Llevo un tiempo huyendo.
No estoy sola, huimos los dos juntos. Yo no quería huir, por eso olvido pronto por qué lo hago. Pero como ya he empezado a huir, sigo adelante.
—¿Tú de qué huyes, Mori?—le pregunté cuando nos fuimos.
Mori ladeó la cabeza en actitud reflexiva.
—De muchas cosas—me respondió—. Por encima de todo, huyo de las cosas irracionales.
—¿De las cosas irracionales?
Levanté la vista hacia él con la boca entreabierta. Él agachó la cabeza tímidamente y asintió unas cuantas veces seguidas, con la frente arrugada.
—Hay que huir de la irracionalidad.
—Ya.
—¿Y tú, Komaki? ¿De qué huyes?
No supe qué decirle. Mori me propuso huir y nos fuimos juntos. Al principio creía que sabía por qué lo hacía, pero con el paso del tiempo empecé a dudarlo.
—Es el tópico de los amantes fugitivos de la época de Chikuden—dijo Mori, acariciándome la mejilla—. Supongo que esto es lo que hacemos.
—Los amantes fugitivos…—reflexioné, de nuevo con la boca entreabierta, mientras Mori seguía acariciándome.
—Es cuando dos amantes se escapan cogidos de la mano.
—Ah.
Al principio me sentí muy identificada con aquella descripción. Sin embargo, mientras estaba allí, acostada a su lado, empecé a dudar de nuevo.
El cuerpo de Mori desprende mucho calor, y su calidez hace que me quede dormida inmediatamente en cuanto me