La dama de las camelias

Fragmento

Creditos

Título original: La Dame aux camélias

Traducción: Nuria González Esteban

1.ª edición: octubre, 2016

© Ediciones B, S. A., 2016

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

Diseño de portada e interior: Donagh I Matulich

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-554-8

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Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

 

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Capítulo XVI

Capítulo XVII

Capítulo XVIII

Capítulo XIX

Capítulo XX

Capítulo XXI

Capítulo XXII

Capítulo XXIII

Capítulo XXIV

Capítulo XXV

Capítulo XXVI

Capítulo XXVII

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Capítulo I

En mi opinión, no se pueden crear personajes sino después de haber estudiado mucho a los hombres, del mismo modo que no se puede hablar una lengua sino se la ha aprendido seriamente.

Como todavía no he llegado a la edad de inventar, me limito a relatar.

Le pido, entonces, al lector que se convenza de la realidad de esta historia, cuyos personajes, a excepción de la heroína, todavía viven.

Por otra parte, hay en París testigos de la mayor parte de los hechos que aquí recojo, y que podrían confirmarlos, si mi testimonio no bastara. Por una circunstancia particular solo yo podía escribirlos, porque solo yo fui el confidente de los últimos detalles, sin los cuales hubiera sido imposible hacer un relato interesante y completo.

Pues bien, veamos cómo llegaron a mi conocimiento esos detalles.

El 12 de marzo de 1847 vi en la calle Lafitte un gran cartel amarillo en que se anunciaba la subasta de unos muebles y otros curiosos objetos de valor. Dicha subasta tenía lugar tras un fallecimiento. En el cartel no figuraba el nombre de la persona muerta, pero la subasta iba a llevarse a cabo en la calle Antin, número 9, el día 16, de doce a cinco de la tarde.

El cartel indicaba, además, que el 13 y el 14 se podía ir a ver el piso y los muebles.

Siempre he sido aficionado a las curiosidades. Me prometí no perderme aquella ocasión, ya que no de comprar, por lo menos de ver.

Al día siguiente me dirigí a la calle Antin, número 9. Era temprano y, sin embargo, ya había gente en el piso: hombres e incluso mujeres, que, aunque vestidas de terciopelo, envueltas en cachemira y con elegantes cupés esperándolas en la puerta, miraban con asombro y hasta con admiración el lujo que se ostentaba ante sus ojos.

Más tarde comprendí aquella admiración y aquel asombro, ya que, al ponerme a observar yo también, advertí sin dificultad que estaba en la casa de una cortesana. Y si hay algo que las mujeres de mundo desean ver —y allí había mujeres de mundo— es el interior de las casas de esas mujeres, cuyos carruajes salpican los suyos a diario; que tienen, como ellas y a su lado, un palco en la Ópera y en los Italianos, y que ostentan en París la insolente opulencia de su belleza, de sus joyas y de sus escándalos.

Aquella en cuya casa me encontraba había muerto: las mujeres más virtuosas podían, entonces, entrar hasta en su dormitorio. La muerte había purificado el aire de aquella espléndida cloaca, y además siempre tenían la excusa, si la hubieran necesitado, de que iban a una subasta sin saber a casa de quién iban. Habían leído los carteles, querían ver lo que los carteles prometían y elegir por anticipado: nada más sencillo. Lo que no les impedía buscar, en medio de todas aquellas maravillas, las huellas de su vida de mantenida, de la que sin duda les habían referido relatos muy extraños.

Por desgracia, los misterios habían muerto con la diosa y, pese a toda su buena voluntad, aquellas damas no lograron sorprender más que lo que estaba en venta después del fallecimiento, y nada de lo que se vendía en vida de la inquilina.

Por lo demás, no faltaban cosas que comprar. El mobiliario era soberbio. Muebles de palo de rosa y de Boule, jarrones de Sèvres y de China, estatuillas de Sajonia, raso, terciopelo y encaje, nada faltaba allí.

Me paseé por la casa y seguí a las nobles curiosas que me habían precedido. Entraron en una habitación tapizada de tela persa, a la que iba a entrar yo también, cuando salieron casi al instante, sonriendo y como si les diera vergüenza aquella nueva curiosidad. Por ello deseaba yo más vivamente penetrar en aquella habitación. Era el cuarto de baño, revestido de los más minuciosos detalles, en los que parecía haberse desarrollado al máximo la prodigalidad de la muerte.

Encima de una mesa grande adosada a la pared, una mesa de seis pies de largo por tres de ancho, brillaban todos los tesoros de Aucoc y de Odiot. Era aquella una magnífica colección, y ni uno solo de esos mil objetos tan necesarios para el cuidado de una mujer como aquella en cuya casa nos hallábamos, estaba hecho de otro metal que no fuera oro o plata. Sin embargo, una colección como aquella solo podía haberse formado poco a poco, y no era el mismo amor el que la había completado.

Como a mí no me asustaba ver el cuarto de baño de una cortesana, me distraía examinando los detalles, cualesquiera que fuesen, y me di cuenta de que todos aquellos utensilios, magníficamente cincelados, llevaban iniciales distintas y adornos diferentes.

Iba mirando todas aquellas cosas, cada una de las cuales se me representaba como una prostitución de la pobre chica, y me decía que Dios había sido piadoso con ella, porque no había permitido que llegara a sufrir el castigo más vulgar, y la había dejado morir en medio de su lujo y su belleza, antes de la vejez, esa primera muerte de las mujeres de vida alegre.

Porque, ¿hay espectáculo más triste que la vejez del vicio, sobre todo en la mujer? No encierra dignidad alguna ni inspira ningún interés. Ese eterno arrepentimiento, no ya del mal camino seguido, sino de los cálculos mal hechos y del dinero mal empleado, es una de las cosas más tristes que se pueden oír. Conocí una antigua mujer galante, a quien ya no le quedaba de su pasado más que una hija casi tan hermosa, según sus contemporáneos, como había sido la madre. Aquella pobre niña, a quien su madre nunca le había dicho «eres mi hija» más que para ordenarle que sustentara su vejez como ella había sustentado su infancia, aquella pobre criatura se llamaba Louise y, obedeciendo a su madre, se entregaba sin voluntad, sin pasión, sin placer, como hubiera trabajado en un oficio, si hubiesen pensado en enseñárselo.

El espectáculo continuo del desenfreno, un desenfreno precoz, alimentado por el constante estado enfermizo de la muchacha, apagó en ella el discernimiento del bien y del mal, que tal vez Dios le había concedido, pero que a nadie se le ocurrió desarrollar.

Nunca olvidaré a aquella muchachita, que pasaba por los bulevares casi todos los días a la misma hora. Su madre la acompañaba siempre, tan asiduamente como una verdadera madre hubiera acompañado a su verdadera hija. Yo era muy joven entonces, y estaba dispuesto a aceptar la fácil moral de mi siglo. Recuerdo, sin embargo, que el espectáculo de aquella vigilancia escandalosa me inspiraba desprecio y rechazo.

Sumemos a ello que nunca un rostro de virgen dio tal sensación de inocencia, tal expresión de sufrimiento melancólico.

Parecía una imagen de la Resignación.

Un día el rostro de la muchacha se iluminó. En medio del desenfreno programado por su madre, le pareció a la pecadora que Dios le otorgaba una satisfacción. Y, al fin y al cabo, ¿por qué Dios, que la había creado sin fortaleza, iba a dejarla sin consuelo bajo el peso doloroso de su vida? Un día, entonces, se dio cuenta de que estaba embarazada, y lo que de casto había aún en ella se estremeció de gozo. El alma tiene extraños refugios. Louise corrió a anunciarle a su madre la noticia que tan feliz la hacía. Da vergüenza decirlo, aunque no estamos hablando aquí de la inmoralidad por gusto: estamos contando un hecho real, que tal vez haríamos mejor en callar, si no creyéramos que de cuando en cuando es preciso revelar los martirios de esos seres a quienes se condena sin oír y se desprecia sin juzgar; da vergüenza, decimos, pero la madre le respondió a la hija que ya no les sobraba nada para dos y que no tendrían bastante para tres; que esos hijos son inútiles y que un embarazo es una pérdida de tiempo.

Al día siguiente, una comadrona, a quien designaremos solo como la amiga de la madre, fue a ver a Louise, que se quedó unos días en la cama, y volvió a levantarse más débil y más pálida que antes.

Tres meses después un hombre se compadeció de ella y emprendió su curación moral y física; pero la última sacudida había sido excesivamente violenta, y Louise murió a consecuencia del aborto.

La madre vive todavía: ¿cómo? ¡Sabe Dios!

Esta historia me vino a la memoria mientras contemplaba los estuches de plata y, al parecer, en estas reflexiones debió de pasar cierto tiempo, pues ya no quedábamos en la casa más que yo y un vigilante, que desde la puerta observaba con atención que no me llevara nada.

Me acerqué a aquel hombre, a quien tan graves recelos inspiraba.

—¿Podría decirme —le dije— el nombre de la persona que vivía aquí?

—La señorita Marguerite Gautier.

Conocía a esa joven de nombre y de vista.

—¡Cómo! —dije al vigilante—. ¿Ha muerto Marguerite Gautier?

—Sí, señor.

—¿Y cuándo ha sido?

—Creo que hace tres semanas…

—¿Y por qué permiten visitar el piso?

—Los acreedores han pensado que así subiría la subasta. La gente puede ver de antemano el efecto que hacen los tejidos y los muebles. Eso anima a comprar, ¿comprende?

—¿Ah, tenía deudas?

—¡Oh, sí, señor! Y no pocas.

—Pero seguramente la subasta las cubrirá, ¿no?

—Y sobrará.

—¿Entonces quién se llevará el resto?

—Su familia.

—¿Ah, tiene familia?

—Eso parece.

—Muchas gracias.

El vigilante, tranquilo ya respecto de mis intenciones, me saludó y salí.

«¡Pobre chica! —pensaba mientras volvía a mi casa—. No ha debido de morir muy alegremente, pues en su mundo no hay amigos más que cuando uno está bien.»

Y, sin querer, no podía menos de compadecerme de la suerte de Marguerite Gautier.

Quizá le parezca ridículo a mucha gente, pero siento una indulgencia inagotable por las cortesanas, y no pienso tomarme la molestia de andar dando explicaciones sobre tal indulgencia.

Un día, cuando iba a recoger un pasaporte a la comisaría, vi cómo, en una de las calles adyacentes, dos gendarmes se llevaban a una chica. Ignoro lo que había hecho: lo único que puedo decir es que lloraba a lágrima viva, mientras abrazaba a un niño de pocos meses, de quien su detención la separaba. Desde aquel día ya no he podido despreciar a una mujer a simple vista.

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Capítulo II

La subasta estaba fijada para el día 16.

Habían dejado un día de intervalo entre las visitas y la subasta, para que los tapiceros tuvieran tiempo de retirar cortinados, visillos, etc.

Por aquella época yo regresaba de viaje. Era bastante normal que no me hubieran anunciado la muerte de Marguerite como una de esas grandes noticias que los amigos anuncian siempre al que vuelve a la capital de las noticias. Marguerite era bonita, pero, así como la tan solicitada vida de esas mujeres hace ruido, su muerte no hace tanto. Son de esos soles que se ponen como salen, sin brillo. Su muerte, cuando mueren jóvenes, llega a conocimiento de todos sus amantes al mismo tiempo, pues en París casi todos los amantes de una chica de estas se cuentan todo. Intercambian algunos recuerdos con respecto a ella, y la vida de los unos y de los otros sigue sin que tal incidente la empañe ni siquiera con una lágrima.

Hoy, cuando uno tiene veinticinco años, las lágrimas se han convertido en una cosa tan rara, que no se pueden regalar a la primera advenediza. No es poco, ya que los padres que pagan por ser llorados lo son en proporción al precio que se han puesto.

Por lo que a mí respecta, aunque mis iniciales no se hallaran en ninguno de los objetos de tocador de Marguerite, esa indulgencia instintiva, esa piedad natural que acabo de confesar hace un momento me hacían pensar en su muerte más tiempo de lo que tal vez se merecía.

Recordaba haber visto a Marguerite con mucha frecuencia en los Campos Elíseos, donde ella iba con frecuencia, a diario, en un pequeño cupé azul tirado por dos magníficos caballos bayos, y había notado en ella una distinción poco común en sus semejantes, distinción que realzaba aún más una belleza realmente excepcional.

Cuando salen, estas desgraciadas criaturas siempre van acompañadas, vaya uno a saber de quién.

Como ningún hombre consiente que se publique el amor nocturno que siente por ellas, como ellas tienen horror a la soledad, llevan consigo o bien a aquellas que, menos afortunadas, no tienen coche, o bien a alguna de esas viejas elegantes cuya elegancia carece de motivos, y a quienes puede uno dirigirse sin temor, cuando quiere saber cualquier tipo de detalles acerca de la mujer que acompañan.

No ocurría así con Marguerite. Llegaba a los Campos Elíseos siempre sola en su coche, donde intentaba pasar lo más desapercibida posible, cubierta con un gran chal de cachemira en invierno, y con vestidos muy sencillos en verano; y, aunque en su paseo favorito se encontrara con mucha gente conocida, cuando por casualidad les sonreía, su sonrisa solo era visible para ellos; una duquesa hubiera podido sonreír así.

No se paseaba desde la glorieta a los Campos Elíseos, como lo hacen y lo hacían todas sus compañeras. Sus dos caballos la llevaban rápidamente al Bosque. Allí bajaba del coche, caminaba durante una hora, volvía a subir a su cupé y regresaba a su casa al trote de sus caballos.

Todas aquellas circunstancias, de las que yo había sido testigo algunas veces, desfilaban ante mí, y me dolía la muerte de aquella chica, como duele la destrucción total de una hermosa obra.

Y es que era imposible ver una belleza más encantadora que la de Marguerite.

Alta y delgada hasta la exageración, poseía en gran medida el arte de hacer desaparecer aquel descuido de la naturaleza con el simple esmero en lo que se ponía. Su chal de cachemira, que le llegaba hasta el suelo, dejaba escapar por ambos lados los anchos volados de un vestido de seda; y el grueso manguito que ocultaba sus manos, y que ella apoyaba contra su pecho, estaba rodeado de pliegues tan hábilmente dispuestos, que ni el ojo más exigente tenía nada que objetar al contorno de las líneas.

La cabeza, una maravilla, era objeto de una particular coquetería. Era muy pequeña, y su madre, como diría Musset, parecía haberla hecho así para trabajarla con delicadeza.

En un óvalo de una gracia indescriptible, coloquen dos ojos negros coronados por cejas de un arco tan puro, que parecía pintado; velen esos ojos con largas pestañas que, al bajar, proyecten sombra sobre la tez rosada de las mejillas; tracen una nariz fina, recta, graciosa, con ventanillas un poco abiertas por una ardiente aspiración hacia la vida sensual; dibujen una boca regular, cuyos labios se abran con gracia sobre unos dientes blancos como la leche; coloreen la piel con ese suave terciopelo que cubre los duraznos no tocados aún por mano alguna, y tendrán el conjunto de aquella cabeza encantadora.

Los cabellos, negros como el azabache, natural o artificialmente ondulados, se abrían sobre la frente en dos anchas franjas y se perdían detrás de la cabeza, dejando ver una parte de las orejas, en las que brillaban dos diamantes de un valor de cuatro a cinco mil francos cada uno.

Cómo la ardiente vida de Marguerite permitía que su rostro conservase la expresión virginal, incluso infantil, que lo caracterizaba, es algo que nos vemos obligados a constatar sin comprenderlo.

Marguerite tenía un maravilloso retrato suyo hecho por Vidal, el único hombre cuyo lápiz era capaz de reproducirla. Después de su muerte, tuve unos días a mi disposición aquel retrato, y era de un parecido tan asombroso, que me ha servido para ofrecer las descripciones a las que quizá no hubiera alcanzado mi memoria.

Algunos detalles de este capítulo no llegaron a mi conocimiento hasta más tarde, pero los escribo ahora mismo, para no tener que volver sobre ellos cuando comience la historia anecdótica de esta mujer.

Marguerite asistía a todos los estrenos y pasaba todas las noches en algún espectáculo o en el baile. Siempre que se representaba una obra nueva era seguro verla allí, con tres cosas que no la abandonaban jamás y que ocupaban siempre el antepecho de su palco de platea: sus gemelos, una bolsa de bombones y un ramo de camelias.

Durante veinticinco días del mes las camelias eran blancas, y durante cinco, rojas; nunca se supo la razón de aquella variedad de colores, que indico sin poder explicar y que los habitués de los teatros adonde ella iba con más frecuencia, lo mismo que sus amigos, habían notado como yo.

Nunca habíamos visto a Marguerite con otras flores que no fueran camelias. Tanto es así, que en casa de la señora Barjon, su florista, acabaron por llamarla la Dama de las Camelias, y ese sobrenombre le quedó.

Yo sabía, además, como todos los que se mueven en ciertos ambientes de París, que Marguerite había sido la querida de los jóvenes más elegantes, que lo decía abiertamente, y que ellos mismos se vanagloriaban de ello, lo que demostraba que amantes y querida estaban contentos unos con otros.

Sin embargo, desde hacía unos tres años, y a raíz de un viaje a Bagnères, se decía que no vivía más que con un viejo duque extranjero, enormemente rico, que había intentado apartarla lo más posible de su vida pasada, a lo que por lo demás ella parecía haber accedido de buen grado.

Al respecto me contaron lo siguiente:

En la primavera de 1842 Marguerite estaba tan débil, tan cambiada, que los médicos le dijeron que fuera a un balneario, y salió hacia Bagnères.

Allí, entre los enfermos, se encontraba la hija del duque, la cual tenía no solo la misma enfermedad, sino hasta el mismo rostro de Marguerite, a tal punto que se las habría podido tomar por hermanas. Solo que la joven duquesa estaba en el tercer grado de la tisis y, pocos días después de la llegada de Marguerite, sucumbía.

Una mañana, el duque, que seguía en Bagnères como sigue uno en el suelo donde ha sepultado una parte de su corazón, divisó a Marguerite al dar la vuelta a una alameda.

Le pareció ver pasar la sombra de su hija y, dirigiéndose hacia ella, le tomó las manos, la besó llorando y, sin preguntarle quién era, le imploró permiso para verla y amar en ella la imagen viva de su hija muerta.

Marguerite, sola en Bagnères con su doncella, y por otra parte sin temor alguno de comprometerse, concedió al duque lo que le pedía.

En Bagnères había personas que la conocían, y fueron oficialmente a advertirle al duque sobre la verdadera condición de la señorita Gautier. Fue un golpe para el anciano, ya que ahí acababa el parecido con su hija, pero era un poco tarde. La joven se había convertido en una necesidad para su corazón y en el único pretexto, la única excusa para seguir viviendo.

No le hizo ningún reproche —tampoco tenía derecho a hacérselo—, pero le preguntó si se sentía capaz de cambiar de vida, ofreciéndole todas las compensaciones que pudiera desear a cambio de ese sacrificio. Ella se lo prometió.

Hay que decir que por aquella época Marguerite, aunque entusiasta por naturaleza, estaba enferma. El pasado se le presentaba como una de las causas principales de su enfermedad, y una especie de superstición la hizo confiar en que Dios le dejaría la belleza y la salud a cambio de su arrepentimiento y conversión.

Y efectivamente, cuando llegó el final del verano, las aguas, los paseos, el cansancio natural y el sueño casi la habían restablecido.

El duque acompañó a Marguerite a París, donde siguió viéndola como en Bagnères.

Aquella relación, cuyo auténtico origen y motivo se desconocía, causó aquí gran sensación, pues el duque, ya conocido por su gran fortuna, se daba a conocer ahora por su despilfarro.

Se atribuyó al libertinaje, frecuente entre los viejos ricos, aquel acercamiento del viejo duque a la joven. Hubo toda clase de suposiciones, excepto la verdadera.

Sin embargo, los sentimientos que aquel padre experimentaba por Marguerite tenían una causa tan casta, que cualquier otra relación que no fuera de corazón le habría parecido un incesto, y jamás le había dicho una palabra que su hija no hubiera podido oír.

Lejos de nosotros el pensamiento de hacer de nuestra heroína otra cosa distinta de lo que era. Así, diremos que, mientras estuvo en Bagnères, la promesa que le había hecho al duque no era difícil de cumplir y la cumplió; pero, una vez en París, a aquella joven acostumbrada a la vida libertina, a los bailes, incluso a las orgías, le pareció que su soledad, perturbada únicamente por las visitas diarias del duque, la haría morir de aburrimiento, y el soplo ardiente de su vida anterior pasaba a la vez por su cabeza y por su corazón.

Sumemos a ello que Marguerite había vuelto de aquel viaje más hermosa que nunca, que tenía veinte años y que la enfermedad, adormecida, pero no vencida, seguía despertando en ella esos deseos febriles que casi siempre suelen ser resultado de las afecciones de pecho.

De manera que el duque sintió un gran dolor el día en que sus amigos —que estaban al acecho, sin cesar, con ganas de descubrir un escándalo de parte de la joven, con la que, decían, estaba comprometiéndose— fueron a decirle y demostrarle que, en cuanto estaba segura de que él no iría a verla, ella recibía visitas, y que esas visitas se prolongaban con frecuencia hasta la mañana siguiente.

Interrogada al respecto, Marguerite le confesó todo al duque, aconsejándole, sin segundas intenciones, que dejara de ocuparse de ella, porque no se sentía con fuerzas para mantener los compromisos adquiridos y no quería seguir recibiendo más tiempo los beneficios de un hombre a quien estaba engañando.

El duque estuvo ocho días sin aparecer —eso fue todo lo que pudo hacer— y al octavo día fue a suplicar a Marguerite que volviera a admitirlo, prometiéndole aceptarla como era, con tal de verla, y jurándole que moriría antes que hacerle un solo reproche.

Así estaban las cosas tres meses después del regreso de Marguerite, es decir, en noviembre o diciembre de 1842.

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La obra cumbre de Alejandro Dumas, hijo (1824-1895). <br> <a href="https://www.penguinlibros.com/mx/tematicas/17507-ebook-la-dama-de-las-camelias-9788490695548" target="_blank" style="font-weight:800;color: #FF5A00;"> Ver mas <i class="fa fa-chevron-right text-sm" style="font-size: clamp(10px,1vw,12px);"></i> <i class="fa fa-chevron-right text-sm" style="font-size: clamp(10px,1vw,12px);margin-left: -5px;"></i> </a> </div> <!-- Precio y selector de formato --> <div class="col-12 formatos align-items-center justify-content-between" id="formDataWidget" style="margin-top:10px;"> <div class="product-formatos" style="width:100%"> <span class="formatosDisponibles h5">Formatos disponibles</span> <form autocomplete="off"> <div class="row"> <div class="col-md-12 d-flex formatosYprecios"> <input autocomplete="false" name="hidden" type="text" style="display:none;"> <select class="product-selector selectorFormato" onchange="location = this.value;" style="background-position: calc(100% - 13px) calc(1em + 4px),calc(100% - 8px) calc(1em + 4px),100% 0; -webkit-appearance: none;"> <option value="//www.penguinlibros.com/mx/tematicas/17507-ebook-la-dama-de-las-camelias-9788490695548" selected> eBook - $109.00 </option> </select> <div class="product_p_price_container contenedorPrecios"> <div class="product-prices preciosContenedor"> </div> </div> </div> </div> </form> </div> </div> </div> </div> <!-- Enlaces --> <div class="col-md-4" style="padding-left:15px!important;"> <div class="d-flex flex-column widget-recomendado-compra w-100 p-lg-2 p-3 mt-3" style=""> <div class="d-flex flex-column tiendas"> <h5 class="mb-4 mx-2 mx-sm-0">Opciones de compra</h5> <div> </div> <form action="https://www.penguinlibros.com/mx/carrito" method="post" id="add-to-cart-or-refresh"> <input type="hidden" name="token" value="5253bc955d06b99b1611837cd6ff7e04"> <input type="hidden" name="id_product" value="17507" id="product_page_product_id"> <input type="hidden" name="id_customization" value="0" id="product_customization_id"> <div class="BotonCompra d-none d-lg-block"> <div class="product-add-to-cart pt-3"> <div class="row extra-small-gutters product-quantity"> <div class="col col-12"> <div class="add"> </div> </div> </div> </div> </div> </form> <!-- Boton Compra Movil --> <form action="https://www.penguinlibros.com/mx/carrito" method="post" id="add-to-cart-or-refresh"> <input type="hidden" name="token" value="5253bc955d06b99b1611837cd6ff7e04"> <input type="hidden" name="id_product" value="17507" id="product_page_product_id"> <input type="hidden" name="id_customization" value="0" id="product_customization_id"> <div class="BotonCompra d-lg-none col-12 mx-auto" style="padding-top:10px!important;"> <div class="product-add-to-cart pt-3"> <div class="row extra-small-gutters product-quantity"> <div class="col col-12"> <div class="add"> </div> </div> </div> </div> </div> </form> </div> </div> </div> </div> </div> </div> <div class="clearfix"></div> </div> </div> </footer> </main> <script type="text/javascript" src="https://www.penguinlibros.com/mx/themes/megustaleer/assets/cache/bottom-365928479.js" data-cookieconsent="ignore" ></script> <script type="text/javascript" src="https://assets.motive.co/front-loader/prestashop/v1.js" data-cookieconsent="ignore" ></script> <div id="iqitwishlist-modal" class="modal fade" tabindex="-1" role="dialog" aria-hidden="true"> <div class="modal-dialog"> <div class="modal-content"> <div class="modal-header"> <span class="modal-title">You need to login or create account</span> <button type="button" class="close" data-dismiss="modal" aria-label="Close"> <span aria-hidden="true">×</span> </button> </div> <div class="modal-body"> <section class="login-form"> <p> Save products on your wishlist to buy them later or share with your friends.</p> <div class="login-form-custom-header"> <img class="logo img-fluid" loading="lazy" src="https://www.penguinlibros.com/mx/img/penguinlibros-mx-logo-163361271115.jpg" alt="PenguinLibros"> <p class="title-authentication">Accede a tu cuenta</p> <div class="login-form-social-links-wrapper"> <span id="social-links-text">Acceso rápido con:</span> <div class="login-form-social-links"> <span onclick='document.getElementsByClassName("btn-connect btn-block-connect btn-social btn-google")[0].click();' id="signin-google" class="link_container_login fa fa-bt-" style="margin: 0;"><i class="fa-brands fa-google"></i></span> <span onclick='document.getElementsByClassName("btn-connect btn-block-connect btn-social btn-facebook")[0].click();' id="signin-fb" class="link_container_login fa fa-bt-"><i class="fa-brands fa-facebook-f"></i></span> <!--<span class="link_container_login fa fa-bt-"><i class="fa-brands fa-google"></i></span>--> </div> <span id="social-links-text_after">O bien</span><hr> </div> </div> <form id="login-form" action="index.php?controller=authentication&back=my-account" method="post"> <section class="row"> <input type="hidden" name="back" value=""> <div class="form-group align-items-center "> <label class="col-md-2 col-form-label required"> Correo electrónico </label> <div class="col-md-8"> <input class="form-control" name="email" type="email" value="" required > </div> <div class="col-md-2 form-control-comment"> </div> </div> <div class="form-group align-items-center "> <label class="col-md-2 col-form-label required"> Contraseña </label> <div class="col-md-8"> <div class="input-group js-parent-focus"> <input class="form-control js-child-focus js-visible-password" name="password" title="Al menos 5 caracteres" autocomplete="new-password" type="password" value="" pattern=".{5,}" required > <span class="input-group-append"> <button class="btn btn-outline-secondary" type="button" data-action="show-password" > <i class="fa fa-eye-slash" aria-hidden="true"></i> </button> </span> </div> </div> <div class="col-md-2 form-control-comment"> </div> </div> <div class="form-group align-items-center "> <label class="col-md-2 col-form-label"> </label> <div class="col-md-8"> <span class="custom-checkbox"> <input name="remember" id="ff_remember" type="checkbox" value="1" > <span><i class="fa fa-check rtl-no-flip checkbox-checked" aria-hidden="true"></i></span> <label for="ff_remember">Recuérdame</label > </span> </div> <div class="col-md-2 form-control-comment"> </div> </div> <div class="forgot-password col-md-12"> <a href="https://www.penguinlibros.com/mx/recuperar-contrasena" rel="nofollow"> ¿Olvidaste tu contraseña? </a> </div> </section> <footer class="form-footer text-center clearfix"> <input type="hidden" name="submitLogin" value="1"> <button id="submit-login" class="loginPresta btn btn-primary form-control-submit" data-link-action="sign-in" type="submit"> INICIAR SESIÓN </button> </footer> </form> <div id="login_create-account-link-wrapper" class="col-md-8"> <span id="social-links-text_register">¿Aún no tienes cuenta?</span> <a href="https://www.penguinlibros.com/mx/iniciar-sesion?create_account=1"> <button id="create_account" class="btn btn-primary" data-link-action="sign-in">Crear cuenta</button> </a> <ul> <li><i class="fa fa-heart-o not-added" aria-hidden="true"></i>Añade tus favoritos a tu lista de deseos</li> <li><svg style="fill: #FF5A00;" xmlns="http://www.w3.org/2000/svg" height="24" viewBox="0 -960 960 960" width="24"><path d="M270-80q-45 0-77.5-30.5T160-186v-558q0-38 23.5-68t61.5-38l395-78v640l-379 76q-9 2-15 9.5t-6 16.5q0 11 9 18.5t21 7.5h450v-640h80v720H270Zm90-233 200-39v-478l-200 39v478Zm-80 16v-478l-15 3q-11 2-18 9.5t-7 18.5v457q5-2 10.5-3.5T261-293l19-4Zm-40-472v482-482Z"></path></svg></i> Gestiona tus pedidos y accede a tu biblioteca</li> <li><svg fill="#000000" version="1.1" id="Capa_1" xmlns="http://www.w3.org/2000/svg" xmlns:xlink="http://www.w3.org/1999/xlink" viewBox="0 0 60.062 60.062" xml:space="preserve"><svg xmlns="http://www.w3.org/2000/svg" viewBox="0 0 512 512"><path d="M16.1 260.2c-22.6 12.9-20.5 47.3 3.6 57.3L160 376V479.3c0 18.1 14.6 32.7 32.7 32.7c9.7 0 18.9-4.3 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rcTagManagerLib.isCheckout = isCheckout; rcTagManagerLib.compliantModuleName = compliantModuleName; rcTagManagerLib.skipCartStep = skipCartStep; // list names rcTagManagerLib.lists = {"default":"Fragmento","filter":"filtered_results"}; // Google remarketing - page type rcTagManagerLib.ecommPageType = 'other'; // get products list to cache rcTagManagerLib.productsListCache = []; // Listing products /////////////////////////////////////////////// if (!disableInternalTracking) { // Initialize all user events when DOM ready document.addEventListener('DOMContentLoaded', initGtmEvents, false); window.addEventListener('pageshow', fireEventsOnPageShow, false); } function initGtmEvents() { // Events binded on all pages // Events binded to document.body to avoid firefox fire events on right/central click document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventClickPromotionItem, false); //Botones Newsletters var btnNewsletter = document.querySelectorAll('.modalSubscriptionForm'); btnNewsletter.forEach((btn) => btn.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventClickNewsletter, false)); //Botones Menu var Menu = document.getElementById("iqitmegamenu-horizontal"); Menu.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventNavegacionMenu, false); //Menu Movil var MenuMovil = document.getElementById("iqitmegamenu-mobile"); MenuMovil.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventNavegacionMenuMovil, false) if (rcTagManagerLib.trackingFeatures.goals.socialAction) { // bind event on like/follow action rcTagManagerLib.eventSocialFollow(); } //////////////////////// // ALL PAGES EXCEPT CHECKOUT OR ORDER if (!isCheckout && !isOrder) { // bind prestashop events with tracking events prestashop.on( 'updateCart', function (event) { rcTagManagerLib.eventAddCartProduct(event); rcTagManagerLib.eventCartUpdate(event); } ); prestashop.on( 'clickQuickView', function (event) { rcTagManagerLib.eventProductView(event) } ); prestashop.on( 'updatedProduct', function (event) { rcTagManagerLib.eventProductView(event) } ); prestashop.on( 'clickIqitWishlistAdd', function (event) { rcTagManagerLib.eventWishlistProduct() } ); // init first scroll action for those products all ready visible on screen setTimeout(()=>{ rcTagManagerLib.eventScrollList(); // bind event to scroll window.addEventListener('scroll', rcTagManagerLib.eventScrollList.bind(rcTagManagerLib), false); },3000); // init Event Listeners document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventClickProductList, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventGetAddCartQuantity, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartQuantityDelete, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventLogin, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventLogout, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCreateAccount, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventNewsletter, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventUpdateAccount, false); //Sliders setTimeout(()=>{ let Sliders = document.body.querySelectorAll(".slick-slider"); Sliders.forEach((slider)=>{ slider.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventClickCarousel,false); slider.addEventListener('touchstart', rcTagManagerLib.eventTouchStartCarousel,false); slider.addEventListener('touchmove', rcTagManagerLib.eventTouchMoveCarousel,false); slider.addEventListener('touchend', rcTagManagerLib.eventTouchEndCarousel,false); }), 2000 }) if (rcTagManagerLib.trackingFeatures.goals.socialAction) { // bind event to allow track social action on document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventSocialShareProductView, false); } //////////////////////// // SEARCH PAGE if (controllerName === 'search') { rcTagManagerLib.eventSearchResult(); } //////////////////////// // PRODUCT PAGE if (controllerName === 'product') { // send product detail view rcTagManagerLib.eventProductView(); rcTagManagerLib.eventProductPreview(); rcTagManagerLib.eventProductReview(); //Nuevos DataLayer Ficha Producto var btnCompraDirecta = document.querySelector('.add-to-cart.direct'), btnCambioIdioma = document.querySelector('.link_relacionado_manuscrito'), tags = document.querySelectorAll('.tag_lvl2'), descripcion = document.getElementById('product-descripcion'), detalles = document.getElementById('product-details-tab-nav'), btnVerAutor = document.querySelectorAll("#author-follow"), btnResena = document.querySelector(".boton-review"); if(btnCambioIdioma != null) btnCambioIdioma.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCambioIdioma,false); if(btnCompraDirecta != null) btnCompraDirecta.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCompraDirecta,false); tags.forEach((tag)=> tag.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventBotonTematicas, false)); btnVerAutor.forEach((btn)=> btn.addEventListener('click', rcTagManagerLib.onVerAutor, false)); descripcion.addEventListener('click', rcTagManagerLib.onVerDescripcion, false); detalles.addEventListener('click', rcTagManagerLib.onVerDetalles, false); btnResena.addEventListener('click', rcTagManagerLib.onClickResena, false); } ////////////////////// //BLOGS if (controllerName == 'single'){ let linkFicha = document.getElementsByClassName('linkFicha'); if(linkFicha !== null){ //Convertimos la Html List a Array let enlaces = [...linkFicha]; enlaces.forEach((lf) => lf.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventLinkFicha, false)); } } } //////////////////////// // CHECKOUT PROCESS if (isCheckout) { // SUMMARY CART if (controllerName === 'cart') { // events on summary Cart document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartQuantityDelete, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartQuantityUp, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartQuantityDown, false); } //////////////////////// // CHECKOUT if (compliantModuleName === 'default' && controllerName === 'order') { // Events on Checkout Process document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventPrestashopCheckout, false); } else if ( compliantModuleName === 'supercheckout' && controllerName === compliantModules[compliantModuleName] ) { // Compatible with super-checkout by Knowband document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventOpcSuperCheckout, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartOpcSuperCheckout, false); } else if ( compliantModuleName === 'onepagecheckoutps' && controllerName === compliantModules[compliantModuleName] ) { // compatible with OPC by PrestaTeamShop document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventOpcPrestaTeam, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartOpcPrestaTeam, false); } else if ( compliantModuleName === 'thecheckout' && controllerName === compliantModules[compliantModuleName] ) { // Compatible with thecheckout by Zelarg document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventOpcTheCheckout, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartOpcTheCheckout, false); } else if ( compliantModuleName === 'steasycheckout' && controllerName === compliantModules[compliantModuleName] ) { // Events for steasycheckout document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventOpcStEasyCheckout, false); document.body.addEventListener('click', rcTagManagerLib.eventCartOpcStEasyCheckout, false); } } } function fireEventsOnPageShow(event){ //rcTagManagerLib.eventPageType(); // rcTagManagerLib.eventUserInfo(); // fixes safari back cache button if (event.persisted) { window.location.reload() } if(window.location.pathname.substring(4) == 'module/lblemailactivation/activation'){ rcTagManagerLib.onConfirmarCuenta(); } // Sign up feature if (rcTagManagerLib.trackingFeatures.goals.signUp && rcTagManagerLib.trackingFeatures.common.isNewSignUp) { rcTagManagerLib.onSignUp(); 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