Vega Jane y El guardián (Vega Jane 2)

Fragmento

Vega_Jane-1.html

Créditos

Título original: The Keeper

Traducción: Cristina Martín

1.ª edición: mayo 2016

© 2015, by Columbus Rose, Ltd.

© Ediciones B, S. A., 2016

para el sello B de Blok

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-448-0

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Vega_Jane-2.html

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Citas

UNUS. El Quag

DUO. El Reino de los Catáfilos

TRES. Una comida bestial

QUATTUOR. Barrotes de huesos

QUINQUE. Lograr lo imposible

SEX. El vuelo del rey

SEPTEM. Luc habla

OCTO. La grave situación de las lombrices

NOVEM. El secreto del rey

DECEM. De un algo surge la nada

UNDECIM. Desaparecido

DUODECIM. Seamus

TREDECIM. La casa de Astrea Prine

QUATTUORDECIM. Habitaciones con opiniones

QUINDECIM. Cuestión de puertas

SEDECIM. El Guardián

SEPTENDECIM. Juntos de nuevo

DUODEVIGINTI. Atrapados

UNDEVIGINTI. Una mirada atrás

VIGINTI. Palabras

VIGINTI UNUS. La señal

VIGINTI DUO. La otra Elemental

VIGINTI TRES. Mi entrenamiento

VIGINTI QUATTUOR. Una hechicera... más o menos

VIGINTI QUINQUE. Una advertencia

VIGINTI SEX. Lecciones desde el Hela

VIGINTI SEPTEM. Algo digno de ser recordado

VIGINTI OCTO. Traición

VIGINTI NOVEM. Adieu

TRIGINTA. Una sorpresa

TRIGINTA UNUS. Orco

TRIGINTA DUO. El Primer Círculo

TRIGINTA TRES. Capitana de los Furinas

TRIGINTA QUATTUOR. Un pacto

TRIGINTA QUINQUE. Un pergamino favorable

TRIGINTA SEX. Los hiperbóreos

TRIGINTA SEPTEM. El poderoso Finn

TRIGINTA OCTO. Enemigos junto a mí

TRIGINTA NOVEM. Una visita inesperada

QUADRAGINTA. Una segunda hechicera

QUADRAGINTA UNUS. Una buena acción

QUADRAGINTA DUO. Eris

QUADRAGINTA TRES. Rubez

QUADRAGINTA QUATTUOR. La muerte es ella

QUADRAGINTA QUINQUE. Las almas perdidas

QUADRAGINTA SEX. Desaparecidos

QUADRAGINTA SEPTEM. Un corazón de fiar

QUADRAGINTA OCTO. Lo último

QUADRAGINTA NOVEM. Los cuatro restantes

QUINQUAGINTA. Remontar el vuelo

Guía de Amargura y más allá para Wugmorts

Agradecimientos

Vega_Jane-3.html

Dedicatoria

A Michelle,

que inició todo este viaje con un don

Vega_Jane-4.html

Citas

El pasado no es sino el pasado de un comienzo.

H. G. WELLS

Las malas hierbas también son flores, una vez que se las conoce.

A. A. MILNE

Escapar del Quag implica vivir para siempre en una prisión.

Madame ASTREA PRINE

Vega_Jane-5.html

UNUS. El Quag

UNUS

El Quag

Parecía al mismo tiempo apropiado y hasta absurdamente poético que, enganchados unos a otros como los eslabones de una cadena, los tres fuéramos a morir juntos. Pero después de haber saltado de un precipicio de más de mil metros de altura perseguidos por unas bestias asesinas, no teníamos muchas alternativas que digamos. Habíamos saltado, literalmente, para salvar la vida. Y ahora teníamos que aterrizar bien, porque de lo contrario nuestro lugar de descanso final iba a estar allí abajo. Muy abajo.

Caímos durante mucho rato, mucho más del que me hubiera gustado a mí. Por el camino miré a mi mejor amigo, Delph. Él estaba mirándome a su vez, no con un gesto de pánico, sino, he de reconocerlo, con un poco de preocupación. Por otra parte, mi canino, Harry Segundo, sonreía de oreja a oreja, preparado para que empezase nuestra aventura.

El motivo de que hubiéramos saltado iba enroscado a mi cintura. Mi cadena Destin me permitía volar. Sin embargo, yo nunca había saltado por un precipicio de un kilómetro de altura, y estábamos descendiendo más deprisa que nunca.

Hice todo lo posible por efectuar un aterrizaje suave, pero aun así chocamos contra el suelo con bastante fuerza. Los tres nos quedamos tumbados unos instantes, aturdidos de momento, pero no tardé en darme cuenta de que, si bien estábamos cubiertos de magulladuras y golpes, habíamos sobrevivido.

Liberé a Harry Segundo de su arnés, que le había permitido descansar suspendido y apoyado contra mi pecho, y observé que Delph se incorporaba muy despacio y estiraba las piernas y los brazos con cuidado. Después, volví la vista hacia arriba, hacia el punto en el que hacía muy poco que habíamos estado. Si no hubiéramos saltado al vacío, con toda seguridad habríamos muerto.

Las bestias que antes nos perseguían estaban ahora mirando desde lo alto del precipicio. Eran una manada de garms, y más o menos otros tantos amarocs. Incluso sin poder distinguirlos bien desde tan lejos, supe que los garms, con sus escamas y su constante sangrar por el pecho blindado, estaban rabiosos y escupían llamaradas de fuego en nuestra dirección. Y estoy segura de que los amarocs, unas criaturas gigantescas que se parecían a los lobos y que por lo visto no tenían otra razón para vivir que el ansia de matar, nos observaban con expresión letal.

Sin embargo, ninguno de ellos parecía dispuesto a enfrentarse al salto de más de un kilómetro que habíamos dado nosotros. Que aquellas criaturas no fuesen capaces de volar como yo bien merecía todas las monedas que yo pudiera ganar en mi vida. Bajé la vista y acaricié la cadena que llevaba enrollada a la cintura y que mostraba las letras de su nombre, D-E-S-T-I-N, grabadas en varios eslabones; aunque no hacía tanto tiempo que estaba conmigo, ya me había salvado la vida en muchas ocasiones.

Me costaba trabajo creerlo. Estaba en el Quag. Yo, Vega Jane. Había vivido mis quince sesiones enteras en el pueblo de Amargura, y aquello era todo cuanto había conocido. Me habían dicho que, aparte del peligrosísimo Quag, no existía ninguna otra cosa. Pero yo sabía que era mentira, que más allá del Quag había algo, y me empeñé en descubrir de qué se trataba.

Aquello no lo estaba haciendo por pasar el rato. Tenía la profunda sospecha de que mis padres y mi abuelo se encontraban al otro lado del Quag. Aunque mi hermano, John, seguía viviendo en Amargura, ya no era el muchacho joven e inocente de antes; de ello se había encargado la siniestra asesina Morrigone.

Así pues, mi misión en la vida consistía en hacer que los tres atravesáramos el Quag lo más rápidamente posible. Tal vez fuese un objetivo sumamente ambicioso, pero era el mío.

Comencé a respirar con mayor normalidad y miré otra vez a Delph.

—Qué hay, Vega Jane —saludó.

—Qué hay, Delph —contesté yo. A pesar de lo cerca que habíamos estado de la muerte, no pude evitar sonreír, porque habíamos conseguido entrar en el Quag.

—¿Tú crees que esas malditas bestias podrán bajar hasta aquí? —me preguntó.

—Lo que creo —le repliqué— es que no me apetece nada quedarme a averiguarlo.

Y dicho esto me eché la mochila al hombro, y Delph hizo lo mismo con la suya. Dejé a Harry Segundo con el arnés puesto, no fuera a ser que tuviéramos que salir volando de repente.

El mapa del Quag que me había dejado mi amigo Quentin Hermes era muy detallado, pero ahora me di cuenta de que tenía algunos fallos problemáticos. Para empezar, no hacía mención del precipicio desde el que habíamos saltado. Y, a consecuencia de ello, yo no estaba preparada para el valle en el que nos encontrábamos ahora. Aun así, en una luz yo había visto a Quentin penetrar en el Quag. En realidad, aquello fue lo que marcó el inicio de este viaje. Quentin debía de saber lo que había allí dentro.

El mapa daba unas indicaciones generales, pero no proporcionaba una ruta exacta que seguir para atravesar el Quag. Por lo visto, eso iba a tener que discurrirlo yo sola. También llevaba conmigo un libro, escamoteado de la casa de Quentin, que explicaba qué clase de criaturas habitaban aquel lugar.

—El mapa, en líneas generales, nos indica que vayamos por ahí —dijo Delph señalando—. En dirección a esa montaña que se ve allá a lo lejos.

Titubeé un momento.

—No... —dije con voz entrecortada—. No quiero iniciar una caminata así por la noche. Tenemos que buscar un lugar seguro donde aguardar hasta la primera luz.

Delph me miró como si me hubiera vuelto loca.

—¿Un lugar seguro? ¿En el maldito Quag? ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo, Vega Jane? En el Quag hay muchas cosas, sin duda, pero me parece que lugares seguros no hay ninguno.

Contemplé la amplia llanura que se extendía ante nosotros. Había árboles, arbustos y anchas praderas de hierba que se mecía suavemente con la brisa que soplaba procedente del precipicio. Transmitía la sensación de ser un lugar pacífico y sereno, y en absoluto peligroso. Lo cual me hizo pensar que probablemente habría en él decenas de seres malignos acechando y esperando, seres que podían matarnos y que de hecho nos matarían a la menor oportunidad que se les presentase.

Bajé la vista a los pies. ¿Hacia dónde debía dirigir mis pasos? Miré a Harry Segundo, que me estaba observando con curiosidad, al parecer a la espera de que yo tomase una decisión. Me dejó perpleja, y también un tanto incómoda, el hecho de que yo tuviera que ser la líder. ¡Ay, madre! ¿Estaría a la altura de semejante responsabilidad? Yo no me sentía muy segura de ello.

Allá a lo lejos, muy lejos, había un lugar en el mapa denominado Páramo de Mycan. Aparecía descrito como una extensión insulsa y sin vida que abarcaba un gran espacio y que, por desgracia, no se podía esquivar tomando un camino que lo rodeara. Cosa sorprendente, el mapa guardaba silencio respecto de los peligros exactos que nos aguardaban directamente enfrente. En cambio, el libro que yo había birlado llenaba varias de aquellas lagunas.

Me lo saqué del bolsillo de la capa y encendí un trozo de vela para poder leerlo mejor en aquella oscuridad.

Delph, nervioso, lo miró por encima de mi hombro.

—Vega Jane, no es buena idea encender luces con las que puedan vernos.

—Delph, ¿sabes una cosa? Puedes llamarme simplemente Vega. Aquí no hay precisamente una legión de Wugs que se llamen igual que yo. De hecho, que yo sepa, soy la única.

Delph respiró hondo y luego fue soltando el aire muy despacio, con los ojos abiertos como platos.

—Por supuesto, tienes razón, Vega Jane.

Suspiré y estudié la página del libro con atención. Lo que tenía que hacer, fundamentalmente, era emparejar el mapa con las descripciones de los lugares del Quag en los que vivían las criaturas dibujadas en el libro. Una operación que habría resultado mucho más fácil si Quentin Hermes hubiera puesto toda aquella información en un solo sitio, pero no había hecho tal cosa.

Se me cayó el alma a los pies cuando me di cuenta realmente de lo mal preparada que estaba. ¡Y encima, Delph y Harry Segundo dependían de que yo tuviera un plan!

De pronto Harry Segundo empezó a gruñir. Bajé la vista hacia él: estaba con el pelaje todo erizado y enseñando los colmillos, así que rápidamente miré a mi alrededor para ver qué había provocado semejante reacción en mi canino. Pero en la oscuridad no había nada, al menos nada que yo pudiera distinguir.

Me volví hacia Delph.

—¿Qué es lo que le pasa? —me preguntó.

Y entonces fue cuando me percaté. Mi canino estaba respirando con fuerza por la nariz. No estaba viendo el peligro, lo estaba oliendo. Y, según mi experiencia, un olor desagradable por lo general conducía a una bestia desagradable.

Olfateé el aire un momento, arrugué la cara y lancé una mirada penetrante a Delph.

—¿Hueles eso?

Delph respiró hondo hinchando el pecho y después expulsó el aire.

—No.

Pensé a toda velocidad. Yo conocía aquel olor, o por lo menos uno que se le parecía mucho. Y, poco a poco, se despejaron las nubes que me ofuscaban el cerebro.

Era veneno.

—¿Qué ocurre? —me preguntó Delph, nervioso.

—No estoy segura del todo —repuse, y era verdad. Pero ya había olido aquella pócima en otra ocasión, en Chimeneas, la fábrica en la que trabajaba de Rematadora.

Señalé hacia la izquierda.

—Vamos a probar por ese camino.

—¿No deberíamos ir volando? —propuso Delph—. Llegaríamos más rápido, ¿no? A lo mejor... A lo mejor vemos qué es lo que se acerca, antes de... antes de que nos alcance —terminó sin aliento.

Sí, llegaríamos más rápido volando, pero una lucecita que tenía yo dentro de mi cabeza me decía que continuásemos con los pies firmemente plantados en el suelo. Al menos de momento. Y yo era de esos Wugs que hacen caso a sus instintos; a lo largo de mis sesiones, mis instintos me habían beneficiado más que perjudicado.

Y en aquel momento fue cuando me dio por mirar hacia arriba y lo vi. O más bien debería decir que los vi, en plural.

Una bandada de pájaros que, volando en perfecta formación, recorrían el cielo bajo el resplandor del Noc. Aquello me sorprendió, porque yo creía que las aves no volaban durante la noche, pero a lo mejor en el Quag las cosas eran diferentes.

Mientras contemplaba el vuelo de aquellos pájaros, sucedió una cosa sumamente extraña: de improviso apareció una nube de humo de color azulado, surgida de ninguna parte. Los pájaros efectuaron un giro brusco para esquivarla, pero hubo unos pocos que no pudieron girar a tiempo. Y cuando atravesaron la nube de humo y salieron por el otro lado, ya no volaban.

Estaban cayendo al suelo.

Porque habían muerto.

Me quedé allí de pie, paralizada. Y de pronto sentí algo que me agarraba del brazo. Era Delph.

—¡Corre, Vega Jane! —me gritó—. ¡Corre!

Mientras corríamos, me volví una vez para mirar, y deseé no haberlo hecho. Era una criatura que nunca había visto en la realidad, pero aun así supe lo que era, porque la había visto dibujada en el libro.

Miré a Delph y comprendí que él también se había girado para mirar y había visto lo mismo que yo. Huir por el aire no iba a servirnos de nada; a diferencia de los garms y los amarocs, el ser que llevábamos a la espalda y que se nos acercaba a toda velocidad sabía volar.

Por lo visto, nuestro viaje por el Quag iba a finalizar ya antes de haber empezado en serio.

Vega_Jane-6.html

DUO. El Reino de los Catáfilos

DUO

El Reino de los Catáfilos

El ser que nos perseguía era un inficio.

Un inficio era una gigantesca criatura dotada de dos patas enormes, dos poderosas alas unidas al cuerpo por una membrana y un torso alargado y cubierto de escamas, del que crecía un pescuezo semejante al de una serpiente y coronado por una cabeza pequeña. Tenía unos ojillos brillantes y de expresión maligna y una boca llena de colmillos afilados como cuchillas. Por si aquello no fuera suficiente para inspirar terror, además expelía un gas capaz de matar a todo el que lo respirara, como aquellos pobres pájaros.

Yo había hecho bien en no querer huir volando: ahora estaríamos muertos.

Delph se volvió otra vez, sin dejar de correr con todas sus fuerzas.

—Está cada vez más bajo. ¡Quiere matarnos! —chilló—. ¡Corre!

Tenía que hacer algo. Lo que fuera. ¿Por qué tenía el cerebro tan embotado? Me había quedado allí pasmada, mientras el inficio venía hacia nosotros para matarnos. Fue Delph el que me dijo que echara a correr.

—¡Vega Jane! —vociferó otra vez.

En realidad, sin pensarlo siquiera, metí la mano en un bolsillo de mi capa, me puse el guante y cerré los dedos en torno a la Elemental. En su actual estado resultaba totalmente inofensiva: solo medía unos ocho centímetros de largo y era de un material que parecía madera. Pero entonces le ordené mentalmente que adoptara su tamaño completo y se transformó en una lanza más alta que yo, hecha de reluciente oro. La Elemental me había sido regalada —junto con el guante que debía llevar puesto para sostenerla— por una mujer guerrera, moribunda, en un imponente campo de batalla de otra época. La guerrera me dijo que aquella lanza sería amiga mía cada vez que lo necesitara. Pues bien, ahora necesitaba un amigo. Tenía que hacer algo, me negaba a morir así, sin más.

Otra vez giré la cabeza y vi que el inficio estaba acercándose rápidamente, tanto que sus garras ya casi tocaban el suelo. Vi que su poderoso pecho se llenaba de aire y después lanzaba un fuerte soplido que se convirtió en una nube de humo azul portador de muerte.

Sin dejar de correr, me volví y me preparé para arrojarle la Elemental guiándola con la mente. Cuando la lancé, la Elemental pasó rozando el borde exterior de la nube de veneno, y la estela que dejó a su paso alteró el humo y lo dirigió de nuevo hacia la criatura que lo había expelido. Al instante, el inficio se elevó en el aire para evitarlo. Al parecer, aunque él mismo era la fuente de la que manaba aquella sustancia letal, inhalarla también podía hacerle daño.

La Elemental regresó a mí. Y justo en el momento en que la estaba asiendo de nuevo, se abrió la tierra bajo nuestros pies y caímos de golpe unos quince metros. Pero el terreno en el que aterrizamos, fuera el que fuese, era más blando que el que encontramos tras saltar del precipicio. Aun así, lancé sin querer una exclamación ahogada y oí que Delph hacía lo mismo. Harry Segundo emitió un corto ladrido, pero nada más.

Rodé hasta quedar boca arriba y vi que el cielo nocturno desaparecía detrás de la densa cobertura de ramas y terrones de hierba apelmazada. Aquellos elementos estaban siendo devueltos a su sitio por una especie de mecanismo formado por poleas y cuerdas. Pero aquello difícilmente iba a conseguir mantener a raya al inficio. Esperé verlo atravesar de un momento a otro aquella protección tan endeble y venir a destruirnos.

Pero el inficio no vino. En vez de eso, nos cayó una gruesa red encima y nos envolvieron unas cuerdas de tal manera que apenas pude moverme. Giré la cabeza a un lado y vi que Delph y Harry Segundo se encontraban en la misma situación que yo.

Mientras los tres nos debatíamos por liberarnos, oí que se acercaba algo. Se hizo obvio que Delph también lo oyó, porque guardó silencio de inmediato. Ordené mentalmente a la Elemental que se encogiera sobre sí misma y me la guardé en un bolsillo, y acto seguido me quité el guante y me lo guardé en el otro bolsillo. Luego, estiré el brazo todo lo que pude, agarré a Delph de la mano y, en voz baja y temblorosa, le dije:

—Estate preparado para lo que sea, Delph.

Él asintió con la cabeza.

Los dos nos miramos a los ojos durante largos instantes. Creo que ambos nos dábamos cuenta de que nuestra suerte estaba echada: simplemente éramos dos Wugs de Amargura que intentaban cruzar el traicionero Quag. De pronto resultó una pretensión verdaderamente absurda, en ningún momento habíamos tenido la menor posibilidad de salirnos con la nuestra.

—Lo siento mucho, D-Delph —dije con la voz entrecortada al final.

Cosa sorprendente, Delph respondió sonriendo y frotándome la mano con delicadeza, un gesto que me provocó un escalofrío por la columna vertebral.

—No pasa nada, Vega Jane —me dijo—. Por lo menos... bueno, por lo menos estamos juntos, ¿no?

Afirmé con la cabeza y noté que sin querer esbozaba una débil sonrisa.

—Sí —contesté.

Miré detrás de Delph y vi que en las paredes de la roca había unos soportes con antorchas encendidas. Aquello proporcionaba una iluminación penumbrosa y vaga, y no hizo sino acrecentar mi sensación de pánico y de malos presentimientos. ¿Qué iba a ocurrirnos a continuación?

Al verlo me quedé paralizada.

Varias decenas de pares de ojos me miraban fijamente, a menos de tres metros de distancia. Conforme la vista se me iba adaptando a la tenue luz de las antorchas, descubrí que aquellos ojos correspondían a unas criaturas más bien pequeñas, de rostro serio y feroz y de cuerpo fuerte y endurecido. En cambio, tenían la espalda encorvada y los dedos nudosos y sucios, tal vez a consecuencia de realizar un trabajo duro.

Cuando se aproximaron otro poco más, me llevé otra sorpresa. En los brazos, la cara y el cuello les crecían matas de hierba.

—Esta sí que es buena —oí que mascullaba Delph.

Aquella columna de criaturas se transformó poco a poco en un círculo que acabó por rodearnos. Oí a una de ellas vocear una serie de gruñidos. Cuando la red empezó a elevarse, comprendí que había dado la orden de que así se hiciera.

El peso de las cuerdas disminuyó, de modo que los tres intentamos incorporarnos, pero, rápidas como una flecha, las criaturas sacaron sus armas y nos apuntaron con ellas: espadas, lanzas, hachas y unos cuchillos alargados y de aspecto letal. Como una docena de ellas portaban unos arcos de pequeño tamaño armados con flechas afiladas, ya listos para disparar.

Ahora pudimos ver con claridad a nuestros captores. No solo les crecía la hierba en la cara y en el cuerpo, es que además su cabello también era hierba.

Como nos superaban en número, llegué a la conclusión de que lo mejor sería adoptar una actitud amistosa y directa.

—Hola —saludé—. Soy Vega, y estos son Delph y Harry Segundo. ¿Quiénes sois vosotros?

Todos me miraron con gesto inexpresivo. Tenían la cara redonda y surcada de arrugas, pero los ojos eran saltones y estaban tan enrojecidos que resultaba doloroso verlos. Advertí que iban vestidos con un batiburrillo de ropas sucias: pantalones sujetos por una cuerda áspera, camisas viejas, pañuelos raídos al cuello, chalecos llenos de lamparones, chaquetas gastadas y sombreros abollados. Algunos llevaban una placa de metal colgada sobre el pecho, llena de melladuras. Otros la llevaban en los muslos, sujeta con correas de cuero. Había uno que la lucía a modo de gorro de hierro oxidado.

Retrocedimos unos pasos, porque aquellas criaturas iban avanzando y poco a poco estrechaban considerablemente el círculo que habían formado a nuestro alrededor. Hablaban y gruñían entre sí, y un par de ellas nos pincharon con sus cortas espadas.

—¡Eh! —protesté—. Haced el favor de no tocarnos con esas cosas.

Las criaturas se aproximaron todavía más.

De improviso di un paso al frente. Mi gesto pilló por sorpresa a aquellos seres, porque varios de ellos saltaron hacia atrás. El que había hablado antes volvió a lanzar un gruñido a sus compañeros. Era más alto que los otros y parecía tener un aire de autoridad. Centré mi atención en él y le dije:

—¿Hablas mi idioma? ¿Sabes hablar wugiano?

Y me llevé otra sorpresa, una tan grande que pensé que se me había parado el corazón.

Se acercó despacio y vimos que... en fin... que era igual que nosotros, o sea, igual que un Wugmort de Amargura. Tenía todas las extremidades pertinentes, y en ellas no le crecía la hierba.

—Que me aspen —murmuró Delph, que obviamente lo había visto también.

La criatura, un Wug macho, se detuvo al llegar al borde del círculo. Sus compañeros se habían apartado respetuosamente para dejarle pasar.

—¿Eres un Wug? —le pregunté.

Se encontraba apenas a un par de metros de mí. Era alto y llevaba una capa de color verde, y me fijé en que por debajo le asomaban unos zapatos terminados en punta. Era de edad avanzada, porque tenía el pelo canoso y la barba también. Su rostro estaba muy arrugado y presentaba una palidez extrema, de hecho competía con el color del pelo por ver cuál de los dos era más blanco. De repente se me ocurrió que si vivía allí abajo, jamás le llegaría la luz del sol.

—Ya no —respondió con una voz de tono agudo—. Me marché hace mucho.

A continuación se volvió hacia la criatura que había gruñido anteriormente y empezó a hablarle en un lenguaje rápido y gutural que resultaba imposible de seguir.

Una vez más, mi mente se pobló de pensamientos angustiosos. ¿Estaría aquel individuo poseído por un Foráneo? ¿O sería un Foráneo él mismo? En Amargura nos habían hablado de los Foráneos, unos seres malvados que supuestamente vivían en el Quag. Nos habían advertido de que pretendían invadir Amargura y matarnos a todos. Y eso nos tenía a todos los Wugmorts aterrorizados, porque nos habían dicho que aquellas criaturas podían adoptar una apariencia física como la nuestra y hasta apoderarse de la mente de los Wugmorts y obligarlos a hacer su voluntad.

El macho señaló a su derecha y dijo:

—Venid por aquí, haced el favor.

Con el corazón en un puño, echamos a andar en la dirección que nos indicaban, y las criaturas vinieron detrás.

Pasamos de aquella caverna alta y espaciosa a un túnel pequeño que de todas maneras estaba bien iluminado con antorchas en la pared. Cuando entramos en una amplia cámara de techo alto, toda de piedra, el macho se detuvo con tal brusquedad que casi me choqué de bruces contra él. Por señas, nos indicó a Delph y a mí que pasáramos por delante de él y penetrásemos en la cámara. Harry Segundo nos siguió, obediente. Cuando miré a mi alrededor, se me cortó la respiración.

En todas las paredes, que se elevaban hasta donde alcanzaba la vista, había un montón de nichos pequeños. Y en cada uno de aquellos nichos había una...

Una calavera.

Fue como si hubiera varios centenares de ojos que nos miraban sin poder vernos.

Me volví hacia Delph y descubrí que él también estaba contemplando las paredes. El pobre Harry Segundo empezó a gemir. Todo aquel lugar desprendía un olor a muerte.

El macho se giró de nuevo hacia mí.

—¿Sabes lo que son?

Hice un gesto afirmativo, con el estómago revuelto. ¿Nos habrían llevado allí porque dentro de poco nuestras calaveras estarían haciendo compañía a las otras?

—Cráneos de Wugs —respondí con miedo.

—Obsérvalos más detenidamente —me instó el macho haciendo un gesto con la mano.

Me fijé mejor en la calavera que tenía más cerca, y después en otras muchas más, y me volví otra vez hacia él.

—No son Wugs.

—Son criaturas del Quag —repuso— que pretenden hacernos daño.

Me aproximé a una calavera que reposaba en un nicho cercano. Indudablemente, pertenecía a un frek. Reconocí la mandíbula y los largos colmillos. A su lado había un cráneo de amaroc, lo supe porque había visto uno en Amargura, en casa de Delph.

Me giré de nuevo hacia el macho.

—¿Los habéis matado vosotros?

El macho soltó una risita.

—Personalmente, no.

—Pues entonces, ¿cómo? —quise saber.

El macho me miró de arriba abajo.

—¿Quién eres tú, exactamente?

—Me llamo Vega. Este es Delph. Y el canino se llama Harry Segundo. Somos de Amargura. —El macho no contestó nada—. ¿Llevas mucho tiempo aquí?

—Más que las sesiones que has vivido tú.

—Pues aún hablas bien la lengua de los Wugs —observé.

—Así es —respondió mirándome fijamente.

—¿Cómo se llama este sitio? —le pregunté.

Él paseó la mirada alrededor y respondió:

—Es el Reino de los Catáfilos, por supuesto.

—¿Qué es un cata-cata-cataqué? ¿Y quién es el rey?

—Un catáfilo es el que recoge y guarda huesos. Y, como podéis ver, nosotros encajamos bastante bien en esa descripción. Y en cuanto al rey, aquí lo tenéis. A vuestro servicio.

Y acto seguido efectuó una amplia reverencia.

—¿Tú eres el rey? —pregunté yo con incredulidad.

—El rey Espina —respondió él con aire digno.

—¿Y cómo has pasado de ser un Wugmort a convertirte en rey de este lugar?

—Pues... —dijo el rey abriendo las manos— más que nada, me caí dentro de un agujero, igual que vosotros. —Luego adoptó una expresión soñadora—. Eso de caerse dentro de un agujero tiene muchas cosas buenas. Abre todo un abanico de posibilidades. —Calló unos instantes—. Este reino es oscuro y humilde, pero es mío. Y eso lo convierte en un lugar bueno, justo y lleno de abundancia, y, por encima de todo, lo convierte en mi hogar.

Delph y yo intercambiamos una mirada de preocupación. Yo estaba empezando a pensar que aquel tipo estaba bastante chiflado.

—¿Y quiénes son esos? —pregunté en voz baja, mirando de reojo a aquellas criaturas en las que crecía la hierba.

—Son ekos. Bueno, eso es lo que significa en lengua Wug. Constituyen la forma de vida superior que existe aquí abajo. A excepción de mí mismo, claro está.

—Sé que hay otras criaturas que viven en la superficie del Quag. ¿En cambio tú estás diciendo que aquí abajo existen otras formas de vida?

—Ah, desde luego. En el Quag abundan los seres vivos, de todas clases. Pero venid. Os proporcionaremos un refrigerio y un sitio donde dormir. —Y dio media vuelta.

Yo me quedé allí de pie, con la boca abierta. ¿Un refrigerio y un sitio donde dormir? ¿El Reino de los Catáfilos, había dicho? Yo había imaginado que el Quag sería muchas cosas, pero no aquella. Estaba resultando ser un lugar bastante... en fin, bastante civilizado. Claro que yo todavía estaba en guardia.

—Deberíamos marcharnos, Vega Jane —murmuró Delph.

El rey se volvió de pronto y me miró como si yo acabara de decirle que era un garm disfrazado.

—¿Jane? ¿Ese es tu nombre completo? ¿Vega Jane?

Hice un gesto afirmativo.

—Sí.

—¿Eres familiar de Virgilio Jane?

—Era mi abuelo. ¿Lo conociste?

—Sí, desde luego. ¿Se encuentra bien?

—No. Sufrió un Evento. —Ya sabía que aquello no era verdad, pero no tenía motivos para decírselo al rey.

—¿Un Evento? Vaya, vaya. Y precisamente Virgilio. —Se volvió hacia uno de los pequeños ekos y emitió unos cuantos gruñidos. Varias criaturas salieron disparadas. A continuación se dirigió nuevamente a nosotros—: En cuanto a lo de marcharos esta noche, me temo que va a ser imposible. El Quag es un lugar peligroso incluso durante la luz. De noche no sobreviviríais. Bien, ¿tenéis hambre?

No esperó a que le respondiéramos; echó a andar a paso vivo y atravesó otra caverna excavada en la roca. Nosotros nos apresuramos a seguirle, y los ekos que quedaban vinieron detrás, pegados a nuestros talones.

Me acerqué a Delph y empecé a susurrar:

—No me gusta este tipo. Físicamente parece un Wug, ¿pero cómo puede serlo?

—Coincido contigo —contestó Delph, susurrando también—. Si un Wug se hubiera marchado al Quag, nos habríamos enterado. Como ocurrió con Hermes.

—Podría ser un Foráneo.

Delph me miró fijamente.

—Creía que los Foráneos no existían.

—¿Y quién lo sabe con seguridad? Yo estaba preparada para encontrarme con freks, garms y amarocs, no con un Wug que tiene un reino propio, formado por unos ekos a los que les crece la hierba encima. En el libro del Quag que encontré en la casa de Quentin Hermes no se decía nada de esto.

—Exacto, lo cual quiere decir que no tenemos ni idea de lo que nos espera, Vega Jane, cuando logremos salir de aquí.

«Si es que logramos salir de aquí», pensé yo con profundo desánimo.

Vega_Jane-7.html

TRES. Una comida bestial

TRES

Una comida bestial

El lugar al que nos llevaron era una caverna amplia y de techo bajo que mediría unos doce metros de largo por seis de ancho. Estaba iluminada por unas velas que desprendían humo, alineadas sobre una mesa tallada en roca viva y rodeada de toscas sillas de madera.

Espina indicó los asientos y dijo:

—Por favor, poneos cómodos. La comida llegará enseguida. —Y a continuación se sentó él mismo a la cabecera de la mesa.

Su silla lucía una letra E de gran tamaño grabada en el respaldo. Por tratarse del rey, supuse. Intercambié con Delph una mirada de desprecio. Menudo fantoche.

—¿Cómo es que a los ekos les crece hierba en el cuerpo?

Espina sonrió con un gesto de aprobación.

—Ah, os habéis dado cuenta, ¿verdad?

«Como para no habernos fijado», pensé para mis adentros.

—¿Para qué sirve?

—Los ayuda a hacer lo que hacen —contestó el rey con naturalidad.

De repente se oyó un ruido en la puerta que nos hizo volver la cabeza. Aparecieron cuatro ekos portando una enorme fuente. Cuando se acercaron a la zona iluminada por las velas, vi lo que había en ella: grandes trozos del cuerpo y las patas de alguna bestia, todavía con restos de plumas y de piel. El estómago me dio un vuelco. Pero alrededor de la «carne» había patatas, espárragos, judías, pimientos y cebollas moradas. Y estaba bastante segura de que aquello que me miraba por debajo de un muslo cubierto de pelo era un nabo.

—Caray —suspiró Delph poniendo cara de asco.

Nos colocaron delante unos platos metálicos, unos tenedores y unos cuchillos, también de metal. Uno de los ekos, el alto de antes, sirvió personalmente al rey. Comprendí que nosotros debíamos servirnos solos.

Evitando los trozos de carne, me llené el plato con las verduras y las cubrí con algo que me pareció que eran hojas de albahaca y perejil. Delph hizo lo mismo que yo, aunque le vi arrancar un pedazo de carne que parecía estar bastante bien ahumada. La mano de un eko me puso un vaso de agua junto al plato, lo cual me permitió ver claramente la hierba que le crecía encima. De hecho, llegó a rozarme la mano con ella; la noté dura y puntiaguda.

Bebí un poco de agua, y Delph también. Después, dejé caer un poco de nabo al suelo, para Harry Segundo, y Delph también le dio una tajada de carne de su plato.

—Un canino muy bonito —comentó Espina mientras se afanaba con un trozo de carne que parecía ser un ala y le arrancaba unas cuantas plumas con gesto de naturalidad.

—Gracias. ¿Así que tenéis agua aquí abajo? —No era una pregunta ociosa; necesitábamos agua para sobrevivir a nuestro viaje por el Quag.

—Proviene de un río subterráneo. Tiene bastante buen sabor.

De pronto Delph escupió un bocado de carne correosa que tenía en la boca, al tiempo que murmuraba:

—¿Y por qué rayos no ocurre lo mismo con la comida?

Espina señaló el trozo de carne a medio masticar que sostenía Delph en su enorme mano.

—Eso que tienes ahí es un pedazo de capulina. A mí no es que me guste mucho, pero en la superficie del Quag hay muchas y son bastante fáciles de atrapar.

—¿Una capulina? —repitió Delph—. No me suena de nada.

—Bueno, puede que te suene por su otro nombre: araña.

Con un enorme acceso de tos, Delph expulsó lo que tenía en la boca, que salió despedido y se estrelló contra la pared de enfrente.

Yo miré a Espina, temiendo su reacción. Espina se quedó mirando a Delph durante largos instantes, y después observó el trozo de carne de araña que resbalaba por la pared de su comedor. Cuando se volvió de nuevo hacia nosotros, rompió a reír, y al cabo de unos momentos nosotros hicimos lo mismo.

Cuando todos nos hubimos calmado, Espina se secó los ojos y dijo:

—Maravilloso. Como ya he dicho, a mí nunca me ha gustado mucho la carne de araña. Cuesta masticarla. Y, claro, luego está el problema del veneno. Seguid con el nabo. El noble nabo nunca os llevará por mal camino. El querido nabo nunca os hará ninguna jugarreta.

Continuamos comiendo, esta vez masticando con placer.

—Ha mencionado —dije— que aquí abajo hay otros seres vivos.

—Bueno, están los ekos, naturalmente. Son bastante civilizados. —Se acarició la barba con el dedo índice—. Y luego están los gnomos.

—¿Los gnomos? —repetí. Jamás había oído aquella palabra.

—Sí, sí. Bueno, a veces los llamo los subterráneos, ¿sabéis?, porque excavan por debajo de la roca para sacar las cosas que necesitamos. Tienen unas garras muy afiladas.

—¿Y esas son todas las criaturas que viven aquí abajo? —dije en tono apremiante.

El rey frunció el ceño.

—Bueno, también están las malditas lombrices.

—¿Las lombrices? ¿Qué servicio os prestan?

—¿Qué servicio? —Espina se inclinó hacia delante, y sus facciones se quedaron tan rígidas que daba la impresión de que se había convertido en piedra—. Nos atacan —dijo en voz baja.

—¿Que os atacan?

—Sí —confirmó Espina entornando los ojos—. Quieren matarme.

—¿Pero por qué? —pregunté.

Espina, sin responder, volvió a concentrarse en su plato. Delph y yo intercambiamos una mirada de perplejidad. Decididamente, aquel tipo estaba como una cabra. Sentí que poco a poco se me erizaba el vello de la nuca.

—¿Y cómo son esas lombrices? —preguntó Delph, nervioso.

Espina lo miró con expresión muy seria.

—Son lo que uno jamás quisiera encontrarse en un lugar oscuro, muchacho. Malditos bicharracos... —agregó pronunciando con asco.

—¿Dónde están? —pregunté yo sin respiración—. ¿Por aquí abajo?

—¿Que dónde están? Donde menos te las esperas. —De improviso dio un fuerte golpe en la mesa de piedra con la palma de la mano, tan fuerte que Delph y yo estuvimos a punto de caernos de la silla. A Delph se le derramó un poco de agua sin querer, y Harry Segundo inmediatamente se apresuró a lamerla—. Ahora debéis darme noticias de nuestro querido pueblo de Amargura —dijo acto seguido, al tiempo que tragaba un bocado de comida con ayuda de un sorbo de su vaso. Yo no estaba convencida de que estuviera bebiendo tan solo agua, porque de vez en cuando rellenaba el vaso con ayuda de un frasco de color plata que tenía a un lado—. Por ejemplo, ¿quién es actualmente el jefe del Consejo?

—Thansius.

—Me alegro por él. Bien hecho, Thansius.

—¿Así que le has conocido? —pregunté.

—Sí. También era buen amigo de V

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos