Título original: Overcoming Addictions
Traducción: Ana Mazía
Ante la imposibilidad de contactar con el autor de la traducción, la editorial pone a su disposición todos los derechos que le son legítimos e inalienables.
1.ª edición: mayo, 2013
© 2013 by Deepak Chopra, M.D.
© Ediciones B, S. A., 2013
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito Legal: B-34721-2012
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-435-5
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
Contenido
Portadilla
Créditos
PRIMERA PARTE
1
2
3
4
SEGUNDA PARTE
5
6
7
8
9
TERCERA PARTE
Restablecer el equilibrio
10
11
12
13
PRIMERA PARTE
EL SIGNIFICADO DE LA ADICCIÓN
1
El buscador desorientado
Estoy convencido de que la adicción y sus consecuencias son los problemas de salud más graves que enfrenta nuestra sociedad en el presente. Las enfermedades cardiovasculares, las respiratorias como el enfisema, muchas formas de cáncer y el sida son sólo algunos de los estados a los que se llega, de manera directa o indirecta, por el camino de la adicción. Por lo tanto, este breve libro es un intento de abordar un problema muy vasto y complejo, en un espacio bastante limitado. A primera vista, podría parecer una tarea muy difícil, y hasta una actitud presuntuosa, el intento de lidiar con las inmensas complejidades de la adicción, en poco más de cien páginas. Sin embargo, creo que un libro breve como éste puede beneficiar en gran medida a los millones de personas que se debaten en la lucha contra los comportamientos adictivos en sus vidas, y a los millones de familiares o seres queridos que tratan de ayudarlos a solucionar esos problemas.
De hecho, aunque reconozco la fuerte tendencia de nuestra sociedad a sufrir dificultades con la adicción, soy muy optimista y encaro este libro con gran impaciencia. El motivo es simple: si bien en estas páginas nos encontraremos con dolores físicos y emocionales verdaderos, esta obra se referirá a la salud y la alegría, el placer y la abundancia, el amor y la esperanza.
Hasta cierto punto, sé que la orientación positiva que adoptaré aquí no es la convencional, pues estoy convencido de que buena parte de nuestros esfuerzos para enfrentar las adicciones están teñidos de rabia, conflicto y desesperación. A veces, esto se expresa con suma claridad en frases como «la guerra contra las drogas» o en alusiones como «historias de guerra» referidas a carreras arruinadas y vidas destrozadas por comportamientos adictivos. En otras ocasiones, la orientación negativa se advierte de manera menos directa, como en el sombrío decorado de los numerosos centros de tratamiento a los que acuden los pacientes a enfrentar sus problemas, donde se sientan en círculo, en sillas de plástico sobre suelos de linóleo, en salas iluminadas por luces fluorescentes.
Miedo al pasado, miedo al futuro, miedo a disfrutar de la alegría real en el presente... muchos temores nos acosan, impulsándonos a sumergirnos en conductas adictivas. El miedo también forma parte de muchos programas de tratamiento de las adicciones. Pero, en mi opinión, para la mayoría de las personas, un enfoque basado en el temor no puede tener éxito durante un largo período. Por lo tanto, mi intención es proponer un punto de vista bastante diferente de la adicción, de lo que representa, y de las personas que sucumben a ella.
Veo al adicto como un buscador, pero un buscador desorientado. El adicto es una persona en procura de placer, incluso de cierta experiencia trascendental, y quisiera subrayar que considero esta búsqueda como muy positiva. El adicto busca en los lugares equivocados, pero va detrás de algo muy importante, y no podemos permitirnos ignorar el significado de esa búsqueda. Al menos en el comienzo, espera vivir algo maravilloso, algo que trascienda una realidad cotidiana insatisfactoria, y hasta insoportable. En este impulso no hay nada de qué avergonzarse, al contrario: es la base de una esperanza verdadera y de una transformación real.
Me inclino a ir aún más allá en esta definición del adicto como un buscador. A mi juicio, la persona que jamás ha sentido un impulso hacia la conducta adictiva, es la que no ha dado el primer paso vacilante hacia el descubrimiento del verdadero significado del Espíritu. Es probable que no haya nada de qué enorgullecerse en la adicción, pero representa la aspiración hacia un nivel de experiencia más elevado. Y aunque, en última instancia, esa aspiración no pueda satisfacerse por medio de sustancias químicas o conductas compulsivas, el solo intento sugiere la presencia de una naturaleza espiritual.
El Ayurveda, la ciencia india tradicional de la salud, enseña que hay un recuerdo de la perfección dentro de cada uno de nosotros. Está grabada en todas nuestras células. Es algo imborrable, pero puede cubrirse de toxinas e impurezas de todo tipo. En la lucha contra la adicción, nuestra verdadera tarea consiste no tanto en señalar los efectos destructivos de las conductas adictivas sino en reavivar la conciencia de la perfección que siempre nos habita. Cuando era escolar, leí El paraíso perdido, que es, sin duda, uno de los más grandes poemas de la lengua inglesa. Pero he aprendido que ese paraíso que nos habita nunca está perdido, en realidad. Y aunque lo perdamos de vista, siempre está a nuestro alcance.
He pensado con frecuencia que la música es la forma de arte que mejor puede ponernos en contacto con esa perfección interna. Y si bien puede apreciarse en el aspecto intelectual —y hasta como cierta clase de matemáticas—, la música también nos atrapa en un nivel más profundo que nuestro proceso de pensamiento consciente. Escuchando música podemos experimentarlo y más aún, tal vez, tocándola. Cada vez que asisto a un concierto o a un recital, me siento sacudido por el efecto evidente que ejerce la música sobre los intérpretes. Se experimenta cierta forma de éxtasis. Los músicos genuinamente metidos en una ejecución acuden a una realidad diferente y viven una experiencia de gozo y placer, por completo inconscientes de sí mismos. Verlo es algo fascinante e inspirador, y por cierto la clase de experiencia que representa una aspiración válida para la propia vida.
En relación con esto, recuerdo haber leído un relato de la vida de Charlie Parker, el talentosísimo músico que dominó el panorama del jazz en Nueva York durante la década de los cuarenta y los primeros años de la de los cincuenta. Sus improvisaciones en saxofón no sólo eran asombrosamente rápidas e imaginativas, sino que también tenían coherencia lógica y unidad. Los músicos jóvenes, que idolatraban a Charlie Parker, estaban dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de tocar como él, si bien su habilidad musical les parecía casi sobrehumana. ¿Cuál era el secreto para tocar así, para ser capaz de vivir en ese espacio privilegiado que él ocupaba cuando tocaba?
A decir verdad, además de ser un gran músico, Charlie Parker era adicto a la heroína. Pese a que sus mejores solos se producían cuando estaba libre de drogas, en toda una generación de músicos de jazz se había puesto de moda el uso de la heroína, y lo hacían para imitar a su ídolo. Era una aspiración comprensible, e incluso, admirable: querían participar de esa clase de experiencia trascendente que habían visto disfrutar a esa persona. Pero, en lo que se refería a muchas personas de talento, el resultado fue desastroso. La heroína fue, para ellos, un modo falso, destructivo e inapropiado de cumplir con el propósito principal de sus vidas: convertirse en grandes músicos. Esperaban dar con un atajo al paraíso, pero el atajo terminó siendo un desvío a ninguna parte.
Este punto es esencial en lo que toca a las adicciones, ya se trate de drogas, comida, alcohol, tabaco, juegos de azar, telenovelas o cualquiera de las mil tentaciones que se nos presentan todos los días en la vida. La adicción comienza por buscar algo bueno en el lugar equivocado. Como lo dice con claridad el psicólogo jungiano Robert Johnson en su brillante obra, Ecstasy, la adicción no es más que un sustituto muy degradado de una verdadera experiencia de gozo.
2
Nutrir el espíritu
No sólo de pan vive el hombre
Esta conocida metáfora aparece tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento, y no es difícil comprender su significado. Dicho con sencillez, significa que tenemos otras necesidades en la vida, además de la satisfacción de las estrictamente materiales. Pero es importante advertir de qué manera enfática se enuncia. La satisfacción espiritual se presenta como una necesidad fundamental en la vida, comparable a la de alimentos. En casi todas las otras tradiciones religiosas y espirituales se ha subrayado lo mismo: para sobrevivir, necesitamos «alimento para el alma».
En mi opinión, ésta es una verdad literal. El estado de nuestra vida espiritual tiene influencia directa en el funcionamiento de nuestro cuerpo, incluyendo el metabolismo, la digestión, la respiración y todas las demás actividades fisiológicas. Sin embargo, a menudo ignoramos o interpretamos equivocadamente nuestras necesidades espirituales. Hay indicios de que esto empieza a modificarse y de que comienza a formarse una nueva conciencia de los valores espirituales; sin embargo nuestra perdurable orientación materialista ha tenido importantes consecuencias íntimamente relacionadas con la persistencia de las conductas adictivas en la sociedad moderna.
Como no tenemos suficiente conciencia de la necesidad de plenitud espiritual, no debe sorprendernos que muchas personas hayan entendido mal las verdaderas exigencias del espíritu humano. Han descubierto una amplia variedad de actividades hiperestimulantes y un número también amplio de sustitutos que adormecen la sensibilidad de «lo verdadero», esa experiencia profunda que Robert Johnson llama éxtasis.
Esto es grave, porque necesitamos del éxtasis. Lo necesitamos tan esencialmente como el alimento, el agua y el aire y, sin embargo, esta necesidad humana básica ha sido poco reconocida en la sociedad occidental contemporánea. En los treinta últimos años hemos hecho grandes progresos en lo que atañe a reconocer el deterioro de nuestro medio ambiente físico y en revertir esa tendencia. Pero al mismo tiempo fracasamos en asumir nuestras necesidades espirituales con algo