1.ª edición: enero, 2014
© 2014 by María Antonia Puerto
© Ediciones B, S. A., 2014
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito Legal: B 4.609-2014
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-717-2
Maquetación ebook: Caurina.com
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
A la memoria de mi hijo Pacho, una
personita muy grande que siempre fue
apartado por su padre, quien al final ha
encontrado su sitio.
MAMÁ
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
Primera parte
1. El encuentro
2. Los comienzos de una dura relación
Segunda parte
3. Llega el ángel
4. El desafío de una enfermedad
5. El abandono
6. Reto al poder
Tercera parte
7. La separación
8. Lucha titánica por la vida
9. El dolor de una madre
10. Ausencia de vida
Cuarta parte
11. Una nueva vida
Epílogo
Agradecimientos
Prólogo
Qué difícil es pensar que la vida te pone al final donde tienes que estar, recogiendo lo que siembras para bien o para mal. A veces tiene que pasar mucho tiempo para poderlo comprobar. Hay gente que se va de este mundo creyendo que todo ha quedado igual, pero a mí la vida me ha dado la oportunidad, incluso siendo aún joven, de descubrir que puede ocurrir, que la vida le da a cada uno lo que le debe dar.
¡Cuántas veces habré pensado en escribir mis vivencias! Pero siempre me decía: «¿Y eso a quién le puede importar? Por muy duras que hayan sido nadie las entenderá.»
Pero el destino ha puesto al personaje clave de estas vivencias en una situación de máxima actualidad en los medios de comunicación y ahora a todo el mundo le interesa y no hacen más que preguntar: «¿Cómo era en las distancias cortas? ¿Y en las largas? ¿Era como dicen en realidad?»
Primera parte
1
El encuentro
Francisco Correa entró en mi vida cuando yo tenía diecisiete años. En 1975 estudiaba el último curso de bachillerato en el colegio de monjas Divina Pastora de Madrid y ya en el segundo trimestre estaba organizando con mis compañeras el viaje de fin de curso, que era una tradición importante que a todas nos excitaba. Trabajamos mucho para poder reunir el suficiente dinero y de esa manera evitar que nuestros padres tuvieran que desembolsar más de lo necesario.
A mis diecisiete años estaba llena de alegría, de entusiasmo por todo, con ganas de comerme el mundo. Era tremendamente activa, me apuntaba a un bombardeo, no pasaba desapercibida. Hubo que preparar festivales, vender papeletas y hasta hacer bocadillos todos los días para la hora del recreo del cole, y allí estaba yo, trabajando como la que más. Lo hicimos bien y recaudamos bastante dinero.
La madre Vicenta y la madre Nieves, encargadas del curso que iban a acompañarnos a nuestro destino, se fueron con las delegadas de la clase a una agencia de viajes Meliá muy próxima al colegio. Iban resueltas a contratar algo con atractivo, un viaje que no podía llevarnos muy lejos porque no teníamos dinero suficiente, ni muy cerca ya que tampoco se trataba de una simple excursión.
Él estaba trabajando como jefe de oficina en la agencia. Yo me enteré más tarde porque no fui a contratar el viaje. Las encargadas de hacer la gestión se lo dejaron muy claro: tenía que conseguirnos un viaje con todas esas características y, como máximo, podíamos disponer del dinero que habíamos reunido. Sencillamente, no teníamos más.
Cuando volvían nuestras compañeras de la agencia, nos ponían al corriente de lo que iba surgiendo y de las distintas posibilidades que nos ofrecían, pero sobre todo, hablaban mucho de él. Supuse que debía de ser un hombre interesante porque mis compañeras decían: «Qué simpático, seguro que él nos lo consigue.» Era evidente que estaban encantadas con Paco.
Y efectivamente, nos consiguió un viaje a Palma de Mallorca de una semana con todo incluido, hasta las excursiones.
Salíamos el 6 de abril a las 3 de la tarde para regresar el día 13. ¡Lo habíamos logrado! Pero me resultó curioso que todas comentaran muy contentas que él nos iba a acompañar. «¡Guay!», como dirían ahora.
En ese momento no le di mucha importancia, lógicamente porque todavía no le había conocido. Mi pensamiento entonces sólo era: un chico del que mis compañeras hablaban todo el tiempo, iba a acompañarnos. Una chica de 17 años, cuando sabe que va a haber chicos a su alrededor, quiere estar mona. Había que decidir qué iba a meter en la maleta.
Por fin llegó el 6 de abril. Era domingo, las monjas nos hicieron estar en el colegio a las 11 de la mañana, un autocar nos iba a llevar al aeropuerto y, como teníamos que estar una hora antes para facturar, había que coordinarlo todo bien, ir con tiempo. Al final hubo un retraso en la salida del autobús bastante largo. Ya estábamos todas acomodadas y nos tocó esperar tres cuartos de hora... ¿a quién?, precisamente a él, a Paco, que llegó tarde. De pronto se organizó un gran revuelo, todas murmuraban y se reían. Me volví hacia mi compañera de asiento.
—¿Qué pasa? ¿Por qué hay tanto follón?
—¡Paco! Que ya ha venido Paco.
—¡Ah!, y ¿quién es ese Paco?
—El guía de la agencia que nos va a acompañar.
Lo cierto es que no me fijé mucho porque estaba más pendiente de mi primer vuelo. No las tenía todas conmigo, no sabía cómo lo iba a llevar.
Bueno, se pasó el mal trago del avión y ya estábamos en Palma de Mallorca. Fuimos al hotel. Era uno pequeñito donde no cabíamos todas, pero tenía una casa anexa tipo chalet al que llevaron a algunas chicas. Nos apuntamos varias voluntarias porque veíamos que durmiendo allí nos sería más fácil despistar a las monjas y que no se enteraran si salíamos por la noche.
Deshicimos el equipaje, ya estábamos instaladas. Entre una cosa y otra llegó la hora de cenar. Nos pusimos monísimas, todavía lo recuerdo: yo llevaba pantalón rosa, camiseta negra y pañuelo al cuello rosa —a juego con el pantalón—, el pelo largo suelto y liso y muchas ganas de pasármelo bien. Cuando llegamos al comedor él estaba allí, sentado a la mesa con las monjas. Tenía el pelo no demasiado corto, bigote y perilla, llevaba una camisa azul clara, pantalones beige de pinzas y zapatos castellanos. ¡Vaya!, un pijo, como ya los llamábamos por entonces. En ese momento sí le miré, pero sin más, yo no podía parar —creo que no cené—, iba de mesa en mesa preparando, quedando, viendo la manera de irnos por la noche a alguna discoteca sin que las monjas se enteraran, porque claro, ésa fue la primera norma cuando llegamos allí, prohibido salir por la noche. Era 1975 y eso entonces no se hacía, las monjas nos dieron como hora tope para regresar a nuestras habitaciones las 12; mientras, podíamos estar por el hotel o pasear por los alrededores, no más.
Cuando terminamos de cenar mis amigas Charo, Pilar, Machús y yo, estuvimos tanteando un poco la zona. Decidimos emprender el camino a Palma, nuestro hotel estaba fuera, en El Arenal. Habíamos andado ya bastante cuando oímos que alguien, nervioso, nos llamaba. Giramos nuestras cabezas y allí estaba él con dos compañeras. Venían corriendo para avisarnos de que las monjas habían dicho que todas a sus habitaciones. Nos dijeron que sospechaban de algunas de nosotras. «¡Se va a liar!», pensamos. Decidimos darnos la vuelta, era la primera noche y hablamos de que ya lo planearíamos mejor el próximo día.
Ya en el camino de vuelta nos presentamos.
—Tú ¿quién eres? —me dijo.
—Soy Toñi —le contesté.
—Yo soy Paco Correa.
—¡Hombre!, el famoso Paco, que nos ha tenido tres cuartos de hora esperando esta mañana.
—Sí —me dijo—, es que he tenido que dejar preparado una serie de cosas, porque mañana tengo que volver a Madrid para hacer el servicio militar.
Él tenía entonces 19 años y se iba como voluntario al Ejército del Aire, y entonces me soltó:
—Tú eres la famosa Toñi. —Le miré sorprendida—. He preguntado en el comedor a las monjas que quién era la chica del pañuelo rosa que no paraba ni un momento.
—¿Y qué más te han contado?
—Ésa es Toñi, un torbellino que nunca se detiene.
No aparentaba esa edad, parecía mayor. No era guapo aunque sí muy atractivo. Tenía «percha» y mucho estilo. Alto y con buen tipo, la ropa le sentaba fenomenal. Todo esto lo acompañaba con una sonrisa pícara y seductora. El remate era su facilidad de palabra, que convencía al instante.
No se parecía en nada a los chicos con los que yo estaba acostumbrada a relacionarme en mis pandillas. Tengo que decir que en ese preciso instante en el que cruzamos aquellas primeras palabras noté algo, me dejó tocada. Cuando llegamos al hotel vimos que estaba en calma, no había nadie, ni chicas ni monjas y dijimos, está todo el mundo durmiendo. Y decidimos irnos todas por ahí con él. Terminamos en una cervecería alemana tomando algo, incluso algunas como yo comiendo, porque la verdad es que apenas habíamos cenado con la emoción del momento. Estuvimos hasta tarde charlando y lo cierto es que me fui a la cama pensando en él y no pude evitar comentarlo con Machús, mi compañera de habitación.
—¿Sabes una cosa? Me gusta Paco.
—¡Pero si lo acabas de conocer!
—Sí, pero es verdad, me gusta mucho.
A la mañana siguiente nos tenían preparada una excursión para todo el día a Porto Cristo y allí estaba él. No venía a la excursión pero se acercó a despedirse de nosotras porque regresaba a Madrid.
—Espero que nos volvamos a ver, Toñi.
—Y yo también.
Ahí quedó todo.
La semana transcurrió muy bien, lo pasamos fenomenal y conseguimos burlar a las monjas todas las noches. A mí al principio me dio un poco de rabia que él se tuviera que marchar, no había habido tiempo de nada, pero bueno, pensé: «Éste es mi viaje y no lo voy a volver a ver, así que a divertirse.» No pensé más en él.
El domingo 13 volvíamos a Madrid, llegamos aproximadamente hacía la 1 de la tarde, casi todas regresaron en autocar al colegio, pero a mí me fueron a recoger, por lo que antes de salir del aeropuerto me despedí de mis compañeras hasta el lunes.
Al día siguiente, ya en clase, me enteré de que Paco había ido al aeropuerto para recibir al grupo y acompañarlo hasta el colegio. Me fastidió entonces que me hubieran ido a recoger, había perdido la oportunidad de volver a verlo, pero ya no había arreglo, mis amigas me contaron que preguntó por mí y que dijo que sentía no haber podido saludarme. No volví a saber nada más de él.
El colegio acabó y estábamos disfrutando de nuestras ansiadas vacaciones. Si alguien no cree en el destino, yo sí; ¿cuántas veces conocemos a una persona que pasa de largo por nuestra vida y que no volvemos a ver nunca más? Pero está claro que existen las que tienen que formar parte de ella y vuelven a surgir, aunque parezca imposible.
Mi g