ya creía haberlo olvidado.
Nick no le devolvió la sonrisa.
—Pagaré lo que haga falta.
La señora Bradshaw sacudió la cabeza, todavía sonriendo, y luego fijó la mirada en la pechera de Nick, como si se enfrentase a una grave dilema.
—Nunca hago nada por impulso. Es una regla personal.
Nick le tomó la mano, rozándola con delicadeza. Le pasó los dedos por la palma dándole suaves e íntimas caricias. Aunque ella tenía las manos largas de una mujer de su estatura, las manos de Nick eran más grandes, y sus dedos el doble de gruesos que los delgados de ella. Acarició las pequeñas y húmedas arrugas entre los dedos.
—Toda regla debería romperse de vez en cuando —dijo.
La madame levantó los ojos, como fascinada por algo que veía en el rostro de Nick. De forma abrupta, pareció tomar una decisión.
—Ven conmigo.
Nick la siguió, ignorando las miradas que le dirigían. Ella lo llevó a través del vestíbulo y subieron por una escalera curvada que conducía a una serie de habitaciones. La suite privada de la madame era barroca pero cómoda, con mobiliario bien acolchado, las paredes con papel francés, y el hogar refulgiendo con un generoso fuego. El aparador de la salita exhibía una colección de relucientes jarras de cristal y copas. La señora Bradshaw agarró una copa de una bandeja de plata y lo miró, expectante.
—¿Brandy?
Nick asintió.
Ella sirvió el licor ámbar en la copa. Con mano experta encendió una cerilla y luego prendió una vela en el aparador. Tomando la copa por el pie, la inclinó por encima de la llama. Cuando consideró que el brandy estaba lo bastante caliente, se la dio a Nick. Nunca antes una mujer le había dedicado un gesto así. El licor era consistente y con sabor a nuez, y su suave aroma le penetró por la nariz mientras bebía.
Dando una ojeada por la salita, Nick vio que una pared tenía estantes repletos de volúmenes encuadernados en cuero y libros en folios. Se acercó a los estantes y vio que la mayoría de libros trataban de sexo y anatomía humana.
—Una afición —dijo la señora Bradshaw—. Colecciono libros sobre técnicas sexuales y costumbres de diferentes culturas. Algunos son bastante raros. En los últimos diez años he acumulado un gran conocimiento sobre mi tema favorito.
—Supongo que es más interesante que coleccionar tabaqueras —dijo él, y ella sonrió.
—Quédate aquí. Será un momento. Mientras me ausento puedes curiosear en mi biblioteca.
Fue de la salita a la habitación, donde se podía distinguir el extremo de la cabecera de una cama con dosel.
Nick volvió a sentir tensión en el estómago. Terminó la bebida de un trago y se dirigió a los estantes. Un grueso volumen encuadernado en cuero atrajo su atención. El viejo cuero crujió un poco cuando abrió el libro, que contenía numerosas ilustraciones. Nick se demudó al ver los dibujos de cuerpos retorciéndose en posiciones sexuales más peculiares que jamás hubiese imaginado. El corazón le palpitó y su miembro despertó con una punzada. Cerró el libro con precipitación y lo devolvió al estante. Volvió al aparador y se sirvió otro brandy, que tragó sin saborearlo.
Como había prometido, la señora Bradshaw volvió pronto. Se detuvo en el umbral de la puerta. Se había cambiado y ahora llevaba un fino camisón de encaje, con las largas mangas adornadas con puntos medievales. El encaje revelaba los pezones de sus generosos pechos, e incluso la sombra de vello entre los muslos. Tenía un cuerpo espléndido, y lo sabía. Con una pierna reflexionada hacia adelante, a través de la abertura del camisón mostraba la larga y esbelta línea de su pierna. Su cabello rojizo caía rizado sobre los hombros y por la espalda, haciéndola parecer más joven, más suave.
Un estremecimiento de deseo recorrió la espalda de Nick, y sintió que el pecho se le hinchaba y deshinchaba a un ritmo desenfrenado.
—Debo decirte que soy muy selectiva con mis amantes. —La madame le indicó que se acercara—. Un talento como el mío no debe malgastarse.
—¿Por qué yo? —preguntó Nick, ahora con voz áspera. Se acercó lo suficiente para darse cuenta de que no llevaba perfume. Ella olía a jabón y piel limpia, una fragancia más estimulante que el jazmín o las rosas.
—Por la manera en que me has tocado. Has encontrado por intuición los puntos más sensibles de mi mano... el centro de la palma y entre los nudillos. Pocos hombres tienen tanta habilidad.
Más que sentirse halagado, Nick experimentó una llamarada de pánico. La madame tenía expectativas, y él sin duda iba a decepcionarla—. Mantuvo el rostro inexpresivo, pero su corazón se encogió cuando ella le llevó a la cálida habitación iluminaba por el fuego.
—Señora Bradshaw —dijo mientras se acercaban a la cama—. Debería decirle...
—Gemma —murmuró ella.
—Gemma —repitió él, evaporado cualquier pensamiento coherente mientras ella le quitaba el abrigo.
Deshaciendo el nudo de su corbata, la madame sonrió al ver el sonrojo de Nick.
—Estás temblando como un niño de trece años. ¿Está el célebre señor Gentry tan intimidado por la idea de irse a la cama con la famosa señora Bradshaw? Nunca lo hubiera dicho de un hombre de mundo como tú. Sin duda a tu edad no eres virgen. Un hombre de... ¿veinti... tres?
—Veinticuatro. —Se moría por dentro, sabiendo que no había forma de hacerle creer que era un hombre con experiencia. Con un nudo en la garganta, dijo con brusquedad—:
Nunca he hecho esto antes.
Ella enarcó las cejas.
—¿Nunca has visitado un burdel?
Él forzó su dolorida garganta para explicar:
—Nunca he hecho el amor con una mujer.
Gemma no cambió de expresión, pero él notó su aturdimiento. Después de una pausa diplomática, preguntó con tacto:
—Entonces, ¿has intimado con otra clase de mujeres?
Nick negó con la cabeza, mirando el papel estampado de la pared. El silencio se hizo denso.
La perplejidad de la madame fue casi palpable. Subió a la alta cama, y se tumbó de costado, despacio, relajada como una gata. En su infinita comprensión del sexo masculino, permaneció en silencio y esperó con paciencia. Nick intentaba parecer natural, pero un temblor asomó a su voz.
—Cuando tenía catorce años me condenaron a diez meses de prisión en una goleta.
Por la expresión de Gemma se dio cuenta de que lo había entendido. Las miserables condiciones de las prisiones en los barcos, el hecho de que encadenaban a los hombres con los chicos en una gran celda, era un secreto a voces.
—Los hombres de la goleta intentaron forzarte, claro —dijo. Su tono sonó neutro cuando añadió—: ¿Alguien lo consiguió?
—No, pero desde entonces... —Se interrumpió. Nunca le había contado a nadie el pasado que lo perseguía, y sus temores no eran fáciles de expresar con palabras—. No soporto que me toquen —dijo despacio—. Nadie en absoluto. He querido... —titubeó—. A veces deseo tanto yacer con una mujer que me parece volverme loco. Pero no puedo... —Cayó en un angustioso silencio. Le parecía imposible explicar que para él el sexo, el dolor y la culpa iban unidos, y que el simple hecho de hacerle el amor a una mujer le resultaba tan imposible como lanzarse por un precipicio. El contacto con otra persona, sin importar su inocuidad, le provocaba la peligrosa necesidad de defenderse.
De haber reaccionado Gemma con dramatismo o compasión, Nick hubiese estallado. Sin embargo, se mostraba solícita. Con un gracioso movimiento desplazó las piernas por encima de la cama y se deslizó hasta el suelo De pie ante él, empezó a desabrocharle el chaleco. Nick se puso tenso, pero no se resistió.
—Seguro que tienes fantasías —dijo Gemma—. Imágenes y pensamientos que te excitan.
La respiración de Nick se hizo superficial y agitada mientras se quitaba el chaleco. Reminiscencias de sueños volátiles le pasaron por la cabeza... pensamientos obscenos que le habían dejado el cuerpo insatisfecho y dolorido en la vacía oscuridad. Sí, había tenido fantasías, visiones de mujeres atadas y gimiendo debajo de él, con las piernas bien abiertas mientras él las penetraba. Le era imposible confesar cosas tan vergonzosas. Pero los ojos de Gemma Bradshaw contenían una invitación casi irresistible.
—Primero te contaré las mías —le propuso—. ¿De acuerdo?
Él asintió con prudencia, el calor extendiéndose por su ingle.
—Fantaseo con mostrarme desnuda ante una audiencia de hombres. —Hablaba en tono bajo y sugestivo—. Elijo a uno que satisface mi capricho. Se me une en el escenario y realiza cualquier acto sexual que le pido. Después elijo a otro, y a otro, hasta que me siento del todo satisfecha.
Gemma le sacó los faldones de la camisa y él se la quitó por la cabeza. Su miembro palpitó mientras ella contemplaba su torso desnudo. Luego tocó el vello de su pecho, más oscuro que su cabello castaño. Ella suspiró.
—Eres muy musculoso. Me gusta. —Las yemas de sus dedos recorrieron los espesos rizos y acariciaron la cálida piel. Nick dio un paso instintivo hacia atrás. Gemma le indicó que volviese a ella—. Si quieres hacer el amor, querido, me temo que no podrás evitar que te toque. Quédate quieto. —Empezó a desabrocharle los pantalones—. Ahora cuéntame tu fantasía.
Nick fijó los ojos en el techo, la pared, las ventanas con cortinas de terciopelo, cualquier cosa para evitar la visión de las manos de ella entre sus piernas.
—Quie... quiero controlar la situación —dijo con sequedad—. Me imagino atando una mujer a una cama. No puede moverse ni tocarme... no puede evitar que yo le haga lo que quiera.
—Muchos hombres tienen esa fantasía. —Los dedos de Gemma rozaban la dura base del miembro de Nick mientras terminaba con los últimos botones. De repente, Nick se olvidó de respirar. Ella se inclinó hacia él, exhalando el aliento sobre los rizos de su pecho—. ¿Y qué le haces a la mujer una vez atada? —murmuró.
El rostro de Nick reflejó una mezcla de excitación y embarazo.
—La toco por todo el cuerpo. Utilizo la boca y las manos... La hago rogar que la posea. La hago gritar. —Apretó los dientes y gimió mientras los tibios dedos de ella rodeaban su verga y la liberaban de los pantalones—. Dios...
—Bien —susurró Gemma, recorriendo con los dedos desde la base del miembro hasta el hinchado glande—. Eres un joven muy bien dotado.
Nick cerró los ojos, entregándose a aquella arrebatadora sensación.
—¿Y eso satisface a una mujer? —preguntó inseguro.
Gemma continuó acariciándole mientras le respondía.
—No a todas. Algunas no podrían adaptarse a un hombre de tus medidas. Pero eso tiene arreglo. —Lo soltó con suavidad y se dirigió a un joyero de caoba encima de la mesita de noche, levantó la tapa y buscó en su interior—. Quítate el resto de la ropa —dijo sin mirarlo.
El temor y la lujuria pugnaban en su interior. Al final venció la lujuria. Se desnudó, sintiéndose vulnerable y excitado. Ella encontró lo que buscaba, se giró, y con agilidad le lanzó algo.
Nick atrapó el objeto en la mano. Era una cuerda de terciopelo de Burdeos.
Observó perplejo como Gemma se desabrochaba el vestido y lo dejaba caer a sus pies, dejando al desnudo cada centímetro de su robusto y flexible cuerpo, incluido el espléndido y vibrante vello púbico. Con una sonrisa provocativa, subió a la cama, enseñando sus generosas nalgas en el proceso. Apoyándose en los codos, asintió mirando la cuerda en la mano de Nick.
—Creo que ya sabes lo que viene ahora —dijo ella.
Nick estaba sorprendido y aturdido.
—¿Confías en mí lo suficiente como para hacer esto?
La voz de la madame sonó muy suave.
—Esto implica confianza por ambas partes, ¿no crees?
Nick se unió a ella en la cama. Las manos le temblaban mientras le ataba las muñecas a la cabecera. Su cuerpo estaba a disposición de la voluntad de Nick. Acercándose a su cara, él la besó en la boca.
—¿Cómo puedo complacerte? —susurró Nick.
—Esta vez hazme lo que quieras. —Su lengua rozó con tacto de seda el labio inferior de Nick—. Luego podrás atender mis necesidades.
Nick la exploró despacio, disolviendo sus aprensiones en un torrente de calor. La lujuria lo devoraba mientras encontraba zonas que la hacían retorcerse... el hueco de la garganta, la articulación de los antebrazos, la parte inferior de los pechos. La acariciaba, la lamía, le daba pequeños mordiscos, embriagándose de su tersura, de su fragancia femenina. Luego, cuando su pasión llegó al éxtasis, descendió hasta sus muslos y empujó la cabeza contra las húmedas y cálidas profundidades que con tanta locura anhelaba. Para su eterna humillación, llegó al clímax con una sola embestida. El cuerpo de Nick dio sacudidas de insoportable placer, y volvió a hundir la cara en la masa de vello púbico mientras ella gemía con desenfreno.
Después, jadeando, desató las muñecas de Gemma. Luego se puso a un lado, apartado de ella, y miró sin ver las sombras de la pared. Estaba mareado de alivio. Por alguna razón le escocía el rabillo de los ojos, y los cerró con fuerza luchando contra las lágrimas.
Gemma se movió a sus espaldas y apoyó su mano sobre la desnuda cadera de Nick, que se encogió ante el contacto pero no la rechazó. Ella apretó la boca contra su nuca, provocándole una sensación que le llegó hasta la ingle.
—Me has prometido... —murmuró ella—. Sería una pena desaprovechar tus habilidades. Voy a hacerte una invitación muy especial, Nick. Ven a visitarme de vez en cuando y compartiré mis conocimientos contigo. Tengo mucho que enseñar. No hará falta que me pagues nada... sólo tráeme un regalo de vez en cuando. —Viendo que él no se movía, le mordió con suavidad—. Cuando haya terminado contigo, ninguna mujer se te podrá resistir. ¿Qué me dices?
Nick se volvió y observó su cara sonriente.
—Estoy preparado para la primera lección —dijo, y la besó en la boca.
1
Tres años después
Como era su costumbre, Nick se dispuso a entrar en la suite privada de Gemma sin llamar. Era domingo por la tarde, momento de su cita semanal. La familiar fragancia del lugar —cuero, licor, aroma de flores frescas— era todo cuanto precisaba para empezar a sentir el despertar de su cuerpo. Aquel día su deseo era inusualmente intenso, pues su trabajo lo había alejado de Gemma durante un par de semanas.
Desde la noche en que se conocieron, Nick había seguido las reglas de Gemma sin cuestionarlas. No había tenido otra opción si quería seguir viéndola. Eran amigos en cierto modo, pero sus relaciones eran sólo físicas. Gemma no había demostrado ningún interés por lo que escondía el corazón de Nick. Ni siquiera le importaba si tenía corazón. Era una mujer amable, y sin embargo en las raras ocasiones en que Nick había intentado hablarle sobre serias, lo había rechazado con diplomacia. Él se había dado cuenta de que era mejor así. No quería exponerla a su desagradable pasado, o al complejo embrollo de emociones que mantenía en lo más profundo de su ser.
Y así, una vez por semana se encontraban en la cama con sus secretos intactos... la tutora y su ardiente alumno. En aquel lujoso nido de amor, el dormitorio de Gemma, Nick había aprendido más sobre el acto amoroso de lo que nunca hubiera creído posible. Había adquirido un conocimiento de la sexualidad femenina del cual pocos hombres podían presumir... la complejidad del placer de una mujer, las formas de excitar su mente y también su cuerpo. Aprendió a utilizar los dedos, la lengua, los dientes, los labios y el miembro, tanto con delicadeza como con fuerza. Por encima de todo aprendió sobre disciplina, y como la paciencia y la creatividad podían hacer que incluso la experta señora Bradshaw gritara hasta la afonía. Conocía los secretos para mantener a una mujer al límite del éxtasis durante horas. También sabía como hacer llegar a una mujer al orgasmo con sólo ponerle la boca en el pezón, o con el simple roce de la yema de los dedos.
En su anterior encuentro, Gemma le había desafiado a provocarle un orgasmo sin tocarla. Nick le había susurrado al oído durante diez minutos, describiendo exquisitas imágenes sexuales cada vez más excitantes hasta que ella se estremeció y tembló a su lado.
Pensando en su exuberante cuerpo, Nick se excitó con antelación y entró en la salita. Pero se detuvo en seco al ver a un joven rubio sentado en la tumbona tapizada de terciopelo, con sólo un batín de seda rojo por todo atuendo. Sorprendido, Nick se dio cuenta de que él era el mismo que utilizaba siempre que visitaba a Gemma.
Ella no le había hecho promesas de fidelidad y no se hacía la ilusión de haber sido su único amante en los últimos tres años. Sin embargo, Nick se quedó aturdido con la visión de otro hombre y el inconfundible tufo a sexo que había en el aire.
Viéndolo, el extraño se ruborizó y se levantó bruscamente. Era un joven rechoncho pero fuerte, con la suficiente inocencia para sentirse embarazado por la situación.
Gemma salió de la habitación con una bata verde transparente que apenas le cubría sus rosáceos pezones. Sonrió al ver a Nick, y no pareció perturbada por su repentina llegada.
—Hola querido —murmuró, tan relajada y afable como siempre. Quizá no había planificado que descubriese a su amante de esa forma, pero tampoco se alteró.
Girándose hacia el rubio, le habló con dulzura.
—Espérame en la habitación.
Mientras Nick veía cómo el joven desaparecía en el dormitorio, se acordó de él mismo tres años antes, novato, ardiendo y deslumbrado por las artes amatorias de Gemma.
Ella levantó con garbo la mano para acariciar el cabello oscuro de Nick.
—No esperaba que volvieras tan pronto de tu investigación —dijo ella sin atisbo de disgusto—. Como puedes ver, estoy enseñando a mi nuevo protegido.
—Y mi sustituto —afirmó Nick más que preguntó, mientras una fría sensación de abandono le recorrió el cuerpo.
—Sí —dijo Gemma con suavidad—. Ya no necesitas mis conocimientos. Ahora que ya has aprendido todo cuanto puedo enseñarte, sólo es cuestión de tiempo antes de que nuestra amistad se deteriore. Prefiero darla por terminada mientras conserva su esplendor.
Aunque fuera sorprendente, a Nick le resultó difícil hablar.
—Todavía te quiero.
—Sólo porque te resulto segura y familiar. —Con una sonrisa afectuosa, se inclinó para besarle la mejilla—. No seas cobarde, querido. Es hora de que encuentres a alguien más.
—Nadie podría ser como tú —refunfuñó. Eso le valió una tierna risa y otro beso.
—Eso demuestra que todavía tienes mucho por aprender. —Una maliciosa sonrisa brilló en sus claros ojos castaños—. Ve y encuentra una mujer que merezca tu talento. Llévatela a la cama. Haz que se enamore de ti. Una aventura amorosa es algo que todo el mundo debería experimentar al menos una vez.
Nick la miró con ceño.
—Ésa es la última maldita cosa que necesito —le dijo, haciéndola reír.
Retrocediendo, Gemma se desabrochó el cabello y lo soltó.
—Nada de hasta siempre —dijo poniendo los broches sobre la mesa junto a la tumbona—. Prefiero sólo un au revoir. Y ahora, si me disculpas, mi alumno me espera. Si quieres, toma una copa antes de irte.
Turbado, Nick permaneció inmóvil mientras ella entraba en el dormitorio y cerraba la puerta.
—Dios —murmuró. Se le escapó una carcajada de incredulidad por haber sido abandonado con tanta ligereza después de todo lo que habían pasado juntos. Sin embargo, no sentía rabia. Gemma había sido demasiado generosa, demasiado amable con él como para sentir nada excepto gratitud.
«Ve y encuentra otra mujer», pensó. Le parecía una tarea imposible. Sí, había mujeres en todas partes; cultas, ordinarias, robustas, delgadas, morenas, rubias, altas, bajas, y siempre encontraba en ellas algo que apreciar. Pero Gemma había sido la única con la cual se había atrevido a liberar su sexualidad. No podía imaginarse cómo podía ser con otra.
¿Hacer que alguien se enamorase de él? Sonrió con amargura, pensando por primera vez