La maravillosa vida breve de Óscar Wao

Junot Díaz

Fragmento

¡Que Cristo se apiade de todo cuanto duerme!

Desde el perro que se pudre en Wrightson Road

hasta de mí cuando era un perro en estas calles;

si amar estas islas ha de ser mi cruz,

de la podredumbre mi alma tomará alas;

pero han empezado a emponzoñar mi alma

con su gran casa, su gran coche, su gran jolgorio,

culí, negro, sirio, y criollo francés,

así que se lo dejo a ellos y su carnaval…

Voy a darme un baño en el mar, me voy por el camino.

Conozco estas islas desde Monos a Nassau,

un marino de cabeza oxidada y ojos verde mar

al que apodan Shabine, el mote para

cualquier negro pelirrojo, y yo, Shabine, vi

estos chiqueros del imperio cuando eran el paraíso.

Solo soy un negro pelirrojo enamorado del mar,

recibí una sólida educación colonial,

tengo algo de holandés, negro e inglés,

así que o no soy nadie, o soy una nación.

DEREK WALCOTT

Dicen que primero vino de África, en los gritos de los esclavos; que fue la perdición de los taínos, apenas un susurro mientras un mundo se extinguía y otro despuntaba; que fue un demonio que irrumpió en la Creación a través del portal de pesadillas que se abrió en las Antillas. Fukú americanus, mejor conocido como fukú –en términos generales, una maldición o condena de algún tipo: en particular, la Maldición y Condena del Nuevo Mundo. También denominado el fukú del Almirante, porque El Almirante fue su partero principal y una de sus principales víctimas europeas. A pesar de haber «descubierto» el Nuevo Mundo, El Almirante murió desgraciado y sifilítico, oyendo (dique) voces divinas. En Santo Domingo, la Tierra Que Él Más Amó (la que Óscar, al final, llamaría el Punto Cero del Nuevo Mundo), el propio nombre del Almirante ha llegado a ser sinónimo de las dos clases de fukú, pequeño y grande. Pronunciar su nombre en voz alta u oírlo es invitar a la calamidad, a que caiga sobre la cabeza de uno o uno de los suyos.

Cualquiera que sea su nombre o procedencia, se cree que fue la llegada de los europeos a La Española lo que desencadenó el fukú en el mundo, y desde ese momento todo se ha vuelto una tremenda cagada. Puede que Santo Domingo sea el Kilómetro Cero del fukú, su puerto de entrada, pero todos nosotros somos sus hijos, nos demos cuenta o no.

Pero el fukú no es solo historia antigua, un cuento de fantasmas del pasado sin fuerzas para asustar. En la época de mis padres, el fukú era algo tan encojonadamente verdadero que cualquiera podía creer en él. Todo el mundo sabía de alguien a quien el fukú se había tragado, igual que todo el mundo conocía a alguien que trabajaba en el Palacio. Estaba en el aire, cabría decir, aunque, como todas las cosas más importantes en la isla, en realidad nadie tocaba el tema. Pero en aquellos días de antaño, el fukú la pasaba bien; incluso tenía lo que se podría llamar un promotor, un sumo sacerdote. Nuestro Dictador de Una Vez y Para Siempre, Rafael Leónidas Trujillo Molina.1 Nadie sabe si Trujillo era subordinado o amo de la Maldición, pero estaba claro que entre ellos había un acuerdo, que eran panas. Incluso entre la gente educada se creía que cualquiera que conspirara contra Trujillo incurriría en uno de los fukús más poderosos durante siete generaciones y quizá más. Solo con que se le ocurriera pensar algo malo sobre Trujillo, ¡fuá!, un huracán barría a su familia hacia el mar, ¡fuá!, un canto rodado le caía del cielo azul y lo aplastaba, ¡fuá!, el camarón que comió hoy se convertía en el cólico que lo mataba mañana. Eso explica por qué todo el que intentó asesinarlo siempre acabó muerto, por qué esos tipos que por fin lo lograron pagaron con muertes espantosas. ¿Y qué decir de ese cabrón de Kennedy? Fue él quien dio luz verde para el asesinato de Trujillo en 1961 y pidió que la CIA llevara armas a la isla. Mala movida, capitán. Lo que a los expertos de inteligencia se les pasó decirle a Kennedy fue algo que todo dominicano, desde el jabao más rico de Mao hasta al más pobre güey en El Buey, del francomacorisano más viejo al carajito en San Francisco, sabía: quien matara a Trujillo –y también su familia– sufriría un fukú tan terrible que, en comparación, haría parecer un jojote el que le cayó al Almirante. ¿Quieren una respuesta final a la pregunta de la Comisión Warren sobre quién mató a JFK? Dejen que yo, su humilde Observador, les revele de una vez y por todas la Sagrada y Única Verdad: no fue la mafia, ni LBJ, ni el fantasma de la fokin Marilyn Monroe. Ni extraterrestres, la KGB o algún pistolero solitario. No fueron los hermanos Hunt de Texas, ni Lee Harvey, ni la Comisión Trilateral. Fue Trujillo; fue el fukú. ¿De dónde coño piensan que viene la supuesta Maldición de los Kennedy? ¿Y Vietnam? ¿Por qué creen que el país más poderoso del mundo perdió su primera guerra contra un país tercermundista como Vietnam? Por Dios, mi gente, por Dios. Quizá resulte interesante el hecho de que mientras Estados Unidos se involucraba más en Vietnam, LBJ pusiera en marcha la invasión ilegal a la República Dominicana (el 24 de mayo de 1965). (Santo Domingo fue Irak antes de que Irak fuera Irak.) Resultó ser un éxito militar aplastante para Estados Unidos, y muchas de las mismas unidades y equipos de inteligencia que participaron en la «democratización» de Santo Domingo fueron enviados de inmediato a Saigón. ¿Y qué crees tú que llevaban esos soldados, técnicos y espías con ellos, en sus mochilas, en las maletas, en los bolsillos de las camisas, en los pelitos de la nariz, en el barro de las suelas de sus zapatos? Apenas un regalito de mi pueblo, una pequeña revancha por una guerra injusta. Fue así, mi gente. Fukú.2

Por eso es importante recordar que el fukú no siempre cae como un relámpago. Algunas veces gotea, paciente, ahogándolo a uno poco a poco, como fue el caso del Almirante, o de Estados Unidos en los arrozales de las afueras de Saigón. A veces es rápido, a veces lento. Y por eso es fatal, porque es dificilísimo de fichar, de prepararse uno para el encuentro. Pero se puede estar seguro de una cosa: como el Efecto Omega de Darkseid, o la ruina de Morgoth,3 no importa cuántos giros dé, por cuántos desvíos se meta, siempre –y con

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