Índice
El espía
La hija del Artillero
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Ataúdes blindados
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
La flota
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Una parte de Dios
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Servicio a distancia
Biografía
Créditos
Para Amber
La hija del Artillero
1
17 de marzo de 1908
Washington
El astillero naval de Washington dormía como una antigua ciudad protegida por gruesas murallas y un río. Unos ancianos montaban guardia, andando con paso pesado entre detectores de tiempo eléctricos que registraban sus rondas por fábricas, almacenes, talleres y cuarteles. Fuera del perímetro se alzaba una montaña de casas oscurecidas de trabajadores coronada por la cúpula del Capitolio y el monumento a Washington, que relucían como hielo polar bajo la luna llena. Se oyó un silbido. Un tren se acercó echando humo y tocando la campana.
Los guardias de la Marina abrieron la verja de la compañía ferroviaria North.
Nadie vio a Yamamoto Kenta esconderse debajo del vagón-plataforma de Baltimore y Ohio que la locomotora empujó hasta el astillero. Las ruedas del vagón chirriaban bajo el cargamento de planchas blindadas de treinta y cinco centímetros de grosor procedentes de Bethlehem, Pennsylvania. Los guardafrenos desengancharon el vagón en un apartadero, y la locomotora retrocedió.
Yamamoto bajó con cuidado a las traviesas de madera y el balasto situado entre los raíles. Permaneció inmóvil hasta que tuvo la certeza de que estaba solo. A continuación siguió la vía hasta el grupo de edificios de ladrillo y hierro con tres plantas que albergaba la fábrica de artillería.
La luz de la luna entraba por las altas ventanas, y el fulgor color rubí de los hornos bien alimentados iluminaba una enorme caverna. Las grúas móviles se alzaban imponentes. El suelo estaba lleno de colosales cañones de acorazados de cincuenta toneladas como si un violento huracán hubiera arrasado un bosque de acero.
Yamamoto, un japonés de mediana edad con un lustroso cabello oscuro salpicado de canas y un aire seguro y solemne, se abrió paso resueltamente por los caminos reservados a los vigilantes. Prestó especial atención a los hondos pozos del suelo, los fosos bordeados de ladrillo en los que se montaban los cañones prensando carcasas de acero alrededor de tubos de quince metros. Tenía una vista de lince, agudizada por similares «visitas» clandestinas a Vickers y Krupp, las fábricas de cañones de la Marina británica y alemana, y la fábrica de artillería del zar de Rusia en San Petersburgo.
Una vieja cerradura de cilindro aseguraba la puerta del almacén del laboratorio que suministraba material a los ingenieros y científicos. Yamamoto la forzó y la abrió fácilmente. Dentro, se puso a buscar yodo por los armarios. Metió unos ciento setenta gramos de cristales de color negro azulado en un sobre. A continuación garabateó «Yodo cristalino, ciento setenta gramos» en una hoja de solicitud con las iniciales «AL» del legendario diseñador jefe de la fábrica de artillería, Arthur Langner.
En un ala apartada del extenso edificio, localizó la cámara de pruebas donde los expertos en blindaje simulaban ataques con torpedos para calibrar el impacto extraordinariamente amplificado de las explosiones bajo el agua. Rebuscó en el polvorín. Las potencias navales que participaban en la carrera armamentística internacional para construir modernos acorazados estaban experimentando febrilmente con torpedos armados con TNT, pero Yamamoto advirtió que los estadounidenses seguían probando fórmulas basadas en propulsores de algodón pólvora. Robó una bolsa de seda con cordita modificada.
Al abrir un armario del conserje para hurtar una botella de amoníaco, oyó que el vigilante se acercaba. Se escondió en el armario hasta que el viejo hubo pasado por delante arrastrando los pies y desapareció entre los cañones.
Yamamoto subió la escal